Y el aire que salió de su boca lo dejó sin respiración, como si su cuerpo hubiese abandonado toda vitalidad. Ojos abiertos como un abismo azul tiñéndose del rojo que se reflejaba en ellos. Mares del preciado líquido y la tersa piel de quien llenaba su alma -como si fuese humana- se hallaba masacrada, inerte.

Cabellos blancos descansaban sobre el suelo, ojos ausentes, su cuerpo devorado por la inminente muerte.

-Kaneki-kun…

Tsukiyama cayó, apoyándose en sus rodillas, su mirada perdida en una imagen que nunca olvidaría, que probablemente inundaría sus pesadillas: Kaneki, la persona que adoraba, que le había devuelto la vida se había ido. Y el sufrimiento por el que había pasado antes de su muerte lo quemaba. Dulce Kaneki, hasta sus ojos habían sido arrancados como un castigo edípico, sin mostrar piedad por esa mirada hermosamente melancólica.

Se acercó al cuerpo de quien hace unos momentos estaba vivo, rebosante de deseos de salvar a sus seres amados, temeroso de la soledad se había lanzado hacia las garras del segador blanco. Tomó su mano suave y fría y de repente ocurrió.

Kaneki se removió levemente, emitió un quejido que atravesó el alma de Tsukiyama.

Estaba vivo.

El corazón del ghoul se apretó, siendo avasallado por la felicidad de su nueva realización y por la angustia ante el dolor que Kaneki debía estar sufriendo.

Escuchó pasos que se acercaban. Volvían por él, pero Tsukiyama jamás lo permitiría. Kaneki no volvería a alejarse de su vista.

Sin pensarlo más se sacó el abrigo, envolvió cuidadosamente a la amada criatura y lo levantó en sus brazos con la máxima sutileza posible. Kaneki colgó en sus brazos, como si aquel último quejido hubiese agotado sus últimas fuerzas, como si aquel quejido hubiese sido un último deseo de vivir, de ser salvado por el ghoul que casi le quitó la vida.

Y corrió.

Corrió siendo impulsado por el vehemente deseo de salvarlo a él, aunque tuviese que dar su vida en el camino.