Capítulo 16

Historia en dos ciudades

La sala de juntas del Palacio de Armenelos estaba en punto de ebullición y ni la suave brisa que entraba por los altos ventanales bastaba para aclimatar las acaloradas discusiones de los presentes. El Rey se limitaba a solo escuchar hundido en su ornamentada silla de piel, ya sabía a donde estaba llevando todo esto, desde que la junta fue programada tenía la corazonada de que el resultado no sería de su agrado, pero era algo que no podía evitar por más tiempo, ya había pospuesto demasiados años ese tema pero los herreros comenzaban a pronunciar sus inconformidades con más ánimo y más frecuentemente.

-Es inaceptable que a pesar de que las entregas del mithril se hagan en tiempo y forma, los Noldor no se hayan dignado a pagar su parte del trato- decía uno de los líderes herreros, su ceño fruncido y sus puños cerrados eran muestra de su inconformidad.

-¡cosa que se ha hecho por muchos años y sin ningún retraso!- gritaba para ser claramente escuchado un joven herrero al final de la larga mesa de caoba de la sala del consejo.

-Siempre se ha tenido una amistad solida con los Eldar, no entiendo la razón de su falta de responsabilidad- el Jefe de los herreros mesaba su barba de manera pensativa, un noble, que aunque ya hubiera pasado la centuria, sus brazos no había perdido la fuerza para alzar el martillo en las fraguas.

Minastir si lo entendía, por años había tratado de evadir esa responsabilidad con su gremio de Herreros, pero prefería quedar mal con ellos que ver a su hermana sufrir de nuevo. El Rey le dio un trago a su copa, el dulce vino no suavizó su semblante, pero por lo menos le daría el valor de escribir la misiva a Gil Galad para que permitiera mandar a sus Maestros Herreros después de años de evitar el hecho. El Rey Supremo de los Noldor por su parte también había tratado de evitar en la manera de lo posible el mandar a los Maestros Herreros a la isla de los Dunadain. Este trato que se había hecho con Numenor era una decisión que se había tomado en su ausencia y que no podía revocar por más que quisiera o por muy Rey Supremo de los Noldor que fuera, pues había ganado la aprobación unánime del consejo de Lindon, revocarlo provocaría disgusto general entre sus aristócratas y los poderosos Herreros. Además, quedaría expuestas las razones de esa acción, y eran tan personales y dolorosas que no las pronunciaba en voz alta ni para sí mismo.

-Si usted nos da su aprobación en este momento, hoy mismo zarpa un barco a Lindon con representantes de los Herreros de Numenor, necesitamos dialogar con el Alto Rey de los Noldor- comentó el Jefe de los Herreros en un tono mesurado, pero con un toque de urgencia- desafortunadamente los años no pasan de igual manera entre Eldar y Dunedain, aunque los Valar nos hayan bendecido con una vida larga, aun el tiempo se nos va restando con cada día que pasa, es por eso que nuestra insistencia en que los Herreros Noldor cumplan su parte del trato es imperativa.

-¡Si! ¡Vamos a Lindon a exigir nuestra parte!- gritaban los presentes acaloradamente, algunos incluso se atrevieron hasta a aplaudir en señal de asentimiento a la propuesta del Jefe Herrero. Pero un leve gesto de la palma del Rey fue suficiente para ahogar los vitores. Todos guardaron silencio expectantes a lo que el Rey tenía que decirles, pero este le dio un profundo sorbo a su copa antes de pronunciar palabra alguna, se levantó de su gran silla en la cabecera de la larga mesa y los miró.

-No hay necesidad de que ningún barco zarpe este día, entiendo su urgencia e inconformidad, es por eso que yo mismo escribiré una misiva a Gil Galad reclamando que la parte del trato sea entregada, les aseguro que a final del mes los Herreros Noldor estarán trabajando en las fraguas de Armenelos día y noche, según la fuerza con que Eru ha dotado a su naturaleza.

Mientras decía esto parecía que un peso se le iba acumulando en la espalda, pero sabía que tarde o temprano tenía que cargar con él, y ya estaba preparado. Dio la orden de disolver la reunión después de hacer esa promesa y los herreros salieron sonrientes y victoriosos del recinto, mientras el Rey terminaba su copa de vino en silencio inmerso en la niebla de sus pensamientos. Dejó la copa en la mesa y se recargó en ella cabizbajo, pensaba en cómo tocar el tema con su hermana. ¿Cómo decirle a Silmarien que en unos meses la ciudad estaría repleta de herreros noldor, gente muy cercana a Gil Galad? Sabía que el constante contacto con estas personas le traería recuerdos amargos, pero no podía detener por más tiempo al gremio de herreros numenoreanos. Minastir suspiró profundamente y exhaló pesadamente. Desearía que en lugar de estar en su espléndida sala de juntas de su legendario palacio, estuviera en su torre en la colina de Oromet, y solo ver como los navíos cisnes de los Teleri arriban al puerto de Andunie con el sol a sus espaldas.

Alguien llamando a la puerta lo distrajo de sus pensamientos, y al enderezarse y mirar hacia la entrada, su hijo se asomaba con medio cuerpo detrás de la puerta.

-Adelante, me encontraste hundido en mis propias cavilaciones- dijo Minastir haciendo señal al joven de que entrara a la sala.

El alto joven de cabellos oscuros y mirada gris se introdujo al recinto con paso fuerte y determinado, y Minastir solo pudo sonreír con el recuerdo de sus primeros pasos hace ya tanto tiempo, siempre decididos, y nunca vacilantes, los pasos de un futuro Rey de los Hombres de Oeste. Ya llevaba la estampa tatuada en sus cabellos azabaches y su mirada de plata, sello inequívoco de la Casa Real de Numenor, tal como él mismo y su hermana portaban como un estandarte.

-Solo hay un tema que te pone de ese humor: Elfos- dijo con un dejo de molestia en su tono de voz- es muy rara tu relación amor/odio que tienes con ellos desde unos años para acá y aun no entiendo porque te esfuerzas por tener una estrecha interacción con ellos, ni a ti ni a mi tía les provoca placer su cercanía.

-otra vez con tus extrañas suposiciones- dijo Minastir cruzando sus brazos a la altura del pecho- pareciera que te estas proyectando en nosotros.

Cyriatan jugueteaba con una figurilla de marfil que adornaba la gran mesa, un caballero con armadura a la antigua usanza de Numenor, el árbol en el peto era lo que nunca cambiaria del uniforme militar por más siglos que pasaran.

-Nunca me ha gustado su actitud altiva, llegan a Numenor como si esta isla también fuera suya, se les olvida que esta tierra fue ganada por la sangre de nuestra gente, que fue derramada en las guerras que ellos iniciaron, muchos de ellos son supervivientes de ellas, pero nosotros los mortales solo sabemos lo que nos cuentan- este era un tema que siempre encendía al joven príncipe, era muy abierto en sus opiniones, y no podía dejar pasar la oportunidad para expresar sus pensamientos acerca de los elfos.

-Seguro hubieras preferido que Morgoth nos exterminara a todos- dijo sarcásticamente el Rey- juntas las dos razas hicieron frente a ese mal hasta que los Valar intercedieron. Y por el otro lado, son inmortales, es algo que no pueden evitar, es su naturaleza.

- Y también son los más versados en cualquier arte que se te pueda ocurrir mencionar, en mi opinión sus dones son más atractivos que los de los Hombres- dijo Cyriatan encontrando la mirada de su padre con una sonrisa torcida en su rostro.

-así es…- dijo Minastir riendo ante la certera afirmación de su hijo. Parecía una broma de Iluvatar, una prueba puesta solo a los segundos nacidos, amar desinteresadamente a sus hermanos mayores, como al hijo que se le dan los juguetes usados del hijo mayor, quien se queda con los más espléndidos, pero era algo que él como buen hermano menor había aprendido a hacer. No estaba tan seguro de su hijo, desde siempre había notado que la verde envidia le aprisionaba el corazón, y a pesar de sus esfuerzos el joven nunca logró aceptar las diferencias entre las dos razas, siempre pareciéndole que se había hecho una injusticia al escoger los dones entregados a los Hombres- me temo hijo que tendremos más de tus invitados favoritos dentro de poco tiempo, y no solo en la ciudad, sino también rondando el palacio.

-¿A qué te refieres?- dijo Cyriatan dejando la figurilla en la mesa nuevamente y cruzando sus brazos en postura de total atención a su padre.

-Pronto llegarán Maestros Herreros de Lindon, por el trato que se había hecho con ellos a cambio del Mithril- Cyriatan entornó los ojos al escuchar la noticia de su padre.

-Vamos a estar invadidos por los Elfos, pero es algo que tú siempre has querido, que nos mezclemos con ellos, pero no te das cuenta que hay una porción de la población que no piensa igual que tú, no a todos les gusta estar rodeado de ellos- el tono de voz de Cyriatan se había incrementado tanto que cualquiera que estuviera fuera de la estancia lo pudiera haber escuchado. El Rey caminó hacia la puerta y se cercioró que nadie estuviera cerca para después cerrarla de un golpe y volverse hacia su hijo.

-¿Crees que no sé eso? ¿Crees que no veo como parte de nuestro pueblo los envidia y se corrompe? Sé del afán de los Dunedain de parecerse lo más posible a los Eldar en todos los ámbitos, especialmente los herreros, tu eres el que no se ha dado cuenta que al permitir a los herreros de Lindon venir a Armenelos he evitado una trifulca, el paso que seguía para ellos era conspirar contra mí por cerrarles las puertas al conocimiento que los Eldar les estaban ofreciendo, nuestro pueblo es poderoso y orgulloso, y es mi deber alimentar ese orgullo cuidándome de ni engordarlo ni dejarlo hambriento.

El príncipe guardó silencio, solo miraba como el relieve de la vena en la frente de su padre se acrecentaba, un rasgo que los dos compartían, y sabía que solo significaba que había una presión considerable en su mente. El Rey arrebató la botella de vino de la mesa y vertió hasta las últimas gotas en su copa de oro. Tomó un hondo trago y chasquió la lengua.

-Te alegrara saber a lo que he venido desde un principio, entonces- dijo Cyriatan tomando un suspiro para proseguir- parto a Andunie a primera hora mañana, mi tripulación y yo zarparemos al Oeste, así que no podré atender a tus amigos inmortales, estoy seguro que les harás un banquete como acostumbras, me apena no poder asistir- el dejo de burla en el tono de voz del príncipe era demasiado evidente como para pasarlo por alto. Minastir se dejó caer pesadamente en su silla y miró a su hijo con una sonrisa irónica en sus labios.

-¿No serás tú también uno de los que los envidian? Tantos viajes al Oeste, solo para llegar al límite permitido y volver con el corazón más envenenado de como dejaste Numenor, no te hagas ese daño gratis hijo.

-No es envidia, es exigir lo que nos merecemos- dijo Cyriatan con amargura.

-Ese don que tu procuras, no nos pertenece, no es nuestra naturaleza- dijo Minastir mientras su hijo caminaba hacia la salida.

-Algún día los Valar nos escucharan, pero temo que tú ya no estarás en este mundo para cuando eso suceda- dijo el príncipe antes de salir y cerrar la puerta tras de sí.

-Me temo que no- dijo pensativamente el cansado Rey y tomó un trago de su copa en la ahora soledad de la sala de juntas. Tras escuchar el portazo al salir Cyriatan todo quedó en calma, solo sus pensamientos hacían ruido, como el de un denso silencio.

No quería demorarse más tiempo, al mal paso darle prisa. Se puso de pie y salió rápidamente de la sala de juntas para encontrarse con su hermana, sabía exactamente donde podía estar sin tener que preguntarle a nadie y sus grandes zancadas lo condujeron por pasillos y escaleras de mármol blanco hasta que lo llevaron fuera más allá de los bellos jardines, ahí donde sus caballerizas privadas se encontraban. Una arcada de esmeraldas enredaderas le daban la bienvenida y ante sus ojos se empezó a formar el palacete que servía de hogar a los corceles más finos de Numenor. Esta imagen de frescura y armonía del lugar le devolvieron un poco la calma, solamente la necesaria para poder escoger bien como empezar a darle la noticia a su hermana, que por alguna razón no estaba a la vista una vez que se asomó al recinto, en cambio encontró a Miriel, su dama de compañía, acariciando a uno de los corceles.

A su mente llegó el recuerdo del día en que le asignó ese puesto por petición de su padre, ahora se arrepentía un poco, parecía que en lugar de darle el nombramiento de dama de compañía de la princesa de Numenor, le había dado el nombramiento de perro faldero de la excéntrica princesa de Numenor. Sentía un poco de pena por ella, pero no sabía que su hermana iba a tornarse de esa forma, apartarse de la corte solo para pasar sus días cabalgando en las praderas.

La doncella no había notado que el Rey la miraba desde la distancia, bajo el umbral del portón de las caballerizas. Esta se inclinaba acariciando al corcel, solo separados por la puerta del box, esta parecía susurrarle inéditas palabras a la vez que acariciaba la testuz del fino corcel. Miriel finalmente percibiendo la presencia del Rey puso su mano en su frente para crear sombra sobre sus ojos, miró hacia la entraba del recinto para encontrar al Monarca parado bajo el umbral rodeado de la luz incandescente del sol de mediodía.

-Majestad- dijo haciendo una pronta reverencia cuando descubrió la identidad de la silueta que se recortaba a contra luz- no lo había visto, disculpe.

-Suelo ser muy sigiloso, pero no te preocupes, acababa de llegar- dijo caminando hacia ella y una vez que estuvo cerca acarició al corcel que relinchaba de gozo ante tanta atención- veo que tienes cierta conexión con este caballo.

Tenía tanto tiempo sin visitar esos lares que hasta había olvidado lo apacible que era estar ahí, con el único propósito de acompañarse de sus caballos. Ahora entendía un poco porque su hermana se pasaba la vida aquí en lugar de palacio, los animales son a menudo mejor compañía que los humanos.

-Creo que lo consiento mucho, no deja de llamarme cada vez que vengo, al principio pensé que me veía algo especial, pero después descubrí que eran solo por las manzanas. Me sentí utilizada por un caballo- rio armónicamente la doncella ante la ironía- pero me cae bien, me regala su compañía a cambio de manzanas.

- Parece un trato justo- El Rey sonrió y continuó acariciando la crin del animal-Me imagino que Silmarien se ha ido a una de sus largas cabalgatas- la doncella asintió ahora con una sombra en el rostro, el Rey pudo jurar que era de preocupación- ¿tu porque no has ido con ella?

-No me permite que la acompañe, si fuera por la princesa ni siquiera fuera su dama de compañía, pero siendo honesta solo me mantiene cerca para no hacerle enfadar a usted, y yo prefiero quedarme aquí con los caballos a pasarme largas horas sentada tejiendo como las demás damas de la corte. Últimamente se ha vuelto un ambiente un poco hostil del que prefiero alejarme.

-¿Podría saber a qué te refieres?- dijo Minastir extrañado ante tal noticia, la repentina honestidad de la doncella le estaba llevando a descubrir un poco del mundo en que vivía su hermana desde que había regresado a Numenor. La doncella titubeó antes de continuar, miró a su alrededor como cerciorándose de que estuvieran solos y prosiguió.

-Yo no tenía el honor de conocer a la princesa Silmarien antes de tomar el puesto de su dama de compañía, pero algunas damas de la corte la conocían desde niña, muchas comentan que la princesa ya no es la misma persona que antes y los rumores comenzaron a esparcirse entre las damas, y como podrá imaginarse es su círculo social muy delicado…

-¿Qué rumores han estado circulando, si se podría saber?- la intriga se iba acrecentando cada vez más en Minastir y su impaciencia iba en aumento cuando vio a Miriel titubear.

-Es algo muy tonto…dicen que los elfos han encantado a la princesa, que ese año que pasó entre ellos dejó su alma en los reinos de los elfos y volvió vacía…- Miriel notó el endurecido semblante del Rey y guardó silencio unos segundos- yo por supuesto no lo creo, Alteza, mi lealtad siempre estará con su familia así como mi padre siempre les ha sido fiel.

-Y no lo dudo, te agradezco la confianza- dijo seriamente y guardó silencio sumergido en sus pensamientos de nuevo.

¿Cómo había pasado por alto esta situación tantos años? Su hermana estaba pasando por los años más difíciles de su vida y el solo se limitaba a ver su fachada, ese frio escudo que se había construido con el pasar de los años. Pero que tan ciertos eran esos rumores, la perspicacia de algunas damas de la corte lo sorprendía por la precisión de los rumores esparcidos, en realidad su hermana si había sido encantada pero por un solo elfo, y si había vuelto vacía porque su alma si se había quedado con Ereinion. Se percató que un tenue galope venía acercándose, y no podría ser nadie más que su hermana, ya que esas caballerizas estaban designadas solamente para el uso de la familia real de Numenor. Miró a la doncella que le ofrecía una jugosa manzana al consentido corcel, y este a su vez la miraba con un unos ojos que derramaban agradecimiento.

-Si gustas puedes montarlo cuando te apetezca- dijo el Rey esbozando una sonrisa.

-¿lo dice en serio?- dijo Miriel abriendo soprendida sus bonitos ojos avellana. El Rey asintió sonriente.

-Es una pena que no se aproveche cuando una persona ya ha hecho un vínculo con un caballo, y veo que tú lo has hecho con este. Estoy seguro de que ansía que lo lleves a correr a las praderas. La próxima vez no te quedes atrás y sigue a Silmarien, estoy seguro que sus rutas son las mejores que nadie podrá enseñarte.

En ese momento entraba jinete y montura a todo galope por la gran puerta de las caballerizas y el corcel paró con un fuerte relincho a unos metros de ellos. Silmarien bajó de un salto de la montura y sorprendida se acercó a su hermano, esbozando lo que parecía una leve sonrisa. La princesa se quitó los guantes y saludó a su hermano con un abrazo.

Minastir escaneó con una rápida mirada el aspecto de su hermana, definitivamente no era el propio de una dama, pero Silmarien se aprovechaba de su estatus como hermana del Rey, nadie podía decirle absolutamente nada, más que él mismo, y Minastir jamás se atrevería, sí su hermana encontraba satisfacción en montar todo el día y terminar con los cabellos enmarañados y sus ricos ropajes llenos de lodo, él lo aceptaría de buen grado.

-Minastir ¿Qué haces aquí?- dijo mirando a su doncella y volviendo a mirar a su hermano.

-Salí a tomar un poco de aire fresco, el ambiente de palacio está muy viciado, hoy más que otros días…- dijo El Rey. No quería darle la noticia a Silmarien con Miriel presente, no sabía cómo iba reaccionar, y estaba casi seguro que la pobre doncella no tenía ni idea de la historia de amor trágica de su hermana.

-Es la misma razón por la que ya nunca me ves por esos pasillos sino es al anochecer y de camino a mi habitación- dijo Silmarien tomando las riendas de su corcel y caminando hacia el abrevadero, Minastir y Miriel se lanzaron unas miradas fugitivas dando a entender lo que la doncella le había compartido unos minutos antes al Rey.

-¿Me acompañas en mi paseo? Tengo tiempo que no recorro esta parte de los campos de palacio, y yo sé que tú ya te lo sabes de memoria.

Silmarien asintió y tomó el brazo de su hermano, entregó las riendas de su caballo a Miriel y dirigió a Minastir fuera de las caballerizas. Por un momento caminaron en silencio solo guiados por el camino empedrado, resguardándose bajo la sombra de los Olmos del jardín, que alargaban sus ramas como queriendo tocar el sendero de rosado cuarzo del sendero. Caminaban los dos hermanos sin rumbo fijo, cruzándose con las amarillas mariposas que trae el verano. La princesa sospechaba que Minastir en cualquier momento le lanzaría una flecha directa al corazón pero estaba aún buscando la forma menos dolorosa de hacerlo, es lo que su semblante le transmitía, ella era quien más le conocía en este mundo, y sabía que esa vena en su frente solo aparecía en ocasiones de extrema preocupación.

-Minastir, puedes disparar, créeme que ya no siento en lo más mínimo, ya no tengo esa capacidad- El rey la miró fijamente y se conmovió al ver el rostro sin expresión de su hermana, quería que la tierna Silmarien volviera, pero temía haberla perdido para siempre, al parecer se había quedado en Lindon y solo vivía en la mente de Ereinion, y en los recuerdos de quienes la conocieron.

-Es Cyriatan, zarpa mañana al Oeste…

-Otra vez…- dijo Silmarien mirando al suelo y dejando salir un suspiro de exasperación.

-Si… y he tenido una junta esta mañana con el gremio de Herreros, esta vez fueron muy directos y concisos en sus requerimientos a diferencia de otras reuniones- Minastir pasó sus dedos por su cien como masajeándola- solo me limité a escuchar sus desahogos porque en realidad ya no tenía más excusas que darles en cuanto al aplazamiento de la llegada de los Herreros Noldor.

Silmarien se estremeció pero no pronunció palabra, seguía mirando al suelo con el brazo de su hermano sujetado con firmeza, como una invidente que teme tropezar con una piedra.

- Lo siento mucho Silmarien, evité lo más que pude este día- dijo poniéndose frente a su hermana y tomando sus manos, obligándola a centrar su mirada en su rostro- si solo de mí dependiera hubiera roto el tratado que se firmó con los Noldor, pero el interés del pueblo estaba de por medio, tenerlos en descontento constante es peligroso para un reino donde su gente es poderosa…

- Minastir no te agobies, yo entiendo que desde que te sientas en el trono eres dos personas, El Rey de Numenor y Minastir mi hermano, y los intereses que conciernen al Cetro siempre irán por encima de cualquier cosa- Silmarien decía con tanta tranquilidad y comprendimiento que Minastir le hubiera creído sino fuera por el hecho de que al decir estas palabras su cuerpo temblaba.

Un recuerdo de un día que parecía muy lejano asaltó su mente. Una playa blanca con olas espumosas que la besaban en un atardecer nacarado, y el sonoro trinar de las gaviotas combinándose con las carcajadas de su hermana que corría hundiendo sus pies descalzos en la arena mojada. Una sombra le pasó por el pecho al darse cuenta que ese rostro de inocente felicidad jamás volvería al rostro de Silmarien. Tuvo un deseo intenso de romper cualquier ápice de amistad que quedaba entre él y Ereinion, pero el Rey Elfo zarparía de inmediato a su isla si dejaba de recibir noticias.

- Silmarien… quisiera que estuviera en mis manos el devolver a mi hermana- dijo abrazándola y estrechándola contra su pecho.

- ¿De qué hablas? ¿Quién se supone que soy yo?- preguntó Silmarien extrañada pero recibiendo agradecida ese cálido abrazo cuando tenía tanto frío desde hace tanto tiempo.

- -No lo sé, una visión que se parece a Silmarien tal vez, un espejismo.

- Como hablas tonterías, Minastir.

El Rey no respondió nada y besó la cabeza de su hermana, y la estrechó cariñosamente en su pecho, y los dos permanecieron así un rato, recuperando las tantas veces que se habían evitado por no sacar el tema de los Elfos a conversación. Por largo tiempo solo escucharon el sonido de las hojas siendo arrastradas por el viento, arriba en las altas copas de los árboles del atemporal jardín.

Las olas que se estrellaban en las barreras de hermoso granito del puerto entonaban una canción armoniosa sobre lejanas costas, sobre otros barcos que les acariciaban el lomo y ellas con sus manos cristalinas los llevaban a su destino. Bella era la canción de las olas del puerto de Mithlond, y ellas cantaban tan alto que podía escucharse hasta el mercado de la ciudad portuaria, donde su audiencia las pasaba desapercibida, solo los Teleri detenían sus actividades para disfrutar de la melodía y de las caricias del viento salado, pero los Noldor las dejaban en segundo plano, como la música de fondo de una agradable reunión.

La bella gente del mercado vestía ropas livianas de telas traslúcidas y vaporosas que dejaban entrar el viento de la tarde en ese día caluroso de mediados de año. Ropas y telas de las tiendas del mercado hacían un conjunto perfecto haciendo que el lugar pareciera una nube aparcada en el medio de la ciudad costera, una nube ondulante y alegre de colores rosados, plateados y blancos, como si fuera tocada por la aurora.

Ese mercado en especial solamente era frecuentado por los primeros nacidos, era el mercado de la fruta y las verduras, de las telas y las joyas. No significaba que demás razas fueran indeseadas en esos lugares de la ciudad, pero dada su ubicación en lo alto del acantilado del golfo de Lune, en medio de los residenciales de la población más adinerada, solo los habitantes que se movían por esos rumbos lo frecuentaban, los cuales se componían en su mayoría de Elfos Noldor. El mercado de la primera zona de la ciudad, a un lado del desembarcadero, era el mercado más diverso y rico en cultura, se podían ver hasta enanos conviviendo moderadamente con otros Noldor, comerciantes provenientes de Numenor y hombres comunes oriundos de las tierras sureñas de la Tierra Media, que por azares del destino y de la naturaleza de sus negocios habían terminado su viaje en la bella ciudad e Mithlond. Cuando ojos mortales presenciaban como la ciudad se iba desplegando ante ellos al entrar al Golfo de Lune, y frente a ellos las bellas torrecillas grises y los edificios de piedra blanca hábilmente esculpida iban tomando forma entre la niebla de la mañana, su corazón ya no podía abandonarla, volvían tantas veces les diera permiso la vida.

Dos altas figuras caminaban por las calles adoquinadas del mercado, pero más que prestarle atención al bullicioso día y a la canción de las olas, se encontraban envueltos en una activa conversación. Fama y prestigio habían alcanzado los herreros Noldor que había llegado un día desde Imladris, la gente que se topaba con ellos los saludaban respetuosamente ya que desde su llegada a Lindon hace ya medio siglo, habían ganado fama por sus bellos trabajos de orfebrería, las nobles familias de Mithlond no dudaban en anotarse en la larga lista de espera para poder realizar un trabajo con ellos, con toda la seguridad de que la prolongada espera valdría totalmente la pena.

Un grupo de doncellas elfas silvanas que se encontraban a escasos pasos de ellos en uno de los muchos puestos del mercado, los miraban perplejas ante la majestuosidad del porte del cual los Altos Elfos eran renombrados, y una de ellas desvió la mirada con una tierna sonrisa y mejillas sonrojadas al percatarse que el pelirrojo Noldo le regalaba la sonrisa más enigmática que jamás hubiera visto. Su amiga solamente le dio un leve codazo para que esta recobrara la compostura.

-No sé cuál es tu prisa por zarpar a Numenor, han cumplido desde el primer día los tiempos de entrega del Mithril y no han puesto fecha límite para nuestra visita- comentó Tulmo haciendo una reverencia con la cabeza a una persona que lo saludaba de lejos cerca del puesto de quesos y llamando así la atención de su amigo pelirrojo que se había distraído por un momento.

-Solo quiero devolver lo antes posible nuestra parte del trato, Mithril por conocimiento, ¿recuerdas? Eso es lo que alegamos en la asamblea- dijo con un ligero tono que dejaba ver su alegre estado de ánimo- ya han pasado algunas décadas y no quiero que los consejeros comiencen sus habladurías, conociendo su gusto predilecto por crear controversia dentro del concejo del Rey.

- Con las frecuentes ausencias de Gil Galad en los consejos, parece que el control ya es de ellos- comentó Tulmo pensativo recordando al Gil Galad que había conocido en Imladris con el que se había encontrado en Lindon. Aunque no tenía mucho material que comparar, apenas lo había visto contadas veces en 50 años que tenían viviendo en Mithlond, era raro que el Rey asistiera a eventos o reuniones hoy en día.

-Otra de las razones por las que quiero ir a Numenor es que los Teleri de Eressea llevan piedras preciosas que los numenoreanos no traen a la Tierra Media- dijo en voz baja cuando por un lado pasaba un marinero numenoreano y una vez que se hubo alejado continuó- dicen que los Valar se los prohíben pero ellos mismos no saben cómo sacarle provecho a esos tesoros, sus manos nunca van a ser tan diestras como las de un Maestro Herrero Noldor- dijo Almandur ignorando inconscientemente el comentario de Tulmo sobre el Rey ya que todo lo que le interesaba en ese momento era la isla de los dunedain, parecía que, aunque su cuerpo aún permanecía en Lindon, su mente ya estaba desde hace semanas recorriendo las fraguas de Numenor.

-En eso si te doy la razón, me saboreo tan solo pensar en volver a ver las piedras preciosas de Valinor- dijo Tulmo con mirada soñadora- jamás pensé en volver a verlas- Tulmo miró de pronto a Almandur y sus miradas se tornaron turbias con los recuerdos de la acción más deshonrosa que habían cometido contra sus propios hermanos aquella noche del éxodo de los Noldor.

Parecía que el cielo se había nublado, pero al alzar la mirada se percató que solo había sido su manchada conciencia y el oscuro remordimiento que lo perseguiría por siempre. Hasta ahora la maldición de Mandos no lo había atrapado, pero sus garras habían estado a poco de cobrar su presa en varias ocasiones, en días lejanos pero frescos en sus memorias inmortales. Almandur suspiró y palmeó el hombro de su amigo en un intento de borrar momentáneamente los oscuros recuerdos, su buen humor parecía haber desaparecido.

-Nadie pensamos en volver a verlas- terminó diciendo el pelirrojo Herrero con pesadumbre en su voz.

Súbitamente una fuerte explosión retumbó en el aire y los gritos se alzaron al cielo, todos los ojos en ese momento se alzaron en dirección al risco, ahí donde el mercado de los Noldor se ubicaba, junto con el residencial más adinerado de la ciudad, que a su vez era coronado por el bello palacio de Gil Galad, después de unos segundos una bella flor de luces adornó el cielo azul, que primero se tornó roja ante sus ojos y bajo como una lluvia dorada.

- Pasando a temas más triviales, me imagino que irás a la cena en la residencia de la doncella Aranisse- preguntó Almandur después de que todos los presentes se movilizaran de nuevo y retomaran sus actividades al confirmar que solo era una prueba de fuegos artificiales.

-No me lo perdería por nada, necesito alejar mis pensamientos de Numenor por un momento y a ti más que nadie te sentaría a la perfección.- dijo Tulmo.

- Admito que la idea de conocer Numenor me ha obsesionado un poco- Tulmo miró incriminatoriamente a su amigo, tenía años atosigándolo a él y sus amigos con sus fantasías, no entendía porque tenía tanta importancia para su amigo conocer la isla de los Dunedains - está bien… estoy totalmente obsesionado- dijo encogiéndose de hombros- de igual forma no puedo evitar pensar en todo lo que tengo que dejar listo para poderme ir tranquilo, tengo trabajos pendientes que terminar antes de dejar Lindon por unos meses y no sé si Othar pueda con toda la carga de trabajo.

-¡Por favor! Conociendo a Othar se pasaría metido en la fragua y al final del mes verías todos tus pendientes resueltos.

-No lo dudo, pero necesito ver con mis propios ojos el estado final de cada collar, anillo y armadura, si no, no estaré tranquilo.

Los dos maestros Herreros siguieron caminando por el mercado saludando con la mano en alto y una sonrisa a quien se topara en su camino, algunos les gritaban de lejos ¡nos vemos en la noche! o ¡no lleguen tarde a la reunión! Lo cual se les hiso de lo más curioso.

-Parece que no es una simple cena a la que nos han invitado- dijo Tulmo.

-Y parece que todo mundo sabe que estamos invitados- añadió Almandur entrando a la plaza central, la cual tenía fuentes en abundancia con agua cristalina que salía de la boca de enormes peces de mármol rosado, el adoquín de la plaza brillaba al sol como si estuviera hecho de cristales, y aquí y allá bellas aves sobrevolaban las bocas de los peces para tomar un poco de agua, o se posaban en los bordes de las fuentes.

-También parece que es a la primera "cena" que los invita la doncella Aranisse, mis Señores- dijo una cálida voz llamando su atención detrás de ellos, los dos Herreros no pudieron pasar desapercibido el énfasis en la palabra "cena" pronunciada por una alegre doncella de cabellos castaños, estos entrelazados en una larga trenza que le caía por un costado hasta la altura de su cintura, la doncella los miraba con una sencilla sonrisa de quien se ha encontrado a un amigo por el camino, mientras sostenía una canasta de mimbre llena de fruta fresca.

-Doncella Valadiel, que bella sorpresa nos ha traído el día- dijo Tulmo sonriendo y Almandur imitando a su amigo hiso una pequeña reverencia con la cabeza, también con una sincera sonrisa en los labios- tienes mucha razón en eso, es la primera vez que nos hacen el honor de invitarnos a la casa de tan noble familia.

-¿Qué nos recomiendas para no hacer el ridículo el día de hoy enfrente de todos? No quisiéramos parecer extraños - dijo Almandur en un tono burlesco.

-Dos cosas muy simples, lleven su mejor actitud para bailar toda la noche y conocer a la mitad de Lindon, la familia de la doncella Aranisse pronuncia la palabra "cena" con mucha ligereza, seguramente aun han de estar acostumbrados a la vida exuberante que tenían en Gondolin, el Rey y su hija jamás faltaban a sus famosas "cenas"- dijo Valadiel con una sonrisa.

-Tomaremos muy en cuenta tus consejos, Valadiel- dijo Tulmo.

-Entonces nos vemos al atardecer, les recomiendo que sean puntuales, las recepciones de la familia son un espectáculo de principio a fin, no querrán perderse nada- dijo la doncella reacomodando su cesto de frutas en su fino brazo.

-Permíteme ayudarte- dijo Tulmo tomando por el aza el pesado cesto.

-No quisiera interrumpirlos, parece más pesado de lo que en verdad es- dijo mintiendo educadamente.

-No hay nada que interrumpir, Almandur y yo ya nos estábamos despidiendo- insistió Tulmo y ofreciéndole su brazo libre a la doncella, quien lo tomó con un tímido sonrojo en sus mejillas- Nos vemos en un rato.

-Supongo- dijo el pelirrojo Elda mirándolo con una sonrisa juguetona, nunca había visto tan desesperado despliegue de caballerosidad de parte de Tulmo- los veo en unas horas.

Almandur solo miró como la pareja se alejaba en medio de una plática animada. El Elda volvió su mirada al puerto y el suspiro que dejó ir le aclaró la mente, pudo poner atención a la canción de las olas, que le hablaban en un idioma que solo él entendía, y le entregaban un mensaje que solo él podía escuchar. Cerró los ojos y aspiró el aire salado y le trajo un olor a verdes campos, ante sus ojos apareció por un segundo una playa de espuma dorada y centenares de gaviotas dando la bienvenida al puerto de mármol puro, y la imagen del anillo de oro blanco colgando de una cadena de mithril. Abrió los ojos de golpe y volvió al presente. La urgencia de terminar sus pendientes lo inundó y dirigió sus pasos hacia las fraguas, necesitaba adelantar sus trabajos.

Nota de Autora: Después de tantos meses aquí esta un capitulo mas de esta historia que me ronda en la cabeza todo el tiempo aunque este me falte para sentarme a materializarla en la computadora. Yo sé que voy a terminarla no importa cuanto me tarde, asi que si aun la esperan y les sigue gustando, den por hecho que sabran en que termina. Para el siguiente capitulo estoy confiada en que no tardaré tanto en actualizar, tengo bosquejos de las situaciones mas importantes de la historia ya escritos, listos para ser enlazados y revisados, pero debo de admitir que tiene varios finales alternativos (no escritos) y aun no se cual elegir. Si sospechan como va a terminar esta historia o que va a pasar en los siguientes capítulos, me encantaría saber sus versiones. Que tengan un bonito dia y nos leemos en el siguiente capitulo!