Antes de que continúen con la lectura, quiero disculparme por los meses de ausencia. El maldito bloqueo aun sigue y estoy haciendo todo lo que puedo. Gracias por la paciencia y mil disculpas si la historia perdió ritmo o el capitulo tiene alguna incoherencia.


40


—Oh, parece que no regresaron todavía —comentó la morena una vez que entraron a la casa y se encontraron con un silencio absoluto. Quinn no prestaba atención. Seguía metida en su cabeza—. Te salvó la campana, Fabray. Al parecer no los conocerás hoy.

Si tenía que ser honesta, Quinn no sabía cómo sentirse frente a eso. Ni siquiera estaba escuchando lo que le decía su novia.

«Respira. Primero un pie, luego otro. Repetir la secuencia varias veces», se dijo mentalmente cuando se adentraron más en la casa. La morena cada dos o tres pasos se giraba para mirarla por encima del hombro y sonreírle con toda la seguridad que era capaz de reunir.

Tal y como había hecho durante todo el camino de regreso a la casa de sus suegros, rogó internamente para que los hombres no estuvieran en la casa. No se sentía preparada para conocerlos oficialmente aun. ¿Cómo se supone que debía presentarse? ¿«Hola señores Berry, soy la novia de Rachel y la razón por la cual lo pasó mal estas últimas semanas»? No, por supuesto que no. Esa presentación solo conseguiría que Leroy la mirase con más recelo y desconfianza. Estaba completamente segura que con el hombre estaba en puntos negativos. Hiram, en cambio, era un poco más amistoso y amable pero sabía con certeza que no sería así si ella era la causa del sufrimiento de Rachel.

No, la presentación con sus suegros tenía que ser perfecta. Nada de errores.

Pero como no todo le salía como ella lo deseaba, supo que sus ruegos no habían sido escuchados cuando el sonido de voces y un piano comenzaron a escucharse cada vez más nítidamente a medida que se adentraban a la sala. Las bolsas en sus brazos se tambalearon ligeramente y sus manos comenzaron a temblar.

Mierda. No había sido salvada por ninguna campana.

Rachel iba delante de ella completamente ajena a su estado. La morena parecía haber entrado en un estado en el que se olvidó de todo a su alrededor y lo único que importaba era estar concentrada en llegar cuanto antes al lugar desde donde provenían las voces. De hecho, una punzada de culpabilidad se instaló en Quinn cuando Berry se giró para sonreírle con una sonrisa abiertamente feliz. Como si hubiese reconocido a las personas en la sala solo por sus voces y eso ya fuera suficiente para alegrar su día.

No, Quinn no iba a arruinar esa sensación en su novia exteriorizando sus inseguridades y temores. Respiraría profundo y le haría frente a lo que fuera. Incluso a Leroy y su mirada analítica y comentarios desdeñosos. Ella podía afrontar ese momento. Tarde o temprano tenía que conocer a sus suegros, ¿Qué mejor que hacerlo ahora? Cuanto más se retrasara el momento, más complicado sería.

«Yo puedo con esto. Yo puedo hacerlo», se repitió mentalmente a medida que iba acercándose cada vez más a la sala que era desde donde venían las voces.

A punto estuvieron de caérseles las bolsas de los brazos cuando se encontró frente a frente con sus suegros. Los señores Berry parecían no haber reparado en su presencia, o quizás prefirieron ignorarla. A quien si notaron fue a Rachel que, al ver a sus padres junto al piano y cantando, no dudó un segundo en unirse a ellos. La morena comenzó a cantar junto con Leroy una canción que Quinn dio por hecho que era de alguna comedia musical que ella no había visto. Hiram era quien estaba sentado al piano tocando mientras Leroy era el encargado de darle vida al espectáculo.

El «Yo puedo hacerlo» quedó en el olvido en cuanto vio a aquellos dos hombres. Sintió todo el cuerpo rígido, petrificado en el lugar, con las bolsas de las compras aún en sus brazos y un nudo tanto en el estómago como en la garganta. Realmente no se sentía preparada para estar cara a cara con los padres de Rachel y los nervios que aparecieron en ella eran la prueba de eso.

Sintió un deseo irrefrenable de tirar las bolsas en los sillones y salir corriendo de allí, pero su cabeza gritándole contantemente «cobarde» frente a esa idea, se convirtió en la razón por la cual aún seguía parada allí, bajo el umbral de la entrada a la sala con compras en sus brazos.

Rachel parecía haberse perdido en su mundo de música y felicidad, por lo que seguía completamente ajena al estado en el que se encontraba Quinn. Si la morena la miraba solo un instante, ¿se daría cuenta del pánico que recorría el interior de su novia? ¿Dejaría de cantar solo para acercarse a ella, quitarle las bolsas de sus brazos casi tiesos y la sacaría corriendo de aquella habitación? Quinn dudaba que eso pasara, pero aun así no podía culparla.

La música y sus padres eran el mundo de Rachel. Arrancarla de allí solo por unos estúpidos nervios sería algo completamente egoísta. Los ojos de Quinn, y su mente en un momento de distracción, se anclaron en la forma en que la morena cantaba, en su sonrisa, en sus movimientos, en el halo de felicidad en la que estaba rodeada, en la forma que se recostaba en Leroy o como le besaba la cabeza a Hiram. Después de unas semanas de mierda, volvía a ver una sonrisa plena en Rachel, esa que le hacía pensar que todos sus malos ratos se borrarían solo con verla. Quitar eso del rostro de la joven sería algo por lo que no se perdonaría jamás. Y todo por culpa de unos malditos nervios.

Ya estaba allí y solo tenía un camino que tomar: presentarse correctamente a los señores Berry.

— ¡Otra! ¡Otra! ¡Otra! —gritaron de repente desde el otro lado de sala. Fue entonces cuando Quinn se dio cuenta que los señores Berry tenían invitados.

O invitadas.

Dos mujeres, una de cabello marrón y la otra de color negro, estaban de pie aplaudiendo como si se les fuera la vida en ello. Frente a ellas, Rachel y sus padres respondían a sus aplausos con reverencias y sonrisas radiantes capaces de iluminar toda la habitación. Tras el momento eufórico y la promesa de una nueva actuación, Rachel volvió a notar la presencia de Quinn. La rubia, de nuevo envuelta por los nervios, no supo qué responder cuando la morena se acercó a ella disculpándose por haberla dejado sola. Quizás, debería haberle demostrado el alivio que la invadió cuando la joven le quito una de las bolsas de los brazos.

— ¿Estas bien? —susurró Rachel mirando atentamente sus ojos. Fabray asintió aunque no estaba segura de qué era lo que estaba respondiendo. Sus ojos verdes no se despegaban de sus suegros a pocos metros de ellas—. Quinn…

Los ojos de Rachel buscaron los verdes de ella transmitiéndole la confianza en sí misma que había perdido. Se permitió perderse unos segundos en esos dos océanos marrones, dejando que todo volviera a encajar. Ceder al impulso de besarla no podía porque estaba frente a sus suegros, por lo que tuvo que conformarse con sonreírle. Aun así, le pareció notar la mirada penetrante de Leroy sobre ellas. O quizás solo estaba comportándose de manera paranoica.

—Estoy bien —susurró con firmeza. Rachel la miró como si no le creyera—. Lo digo en serio. Estoy bien. Tú me haces estar bien.

El silencio se hizo presente en ellas nuevamente. Un silencio cargado de palabras silenciosas dichas a través de miradas. Ya no sentía ese temor a ser ridiculizada por expresar sus sentimientos más profundos. Rachel no iba a burlarse de ella, mucho menos de sus emociones. Rachel había abrazado a su lado más cursi y real, dejándole bien en claro la intención de no soltarlo jamás. Rachel iba a corresponder su «Te quiero». Lo sabía desde hacía tiempo, y ahora volvía a confirmarlo.

Guiada por su instinto y casi por inconsciencia, sintió como su cuerpo se inclinaba un poco más cerca de Rachel. Le pareció notar que la morena hacia lo mismo pero antes de que pudiera comprobarlo, uno de los señores Berry se acercaba a ellas con una sonrisa que Quinn no supo cómo catalogar. Para su suerte, era Hiram. Y para más suerte aún, se acercó para quitarle de los brazos la bolsa de compra que le quedaba.

—Quinn —saludó Hiram, su suegro favorito, con una sonrisa—. Déjame ayudarte con eso.

—Gra-gracias —tartamudeó sin razón.

— ¿Más aliviada? —bromeó Hiram.

Fabray no supo a qué se refería exactamente esa pregunta, si al hecho de tener los brazos libres o porque los nervios previos parecían haberla abandonado. Intercambió una fugaz mirada con Rachel antes de mover su cabeza de arriba abajo, lo que provocó que el padre de la morena sonriera alegre.

—Rachel, presenta a Quinn —ordenó Hiram caminando hacia la cocina con las bolsas en los brazos. Fabray no pasó por alto la mirada que intercambiaron ambos padres de la morena, ni la forma en que Leroy negó con la cabeza disimuladamente.

«Me llegó la hora», pensó la rubia. Rachel tomándola de la mano fue quien apartó ese pensamiento.

Las primeras en la lista de presentación fueron las dos mujeres invitadas de los señores Berry. Ahora que las veía más de cerca podía conocer más detalles físicos de ellas. La de cabello negro tenía ojos verdes, un lunar poco visible en el entrecejo y era un poco más alta que la otra. A medida que iban acercándose más hacia ella, sus ojos verdes pasaron de la mano entrelazada de Rachel con la de Quinn al rostro de la morena. Una sonrisa misteriosa pero al mismo tiempo amorosa apareció en los labios de aquella desconocida para Quinn.

—Sammy, Izzy, ella es mi novia… Quinn Fabray —presentó Rachel con las mejillas sonrojadas pero con firmeza y orgullo en sus palabras. Cosa que emocionó a la rubia—. Quinn, ellas son Isabelle y Samantha Fox.

—Fox-Roxont —aclaró la mujer de cabello y ojos marrones, mientras le ofrecía su mano a Quinn que, casi inconscientemente, correspondió el saludo.

Ver aquella mujer de frente le hizo sentir a Quinn que la conocía de algún lado. No esa sensación de que conoces a alguien porque la viste de pasada en la calle, sino de alguien con quien tuviste un momento importante y no recordaras cuándo ni dónde sucedió algo así. Por la forma en que aquella mujer la miraba, la sensación parecía ser compartida.

—Disculpa a mi esposa —intervino la mujer del lunar. La forma en que puso los ojos en blanco de manera divertida sacó a Quinn de su estado de ensueño—. Se pone un poco… intensa con el tema de los apellidos.

—No es intensidad. Es solo que me gusta compartir cosas contigo —refunfuñó la tal Isabelle con el entrecejo ligeramente fruncido—. Parece una estupidez pero…

—Es importante para ti —interrumpió Quinn en voz baja sin quitar la mirada de aquella mujer—. Lo siento, ¿Nos…? ¿Nos conocemos de algún lado? Me resultas familiar.

—Es curioso. Iba a preguntarte lo mismo —respondió la morena correspondiendo también la mirada—. ¿Te arresté alguna vez? ¿Posesión de estupefacientes? ¿Disturbio en la vía pública? ¿Exhibicionismo?

—Isabelle es policía local —explicó Rachel por lo bajo. Luego miró a la mujer frente a ella—. Dudo mucho que hayas arrestado alguna vez a Quinn, Izzy. Cuando tú entraste al departamento de policía, Quinn ya no vivía aquí. Quizás la conoces de alguna vida pasada, ¿no?

—No, Rachel. Eso es jugar sucio. Muy sucio —intervino Samantha con fingida molestia. Por como luchaba para no sonreír, Quinn sospechó que aquello era algún tipo de broma interna entre ellas—. Sabes lo mucho que le encanta a Izzy eso de las vidas pasadas.

—Eso es mentira. No les creas —negó la acusada haciendo sonreír a Quinn—. Siempre se vuelven aliadas cuando se trata de ponerme en ridículo. Con arresto o sin arresto, con… Ya, cállense las dos —ordenó provocando más diversión en Rachel y la otra mujer—. Como decía, con vidas pasadas o sin vidas pasadas, es un gusto conocerte, Quinn. Me gustaría decir que Rachel nos habló mucho de ti pero lo cierto es que nuestra pequeña mujer aquí presente se lo tenía todo muy bien guardado.

—Ni siquiera nosotros lo sabíamos —interfirió uno de los padres de la morena. Quinn, sin siquiera darse la vuelta, supo que se trataba de Leroy.

El nerviosismo tomó posesión nuevamente de Fabray pero antes de que pudiera pararse a pensar en su siguiente movimiento o en cómo enfrentar al padre de su novia, Rachel estaba tomándole nuevamente de la mano guiándola hacia donde estaba el hombre parado. Dos segundos, después Hiram se unió a ellos.

—Deja de mentir, Leroy. Sabíamos perfectamente que nuestra hija estaba enamorada —aclaró Hiram ofreciéndole su mano a Quinn. Fabray tardó un poco en corresponder el gesto porque su atención estaba puesta en Leroy. Cuando por fin le devolvió el saludo a Hiram, la tensión pareció disminuir entre ellos—. Ahora sí, ya sin bolsas en tus brazos,… Bienvenida a nuestra casa, Quinn.

—Ya… ya he estado aquí antes.

—Como amiga de Rachel, no como novia. Me alegra mucho presentarnos de esta forma. Tengo que ser honesto y confesar que ansiaba este momento — Fabray asintió porque si ella tenía que ser honesta también, no sabía qué otra cosa hacer o decir—. Leroy, ¿Puedes acercarte y saludar a la novia de tu hija?

La tensión que antes había disminuido con Hiram, se triplicó cuando las miradas de Quinn y Leroy se encontraron. La rubia no sabía qué cruzaba en ese instante por la cabeza del hombre pero sospechaba que eran maldiciones dirigidas a ella. Sobre todo si estaba al tanto del porqué ella y Rachel pasaron semanas separadas. El impulso, después de ese pensamiento, fue buscar a la morena con la mirada pero decidió no hacerlo porque quería que sus ojos permanecieran clavados en Leroy hasta que el hombre rompiera el silencio. Aun así, sintió como la mano de su novia buscaba a la suya proporcionándole el valor que necesitaba en ese momento.

—Hola, señor Berry —saludó casi sin darse cuenta.

—Hola, Quinn —correspondió el hombre estrechándole por fin la mano. Fabray se vio tentada de pedirle por favor que aflorara un poco el agarre para que la sangre pudiera circular normalmente—. No esperaba que… No esperaba verte hoy por aquí.

—Nos encontramos en el supermercado, papi —intervino Rachel separando disimuladamente a la rubia de su padre—. Quinn estaba de compras con su madre y sus hermanas. Luego se ofreció a acompañarme. De hecho, me invitaron a almorzar.

— ¿No se quedarán? —preguntó Leroy mirando a su hija. Quinn no sabía cómo sentirse respecto al tono de voz del hombre. Era como si realmente hubiera deseado almorzar con ella pero al mismo tiempo se sintiera aliviado de no poder llevar acabo eso—. Creo que es un buen momento para…

—Lo siento, pero ya le di mi palabra a Judy —interrumpió Rachel encogiéndose de hombros—. Y tú siempre dices que las promesas se cumplen. Quizás podemos almorzar mañana todos juntos, ¿Qué dices? ¿Con Izzy y con Sammy? Supongo que se quedaran todo el fin de semana, ¿no, chicas?

La tal Samantha y Rachel intercambiaron lo que a Quinn le pareció una conversación no verbal a través de miradas. Isabelle, al lado de su esposa, sonreía al piso mientras negaba ligeramente con la cabeza. Como si encontrara completamente divertida aquella charla sin palabras.

—Por supuesto que sí, Rachel —respondió Samantha destilando complicidad a lo largo de toda su sonrisa—. Ya habrá tiempo de almorzar con Quinn y conocerla un poco más, ¿Verdad, Leroy? —El padre de la morena parecía esperarse algo como eso, por lo que terminó asintiendo mientras su mirada pasaba de Samantha a Rachel—. Tú tranquila, pequeña. Ahora ve a almorzar con la familia de tu novia y luego nos pondremos al día, ¿Qué te parece? Con Izzy tenemos muchas cosas que contarte.

—Y ella a nosotras, por lo visto —señaló Isabelle mirando a Quinn que bajó la mirada completamente avergonzada—. Ahora vete, Berry. Tu talento me intimida.

La sonrisa en los labios de Rachel se hizo un poco más grande, un segundo después estaba compartiendo un abrazo con las dos mujeres y posteriormente hizo lo mismo con sus padres. A Quinn le hubiera gustado poder hacerle algún gesto de despedida a aquellas personas pero su novia no le dio tiempo porque de un momento a otro la estaba arrastrando escaleras arriba rumbo a su habitación.

— ¡Nada de hacer cochinadas que mi hijo está durmiendo en el cuarto de al lado! —gritó Isabelle provocando una risa en Rachel y la cara roja de Quinn.

— ¿Estas mejor? —preguntó Berry una vez que ambas estuvieron a solas en la habitación de la morena. Quinn se encogió de hombros porque sinceramente no tenía una respuesta a esa pregunta—. Lo siento. Cuando me fui ya se habían ido a buscar a Sam e Izzy y, si bien sabía que no era posible, una parte de mi esperaba que no hubieran regresado aun. De haberlo sabido…

—Era algo que tenía que pasar tarde o temprano —interrumpió Quinn. Tenía la vista clavada en el suelo. No porque no quisiera mirar a Rachel, sino porque se sentía avergonzada—. Lo he hecho fatal. Leroy ahora tendrá más de una razón para creer que soy una idiota y le caeré peor de lo que ya le caía.

Como respuesta a su desahogo verbal, obtuvo la risa de Rachel. Una carcajada limpia, de esas que se escapan cuando la otra persona no puede creer la enorme estupidez que está escuchando. Esta vez sí levantó la mirada clavando sus ojos verdes en los marrones de la morena. Un claro «hablo en serio. No sé qué es tan gracioso» se reflejaba en aquel choque de miradas pero eso solo provocó más diversión en Rachel. A los pocos segundos, Berry pareció apiadarse de la desesperación de su novia porque dejó de reír y se unió a la rubia en la cama.

—Eres tonta cuando quieres —señaló Rachel sentándose sobre el regazo de Quinn con cada pierna al costado de la rubia. Fabray la miró con el entrecejo fruncido y como réplica, la morena le robó un beso—. Lo digo en serio. Eres tonta si crees que le caes mal a mi padre solo porque estuvo distante. Se comportó de la misma manera la primera vez que Samantha trajo a Izzy aquí. No es nada personal. Es solo que… Hiram es muy amigable incluso con personas que no conoce y rápidamente les sonríe y les brinda todo lo que tiene sin pararse a pensar en cómo les pagaran luego esas personas. Leroy, que ha visto a papá sufrir las consecuencias de eso cuando algo salió mal, se ha vuelto un poco más duro con los años. Mira a todos de manera analítica y sospechosa hasta que siente que no habrá peligro alguno.

— ¿Cuánto…? ¿Cuánto tiempo pasó hasta que dejó de ver a la esposa de Samantha como un peligro? —quiso saber. Inconscientemente, o por costumbre, rodeó con sus brazos la cintura de la morena que se detuvo a pensar la respuesta.

— ¿Un año? Poco más, creo —fue la respuesta de Rachel con aire pensativo.

Un año. Leroy había dejado de mirar a la esposa de la amiga de Rachel como si fuera un pedazo de carne que quisiera triturar después de un año relacionándose. Si con Isabelle, que así recordaba que se llamaba, había tardado un año en dejar de gruñir por lo bajo cada vez que la tenía cerca, ¿Cuánto tiempo tardaría con ella? Si es que alguna vez, aquello de tratarla bien sucedía. Algo que dudaba que pasara, teniendo en cuenta que era la novia de Rachel y por quien la morena había estado varias semanas sufriendo por culpa de su incapacidad de comunicarse.

Porque estaba completamente segura que el padre de la camarera estaba al tanto de lo sucedido entre ellas.

Y Rachel respondió como si nada, como si no le importara en lo más mínimo que su padre se pasara un año odiando a su novia y echándole maldiciones. O quizás Quinn estaba dándole una importancia que no tenía y era la morena la encargada de poner un poco de orden en todo aquello. Quizás ella era la paranoica y Rachel quien pusiera los pies de ambas en la tierra o quien las detenía un segundo para pensar y luego continuar.

Quiso tomar a la morena de los hombros y zarandearla mientras le decía «Reacciona, tu padre me odia y a ti no te importa» pero se dio cuenta que aquello era algo descabellado. Si Rachel no le estaba dando importancia al asunto, era porque no era importante. Simplemente era su cabeza jugando con ella haciéndole poner peso a cosas que debían ser ligeras, dándole importancia a cosas que debía fluir por si solas. Quizás lo mejor era parar, respirar profundo, relajarse y luego dejar que las cosas siguiera su curso. Si Leroy iba a odiarla, ella debía dejar que lo hiciera. Tarde o temprano aquello cambiaria. Tenía que cambiar.

—Samantha es parte de la familia —explicó la morena jugando con el cabello de Quinn. La rubia no sabía qué tenía que ver aquello con ellas, aun así dejó que su novia continuara hablando—. Inició su carrera con papá. Fue su alumna y luego su colega. Papá la trajo un día a cenar porque ella estaba pasando un momento difícil, y ya nunca más se fue. Venía a casa a cenar dos o tres noches a la semana. Casi podría decir que se convirtió en una hermana mayor para mí pero nuestra relación es más de complicidad y amistad, como acabas de verlo hace un momento.

»Mi padre, Leroy, siente debilidad por ella. Él fue el primero en enterarse que Izzy estaba embarazada, Sammy lo compartió primero con él. Y ella siente debilidad por mi padre. No pueden negarse nada el uno al otro pero al mismo tiempo son capaces de ponerse un freno mutuamente. Y Sammy me conoce, sabe lo que necesito sin que se lo diga, y que haya intervenido diciendo que había tiempo para conocerte es de gran ayuda. Le hizo ver a mi padre que ya habrá tiempo para acribillarte a preguntas.

—Pero no es justo —negó Quinn frunciendo el entrecejo. Rachel abandonó su regazo dirigiéndose hacia su armario—. ¿Qué pasa si quería que me acribillara a preguntas?

— ¿Lo querías?

—No —respondió con honestidad haciendo reír a la morena—. O sea, no ahora. No con tu padre mirándome como si me acusara de algo, pero si mañana. Cuando… cuando me prepare mentalmente y me ponga un filtro.

—Mañana tampoco estarías preparada, cielo —señaló Rachel acercándose a la rubia otra vez. Se paró frente a ella y con sus ojos clavados en los de Quinn, junto con una sonrisa, agregó—: Al menos, no tu cabeza. Seamos sinceras, esta noche antes de dormir te pondrás a pensar en todo lo sucedido hoy. En ti, en mí, en nosotras, en como podrías haber hecho una «mejor» presentación frente a mis padres, te insultaras a ti misma por creer que no has estado a la altura y al final te quedaras dormida pensando mil y una forma de hacerlo mejor a la próxima. Tu cabeza siempre le gana a tu corazón. Tienes que pensarlo todo detalladamente y ya cuando sientes que podrás tener el control, es cuando llevas a cabo tus decisiones. Mañana, como dices, no será el día que estés preparada para responder a las preguntas de mi padre.

— ¿Y si no cambia? —preguntó aterrada y en voz alta. Rachel la miró esperando que se explicara—. ¿Si tu padre me odia toda la vida?

—Creo que con yo te quiera ya es suficiente, ¿no?

Y fue entonces cuando Quinn comprendió que ya había colmado la paciencia de su novia. Una mirada a los ojos de Rachel le sirvió para saber que realmente estaba dándole espacio a algo que su mente estaba agrandando a cantidades enormes y que en realidad lo único que tenía que hacer era enfocarse en lo que realmente importaba. Y eso era Rachel. La morena seguía a su lado diciéndole que su amor era importante y que no la dejaría solo porque su padre tuviera algunos peros para decir.

—Estoy ahogándome en un vaso vacío, ¿cierto?

—La verdad es que sí —fue la respuesta firme de Rachel. La morena le dejó un beso en frente antes de separarse de ella y encaminarse hacia el baño—. Pero te dejaré que te tomes tu tiempo para calmar a tu mente. Mientras tanto, iré a ducharme porque tengo un almuerzo con la familia de mi novia y, sinceramente, también estoy nerviosa y aterrada de hacerlo mal.

Maldición. Se había olvidado de ese gigantesco detalle.

Rachel conocería a su familia de manera oficial. Se enfrentaría a Frannie y a Judy. Lo mismo que ella había hecho un rato antes con los padres de la morena, ésta tenía que hacerlo pero con su madre y su hermana. Y obviamente, no iba a ser un momento cómodo para Rachel. ¿Por qué maldita razón había dejado que su mente la alejara del verdadero foco de atención? Una vez más había superpuesto su cabeza por encima de la morena, después de haber prometido dejar de hacerlo. La culpa la invadió completamente y sintió el deseo de golpearse por ser tan estúpida una vez más.

Con la voz de la morena sonando de fondo en el baño mientras se duchaba, su mente se llenó de pensamientos.

En parte, Rachel tenía razón. Si no hubiese sido casualidad, ese encuentro con los padres de la morena no se hubiera llevado a cabo. Ella todavía estaría temblando de nervios frente a la posibilidad de encontrarse con los hombres y a la mínima sugerencia de verlos, habría salido corriendo. Pero, por otro lado, eso era algo que haría la vieja Quinn. La nueva, aquella que había vuelto con la presencia de Rachel en su vida, ya no salía corriendo. Le hacía frente a las situaciones complicadas, incluso si no estaba preparada para tal cosa. Por ende, se enfrentaría al interrogatorio, a las acusaciones o cualquier otra cosa que Leroy le tuviera preparado.

Quizás no en ese momento. No con Rachel saliendo del baño envuelta en una toalla. Dejando a la vista sus largas y tonificadas piernas. Era plenamente consciente de lo abierta que estaba su boca mientras veía a la morena vestirse. Casi tan consciente como estaba del deseo abrumador que la invadió. Deseaba estar nuevamente con la joven camarera, hacer el amor con ella, pasar horas perdidas entre caricias y besos, pero así como era consciente de eso, también era consciente de que no era el lugar ni el momento indicado.

— ¿En qué piensas? —preguntó Rachel mirándola por encima del hombro mientras buscaba la ropa en el armario.

—En hacerte el amor —respondió Quinn sin filtro. Se llevó las manos a la boca, completamente horrorizada, cuando se dio cuenta de lo que había dicho—. Lo siento, no… O sea, sí pero…

—Respira —interrumpió Rachel entre risas. Se acercó a Quinn y la tomó nuevamente del rostro—. Desde que te he vuelto a ver, es lo único en lo que pienso yo también. Te extraño, Quinn, y te necesito, y… y no veo la hora de regresar a Nueva York para que estemos juntas otra vez.

— ¿Quieres que nos escapemos?

—Me encantaría pero le di mi palabra a la madre de mi novia que almorzaría con ella. No puedo romper esa promesa. Es más, ya deberíamos estar allí.

—Dos minutos más —pidió Fabray recostando su cabeza sobre el pecho de la morena.

Fue ahí que se dio cuenta que más que hacer el amor con la morena, lo que en realidad echaba de menos era el contacto con ésta. Sentir el refugio que el cuerpo de Rachel le proporcionaba, la calma en la que era envuelta cuando tenía a la morena cerca, el aroma que desprendía y que le servía a ella como bálsamo. Necesitaba volver a sentir que estaba recuperando esa normalidad a la que ella se había acostumbrado. Rachel acariciándole el pelo con extrema ternura y dejándole algún que otro beso en la cabeza, le proporcionaba la garantía que necesitaba para saber que estaba bien encaminada otra vez.

—Pasaron más de dos minutos, Quinn. Tengo que vestirme —susurró la morena separándola de su cuerpo. La rubia hizo un puchero con los labios a modo de protesta—. No pongas esa cara porque no cederé. No quedare mal frente a tu madre por tu culpa, así que suéltame para que pueda arreglarme. No quiero llegar tarde.

Muy a su pesar, la rubia le hizo caso a su novia. Se separó de la joven, no sin antes besarla con todo el amor que fue capaz de expresar, y dejó que Rachel caminara lejos de ella con intenciones de vestirse y peinarse correctamente.

No supo cuantos minutos esperó allí sentada en la cama de la morena, pero tampoco le importaba. Mientras veía a la joven pasearse de un lado a otro, cayó en la cuenta de lo importante que era aquel lugar para ellas. La habitación antigua de Rachel había sido testigo de las primeras veces de ellas juntas. La primera vez que expresaron como se sentían, la primera vez que hicieron el amor, la primera vez que Quinn se sintió amada por la otra chica. Aquella habitación, al igual que el Spotlight, era completamente especial en aquella historia de amor que las tenía como protagonistas a ambas.

En algún momento, Rachel ya vestida y enfocada en maquillarse, las miradas de ambas se cruzaron a través del espejo. La morena sonrió al reflejo provocando que el interior de Quinn, ya alborotado por todo lo sucedido hasta el momento, se alterara un poco más. A los pocos segundos, Berry siguió con su maquillaje pero la mirada de Quinn no se apartó de ella. A lo lejos de su mente podía escuchar retumbar los pensamientos que aún la perseguían respecto a lo sucedido en la sala de los señores Berry, pero su atención parecía querer enfocarse solamente en la joven frente a ella.

Cuando volvieran a Nueva York invitaría a Rachel a una cita. Se golpeó mentalmente por haber dejado de hacerlo ahora que estaban juntas. Que estuvieran en una relación no significaba que dejara de intentar conquistarla a diario. Rachel merecía ser adoraba cada día de su vida, y ella había sido una idiota por no haber hecho eso.

Una parte de ella ya planeaba usar esa cita como unas disculpas por todo lo sucedido esas semanas, y otra parte pensaba usarla como un nuevo comienzo, otro más, entre ellas. Pero esta vez, el comienzo venía con promesa incluida. Una promesa que ella pensaba cumplir a raja tabla. Había vivido en carne propia lo que era vivir sin Rachel, y no le apetecía para nada revivir ese infierno nuevamente.

—Ya estoy lista, ¿nos vamos? —preguntó la morena sacándola de sus pensamientos.

La respiración se le cortó cuando vio a Rachel parada frente a ella. Una cosa era ver a la morena a lo lejos y a través del espejo, y otra muy diferente era tenerla parada frente a ella con una sonrisa que era más nervios que seguridad. Guiada por su deseo más profundo, tomó a la joven por los hombros y tiró de ella para envolverla en un abrazo que tenía como misión hacerle sentir a Rachel que todo estaría bien, que aquel almuerzo con Judy y Frannie iría de maravillas y que al final del mismo terminarían adorándola.

—Estas hermosa —susurró sobre el oído de Rachel sintiendo como los brazos de la morena se aferraban más a su cintura—. Puedes respirar tranquila porque mi familia te amará casi tanto como lo hago yo.

Su cuello se erizó cuando sintió el suspiro de su novia chocar contra la piel. Segundos después, sintió la sonrisa de Rachel tirando de sus labios y que se contagió en ella. Quería quedarse en esa posición, ella rodeando a Berry con sus brazos y ésta con la cara escondida en su cuello, toda la vida si fuera posible. Había echado de menos eso, había necesitado ese contacto, esa intimidad, incluso por encima de hacer el amor. Había echado de menos a Rachel al completo y ahora que por fin la tenía junto a ella no quería dejarla escapar tan pronto.

No le importaba hacer esperar a su madre. Judy lo entendería, ella también estaba enamorada. Pero al parecer, a Rachel sí le importaba porque después de varios minutos en la misma posición, decidió separarse del cuerpo de Quinn. No sin antes haberse puesto de puntas de pie y besar a la rubia con todo el amor que fue capaz de expresar.

—No quiero llegar a mi primer encuentro con tu madre —dijo mientras tiraba de Fabray fuera de la habitación.

—A mí no me importaría —murmuró Quinn ganándose una mirada seria por parte de su novia—. Lo digo en serio. No me importaría dejar plantada a mi madre si eso significa pasar todo el tiempo contigo.

—Adoro cuando te pones cursi —confesó Rachel volviendo a subir el escalón que había bajado solo para besar a su novia nuevamente—. Y me encantaría pasarme todo el día contigo, lo juro, pero para tu madre parecía importante conocerme oficialmente como tu novia y quiero estar en buenos términos con ella. Te prometo que cuando estemos en Nueva York, tú y yo nos convertiremos en velcro.

— ¿Lo prometes?

—Quema mis películas favoritas si no cumplo —negoció Berry con una sonrisa que destilaba la veracidad de su promesa.

Tras haber sellado esa promesa con un nuevo beso, en conjunto con sonrisas grandes, Quinn se dejó arrastrar por su novia el resto de camino que les quedaba hasta la sala. Otra vez los nervios la atacaron cuando se vio de nuevo cara a cara con Leroy. Solo que esta vez, ella controlaba a los nervios, no los nervios a ella. Para su suerte, Hiram parecía estar distraído jugando con el niño, que Quinn sospechaba, era el hijo de Samantha e Isabelle.

—Veo que Seth ya despertó —observó Rachel soltando la mano de Quinn y acercándose al niño que la miró atento—: Cuánto has crecido, pequeñito.

—Lo suficiente para estar a tu altura —se burló Isabelle recibiendo como respuesta la falsa mirada asesina de Rachel. Quinn apretó los labios para no soltar una carcajada—. Te burlaste de mi creencia en las vidas pasadas, ahora te aguantas la devolución del favor.

—Izzy —regañó la esposa de ésta antes de mirar a Quinn y poner los ojos en blanco.

A Fabray toda esa situación le pareció divertida y pensó que verlo de esa forma le permitía relajarse completamente en aquella sala. La morena arrodillada frente al pequeño llamado Seth haciéndole payasadas para provocar la sonrisa del niño, la distrajo momentáneamente. Lo siguiente que supo fue que su novia se había despedido del pequeño con un beso en la mejilla seguido de la promesa de jugar más tarde. También se despidió del matrimonio invitado y por último de sus padres. Quinn no supo si enojarse o agradecerle el hecho de que le permitiera despedirse de todos los presentes con un simple apretón de manos.

—Ya estoy yo lo suficientemente nerviosa como para permitir que tú también lo estés —dijo una vez que estuvieron en el interior del coche de los señores Berry—. Te necesito enfocada, Quinn. Necesito saber que me cuidaras la espalda.

—Ya te lo he dicho, respira tranquila —afirmó la rubia tomando la mano de su novia—. Al final de esta comida, mi familia te adorará. Solo sé tú misma y ya verás como mi madre te adopta como parte de la familia. Confía en mí.

Rachel sonrió asintiendo con la cabeza. Quinn la vio llenarse los pulmones de aire cuando respiró profundo, con claras intenciones de serenarse, pero no dijo nada. Le dejó una última caricia sobre la mano a su novia y esperó a que ésta pusiera en marcha el automóvil de los señores Berry. El viaje hubiera sido en completo silencio si no fuera por la música que inundaba el vehículo. Quinn dio por hecho que esa era la forma en la cual la morena lograba calmarse. Para cuando llegaron a la vieja casa Fabray, Berry parecía seguir nerviosa pero un poco menos pálida de lo que estaba cuando salieron de la casa de sus padres.

Quinn no supo decir si el temblor que sintió, cuando tomó la mano de la morena para adentrarse en la casa, le pertenecía a ella o a su novia. Quizás a ambas. Ella tampoco estaba demasiado serena pero creía estar haciendo un buen trabajo de ocultamiento. Rachel necesitaba sentirse segura, y ella debía proporcionarle eso.

—Recuerda, todo saldrá bien —susurró Fabray una vez que estuvieron paradas frente a la puerta de entrada. Rachel asintió sin quitar la mirada de la puerta—. Te amarán. Y si no lo hacen, siempre puedes engatusarlos con tu canto de sirena. Funcionó conmigo.

Escuchar a la morena reír le dio cien años de vida más a Quinn. Se inclinó hacia el rostro de la joven y le dejó un beso en la mejilla antes de entrelazar sus dedos y entrar de una vez a la casa.

La última vez que ella y Rachel estuvieron juntas en aquella casa, la morena había discutido con su padre a causa de Brody; Alex y Alyson las habían encontrado en la entrada para luego llevar a la morena a su vieja habitación; Frank y Camille esperaban en la sala; y ella, Frannie y su madre mantuvieron una conversación en la cocina. Lejanos parecían esos días en los cuales elegía mantener alejada a su familia y de paso, alejar también a Rachel. Ahora simplemente no quería pasar ni un segundo alejada de aquella joven. Su mente visualizó a la vieja Quinn, extrañamente amorosa y cómplice, dándole una palmadita en la espalda a la nueva Quinn mientras le soltaba un «amor llegó a tu vida y no puedes ocultarlo ni negarlo». Si la vieja Quinn estaba orgullosa de la nueva eso ya se escapaba de sus conocimientos.

Escuchó varias risas y gritos que provocaron que volviera a la realidad. Rachel todavía seguía a su lado, igual de nerviosa que hace unos segundos pero con una sonrisa en los labios. Quinn siguió la línea de visión de su novia encontrándose con los causantes de tanto alboroto. Alex y Alyson parecían haber encontrado diversión en machacar a su padre a almohadazos mientras Zach les pedía que pararan porque la abuela Judy se enojaría si rompían algo de la casa.

—Tiempo fuera, tiempo fuera. La tía Quinn está aquí —señaló Zach con evidente cansancio en el cuerpo. Quinn no supo si reír o apiadarse de él cuando lo vio inclinarse con las manos en las rodillas para recuperar aire—. Ayúdame con los demonios, Q. A ti te hacen caso.

—No creo que…

— ¡Alex, la tía Quinn está aquí! —interrumpió Alyson parándose frente a los demás. Detuvo a su hermano por los hombros cuando éste, debido a la carrera que traía, casi no logra frenar a tiempo—. Más despacio, Turbo. Lastimaras a alguien. Ya te lo dicho.

—Lo siento —se disculpó el niño—. Hola, tía Quinn. Hola, novia de la tía Quinn.

— ¿Nov…?

—Zach, ella es Rachel Berry, mi novia. Rach, él es Zachary Gallagher, esposo de Frannie —presentó Quinn viendo como su cuñado y la morena estrechaban manos.

—Puedes llamarlo Zach —intervino Alyson que aún seguía agarrada a Alex.

—O papá, como Alyson y yo —agregó el niño ganándose algunas risas ligeras. Salió corriendo detrás de su hermana mayor cuando ésta le soltó un «es nuestro padre, no el de ella, tarado»

El silencio reinó entre los tres mientras veían a los niños salir corriendo de la casa. No llegaron a saber si Alex atrapó a Alyson o no porque su atención se vio captada por la presencia de Frannie parándose frente a ellos. La mayor de las Fabray sonreía como si deseara que en algún momento la cara se le partiera a la mitad a causa de eso. También llevaba puesto un delantal por encima de su vestido de color claro hasta las rodillas, indicio de que estaba ayudando a Judy con el almuerzo.

—Hasta que por fin llegan —reclamó mirando su reloj pulsera—. No es que estén retrasadas pero la verdad es que ya queríamos tenerlas aquí. Rachel… —llamó tomando la mano de la morena y tirándola hacia ella—, Ven, ayúdanos a mamá y a mí con el resto del almuerzo. Mamá está nerviosa porque no sabe si te gustará el arroz salteado con verduras y salsa de soja que ha hecho. Aquí entre nosotras —agregó en voz baja a modo de secreto—: no quiere meter la pata como la vez pasada con el postre de tres leches.

—Eso no tiene… importancia — aclaró Rachel siendo arrastrada por Frannie. Buscó explicación mirando a Quinn por encima del hombro.

—Luego te lo explico —prometió la rubia caminando más rápido para llegar junto a ellas—. Más despacio, Frannie. La lastimarás.

— ¿Qué? Oh, lo siento, Rach. Es la emoción. ¡Mamá, llegó Rachel!

Quinn intercambió una mirada con Zach pidiéndole ayuda para frenar un poco el tornado que era Frannie, pero fue completamente inútil porque el hombre se encogió de hombros con una sonrisa de disculpa en los labios. Luego, siguiendo a su esposa y a Rachel, entró el también en la cocina dejando a la rubia completamente sola fuera de ésta. No sabía con lo que se encontraría dentro de aquella habitación pero si quería seguir teniendo novia y compartiendo su vida con ésta, era mejor entrar de una maldita vez. Si estaban haciendo pasar a Rachel un mal momento, tomaría a la morena, la sacaría de allí y que su familia se olvide de ella para siempre.

Apenas puso un pie dentro de la cocina, lista para combatir si tenía que hacerlo, se encontró con Rachel levantando los brazos mientras Frannie le colocaba un delantal en la cintura y Judy, a pocos centímetros de distancia, ponía música en un viejo reproductor de CD.

—Ahí estas, Quinnie —habló su madre una vez que la música comenzó a sonar—. Le hemos dicho a Rachel podía elegir la música pero ha dicho que la sorprendamos. ¿Phil Collins está bien para ti, cielo?

Quinn iba a responder que sí hasta que se dio cuenta que su madre no le hablaba a ella, le hablaba a Rachel. La morena asintió con la cabeza antes de buscarla con la mirada. Quinn no supo qué decirle o hacer para tranquilizar a su novia porque ella estaba igual o más perdida que la joven con la actitud intensa de su familia. Deseaba gritarles que pararan de una vez, que estaban agobiando a Rachel, pero la voz no le salía y temía que expresarse de manera física fuera a causar más mal que bien. Su única esperanza era apelar a la comunicación silenciosa con Frannie pero ésta estaba tan perdida en Rachel que no le prestó atención. Su salvación llegó en forma de hombre casi cuarentón y de ojos azules.

—Dejen respirar un poco a Rachel —pidió Zach en tono divertido, aunque Quinn sospecho que lo decía de verdad.

Judy y Frannie lo miraron primero a él y luego a la morena. Parecieron darse cuenta de la situación porque ambas, en perfecta sincronía, se separaron unos centímetros de Rachel. En el rostro de la morena se formó una mueca pero Quinn no supo si era de alivio o de disculpas.

—Lo siento, estoy un poco nerviosa —se disculpó Berry con la mirada clavada en el plato frente a ella.

—Todos los estamos —confesó Judy encogiéndose de hombros y una sonrisa a juego—. No es la primera vez que conocemos a un no… a una pareja de Quinn pero… pero si es la primera vez que sentimos que es importante.

La rubia de ojos verdes sintió el calor recorriendo por su cuello de manera ascendente hasta anclarse en todo su rostro. Sintió el deseo de esconderse bajo tierra pero sabía que si lo hacía, Rachel quedaría completamente sola con su alocada familia. Por lo tanto, enterró en lo más profundo de ella toda la vergüenza que sintió y se obligó a simplemente estar pendiente de su novia. Nadie más que ella importaba ese día.

—Ella también es importante para mí —afirmó la morena con sus ojos marrones clavados en la rubia. La cocina quedo sumida en absoluto silencio hasta que la joven agregó—: Me alegro de estar aquí. Lo… lo digo en serio. A pesar de los nervios es… es bueno conocerlos al fin como la novia de Quinn y no como algo menos que eso.

«Y así es como se hace una presentación oficial», pensó Quinn golpeándose por no haber podido hacer lo mismo con los padres de la morena.

Sin duda alguna, Judy había caído rendida a la joven camarera después de eso. Quinn podía ver que, a pesar de ir con cuidado, su madre estaba a unos pocos segundos de abrazar a Rachel. Incluso le pareció ver como el cuerpo de su madre vibraba en anticipación. Frannie no parecía ser otro cuento, más bien, parecía lista para luchar con Judy para ver cuál de las dos le daba el abrazo de bienvenida a Rachel. Quinn buscó ayuda en su aliado más cercano que era Zach, pero éste estaba tan perdido mirando enamorado a Frannie, que la rubia se dio cuenta que era un caso perdido.

—Muy bien, familia, esto ya está listo —anunció Judy con una fuente de comida entre las manos. Por el aroma, hasta ahora desconocido para Quinn, supo que seguramente comerían lo mismo que Judy le había preparado a Rachel—. Todos a la mesa. Zach, abre el vino. Rachel, ¿Tinto o blanco?

—Hmm… ¿Blanco?

—Buena elección, buena elección —felicitó Judy. Quinn no sabía si lo hacía con honestidad o si era para que Berry se sintiera a gusto—. Zach, ya sabes que hacer. Frannie, busca a los niños y Frank… ¡Frank! Vayan sentándose que ahora me encargo yo de todo. No se preocupen. ¡Frank!

Quinn aprovechó el revuelo que se armó por seguir las órdenes de su madre, para acercarse a Rachel y sacarla de allí. El intento de fuga se vio medio truncado cuando intentó quitarle el delantal a la joven y éste no cooperaba por culpa de los nudos que Frannie le había hecho. Un minuto después, con Rachel tomada de su mano, logró salir de allí rumbo al comedor. Camille ya estaba sentada a la mesa, obviamente con el teléfono en la mano, por lo que no estaba pendiente de ellas. Fabray apoyó las manos sobre la mesa dejando que todo el aire tenso acumulado y el peso del cuerpo se escapan de ella.

—Lamento toda esta locura —murmuró antes de soltar una risa por lo bajo que no tenía ni pies ni cabeza.

Rachel se recostó sobre su hombro, también riendo de la nada —o quizás de puro nervio—. No supo cuánto tiempo se quedaron en aquella posición, riendo, dejando que los nervios y la tensión se escaparan de sus cuerpos de aquella manera. Lo que sí supo fue que aquel momento, aquella posición en la que estaban, quedarían inmortalizada en una fotografía. Rachel y ella miraron automáticamente a Camille cuando el ruido de la cámara del móvil las trajo de regreso a la realidad.

—Supuse que querrían un recuerdo de esta cena —comentó la joven poniendo los ojos en blanco después de haber apartado el teléfono móvil.

Quinn buscó a Rachel con la mirada, con la esperanza de compartir la sorpresa y confusión que ella sentía, pero se la encontró mirando a Camille con una sonrisa agradecida. Sabía lo que su novia quería hacer, incluso sin que lo dijera en voz alta. Por eso mismo, empujó suavemente a Rachel con el cuerpo y con un movimiento de cabeza la alentó a llevar a cabo su deseo. Berry sonrió, dejándole un beso en la mejilla luego, y caminó hasta Camille a quien abrazó por la espalda rodeándole el cuello con los brazos.

—Gracias, Coyote — dijo la morena dejándole un beso en la mejilla a la adolescente—. ¿Me muestras la foto?

—Solo si me sueltas —negoció Camille, aunque Quinn sospecho que no lo pedía en serio.

Rachel debió percibir lo mismo porque apretó un poco más el abrazo provocando la risa de Douson. Fabray podía escuchar a lo lejos el revuelo que estaba provocando su familia pero una vez más toda su atención estaba puesta en su novia y su hermanastra. Los ojos de Rachel se iluminaron cuando vio la fotografía y Camille sonrió tímida cuando Berry elogió su talento.

—Si alguien reconoce el talento cuando lo ve, esa es Rachel —opinó Quinn llamando la atención de las dos chicas—. Asi que, Cam, créetelo cuando te dice que eres talentosa.

—Lo dices porque me quieres —replicó Berry sonriendo.

—Lo digo porque es verdad —aclaró Fabray compartiendo la sonrisa—. Y también porque te quiero, sí.

—Oh, por Dios. La comida ya está llegando, no se coman entre ustedes —pidió Douson con una mueca de asco.

—Eso es verdad, ¡Todos a la mesa! —gritó Judy acercándose a la mesa. Rachel y Quinn se pusieron pálidas de golpe—. ¡Zach! ¡Frannie! ¡Niños! ¡Frank, cielo! ¡La comida!

«Esta locura va cada vez más a peor», pensó Quinn dejando escapar un resoplido. Rachel la buscó desesperada con la mirada y ella fue rápidamente a su encuentro. Se sentaron juntas al lado de Camille, que las miró con una sonrisa burlona, viendo como todos los demás se sentaba a la mesa. Judy y Frank, uno en cada punta de la mesa; Frannie y Zach con sus hijos en el medio, y ellas tres frente a la rubia y su esposo.

Vivieron un momento incomodo cuando, después de servir la comida, todos se quedaron en completo silencio mirándose unos a otros. Como si no supieran de qué hablar o cómo comportarse. Incluso Alyson y Alex parecían ser conscientes de que aquella comida era algo importante. Judy miraba a Quinn y de pasada a Rachel, Quinn miraba a Rachel, Rachel miraba a Quinn y luego a Judy, Frank y Zach parecían haber encontrado algo interesante en sus platos, Frannie usaba como excusa a sus hijos y Camille movía la mano con impaciencia. Como si quisiera agarrar nuevamente su teléfono.

—Me golpeé la rodilla —contó Alex con inocencia pura reflejada en su rostro.

Si todos escucharon el suspiro colectivo cargado de alivio, ninguno dijo nada. El silencio incomodo había sido roto y pensaban aprovecharlo.

—Ahora te cortaran la pierna —dijo Alyson ganándose la reprimenda de sus padres y la mirada asustada de su hermano menor—. Es broma. No soportan nada. —Antes de ganarse otra bronca, agregó—: Abuela, esta comida, que no sé qué es, te quedó deliciosa.

—Gracias, Al. ¿Qué opinas tú, Rachel? —preguntó Judy mirando a la morena.

Quinn sintió la pierna de su novia moverse frenéticamente casi al mismo tiempo que el resto del cuerpo se paralizaba por completo. La pregunta había tomado a Rachel por sorpresa y era más que obvio que la morena no se había preparado para entablar charla con Judy. No necesitaba leer mentes para saber lo que estaba pensando Berry. Con disimulo, y como recordatorio de que no estaba sola en aquel lugar, puso una mano sobre la pierna de Rachel para tranquilizarla. Segundos después, la mano de Berry se posaba sobre la de ella.

—Op-opino lo mismo que… que ella —respondió Rachel señalando con la cabeza a Alyson. Compartió una mirada rápida con Quinn que, al parecer, le sirvió como incentivo—. Gracias, señora Judy, por preparar algo pensando en mí. No… no hacía falta. Sé que ustedes no son veganos y que seguro fue un…

—No hay nada que agradecer —interrumpió la madre de Quinn con un movimiento de manos. La mitad de los que estaban allí comenzaron a comer, y la otra mitad estaba pendiente de la charla—. Eres nuestra invitada y, sinceramente, es un placer tenerte de regreso aquí. La última vez que nos vimos, me quede con ganas de hablar un poco más contigo. ¿Cómo has estado todo este tiempo?

«No menciones a Brody, no menciones a Brody», pidió Quinn mentalmente. Aunque no sabía si se lo pedía a su madre o a su novia. Por otro lado, ¿Qué se supone que debía responder la morena a esa pregunta? ¿«Ahora estoy bien después de que tu hija me hizo pasar unas semanas de mierda»? «¿Recuerdas que la última vez que estuve aquí hable de mi novio? Bueno, lo cambié por tu hija, obviamente. Por eso estoy aquí ahora», ¿Debía responder eso? Su mente dejó de vagar por esas absurdas preguntas cuando escuchó que Rachel hablaba de su nuevo proyecto como actriz.

La atención de toda la mesa se centró en la morena cuando comenzó a contar de qué se trataba el proyecto, con quiénes trabajaría y cuándo comenzarían las grabaciones. Quinn, en cambio, miraba a su familia. Judy parecía realmente interesada en cada palabra que Rachel decía, Frank también pero mayormente miraba enamorado a Judy. Frannie y Zach repartían su atención entre Berry y sus hijos, y Camille se dedicó a comer. Si alguien le hubiera dicho a Quinn tiempo atrás que llegaría a vivir ese momento de tranquilidad y felicidad, no lo hubiera creído.

Los dedos de Rachel comenzaron a moverse sobre su mano dejando caricias y cuando Fabray levantó la vista hacia su novia, supo que lo hacía de manera inconsciente. Lo tomó como una señal de que Rachel iba relajándose cada vez más. Y cuando sintió la falta de contacto entre sus dedos porque la morena comenzó a acompañar sus palabras con ambas manos, supo que su novia había dejado los nervios de lado y se había relajado por completo. Las sonrisas y carcajadas que dejaba escapar cada tanto, también funcionaban como prueba de eso.

Judy parecía haberse dejado atrapar también en esa burbuja cargada de anécdotas y e historias que les permitían conocerse a una a la otra. Quinn alternaba su mirada entre su novia y su madre, la comida en su plato olvidaba hacía rato ya, sintiendo como el corazón se le hinchaba de alegría. En algún momento de aquella comida, sus ojos también se conectaron con el resto de su familia encontrándose con la sonrisa cómplice de Zach, los ojos azules de Frannie rebosantes de un positivismo que le aseguraba que todo estaba yendo bien. Frank bajó la mirada, mitad avergonzado, mitad tímido, cuando Quinn lo descubrió mirando perdidamente a Judy. Camille, al igual que hace un rato, seguía comiendo.

—No estas comiendo, Quinnie —observó Judy después de haber compartido una enésima carcajada con Rachel.

—Es verdad. ¿No tienes hambre? —preguntó Berry con el entrecejo fruncido.

Un almuerzo juntas y ya se habían convertido en aliadas. Tenía el estómago cerrado a causa de los nervios, a pesar de saber y ver que su novia y su madre se llevaban bien a cada minuto que pasaba, pero para complacerlas se llevó un buen bocado a la boca. Cuando llevaba medio plato vacío, Judy y Rachel volvieron a compartir una nueva charla en la que, esta vez, participaron todos los demás. Frank y la madre de Quinn comenzaron a hablar de la boda y los preparativos; Frannie y Zach, luego que sus hijos abandonaron la mesa, comentaron que querían comprar una casa nueva pero que estuviera un poco más cerca de Lima para estar cerca de Judy. Quinn y Frank intercambiaron miradas pensando en la casa que el calvo había comprado en Columbus.

—Yo también tengo algo para decir —comentó Camille sin mirar a nadie en específico, aunque los ojos de Frank se clavaron en la joven—. Conseguí trabajo. Bueno,… Rachel me consiguió trabajo.

Fabray, sospechando cuál sería la reacción de Frank, apretó las manos bajo la mesa lista para golpear al novio de su madre si decía algo negativo. La mesa quedó en completo silencio a la espera de alguna palabra por parte del hombre y, mientras esté intercambiaba una mirada con Judy en la que se decían algo, Rachel volvió a colocar su mano sobre las de Quinn con intenciones de tranquilizarla.

—Eso es… Eso es maravilloso —dijo por fin Frank. Quinn se sorprendió por la honestidad en la voz del hombre—. Sé que lo harás bien, Cam. Gracias, Rachel, por hacer esto por mi hija. Es… es muy amable de tu parte. Ahora cuéntame, hija, ¿de qué trabajarás?

Quinn sintió repentina envidia por Camille. A ella también le hubiese gustado que Russel le hablara de esa forma, que le brindara su apoyo aunque sea en algo tan pequeño. Sin embargo, todo lo que había obtenido de su padre había sido lágrimas y dolor. Sintió un nudo formándose en su interior mientras veía a padre e hija hablar sobre el empleo. Le bastó mirar a Frannie un segundo para saber que su hermana mayor estaba sintiéndose igual que ella. Las caricias sobre sus manos se intensificaron, y cuando miró hacia el costado, se encontró con Rachel sonriéndole mientras le decía sin palabras que todo iría bien, que la falta de apoyo de Russel no importaba porque ahora estaba rodeada de personas que la querían bien y de verdad.

Después de un rato, en el cual los platos estaban completamente vacíos al igual que la botella de vino, la mesa se dividió en pequeñas grupos que charlaban de cosas diferentes. Frannie y Zach hablaban entre ellos metiéndose cada tanto en la charla que Judy, Quinn y Rachel compartían, mientras que Frank y Camille se adentraban cada vez más en una charla de padre e hija. Para alivio de Quinn, la charla que mantenía con su novia y su madre, no estaba cargada de anécdotas vergonzosas de ella. Quizás Judy gastó todo su arsenal en la primera cena con la morena. En cambio, se repartió entre seguir hablando del trabajo de la morena y los preparativos de la boda de su madre.

Casi en silencio, dejando que ambas mujeres se relacionaran un poco más, tomó los platos sucios y abandonó el comedor yendo directamente a la cocina. Soltó un «Yo me encargo» cuando Judy dijo que ella lavaría los platos. Le dejó un beso en la cabeza a su madre, cargado de cosas que quería decirle pero que no sabía cómo, y se alejó de allí. No sin antes haberle regalado también una sonrisa a su novia que evidenciaba la tranquilidad que quería transmitirle.

—Rachel se ganó a mamá completamente —comentó Frannie entrando también a la cocina. Quinn sonrió de espaldas a su hermana mientras seguía fregando los platos—. Jamás la vi tan divertida antes con algunos de tus ex-novios.

—Ninguno duró lo suficiente como para que mamá los conociera realmente.

—Tampoco es que lleves mucho tiempo con Rachel.

—Llevo enamorada de ella casi un año y medio, Fran. Tiempo suficiente para que salte a la vista lo realmente importante que es para mí, y que tan profundo caló en mi ser más allá de si estamos juntas o no —determinó, esta vez, mirando a su hermana que sonrió complacida—. Pero eso ya lo sabías, solo querías escucharme decir cursilerías.

—Me alegra que seas feliz —dijo Frannie abrazando a Quinn por la espalda—. Lo digo en serio. Ya te merecías algo así. Y estoy feliz de que compartas eso con alguien que te quiere de la misma manera, y que te quiere bien. Salta a la vista que se hacen felices mutuamente.

—Casi lo arruino —comentó en voz baja dejando el lavado de los platos a la mitad—. Fui una estúpida.

—Lo bueno es que te diste cuenta y lo solucionaron. Ya no te tortures por eso. Mejor disfruta el momento que estás viviendo —aconsejó la Fabray mayor recibiendo un abrazo por parte de Quinn—. Mi pequeña Quinnie ha crecido. Hasta tiene novia ya. Siento que me hago vieja.

—No seas idiota. No te haces vieja…

—Gracias.

—Ya eres vieja —se burló Quinn escapando del abrazo y saliendo a toda prisa de la cocina.

— ¡Vas a morir, Fabray! —gritó Frannie saliendo a correr detrás de su hermana menor.

Se corrieron mutuamente una a la otra en el patio trasero de la vieja casa Fabray. Aquella casa que las vio crecer, pelearse, amarse y volver a pelearse de nuevo, la casa en la que vivieron recuerdos tan felices como tristes. En algún momento de aquel extraño juego, se olvidaron porqué se corrían una a la otra, también se les unieron Alyson y Alex provocando que las risas se multiplicaran. El resto de la casa salió a ver la razón de tanto alboroto encontrándose con dos equipos formados por los hermanos, Quinn y Frannie, y Alyson y Alex. Quinn se sintió pequeña y feliz mientras correteaba tanto a sus sobrinos como a su hermana. Fue como volver a la época en la que su familia todavía no se había ido a la mierda. Aun así, sentía y sabía que repetiría esa historia una y otra vez si eso le garantiza el presente tan alegre y pleno que estaba viviendo.

Rachel sonriéndole amorosamente a la distancia llamó su atención. Al lado de la morena estaba Judy, que se inclinó para susurrarle algo al oído a la joven. Un poco más apartada estaba Camille que parecía querer unirse al juego. Quinn la invitó con un movimiento de mano, a lo que la joven negó con la cabeza. Fabray volvió a insistir y Douson aceptó poniendo los ojos en blanco. Esa falsa indiferencia divertía a Quinn. Camille había crecido sin hermanos, por lo tanto merecía sentir que ahora tenía dos hermanas mayores y dos sobrinos con lo que jugar.

Los ojos de Rachel volvieron a captar completamente su atención y, mientras escuchaba las risas de sus familiares corriendo detrás de ella, supo que si los Dementores atacaban en ese momento, ella tendría un recuerdo feliz para invocar a su Patronus.