Prólogo
A veces navegamos con el viento, a veces en contra, pero debemos navegar, no estar a la deriva, ni echar el ancla.
Oliver Wendell Holmes Sr.
Observé a la doctora Maya Hermanasen, atónita. Más bien, estaba en shock, porque la veía sin verla. Sus palabras rebotaban en mi cerebro como un salvapantallas de Windows. Estaba desconcertada y todo parecía borroso a mi alrededor. ¿Había escuchado bien? ¿No era un engaño de mi imaginación? El repentino contacto de la mano de mi madre sobre mi hombro me despejó, haciéndome salir de mi burbuja de confusión. Era un agarre fuerte y sereno, tal como ella. Aunque cuando vi como brillaban sus ojos azules, comprendí que también estaba nerviosa por la situación. Inspiré hondo y volvía a centrarme en la doctora Hermanasen.
― ¿Podría repetirlo? ―pedí, luchando porque mi voz sonara calmada―. Por favor.
La doctora apoyó los antebrazos en su escritorio, inclinándose hacia adelante para aproximarse a mí.
―Los resultados muestran que presentas un caso avanzado de miomas. Los miomas son tumores benignos y no cancerosos que surgen en el tejido muscular del útero. Esa es la razón de que hayas sufrido sangrados abundantes y cólicos dolorosos ―Hizo una pausa, examinando nuestras reacciones―. Debido a la pérdida de sangre has presentado las anemias que te preocupaban ―explicó, fijando su mirada en mí―. Generalmente, no se convierten en tumores malignos. Solo le ocurre al 0,05% de la población que lo sufre.
Apretó el agarre de mi hombro con gesto tranquilizador. No me había dado cuenta de lo nerviosa que estaba hasta que me masajeó con ademán tranquilizador. Sin embargo, sabía que no era la única.
― ¿Hay algún tratamiento? ―preguntó mi madre. Era firme, pero pude comprobar, al ver las arrugas formadas en las comisuras de sus labios, que estaba realmente tensa.
―Hay una amplia variedad. Sin embargo, depende del caso. En principio, debería bastar con pastillas anticonceptivas para ejercer un cierto control sobre el periodo, la toma de analgésicos para reducir el dolor, además de ciertos suplementos de hierro. También están las inyecciones de hormonoterapia, que sirven para reducir el tamaño de los miomas. Sin embargo, para el caso de Astrid...
La doctora hizo una pausa que me puso los pelos de punta. El agarre de mi madre en mi hombro se crispó.
― ¿¡Qué!? ―interrogamos a la vez, demasiado exaltadas para controlar adecuadamente nuestra voz.
La doctora no se sorprendió ni reaccionó ante nuestro arrebato. Con calma, prosiguió su explicación.
―El caso de Astrid se encuentra muy avanzado. Como he dicho antes, la situación no apunta a que se corra riesgos a que los tumores se conviertan en malignos. Sin embargo, el dolor irá a más. La opción más sensata sería practicar una histerectomía.
― ¿Eso qué significa? ―cuestioné, sin comprender. Tenía el ceño fruncido y una molesta jaqueca. Me negaba a permitir que mi nerviosismo me superara, pero mantenerlo bajo control me estaba provocando un gran esfuerzo.
―Es una operación para la extirpación del útero.
― ¿Extirpación? ―repitió mi madre, más angustiada de lo que ella misma habría querido―. ¿Quiere decir que no podrá tener hijos?
La doctora, calmadamente y con el semblante serio, asintió. Fijó su mirada nuevamente en mí. Quizás se dio cuenta de mis dientes apretados o de la tensión en mis hombros, que suavizó su voz con ademán tranquilizador.
―Es una operación muy común a día de hoy. Una de las más comunes en el área de la ginecología.
¿Creía que temía a la operación? ¡Era una Hofferson! Algo como eso no podía asustarme. Sin embargo, no podía negar que me encontraba un poco... Turbada. Aquello no era como la vez que me habían tenido que operar porque se había desplomado un muro encima de mí. Ni cuando me operaron de apendicitis. Eso tenía una connotación extraña. Más definitiva. No lograba ver ante mis ojos que tan extrema era, pero algo en mí lo sabía. Tenía claro que tenía un final que desconectaba de muchísimos caminos. Algunos que ni siquiera conocía.
Mi madre pasó su brazo por mi espalda, agarrando mi otro hombro con la intención de acercarme a ella y abrazarme.
― ¿De verdad es la única forma? ―preguntó, estudiándome sutilmente con la mirada. Aunque intentó encubrirlo, pude apreciar su creciente preocupación.
La doctora se mantuvo un momento en silencio, reflexionando sobre lo que iba a decir, antes de decidirse a responder.
―Si es vuestro deseo, se pueden probar los otros métodos. Sin embargo, opino que al final solo serán alivios temporales. Al final, no quedará más opción que realizar la histerectomía.
― ¿De cuánto tiempo estamos hablando? ―cuestioné, en voz baja, sin detenerme a pensar―. ¿Con cuánto tiempo cuento hasta que el dolor sea insoportable?
―Depende de tu metabolismo ―respondió, leyendo las dudas en mi rostro―. Unos meses, quizás.
Miré a mi madre. Se había vuelto a cuadrar de hombros, mostrando la fuerte mujer que era. Tan serena y resuelta. Sin embargo, había apreciado el dolor en su voz cuando había sido consciente de que no tendría nietos. Era su única hija. Y era consciente de lo importante que era la descendencia para mi familia. Así que, siguiendo el impulso que me guiaba, volví a hablar.
― ¿Los suficientes para quedarme embarazada?
― ¿Astrid!? -exclamó mi madre, observándome sorprendida.
La doctora, en cambio, me miró con ojos perspicaces. Estaba analizando mis palabras y midiendo mis reacciones. ¿Creía qué me estaba dejando llevar por el pánico o qué? Como respuesta a su escrutinio, me enderecé y obligué a mi cara a relajarse. Hasta ese momento no me di cuenta de lo que me dolía el espacio entre mis cejas, de tan fruncido que había tenido el ceño.
―Podría ser posible ―reconoció al fin―. Sin embargo, no podrías probar ninguna de las otras opciones que existen para solucionar el asunto. Además, debido a las circunstancias, incluso podría catalogarse a tu embarazo como de riesgo. Es posible que se produzca un parto prematuro, debido al insuficiente espacio en el útero. Y, teniendo en cuenta la situación de los miomas de tu útero, es muy posible que sea necesaria una cesárea para el parto.
Miré a mi madre y a la doctora, confusa con mis propios arrebatos, pensamientos y sentimientos. ¿Qué debía hacer? Las dos mujeres en la habitación me dieron mi espacio, esperando en silencio, pacientemente, a que tomara mi decisión.
― ¿Puedo tomarme unos días para pensármelo? ―pedí finalmente, con un pesado suspiro.
¿Quedarme embarazada a los dieciséis años o no tener hijos biológicos jamás? No era una decisión que pudiera tomar a la ligera.
Recostada en mi cama, mirando aburridamente al techo, dejaba que mis pensamientos zumbaran molestamente en mi cabeza adolorida. Me había tomado un medicamento contra el dolor, pero mi jaqueca parecía estar riéndose de mi esfuerzo. Daba la impresión que pesados bloques de hormigón pendían de mi cabeza con la clara intención de hundirme en el suelo.
¿Qué debía hacer? ¿Debía probar los medicamentos y, en caso de que no funcionaran, aceptar la operación? ¿O debía presuponer que no funcionarían y tener un bebé? Bebé. La palabra me hundió aún más en el mi colchón, asfixiándome. Hasta el momento, me había creído muy mayor, con mis dieciséis años recién cumplidos. De repente, me sentía tan pequeña... No estaba en mi carácter sentirme tan indefensa y débil. Pero, en serio, ¿un bebé? ¡Yo misma era un bebé! ¿Cómo sería capaz de ser madre? Madre. Otra palabra que me arrebató el aliento. Era absolutamente imposible. ¿Cómo iba a poder ser la madre de un bebé con dieciséis años?
No es que odiara la maternidad ni nada por el estilo. Es que jamás me la había planteado. A mi edad, ¿quién lo hace? Y ahora tenía la obligación de tomar esa decisión a toda prisa, a marchas forzadas. Un bebé suponía un completo cambio de vida, de forma definitiva. Mi modo de vida, mi forma de distribuir el tiempo, mis intereses... Todo cambiaría, irremediablemente. Incluso mis amistades.
Sin saber por qué, recordé las palabras de mi madre al salir aquella mañana de la consulta:
―Astrid ―me llamó, obligándome a detenerme en medio del pasillo―. Cualquier cosa que hagas estará bien. Contarás con mi apoyo.
Tan directa como siempre, soltó lo que pensaba sin recelo. Me rodeó con sus brazos y me llevó, estrechándome contra ella, al coche. Cuando iba a separarse de mí para abrir el coche, hablé:
―Gracias, mamá.
Mi madre se sorbió la nariz, sin embargo no se permitió soltar lágrima alguna.
Era obvio que mi madre deseaba tener un nieto biológico. Aunque no lo dijera, ese era su deseo. Y me ayudaría en todo lo que estuviera en su mano para que saliéramos adelante. Sin embargo, ¿qué deseaba yo?
¡Hola!
¡Traigo una historia nueva! Lo sé, lo sé. Parece que creo diez mil historias y no concluyo ninguna. ¡Pero no me puedo resistir cuándo se me mete una idea nueva en la cabeza! Hasta que no la escribo, no tengo posibilidad de continuar los otros fics.
En fin, espero que este pequeño prólogo os haya gustado. Prometo que el primer capítulo será más largo; y que Hipo aparecerá para crear algún momento #hiccstrid ~(˘▾˘~).
En fin, antes de que os vayáis, me gustaría comentar una noticia. He creado un usuario en Twitter. Desde ahí comunico casi todas las noticias y eventos que tienen que ver con mis historias, así que os invito a seguirme. Al igual que en Wattpad, podéis encontrarme como MeimiCaro.
Pues, con esto y un bizcocho, ¡nos leemos en el próximo capítulo!
P.D.: ¿Os gusta la portada? Yo estoy enamorada de ella. Y de la magia del Photoshop, por supuesto xD.