Para Arya.
Tú eres mi sueño.
Estás aquí, te has vuelto real.
Ahora déjame tratar
de hacer realidad el tuyo.

IV-2

Epilogo: Cuídame

La luz pálida del sol se filtró por la ventana acompañada del alegre trinar de las aves en la distancia. El viento soplaba afuera, meciendo las hojas de los árboles, despertando aromas naturales, recogidos en la profundidad del bosque donde hombre alguno perturba a la naturaleza.

Los parpados de Wanda temblaron un poco al abrirse y sus pulmones se llenaron por completo del aire de la mañana. Una mañana fría que la chica recibió bajo sus pesados cobertores. Se talló los ojos con somnolencia y echó atrás el cabello de rojo intenso.

Estaba despierta.

Los postes de la cama adoselada le dieron los buenos días y sus ojos se acostumbraron a la luz del día que se colaba discreta pero inevitablemente desde afuera. Un peso extraño oscilo brumoso sobre su corazón. Algo que había soñado la había afligido y aun despierta podía sentir esa angustia danzando en su mente como una silueta de humo rápidamente dispersada por la briza matutina.

Sea lo que la hubiera preocupado de su sueño, se había ido, desapareció de su corazón en el momento en que recuperó la conciencia y todo vestigio de aquel sueño quedó fulminado por la luz que penetró por sus ojos.

Seguramente no era nada importante si había logrado olvidarlo tan fácilmente.

Se quitó las cobijas de encima, sus pies buscaron por el frio alfombrado del piso un par de pantuflas. La chica se ciñó el largo batón que le servía como pijama y caminó al otro lado de la habitación donde un espejo de cuerpo entero la esperaba. Se miró un minuto y tomando de sobre el tocador un listón para amarrarse el desarreglado cabello rojo.

Su vista se perdió en su imagen. Delante de sus ojos, su reflejo le devolvía una mirada perdida, distante. Se quedó de pie un segundo frente al espejo, sin moverse, sin decir nada ni pensar en nada realmente. En su mente había una extraña calma, vacía de pensamientos o preocupaciones que a ella se le antojó extraña, pero tranquilizadora.

Permaneció así un momento, hasta que algo la sacó de su contemplación. Un olor tibio y dulce se elevaba hasta su habitación demandando su atención poderosamente. Olía como a mantequilla y jarabe de maple. El aroma se agolpó en su mente tomando forma visible, trazando la imagen en su imaginación de deliciosos y espesos hot cakes con tocino y jugo de naranja fresco.

¿Qué la tenía tan distraída? No lo sabía. Tener la mente libre de preocupaciones era algo bueno un estomago vacío no era ni remotamente tan agradable, así que decidió deja la cuestión por la paz y bajar a la cocina a comer algo. Talvez podía aclararlo durante el desayuno.

Wanda se dio la vuelta, dejando que su reflejo hiciera exacto lo mismo y cruzó el cuarto hasta la puerta que se encontraba discretamente abierta.

―Buenos días, veo que estas despierta.

La chica se detuvo de pronto sobresaltada dando un ligero respingo pues no esperaba toparse con alguien de pie en la puerta de su habitación.

Y no venía solo, cargaba en sus manos una charola bien provista de todo lo que ella pretendía bajar a buscar y un poco más: un tazón con fruta en trozos, un vaso con leche y uno con jugo de naranja, un pequeño florero lleno de agua con un tulipán anaranjado y en el centro, como atracción principal, una orden generosa de hot cakes con tocino y mucha mantequilla. El jarabe estaba en un frasquito a un lado.

El olor del sabroso desayuno llenó la nariz de la chica que, despegando los ojos de la comida levantó la mirada para ver a quien la sostenía. Complexión delgada, sonrisa en el rostro y abundante cabello castaño cano.

―Buenos días ―respondió la chica dejándolo pasar.

―Te has levantado antes. Esperaba sorprenderte con el desayuno en la cama. ―respondió Peter ofreciéndole la charola.

―Pues estoy aquí, has traído el desayuno y aquí está la cama ―Wanda tomó la bandeja y sentándose sobre la cama, la dejó a un lado tomando de ella los cubiertos ―y definitivamente me has sorprendido.

―Todo salió respecto a lo planeado entonces ―respondió el chico sentándose en un banquito frente a la cómoda, con una sonrisa radiante, mirándola comer.

―¿Tu no desayunarás nada?

―Ya lo hice. Me levanté temprano a limpiar los gallineros, asear el ático, traer agua del pozo, ir al pueblo a hacer las compras y atender a los caballos. Aproveche después para desayunar y bajar a dar un paseo junto al rio.

―Pues me has traído mucho, no creo poder comerlo todo.

―¿No tienes apetito? ¿Te sientes mal?

―No es eso. Sabes que no como tanto. Tendrás que ayudarme. ―le alcanzó el plato donde medio hot cake no se enfriaba del todo todavía.

―Ni hablar ―tomó el plato con una mano mientras con la otra le vació encima al panqueque una dotación de jarabe generosa en extremo, para luego pincharlo con el tenedor ―para eso estamos los hermanos mayores.

Wanda terminó la fruta, vació el vaso de jugo dejando algo en el de leche para Peter y se sintió tranquila y despreocupada. De alguna manera, la extraña inquietud que había sentido al despertarse, aquella extrañeza residual de aquello que había soñado, se desvaneció totalmente tan pronto sus ojos se cruzaron con los de su hermano.

―Estaba pensando ―dijo luego el chico limpiándose el rostro con una servilleta ―la corriente del rio está muy tranquila y no hace tanto frio hoy como ayer. ¿Qué te parece si ensillo los caballos y salimos a cabalgar un rato? Podemos llegar hasta el paraje pasando el rio donde está el viejo columpio, jugar un rato ahí, llevar una canasta y hacer un picnic a la hora del almuerzo ¿Qué opinas?

La luz del sol había inundado ya la habitación de Wanda desprendiendo destellos dorados de los muebles y las paredes y haciendo que una agradable sensación de calidez inundara su corazón. La idea del chico le pareció especialmente buena, no recordando cuando fue la última vez que pasaron tiempo juntos, sin mirar el reloj, sin angustiarse, como cuando eran niños.

―Me parece una idea excelente.

―No se diga más. Mientras tú te vistes yo Iré a preparar todo. Compré un frasco de aceitunas que seguro harán buen juego con algo de jamón y una botella de vino… ―Peter se puso de pie como propulsado por un resorte y salió con paso vivaz y alegre de a habitación. Sus pasos se alejaron como cabalgando a la distancia sobre las escaleras.

Wanda sonrió mirando su reflejo nuevamente en el espejo para luego buscar en su armario ropa cómoda para montar y unas botas.

La canasta para el picnic estaba ya dispuesta de antemano cuando Peter volvió a la planta baja. Había tenido tiempo de sobra para prepararla y planear pasar una linda mañana con su hermana. No era una persona especialmente suspicaz ni madura, pero se había propuesto hacer lo que fuera para hacer cada minuto de la vida de Wanda lo más feliz posible.

Después de todo, ellos solo se tenían al uno al otro. Había sido siempre así y sería así siempre.

Mientras su hermana se preparaba, los ojos del chico vagaron por la sala hasta la mesa de centro donde había dejado el correo por la mañana, después de recogerlo.

Puso a un lado las cuentas y el diario para descubrir cerca del final una carta que a pesar de estar dentro de un sobre cualquiera, escrito con letra de imprenta resaltaba por la inmaculada blancura del papel.

Peter la examinó un momento con el ceño fruncido, sosteniéndola apenas con dos dedos como si temiera que se tratase de un objeto peligroso.

"Srta. Wanda Maximoff…" se leía en el frente del envoltorio con letra impresa, clara y negra, junto al llamativo logotipo de Industrias Stark en una esquina.

El joven resopló, en parte molesto y restándole importancia se acercó a la calefacción y arrojó la misiva en el fuego, para luego atizarlo hasta que el papel se hubo consumido por completo.

No tenía curiosidad en leerla. Sabía perfectamente lo que decía, pues antes había leído y quemado un sinfín como aquella. Las cartas en realidad eran el menor de sus problemas.

Y es que había una razón por la que Peter se levantaba temprano todos los días, revisaba el correo y hacia las compras desde muy temprano. Había una razón por la que se había desecho del televisor, la radio y el teléfono. Una cosa era arrojar cartas al fuego, otra muy distinta ser abordados por extraños en la calle, captar mensajes inusuales entre la estática del televisor o recibir llamadas inesperadas por teléfono.

Si Peter no estaba alerta, era posible que aquellas señales trataran de alcanzar a Wanda aun escribiendo en las propias nubes.

Por eso, un día como aquel, despejado y claro, prefería pasarlo fuera de casa, en el bosque, haciendo todo lo posible por hacer sonreír a su hermana. Ella se lo merecía después de todo lo que había sufrido en su otra vida.

Y aunque ahora estaban juntos, a salvo en un mundo hecho por y para ellos, aún ahí eran alcanzados eventualmente por los intentos constantes de los poderes del mundo de afuera que pugnaban sin descanso por perturbar su sueño apacible e intentar despertar a Wanda para obligarla a volver a una realidad horrible y desabrida que ella despreciaba.

No. Despertar no. Dormir. Querían adormecerla, para que volviera a aquella nefasta pesadilla en la que solía estar atrapada. Porque para ella y Peter, ese mundo nuevo donde estaban juntos, eran hermanos y vivían felices, era ahora el mundo real.

No había para ellos nada más allá de esto.

La chica se miró al espejo. Usaba un ajustado pantalón de gabardina, blusa de botones y se había puesto encima un lindo chaleco a juego. Con el cabello recogido en una coleta rebuscó en su cajón un par de diminutos aretes que lucir en los oídos cuando de pronto sintió que algo se cerraba en torno a su abdomen apretándola.

Un par de brazos masculinos se reunieron justo bajo los pechos de la chica abrazándola fuerte desde atrás.

―¿Qué pasa? ¿Está ya todo listo?

―Todo listo ―respondió Peter llenando sus pulmones del aroma del cabello de la chica para luego aplicar un beso tierno directamente sobre su cuello.

Ella sonrió retorciéndose con un delicioso cosquilleo.

―¿Qué haces? Acabo de vestirme y si sigues con eso, ni tu ni yo saldremos de la habitación esta mañana.

―De acuerdo. Lo dejaré para más al rato entonces. ―se rio un poco el chico, tomándola de la mano para que ella se girara y lo mirase ―Usted tiene una cita con un rio y un columpio.

―Bien, espero no pretendas atacarme por sorpresa en medio del bosque. ―salió de la habitación tras él, tomando un sombrero para el sol.

―Si te lo digo ya no sería un ataque sorpresa.

Afuera el sol brillaba radiante. No había una sola nube en el cielo. De quererlo así, Wanda podía hacer llover por la tarde, para refrescar el ambiente y obligar a los dos chicos a volver a la casa, buscar refugio, quitarse la ropa empapada y compartir su temperatura corporal. Ella podía hacer lo que quisiera, ese era su sueño, pero no lo hacía conscientemente, pues no sabía que estaba soñando. Su poder fue tan grande, que no solo creó un mundo nuevo para Peter y ella, sino que manipuló su propia mente, para obligarse a olvidar, obligarse a soltar el dolor y abandonar por completo la realidad, dejándose completamente en las manos de Quicksilver quien era el único que conocía el secreto. Como una especie de protector y carcelero, sólo él poseía la llave y podía, si así lo deseaba, romper la burbuja y despertarla nuevamente, destruyendo así, la que era para ellos, su nueva realidad.

Y lo sería siempre pues él no dejaría que Wanda despertara jamás.