CAPÍTULO 8

Volví a tardarme, lo sé, pero deben saber ustedes que me llevan días escribir los capítulos. De verdad, ¡días! Y entre la escuela y todo, es fácil que me distraiga un poco. De cualquier forma, ¡aquí está! Y espero lo disfruten.

WARNING: RedQueen implied, pero SwanQueen es endgame y seamos sinceros, después de este capítulo no habrá forma que de que me odien. También sube el el rate a T porque lo bueno comienza ya, aún así no hay nada grafico aun.

Disfruten y déjenme saber qué piensan. Igualmente pueden encontrarme en Tumblr como jerriesdaughter o Twitter como fixmepesy. Podemos discutir la historia o podemos discutir OUAT y lo trashy que se está volviendo con esta sexta temporada.

LONG LIVE THE EVIL QUEEN. Y, claro, SWAN QUEEN.


Emma

Se dejó caer sobre su cama y miró directamente al techo. Después cerró los ojos y comenzó a regular su respiración.

Habían pasado ya cuatro días desde que sus labios habían vuelto a probar los de la alcaldesa. Cuatro días desde que se habían casi devorado la una a la otra con besos agitados y llenos de confusión, pero atracción genuina.

¿Después de eso? Regina y ella habían vuelto a la normalidad, con comentarios sarcásticos y discusiones innecesarias como, por ejemplo, si la foto de ella y Henry debería ir enmarcada en algo pequeño o ir en grande sobre la chimenea de la sala de estar. Emma defendiendo que de ampliarla quedaría mal y Regina aferrándose a la idea de tener la foto en grande. Pero la rubia sabía que la foto podría ir del tamaño que quisiera, sólo estaba llevándole la contraria a Regina porque le gustaba la forma en la que sus ojos parecían arder cuando Emma sonreía socarronamente, o como se muerde el labio cada vez que no sabe cómo responder a todo lo que le lanza la rubia. Todo aquello provocando hormigueos en las extremidades y el vientre de la rubia.

Y la ojiverde quería resistirse, ni siquiera quería pensarlo, pero cada vez que cerraba los ojos Regina le venía a la mente, de inmediato conectándola a aquella tarde en el sótano de la castaña. La rubia podía casi jurar que podía seguir sintiendo la suavidad de los labios de la alcaldesa sobre los suyos o, mejor aún, la rudeza de sus dientes al morder su labio inferior.

Emma gruñó, porque pensar en Regina la hacía sentirse mareada y la hacía sentir algo que no quería sentir. Sí, la alcaldesa era tremendamente caliente y la rubia ya había aterrizado ese punto desde el primer momento en que posó ojos sobre ella, pero todas esas pequeñeces que Emma comenzaba a notar de Regina eran cosas que estaban empezando a asustarla.

Respiró profundamente y sus manos viajaron a sus labios. Apretó los ojos mientras su cerebro revivía, una vez más, el recuerdo del beso.


¿Y te molesta? —preguntó, haciendo que Regina hiciera una mueca. Pero pronto, la alcaldesa negó con la cabeza mientras se mordía el labio inferior— ¿Quieres que te vuelva a besar para aclarar esos recuerdos?

Regina se quedó quieta, y sus ojos se quedaron fijos en los de Emma. La ojiverde la miraba de una forma que, en vez de ponerla incomoda, hacía arder la piel de la alcaldesa.

Emma estaría mintiendo si dijera que la cercanía de Regina no la estaba poniendo nerviosa, que toda aquella seguridad que estaba mostrando era sólo una máscara. Pero una de las dos debía ponérsela ahora que todo aquello que había intentado evitar todo el día, había salido a relucir.

Dime, Regina, ¿quieres revivir lo de anoche?

La alcaldesa no tuvo que responder, al menos nada verbal, pues en el momento que se lamió los labios Emma sólo pudo inclinarse un poco más. Su aliento chocó contra los labios de la alcaldesa y, después de mirarse fijamente una fracción de segundo, la castaña cerró los ojos y la rubia unió sus labios en lo que fue primero un beso suave y lento, para después volverse rudo y desesperado.

Se dejaron caer en el suelo y, después de dar la vuelta en el suelo, pronto Regina se encontraba arriba de Emma sintiéndose incapaz de separar sus labios de los de la rubia.

Los minutos pasaron, y se habían separado repetidas veces para ganar un poco de aire para sólo volver a besarse y dejar que sus manos exploraran el cuerpo de la otra, ganando así que pequeños gruñidos y gemidos fueran sofocados por besos, cada uno más desesperado que el anterior.

Emma —murmuró Regina, separándose un poco y sentándose a horcajadas sobre la rubia. Y, a pesar de la falta de luz en la habitación, la fotógrafa sabía que los ojos de la castaña estaban oscurecidos por el deseo al igual que los suyos.

Shh —dijo Emma sentándose con Regina aún en su regazo.

Pasó la mano por el cabello de Regina, sorprendiéndose de la suavidad de éste, y pegó sus labios una vez más con los de la alcaldesa. Regina movió la cadera haciendo gemir a ambas.

Los labios de la rubia viajaron de los de Regina hacia su barbilla, y después hacia su cuello. La alcaldesa dejó que sus dedos se enredaran en los largos rizos rubios mientras apretaba un poco más con cada beso que se acercaba justo a su punto débil.

Emma —repitió Regina en un gemido, luchando por mantener la compostura que sabía hace rato había perdido.

La fotógrafa comenzó a morder el cuello de la alcaldesa, y casi lamentó no poder tener vista exacta de cómo Regina se mordía el labio para sofocar su grito.

¿Mami? —la voz de Henry se escuchó en el piso de arriba, pero si bien pudieron no escucharlo también pareciera que lo estaban ignorando. Regina volvió a mover la cadera— ¿Mami, ¿dónde estás? —volvió a llamar el pequeño castaño, y esta vez ambas mujeres bajaron el ritmo, pero ninguna quería perder contacto con la otra— ¡MAMI! —gritó Henry, desesperado por no encontrar a su madre.

Regina y Emma esta vez lo escucharon, y se separaron de golpe mientras comenzaban a regular sus respiraciones agitadas. La alcaldesa se levantó, la rubia imitándola, y comenzó a arreglarse la ropa, que estaba hecha jirones y su cabello también, que estaba enmarañado.

Ninguna dijo nada, pero Emma suspiró cuando la alcaldesa abandonó el sótano dejándola sin aire y pidiendo más.


La rubia gruñó. Maldita fuera Regina Mills y su capacidad de ponerla así. Revivir el beso ayudaba menos, cada vez era peor el recordarlo porque Emma pronto se encontraba frustrada y deseando más.

La fotógrafa se mordió el labio mientras cruzaba las piernas y presionaba sus piernas una contra la otra para alivianar un poco la tensión que comenzaba a formarse entre sus piernas.

Su mano comenzó a viajar por su vientre; estaba sola, aún faltaba para que Mary Margaret y Henry llegarán y David estaba en la veterinaria de turno matutino y vespertino, ¿qué más daba? Después de todo, era culpa de la alcaldesa que Emma se encontrara así.

Desabotonó su pantalón y justo cuando comenzaba a juguetear con el elástico de su ropa interior, su celular comenzó a sonar. Emma gruñó, pero decidió que lo mejor era ignorarlo, dejándolo sonar mientras ella continuaba con su actividad. Sonrió ampliamente cuando se hizo silencio en la habitación, y se permitió cerrar los ojos para comenzar a imaginarse a la atractiva alcaldesa.

Abrió un poco las piernas mientras sus dedos bailaban en su vientre; a la rubia le gustaba jugar, incluyendo su persona, para llevar a quien fuera a su límite. Volvió a morder con fuerza su labio inferior cuando por fin decidió meter la mano debajo de su ropa interior.

Su celular sonó una y otra vez, haciéndola gruñir mientras se sentaba en la cama y estiraba la mano para alcanzar el aparato que estaba en la mesita de noche. Era un número desconocido, pero ya tenía tres llamadas perdidas, al parecer.

— ¿Si? —contestó bruscamente, y después respiró profundamente. No debía enojarse.

— ¿Se encuentra la señorita Swan? —una suave y tímida voz se escuchó de otro lado.

— Ella habla, ¿quién es? —dijo Emma, ya más tranquila.

— Es del ayuntamiento. La alcaldesa Mills solicita su presencia de inmediato, pide que por favor venga a su oficina lo antes posible —dijo la voz tímida, que Emma asumía era la asistente de Regina.

— ¿Regina está bien? —preguntó de inmediato, sorprendiendo a Emma en el proceso por el tono de preocupación que ahora era dueño de su voz.

— Sí, sólo quiere verla de inmediato —contestó la asistente.

— Bien, voy para allá. Gracias —y cortó la llamada.

Suspiró y miró otra vez al techo después de tumbarse nuevamente en la cama. ¿Para qué quería verla Regina? Sólo ella sabía. Pero la pregunta era, ¿por qué demonios Emma estaba emocionada de ir, por fin, al ayuntamiento y poder ver a Regina?

Sacudió la cabeza y se levantó; comenzó a acomodarse la ropa, y arreglarse un poco. Era mejor averiguar qué era lo que la alcaldesa quería pronto.


Regina

El bolígrafo estaba entre sus dientes; era un hábito terrible, su madre llevaba reprendiéndola desde pequeña por eso, pero no encontraba otra forma de calmar aquellos nervios que estaba sintiendo. Había pedido la presencia de Emma en su oficina y eso la tenía al borde.

Es por Henry, se recordó Regina, nada de esto tiene que ver con lo del sábado.

Pero Regina sabía que todo tenía que ver con lo del sábado, porque desde ese día la castaña encontraba imposible arrancarse a Emma de mente y mucho menos de la piel.

La alcaldesa aún podía sentir las manos de Emma, recorriéndola con suavidad y provocando que la piel de Regina ardiera. La castaña podía recordar sus gruñidos mezclados con los de la fotógrafa, tornándose más necesitados que el anterior. Y de no haber sido por Henry...

Se detuvo. No. Su hijo no tenía la culpa, de hecho, podría ser su salvador; detuvo a su madre de cometer un posible error, pero con la frustración que la estaba comiendo viva no estaba muy segura de que se arrepentiría si lo cometería.

Su mente viajó a su problema actual. Había pedido la presencia de Emma la oficina, jurándose a sí misma que se trataba de algo relacionado con su hijo —que era totalmente cierto— aunque ella misma sabía que sus razones brillaban con otro motivo.

En las últimas noches, Regina se había sentido caliente. Y dios sabía que eso no le había pasado en años; el tiempo había pasado y su ahora inexistente vida sexual no había parecido querer revivir hasta que Emma Swan había decidido que regazo era el lugar perfecto para que la castaña se acomodara mientras la rubia atacaba sus labios y su cuello. Beso tras beso, la ropa interior de la alcaldesa iba asegurando su viaje al bote de basura, puesto que no había duda de que Regina había deshecho su —ridículamente cara— lencería. Pero su hijo las había interrumpido, previniendo que su madre se fuera por un camino del cual no había regreso y, al mismo tiempo, dejándola necesitada y frustrada.

El recuerdo de Emma había comenzado a subir su temperatura gradualmente, y la alcaldesa terminó cruzando las piernas y mordiendo el bolígrafo con fuerza. Soltó un pequeño gruñido cuando apretó las piernas, metiendo presión a la parte que más lo necesitaba y provocando que cierto —y muy leve— alivio le recorriera el cuerpo.

Su mano cayó en su regazo, dejó el bolígrafo sobre la mesa y comenzó a morderse el labio inferior. ¿Aquí, Regina? ¿En serio?, pensó sintiéndose ridícula por no poder controlar sus hormonas.

Su teléfono comenzó a sonar, provocando que diera un respingón y recordándole por qué no podía aliviar ninguna necesidad en aquel momento.

Maldita fuera Emma Swan, pensó mientras alzaba el teléfono y lo pegaba a su oreja.

— ¿Sí? —dijo lo más tranquila que pudo.

— La señorita Swan está aquí, ¿la dejo pasar? —preguntó su asistente, tímida como siempre.

— Dígale que me espere cinco minutos, ¿sí? Después puedes dejarla pasar, por favor —pidió. Y después de escuchar el sí por parte de su asistente, bajó el teléfono.

Se levantó y comenzó a limpiar su escritorio un poco. Después se plantó frente al espejo y comenzó a retocar su maquillaje y a arreglarse el cabello. Volvió a sentarse en su escritorio, y en ese momento la puerta de su oficina se abrió así que fingió estar ocupada con los reportes que le había mandado Graham aquella mañana.

— ¿Regina?

La voz suave de Emma inundó sus oídos, haciendo que sus manos temblaran un poco y que cierto rubor tiñera sus mejillas. Respiró profundamente y, después de asegurarse de que sus mejillas ya no ardían, miró hacia los ojos verdes que estaban frente a ella.

— Señorita Swan, un placer que se haya dignado a venir —dijo neutra—. Estoy segura de que llamé hace media hora y que la palabra inmediato estuvo involucrada.

Emma rodó los ojos y metió las manos en sus bolsillos. Pero la simple acción le pareció diferente a Regina, la rubia parecía más atractiva ante sus ojos. Sí, la fotógrafa ya le parecía atractiva, pero ahora sentía cierto hormigueo recorrerle al verla bien. Era como si ahora realizará que estaba ridículamente atraída hacia ella.

— Bueno, llamaste en un momento... —titubeó y Regina no dejó pasar el rubor que cubrió las mejillas de la rubia— inadecuado. Pero ya estoy aquí, ¿para qué querías verme?

Regina se levantó y silenciosamente le indicó que se sentara con ella en el sofá. Lo hicieron, y fue como si la tensión se hiciera más densa con la proximidad que compartían. Tanto Emma como Regina parecían a punto de saltar sobre la otra y terminar lo que Henry había provocado que dejaran a medias.

Tal vez si pruebo una vez, la necesidad deje de existir, pensaron ambas.

— Quería saber si podías cuidar a Henry esta tarde —soltó la alcaldesa después de decidir que no debería siquiera pensar que necesitaba de Emma—. Lo haría yo, pero hay una razón por la que no puedo encargarme de mi hijo por más que quiero hacerlo. Aparte Mary Margaret y David saldrán por su aniversario, bueno es una sorpresa para Mary Margaret, y David me avisó a penas. Ruby tiene el turno de la tarde y de la noche, y...

— Lo haré —le cortó Emma.

Regina la miró y abrió un poco la boca. La rubia se inclinó un poco, su mano sobre el sofá a escasos centímetros de la pierna de la alcaldesa. La castaña se mordió el labio y se obligó a guardar la compostura.

— ¿De verdad? —preguntó intentando volver al tema.

— Sí, Henry es un niño genial. No tengo problema —Emma volvió a sentarse derecha, reprimiendo el impulso de saltar sobre Regina y arrancarle esos pantalones y esa blusa, que tenía tres botones abiertos—. Bueno, sí hay uno...

La alcaldesa alzó una ceja. — ¿Oh?

— No sé cocinar, y dudo que quieras que el pequeño de cinco años ingiera una deliciosa hamburguesa de Granny's. Digo, yo como eso, pero dudo que dejes que Henry lo haga —sonrió Emma.

Regina quiso reír, pero ella no hacía eso menos frente a Emma. O al menos no debía, porque ella era la alcaldesa y debía guardar la compostura. Pero su cuerpo comenzaba a reaccionar diferente con Emma; era como si aquellos dos besos cambiaran su punto de vista y su forma de ser con Emma. Por eso, los días anteriores había vuelto a su actitud irritante y distante, pero cada día que pasaba, más quería acercarse a la fotógrafa.

— Henry lleva una copia de la casa en el fondo de su mochila, es en caso de que Mary Margaret tenga una emergencia y necesiten ir a mi casa —explicó Regina—. En el refrigerador hay comida, intenta no quemar mi cocina ¿de acuerdo? Después de Henry y Rocinante, es lo que más amo en la vida.

Emma sonrió. — Sí, mi capitán —Regina asintió y se levantó, sintiendo la necesidad de poner más distancia entre ella y la rubia antes de que saltara sobre la ojiverde y le arrancara la ropa. Pero Emma pensaba diferente— Regina... —su mano tomó la muñeca de la alcaldesa, y ésta miró la pequeña unión como si su piel ardiera del simple contacto. Y tal vez lo hacía.

— Señorita Swan, ya debería de ir en camino por Henry —dijo después de escasos minutos, conectando sus ojos con los de la fotógrafa.

— Llegaré en un abrir y cerrar de ojos, y lo sabes —Emma se levantó y tiró de Regina—. Pero tenemos que hablar. Necesitamos hablar.

Los ojos de la castaña de inmediato viajaron a los labios de la ojiverde, inconscientemente lamiéndose los suyos. Después miró hacia arriba y se encontró con la sonrisa socarrona de Emma. Entonces de alejó, liberándose del agarre de la rubia.

— ¿Hablar? ¿Sobre qué?

— ¿De verdad vamos a fingir que no pasó nada? —preguntó Emma, se acercó y Regina dio un paso hacia atrás— ¿Vamos a fingir que no te arde la piel con deseos de tenerme cerca otra vez? Quisiste repetir el beso, podemos hacerlo de nuevo y más. Yo sé que quieres más.

Emma estiró los brazos y tomó a Regina de la cintura, atrayéndola y pegándola hacia ella. Sus labios acariciaron vagamente el cuello de la alcaldesa; la rubia no sabía de dónde había sacado la valentía para hacerlo, pero Regina no parecía rechazarla o queriendo arrancarle la piel centímetro a centímetro.

— Señorita Swan, esto es altamente...

— ¿Inapropiado? —se burló Emma— Aquella noche, cuando estabas borracha, intentaste más que sólo besarme. Eso sí, fue inapropiado. Querías tanto que tomara ventaja sobre ti, y yo y mis modales tuvimos que retener el impulso de irme sobre ti y arrancarte la ropa —Regina jadeó cuando una de las manos de Emma viajó hasta su trasero y la atrajo más. Sus labios se pegaron a la oreja de la alcaldesa—. Intenté marcar mi distancia, pero insististe al día siguiente en estar cerca de mí. Casi rogaste por el segundo beso, y cuando se volvió más inapropiado contigo a horcajadas sobre mí moviendo la cadera y provocándome, nuevamente tuve que verme decente y pensar en tu hijo que necesitaba a su madre aun sabiendo que yo también necesitaba de ella —mordió el lóbulo de Regina y la alcaldesa suprimió un gemido—. Dime, alcaldesa Mills, ¿esto te parece inapropiado? Porque a mí me parece más que justo y necesario.

— Señorita Swan —jadeó la castaña mientras los labios de Emma viajaban de su oreja a su cuello.

La rubia lamió su punto débil y después soltó una mordida, haciendo que Regina jadeara aún más. Las rodillas de la alcaldesa temblaron, pero la fotógrafa la tomó con más fuerza.

— Por más que odie cuando me llamas así, no voy a negar que en este momento me encanta —gruñó Emma—. ¿Vas a volver a rogarme por un beso?

Regina bufó, aunque fue más una mezcla de un bufido con un gemido pues los sentidos de la alcaldesa luchaban por no concentrarse en la magia de los labios de la fotógrafa.

— No ruego, señorita Swan —apuntó y con toda su fuerza, física y de voluntad, tomó de los hombros a Emma y la alejó de su cuello y el peligroso camino que estaba tomando—. De hecho, creo que eres tú la que está rogando en este instante.

La ojiverde la miró con los ojos entrecerrados y después una pequeña sonrisa se dibujó en sus rosados labios.

— Rogaré todo lo que quieras por tan siquiera un beso —la alcaldesa sonrió triunfante—si aceptas que te sientes irremediablemente atraída hacia mí. Que te gusto —murmuró.

Regina rió. Ambas sabían que la respuesta brillaba en sus ojos, los cuales estaban oscurecidos en deseo, pero la alcaldesa no podía –ni debía– permitírselo.

— Quisieras, pero no —sonrió y el dedo índice de la alcaldesa recorrió desde el vientre de la fotógrafa hasta su barbilla—. No me gustas, Emma. Son casi dos semanas, ¿cómo podría hacerlo?

Por un segundo, los ojos de la rubia se nublaron con una infinidad de sentimientos provocando que, por primera vez, los de Regina se nublaran con arrepentimiento y que las ganas de morderse la lengua crecieran en su interior.

— La atracción es una cosa curiosa, igual que el amor ¿sabías?

— ¿Amor? Creo que es algo...

Aparece en un abrir y cerrar de ojos, Regina. A veces tardas en darte cuenta, pero eso no significa que no esté ahí desde el primer día —tiró más de Regina y sus labios acariciaron los de la alcaldesa—. Puedes resistirte todo lo que quieras, alcaldesa, incluso podemos pelear cuánto quieras a esta altura ya es sexy, pero tarde o temprano vas a caer.

Emma no era ajena a la mirada puesta en sus labios, ni como la castaña se mordía los propios.

Una corriente eléctrica se apoderaba del cuerpo de la alcaldesa, y ella misma sabía que Emma tenía razón, pero no podía dársela.

Si bien, Regina ardía en deseo por la fotógrafa, ella misma no quería permitírselo. Llevaba años sin pareja, años sin tener más de una cita con una persona porque su corazón estaba atado a Daniel, incluso en su ausencia. Y se sentía tan mal querer a otra persona, pensarla tan siquiera, que no podía permitírselo. ¿No era eso una traición a la memoria de su fallecido prometido?

Sin embargo, la rubia había logrado meterse bajo su piel desde el primer día. Desde el momento en que sus ojos se plantaron en la fotógrafa en aquel parque, Regina sólo sintió curiosidad y ganas de provocar a la rubia para llevarla al límite. Pero ahora, ¿qué se supone que debería de estar sintiendo aparte de las ganas de desquiciar a la rubia? ¿No se supone que simplemente se detestaban?

Ambas se lamieron los labios, y Regina decidió que podría averiguar todo aquello por su cuenta más tarde, siempre y cuando no perdiera la oportunidad de probar los labios de la ojiverde y tal vez saciar su hambre. Se acercaron aún más, ambas cerrando los ojos mientras la lengua de Regina delineó el labio inferior de la rubia. Ambas jadearon con anticipación sabiendo que venía después, y justo cuando estaban a punto de cerrar el trato, el teléfono de Regina sonó. La alcaldesa no supo si reír o gruñir con frustración, pero decidió que no haría nada.

— Será mejor que vaya por Henry, alcaldesa —Emma fue la primera en hablar, dando pie a que Regina diera un paso hacia atrás y asintiera—. Hasta en la noche, Regina. Ya continuaremos.

La alcaldesa quiso replicar, pero para cuando una respuesta se formuló en su mente la fotógrafa ya había abandonado su oficina. Su teléfono volvió a sonar y, después de acomodarse la ropa y el cabello, fue a contestar.


— ¡Me estoy volviendo loca, Ruby!

La alta castaña vio desde su cama como la atractiva alcaldesa se movía de un lado a otro en su habitación, a la cual había sido arrastrada contra las miradas reprobatorias de su abuela, pero ambas sabiendo que Regina estaba en medio de un colapso mental.

— A ver si entendí, ¿Emma y tú se besaron y no sabes cómo sentirte? ¡Eres peor que una adolescente hormonal! —rió Ruby y Regina sólo se detuvo para mirarla como si quisiera apuñalarla— Bien, no es gracioso, pero en serio Regina, no es un gran problema.

La alcaldesa cerró los ojos y se detuvo en medio de la habitación de Ruby. Era un gran problema, porque después de que la fotógrafa había abandonado su oficina Regina había dejado de pensar menos en ella.

Todo el cuerpo de la alcaldesa le pedía a gritos llegar a casa ya, aunque ella misma se había forzado a ir hablar con Ruby antes de siquiera aparecerse en su propia mansión. Pero es que Emma era casi tóxica, llenándola de una necesidad que se negaba a sentir.

No, no había ningún problema con que Emma fuera una mujer porque antes de Daniel, Regina había estado con Mal, su ex mejor amiga y su ex novia. Pero lo que sí era un problema era como la alcaldesa, con cada segundo que pasaba, sentía unas incontrolables ganas de estar con la rubia. Era como si un simple beso comenzara a hacer click dentro de ella, y eso la estaba asustando porque no podía ser.

— Lo es, ¿sabes? No puedo sentirme así —se dejó caer en la cama, a lado de Ruby, y ambas se acostaron en la cama.

Ruby tomó la mano de Regina, entrelazando sus dedos y después dándole un leve apretón mientras dejaban que el silencio se hiciera denso.

Regina y Ruby habían compartido más que simples besos inocentes en los últimos años. La alta castaña se había convertido en la confidente de la alcaldesa; sí, Regina tenía a Mary Margaret, Belle y Kathryn también y significaban mucho para ella, pero Ruby había logrado acercarse más. Así que no fue de sorprenderse cuando Regina se acurrucó en el pecho de Ruby y esta última abrazó a la alcaldesa con fuerza sin soltar su mano.

— ¿Qué pasa, Regi? ¿Por qué Emma Swan te tiene tan alterada?

No, Ruby estaba lejos de estar celosa. Porque sí bien ella y Regina habían sucumbido un par de veces a sus deseos estando borrachas, y se habían unido más que las demás, Ruby amaba a Regina como si fueran familia y era mutuo el sentimiento.

— No puedo, Ruby. ¿Sucumbir a los encantos de Emma Swan? ¡Nunca!

Ruby rió levemente, pero detuvo a Regina de siquiera intentar alejarse de ella.

— ¿Esto es porque se odian, según tú? Déjame decirte que todos somos conscientes de la tensión sexual qué hay entre ambas —le dijo la mesera.

— ¿Esto no es como ser infiel, Ruby? —preguntó, ignorando a su amiga y continuando con lo que torturaba su mente— No puedo pensar en Emma Swan como alguien más que sólo caliente mi cama, ¿sabes? Eso sería una traición a Daniel, no puedo sentir más...

— ¿Daniel? —Ruby se sentó de inmediato y Regina sólo se elevó en sus codos— ¿Regina, ¿qué pasa?

Los ojos de la alcaldesa se cristalizaron y la mesera sintió algo romperse en su interior. Estiró los brazos y envolvió a Regina en un abrazo mientras la escuchaba sollozar.

— Tengo miedo, Ruby —admitió Regina entre sollozos—. No tengo idea de qué demonios está pasando.


Emma

Henry se colgó de su pierna y la fotógrafa rió, mientras era atacada desde abajo por un tierno puchero.

— No baño, Em-ma —suplicó Henry, sacando el labio inferior y abriendo mucho los ojos.

Así que con ese puchero cae tu madre, rió Emma mentalmente. Se inclinó y levantó a Henry tomándolo de las axilas, con cuidado.

— Jovencito, para tener cuatro años...

— Cinco —la corrigió Henry enseguida.

— Bien. Para tener cinco años, eres toda una maquina manipuladora —el pequeño castaño frunció el entrecejo, confundido y curioso por la palabra—, te prometo explicarte después, pero mi punto es que... —se acercó un poco más, quedando a escasos centímetros de Henry— tal vez con tu madre funcionen esos pucheros, pero yo soy la inventora de la manipulación y no funcionan conmigo. Y tu madre ordenó específicamente que debías darte un baño.

Hubo un diminuto silencio entre los dos, hasta que Emma comenzó hacerle cosquillas y Henry comenzó a retorcerse en los brazos fuertes de la rubia.

— Me rindo, me rindo —chilló intentando deshacerse de las manos hábiles de la fotógrafa.

— ¿Oh? Pero pensé que no querías ducharte.

La ojiverde alzó una ceja mientras que el pequeño Henry se mordía el labio y escondía la mirada. Emma comenzó hacerle cosquillas levemente y Henry rió.

— Sí quiero, sí quiero.

Emma rió y lo cargó con fuerza. Ambos comenzaron a subir las escaleras y Henry la guio hasta su habitación. El pequeño desgraciado tiene su propio baño, pensó Emma mientras lo bajaba sobre la cama.

— Muy bien, campeón, iré calentando la bañera y tú te vas desvistiendo, ¿qué tal eso?

Henry asintió y ella fue directo al baño que había en la habitación del niño. Se arrodilló junto a la bañera y abrió ambas llaves para que el agua comenzara a llenar la tina.

Su mente comenzó a divagar, pensando en el caso beso que compartían Regina y ella aquella tarde, las palabras de Regina negándose a su atracción y como Emma sintió un pequeño dolor en el pecho al ser rechazada –de nuevo–, para después ver brillar en los de la alcaldesa que todo era una mentira y que no sabía si era más para la rubia o para sí misma.

Y ahora estaba ahí, en el baño del hijo de la mujer que la estaba confundiendo por dentro. Emma ni siquiera era buena con los niños, pero estaba ahí cuidando a Henry como si fuera algo natural y no estaba segura si se trataba de lo fácil que era Henry de cuidar o que una parte de ella deseaba con ganas complacer a la alcaldesa y mostrarle que era más que una simple cara bonita andando.

La rubia no entendía; había una corriente eléctrica que la recorría de pies a cabeza cada vez que veía a la castaña, también cierto hormigueo en los dedos, su corazón se aceleraba y sentía un lazo atrayéndola a la alcaldesa, y Emma simplemente no entendía nada.

Sí, Regina era ridículamente atractiva, tal vez una de las mujeres más atractivas con las que se había topado en la vida, pero nada de eso explicaba porque sentía todo aquello como si fuera más que atracción física.

Tal vez se había puesto celosa de Ruby aquella noche en el bar, pero eso no debía significar nada porque seguramente eran celos de que ella no había podido tener a Regina físicamente. Sin embargo, esa misma noche lo hizo, y al día siguiente otra vez, y aquella misma tarde había estado a un paso de tenerla, pero ella seguía ardiendo en celos por Ruby, imaginando que la mesera ya había compartido la cama de Regina.

Emma no quería pensarlo, pero sólo se había sentido así una vez y eso había sido un desliz cuando se enamoró de Neal. Pero esto era un error, debía serlo por su bien porque Emma no quería ni siquiera pensar en Regina Mills de una forma romántica, de hecho, no quería pensar en nadie así porque no estaba segura de que podría aguantar un corazón roto, mucho menos cuando la muerte de su abuela apenas cumpliría dos meses.

— ¿Emma?

El pequeño Henry apareció en la puerta del baño, atrayendo a Emma justo a tiempo para cerrar las llaves del agua. El castaño se cubría con vergüenza y Emma sonrió cálidamente.

— Dame un segundo, ¿sí? ¿Tienes juguetes que quieras usar? — Henry asintió— Ve por ellos y vuelve.

El castaño desapareció, olvidando su vergüenza, y fue en busca de sus juguetes. Emma terminó de preparar el baño y esperó al regreso de Henry.


Ya era más tarde cuando la rubia se encontraba bajando las escaleras, con ella ropa aún húmeda por el desastre que Henry y ella habían hecho en el baño – claro, Emma había limpiado todo después–, y ahora se dirigía para lavar los platos de la cena después de haber llevado a Henry a la cama.

Regina había avisado que llegaría tarde y que esperaba Emma no tuviera inconveniente con quedarse un poco más hasta que August o ella llegaran a casa. Y claro, al leer el recordatorio de que August vivía bajo el mismo techo que la alcaldesa Emma había vuelto a sentir esos celos arder.

La puerta principal se abrió, y la perfecta Regina Mills apareció. Lucía cansada, apenas siendo capaz de sostener su propio peso. Y cuando sus ojos se conectaron con los de la rubia, Emma supo que había llorado y una necesidad de abrazar y proteger a Regina la abrumó que incluso se sintió algo mareada.

— Señorita Swan, estás hecha un desastre. ¿Henry está bien?

La alcaldesa desvió la mirada de la de Emma, incapaz de poder sostener la idea de que la rubia realmente podía ver a través de ella.

Regina se metió en la cocina y Emma fue detrás de ella. La rubia se apresuró a servirle una taza de café a la castaña, y pronto se puso a lavar los trastes mientras que la alcaldesa tomaba un asiento junto al mesón. Ninguna mencionó lo doméstico de la situación.

— Henry está bien, de hecho, ya está durmiendo y limpié el baño y la habitación —sonrió Emma mirando sobre su hombro, notando de reojo que Regina sacaba un pedazo de pastel de chocolate del refrigerador y comenzaba a comerlo como si su vida dependiese de ello—. Es algo juguetón en el baño, ¿sabías? Pequeño causa problemas —rió.

Regina rió levemente. — Eso significa que le agradas, ¿sabes? Conmigo no lo hace porque no lo dejo, y no lo hacía con sus tres intentos de niñeras porque definitivamente no las quería. Por algo terminó bajo los cuidados de Mary Margaret.

Emma intentó ignorarlo, pero el tono de voz de Regina se le estaba metiendo bajo la piel. Era como si la castaña se sintiera demasiado cansada para luchar, casi derrotada.

La ojiverde terminó de lavar los platos, y después de secarse las manos se sentó frente a la alcaldesa a través del mesón.

La fotógrafa estudió detenidamente a la alcaldesa, mientras esta última disfrutaba de su pedazo de pastel y su café. Y notó como las manos de Regina temblaban, notó como la alcaldesa hacía pausas para respirar profundamente y también notó que una lagrima recorría su mejilla hasta chocar con el mesón.

— ¿Regina? ¿Estás bien?

Emma saltó de su asiento y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba junto a la castaña. Regina no tardó en limpiar sus lágrimas, y miró a la rubia, con los ojos cristalinos y rojos. La rubia no sabía, no entendía por qué dolía tanto verla así.

— Estoy bien, fue una noche pesada —confesó dándole un trago a su café—. Y ya es tarde y no fui yo quien metió a mi hijo a la cama. Soy peor de lo que pensé.

La rubia frunció el ceño y, como si fuera la acción más normal del mundo, tomó las manos de Regina entre las suyas.

— ¿De qué hablas? ¡Eres una excelente madre!

Regina la miró a los ojos y no pudo encontrar más que sinceridad en aquellos ojos verdes. Pero la castaña se sentía cansada, y saber que aquella vez no había llegado para el ritual antes de dormir por sus problemas personales y no laborales la hacían sentir mal. Demasiado mal.

— Siempre estoy ocupada, Henry merece que esté siempre con él —continuó Regina.

— Bueno, eso no pasaría si tuvieras a alguien —la alcaldesa alzó una ceja y Emma rio suavemente—. No me estoy ofreciendo... aún —la curiosidad no abandonó los ojos de la castaña—. El punto es que, le ofreces a Henry todo lo que puedes darle y a veces está bien faltar. No eres la mujer maravilla, aunque tampoco estás lejos de serlo —Emma acarició la mejilla de Regina.

— Lo dices como si supieras qué es que te hagan falta, ni siquiera yo lo sé y no quiero que Henry se sienta solo nunca...

— Oh, pero yo sé qué es que te hagan falta tus padres, sé qué es la soledad y que nunca estén —Regina abrió la boca para replicar, posiblemente preguntar, pero Emma la detuvo—. Prometo contarte, pero no esta noche. Es más sí recuerdo bien, me debes tres clases de equitación y quiero la primera mañana.

Regina la miró y se esforzó por esconder una sonrisa. — Señorita Swan, ¿segura que quieres...

— Mi punto es —alzó la voz haciendo que Regina guardara silencio—, Henry te adora, Regina. ¿Sabes cuantas veces estuviste presente en el día? Si no te mencionaba, actuaba como tú. Henry quiere ser como tú. Y bajo todo ese brote psicótico que a veces te da, eres una gran mujer.

Regina la miró fijamente, y pronto le ofreció una gran y sincera sonrisa, algo a lo que Emma no pudo resistir y se la devolvió.

— Ni creas que por esto te comenzaré a llamar "amor" —rió Regina.

La ojiverde rodó los ojos y se acercó más a Regina. Hizo el típico movimiento de poner un mechón detrás de la oreja de la alcaldesa y luego deslizó sus dedos por su mejilla hasta su barbilla, alzó suavemente la barbilla de Regina y se inclinó un poco más.

— Emma servirá por ahora —plantó un suave beso en la nariz de la castaña, sorprendiendo a ambas—, aunque debo recordarte que Señorita Swan tiene efectos graciosos en mí —su voz se volvió más grave y bajó de volumen— ¿quieres descubrir cuáles son?

Regina rió levemente mientras que su mirada divagaba por los labios de la ojiverde—. ¿De cuándo acá eres tan directa? Es como algo gradual, ¿cierto?

La rubia se encogió de hombros y se inclinó para besar a la alcaldesa, pero, como siempre, no corría con mucha suerte y August entró a la casa gritando "Honey, I'm home" haciendo a Regina reír y a Emma reprimir un gruñido.

Quería a August, realmente lo hacía, pero en aquel momento no se sentía nada más que ganas de matarlo por haber matado su momento.

Esos celos eran incomprensibles y a Emma no le gustaban, sin embargo, estaba dispuesta sucumbir a ellos si estos le daban a cambio tan siquiera un maldito beso.

— Oh, no estamos solos, cariño —sonrió August y Emma terminó de enderezarse—. Swan, ¿intentas robarme a mi mujer?

El castaño se acercó a Regina y le plantó un beso en la frente, para después rápidamente robarle un trozo de pastel y un sorbo a su café.

— ¿Tu mujer? La última vez que revisé era alcaldesa Mills, no Booth —sonrió Emma, para después darle un beso en la mejilla.

— Fallas técnicas —August se encogió de hombros y robó otro pedazo de pastel, ganándose un manotazo por parte de Regina.

— Tampoco veo un anillo —apuntó Emma, intentando seguir la corriente juguetona y sofocar sus necesidades asesinas contra August—. De hecho, tampoco la veo a ella quejándose. No lo hace ahora y no lo hacía cuando...

— Basta, los dos —se apresuró hablar Regina. La rubia no pudo evitar preguntarse si la alcaldesa no quería que August se enterara por una razón muy diferente a enterarse por vergüenza—. August, hay más pastel en el refrigerador, deja de comerte el mío. Y, Em-ma, no hay necesidad de ventilar todo mi día ¿sabes? —la fotógrafa sonrió al ser llamada por su nombre de pila y Regina le devolvió levemente la sonrisa—. Por cierto, ya es tarde, no deberías irte así. Tengo otra habitación de huéspedes que...

— No lo creo —le cortó Emma—. Iré a casa de Mary Margaret, no quiero importunar. Pero, si necesitas que mañana vuelva a cuidar a Henry, sabes dónde llamarme ¿de acuerdo?

La rubia se levantó y fue a despedirse de August, después miró a Regina y sonrió levemente, sin saber qué hacer, y después dio media vuelta para salir de la cocina.

Escuchó murmullos en la cocina cuando sacaba su chaqueta del armario y pronto Regina apareció, antes de que siquiera pusiera la mano sobre el picaporte.

— Emma —otra vez esa dulce voz inundó sus oídos, bendiciéndola al pronunciar su nombre otra vez. La rubia la miró y terminó de acomodarse la chaqueta—. Yo sólo quería...

— No lo hagas —sonrió Emma y abrió la puerta.

— No tienes ni idea de qué...

— Ibas a agradecerme por cuidar a Henry; no lo hagas, porque realmente no fue nada —Emma salió de la casa y Regina se quedó recargada en el marco de la puerta—. Entonces, ¿mañana para mi clase de equitación?

Regina alzó una ceja y rió levemente. — ¿Oh? ¿Era en serio lo de la clase?

— Muy enserio, alcaldesa Mills —se acercó y se inclinó un poco— ¿A las once está bien? Después de eso, el almuerzo lo pago yo.

La castaña se mordió el labio y fingió valorar la situación. Después se encogió de hombros.

— Una apuesta es una apuesta, ¿no? Y tú me recoges, ¿estamos? Nos vemos en el ayuntamiento a las once, señorita Swan —le apuntó Regina, pero Emma no pudo detenerse y le robó un beso en los labios, suave y fugaz—. ¿Emma, qué...?

— Te dije que mostraría qué hace en mí el que me llames así —sonrió inocente—. Tal vez continúe haciéndolo. Buenas noches, Regina —se inclinó y robó otro beso, dejando más aturdida a la alcaldesa.

Y cuando comenzó a caminar por el pequeño sendero en su jardín hacia la entrada, pudo atrapar un pequeño y jadeante "Buenas noches, Emma".

Se subió al escarabajo amarillo y suspiró. No sabía qué demonios le estaba pasando, pero claramente era algo más fuerte que simplemente quererse llevar a Regina Mills a la cama. Y estaba algo asustada, pero no quería siquiera dejarlo pasar.

En ese momento sonó su celular y contestó sin molestarse en mirar quién era. Una sonrisa de idiota plasmada en su rostro.

— ¿Sí?

— ¿Emma?

Esa voz la detuvo de encender el auto, y Emma se quedó quieta. Dios sabía que la extrañaba, pero por algo la había estado evitando porque los recuerdos eran muchos.

— ¿Mamá?

Y su sonrisa desapareció.