— AUNQUE EL TIEMPO NOS SEPARE —

La Runa del Amor Verdadero


El sonido de la puerta abrirse no le habría sorprendido mucho, si no fuera porque restallo con un golpe seco, contra la pared. Pobre puerta.

Gobber dejo quieto el brazo derecho cercenado que tenía y que terminaba en un martillo, tomando un descanso del trabajo de forjar una nueva espada. Se secó el sudor de la frente con la mano izquierda y se dio la vuelta para mirar directamente a la visita inesperada.

Ella estaba ahí, esperando pacientemente, con su mirada azul de gacela suicida.

Jefa —saludó el hombre, sin mucho interes— ¿Quieres una nueva arma? Lo comprendo, esa hacha que tienes ya está muy vieja...

Vengo a hablarte de Hiccup —cortó ella, enfadada. Su hacha era sagrada para ella y él muy imbécil le había dicho vieja—. Ya llevá dos semanas enfermo...

El hombre inspeccionó con cuidado el rostro de belleza demoníaca de su superior.

¿Ahora si te importa? —preguntó cortante, pero realmente preocupado.

Hacía tiempo que no veía a su niño. El joven no le habría dejado solo tanto tiempo con el trabajo de la forja si estuviera en su mano. Algo malo estaba pasando.

Ella se acercó a él, su vacilación echada a un lado mientras se movía con aire superior. Comenzó a jugar con su hacha.

Ha empeorado —solo esas dos palabras fueron como un cuchillo perfectamente encajado en el estomago para él—. Se marea y se cansa con facilidad. Cuando no está en la cama se pasea haciendo las tareas de la casa sin ninguna energía, como un fantasma andante. Todo lo que come lo vomita y ya casi no me habla. De hecho ha vuelto al cuarto de cuando era un niño, dejándome sola en el lecho matrimonial. Es espeluznante. Cúrale.

Gobber sintió su corazón encogerse como una uva y reseca y caer al abismo dentro de si. Su niño... ¿qué le estaba pasando a su niño?

Yo soy herrero —señaló, sintiéndose inútil—. No puedo curarle, habla con la anciana Goti.

Ella negó con la cabeza.

Te recuerdo que solo tú puedes entender el idioma de esa vieja loca. Además, no la necesito a ella. Si no a ti.

¿Y qué puedo hacer yo? ¿Construir su barca funeraria y sentarme a esperar? —preguntó cortante.

Ella le advirtió con su mirada gélida, mientras apretaba más fuerte el mango de su hacha. Imperceptiblemente el hombreton tragó saliva.

Traerlo de vuelta a la realidad —ordenó. Él levantó una ceja, sin entender—. Está fingiendo. Todo está en su problemática cabeza.

Él hizo un puño con su mano sana. De nuevo asegurando que Hiccup estaba loco...

¿Cómo dices?

Conoces a Hiccup tan bien como yo —"¿qué sabrás tú de él?" pensaba en ese instante el vikingo—. Sabes que le encanta ser el centro de atención. Habla con él y dile que deje de portarse como un niño.

¿Por qué no lo haces tú? —casi rugió.

Ella suspiro exasperada.

¿Qué no me escuchaste antes? —preguntó como si le estuviera hablando a un idiota corto de entenderas— Casi no habla conmigo. Me ignora.

Realmente no se notaba muy afectada por ese hecho.

Oh, bueno, al menos algo que está haciendo bien.

Ella torció la boca. Iba a decir algo pero...

¿Es qué le pasa algo a Hiccup?

El estomago de Astrid se hundió tan rápido como sus oídos procesaron la ruda voz femenina, que sonaba preocupada por su amigo. La jefa dio media vuelta, los oscuros ojos azules de la princesa Bog Burglar le hicieron perder la voz y hacer que un lindo rosa, impropio de ella, apareciera en sus mejillas.

Tras Camicazi, una gran dragona de color violeta, sin ninguna duda Valkyria, los observaba de la misma manera que su jinete. Astrid tragó saliva, como no, la princesa de las vikingas ladronas apareciendo sin aviso y por la espalda.

Gobber le sonrio a la joven recién llegada hasta con los ojos, sintiéndose salvado por la mismísima Freya de las batallas.

Creo que ella puede ayudarte —le susurró al oído de Astrid. La joven de la trenza se resistió al impulsó de darle la espalda a la visitante y salir corriendo—. Adelante, pideselo. Será un milagro que no use esa hacha tuya para cortarte en dos si se entera de como has tenido a su amigo.

¡¿Cómo lo ha tenido?! —Camicazi fruncio el ceño. Maldito fuera su muy buen oido— ¡Eh, Hooligans, contestadme! ¿Qué le está pasando a Hiccup?

Pero antes de que alguno abriera la boca, ella rápidamente les dio la espalda, montando en Valkyria, llendo en dirección a la casa de lo alto de la colina de Berk. Su rostro de guerrera era un amasijo de irritación y preocupación medio tapado por su descuidada melena rubia, que también quedó grabado en el rostro de la dragona.


Toothless saltó a tierra de un movimiento bastante rápido, asustando sin querer al que manejaba el pequeño barco. No pudiendo contener la emoción mientras tomaba una gran bocanada de aire puro y fresco, parecía un niño que estaba viviendo las primeras vacaciones de su vida.

— Gracias por el paseito —le agradeció al hombre mientras le daba su merecida propina por traerle hasta aquí.

El hombre tomo el dinero, rumiando algo sobre jóvenes demasiado hiperactivos, y después el barco salió del puerto, dejando al joven Nightfury solo en aquella isla, que en tiempos vikingos había recibido el nombre de Berk.

Tomando su maleta, Toothless miro hacía arriba. En lo alto de una colina, una gran cabaña de once siglos, la cual había sido restaurada varias veces, estaba situada justo delante del inició del bosque, tras de sí. El joven de tez morena sonrió al verla. Ese era su destino.

— ¡Hola, nuevo vecino! —un joven que parecía de su edad, un poco más bajito pero mucho más musculado, se acercaba a él saludándolo con la mano. Su presencia irradiaba mucha fuerza y confianza en uno mismo. A Toothless le cayó bien al instante— Me llamo Eret, soy el guía turístico de este sitio en verano.

En cuanto dijo "de este sitio" supo entonces de no debía ser muy buen guía turístico, pero hablaba en un tono tan alegre y sosegado que no le importó.

— ¿Eret? —fue lo primero que pronunció.

Le sonaba mucho ese nombre y, no sabía porque, lo asociaba con un hombre gordo, viejo y gruñón.

El otro joven sonrió de oreja a oreja a la vez que asentía.

— Hijo de Eret —completó su presentación después de unos segundos, mesándose la cuidada perilla que, para sorpresa de Toothless, era de color azul. Sin duda teñido, porque el cabello que traía recogido en una coleta era castaño, casi negro—. Tranquilo, estoy acostumbrado a que la gente me mire así de raro en cuanto digo mi nombre. Es muy raro y no todos se llaman igual que sus padres ahora. Por un tiempo trate de llamarme E. J, ya sabes, Eret Junior, pero la cosa no cuajo y me sonaba mal hasta a mi. ¡Pero dejemos de hablar de mi! Dime, nuevo, ¿cuál es tu nombre?

— Toothless Nightfury —contestó como si nada, casi olvidando el efecto que su nombre causaba en las personas.

La quijada de Eret, hijo de Eret, casi cae al suelo.

— ¿Toothless, en serio? ¡Joder, tío! Y yo quejandome de que tenía un nombre raro... Joder... ¿sabes en que estaban pensando tus padres?

Toothless se encogió de hombros.

— En vikingos.

Eret rió, eso lo explicaba todo.

— Entonces viniste al sitio adecuado. ¡Bienvenido a Berk, gran isla vikinga hubicada exactamente a doce días del "norte del calvario", unos grados al sur de "muere de frío" y justo en el "meridiano de la tristeza"! —el chico rió al igual que Toothless por soltar eso con voz teatral. No le preocupaba en lo más mínimo, ya lo había escuchado muchas veces antes— En serio, tío, no se a quien se le ocurrio esa introducción, pero espero que le dieran un premio... En fin, ¿un Nightfury has dicho que eres? ¡Anda, la familia de ricachones dueños de la isla! —Toothless se sonrojo de la vergüenza por eso. No le agradaba en lo más mínimo pertenecer a una familia importante— Entonces, si mal no recuerdo, tu destino es la Cabaña del Jefe, de ahí arriba en la colina.

— Exactamente ese —confirmó Toothless, comenzando a andar a susodicha cabaña.

Los vikingos fueron finalmente vencidos por los romanos en el siglo XV. Los Hooligans de Berk no fueron excepción. La "regía" familia de Toothless, los Nightfury, tiene sus cimientos en esos romanos conquistadores de hace seis siglos. Sin embargo, ellos siempre han sido amantes se los vikingos, al menos los padres de Toothless lo son, y conservaron lo más que pudieron las costumbres nórdicas en el gran pedazo de tierra conquistada que les pertenecía: Berk.

A simple vista, todo es exactamente igual que en la época medieval. A simple vista. Pues aunque por fuera los edificios sean de madera, reconstruidos lo más fielmente a como estaban en el principio, con el paso de los siglos, solo era una tapadera. Ya que por dentro te encontrabas con un edificio o casa del siglo XXl, con todas sus comodidades y electrodomesticos. Las ropas también eran las actuales, había escuela y negocios... ¡hasta ahí había niños jugando al Pokémon Go en la calle! Pero claro, era una isla pequeña, por lo que aunque había personas que vivían en el lugar, muy pocas, Berk era sobretodo una diana turística. Algo que jamás habría sido en la época vikinga, pero bueno, lo que cuenta es la intención.

Toothless observaba a todas partes entre animado y cohibido. Todo eso le pertenecía a su familia y, como hijo único, algún día lo heredaría. Solo de pensar en ese día el corazón le bombeaba nervioso y asustado. Las típicas ancianas cotillas no dejaban de mirarle y señalarle como la novedad, el jovencito sospechoso que viajaba solo, y eso no le ayudaba en nada.

— ¡Oh, claro! —exclamó Eret en cierto punto de la caminata, llevándose una mano a la cabeza— Si hace una semana llegaron los de las mudanzas para amueblar la Cabaña del Jefe para un Nightfury. ¡¿Cómo se me pudo olvidar?!

Toothless ahogó una risa.

— Sí, tú rie, pero estaban más que cabreados por tener que transportar todo eso por mar.

— Pero, si no es tanto mar —replicó Toothless.

— Pienso lo mismo, los adultos de hoy no soportan nada.

Toothless le miro entornando los ojos.

— ¿Cuántos años tienes?

— Veinte recién cumpliditos —respondio Eret, realmente tenían la misma edad—. Pero todavía me considero adolescente, es la mejor edad, ¿tú no?

Toothless sonrió.

— Claro, ¿por qué no?

Pasaron unos minutos, en los que ya estaban llegando a destino, cuando Eret volvió a romper el silencio cómodo.

— ¿Eso quiere decir que te mudas aquí, cómo, indefinidamente? —le preguntó Eret, interesado.

— Supongo que sí, si todo va bien —le respondio lo contrario que a Stormfly.

El joven guía sonrió ante eso.

— Seguro que sí —aseguró, casi convencido—. Cuando llegué aquí hace dos años, bueno, sinceramente lo consideraba un castigo —suspiró, extrañamente embelesado—. Pero no pasó mucho tiempo para sentir que al fin habia llegado a donde pertenezco. Llámame loco, pero fue como si los antiguos espíritus de los vikingos Hooligan mismos me hubieran reconocido y aceptado como uno más de los suyos. Noto el calor de hogar en cualquier punto de esta isla. Y eso me gusta, Toothless. Me gusta mucho.

El joven Nightfury no comentó nada. Pero las comisuras de sus labios se curvaron hacía arriba, sin saber porque.

La Cabaña del Jefe era, sin duda, el mejor conservado de los edificios más antiguos de Berk. De cerca, lucían por si solas las pinturas esparcidas por todas las paredes y entrada, simbolizando que ese era el hogar del vikingo mayor. La madera estaba cuidada con barniz, y en las dos entradas que presentaba, tanto delantera como trasera, alguien había dejado crecer columnas cuidadas de hojas. Un dato decorativo que jamás habría usado ningún vikingo, se encontró pensando Toothless, al menos no uno corriente. ¿Había sido un error colocar un poste de la luz justo al lado de la casa? No parecía muy bien pensado. Le quitaba mucha más estética al asunto que las ventanas modernas de cristal.

— ¡Hogar dulce hogar para ti! —exclamó Eret, sacando un ramillete de llaves del bolsillo del pantalón y abriendo la puerta principal.

El joven Nightfury se encontró a si mismo quedándose estancado en el exterior, analizando todo lo que había dentro. Como si fuera un gato que analiza a un humano que no había visto nunca antes y que aun está pensando si debe dejarse acariciar o no. Aunque todo lo del interior fuera mobiliario de su propiedad, pues la Cabaña del Jefe era la casa de veraneo de los Nightfury (pero hacía años que ya no la usaban, más de los que Toothless tenía, hasta ahora), de alguna forma sentía que si ponía un pie dentro de esa casa estaría tomando una decisión muy grande, que cambiaría toda su vida para siempre. A pesar de todo, acabó entrando.

— ¿Bonita, verdad? —preguntó Eret, malentendiendo el porque Toothless no dejaba de mirar a todas partes— Es una casa de reyes, después de todo.

La mirada verdosa del joven pasó por todas las esquinas del piso inferior hasta que...

— ¡Eh! ¿Qué es eso? —preguntó Toothless.

— ¿Qué es qué? —soltó interesado Eret, entrando dentro de la casa y mirando donde Toothless lo hacía.

Ante ellos se extendía un amplió comedor con muchos valiosos adornos en donde posar la mirada. Pero Toothless ya muy vistos los tenía. No, sus ojos se habían quedado clavados en el grabado en piedra que se lucía en todo su explendor encima de la chimenea de la casa.

Dos iridiscentes joyas de jade, del más primario tono de verde, le devolvían la mirada a Toothless y Eret como ojos de la silueta de un gato gigante de piedra. Desde el lomo de la hermosa bestía, dos grandes alas subian hasta el cielo, para luego caer plegadas en picada, casi tapando el rostro felino. Casi. Pero por alguna razón eso hacía su mirada verdosa todavía más penetrante, venenosa, peligrosa... y, sin embargo, hipnóticamente bella.

— El Gato Negro Alado —susurró el de cabello castaño oscuro con coleta, casi con veneración—. Eso definitivamente no es vikingo.

"No —pensó Toothless—, por supuesto que no lo es"

Pues el Gato Negro Alado no era otra cosa que el escudo de la familia Nightfury.


Hiccup maldijo a Astrid por décima vez, ¿o tal vez duodécima? Ya no lo recordaba bien. Su cabeza seguía dando votes y... una arcada. Instintivamente se llevó una mano a la boca, nada pasó. Menos mal.

Se quedó observando el trapo sucio de hollín que sostenía entre sus manos y luego su vista viajo hasta la chimenea a su frente, la cual había estado limpiando, hasta ese momento.

Suspiró en frustración.

Nunca antes se había sentido mareado por hacer cualquier pequeña acción. Sería que realmente... se estaba muriendo... ¡No!

"¡Maldita sea, Hiccup! —se enfadó consigo mismo— ¡Deja ya de pensar primero en lo peor!"

Con un lijeró bufido de molestía, pero ya sintiéndose mejor, procedió a continuar con la limpieza de la chimenea. Al pasar el trapo por una esquina se topó con algo duró.

¿Qué...? —no pudo evitar preguntar en voz alta, a pesar de que estaba solo en casa.

Llevado por la curiosidad, comenzó a frotar más rápido ese lugar, hasta que un objeto de plata reluciente brilló entre el hollín.

"Me pregunto cuanto llevará eso ahí —pensó el joven, con una ceja levantada—. Sea lo que sea, no parece ni un poco dañado por la exposición al fuego"

Lo tomó y casi se le corta la respiración al reconocer un valioso objeto que hacía cuatro años que había tomado por perdido para siempre.

El objeto en si era un colgante. El cordel de cuero estaba totalmente manchado, sin embargo, el detalle labrado en plata estaba tan intacto y reluciente como el primer día que llegó a sus manos, después de pasar de generación en generación.

No era mucho en verdad. Tan solo un rombo de plata pura anudado al cuero para decorar gargantas. En la plata había grabada una "X". Uno de los palos estaba grabado de forma limpia, perfecta, mientras que el otro que lo cruzaba se enconrbaba y nunca encontraba una línea recta. Pareciera ser un defecto de fabricación, pero no era así.

La Runa del Amor Verdadero... —susurró Hiccup con una sonrisa entre nostálgica y triste— Así que estabas aquí. ¿Quién te tiró al fuego?

Y como si el colgante tuviera sus propios métodos para responder preguntas, aun siendo un objeto inanimado, el estruendo de un batir de alas aterrizando no se hizo esperar en el lugar, como si la culpable de eso acabará de llegar. Y así era.

De repente asustado, el joven colocó la "joya" medio escondida encima de la repisa de la chimenea, en un hueco. No supo porque, ni si quiera lo pensó, pero algo en su instinto le decía que él debía ser el único en saber de la existencia de la Runa, de momento.

Un segundó después, Camicazi abrió la puerta principal como quien va atacar a una armada romana el solo en propia boca de lobo y gritando "¡HICCUP!".

El joven se sorprendió por eso. Pero enseguida una sonrisa, que no llegó a sus ojos verdes, apareció en su rostro, al ver a su amiga de la infancia.

¡QUEEEE! —contestó al llamado sin preguntar realmente, la voz en burla.

Sin embargo, cuando la joven princesa llegó hasta él y notó la preocupación en sus ojos azules, inspeccionandole, la sonrisa se borró.

¿Qué? —volvió a pronunciar, esta vez preguntando realmente.

Tu cara... —dijo ella, tal vez un poco alto de más, confundiendo aun más al chico.

No era un "¡Hola, listo, listo, listo Hiccup! ¿Cuanto llevábamos sin vernos ya? ¡Dos años, en serio! ¡Tenemos que ponernos al día mientras bebemos una buena jarra de hidromiel!" muy agradable.

¿Sigue siendo tan bonita como siempre? —antes de pensar, ya lo había dicho.

Se sonrojó en vergüenza. Malditos sus comentarios sarcásticos de emergencia, traidores. Ella fingió no haberle escuchado, su expresión melancólica no había cambiado un ápice.

Éstas muy pálido —hizo notar la Bog Burglar—. Mortalmente pálido y...

Se acercó a él y posó una mano poco delicada sobre su frente. Su rostro se tiñó de alerta.

¡Por todos los Dioses! —exclamó. Hiccup, que seguía avergonzado, miró al suelo y se deshizo de la mano de Camicazi en su frente de un manotazo— ¡Hiccup, éstas ardiendo! En serio, A-R-D-I-E-N-D-O.

El joven fingió que el comentario de ella no le había hecho notar de nuevo el calor febril de su cuerpo ni el sudor que se le pegaba a la ropa.

Cami —tenía esperanzas, pocas, pero tenía, de que su amiga se ablandase un poco al escuchar el apodo—, deja de exagerar.

¡Exagerar! —esta vez estaba enfadada— ¡Como se te ocurre estar fuera de la cama en este estado! Mierda Hiccup, somos vikingos, sí, pero humanos, no dioses —añadió, viendo de antemano por donde le iba a salir el joven.

Hiccup intentaba por todos los medios no sentirse mareado por la repentina regañina de la princesa, ¡de verdad que lo hacía! Lo peor, que ella notó el vacile de su cuerpo y ni tan siquiera lo pensó para cargarlo entre sus brazos. Estaba siendo cargado como una maldita princesa por una chica que, bienvenida la ironía, era princesa.

"Dioses, si de verdad se me acaba la vida... ¡Dejad de joder y fulminadme ya!" —lloriqueó el joven en sus pensamientos.

De seguro es cosa de Astrid hacer que pases por esto —comentó la joven, llevando al saco de patatas... ¡quiero decir, a Hiccup! al piso de arriba. Lo más raro es que no había ni un ápice de odio, ni de molestia, en sus palabras, a pesar de que había encontrado a su amigo medio muerto en la sala—. Esta chica...

Comentó como si fuera una tutora hablando de las travesuras de su protegida.

Llévame a la habitación de cuando era un niño, por favor —indicó Hiccup, extrañando a la joven rubia, que sin embargo no comentó nada, rindiéndose.

Fishlegs y él mismo sabían perfectamente que cuando a Camicazi se le metía algo entre ceja y ceja no había un "como" para sacarselo.

Su mirada verdosa se posó en el punto de la chimenea donde había dejado la Runa, por encima del hombro de la joven.

Ahogó una expresión de asombro.

No estaba.


— Bueno... —comentó Toothless, asombrando y algo alarmado por el silencio que se había formado entre Eret y él, al contemplar la obra—, obviamente esto es cosa de mis padres... De seguro, tiene que ser.

— See —masculló Eret, sin saber que más decir.

Estaba a punto de pronunciar una disculpa para irse en ese momento, cuando los ojos de Toothless captaron un destello en plata en una esquina de la encimera de la chimenea.

— ¿Qué es eso? —preguntó en voz alta, ganándose el interés de Eret.

— ¿El qué? —cuestionó el guía turístico, mientras veía como Nightfury extendía el brazo para cojer lo que parecía un collar.

— Fhm —bufó un poco decepcionado el joven de cabello negro—. Un collar de plata con una "X" mal hecha grabada. Defecto de fabricación seguro. No entiendo porque guardar esto. Mejor lo tiro...

— ¡Espera! —exclamó de repente Eret, sorprendiendo al "chico gato" (así pensaba llamarlo de ahora en adelante)— Dejame ver eso.

Toothless le pasó el collar y él no necesitó verlo muy detenidamente para sonreír.

— No es defecto de fabricación —Eret le sacó de su equivocación—. Es el dibujo de una antigua runa vikinga, es así.

— ¿Ah, sí? —el otro joven se intensó— ¿Y qué significa?

— Es el símbolo del trabajo en equipo y de la unión estable —comenzó Eret poniéndose en modo profesor—. ¿Ves como ambos palos de la "X" son enteramente distintos uno de otro? Aún así trabajan juntos y logran mantener el símbolo en pié. Sin embargo, en esta forma —dijo refiriéndose al rombo de plata—, está "X" simboliza una unión más potente que eso.

Toothless parpadeó en cuanto comprendió que Eret no tenía pensado decirle más.

— ¿Cuál unión más potente? —pinchó, de verdad tenía la necesidad de saberlo.

Eret hizo una mueca, acorde con su sentimiento, que no era nada afín al hilo de la conversación.

— La llaman Runa del Amor Verdadero —terminó diciendo. Toothless arqueó una ceja—. Se supone que te pones un collar como este y en el mismo día, no importa el como ni el cuando, ni el porque, te terminas encontrando con tu alma gemela. Da igual que tú estés, por ejemplo, en el Polo Sur y ella en el Norte, os encontrareis el mismo día en que te pongas la Runa. ¿Muy estúpido e improbable, no crees? Estas son leyendas que le interesarían más a una tía. Aunque a leguas se nota que es falso.

— Sí —Toothless estuvo de acuerdo.

Y es que era un razonamiento muy estúpido. Es decir, ¿te pones un maldito collar y enseguida tu persona predestinada aparece ante ti, aunque esté en la otra parte del mundo? ¡Venga ya!

— Te sorprendería saber la cantidad de matrimonios de cabeza huecas que hay al año gracias a estas copias del collar de la leyenda —rió Eret, dejando la Runa de nuevo en la encimera de la chimenea, justo debajo del Gato Negro Alado. Toothless sonrió divertido, imaginándoselo—. En fin, ahora tengo que irme. Pero te dejo las llaves, supongo que tienes tiempo y tiempo para descubrir cual llave abre tal puerta ¿verdad?, suertudo de vacaciones.

Toothless rió.

— Supongo que sí.

— Buscame por el pueblo, estaremos en contacto. ¡Nadie se libra fácil de Eret, hijo de Eret!

Y con eso se fue, cerrando la puerta principal tras de sí. Con el último de sus pasos amortiguados, Toothless se quedó solo en la gran cabaña. Solo. Con sus pensamientos.

No supo porque, su mirada se clavó en el collar.

— Así que, ¿mi alma gemela? —habló solo mientras tomaba el collar entre las manos, con algo de reverencia. Sentía algo manando de ese símbolo que Eret había llamado Runa del Amor Verdadero. Algo anormal, mágico, que lo incitó a ponérselo. Y eso hizo— La verdad es que me vendría de perlas conocerle —suspiró, sintiendo pena de si mismo.

Sabía que eso era imposible en todos los sentidos. Además, una vez, de niño, había leído que las almas gemelas no necesariamente tienen la misma edad. Las había las que, desgraciadamente, nacían en la misma familia, lo que era considerado Tabú cuando no debiera serlo. Lo peor era cuando nacían en épocas distintas una de otra. Por supuesto, Toothless sabía perfectamente que hasta eso era un chiste porque, ¿cómo demostrarlo?

— Me siento muy vacío ahora —no supo porque lo dijo, ni a quién se lo dijo, pero se dio cuenta de que era verdad.

Entonces, su oído captó algo en el piso de arriba. Una tos fuerte.

Tragó saliva, no estaba solo en esa casa.