-_- Me he quedado atascada en el mismo lugar que cuando estaba escribiendo el fic en inglés...

Espero que, como me pasó entonces, el propio fic me motive a seguir actualizando con buen ritmo a partir de aquí!


El lunes siguiente, John iba caminando dos pasos por encima del suelo, y en varias ocasiones se dio cuenta de que estaba silbando por los pasillos del instituto. Estaba intentando no mostrarlo demasiado, pero le costaba muchísimo no gritar a los cuatro vientos lo feliz que era. El violador estaba al fin entre rejas, su trabajo iba bien, y Sherlock… ¡Ay, Señor, Sherlock! No se habían visto durante el fin de semana, y tenía que fingir que no pasaba nada fuera de lo ordinario durante la primera clase de la mañana, así que se permitió solo un par de vistazos furtivos en dirección al muchacho, intentando no ser muy obvio. No podría ser más feliz cuando sonó el timbre de la hora de comer.

Llegó primero al laboratorio, pero Sherlock solo tardó un par de minutos en unírsele. Se sonrieron como tontos por un momento, y entonces se retiraron al fondo del laboratorio, donde no podían ser vistos desde el pasillo. John empujó a Sherlock hasta que el chico estuvo sentado en un taburete alto, tomó su cara entre sus manos y procedió a morrearle. Profundamente. Despacio. Húmedo. John dejó que sus manos se pasearan por la espalda del muchacho, pero Sherlock al principio parecía tímido, sin saber dónde agarrarse. Sin embargo, minutos más tarde por lo visto perdió sus inhibiciones y John sintió dos manos aferrando sus nalgas. Se le escapó una risita, pero apartó las manos de su novio.

—Lo siento, cariño, pero es mejor que mantengamos las manos por encima de la cintura— murmuró.

La reacción de Sherlock fue hacer un puchero con la boca. No debería parecer tan encantador cuando hace eso, pensó John, divertido.

—Eres peor que una abuela— se quejó Sherlock con un suspiro.

Puso sus manos sobre John de nuevo, esta vez agarrando sus caderas, con firmeza, y frotó la parte inferior de su torso contra la bragueta de John. El profesor boqueó y atrapó las manos de Sherlock entre las suyas, poniendo un poco de espacio entre ellos.

—Sherlock, no. Recuerda mis condiciones. Lo siento, pero no son negociables.

El joven le miró con ojos tristes.

—Pero es que me he pasado todo el fin de semana pensando en ti, John.

—Yo también. Pero podemos hacer otras cosas juntos—. John soltó las manos de Sherlock y se acercó a su mesa, donde tenía la bolsa—. Mira, he traído ensalada de pasta y bocadillos de pavo. Pensé que podíamos comer algo y que después podías usar el laboratorio para hacer los experimentos que quieras.

Los ojos de Sherlock se encendieron como un árbol de navidad.

—¿De verdad? ¿Puedo hacer lo que quiera? Pero tú te quedarás aquí conmigo, ¿verdad?

John asintió, sonriendo. Sherlock se acercó y le dio un beso ligero, con los ojos puestos ya en el armario de productos químicos.

—Quizá— tosió John— deberías ir primero al lavabo. Ya sabes, para ocuparte de eso.

Sherlock pareció confundido durante unos treinta segundos, y entonces se rió.

—¡No te vayas a ninguna parte!

John le aseguró que allí estaría, y Sherlock corrió al servicio. El profesor sonrió con afecto y empezó a desempaquetar la comida, tarareando una canción. Unos pasos ligeros a su espalda le hicieron girarse; Ni siquiera Sherlock puede ser tan rápido, pensó. Y por supuesto no era Sherlock el que estaba en el umbral del laboratorio, sino Molly Hooper, que le miraba inclinando la cabeza y acariciándose la trenza castaña.

—¿John? Qué rápido has llegado… Oh—. Algo en la cara de John le dijo que era bastante obvio que no la estaba esperando a ella—. Tú… me dijiste el viernes que me ayudarías a probar un ejercicio, ¿te acuerdas?

—¡Oh! ¡Muy cierto!— John se sintió como un completo idiota. Por supuesto, ¿cómo podía haberlo olvidado? Tenía demasiadas cosas en la cabeza últimamente—. Pues me alegro de estar ya aquí.

—La verdad es que no esperaba que te acordases, así que está bien si tienes otras cosas que hacer. Después de todo lo que pasó el viernes por la tarde… ¡Ahora mismo eres un héroe!

Molly se sonrojó ligeramente, y John se rió, negando con la cabeza.

—¡Qué va! Fue el plan de Sherlock, y fue él el que saltó encima de ese tipo… Y Rick y las chicas estuvieron geniales.

—Sí, bueno, fueron muy valientes, por lo que he oído. Pero John, podrías habérmelo dicho a mí, o a Mike, en vez de meter a los alumnos…

John se puso serio y asintió.

—Lo sé. El Director y ese sargento de Scotland Yard ya me han echado la bronca. Los chicos se entusiasmaron, y no creo que hubiera funcionado sin su ayuda, pero aún así no debería haberlo permitido. Era demasiado peligroso.

Molly bajó la mirada hasta el suelo.

—Bueno… supongo que es difícil negarle nada a Sherlock— susurró—. A veces es como un imán; te empuja hacia adelante y la única cosa que puedes hacer es correr tras él.

John sintió la boca súbitamente seca. Se lamió los labios, intranquilo. Molly le miró de nuevo, y sus ojos se habían vuelto duros de repente.

—¿Así que eso es lo que estabas haciendo aquí a la hora de comer, John? ¿Premiando a Sherlock con tiempo de laboratorio?

John asintió de nuevo. No estaba muy lejos de la verdad.

—Pero voy a quedarme aquí con él y a asegurarme de que no ocurre ningún accidente— se apresuró a añadir—.Y pagará por todo el material que utilice.

Molly lo consideró un momento y asintió, aunque seguía muy seria.

—Eso parece… justo.

—Te estaría agradecido si no mencionas nuestro acuerdo al Director o a Mike. Se lo voy a decir a Mike yo mismo; soy consciente de que debe saberlo, ya que es el jefe de Departamento, pero preferiría que se enterara por mí.

—Por supuesto— dijo Molly.

—Señorita Hooper, qué agradable verla…

Molly saltó al oír la voz de Sherlock a su espalda. John disimuló una sonrisa y fingió estar ocupado con el armario de los productos químicos. Pero espió con el rabillo del ojo la forma en la que Sherlock repasaba con la mirada a Molly y le ofrecía una sonrisa cómplice.

—H-hola, Sherlock. ¿Qué tal te va?

—Bien. John me ha prometido unos ejercicios extra como muestra de agradecimiento por ayudarle el viernes. Espero que no estemos molestándola.

—No, no… Claro que no. Mientras John esté aquí, todo está bien.

A John le costaba creer que aquel fuera el mismo Sherlock socialmente torpe que conocía… Estaba mirando a Molly con descaro, permaneciendo dentro de su zona de confort y haciendo que la pobre chica se pusiera como un tomate. Hora de intervenir, pensó John con un suspiro.

—De hecho, Sherlock, estoy ayudando a Molly con un ejercicio. ¿Te importa? Puedes trabajar en algo del libro. ¿Lo tienes aquí?

La cara de Sherlock se iluminó, olvidando de golpe su máscara de "chico malo", y de repente era otra vez el joven lleno de entusiasmo que conocía tan bien.

—¡Ah, sí, lo tengo en la taquilla! Ahora vuelvo.

Y corrió de nuevo al pasillo. John se sintió tentado de ofrecer a Molly una sonrisa de disculpa, aunque él no era responsable del comportamiento de Sherlock. La muchacha le sonrió y se encogió de hombros.

—Ya sabes cómo son los chicos…— dijo—. Vamos a hacer ese ejercicio de una vez, ¿vale?

John asintió y se pusieron a trabajar.


A medida que los días pasaban y se convertían en semanas, John empezó a sentirse más confiado, sin esa presión en el estómago cada vez que se cruzaba al Director en el pasillo, o cada vez que Mike hacía una pausa en su letanía de bromas y parecía a punto de preguntarle algo. No había hecho ningún comentario cuando John le dijo que iba a pasar algunas horas de la comida con Sherlock en el laboratorio; le había mirado con suspicacia pero había asentido tras una pequeña pausa, y eso era todo. Pero ahora que conocía mejor a Sherlock estaba seguro de que todo iba a ir bien: el joven solo necesitaba más incentivos, y entonces trabajaba entregado al cien por cien y bajo control. Ojalá John pudiera decirle eso a Mike.

Una nueva monotonía se había instalado en su vida, una que era confortable y segura, sin violadores o emociones que le dieran un vuelco al corazón. Los momentos que pasaba a escondidas con Sherlock eran bastante emoción fuerte para John. Cada vez que se besaban, encerrados en el lavabo de profesores o en un trastero, el corazón le iba a mil por hora solo con pensar que podrían pillarlos en cualquier momento. Pero valía la pena, cada momento que pasaba con Sherlock a su lado, fuera dando un paseo o comiendo en la tienda china de comida para llevar, o trabajando en el laboratorio, cada momento era especial y… sí, feliz. Su cojera parecía no tener intenciones de volver, además, y por una vez Sherlock se alegraba de haberse equivocado en sus deducciones.

—Pero claro, no me había añadido a mí mismo a la ecuación cuando deduje eso, John— se apresuró a explicar, ante lo cual John no pudo más que asentir con una sonrisa de oreja a oreja.

Era lunes de nuevo y John ya había sacado su comida para llevar y la había preparado sobre su mesa en el laboratorio. Comprobó de nuevo la hora en su reloj de pulsera. Sherlock llegaba quince minutos tarde. Frunció el ceño. Era inusual que Sherlock llegara tarde cuando había productos químicos de por medio. De hecho, normalmente estaba ya esperando a John en la puerta cuando él llegaba con la llave, porque tenía que volver a la sala de profesores o al Departamento de Química para dejar sus libros y su fajo de ejercicios por corregir y recoger su comida. Solo tenían una hora, así que a ese paso Sherlock no tendría tiempo de hacer ningún experimento después de comer. Le envió un mensaje al móvil, y la respuesta tardó un par de minutos en llegar… lo que también era realmente extraño en Sherlock.

"Llegando. SH"

Empezó a tamborilear los dedos sobre la mesa, nervioso; de repente no sabía qué hacer con las manos y estaba tan ansioso que tuvo que contener la tentación de empezar a comerse su kebab sin esperar a Sherlock. Cuando su alumno finalmente empujó la puerta de entrada, se levantó para saludarle, pero se quedó de una pieza en cuanto le vio el rostro.

—¡Oh, por Dios! ¿Pero qué demonios, Sherlock…?

Había un área roja e hinchada bajo el ojo izquierdo de Sherlock, y tenía el labio inferior partido. El muchacho apretaba un trapo contra la herida, presumiblemente envolviendo cubitos de hielo para evitar que se le hinchara aún más. Entró y cerró la puerta tras él. Se dejó caer sobre una silla con un gesto de dolor. John se acercó, suspirando audiblemente, y tomó la barbilla de Sherlock con cuidado. Eso han sido tres o cuatro puñetazos directos, diría yo, pensó mientras examinaba las áreas lastimadas, y ese gesto dolorido seguramente significa que hay más heridas bajo la ropa. John respiró profundamente, tratando de calmarse, aunque podía sentir cómo la rabia le bullía e inundaba sus entrañas. Mantente sereno; necesitas mantener la cabeza fría en estos momentos. Lo último que necesitaba era asustar u ofender a Sherlock, y ya sabía que el chico tendía a ponerse defensivo sobre los ataques.

—¿Dónde más estás herido?

Su voz seguía bajo control. Bien.

Sherlock seguía estudiando el suelo obstinadamente, evitando su mirada.

—No te preocupes, John, no importa. No es nada.

—¡No me vengas con esas: necesito saber!— John se dio cuenta de que había levantado la voz, un poco, así que trató de rebobinar y empezar de nuevo—. Mira, Sherlock, esto se nos está yendo de las manos. Deberíamos ir al hospital y de ahí a la policía a poner una denuncia.

Sherlock levantó la cabeza para mirar a John con horror.

—¡No!

—Entonces vamos al menos al Director. Esto no puede seguir así, Sherlock. Estoy seguro de que el Director les expulsará si les das los nombres…

—¡He dicho que no!

Sherlock chasqueó la lengua y recogió su mochila de una revolada, casi corriendo hacia la puerta. John consiguió agarrarle por el brazo justo a tiempo.

—¡Lo siento, lo siento! Por favor, Sherlock, quédate—. El muchacho se detuvo, con la mano en el pomo de la puerta y la mirada gacha—. Solo quería ayudar.

—Lo sé.

—No puedo hacerme a un lado y quedarme mirando cómo te maltratan, Sherlock. No sabía que todavía lo hacían.

—Normalmente no es tan malo. Pero sí, siempre están cerca.

El joven permitió al fin que John le girara de cara a él, y que se enterrara en el pecho de su novio, acariciando el cuello del muchacho con la nariz mientras suspiraba quedamente.

—Lo único que puedo hacer yo es castigarles sin recreo— susurró contra el hombro de Sherlock.

El muchacho rió sin humor.

—Ya están castigados de aquí a final de curso. Ya pasan, les da igual.

—Por eso te he pedido que vayas al Director—. John se separó de los brazos de Sherlock y le miró a los ojos, muy serio—. Vamos a intentar la expulsión. De esa forma no tendrías que cruzarte con ellos durante lo que te queda en el instituto.

Sherlock empezó a morderse el labio inferior, encontró el corte y se detuvo a tiempo de empeorar la herida. Soltó a John y caminó hacia la mesa del profesor, donde estaba su comida.

—¿En qué estás pensando, Sherlock? No puedo adivinarlo si no me lo dices.

Observó al adolescente, que estaba tomando uno de los kebabs para sentarse a comer en una mesa. Le imitó, sentándose frente a él, pero mantuvo su vista clavada en Sherlock. Al final el estudiante le devolvió la mirada y suspiró con fastidio.

—De acuerdo, John, si insistes… No estoy cien por cien seguro de que Adrian y sus colegas no sepan lo de nuestra relación. Yo diría que como mínimo lo sospechan.

John contuvo un jadeo, mortificado. Bueno, ¿y qué esperaba? La gente no era ciega, y Sherlock y él pasaban mucho tiempo juntos en Greenwood. La gente como Adrian no necesitaba verles besarse para adivinar lo que estaba pasando. Y una vez que los cotilleos empezaran, no había nada que pudieran hacer para detener los rumores, ni las consecuencias. John cerró los ojos mientras se le revolvía el estómago.

—Eso nos quita la opción de acudir al Director, supongo— concluyó Sherlock.

Siguieron comiendo, sintiendo lástima de ellos mismos. Pero tras un par de minutos John tuvo una idea.

—Sherlock.

—¿Hmmm? —El adolescente le miró con curiosidad, dejando de masticar.

—Lo siento, pero voy a reducir un poco tu tiempo de laboratorio—. Antes de que Sherlock empezara a quejarse, John levantó la mano y sonrió, con un brillo de diversión en los ojos—. Digamos que solo tienes dos horas de comer a la semana. Los lunes y los miércoles, ¿vale?

Sherlock no parecía muy feliz con la idea.

—¿Y qué vas a hacer mañana, entonces? — preguntó con un mohín.

—Querrás decir qué vamos a hacer mañana… Ya lo verás. Nos vemos en el gimnasio, a la misma hora. Y, aaah… quizás querrás llevar algo más cómodo.

—No quiero hacer deporte— siseó Sherlock.

—No será deporte. Ahora acábate la comida rápido, que es casi hora de volver a clase.

Como si le hubiera oído, el timbre sonó. Sherlock gruñó, sacándole una sonrisa a John.

Pero al día siguiente Sherlock le estaba esperando apoyado en la puerta del gimnasio, con una expresión nada satisfecha en el rostro. Llevaba el mismo estilo de ropa que siempre, pero era mejor que nada: John casi esperaba que se saltase la cita.

Recompensó a su joven novio con unos minutos de besos sofocantes tan pronto la puerta se cerró tras ellos, y en un momento Sherlock se deshacía entre sus brazos. Pero. Tenían trabajo que hacer.

—Vale, Sherlock… ¡Para, Sherlock! No me puedo concentrar si sigues besándome.

—Pues perfecto—. Sherlock estaba pegado a su cuello, llenándolo de besos ligeros que eran demasiado buenos para el gusto de John en esos momentos.

—¡No! Bien. De acuerdo—. Una vez se hubo separado un buen metro de él, John se sintió más seguro de sí mismo—. Bueno, eres consciente del hecho de que, además de ser médico, también he estado en el ejército.

—¡Sí, capitán Watson!— sonrió Sherlock.

John le devolvió la sonrisa. Se dio cuenta de que inconscientemente había adoptado una postura militar. Era inevitable; algunas cosas estaban grabadas a fuego en su carácter, y lo estarían para siempre.

—Eso significa que tengo entrenamiento militar… que nos va a ser muy útil para el problema que tenemos entre manos.

—¿Vas a entrenarme, Doc?— La sonrisa de Sherlock se hizo más ancha.

—Un poco de autodefensa le viene bien a todo el mundo… y sí, te dará la seguridad en ti mismo que necesitas ahora mismo. Si eres capaz de detener a esos matones por ti mismo, sin depender de mí ni de nadie más…

Los ojos de Sherlock se iluminaron, y se puso más serio y alerta, enderezándose hasta parecer más alto.

—Sí— dijo, y no había ni sombra de humor o de duda en su voz—. Sí. Entréname, capitán.

La hora de la comida era muy corta, decidió John más tarde. Aún así acabaron sudados y acalorados, y cuando sonó el timbre Sherlock se comió su bocadillo casi sin masticarlo. Corrió al lavabo a limpiarse un poco, y John lo observó marchar con un sentimiento cálido también en su interior. Entonces sacudió la cabeza, saliendo de su ensimismamiento, y recogió sus cosas. Tres horas a la semana. Quizá en un par de meses podría enseñarle a Sherlock al menos lo básico… Podría mantenerse firme ante sus matones incluso antes, si tenía la seguridad necesaria. Sherlock era fuerte, y alto, y tenía esas manos fuertes… La sonrisa de John se desvaneció y siguió recogiendo el gimnasio con el ceño fruncido.


Había otras cosas que le preocupaban, por supuesto. Cosas pequeñas. Como la forma en la que Sherlock le fastidiaba cada fin de semana.

"John. Hay un concierto fantástico esta noche en St Paul. ¿Qué te parece el canto gregoriano? SH"

John suspiró y miró la hora: eran las siete de la mañana. Enterró la cara en su almohada de nuevo. Era sábado, por el amor de dios… ¿Había algo malo en querer dormir un par de horas más los fines de semana?

Su teléfono vibró de nuevo.

"Son los Benedictinos de St Michel. De Francia. ¡El mejor canto gregoriano del mundo, John! SH"

Y de nuevo.

"Pero no pasa nada, si no te gusta el gregoriano podemos hacer otra cosa. Lo que quieras. SH"

"Excepto fútbol. Odio el fútbol, lo siento."

John se rió y finalmente contestó a los whatsapps.

"Se te ha olvidado añadir tu SH."

"¡John! ¡Buenos días! SH"

El profesor sacudió la cabeza, divertido, y se preparó para al menos una hora de chat con Sherlock.

Chatear por whatsapp estaba bien, pero no quedaba con Sherlock los fines de semana, no importaba cuánto insistiera el muchacho. Era consciente de que su joven novio no entendía por qué, pero para él era necesario. Por supuesto que le habría gustado ver a Sherlock también los fines de semana, pero no podía, no debía ceder. Ya se arriesgaba mucho pasando tanto tiempo con él en Greenwood, y de hecho estaba bastante seguro de que no le iban a renovar otro año en la escuela, incluso sin cotilleos sobre Sherlock y él. Pero Greenwood era un pez pequeño en el gran mar de Londres. Un escalofrío le recorría la espalda cada vez que pensaba que podía encontrarse con alguno de sus amigos de facultad o del ejército mientras estaba en una cita con Sherlock en el centro de Londres. ¿Qué diría Bill sobre él? ¿O sus compañeros de piso? ¿O incluso Mike, el paciente, tranquilo Mike de ideas abiertas? Seguramente se pondría como loco si supiera de su relación.

Así que no, gracias. John no estaba preparado para enfrentarse al hecho de que estaba saliendo con un alumno menor de edad. No en público, por lo menos.


Los lunes tenía una hora de disponibilidad durante la tercera clase. Normalmente era una hora bastante aburrida a menos que algún profesor estuviera enfermo y tuviera que cubrirle, así que ese lunes se quedó en la sala de profesores con una taza de té hasta que todo el mundo se hubo ido corriendo a sus aulas. No faltaba nadie y solo tenían guardia un profesor de francés y él, así que la sala estaba prácticamente desierta. Se hizo sitio en la enorme y atestada mesa y se sentó con sus hojas de ejercicios por corregir y su té.

Un ligero toque en la puerta le hizo girar la cabeza. Esperaba ver a algún alumno, quizá en busca de tiza o de papel higiénico, pero la persona de la puerta era un completo extraño, y además adulto. Bueno, un joven adulto al menos.

El hombre era alto y de constitución delgada, pero al mismo tiempo con poca forma física, como si no hubiera puesto un pie en un gimnasio en su vida. Tendría veintitantos, pero de nuevo había una ligera contradicción entre la edad que declaraba su rostro y la edad que alegaba su elección de vestuario. Vestía un traje de tres piezas en colores sobrios, con corbata, por supuesto, y tenía un aire tan serio y maduro que a John no le hubiera chocado si el joven llevase una pajarita.

El visitante sonrió al ver a John y entró en la sala. Había algo en esa sonrisa que le recordaba a John a un caimán, pero le devolvió el gesto lo más amistosamente que pudo.

—Buenos días, señor Watson. My nombre es Mycroft Holmes— dijo el hombre, ofreciendo una mano para que la estrechara. John se acercó y se la estrechó, demasiado sorprendido para hablar— ¿Puedo sentarme aquí, o prefiere que hablemos en un lugar más privado? El carácter de los hechos que me gustaría discutir puede que tomen un giro privado…

Miró de reojo al profesor de francés, que fingía ocuparse de sus propios asuntos, pero que obviamente estaba tratando de no perderse ni una palabra. John se aclaró la garganta y señaló la puerta con un gesto.

—Claro. Por supuesto. Si es usted tan amable de seguirme, podemos usar una de las salas de entrevistas que tenemos especialmente para estas situaciones.

El hombre entrecerró los ojos.

—¿Ah, sí? Ignoraba que estas… situaciones… fueran tan frecuentes.

John tragó saliva y le guió fuera de la sala de profesores. Estoy jodido, pensó. Completa y absolutamente jodido.

Condujo a Mycroft Holmes a una de las dos pequeñas habitaciones anexas a la oficina del Director, y dio gracias a Dios por que la oficina estuviera vacía, por lo que no tendría que dar explicaciones. La sala de entrevistas era simple: una pequeña mesa de despacho, tres sillas y un cuadro aburrido en la pared, eso era todo. Era obvio que el Director no quería ninguna distracción a la vista cuando le explicaba a los padres por qué sus hijos habían recibido un castigo, ya que ese era el uso más común para esas salas. Mycroft Holmes miró en torno con disgusto antes de sentarse en la silla que John le había indicado.

—Imagino que eres el hermano mayor de Sherlock—. John trató de sonar amistoso, pero no podía evitar el nerviosismo que le recorría todo el cuerpo.

—Y— dijo el hombre, haciendo una larga pausa mientras se arrellanaba en su silla y miraba a John con un brillo de diversión en los ojos. Como un ave de presa que acabara de divisar un ratón en un campo de trigo—. Tú eres el profesor que se está tirando a mi hermanito.

Había conseguido remarcar la palabra 'hermanito' sin ninguna inflexión de su voz y sin enarcar las cejas. John tragó saliva de nuevo y trató de explicarse.

—Eso no es lo que está pasando aquí. ¿Qué… qué es lo que te ha explicado Sherlock, si se puede saber?

El hombre frunció el ceño y la diversión de su mirada se tornó en fastidio.

—No me ha dicho nada. No es propio de Sherlock explicar lo que le preocupa o qué problemas tiene. Es así desde hace varios años. Pero acabo de llegar de Oxford para pasar unos días en casa, y lo último que esperaba encontrarme es a mi hermano pequeño llorando por las esquinas como un cachorrito enamorado. Como no me daba ninguna explicación y mis padres parecen estar ciegos a todo lo que tenga que ver con Sherlock, me he tomado la libertad de tomar prestado su teléfono y echar un vistazo a sus últimos mensajes.

John se incorporó en la silla, poniéndose firme también metafóricamente.

—Bueno, si le hubieras preguntado a Sherlock directamente, quizá te habría explicado las reglas de nuestra relación. Que, para tu información, no incluyen ningún tipo de relaciones íntimas.

—Claro… Aceptaré tu palabra…— añadió Mycroft con una sonrisita desdeñosa.

—¡Lo juro! No… No me estoy aprovechando de él, nunca haría algo así. Me importa. Mucho. Y solo quiero ayudarle y hacerle feliz.

—Pues estás haciendo un trabajo penoso al respecto, Watson. Lo que he visto este fin de semana no es lo que yo llamaría un adolescente feliz.

John evitó su ojos y estudió sus propias manos sobre la mesa.

—Es joven… y por supuesto está impaciente, y querría que nuestra relación avanzara más rápido. Pero te lo juro, eso no va a pasar.

El hombre resopló.

—¿Sabes lo que va a pasar si mis padres o el Director se enteran de esta… relación vuestra, verdad? — se las arregló de nuevo para remarcar la palabra 'relación' sin hacer ningún esfuerzo, como si fuese una palabra que le llenara de desprecio. John asintió—. Entonces, sabes perfectamente lo que debes hacer. Detén este sinsentido ahora mismo y corta esta estúpida relación lo antes posible.

John sonrió lentamente, sintiendo como todo su cuerpo se llenaba de tristeza antes siquiera de empezar a hablar.

—Eso no será necesario.


Yo dejo esto por aquí por si os apetece seguirme en mi nuevo proyecto... Una visual novel yaoi en inglés y en español. En un par de días subo una demo en español, así que si os interesa estad atentos!

www (punto) facebook (punto) com (barra) Unamanoenlaoscuridad