—Estoy embarazada.

Esas dos palabras fueron más que suficientes para Erik y tomar con fuerza las manos de la humana y abrazarla como si no hubiese un mañana. Ella le estaba dando en ese momento algo por lo que anhelar vivir y tener un propósito en ese camino hasta que muriera, pero lo haría con un pequeño en camino.

—¿No estás enojado? —escuchó a Magda hablarle, mientras él lloraba de alegría.

—Eso es absurdo, estoy feliz—dijo y hundió su cabeza en el cuello de la castaña, impregnándose de su aroma y quería tenerla grabada en él para siempre y nunca dejarla ir.

Cuando el día del parto llegó, Erik sostuvo a su pequeño hijo en sus manos. Nunca quisieron saber qué sería su bebé, sino hasta que ellos pudieran verlo.

—Tiene tus ojos—comentó.

Magda sonrió. Estaba cansada, pero a Erik aún le parecía hermosa después de todo el esfuerzo que había hecho en el parto y agradeció que su pequeña humana siguiera viva.

—Y parece inquieto como tú—habló ella al verlo moverse un poco entre las manos del hombre que amaba.

Erik no podía creer lo que veía frente a él. Parecía tan pequeño y tan frágil, pero esperaba que creciera y se convirtiera en un buen hombre. Incluso pensaba en las posibles mutaciones que podría tener ese pedazo de gente que tenía entre manos, hasta que escuchó: —Peter… se llamará Peter.

Sonrió. —Peter será.

Y no objetó, porque sabía que ella era especial y por ende, el nombre de su chico también.

Se acercó más a Magda en la cama y le plantó un beso enorme lleno de amor y cariño por todo lo que ella le había dado.

—Te amo, mi pequeña humana—dijo y besó su frente. —Desde ahora voy a disfrutar cada uno de los momentos contigo y nuestro hijo.

Ese fue el momento de Magda para hacer su sonrisa aún más grande. No sabía en dónde había conseguido a alguien como él y así lo amaba.