Enfermedad


Quizás estaba mal lo que pensaba hacer, irrumpir dentro de propiedad privada, aunque estuviese abandonada, estaba mal, pero a él, sinceramente, poco o nada le importaba. Únicamente en él ardía esa necesidad de satisfacer el hambre infinita que sentía en su interior, el deseo de saber lo que estaba sucediendo, la curiosidad avasallante.

Se relamió los labios en un movimiento apacible, afinando la mirada a su entorno. Su rostro podía portar un inescrutable semblante de serenidad, pero él sabía perfectamente que en su interior ardía una llamarada eterna que no era capaz de silenciar, quemando todo a su paso, volviéndole un amasijo de nervios y emociones contenidas que clamaban un solo nombre.

Suspiró, sonriendo con calma aparente a medida que se acercaba a aquel sitio, deseoso de saber y ansioso por recordar.

¿Era enfermizo?

El deseo impasible de saber del rubio ¿Lo era? ¿Estaba siendo él alguien insensato? Le encantaba creer que no.

Su mente, no dejaba de jugar al gato y al ratón con pensamientos de sus ojos dorados y su sonrisa lasciva, siempre ansioso de saber un poco más de él y de sus maneras tan peculiares, divirtiéndose en silencio.

¿Cómo alguien podía terminar cómo él? ¿Dónde estaba también su punto de quiebre? Porque, hasta donde él sabía, una mañana había simplemente despertado con un pensamiento solo en su cabeza, era insana la sensación que le producía y aun así…aún después de eso…parecía no importarle.

Enero 20

Era curioso…

¿Por qué alguien con tanto éxito aparente titubeaba al sostener en sus manos un simple paquete de galletas? Era como si el caramelo con reluciente envoltorio estuviera insultándolo de la manera más amarga posible. Sus ojos eran cristales y el dolor en ellos me urgía a consolarlo, a tomarlo entre los brazos, verle directo a los ojos y beber de ellos ese llanto vuelto vidrios.

¿Por qué era tan bello estando tan triste?

Enero 21

Sonrió para mí. Sus labios eran una curva bella y hermosa. Sus manos cálidas afianzando mis hombros mientras me miraba al rostro, permitiéndome saborear con desesperada ansia el color de sus ojos claros.

El día de hoy parecía temblar ansioso y dulce, tan galante siempre a pesar del vestigio de una sombra obscura en los ojos de miel.

Dio una mirada a la casilla, sin entrar todavía, con sus manos temblando ansiosamente contra la tela desgastada de sus jeans: el porche estaba descuidado y maltrecho, la madera raída por el desuso, tenía un aspecto avejentado pero estable, como solo el tiempo podía poner las cosas. Pensó que tal vez en un paso el lugar fue hermoso, lleno de vida, de dicha y de una familia feliz.

¿Qué es lo que más te gusta de mí? –Susurró una voz contra su oído. Parecía risueña y curiosa.

No detuvo la imagen que corrió frente a sus ojos aunque lo hubiera deseado, simplemente se detuvo de golpe frente al porche de esa vieja casa, y permaneció con los labios separados, casi pudiendo saborear con la punta de su lengua el momento justo en el que los labios rosados se movían, separándose en esa curva preciosa de una sonrisa titubeante.

–Tus ojos –Respondió él a la nada.

¿De verdad es eso? –Una risita burlona brotó desde sus labios –he visto cómo tus ojos se desvían a mi cuello cada vez que hablamos…. –Susurró, como si se tratara de un secreto.

–Es porque es hermoso –Dijo él.

Sus labios se fruncieron en una mueca dolorosa, porque eso había sido todo, no más fragmentos de un recuerdo en donde la voz sensual y pícara hablaba a su oído de forma perversa y dulce. ¿Por qué?

Sus ojos se desviaron con desagrado hacia la puerta cerrada, que empujó sin mucho esfuerzo haciendo a las bisagras chillar agudas. Lo que encontró le dejó sorprendido: el lugar era un perfecto orden.

Había muñequitas acomodadas perfectamente junto a una mesita de té para niñas pequeñas, y una alfombra; había algo que causaba discordancia en la calma apacible: Todo ese desorden marrón que manchaba la alfombra.

Una punzada dolorosa le atravesó la cabeza, en un jadeo se recostó contra el muro más cercano, presionando una mano contra su sien de forma dolorosa.

Yo jamás tuve un perro…a mamá le molestaba el desorden que causaban –Su voz sonaba nostálgica y grave –pero tenía muchos juguetes en una habitación para mí solo… ¿No es mejor eso? –Una risita se le escapó de los labios.

–Yo tampoco tuve mascotas –Murmuró al viento.

–…Tengo una grandiosa idea, violinista –Le susurró al oído –¿Por qué no alucinamos un rato para fingir que jugamos con una mascota? –Hablaba tan cerca de su oído que sus labios rozaban contra su piel al moverse.

–No estoy seguro….

Prometo que te gustará –Le sonrió ampliamente, mientras apretaba su mano suavemente entre la suya. Sus hombros estaban desnudos, dejando expuesto su cuello largo y blanco.

Se frotó con rudeza la frente, gruñendo de rabia contra su palma porque por más que quería quedarse en el recuerdo su mente no le dejaba continuar, le enviaba de regreso a la realidad como si se burlara de él.

Observó alrededor de sí cuando sus pupilas lograron enfocar de nuevo más que solo pestañas espesas, labios socarrones y piel tersa.

No estaba siendo claro consigo mismo…

No estaba siendo juicioso…

Extrañaba mucho sus ojos…

En su entorno no había más que cuadros vacíos colgados en las paredes, papel tapiz salmón y alfombras raídas. Caminó por el único extenso pasillo, largo, con una sola puerta al final de él, una de madera castaña. Desvió la mirada contra las paredes, notando arcos sin puertas que daban paso a otras habitaciones, e ignorando la única puerta avanzó hacia uno de los laterales, que le llevaba a una cocina casi vacía.

Había más juguetes para niña tirados en el piso, maltratados por el tiempo y roídos por las ratas que andaban en los bordes de la casa. Entonces se percató de un aroma nauseabundo que le inundaba las fosas nasales: parecía algo muerto, como si el cadáver de un desafortunado animalillo todavía estuviese presente en el lugar.

–Que asqueroso –Arrugó la nariz, retrocediendo sobre sus pasos en el lugar.

No tan rápido –Se burló contra su nuca, masajeándole los nudillos de la mano derecha –con calma, eso es…solo respira profundo….

–No puedo….

Es muy fácil. Así es…. –Le sonrió ampliamente –haces que me sienta orgulloso –Un besito resonó contra su nuca.

–¿De dónde vienes? –Fue capaz de verse preguntando, mientras se limpiaba la comisura de los labios y aspiraba por la nariz.

¿De dónde parece? –Sus labios se veían nublados por una bruma obscura.

–De la nada

Se cubrió el rostro con el dorso de la mano, su espalda impactó contra la pared contraria y el aroma asqueroso continuaba merodeando por su nariz de forma molesta y horrorosa. Era tan repugnante que temía que las arcadas comenzaran.

La segunda estancia estaba más vacía que la cocina, con solamente dos silloncitos cómodos y empolvados, cubiertos de una sustancia que no deseó identificar; al fonda reposaba una mesita de madera vieja sobre la cual reposaban dos cuadros, solo que uno de ellos no estaba vacío….

En un titubeo se acercó allí, observando con ojos entrecerrados a una familia de tres integrantes, una mujer alta de rostro dulce, un hombre de porte recto, y un chico de no más de catorce que apenas sonreía; todo parecía tan cotidiano que podría jurar que nada raro sucedía allí, pero luego estaba el hecho de que faltaba una presencia en esa fotografía familiar: la hermanita del niño.

Los ojos del muchacho parecían penetrarle a pesar de ser consciente de que no podía una simple fotografía estarle observando, entrecerró los ojos, retrocediendo un paso.

Luego volvió la vista el techo, observando con horror marcas marrones que trazaban letras curveadas y temblorosas: No hay dolor en la venganza.

Frunció el entrecejo, sintiéndose mareado y asqueado, tenía ansiedad por vaciar por completo el estómago sobre esa coqueta alfombrita de bordes naranjas.

Sentía que estaba repitiendo de nueva cuenta una escena horrorosa que ya había contemplado; trazado en el centro de todo el infierno se encontraba con curvas rudas la comisura de aquellos agudos ojos dorados.

Enero 23

Parecía triste, observé sus hombros descubiertos, recorriendo con las pupilas dilatadas pequeñas marcas que corrían sobre la piel pálida. Su espalda delgada, su cuerpo fuerte. De pronto parecía alguien de papel, simplemente acomodado al borde del asiento mientras sus brazos se recargaban sobre sus rodillas y la expresión fija de sus ojos me dejaba verlo tan inquieto.

Me arrodillé frente a él, mirándole a los ojos con un gesto desconcertado, pero él no me veía. Pasaron segundos largos y cuando me vio fue como si se tratara de alguien completamente diferente: parecía receloso y frustrado, no ese caballero de sonrisa pícara que yo conocía.

Le tomé una de las manos con lentitud, y el sobresalto que le abarcó me sorprendió, sin embargo, su mirada se volvió frágil cuando deposité un beso sobre la punta de sus dedos y sonreí.

Sé que algo malo le sucede, pero no quiere decir qué es. Me inquieta mucho pensar que pueda estar metido en algún problema, o tal vez solo sea producto de su ajetreada vida, después de todo él es ya todo un hombre.

La idea no ha dejado de rondar por mi mente, menos cuando se quedó viendo fijamente hacia mí, viéndome como si no me reconociera para luego acariciarme las mejillas con los pulgares y sonreír de esa forma burlesca que me tranquilizaba de forma extraña.

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Cuando volvió a casa llevaba las mejillas inundadas en lágrimas de frustración. Ese día había recordado más de lo que cualquier otro, sospechaba que se debía al ambiente de esa extraña casita, sin embargo no era suficiente para saber en dónde se encontraba, o qué había pasado, con el rubio.

¿Por qué no podía recordarlo?

Pronto sus padres, y la misma Mabel, pasaron a segundo plano mientras él se dedicaba a pensar cómo iba a poder encontrar de nuevo a ese maravilloso y enigmático hombre.

Su pecho se apretó con fuerza, sus latidos se volvieron fuertes pero pausados, como si estuviera a punto de perder el conocimiento. No había cruzado ni siquiera la entrada de la cabaña de sus tíos cuando sus piernas cedieron, dejándole de rodillas sobre la madera.

Su cuerpo entero se sentía entumecido y pesado, como si toda la fuerza de su cuerpo se hubiera marchado de sí dejando atrás nada más que un amasijo de emociones revueltas y miedos confusos.

¡No me mientas! –Le gritó, cubriéndose el rostro con ambas manos –¡Cállate, ya basta, mentiroso! –Sus hombros temblaron en medio de la rabia frustrada.

¡Lo juro! –Replicó, arrodillándose a su lado mientras le veía aovillarse sobre el piso alfombrado de marrón –mírame, por favor –Sus palmas se movieron lentamente sobre sus hombros, resbalando por su cuello para llegar a sus muñecas –mírame

Con renuencia ambos ojos hicieron contacto y en los contrarios pudo encontrar una esperanza latente que se fragmentaba en pequeños trozos almibarados. Lucía devastado, como si acabase de darle la peor noticia de su vida a pesar de que lo que decía no era sino todo lo contrario.

Estoy aquí –Ofreció una mirada honesta, sus manos envolviéndose alrededor de las muñecas delgadas –puedes confiar en mí…

Sus labios se curvaron en una sonrisa tenue y cuando el otro le miró no dudó en inclinarse hacia el frente, luciendo vulnerable y fresco cuando lo hizo. Sus labios se rozaron, encajando a la perfección, y fue como llegar de nuevo al hogar cuando sus pieles se rozaron.

Si me mintieras también tú…. –Dijo al separarse, viéndole con profundidad y un tinte de desasosiego –me sentiría entristecido –sus dedos se envolvieron entre sus cabellos, tirando de ellos para acercarle hacia sí –prométeme que no vas a mentirme –Su rostro se acercó hacia él, exhalando aliento embriagador –promételo

Yo te lo juro –Dijo sin más, aceptando como cautivadora la presión ejercida en su cintura y sus cabellos halados lentamente. Sus dedos se curvaron, acunando el rostro frente a él.

Como recompensa recibió un beso cadencioso y profundo que entrelazaba sus respiraciones a un son pasional y crudo. Las palmas de sus manos eran frías cuando apretaban con fuerza sus antebrazos, acercándole hacia sí con desesperado anhelo. Podía sentir su piel perforándose bajo las medias lunas que eran sus uñas cuando le sintió queriendo separarse para tomar aire.

Quiéreme….

Su cabeza pesó, repiqueteando con fuerza cuando perdió la conciencia, cayendo estrepitosamente hacia adelante en un golpe seco contra los maderos de la entrada.

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Cuando fue capaz de volver en sí estaba rodeado de sábanas tibias. Una frialdad húmeda reposaba contra su frente. Sus ojos pesaban, se sentía adormilado y pesaroso a pesar de ser cada vez más consciente de su entorno.

–Dipper –Vagamente reconoció la voz de uno de sus tíos –quédate ahí, descansa –Pidió con un tinte de preocupación.

–¿Qué pasó? –Entonces se percató de que su garganta estaba reseca y que escocía pareciendo pesada –¿Tío Ford?

No hizo ademán de ponerse de pie, limitándose a volver a sentir su cuerpo pesado volviendo a cederle el control.

–Te encontré inconsciente en la entrada de la cabaña –Confesó con el entrecejo fruncido –tenías fiebre y estabas sudando –Añadió.

De repente el recuerdo de unos ojos desesperados le pasó por la mente, obligándole a sentarse más rápido de lo que cualquiera debería. El repentino movimiento le causó un mareo involuntario que le removió el mundo.

–¡Tengo que encontrarlo! –La realización pareció abrupta y dolorosa –y-yo….

–¡Dipper! –Reprochó el adulto, obligándole a recostarse de la forma más amable que podía –debes descansar, tenías fiebre alta y estabas comenzando a delirar cuando eras mínimamente consciente –Sus labios se curvaron en una mueca –después puedes hacer….

–No lo entiendes –Negó rápidamente, percatándose entonces de la ausencia de la húmeda tela –nadie lo entiende…

Su cuerpo se tensó, gruñendo en su sitio.

No lo comprende…

Nadie lo entiende….

Te dije que esto iba a pasar….

Su cabeza repiqueteaba en molestia y una sensación de incertidumbre. No supo de dónde provenía aquella voz que murmuraba cosas obscuras a sus oídos, quizás del fondo de su mente o de alguna otra parte, pero no pudo decir que lo que le decía fuera falso.

–¿De qué hablas, Dipper? –Titubeó el adulto, acercándose hasta colocar una mano sobre su hombro.

Creía que aún deliraba, no podría tratarse de otra cosa cuando comenzaba a temblar involuntariamente y sus ojos se empañaban. Algo en la mirada embravecida pareció desconcertarle, era como observar dos abismos de desesperación y no la mirada avellana de su querido sobrino. En sus pupilas había desesperación y una emoción a la que no deseó ponerle nombre por miedo a que pudiera materializarse si lo hacía.

–¿Dipper? –Su palma dio un suave apretón a su hombro.

El castaño desvió la mirada, entrecerrando los ojos. Contenía los quejidos que quería proferir, porque ansiaba gritar, quería salir de la cama y correr a un lugar indefinido en busca de esos desconsolados ojos cristalinos.

–Estoy cansado –Masculló, evadiendo la mirada conocedora –solo…estoy muy cansado –Suspiró profundamente.

–¿Te sientes mejor? –Preguntó el adulto, recuperando una pizca de la calma que había perdido.

–Mejor –Asintió él. –Estoy cansado –Frunció el ceño, decidido a ya no hablar.

¿Para qué necesitaría contarle a su tío lo que le aquejaba si repetiría que necesitaba descansar?, que estaba enfermo. Aspiró profundamente. Con cuidado se giró a darle la espalda a su tío, no queriendo estar presente cuando le viera salir de la habitación.

Estaba frustrado, agotado mentalmente y aterrado. ¿Por qué no lograba…recordar? Ahora sabía que algo más había sucedido entre ellos dos, no tenía la certeza de que no eran solo sus más obscuros deseos materializándose dentro de su cabeza en forma de maravillosas alucinaciones que le causaban un cosquilleo dulce por todo el cuerpo.

Cerró los ojos, y rememoró ese aroma tan sensual que desprendía el otro, era como olfatear la rama de una planta de vainilla, vino tinto y colonia.

Por unos segundos tuvo verdadero miedo al presenciar una discusión en donde pareció haber hecho daño inconsciente al perfecto hombre rubio; sin embargo, al ver al otro aferrándose con fuerza a él pudo tranquilizarse de nuevo.

Se abrazó a ese recuerdo de la más frágil mirada cristalina y lo adoró cerrando los ojos con fuerza. Con los labios separándose entre sí comenzó a tararear esa tonadita que relacionaba inmediatamente con el rubio.

Enero 26

No habló conmigo, no quiso decirme lo que le preocupaba cuando fui capaz de preguntarle. Si debí haberme sentido cohibido no lo hice, y en su lugar hice algo de lo que creo que debería arrepentirme, sin embargo no lo hago.

Yo tomé una de las muchas carpetas que reposaba sobre su escritorio mientras él bajaba a la planta baja para tomar dos tazas de café: supongo que esperaba encontrar que las acciones de su compañía se iban en picada, o que tenía demandas por…no lo sé, cualquier cosa.

Solo estaba el reporte de defunción de dos personas, un hombre y una mujer, ambos originarios de Oregón, su estado natal.


Espero que te gustara. No mucha gente deja su comentario para este fic. Pero me pone muy contenta saber que a alguien le gusta. Voy a seguirlo, solo que la inspiración no había llegado. Como propósito me he puesto terminar con los fics para no dejar nada al azar. Gracias por leernos, nos vemos ;)