Buenas noches :3

Antes que nada, perdónenme por el retraso XD he estado ocupada con la búsqueda de trabajo XD pero aquí les dejo el capitulo final.

Todos sabíamos que Izayoi moriría, así que en esta parte sólo describo lo que sucedió con InuYasha después, lo cual lo hago sin entrar en demasiados detalles.

Muchas Gracias por haber seguido esta historia ;3 espero que les haya gustado y me regalen un comentario :D

Atención: InuYasha y todos sus personajes son propiedad de Rumiko Takahashi. Yo solo escribí la historia por gusto y diversión, además de que me encanta este anime.


Capitulo 12: La Vida Continua

InuYasha corría desbocadamente por el bosque, su agitada respiración apenas lograba llenar sus pulmones y las lágrimas de sus ojos se perdían en el viento de la noche. Nada parecía poder evitar su loca carrera, los arboles pasaban a su lado velozmente y los arbustos iban quedando detrás de sus saltos. El lastimero llanto del cachorro era escuchado por todos los habitantes del monte, los cuales se mantuvieron en silencio como señal de luto a su dolor.

Su madre acababa de morir y no podía aceptarlo, al menos no en ese momento. Tan pronto escuchó que su corazón se detuvo, comenzó a gritarle para que despertara, la agitó una y otra vez pero ella permaneció inerte y un terrible dolor estrujo su alma. Gritó hasta quedarse sin voz y la impotencia de no poder hacer nada lo alteró al grado de perder el control de sus emociones, provocando que saliera huyendo de la casa. Nori y Myoga no pudieron detenerlo.

El viento siguió entonando su triste melodía cual misa fúnebre y las nubes obscurecieron el cielo dando paso a la fría lluvia. No le importó a InuYasha, su mente estaba bloqueada con la dolorosa visión de Izayoi muerta, no tenía cabeza para nada más que su acelerada huida, la cual prosiguió mecánicamente sin importarle el destino final.

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Territorio del Oeste.

Lady Irasue miraba en silencio la joya de su collar, la piedra Meido había terminado de revelar la última imagen de la humana y su cachorro. Dirigió la vista hacia el cielo y miró con indiferencia el andar de las nubes por un par de minutos. Entonces se levantó de su diván y caminó al inicio de las escaleras que descendían hacia el siguiente piso, donde un grupo de soldados se mantenían estáticos en su puesto de vigilancia permanente.

–Envía a uno de tus hombres a buscar a mi hijo– ordenó al guardia más cercano. El hombre hizo una reverencia y se retiró inmediatamente del lugar.

Un par de horas después, Lord Sesshomaru llegó a la residencia de su madre. Con paso tranquilo entró a la estancia y subió las escaleras. Encontró a su progenitora recargada en el balcón, mirando nuevamente su collar.

– ¿Me llamaste, madre?–

La demonesa alzo la mirada. –La humana ha muerto. –

– ¿Ha muerto?– contestó con ligera sorpresa. –Pensé que viviría más tiempo. –

–Me imagino que te diste cuenta, parecía ser una hembra fuerte a pesar de todo lo que vivió. Pero veo que los humanos aun no logran superar sus propias enfermedades– contestó la demonesa.

Sesshomaru asintió ligeramente y después de giró para retirarse.

– ¿Qué vas a hacer?– preguntó Irasue.

–Nada… no puedo hacer nada hasta que el bastardo sea mayor– respondió el Lord, ladeando un poco el rostro.

La demonesa observó como su hijo se alejó volando rápidamente y no pudo reprimir una extraña sonrisa al verlo desviar su ruta hacia la frontera Norte.

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Los sollozos de InuYasha se mezclaban con las gotas de lluvia. Su mirada, fija en el horizonte, reflejaba el malestar que lo invadía. Apenas era un niño y aunque ya entendía el concepto de vida y muerte, no era capaz de aceptar que su madre ya no estaría más a su lado.

Permaneció por largo rato inmóvil a la orilla de una saliente elevada en un desfiladero cuya vista dominaba gran parte del valle. No le importaba que el agua humedeciera su cabello y su vestimenta. No le importaba el golpe del viento, ni la obscuridad que se avecinaba, tampoco los sonidos del bosque, no le importaba absolutamente nada… hasta que percibió su olor.

–Deja de llorar cachorro– dijo una voz a sus espaldas.

El chiquillo volteó lentamente, sus ojos llorosos daban una expresión tan lastimera que cualquiera se hubiera conmovido, excepto el demonio que tenía enfrente. El niño lo miró a los ojos y no puedo evitar sentir miedo, pero se mantuvo quieto y en silencio.

–No olvides que tu y yo tenemos un asunto pendiente y algún día vendré a saldarlo– le dijo con frialdad. –Si no maduras y no eres capaz de superar esto, morirás– sentenció.

–Mi mamá… yo no…– el llanto le impedía hablar.

Sesshomaru se movió velozmente y en un parpadeo se ubicó a escasos centímetros de InuYasha, las garras se cerraron sobre su cuello. El niño se estremeció, pero no opuso resistencia alguna.

–Eres una vergüenza para nuestra raza, aparte de ser un mestizo, eres un pequeño cobarde– dijo amenazante. – ¡Dame un motivo para no cortarte el cuello aquí mismo!– le grito al tiempo que su mano apretaba con fuerza, impidiéndole respirar.

El pequeño comenzó a agitarse, reaccionando más por instinto que por estar consciente de la situación. En ese instante sus pequeñas zarpas se clavaron en el brazo de Sesshomaru, arañando hasta donde su fuerza se lo permitió. El demonio apenas parpadeo, pero su expresión cambio a un ligero gesto de satisfacción. Entonces lo arrojó hacia unos arbustos, los cuales provocaron algunas raspaduras superficiales.

InuYasha se levantó sacudiéndose las hojas y cuando busco de nuevo al Lord, sólo alcanzo a ver su gélida mirada, indicándole que se volverían a ver, acto seguido inició el vuelo hasta desaparecer. El niño no alcanzaba a entender el odio de Sesshomaru, pero dentro de sí mismo, ya comenzaba a hacerse a la idea de que él sería su constante enemigo.

Aldea del viejo Kenji.

El funeral de la princesa se realizó con honores, todos en el pueblo asistieron a dar sus condolencias. Algunos preguntaron por el pequeño InuYasha, pero Nori y Kazumi no supieron que decirles. El niño no había vuelto desde el día anterior cuando escapó. La nana sabia que el pequeño estaría bien y que regresaría para el final del velorio, simplemente no quería estar con nadie por el momento, necesitaba estar solo.

En las afueras del pueblo, en la colina favorita de la princesa, el cachorro miraba su casa a la lejanía. Ya había regresado pero no quería acercarse. Sus ojos estaban irritados y cansados de tanto llorar. Esperaría hasta que todos se hubieran retirado y sólo estuviera su familia.

Horas después, el cansancio había vencido a Nori y a Kazumi, ambas dormían en una recamara junto con Imari. Cuando InuYasha se adentro en la sala, pudo darse cuenta que únicamente Myoga permanecía cerca de su madre, rezando. El niño caminó lentamente y se sentó a un costado, murmuró una plegaria y de nueva cuenta lloró en silencio.

–Pequeño InuYasha, sabes que cuentas nosotros, ¿verdad?– habló Myoga.

–Si… gracias– contestó en voz baja.

–No te preocupes… la princesa ahora ha pasado a otro plano existencial, sin dolor y sin sufrimiento– dijo la pulga, quien a duras penas podía mantener un poco la serenidad.

–Es posible que ahora ella se reencuentre con tu padre– dijo otra voz. Nori entró a la sala, su gesto era triste.

El niño corrió directo a sus brazos, para él, esa mujer era como su segunda madre. La nana lo abrazó protegiéndolo y consolándolo.

El pequeño sirviente miraba en silencio. –Mi señor InuTaisho, princesa Izayoi… yo les prometo que InuYasha será un gran muchacho, lo juró– pensó con determinación.

Una semana después.

Nori revisaba las pertenecías de Izayoi, guardando lo importante y desechando lo que no. InuYasha había permanecido retraído esos días y ni siquiera quiso ver a Imari para jugar, sin embargo, esa mañana despertó con una expresión alegre en los ojos.

–Nori… soñé con mamá– dijo el niño desde el umbral de la puerta.

– ¿En serio, pequeño?, platícame tu sueño– contestó la mujer mayor.

–Ella estaba en un campo de flores rosas, me sonreía y me decía que me amaba y que siempre me estaría cuidando– explicó el infante.

Nori le sonrió y suspiró aliviada. –Gracias al cielo, esto es de gran ayuda para InuYasha– pensó. –Qué lindo sueño, ¿ahora entiendes lo que te dijimos Myoga y yo?, aunque no la veas, ella estará contigo. –

El chiquillo asintió y una pequeña sonrisa se dibujo en su cara. – ¿Qué haces?– cuestionó.

–Acomodando unas cosas, ven aquí, tengo algo para ti– contestó la mujer. –Estira la mano. –

InuYasha lo hizo y ella deposito una pequeña concha de mar sobre su palma. El pequeño la miró con curiosidad y la abrió despacio. Contenía rubor para labios e inmediatamente supo que era de su madre. Sus ojos se alegraron al tiempo que se humedecieron.

–Llévala contigo siempre, como un recuerdo de tu madre– indicó Nori.

– ¡Así lo haré, gracias!– afirmó con gran convicción.

Más tarde, después de comer, el niño decidió ir a la casa de Kazumi e Imari. La vida debía continuar y que mejor manera de superar las adversidades que con la amistad de los amigos y la familia.

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El tiempo sigue su marcha y la vida no se detiene…

Ha pasado poco más de un año desde la muerte de Izayoi. InuYasha tiene seis años y sigue viviendo tranquilamente en la aldea del señor Kenji.

Sin embargo, la sombra de la adversidad llegó al pueblo poco después. A pesar de ser un lugar semi aislado y tranquilo, fue inevitable que la enfermedad lo alcanzara. Una plaga de origen desconocido comenzó a cobrar la vida de los habitantes. Unos decían que el mal llegó del extranjero, otros contaron que se trataba de consecuencias bélicas entre humanos y demonios. Nadie tenía la verdad completa.

El mal se extendió rápido y no hubo tiempo para nada, muchos abandonaron la aldea al ver el número tan repentino de contagios y muertes. Incluso Naoru, la vieja curandera que alguna vez visitó Izayoi, se presentó en el pueblo para alertar a sus habitantes, exhortándolos a migrar a otro sitio ya que su propia aldea había sido arrasada por la extraña calamidad.

Desgraciadamente el señor Kenji y Nori no tuvieron tiempo, ya que también fueron parte de las víctimas. InuYasha tuvo que soportar por segunda vez la muerte de alguien sumamente importante en su vida. Y aun faltaba otra complicación, Kazumi e Imari estaban por partir y lo habían invitado a marcharse con ellas.

–Tengo miedo Myoga– dijo el niño con tristeza. El día anterior habían incinerado el cuerpo de Nori, junto con los restos de otras personas, era la única manera de frenar un poco los contagios.

–Te entiendo pequeño InuYasha, pero tienes que tomar una decisión ya que no podemos quedarnos– contestó preocupado el sirviente. –Tú y yo no nos enfermaremos, somos inmunes por nuestra capacidad sobrenatural, pero Kazumi e Imari podrían estar en peligro. –

–Vámonos de aquí Myoga, no quiero que les pase nada– pidió el chiquillo.

La pulga asintió, reservándose sus pensamientos. Jamás pensó que tendrían que abandonar ese lugar y más que nada su temor era por lo que sucedería después. InuYasha había crecido en éste pueblo, a vista de todos los habitantes, lo conocían y lo toleraban hasta cierto punto. Pero ahora, el hecho de marcharse a otro sitio, cambiaba por completo la situación. El pequeño mestizo tendría que enfrentarse a una posible incomprensión por parte de otros humanos y lo mismo sucedería con los demonios si buscase su aceptación.

– ¿Entonces lo has decidido, InuYasha?– preguntó Kazumi, mirando al niño sentado junto a su hija.

–Sí, quiero irme con ustedes– respondió, al tiempo que tomaba la mano de Imari.

– ¡Qué bien, me alegra oír eso!– dijo con una gran sonrisa la niña.

–Entonces nos vamos ahora mismo, ya no debemos seguir aquí, no quiero que les pase nada malo– finalizó Kazumi.

La mujer, los niños y la pulga demonio abandonaron la aldea en dirección de las tierras del Este, donde vivía la abuela de Imari. La anciana recibió con cordialidad a todos y escuchó la historia del pequeño mestizo. No dijo nada, estaba muy vieja para prestarle atención a esos detalles, así que también aceptó al niño junto con la pulga.

Lamentablemente el presentimiento de Myoga se hizo realidad. En ese pueblo no confiaban en los demonios ya que con anterioridad habían sufrido de agresiones por parte de ellos y pensaban que InuYasha podría traerles problemas. A pesar de que Kazumi intercedió por el chiquillo, explicando que sólo era mitad demonio y que había sido criado como humano, muchos habitantes estuvieron en contra de su estadía.

"Podría ser un peligro para nuestros hijos", "Es una amenaza para la tranquilidad del pueblo", "Un demonio jamás será bueno", "Un día crecerá y nos atacará", "Que se vaya con los de su especie, no lo queremos aquí"

Muchos prejuicios fueron pronunciados en contra de InuYasha a pesar de que no convivía con los aldeanos. Kazumi lo mantuvo protegido a pesar de todo, lo hizo como una promesa a su querida amiga Izayoi. Pero la intolerancia ya estaba sembrada en esas personas.

Cierto día Imari e InuYasha jugaban a las escondidas en el campo, cuando de repente un grupo de niños mal influenciados por los adultos, comenzaron a molestarlos. La reacción del pequeño mestizo fue un poco sorpresiva para los infantes, ya que los asusto al enseñarles colmillos y garras. No hubo persecución ni heridos, solamente un grupo de chiquillos asustados que hicieron un gran alboroto con sus padres.

La gente del pueblo fue a reclamarle a Kazumi, pero ella los encaró con valentía diciéndoles que el niño no había hecho nada más que defender a su hija de los otros. A pesar de todo, eso fue sólo el inicio de una serie de situaciones tensas en las que la incomprensión humana predominaba. Llegó un momento en que InuYasha era mal visto, insultado y agredido a la mínima oportunidad.

Esto comenzó a afectar el comportamiento del pequeño, generando rencor y odio contra cualquiera que no fuera alguien cercano a él. Myoga ya había previsto un escenario de este tipo, así que habló con InuYasha y le hizo entender que en algún momento, tendría que dejar el pueblo y buscar su camino en solitario. El niño comprendió perfectamente a qué se referiría y poco a poco su personalidad fue cambiando, volviéndose irritable e impulsivo, siempre a la defensiva.

El punto de quiebre llegó un día en que se encontraba con Imari recolectando bayas en el bosque cercano. Un pueblerino le arrojó una piedra agresivamente. InuYasha la esquivó debido a sus reflejos, lamentablemente alcanzó a Imari, hiriéndola en la frente. En ese momento, el mestizo perdió el control y la ira lo dominó, atacando al hombre y dejándolo herido de gravedad.

La noticia corrió por el pueblo, sin embargo, para cuando fueron a buscar a InuYasha, éste ya había huido. Todos supieron lo que sucedió y la pequeña Imari contó la verdad, pero la intransigencia tenia nublado el razonamiento de la gente. Kazumi supo en ese momento que el hijo de su amiga jamás podría volver a estar con ellas nunca más.

–Señor Myoga, ¿está seguro de que podrá encontrar a InuYasha?– preguntó angustiada Imari, quien tenía una venda en la cabeza, afortunadamente sólo había sido un rozón y pronto se recuperaría.

–No te preocupes niña, él estará bien. Se ha vuelto un niño muy fuerte… sé que lograra superar esto– contestó la pulga.

Su gesto era serio y afligido al mismo tiempo. En el patio ya lo esperaba un cuervo que lo ayudaría a buscar al chiquillo, así que sólo se estaba despidiendo de madre e hija.

–Ten cuidado Myoga y cuando encuentres a InuYasha, dile que siempre podrá contar con nosotras pase lo que pase y si algún día quiere regresar, aquí lo estaremos esperando– dijo Kazumi, a pesar de saber que eso nunca iba a suceder.

El pequeño demonio hizo una reverencia, para después, saltar sobre el lomo del pájaro y alejarse volando.

Después de dos días, encontró a InuYasha caminando por un bosque montañoso, se había alejado bastante sin rumbo fijo. Confirmó que estaba ileso y escuchó atentamente su situación.

–Entonces al darme cuenta de que había herido a ese hombre, escapé de la aldea– relató el niño. –Pero no me arrepiento, él se lo merecía por haber lastimado a Imari. –

–Te entiendo perfectamente y no tienes de que preocuparte, ella está bien, sólo fue un rozón– contestó Myoga. –Sin embargo, no podrás volver al pueblo. –

–Si, ya lo sé… no quiero que molesten a Kazumi ni a Imari por mi culpa. Será mejor que viva en el bosque o busque algún otro lugar donde pueda estar– declaró el chiquillo con sorprendente lucidez para su edad.

Myoga lo miró en silencio y comprendió que ya estaba madurando. Esto no debilitaría a InuYasha, porque la princesa Izayoi se encargo de forjarle un gran carácter. Sonrió para sus adentros, estaba orgulloso del hijo de su antiguo amo.

–Y dime, ¿ya comiste algo?–

–Sólo frutas que he recolectado, aun no he podido cazar nada– respondió InuYasha.

–Bien, parece que aquí no hay bestias peligrosas– dijo la pulga, al tiempo que revisaba y olfateaba a los alrededores. –Vamos, te enseñare como buscar y atrapar algo para comer. –

Pasó el tiempo, InuYasha se adapto a vivir en ese bosque. Afortunadamente no estaba habitado por fauna demoníaca, eso era una ventaja para el mestizo aunado a sus habilidades y fortalezas sobrenaturales. Myoga permaneció con él, enseñándole a cazar y a sobrevivir. En algún momento tuvo que interactuar de nuevo con humanos y otras criaturas, sobrellevando las consecuencias, a veces buenas y a veces malas, pero nunca se dejó vencer por la adversidad.

En algunas ocasiones el demonio pulga lo dejaba solo para viajar y ocuparse de otros asuntos, como la vigilancia de la tumba falsa de InuTaisho. Posteriormente lo visitaba para darle ánimos y exhortarlo a volverse más fuerte. A pesar del paso de los años, InuYasha sólo aparentaba tener dieciséis y aun no estaba listo para saber acerca de la herencia de su padre. Myoga tenía que ser paciente y esperar.

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Han pasado doscientos años desde la muerte de InuTaisho y el nacimiento de InuYasha. El Lord de occidente y el mestizo sólo han tenido algunos encuentros contados, que no pasan más allá de los insultos y alguna que otra escaramuza sin llegar a nada serio.

Para éste momento Sesshomaru ya se ha enterado, por parte de Irasue, que colmillo de acero está en la tumba de su padre. Pero no ha sido capaz de encontrar la ubicación de dicho lugar. Más tarde supo que un antiguo enemigo del linaje Inugami, el clan de los Gatos Leopardo, estaba buscando venganza. Así que tuvo la remota idea de darle una oportunidad a su medio hermano para hacer algo por el Oeste.

Sin embargo, InuYasha ya había sido sellado por la sacerdotisa Kikyo. Cuando el Lord se enteró, no pudo hacer nada más que insultarlo por su debilidad. Así mismo, tuvo que tragarse su rabia por haber perdido la oportunidad de usar al mestizo para localizar la tumba de InuTaisho.

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Más de cincuenta años después, luego de la derrota de Naraku y el regreso de Kagome a la época feudal.

La tumba de Izayoi reposa a la sombra de un hermoso y frondoso árbol, cerca de un pequeño lago. Un joven de cabello blanco y orejas caninas se acerca y deposita un ramo de flores blancas. Se arrodilla y comienza a orar en silencio mientras una suave brisa le acaricia la mejilla.

–Gracias por todo, madre…–

=FIN=


Agradezco su tiempo, paciencia y comentarios :3

Tal vez mi próxima historia sea otro UA, en fin, a ver qué sucede. Por el momento me voy a tomar un descanso de fin de año XDXDXD

Hasta pronto ;)