Waiting for Super Man
Capítulo IV: Mendigando Esperanza.

« Al enemigo se le puede dar la mano. Al traidor no. »
Alejandro Casona.

Todo está en penumbras.

Una furiosa ventisca gime dolorosamente desde el exterior mientras la espesa neblina que se extiende por los alrededores le empaña los ojos hasta hacerlos escocer. Oh. Steve siente cómo su corazón lucha por escapársele del pecho a través de la garganta cuando el escudo que yace ceñido a su antebrazo derecho comienza a arder. Fundiéndose a su piel con recelo. Aquel emblemático escudo tricolor que lo ha acompañado durante tantos años, aquel impenetrable escudo que ha jurado empuñar solo para proteger a las personas que ama. Aquella icónica herramienta forjada con el metal más fuerte sobre la faz de la Tierra que ahora utiliza para perforar la preciosa armadura rojo—oro de Iron Man. Para llegar a su corazón artificial y detenerlo antes de que cometa una locura. Antes de que tome la vida de Bucky entre sus manos.

La acción es brutal y enfermiza al mismo tiempo, se dice a sí mismo poco después de dominarlo contra el suelo. Es como si estuviese destruyendo poco a poco todo lo que representa a Anthony Edward Stark. Como si su corazón de hierro llorara piedad en busca de comunicarle que ya no puede más. Sin embargo, pese a ello, pese al brillo suplicante en las perlas ajenas; Rogers sabe que no puede parar, que no debe. Sabe, tiene que desármalo para hacerlo entrar en razón una vez haya garantizado el que la batalla finalice. Que las palabras gobiernen sus acciones y los golpes sean solo malos recuerdos. Una pesadilla.

Es cuando el Capitán América traga una profunda bocanada de aire, convencido de que pronto todo terminará. Sujeta con fiereza la pieza de vibranium entre sus fuertes manos, le alza sobre su cabeza en busca de un mejor ángulo y, poco antes de encajarla sobre el reactor que alimenta de energía a Iron Man, escucha a modo de suspiro:

— Steve… te amo.

Desviar el escudo resultó ser imposible después de ello; cegado como estaba gracias a la incandescente sonrisa que el receptor de su furia le dedicó. Steve estoca limpiamente su armadura sin desearlo y la hace vibrar. La cabeza ajena rebota contra la frialdad del suelo en consecuencia ante su estupefacción y los ojos color chocolate de Tony se apagan casi de inmediato, tornándose de un plateado perlado. Arrebatándole el brillo destellando tras sus pupilas que por derecho es suyo. Oh, Dios. Que ya es demasiado tarde cuando Rogers se percata de su error, ese es un hecho. Su labio inferior comienza a temblar nerviosamente mientras su rostro se congestiona; las palabras que desea emitir mueren en su garganta y negar escépticamente con la cabeza parece ser su única ancla para conservar la poca cordura que le queda.

— ¿T—Tony…?

Sus manos ensangrentadas se deslizan lentamente sobre el arma que resultó ser su escudo en espera de una respuesta y lo aparta rápidamente de su pecho al no recibir nada como contestación. Steve procede a reacomodar su posición sobre el regazo metálico de Iron Man e intenta el que sus falanges no tiemblen cuando lo sujeta dulcemente del rostro; inclinándolo hacia su dirección. Después, lo observa con detenimiento. Un hilo de sangre carmesí ha comenzado a brotar de su respingada nariz; sus ojos siguen abiertos pero Stark no reacciona. No despierta. Rogers lo agita con delicadeza en busca de cambiar aquello, ciñe sus frentes y lagrimea contra sus mejillas pero Stark no se mueve. Por último, quiere gritarle, hacerle saber que no se enfadará con él de ser esta una broma; le besa los párpados, le susurra que también lo ama y que no ve la hora de llevarlo a casa, pero Stark no responde.

— Tony… — Solloza él contra sus labios, pero el castaño jamás vuelve a verle y el dolor se apodera por completo de su persona. Recordándole sus errores y que Anthony Edward Stark, en realidad, nunca le perteneció.

{.oOo.}

La muerte de Anthony Stark es más que una polémica global destinada al olvido próximo.

Es un suceso significativo que simboliza el fin de una era.

Como es bien sabido, Iron Man fue no solo el rostro de — toda — una nueva generación, fue el primer hombre en superar los límites de lo inimaginable en busca de representar lo que se cree correcto y defenderlo incondicionalmente sin esperar nada a cambio. Fue el reinicio de lo que se creía perdido. El primer súper—héroe desde el Capitán América. Una herramienta ficticia que impulsaría el desarrollo prematuro de la tecnología moderna posteriormente bautizada como el Hombre de Hierro. Quien no tardaría en ser secundado. Con tan solo un par de años en su haber, Hulk emergió. Bruce Banner sufrió lo que es saberse diferente y tuvo que aprender a vivir con ello por un largo tiempo por sí solo. Poco después llegó Thor; tan imponente como irreal. El Capitán América fue despertado y dos espías de alto calibre terminaron por definir quienes serían los Vengadores de allí en adelante.

Sin embargo, los años pasan. La gente cambia. Nuevas amenazas llegan y su reputación ahora es debatible. Ellos seguían unidos pese a las circunstancias, sí; intentaban hacer de este un mundo mejor con los instrumentos bajo su poder, cierto; pero la confianza en los Vengadores decaía con el pasar de los meses e ignorarlo era inevitable. Entonces, todo cambia. Poco antes de concebir a Ultrón, Reed Richards propone al multimillonario Víctor Von Doom el ejecutar un vuelo de prueba al espacio exterior en una nave experimental con el único propósito de erradicar enfermedades varias alrededor de todo el orbe con sus investigaciones y así, nacen los 4 Fantásticos. La leyenda de Daredevil — aquel diablo justiciero que vela por la seguridad Hell's Kitchen — cobra fuerza por las calles de New York como el fantasma sin orígenes que es y Spiderman, tan joven como poco experimentado, no repara en los riesgos que podrían nacer de el autoproclamarse un héroe independiente. Super Man solo llega para acaparar los reflectores más codiciados y Scott Lang no es más que otro futuro nombre en la larga lista de errores perteneciente a Henry Pym. Wasp es quien para decirlo.

Así, nuevos nombres van emergiendo — unos más imponentes que otros —. Toda una gama de personajes desfila por los noticieros consecutivamente y les brindan a las personas esperanza fría. Desconfianza y respeto al mismo tiempo.

Y ahora, quien lo iniciaría todo, se ha rendido ante la muerte. Aquel quien demostró que todo es posible se ha despedido de esta realidad con la ironía pautando su destino; mismo que afrontarían sus progenitores años atrás. Iron Man ya no existe y las posibilidades de que los Vengadores volviesen algún día ahora parecen tan lejanas que el solo pensarlo resulta agridulce. Hipócrita. Anthony Edward Stark muere y su legado cae, su imperio se convierte en cenizas y todo con relación a él parece tan vulnerable ante detonantes varios como lo son los Acuerdos de Sokovia — los jodidos Acuerdos de Sokovia —, el uso que se les dará a sus armaduras ahora que Edward ya no está, la repentina desaparición de el androide llamado Visión y los resultados que arrojarán las investigaciones emparentadas con su accidente.

— Iron Man ahora es responsabilidad del Coronel James Rupert Rhodes, mejor conocido como Máquina de Guerra. — Declara Matt Murdock públicamente una semana después de su muerte; poco antes de su funeral. — Seguirá siendo una herramienta bélica no gubernamental en memoria de mi cliente y toda su tecnología no relacionada con el Hombre de Hierro pasará a manos de los Hogan. Como Anthony Stark dictaminó en vida.

Otra semana transcurre con relativa calma hasta que llegan los resultados de su autopsia.

Tres días más tarde se da un veredicto oficial. No hay culpables.

Algo que — ja — nadie cree.

Ya ha pasado un mes desde su accidente y el ruido provocado por la noticia mengua. Sin embargo, no desaparece. Al menos no completamente. Acaba de culminar el mes de julio cuando un mensaje escrito con lo que promete ser sangre humana aparece cierta mañana en uno de los callejones más peligrosos de Hell's Kitchen. Pero no es el único. Uno similar, ahora escrito con telarañas plateadas, no tarda en vislumbrase esa misma tarde a lo largo de Brooklyn Bridge frente a un crepúsculo dorado. Todo esto debido a la inseguridad desmesurada que actualmente enfrenta la Isla de Manhattan desde que los Vengadores, los héroes más poderosos del planeta, desertaron del labor que prometieron ejercer hasta perecer. « Justicia » es lo que se lee.

Dos meses y el coronel Rhodes testifica formalmente que desconoce el paradero de sus antiguos compañeros de equipo, incluyendo a Visión. Congela las actividades de la pre—programada Legión de Hierro e ignora olímpicamente el que alguna vez fue War Machine. Los Acuerdos de Sokovia están en proceso de ser anulados de forma oficial solo para liberar a Iron Man de responsabilidades futuras en caso de volver a ser utilizado. Buscar a los Vengadores pierde importancia. Matt Murdock se aferra a continuar con las investigaciones relacionadas con la muerte de Tony Stark. Los 4 Fantásticos prometen ser los nuevos defensores del orbe en asociación con Pym Technology. SHIELD, como la organización privada que siempre fue, comienza de nuevo entrenando pequeños grupos de jóvenes mutados, incluso a algunos mutantes. Todo parece estar resurgiendo de entre las cenizas paulatinamente y el recuerdo de Iron Man, de Anthony Stark — pese a sus errores, pese a sus pecados — jura no olvidarse jamás.

Llega el mes de septiembre y Steve Rogers, finalmente, se cansa de llorar. Se cansa de ser una fortaleza para su equipo. Se cansa de soñar y de no ver más que pesadillas. Se cansa de la monotonía. Se cansa de vivir, de continuar. Finalmente, se cansa de fingir algo que no es — algo que nunca fue — e intentar seguir adelante parece tan estúpido ahora que encerrarse en sí mismo es lo único que ha hecho desde que la noticia antes mencionada llegó a él — eso y disculparse con Wanda; la receptora de sus demonios. Una consecuencia de su alteración genética. —.

Steven aún recuerda cómo fue el enterarse. Fue como si alguien llegase reptando desde una fría obscuridad solo para arrancarle las entrañas y rasgar su corazón. También recuerda un frío gélido apoderándose de su cuerpo. Un frío mortal no conocido por él que penetró sus huesos y le carcomió el alma hasta que sus pulmones fallaron. Tan enfermizo que logró doblarlo sobre su vientre y lo obligó a tragar aire hasta que sus labios se marchitaron y la mente se le nubló por completo. Sí — exacto —; así se sintió perder a Tony Stark. A su Tony. Así se sintió perderlo todo. Un todo que — en realidad — nunca le perteneció y que en más de una ocasión pensó en poseerlo de mil y un formas.

Ah. El primer mes después de eso fue denso, sin lugar a dudas. Rogers no hacía más que lamentarse por su propia cuenta en la soledad de su alcoba; comiendo poco y soñando en demasía — siendo esta su única forma de continuar al lado de Tony —. Aferrándose al celular gemelo del que le envió a Stark meses atrás, como si este fuese a sonar alguna vez, esperanzado. El segundo mes fue doloroso y brutal. Herirse emocionalmente a través de la autocompasión era tan masoquistamente placentero que casi se vuelve una adicción para él. Pero no es sino hasta el tercer mes cuando Steven finalmente se harta de todo y comienza a razonar teorías que han estado rondando por su cabeza desde que su agonía se convirtió en furia. En odio puro. Consecuencias claras de la última declaración pública que Matt Murdock ha compartido a la prensa.

El caso sigue abierto.

Un por qué es el comienzo de su paranoia. Quiere decir; se ha comprobado que la muerte de Tony fue un accidente. Incluso VIERNES, su IA, fue registrada para corroborarlo. No hay testigos visuales ni evidencia fotográfica pero su necropsia ha revelado lo suficiente como para zanjarlo todo. Los hechos también demuestran que Stark estuvo solo — jodidamente solo — al momento de morir. Sí — ¡sí! — cierto; cada uno de los factores fue analizado meticulosamente en su debido tiempo e inspiraron una respuesta definitiva que parece haber complacido a todo el orbe con el pasar de los meses. A todos ellos excepto a Matt Murdock; su abogado. Y ahora a él.

Porque Anthony Edward Stark fue muchas cosas en vida. Era prepotente, voluble e insensato; pero también era inteligente, un genio en toda la extensión de la palabra. Vivía arriesgando su seguridad, no entregándose a la muerte. Buscaba adrenalina, no despedirse de esta realidad. ¡Ja!, aún cuando no era Iron Man seguía gustando de las emociones fuertes; su gran colección de autos deportivos es un muy buen ejemplo de ello. Mismos que conducía libremente por la ciudad sin temor a lo inevitable, mismos que utilizaba para saborear su libertad sabiéndose acariciado por el viento sin una armadura de por medio. ¿Y ahora pretenden convencerlo de que su Tony falleció en un accidente automovilístico?, ¡Por favor!

« Steve… te amo.»

Él, sin lugar a dudas, y con una esperanza ardiente palpitando en su pecho, iba a vengar a Tony.

{.oOo.}

Los días en Lâorén son gélidos pero cada vez más amenos.

Ya han pasado dos meses desde que Tony despertó. Sus memorias siguen borrosas — poco claras —; pero Howard y María son dos nombres que por fin han cobrado un significado en su vida después de tanto tiempo. Sus padres; gracias a Stephen Strange, ahora sabe quiénes son sus padres. Puede no recordar más que sus nombres y rostros, cierto; sin embargo, es suficiente. Suficiente para él, al menos. Ahora, Anthony no se siente tan perdido en esta vida sin pasado; no con su recuerdo palpitando cálidamente en su pecho y Strange fungiendo como su fiel brújula personal.

Pero entonces, cierto día, algo cambia. Stephen y él ahora solo se ven los fines de semana gracias a los resultados obtenidos y procuran desenvolver las sesiones fuera de su despacho, interactuando con los diferentes medios a su alrededor. Pasa sus tardes leyendo en la terraza más pequeña de la Torre Sur y le coge cariño a presentarse como espectador a las cátedras que el Hechicero Supremo mantiene con sus alumnos más experimentados. A una sala tapizada de carmesí donde escucha sus charlas atentamente e intenta comprender este nuevo mundo al cual ahora pertenece. Que Strange le ha dado la oportunidad de conocer y él no rechaza. Porque no quiere, porque no lo necesita. Porque pertenecer a un lugar fijo es tan importante para Anthony en estos momentos que crecer allí le resulta verdaderamente sencillo. O por lo menos llevadero, por decir algo.

Como cada mañana, Tony toma una refrescante ducha en la comodidad de su cuarto, almuerza solo y pierde el tiempo en los terrenos que sabe desolados. Después, espera a Strange pacientemente en el umbral de su despacho. Charlan tres cuartos de hora e ingieren sus alimentos frente a la chimenea tras su escritorio. A continuación, justo antes de sumergirse en la soledad de la terraza más pequeña de la Torre Sur, — de camino allá — se ve obligado a desfilar por los pasillos exteriores con vista al jardín principal situado al noroeste del castillo. Un bello y majestuoso fragmento de paraíso conformado por un estanque cristalino, césped fresco, arbustos tupidos y una hermosa colección de árboles varios. Donde, siempre; cada día, a la misma hora, lo ve. A él. Al hombre de espalda ancha, ojos color cielo y labios marchitos del cual Strange le ha compartido el nombre días atrás. Clark Kent. Al cual saluda con simpleza cada tarde, siendo correspondido por igual y nada más.

Es una rutina de dos semanas que no incluye más que un ademan de mano y sonrisas tímidas. Anthony pasea con calma por el perímetro mientras el desconocido trasplanta una serie de cerezos jóvenes en una zona más fértil — petición de Strange — cuando sucede, así de simple. Ambos comparten miradas e intercambian señas casualmente. Fingiendo que no les interesa el indagar en aquella conexión que se ha creado entre ellos. Y una vez que el primer pestañeo interrumpe su unión visual, regresan a la realidad y continúan con su rutina diaria.

— Oh, Anthony. — Ríe Strange tras hacerse conocedor de la situación. — Clark es un gran hombre; no temas relacionarte con él.

Y antes de hacer nada, agrega.

— Sé que es difícil. — Dice. — Tu situación es complicada. Pero sobrellevarla solo no es la respuesta.

Tony ha querido decirle que su compañía es más que suficiente. Que ha hecho por él más de lo que pudo imaginar en un principio. Pero ignorar el verdadero significado de sus palabras es simplemente inútil. El oji—plateado sabe lo que ha querido comunicarle y debe aceptar que tiene razón. Pero — ¡ja! — resulta que aquello es más fácil de decir que hacer. Sin mencionar que confiar en Strange tampoco fue sencillo. La convivencia diaria que nació de una necesidad personal forjó el respeto que actualmente mantienen y los unió como dos iguales. Lo demás surgió naturalmente hasta llegar a lo que son ahora. No siendo esta una iniciativa propia.

Es cuando las preguntas surgen y Anthony se cuestiona a sí mismo por un largo tiempo si permitirse conocerlo es buena idea. Si relacionarse con alguien más que no fuese Strange — o Wong — resultase positivo o tan siquiera inofensivo hacia su persona. Después, comienza a razonarlo con calma no superficialmente, más allá de. Procura ser imparcial, por supuesto; no juzgarlo sin fundamentos claros. Pero zanjarlo lo más pronto posible también es prioritario para él. Tony quiere dejar de sentirse comprometido con el tema. Quiere dejar de sentirse controlado, en cierta forma, por alguien que aún no forma parte importante de su vida. Atado a pensar todo el tiempo, día y noche, en aquel hombre ajeno su realidad.

Aquella mañana, por otra parte, no es diferente a las demás. Comienza como es habitual; Tony cena y toma una ducha. Contempla desde lejos las prácticas de los estudiantes más jóvenes. Come con Strange. Acude a una de sus cátedras e, incluso, participa en ella con monosílabos nerviosos. Pero justo cuando se está preparando para su cotidiana tarde de lectura, el oji—plateado se da cuenta de que ya ha finalizado el libro que ha estado leyendo estos últimos días, El Diario de un Boggart.

Constellatio es un gran libro. — Le ha recomendado Wong días atrás. — Es una enciclopedia encantada que explica las cualidades de todos los cuerpos celes conocidos por el hombre. Solo hay una copia disponible en biblioteca pero estoy completamente seguro de que nadie lo ha solicitado desde hace años.

Entonces, ya seleccionado su próximo ejemplar, Anthony abandona el campanario situado en la parte más alta de la Torre Norte — donde suele meditar en solitario en contadas ocasiones — y se aventura por los pasillos que lo conducen hasta la biblioteca principal. Una vez allí, no repara en los artesanales estantes de madera tallada a mano que inundan aquella habitación que bien ya conoce, pasa de largo la amplia sala de lectura y desfila entre los libreros con soberbia hasta encarar la sección menos frecuentada; Cosmos. Una colección de anaqueles viejos y extrañamente descuidados que yacen de perfil frente a su persona, ocultos bajo las sombras.

Deslizando las yemas de sus dedos sobre los lomos de los volúmenes más próximos, el oji—plateado se adentra a los corredores ubicados a mano derecha. Analiza diversos nombres que comienzan con la letra A — Astronomía Teórica, Auroras y su Significado, Amaneceres en otros Mundos e Instrumentos Astronómicos —, repite la misma acción con la letra B — La Bóveda Celeste, Modelos del Big Bang, El mito de los Badoon y Los Cuentos de Baco — hasta llegar a su destino, la letra C. Anthony yace analizando un Globo Terráqueo en tercera dimensión del Planeta Tierra con una simpática Luna plateada flotando a su alrededor, cuando lo ve. Un corpulento libro de cuero pardo con leyendas escritas con dorado gritando por su completa atención; Constellatio.

Apoyando sus manos sobre la base, Tony espera cargar con un gran peso. Pero para sorpresa suya, el ejemplar resulta ser más ligero de lo que parece — producto de un hechizo, seguramente —. Lo sostiene con ambas palmas y emprende paso hacia la primera mesa que tiene a su disposición. Toma asiento enfrente del mismo, perfila los bordes de la portada con fascinación e ingresa sus falanges entre las páginas de pergamino conservado.

La primera hoja le presenta el nombre de la enciclopedia y su autor. La secunda un epílogo de cinco páginas escrito en tibetano que se traduce mágicamente al inglés apenas entra en contacto con su mirada. Lo lee distraídamente; aprecia las imágenes en movimiento que acompañan a la narrativa y, enseguida, se encuentra a sí mismo con el índice. Lo primero en llamar su atención es, naturalmente, un capítulo completo dedicado al Sistema Solar.

Travieso, Tony se salta tres capítulos completos. Omite los datos generales del Universo, sus posibles creaciones y los personajes asociados más influyentes. Pliega de par en par las amplias hojas del ejemplar en el capítulo deseado y, antes de darse cuenta, un orbe dorado y luminoso del tamaño de una naranja madura ya ha emergido de la superficie. Es el Sol; admira Anthony, enmudecido. Es grande e imponente y majestuoso. Mercurio y Venus no tardan en aparecer pese a su impresión; tan pequeños como dos insignificantes guijarros. La Tierra y Marte los secundan; ambos con sus respectivos satélites. El cinturón de asteroides y múltiples estrellas motean los alrededores por igual; Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno se instalan en sus correspondientes órbitas, y otros cuerpos celestes terminan por definir el Sistema Solar.

Las perlas plateadas del moreno resplandecen con admiración y escepticismo ante la representación frente a sus ojos. Alza uno de sus dígitos con cuidado y acaricia el perímetro del planeta Tierra, orbitando imperceptiblemente alrededor del Sol. Éste palpita en consecuencia, y con un suave movimiento, le relatan en dorado datos con relación al orbe.

Su tarde y parte de la noche la pasa allí, encerrado en la biblioteca. Completamente solo. El libro de Constellatio es demasiado grande como para llevarlo a la Torre Sur; y si bien, no pesa, sería terriblemente incómodo el pasar horas con este mismo sobre el regazo debido a sus dimensiones. En su lugar, mejor, lee allí. Sin problemas. Analiza cada una de las páginas con completa atención, acumula toda la información posible dentro de su mente y aprecia todos los detalles que la hechizada enciclopedia ha preparado para él el día de hoy. Con estrellas salpicándole el rostro de vez en vez. Con cometas silbando por la superficie del ejemplar simpáticamente. Con diferentes mundos destacando con gran facilidad de entre todo lo demás. Tony yace en la parte final de un apartado dedicado en su totalidad a las constelaciones zodiacales, cuando siente un bulto tras las yemas de sus dedos. Un ligero desnivel que no había sentido antes gracias a las innumerables páginas ya analizadas.

— ¿Pero qué…?

Curioso como él solo, Edward opta por apartar las hojas restantes. Pliega el pergamino viejo con delicadeza en un capítulo sin título, y lo primero en llamar su atención es un amuleto color petróleo plantado sobre el centro del libro; sujeto a una cadena oxidada. Tiene la forma de un diamante cilíndrico, y en el centro de lo que parece ser un emblema antiguo, se logra apreciar una « S» mayúscula. Anthony siente un incontrolable deseo por tomarlo entre sus manos y sentirlo contra su piel repentinamente, pero antes de poder hacer algo, un pequeño planeta — gris e insignificante — ya ha emergido del ejemplar, flotando con cautela sin ninguna compañía. Kyptön es lo que se lee.

— Kyptön. — Repite él en voz baja, saboreando el nombre entre sus labios. — Kyptön…

Y, sin ninguna razón en particular, sonríe.

Sucede que no hay mucho por saber con relación a Kryptön. La mayoría de los datos generales son desconocidos, incluso su ubicación exacta. Se cataloga como un planeta muerto y jamás habitado, como todos los demás. Su apariencia no es la correcta y se habla de él como si fuese un mito. Una insignificante leyenda. Pero — aún así —, hay algo en Kyptön que atrae a Tony de mil y un formas. Algo suave que lo invita a querer protegerlo; tomar el orbe frente a él entre sus manos y ahuecarlo en la seguridad de su pecho. Justo a la altura de su confundido corazón.

El oji—plateado está a punto de cumplir con su palabra cuando el lejano replicar de las campanas le indica que es hora de cenar. Anthony se mordisquea los labios ansiosamente en consecuencia, recuerda que hoy prometió comer con Strange, y decide que lo mejor es continuar mañana. Pasea sus ojos sobre la superficie del ejemplar por una última vez y, sonrojado hasta la punta de la nariz, alza la mohosa cadena antes mencionada con la ayuda de sus dígitos, justo a la altura de su rostro. Sin saber qué hacer con el amuleto pendiendo de ella.

Cuando el castaño finalmente vuelve a los pasillos en dirección a la sala común, no lo hace solo. De su cuello, tras la tela del qipao carmesí que lo arropa, cuelga el chisme plateado que ha decidido cuidar de ahora en adelante por sí solo. Algo que, extrañamente, desea conservar en secreto.

— Pronto será otoño. — Murmura Strange esa misma noche, volviendo la mirada hacia el cielo.

Ambos están en el jardín montando un toldo junto al estanque en compañía de Wong. Anthony les ha compartido el título de su última lectura y, sin siquiera dudarlo, le han propuesto cenar bajo la luz de la Luna. Listos para complementar sus estudios con trabajo de campo.

— Debemos supervisar los hechizos que rodean el castillo. También amplificarlos. — Comenta el tibetano casualmente. Un hombre robusto y de corto cabello azabache ataviado en un traje predominantemente gris. — Recuerde el otoño pasado.

Stephen bufa, pero asiente.

— ¿El otoño pasado?, — Pregunta Tony frunciendo la nariz, sosteniendo entre sus manos una cortina de seda blanca. — ¿Qué pasó?

Las mejillas del Hechicero Supremo se sonrosan violentamente ante la concepción de sus palabras y vira el rostro fuera de su alcance, haciendo levitar la lona del elemento para colocarla sobre la base. Anthony quiere preguntarle qué ha pasado; si quizá ha logrado ofenderlo, pero la suave carcajada que emite Wong poco después es suficiente como para llamar su atención; arrebatándole su oportunidad de hablar.

— El título de Hechicero Supremo aún no le pertenecía al joven Strange un año atrás. — Comienza él, sonriente. — Sus estudios aún no finalizaban, pero nuestro Señor pensaba que estaba listo como para otorgarle cierta clase de tareas. — El puchero de Stephen finalmente se hace notar, mientras se aleja de la escena, ofendido. Pero Wong da continuidad a su relato de todas formas, poco interesado en ello. — Cuando el otoño llegó, le permitió hechizar el templo horadado sobre los límites del jardín trasero para que el clima fuese llevadero estando allí; sin embargo…

— ¿Sí?

— El hechizo que utilizó no era « fijo », sino « vinculable ». — Complementa el mayor, sentándose sobre una banca de mármol. Tomando entre sus manos un pequeño candelabro de cristal. — El joven Strange enfermó con la helada y su energía se debilitó… al igual que la de su hechizo. El templo quedó desprotegido en consecuencia y cuando por fin salió de la enfermería, fue obligado a palear tres metros de nieve fuera de él; sin la posibilidad de usar magia. Le llevó tres días y dos noches.

Cando su narración termina, una nueva sonrisa burlona — pero no necesariamente irrespetuosa — se dibuja en su rostro. Wong vira su mirada hacia la araña sobre su regazo inmediatamente y la muta, amplificando su tamaño; sin nada más que agregar. Anthony, por su parte, no puede hacer otra cosa más que volverse hacia el Hechicero Supremo después de ello; quien yace sonrojado hasta la punta de la nariz. Montando una mesa circular bajo el toldo, ensimismado.

Anthony también sonríe.

{.oOo.}

El primer copo de nieve cae a mediados de septiembre, poco antes de ser otoño. Tony está contemplando una lección de Ke Hsiao impartida por Wong cuando siente algo posarse sobre la punta de su respingada nariz. Es una perla, pequeña y fría, no más grande que una semilla de mostaza.

— El invierno este año será duro. — Oye decir al tibetano. — La tormenta ha logrado penetrar nuestros mejores hechizos, después de todo.

Pero aquello no molesta al joven castaño, en absoluto. Sino todo lo contrario. Con tan solo una chaqueta china de algodón negro arropándolo, el oji—plateado continúa asistiendo al despacho de Strange cada fin de semana; preparado para todo tipo de actividad que le sea impuesta por el Hechicero Supremo en busca de recuperar sus recuerdos perdidos. Hoy el ejercicio a realizar será al aire libre, por lo que Anthony puede deducir. Logra saberlo por como viste su acompañante y por la falta de libros sobre su escritorio. También, aparentemente, tendrán compañía.

— Adelante… — Canturrea Stephen cuando llaman a su puerta, quince minutos después de su llegada.

Clark Kent es quien atraviesa el umbral para sorpresa suya, imponente e inexpresivo. Tiene el cabello despeinado y el rostro pringado de hollín. Viste una camiseta holgada de color blanco, completamente desgastada; mezclilla obscura y un cinturón de herramientas varias alrededor de su cintura; guantes de cuero y botas de trabajo. Parece ausente, triste y cansado; pero les sonríe a ambos de todas formas, saludando como es debido. Oh. Anthony no puede hacer otra cosa más que observarle desde su lugar, cohibido y, de cierta forma, intimidado. Pero no menos nervioso y emocionado.

— Oh, joven Kent. Buenas tardes. — Murmura Strange, aproximándose hacia él. Parece divertido con la situación; por el rubor en el rostro de ambos. — Lamento haberte llamado a esta hora, pero me temo que necesitamos tu ayuda.

— Descuide. Ya he terminado mi jornada del día de hoy. — Dice él con amabilidad, intentando cubrir las manchas de fango sobre sus antebrazos disimuladamente. Avergonzado. — Dígame, ¿Sucedió algo malo?

— Para nada. — Niega Stephen despreocupadamente. — Pero antes que otra cosa, me gustaría presentarlos. A no ser que, eh… ustedes ya se conozcan…

El rojo en las mejillas de Clark se expande hasta el pabellón de sus orejas.

Tony se mordisquea los labios.

— Tomaré eso como un no. — Se mofa el Hechicero Supremo, más que sonriente; sin siquiera disimularlo. Toma al castaño de los hombros con amabilidad, y los acerca al centro de la habitación; donde yace el más alto de los tres. — Anthony, quiero presentarte a Clark Kent; Clark, Anthony.

Ambos se sonríen tímidamente a modo de saludo.

— Él y yo nos preguntábamos si serías tan amable de escoltarnos a los establos del castillo.

Las cejas del Kent se enarcan, al igual que las del oji—plateado, preguntándose razones. Pero ninguno de los dos puede cuestionarlo; no cuando, minutos después, — y persuadidos por Strange — ya están a pocos metros del lugar antes mencionado, escuchando el suave replicar de las criaturas allí instaladas. Una gran construcción de madera parda un poco alejada de palacio, tras los límites del jardín trasero; rodeada por dorada paja fresca y una cerca de pino blanco. A la cual acceden tras ser abierta por el azabache con un juego de llaves que trae consigo, a través de un portón de dos puertas relativamente altas. Allí dentro se encuentran con todo tipo de criaturas, de todos tamaños, formas y colores. Las más cercanas son cinco caballos alados con emplumadas colas de dragón; una manada de lobos albinos, dos cachorros de grifo y — según palabras de Stephen, pero jamás a la vista — tres cambia—formas. Sin mencionar que, más allá, fuera del picadero, en una pequeña torre de piedra, se encuentra la lechucería.

— Por aquí…

Volviéndose hacia Clark, Tony le regala una última mirada; la cual es inmediatamente correspondida. Se aproxima hacia donde Stephen le indica y hecha un vistazo hacia el interior; allí, a un corral rectangular que no rebasa el metro y medio de alto arrinconado en el fondo del picadero. Donde descansan al menos diez zorros blancos, con tres colas pinceladas de negro cado uno y una diminuta llama de fuego multicolor crepitando sobre sus frentes. Todos, sin excepción, se encuentran dormidos; acurrucados entre ellos sobre el heno que les han mandado cambiar. Son húlíngùs, le dice Strange después de despedir al joven Kent y agradecerle su recién finalizado trabajo con los cerezos replantados en el jardín principal. Son criaturas demasiado extrañas que perciben las emociones humanas y las interpretan por medio de colores con las llamas cambiantes sobre sus frentes.

— El ejercicio a realizar el día de hoy es verdaderamente sencillo, Anthony. — Explica el Hechicero Supremo. — Solo tendrás que sostener a uno de ellos en tus brazos y escuchar tres lecturas diferentes leídas por mí.

Tony, dudoso y confundido, alza una ceja.

Stephen ríe.

— Anthony, tu mente podrá no recordar tu pasado gráficamente. — Comienza él. — Pero tu cuerpo aún es capaz de interpretarlo. Tus memorias siguen allí, dormidas; lo sé. Y según tus involuntarios gestos corporales, sabremos qué sientes ante las distintas situaciones vividas en estas historias gracias a la gama de colores que iré registrando. Después descifraremos su significado, claro; pero eso será en otra ocasión.

El oji—plateado no deja de fruncir el ceño después de su pequeña explicación; pero, aún así, asiente. Strange le pide seleccionar a uno de los diez cachorros de húlíngù a la vista y acata órdenes; acomoda uno especialmente esbelto entre sus brazos de nombre Sasha e intercambian miradas. Dos hermosas perlas color limón le observan con curiosidad desde su pecho, adormiladas. Entonces así, una vez preparados, Stephen y él proceden a tomar asiento a las afueras del establo y comienzan su sesión de lectura; con la nieve lloviendo sobre sus coronillas. Strange apenas ha comenzado el primer libro — El Peón — y el primer cambio ya se ha hecho notar.

— Hm, rosa pálido. — Le oye murmurar, virando una página.

— ¿Qué significa? — Curiosea Tony, preocupado; antes de dejarlo continuar.

Pero el más alto no repara en su pregunta y continúa leyendo.

Stephen yace registrando los cinco cambios sufridos sobre la frente del húlíngù a lo largo del relato — rosa pálido, azul turquesa, amarillo verdoso, rosa chillón y rojo carmesí — cuando Wong hace acto de presencia. Descendiendo por los peldaños que lo conducen hacia la explanada frente al establo. Luce nervioso.

Lo siguiente en acontecer, Anthony no lo recuerda. Sino solo el eco de sus pasos contra los pasillos de palacio, en su intento por alcanzar a Strange y preguntarle qué demonios está sucediendo, por qué la ira en su mirada, su rechazo y la repentina necesidad de llegar a su despacho en compañía de Wong; siendo deliberadamente evitado por ambos hombres; — "¡Llama a Kal El!", le ha escuchado exclamar, "¡Rápido!" —. También recuerda la desolación que sintió cuando no fue recibido en el lugar antes mencionado y cómo se vio obligado a espirar por la rendija formada entre la pared y la puerta, temblando con impotencia. Aunque una vez hecho esto, se dio cuenta de que Stephen habían desaparecido.

Frunciendo el ceño, el castaño duda pero al final, abre el portón. Ingresa con cautela, volviéndose hacia todas direcciones, y toma un respiro. Nervioso como nunca antes. Curiosea por allí y por allá, hasta que escucha una voz lejana. Es Stephen, se dice a sí mismo; mientras avanza en línea recta a una pared tapizada de rojo escarlata tras su escritorio personal. Donde encuentra un cuadro rectangular de gran tamaño que jamás había visto. Una pintura en movimiento de lo que parece ser un planetario a obscuras; con columnas de piedra pálida, un gran globo del planeta Tierra orbitando sobre su propio eje bajo una cúpula de cristal moteada de estrellas, cinco puertas con el símbolo del Hechicero Supremo brillando en dorado a las espaldas del mismo y una fuente de mármol llorando plata líquida bajo su sombra.

Tony está apunto de retornar sobre sus pasos para seguir buscando a Strange, diciéndose internamente que no tiene tiempo suficiente como para distraerse de aquella forma, cuando lo ve. Allí, a Stephen Strange, pululando en el retrato con su traje azul petróleo y su elegante capa roja; perfilando el orbe sobre su coronilla lentamente, escrutándolo críticamente.

Republica Popular China, Liaoning; Dandong. — Le oye murmurar.

Entonces, algo extraño ocurre. El enorme globo terráqueo comienza a girar en sentido contrario ante la concepción de sus palabras y finos hilos de oro lo rodean por completo; se petrifica cuando el territorio de la Republica Popular China queda frente a los ojos color ámbar del Hechicero Supremo y de la fuente esculpida en el centro de la sala, comienza a surgir un espejo circular relativamente amplio; forjado con la misma plata que fluye por ella.

Muéstrame a quienes han cuestionado mi nombre y pecado en nombre de la magia. — Recita Stephen, inexpresivo. — Yo, el Hechicero Supremo; exijo conocer los rostros de quienes han herido a nuestros hermanos esclavizados por la República Popular Democrática de Corea y oprimidos en su vulnerabilidad por el pueblo chino, en su búsqueda por la libertad.

Y a Anthony se le encoge el corazón.

Con la respiración entrecortada y los ojos bañados de lágrimas no derramadas, Tony ve como el espejo frente a Stephen se aclara y expulsa una colección de colores y sonidos mixtos; voces casi imperceptibles que cobran sentido con el pasar de los segundos y poseen un dueño. Un sollozante grupo de personas — conformado por un hombre, dos mujeres, varios jóvenes y una niña — y los gritos de hombres armados. Hechiceros utilizando magia obscura con el único propósito de intimidarlos, bramando en un idioma que supone es mandarín mientras sonríen inhumanamente ante el miedo en los ojos ajenos y se mofan de su sufrimiento. Es entonces cuando Edward comprende la ira de Strange y, asimismo, desearía poder hacer algo al respecto; pese al nudo nervioso en la boca de su estómago recién forjado. Pese a ser solo un hombre; insignificante y limitado.

Limpiando sus húmedas mejillas, el oji—plateado toma una profunda bocanada de aire. Impotente. Alza la mirada de nueva cuenta y frunce el ceño al darse cuenta de que Stephen, antes mudo ante el dolor en aquellas voces, se ha marchado; sin dejar rastro.

— ¿S—Strange? — Murmura, indeciso.

Se mordisquea los labios con timidez y toma una decisión precipitada. Posa la palma de su mano derecha sobre la superficie de la pintura y deja de respirar cuando se da cuenta de que puede atravesarla, como si de una puerta con un velo fantasmal se tratase. Sin embargo, y aun con la impresión fresca en su mente, Anthony no se detiene ni un segundo a razonar cómo es aquello posible. Se impulsa hacia el interior e ingresa al salón, tambaleándose ligeramente sobre sus pies. Desciende por unos peldaños cercanos hasta el centro del lugar, percatándose de que la pantalla aún continúa suspendida en el aire, y llama a Stephen en voz alta una vez más; afligido por su repentina desaparición. Sin recibir respuesta alguna. Preocupado, y con el corazón en un puño, se vuelve hacia la plancha de plata. Los sollozos, los gemidos, los gritos y las suplicas de la familia al ser torturados físicamente perforan sus entrañas; lo hacen querer regresar sobre sus pasos, huir hacia su alcoba e intentar olvidar aquello. Pero no lo hace.

¡No, no! — Oye a una de las mujeres; con el rostro manchado de tierra y lágrimas. Tony cierra los ojos. — ¡A mi hijo no, por favor! — Exclama ella en inglés mal pronunciado, cuando le arrebatan de los brazos a un muchacho menudo, herido y débil.

Pero nadie la escucha, nadie hace nada. Un hombre especialmente alto, corpulento y con una amarillenta sonrisa, ataviado en un traje negro con detalles en esmeralda, apresa al joven en cuestión del cuello y lo aleja del grupo con brusquedad, fuera de su alcance; como si lo buscasen específicamente a él y planearan deshacerse de sus demás familiares de la manera más cruel. Uno por uno.

Demonios. Anthony está a punto de cerrar los ojos otra vez, cuando una mancha azul petróleo pulula frente al maldito que parece liderar a los hechiceros. Un hombre de espalda ancha es quien lo sujeta con fuerza del brazo y lo flexiona fuera de lugar hasta hacerlo llorar de dolor; impidiéndole convocar otro conjuro. Mismo hombre que aleja a los hechiceros de los civiles necesitados con su sola presencia y que reconoce inmediatamente como Clark Kent; envuelto en un traje de batalla detallado con rojo y dorado. Con un signo en el centro de su pecho que reconoce con suma facilidad.

Dirigiendo una de sus manos hacia la cadena oculta bajo su chaqueta china de algodón negro, el oji—plateado advierte otro cambio sobre la superficie de la pantalla. Es Stephen Strange, caminando hacia el cuerpo del joven que han separado del grupo; sosteniéndolo con amabilidad de los hombros y aproximándose hacia sus familiares. Quienes lo reciben con el llanto nublando sus ojos e influyendo en su hablar.

¡Mordo…!

Y la plata del espejo se derrite frente a sus ojos.

— No debería estar aquí, joven Anthony.

{.oOo.}

— Sé lo que estás pensando.

Stephen yace en el umbral de la enfermería, próxima a la explanada sur; brindándole instrucciones a un grupo de curanderas para que traten apropiadamente las heridas de la familia Kim, cuando Clark Kent hace acto de presencia no muy lejos de su posición; aún personificando a Super Man. Parpadeando con lentitud y esperando a por él con sus profundos ojos color cielo destellando en desaprobación. Sin embargo, pese a todo, él lo obvia; se vuelve hacia las tres mujeres y, tras una apropiada despedida, se aleja del plano. Andando con indiferencia por los pasillos de palacio en dirección a su despacho.

Entonces, un suspiro lejano se hace escuchar.

— Strange…

Pero él no voltea.

Es cuando siente dos fuertes manos sobre los hombros y, con un suave movimiento, es virado sobre su propio eje. Pronto, el Hechicero Supremo advierte dos perlas celestes observándole; no con ira, si no todo lo contrario. Stephen jamás ha visto tanta nobleza en un hombre que no fuese Clark Kent. Pero su enojo nacido por los últimos sucesos acontecidos es aún más grande que su capacidad para aceptar que está sobreactuando; y — por ello — no cede.

— Suéltame.

Clark reafirma su toque.

— ¡Te he dicho que…!

— ¿Crees que te dejaré volver allá? — Le interrumpe él, irónico. — Strange… vamos. Por favor; no vale la pena.

Las mejillas de Stephen se tiñen de un rojo furia en consecuencia.

— ¿Que no vale la pena, dices? — Masculla con sorna.

— Lo Kim fueron trasladados hasta aquí sin mayores preámbulos, Stephen. — Comienza el Kent, suavizando su mirada. Le sujeta del mentón y lo persuade para mirarlo a los ojos; lográndolo con mucho esfuerzo. — Mordo no logró lo que quería; el joven Jong decidirá por si solo si aprender o no a controlar su magia, aquí, contigo; y nadie, ni siquiera aquellos hombres, resultó gravemente herido.

Stephen, cohibido, se revuelve levemente entre su agarre; pero desfrunce el ceño. Inclina la cabeza hacia abajo y mientras se debate internamente qué hacer, Clark ya sabe cuál será su decisión. Lo sabe porque ya ha aprendido a leer al héroe que es Stephen Strange.

Desde que Super Man llegó a la vida de Clark Kent, el significado de servir al prójimo ha ido moldeándose de mil y un formas con el pasar del tiempo. En un principio, el kryptöniano pensaba que el bien y el mal eran dos fuerzas completamente diferentes que definían a todo ser consiente, y que él debía mantener en equilibrio con la ayuda de las habilidades que le fueron otorgadas desde el día de su concepción. Tal como hacían los Vengadores, los héroes más poderosos del planeta, en un pasado no muy lejano.

Sus primeros actos de valentía fueron pequeños y anónimos. Criminales relativamente inofensivos comenzaron a aparecer en las penitenciarías de New York dos veranos atrás, con un único deseo; el permanecer allí. La inseguridad menguó y no tuvo que pasar demasiado tiempo para que una cadena de rumores comenzara a circular por la ciudad. Todo el mundo exigía saber quién era el héroe justiciero que insistía en permanecer bajo las sombras del anonimato y les prometía lo que los Vengadores no; seguridad y protección. Pero, a diferencia de lo que muchas personas creen, el Kent jamás buscó fama, ni reconocimiento, ni nada parecido. Se ocultó bajo el nombre de un fantasma y no tuvo la necesidad de revelarse al público hasta que, meses después de que SHIELD cayera junto con HRYDA, un grupo de jóvenes mutantes fue secuestrado por el Barón Strucker. Él no tardaría en hacerse conocedor de la información. Usó las herramientas a su disposición y buscó el lugar donde los tenían cautivos; los sacó de allí a plena luz del día, revelando al personaje que — inconscientemente — había forjado en el último par de meses, y juró hacerse responsable de lo que vendría después; como el héroe que siempre juró ser.

Así nació Super Man.

Sin embargo, con la llegada de Ultrón, las cosas cambian un poco. Los Vengadores son señalados, sobre todo Tony Stark. Es allí cuando su pensar se altera, crece y se nutre. Ahora sabe que ser un superhéroe no es solo actuar cuando se te necesita; sino también intentar forjar de este un mundo mejor por iniciativa propia. Aunque cometas errores, aunque el riesgo no valga la pena. Y si bien, éste jamás llegará a ser un buen ejemplo de ello — siendo Ultrón más que un simple error —, Clark también aprende que eres tan grande como tus demonios; que cambiar siempre será una opción. Stephen Strange es quien para corroborarlo.

Están por cumplirse cuatro meses desde que lo conoció. El neoyorkino sigue siendo un misterio para el Kent, cierto; no conoce su pasado pero su confianza en él perdura, es sincera e inquebrantable. Renunció a su vida como Super Man para ayudarlo en esta misión sin nombre que protagoniza Anthony Edward Stark, sabiendo que aún hay quienes darían su vida por hacer lo correcto allá afuera — Los 4 Fantásticos son un muy buen ejemplo de ello — pero sin sacrificar su vida como Clark Kent; sin decirle adiós a su amada madre Martha, — con quien está en contacto constante gracias a Stephen — ni a sus lazos con Kryptön. Porque Lâorén y todos en ella le han enseñado que salvar personas de peligros físicos no es suficiente. Que las heridas también son internas y que para sanarlas, la ayuda ajena nunca está de más. Por ello, cuando supo que el Hechicero Supremo y sus hombres eran los responsables de salvar al planeta Tierra de peligros ajenos a esta realidad sin alardear de ello y salvaguardar gente necesitada bajo su manto — no más que representando la esperanza —, Clark supo que quería formar parte de eso.

Sobre todo cuando Mordo es el centro del problema; aquel hombre que conoce apenas llega a Lâorén, y sabe, traicionó a su antiguo maestro en busca de poder. Una amenaza que Stephen compartió con él y juró detener en compañía suya para evitar futuros daños. El caso de hoy, por otro lado, no es del todo diferente a los demás. Como en pasadas ocasiones — tres en total, esta incluida —, las victimas son personas indefensas, confundidas y necesitadas; que poseen al menos un familiar con la capacidad de hacer magia, incluso sin ser conocedores de ello. Atacándolas con el único propósito de enlistarlos en sus filas a la fuerza.

— Aún con cualquier hechizo existente, el brazo de Mordo tardará mucho en sanar.

Clark despabila, confuso. Tarda un poco en procesar la oración dicha por su interlocutor, pero cuando lo hace, sonríe ampliamente. Aleja un par de lágrimas de las mejillas ajenas y, al estar inclinado hacia el rostro ajeno gracias a los diez centímetros que los diferencian, con ambas capas color escarlata blandiéndose delicadamente al compás del viento; se yergue. Es cuando dos perlas plateadas se dibujan a lo lejos y, enarcando las cejas, Clark repara en la presencia de Anthony Stark sobre el hombro del Hechicero Supremo. Y no está solo; Wong está con él y parece preocupado. Ambos lo están.

— ¿Qué sucede, Kal El? — Comienza Stephen ante sus ojos desmesurados, confundido y volviendo su atención hacia donde el Kent observa. Strange solo ha recorrido un ápice del perímetro con la mirada a sus espaldas, cuando Wong aclara su garganta y llama su atención.

— Tenemos que hablar.

Aun sin comprender por qué los ojos de Edward están cristalinos, Stephen asiente. Mira preocupado a Tony, pasa por uno de sus costados lentamente y, junto con Wong, se alejan significativamente de la escena; con la única intención de que su conversación permanezca en privado. Una vez hecho esto, Clark y Anthony quedan solo con la compañía del otro; sumergidos en un silencio tenso.

El Kent mantiene su postura, imponente — sin recordar que Super Man aún cubre su cuerpo —, pero no menos ansioso. Le devuelve la mirada con nerviosismo a su acompañante, mientras intenta descifrar sus inexpresivos orbes plateados; en su lucha por no ruborizarse. Se recuerda a sí mismo que su comportamiento es inapropiado en toda la extensión de la palabra, y espera paciente por una respuesta.

— ¿Stephen está bien?

Las cejas del kryptöniano se enarcan, sin comprender cómo Tony es conocedor de la situación.

Analiza la pregunta por un momentoy, conmovido, asiente con la cabeza.

— ¿Y usted, joven Kent?

Ahora es tiempo de que sus mejillas se sonrojen, pero vuelve a asentir.

Se observan mutuamente por un momento de nueva cuenta, sin siquiera parpadear.

Ninguno habla.

Entonces, de repente y sin previo aviso, Anthony comienza a movilizarse. Camina en línea recta hacia él con pasos lentos, precisos; vuelve el cuello de forma extraña hacia un costado y hala de una cadena que pende de el, la cual ahueca entre sus manos y sostiene en alto a la altura de su pecho. Se planta frente a su persona a medio metro de distancia y, con una pequeña sonrisa recién nacida en sus labios, lo toma suavemente de la mano. Deposita el chisme en cuestión entre su puño y, acariciándole los nudillos, le devuelve la mirada.

— Creo que esto te pertenece.

Aún sin revelar lo que yace dentro de su puño, el Kent aprecia como el castaño se aleja de la escena, sin nada más qué agregar. Le dedica una última sonrisa sobre uno de sus hombros, de espaldas a él, y desaparece por los pasillos en busca de Stephen. Permitiéndole a Clark el analizar el interior de su palma; donde, para sorpresa suya, reposa el amuleto plateado que, días atrás, perdió misteriosamente y hubo heredado de su padre biológico, Jor El, a través de su padre postizo, Jonathan Kent.

— Por cierto, ¿Qué significa esa « S»?

Confundido — y aún inexplicablemente enmudecido — Clark alza el rostro. Allá, tras una pared que conecta dos corredores, se encuentra Anthony, asomando no más que la parte superior de su cuerpo; sonriente y jocoso.

Él también sonríe.

— No es una « S». — Explica él. — De donde provengo, este símbolo significa "esperanza".

Y sonriendo por enésima vez consecutiva, Tony se marcha.

Fin de la Cuarta Parte.

Hola, otra vez.

Después de mucho esperar, por fin les traigo este cuarto capítulo.

La interacción entre Clark y Tony todavía es superficial, pero irá creciendo con el pasar del tiempo. Recuerden que Anthony perdió la memoria, y para él resulta difícil el forjar relaciones con alguien que no sea Stephen.

También quise continuar cómo fue para Steve el enterarse de la supuesta muerte de Tony, y cómo afectó esto a la pequeña comunidad de superhéroes que ya está formalmente establecida en los Estados Unidos. Los X Men, por otra parte, no se mencionan, como podrán ver; pero esto se explicará en capítulos siguientes. También la presencia de Wiccan en Lâorén. Lo que si querría compartirles el día de hoy, son los personajes que irán apareciendo y tienen un por qué en esta historia. Estos serían Deadpool — ¡yai! —, Spiderman, Daredevil — otra vez —, Charles Xavier, Eric Lehnsherr, Reed Richards, Thor y Bruce Banner; entre otros.

Ahora, y dejando de lado todo en relación con el capítulo de hoy, me gustaría comunicarles algo.

Hace poco, recibí un comentario donde me preguntaban por qué no contestaba todos sus reviews, y me hizo pensar al respecto. Quiero disculparme con quienes quizá se sintieron ofendidos y que también sepan que no fue mi intención hacerlo. Por eso decidí responderlos en siguientes publicaciones, todos a la vez.

{.oOo.}

.906: Gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado el capítulo y como se está desarrollando la historia. Me disculpo, también, por su lentitud, pero creo que a partir de este capítulo, las cosas irán avanzando más rápidamente, ya lo verás. Anthony y Clark al fin han interactuado significativamente, después de todo. También se muestra un poco de cómo reaccionó Steven ante la noticia de la muerte de Tony, espero haya sido lo que se esperaba. Nos leemos pronto.

ASH HEWLETT: Te agradezco tu comentario. Capitán América: Civil War también me desgarró el corazón (?), de ello nació esta historia. Pero Clark, ahora, se asegurará de que Tony no vuelva a sufrir, eso te lo puedo asegurar. Todos necesitamos un Super Man, después de todo. Por otro lado, y dejando todo esto de lado, jamás he sido muy fan del SuperBat — no porque me desagrade, al contrario — pero te pido que tampoco lo descartes, quizá llegue a aparecer un poco de esta pareja, *guiño—guiño*. Para finalizar, gracias por tu tiempo; nos leemos pronto.

NETSUNE: Hola, gracias por comentar. Me alegra que te guste la historia, sin mencionar que, no sé, me emociona mucho que la comentes con una amiga. Me da un poco de pena, incluso. Pero espero que, de leerla, también le agrade y no la decepcione. Tampoco soy multishipper, pero después de Civil War, Steven no me tiene muy contenta. Por ello junte a Clark con Tony (?). Para finalizar, agradezco tu tiempo; nos leemos pronto.