Hola mundo! Chicos vengo recién saliendo de una ola de exámenes en la Universidad, he aquí mi excusa por mi tardanza. Bueno, este regalo va dedicado a La chica del pelo rojo. Sip, eres mi amiga secreta. Bueno, intenté por todos los medios de que saliera bien y bastante largo, ya que tiene 40 de word así que espero que sea de tu agrado. Me dejé guiar por la idea más vaga que diste, que fue la que más me gustó para hacer un reto, así que espero que cumpla con tus expectativas y que lo disfrutes tanto como yo.
Este es el primer capítulo de cuatro que subiré este fin de semana, así que paciencia.
Disclaimer: Esta historia participa en el Intercambio del Día del Amigo del foro El Diente de León y va dedicado con cariño para La chica del pelo rojo.
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Another Feeling
Tranquila Katniss, relaja tu respiración, inspira, espira, inspira, espira.
Me siento como una idiota haciendo esto, pero el cúmulo de emociones que siento en el estómago no quiere parar, estoy por darme la vuelta y desaparecer del lugar sin dejar rastro. Las estúpidas mariposas que supuestamente revolotean en mi interior, me están mareando y provocando náuseas que en un par de minutos terminará conmigo vomitando estrepitosamente en la calle.
Relajo mi respiración y con una tranquilidad que no poseo, toco tres veces con los nudillos la puerta que da a la panadería de los Mellark. La bolsa donde reposan las tres ardillas que he cazado esta mañana pesa en mi espalda y a medida que escucho unos pesados pasos en el suelo, aumenta la sensación de vomitar.
Si, hermosa impresión daré cuando ensucie sus zapatos con revoltijo de mi estómago.
La puerta se abre con un golpe sordo y unos ojos amables y azules me reciben. Siento un poco de decepción cuando me percato de quién es, pero recompongo mi expresión antes de que sea demasiado obvia. Ethan Mellark, el dueño de la panadería me saluda con una sonrisa un poco fingida que le provoca arrugas en la comisura de sus ojos. Es prácticamente igual a su hijo menor, salvo por el cabello castaño con toques blancos en las patillas.
Pese a que es un hombre que siempre irradia energía cuando está cerca, hoy puedo ver la preocupación que se hace latente en su rostro, en las bolsas algo violetas se acentúan bajo sus ojos, o en sus labios que se encuentran resecos y sin vida; aún le quedan dos hijos que pueden ir a los Juegos, y las Cosechas son hoy, en un par de horas más. El miedo que crece en mí por Prim debe ser parecido al que siente él por sus hijos. A pesar de eso, se muestra abierto negociar y cuando ve el saco en mi espalda, me regala una sonrisa un poco más sincera que la anterior.
-Ah, Katniss, no pensé que fueses a venir hoy - dice con amabilidad y comprensión. Se da la vuelta hacia adentro de la panadería y cuando se cerciora de que su esposa no anda por los alrededores, se relaja. Siempre evita por todos los medios que la bruja se entere de que estoy aquí, haciendo tratos, y es que no hay una mujer que odie más a la gente de la Veta que ella. - ¿Cuántas traes? - saco mi bolsa de mi hombro y la abro, enseñando las tres ardillas que yacen muertas con un letal tiro en el ojo. - Vaya, vaya, si hoy no llega a ocurrir nada, comeremos muy bien con los chicos - sé que se refiere a que ninguno de sus hijos salga cosechado hoy y yo no hago más que desear lo mismo desde el fondo de mi corazón como una súplica latente.
- Es lo que todos esperamos - Ethan me sonríe y mira tras de mi hombro, su vista se mantiene allí un par de segundos antes de hacer un gesto con su boca.
- ¿Necesitas ayuda con eso, Peeta? - aunque suena ridículo, y en especial para mí, siento como si mi corazón se hubiese saltado un latido. Mis mejillas deben estar en proceso de colorearse de un fuerte rojo, así que hago todo lo que está a mi alcance para regular mi respiración y el sonrojo delator que se ha formado en mi rostro y cuello. Me doy la vuelta lentamente para ver caminando al hijo menor de los Mellark, con un saco de 40 kilos de harina en la espalda que carga como si nada.
Puede que mi opinión no sea la más arbitraria del mundo, pero el chico de cabellos rubios que se acerca a nosotros es uno de los más guapos del distrito. Tiene mi misma edad, 16 años, alto y de contextura media. Cabello rubio como el sol, algo más largo en el frente, de ojos azules con una pizca de travesura e inocencia. Hombros anchos debido al constante ejercicio que realiza en el club de lucha de la escuela. Mandíbula cuadrada y labios delgados, con un suave olor a canela y eneldo.
- No, estoy bien papá, - se acerca vestido con unos jeans de trabajo gastados en las rodillas, manchados con un poco de harina y barro. Su camiseta blanca está arremangada hasta la altura de los codos, para una mayor comodidad para transportar semejante peso. Cuando está a sólo unos metros de mí, me reconoce y emboza una radiante sonrisa que le marca los hoyuelos en las mejillas. - Hola Katniss -
- Hola - sonríe ante mi poca elocuencia, tal vez llevado por mi total conducta anti social que uso en la escuela, aunque lo cierto es que el nudo que crece en el fondo de mi garganta es tremendo y me cuesta pasar saliva. Mi boca está tan reseca que en cualquier momento se me hará imposible hablar. Su padre mira a su hijo y este entra a la panadería con el saco en sus espaldas, balanceando su peso para no caer.
- Connor está aún en camino, se quedó charlando con unos compañeros de la escuela. - se pasa las manos teñidas de blanco por el cabello y se acerca a su padre con gesto divertido. - Más bien una compañera - y con eso su padre ríe y golpea cariñosamente su espalda.
- Bien, bien, le tomará un rato más llegar - Peeta asiente y se da la vuelta hacia mí, logrando que el sonrojo que estaba casi bajo control vuelva a aparecer en un segundo. - Ah, Peeta, puedes envolver tres hogazas de pan por favor - yo abro los ojos sorprendida y estoy por empezar a negar cuando el Señor Mellark vuelve a hablar. - Descuida, es lo justo en un día como hoy, no te preocupes Katniss - asiento mientras veo como Peeta se lava rápidamente las manos en el fregadero y envuelve en un fino paño tres hogazas de pan con nuez. - De acuerdo, iré al frente. Peeta guarda la carne luego y con eso terminas. - él asiente y su padre se da la vuelta, sonriendo - Gracias Katniss, suerte hoy - agradezco con un cabeceo y él se retira dejándome en el terrible escenario en que tengo que entablar una conversación con el Chico del Pan.
Peeta se acerca a una mesa donde descansan dos pequeños bollos que caerían en una mano, recoje ambos y camina hasta mí.
- Ten, son bollos de queso - dice mientras acerca una de las bolitas de masa caliente que suelta un olorcito a queso derretido y mantequilla caliente. La boca se me hace agua pero ya fue suficiente con las tres hogazas de pan que su padre me ha dado así que niego con la cabeza mientras le entrego la bolsa.
- No necesito limosnas - frunzo la boca y me muerdo la lengua cuando me doy cuenta de la idiotez que he dicho. Espero encontrar una mueca en el armonioso rostro de Peeta pero sólo veo una sonrisa radiante que me nubla los sentidos de maneras que no puedo describir.
- No es limosna Katniss, es mi desayuno, y lo hago por cortesía. Somos compañeros de escuela. No necesito otra razón para ser amable contigo - pequeños flashes de memorias me sacuden por completo y siento la vergüenza que se adueña de mí. Peeta vuelve a ofrecerme el bollo de queso y esta vez lo acepto sin chistar. Él me muestra una sonrisa sincera y le da una mordida al suyo, haciendo que el queso brote por los bordes y caiga a su mano.
- Gracias - digo a regañadientes, más por la vergüenza de lo que le dije que por otra cosa. Peeta asiente y me tiende el paño con las tres hogazas de pan en él. No se ve molesto por lo que dije y eso es sólo otra muestra de la buena persona que es.
- De nada Katniss, suerte hoy - dice mientras yo salgo de la panadería con las rodillas tiritando. No sé si espera que le responda pero elevo mi mano, y me despido sin hablar. Tal vez debí desearle suerte porque en un par de horas no podría hacerlo sin que sonara como una declaración de guerra.
-O-
A la una en punto, después de haber comido algo del pan que intercambie en la panadería de los Mellark con Prim y mi madre, nos dirigimos a la plaza. La asistencia es obligatoria, ya sea para los que pueden ser cosechados como para las familias, a no ser que estés a las puertas de la muerte. Esta noche los agentes de la paz recorrerán las casas para comprobarlo. Si alguien ha mentido, lo meterán en la cárcel.
Es una verdadera pena que la ceremonia de la cosecha se celebre en la plaza, uno de los pocos lugares agradables del Distrito 12. La plaza está rodeada de tiendas y, en los días de mercado, sobre todo si hace buen tiempo, parece que es fiesta. Sin embargo, hoy, a pesar de los banderines de colores que cuelgan de los edificios, se respira un ambiente de tristeza. Las cámaras de televisión, encaramadas como águilas ratoneras en los tejados, sólo sirven para acentuar la sensación. La gente entra en silencio y ficha; la Cosecha también es la oportunidad perfecta para que el Capitolio lleve la cuenta de la población. Conducen a los chicos de entre doce y dieciocho años a las áreas delimitadas con cuerdas y divididas por edades, con los mayores delante y los pequeños, como Prim, detrás.
Los familiares se ponen en fila alrededor del perímetro, todos cogidos con fuerza de la mano. Veo a mi madre cerca de la familia de Gale, quien es mi mejor amigo y compañero de caza. Su madre Hazelle sostiene firmemente a su hija menor Posy y toma de la mano a Vick, el segundo más pequeño. Rory este año, al igual que Prim ha entrado a la Cosecha, pero si todo sale bien, también es el último año de Gale. Mi mirada sigue escaneando la plaza y encuentro a los Mellark. Ethan sostiene el hombro de su hijo mayor, que aprieta fuertemente sus manos a sus costados. La bruja está nerviosa a su lado pero no hace mayores señales de tristeza.
La plaza se va volviendo más claustrofóbica a medida que se va llenando. Somos cerca de 8000 personas en el Distrito 12 y el lugar no es tan grande como para albergarnos a todos.
Estoy de pie en la fila de chicas de 16 años, la mayoría son de la Veta, con los que intercambio rápidos y tensos saludos para volver a fijar nuestra total atención al escenario. No veo a Peeta pero sé que debe estar en la misma hilera, igual de nervioso que yo. Me fijo en el escenario provisional que han construido delante del Edificio de Justicia. Allí hay tres sillas, un podio y dos grandes urnas redondas de cristal, una para los chicos y otra para las chicas. Me quedo mirando los trozos de papel de la bola de las chicas: veinte de ellos tienen escrito con sumo cuidado el nombre de Katniss Everdeen. Y una sola tiene el nombre de Primrose Everdeen. El nombre de Gale está cuarenta y dos veces y el de él, quizás esta cuatro veces.
Nos leen como cada año y nos explican de que va esto, nos hablan del nacimiento de Panem, los posteriores Días Oscuros y por último, el surgimiento de los Juegos del Hambre. Luego dan el listado de los Vencedores del distrito, que en este caso, es de sólo dos personas, de las cuales sólo una está viva. Haymitch Abernathy, quien tropieza e intenta abrazar a la escolta del distrito, Effie Trinket. El alcalde hace el cambio y da la bienvenida a la mujer, quien con paso raudo se acerca al micrófono.
- ¡Felices Juegos del Hambre, y que la suerte esté siempre de su lado! - su cabello rosa, seguramente una peluca, está algo ladeada después de su altercado con el borracho vencedor, pero sigue con su cháchara, sobre cómo es un honor estar aquí y como los tributos cosechados deberían sentirse igual de honrados de representar a su distrito.
Localizo a Gale en la fila de los chicos de 18 años y me manda una sonrisa que tiene chispas de comprensión y de apoyo.
Al final, comienza el sorteo, Effie Trinket se dirige a la urna de las chicas luego de decir otra vez "¡las damas primero!"
Mete la mano hasta el fondo de la urna y saca un trozo de papel blanco con el nombre de la chica tributo de este año. La multitud ahoga un suspiro y el silencio que nos rodea es tan denso que se podría llegar a cortar con un cuchillo. Estoy deseando no ser yo, no ser yo, hasta que la escolta dice el nombre de la chica que irá a los Juegos este año.
No lo soy, es Primrose Everdeen.
Siento que se me sale el aire de los pulmones de manera descontrolada y temo caer al piso de la impresión. Jamás me había sentido tan desorientada en mi vida. No, Prim no. Tenía una sola papeleta con su nombre, había hecho hasta lo imposible para que no fuese Prim, tomé todas las teselas para que su nombre no saliese más veces de las que correspondía y aún así, la suerte no estuvo de su lado.
La veo caminar indefensa hasta el escenario y es cuando logro ver la colita de pato que se forma en su blusa que logro reaccionar. No puedo dejar que mi hermana muera, no puedo, no lo resistiría.
- ¡Prim! - El grito estrangulado me sale de la garganta y los músculos me vuelven a reaccionar. - ¡Prim! - No me hace falta apartar a la gente de mi camino porque los otros chicos me abren paso de inmediato y crean un pasillo directo al escenario. Llego a ella justo cuando está a punto de subir los escalones y la empujo detrás de mí. -¡Soy voluntaria! -grito, con voz ahogada. -¡Me presento voluntaria como tributo!-
En el escenario se produce una pequeña conmoción. El Distrito 12 no envía voluntarios desde hace décadas, y el protocolo está un poco oxidado. Las reglas dicen que un chico o una chica en edad elegible puede ofrecerse como tributo. En otros distritos como el uno, el dos y el cuatro, presentarse voluntario es difícil debido a que muchos quieren presentarse como voluntarios para traer gloria y ama a su hogar. Acá no es así.
-¡Espléndido! - exclama Effie Trinket -. Pero creo que queda el pequeño detalle de presentar a la ganadora de la Cosecha y después pedir voluntarios, y, si aparece uno, entonces... - deja la frase en el aire, insegura.
-¿Qué más da?- interviene el alcalde. Está mirándome con expresión de dolor. - ¿Qué más da?- repite, en tono brusco. - Deja que suba -
Prim está gritando como una histérica detrás de mí, me rodea con sus delgados bracitos como si fuese una cuerda.
-¡No, Katniss! ¡No! ¡No puedes ir! - su voz es desconsolada pero me mantengo firme.
-Prim, suéltame - digo con dureza, porque la situación me altera y no quiero llorar y verme débil -¡Suéltame!-
Noto que alguien tira de ella por detrás, así que me vuelvo y veo a Gale, que levanta a Prim del suelo, mientras ella forcejea en el aire.
-Arriba, Catnip - me dice, intentando que no le falle la voz; después se lleva a Prim con mi madre. Yo me armo de valor y subo los escalones restantes, sin pensar en todas las miradas clavada en mí, en especial, no quiero cruzarme con la azul de él.
-¡Bueno, bravo! - exclama Effie Trinket, llena de entusiasmo. -¡Éste es el espíritu de los Juegos! - está encantada de ver, por fin un poco de acción en su distrito. -¿Cómo te llamas? -
-Katniss Everdeen - respondo, después de tragar saliva. Intento no buscar entre la multitud pero lo hago sin más, necesito ver su mirada amable. Busco entre los chicos de 16 años, entre los comerciantes y ahí está. Con el rostro en una mueca de disconformidad. Hoy en la mañana hablábamos y me regaló parte de su desayuno y ahora he firmado mi sentencia, sin jamás decirle todas las cosas que me hacía sentir, y que probablemente jamás le diga.
-Me apuesto los calcetines a que era tu hermana. No querías que te robara la gloria, ¿verdad? ¡Vamos a darle un gran aplauso a nuestro último tributo! - canturrea Effie Trinket. La gente del Distrito 12 siempre podrá sentirse orgullosa de su reacción: nadie aplaude. Así que, en vez de un aplauso de reconocimiento, me quedo donde estoy, sin moverme, mientras ellos expresan su desacuerdo de la forma más valiente que saben: el silencio. Un silencio que significa que no estamos de acuerdo, que no lo aprobamos, que todo esto está mal.
Entonces pasa algo inesperado; al menos, yo no lo espero, porque no creo que el Distrito 12 sea un lugar que se preocupe por mí. Primero una persona, después otra y, al final, casi todos los que se encuentran en la multitud se llevan los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios y después me señalan con ellos. Es un gesto antiguo de nuestro distrito; es un gesto de dar gracias, de admiración, de despedida a un ser querido. Veo a Gale entre la multitud y a Peeta haciendo el mismo gesto. Ahora sí corro el peligro de llorar, pero, por suerte, Haymitch escoge este preciso momento para acercarse dando traspiés por el escenario y felicitarme.
-¡Mírenla, mírenla bien! - brama, pasándome un brazo sobre los hombros.- ¡Me gusta! - El aliento le huele a licor y hace bastante tiempo que no se baña. - Mucho... -No le sale la palabra durante un rato.- ¡Coraje! - exclama, triunfal. -¡Más que ustedes! - Me suelta y se dirige a la parte delantera del escenario - ¡Más que ustedes! -grita, señalando directamente a la cámara. Luego de eso, mi futuro mentor se desmaya. Una camilla viene por él y Effie Trinket continúa con el espectáculo.
-¡Qué día tan emocionante! - exclama, mientras manosea su peluca para ponerla en su sitio, ya que se ha torcido notablemente hacia la derecha. - ¡Pero todavía queda más emoción! ¡Ha llegado el momento de elegir a nuestro tributo masculino! - Con la clara intención de contener la precaria situación de su pelo, avanza hacia la urna de los chicos con una mano en la cabeza; después coge la primera papeleta que se encuentra, vuelve rápidamente al podio y yo ni siquiera tengo tiempo para desear que no lea el nombre de Gale o el de él. - ¡Peeta Mellark!-
No, él no, me digo y es casi el detonante que me falta para echarme a llorar desconsoladamente sin importarme las cámaras que haya en el distrito, sin importarme si me veré cómo una débil para los demás tributos. No me importa, pero verlo caminar con la mirada casi perdida y sin importarle si se hace daño de lo fuerte que aprieta sus manos, me hace contener el sollozo que lucha por salir de mi garganta.
Peeta se acerca al escenario vestido con pantalones de vestir de color negro y una camisa blanca. Sus pasos son pesados, mantiene la cabeza alta hasta que llega y se sitúa a mi lado. Effie Trinket pregunta por voluntarios pero ninguno de sus hermanos sale en su auxilio. Lo que yo he hecho no es algo normal.
El alcalde Undersee lee el Tratado de la Traición pero mi mente se ha desconectado de todo. ¿Por qué él? De entre todos los chicos, que tenían incluso más papeletas con su nombre, ¿por qué Peeta?
Nuestra historias están ligadas de una manera muy complicada, fue durante la peor época posible. Mi padre había muerto en un accidente minero hacía tres meses, en el enero más frío que se recordaba. El distrito nos había concedido una pequeña suma de dinero como compensación por su muerte, lo bastante para un mes de luto, después del cual mi madre habría tenido que conseguir un trabajo.
El problema fue que no lo hizo.
Se limitaba a quedarse sentada en una silla o, lo más habitual, acurrucada debajo de las mantas de la cama, con la mirada perdida. No le afectaban las súplicas constantes de Prim o mis gritos mudos de socorro.
Yo estaba aterrada. A los once años, con una hermana de siete, me convertí en la cabeza de familia; no había alternativa. Compraba comida en el mercado, la cocinaba como podía, e intentaba que Prim y yo estuviésemos presentables porque, si se hacía público que mi madre ya no podía cuidarnos, nos habrían enviado al orfanato de la comunidad. Al final, el dinero voló y empezamos a morirnos de hambre poco a poco. No hay otra forma de describirlo. No dejaba de decirme que todo iría bien si podía aguantar hasta mayo, sólo hasta el ocho de mayo, porque entonces cumpliría doce años, y podría pedir teselas y conseguir aquella valiosa cantidad de cereales y aceite que serviría para alimentarnos. El problema era que quedaban varias semanas y cabía la posibilidad de que no llegáramos vivas.
En la tarde de mi encuentro con Peeta Mellark, la lluvia caía en implacables mantas de agua helada. Había estado en la ciudad intentando cambiar algunas ropas viejas de bebé de Prim en el mercado público, sin mucho éxito. La lluvia había empapado la chaqueta de cazador de mi padre que llevaba puesta, y yo estaba muerta de frío. Llevábamos tres días comiendo agua hervida con algunas hojas de menta seca que había encontrado en el fondo de un armario; cuando cerró el mercado, temblaba tanto que se me cayó la ropa de bebé en un charco lleno de barro, pero no la recogí porque temía que, si me agachaba, no podría volver a levantarme. No podía volver a casa; allí estaban mi madre, con sus ojos sin vida, y mi hermana pequeña, con sus mejillas huecas y sus labios cuarteados. No podía regresar sin esperanza.
Me encontré dando tumbos por una calle embarrada, detrás de las tiendas que servían a la gente más acomodada de la ciudad. Los comerciantes vivían sobre sus negocios, así que, básicamente, estaba en sus patios.
En el Distrito 12 están prohibidos todos los tipos de robo, que se castigan con la muerte. A pesar de eso, se me pasó por la cabeza que quizás encontrara algo en los cubos de basura, ya que para esos había vía libre. Puede que un hueso en la carnicería o verduras podridas en la verdulería, algo que nadie salvo mi desesperada familia estuviese dispuesto a comer. Por desgracia, acababan de vaciar los cubos. Cuando pasé junto a la panadería, el olor a pan recién hecho era tan intenso que me mareé. Los hornos estaban en la parte de atrás y de la puerta abierta de la cocina surgía un resplandor dorado.
Me quedé allí, hipnotizada por el calor y el exquisito olor, hasta que la lluvia interfirió y me metió sus dedos helados por la espalda, obligándome a volver a la realidad. Levanté la tapa del cubo de basura de la panadería, y lo encontré completa e inhumanamente vacío. De repente, alguien empezó a gritarme y, al levantar la cabeza, vi a la mujer del panadero diciéndome que me largara, que si quería que llamase a los agentes de la paz y que estaba harta de que los mocosos de la Veta escarbaran en su basura. Las palabras eran feas y yo no tenía defensa. Mientras ponía con cuidado la tapa en su sitio y retrocedía, lo vi: un chico de pelo rubio asomándose por detrás de su madre.
Lo había visto en el colegio, estaba en mi curso, aunque no sabía su nombre. Se juntaba con los chicos de la ciudad, así que ¿cómo iba a saberlo?
Su madre entró en la panadería, gruñendo, pero él tuvo que haber estado observando cómo me alejaba por detrás de la pocilga en la que tenían su cerdo y cómo me apoyaba en el otro lado de un viejo manzano. Por fin me daba cuenta de que no tenía nada que llevar a casa. Me cedieron las rodillas y me dejé caer por el tronco del árbol hasta dar con las raíces. Era demasiado, estaba demasiado enferma, débil y cansada, muy cansada. Oí un estrépito en la panadería, los gritos de la mujer de nuevo y el sonido de un golpe, y me pregunté vagamente qué estaría pasando. Unos pies se arrastraban por el lodo hacia mí y pensé: «Es ella, ha venido a echarme con un palo».
Pero no era ella, era el chico, y en los brazos llevaba dos enormes panes que debían de haberse caído al fuego, porque la corteza estaba ennegrecida. Su madre le chillaba: «¡Dáselo al cerdo, crío estúpido! ¡Ninguna persona decente va a comprarme el pan quemado!». El chico empezó a arrancar las partes quemadas y a tirarlas al comedero; entonces sonó la campanilla de la puerta de la tienda y su madre desapareció en el interior, para atender al cliente. El chico ni siquiera me miró, aunque yo sí lo miraba a él, por el pan y por el verdugón rojo que le habían dejado en la mejilla. ¿Con qué lo habría golpeado su madre? Mis padres nunca nos pegaban, ni siquiera podía imaginármelo. El chico le echó un vistazo a la panadería, como para comprobar si había moros en la costa, y después, se echó a correr en mi dirección. Yo sólo veía sus ojos azules, brillantes que marcaban casi un sendero hacia él. Se me acercó lo más rápido posible y me entregó ambas hogazas de pan. Las dejó en mis manos, me sonrió y volvió a correr bajo la lluvia, entró a la panadería y cerró la puerta con fuerza.
Me quedé mirando el pan sin poder creérmelo. Eran panes buenos, perfectos en realidad, salvo por las zonas quemadas. ¿Quería que me los llevase yo? Seguro, por algo los tenía en mis brazos. Antes de que nadie pudiese ver lo que había pasado, me metí los panes debajo de la camisa, me tapé bien con la chaqueta de cazador y me alejé corriendo. El calor de las hogazas era abrasador pero no las solté hasta que llegue a casa, en donde hice levantar a mi madre, preparé té de menta y comimos un sustancioso pan de pasas y nueces. Fue la primera noche que nos íbamos a dormir con el estómago lleno y yo no cabía de mi felicidad. Ese chico había hecho lo impensable al darme esos panes y yo no sabía cómo se lo iba a agradecer.
Al día siguiente se me ocurrió que tal vez el chico había quemado las hogazas a propósito, aún sabiendo que lo castigarían, para poder dármelas. Sin embargo, lo descarté, seguro que se trataba de un accidente. ¿Por qué iba a hacerlo? Ni siquiera me conocía. En cualquier caso, el simple gesto de darme el pan fue un acto de enorme amabilidad con el que se habría ganado una paliza de haber sido descubierto. Comimos pan para desayunar y fuimos al colegio.
Afuera, era como si la primavera hubiese llegado de la noche a la mañana: el aire era dulce y cálido, y había nubes esponjosas. En clase, pasé junto al chico por el pasillo, y vi que se le había hinchado la mejilla y tenía el ojo morado. Estaba con sus amigos y no me hizo caso, pero cuando recogí a Prim para volver a casa por la tarde, lo descubrí mirándome desde el otro lado del patio. Nuestras miradas se cruzaron durante un segundo; después, él volvió la cabeza. Yo bajé la vista, avergonzada, y entonces lo vi: el primer diente de león del año. Se me encendió una bombilla en la cabeza, pensé en las horas pasadas en los bosques con mi padre y supe cómo íbamos a sobrevivir.
Hasta el día de hoy, no he sido capaz de romper la conexión entre Peeta Mellark, el pan que me dio esperanza y el diente de león que me recordó que no estaba condenada. Aún no soy capaz de darle las gracias por salvarme en aquella ocasión y no sé si en una situación así, serviría de mucho. Con el paso de los años me di cuenta que no podía dejar de observar a Peeta Mellark, que lo buscaba constantemente en los pasillos y provocaba que nuestras miradas se encontrasen. Él siempre sonreía y después de un tiempo, era capaz de saludarlo cuando iba a hacer tratos con su padre a la panadería.
Lo encontraba guapo y no era la única chica que pensaba así. Muchas veces escuchaba como las chicas de la zona comercial hablaban sobre lo lindo y amable que era el más joven de los Mellark, de lo bien que dibujaba y de lo fuerte que era. Pese a eso, Peeta no salía con muchas chicas, siempre estaba con sus amigos y sólo se supo de una chica que lo invitó a salir. Aparte de eso, se mantenía en un perfil bajo en ese sentido, lo que provocaba que mi corazón saltara en mi pecho cuando lo veía pasar en el distrito. No sabía si era sólo agradecimiento lo que sentía por él, o si sólo lo encontraba guapo. Pero los constantes retorcijones en el estómago me hicieron pensar que no era sólo eso, que no era sólo gratitud.
Aún no aceptaba lo que sentía, pero ahora no importaba, tendría que enfrentarme a él en una arena y no sabía si sería capaz de hacerle daño al Chico del Pan.
-O-
Es casi una corriente eléctrica que me toma desde la punta del cabello hasta las plantas de los pies. Es un calor agradable que me hace sentir en casa, en mi verdadera casa, en el bosque, donde no se huele el carbón y sólo se respira libertad. Eso es lo que me produce Peeta cuando me coje de la mano, antes de salir hacia la Avenida de los Tributos. Está resplandeciente, de la misma manera en que debo yo estarlo, cubierto sólo con un traje negro que lo cubre por completo, con el cabello naturalmente desordenado y con una capa de fuego que ondea al viento.
La alarma de la gente se transforma en gritos y vítores de asombro. Todos nos prestan atención, todos se asombran ante nuestras vestimentas y yo hago lo mismo cuando me veo reflejada en una pantalla gigante de la plaza. Con el tocado y el cuerpo en llamas, tomada de la mano de Peeta, desafiando todas las normas del Capitolio al presentarnos como un equipo, como un sólo Distrito 12.
El público se da el trabajo de buscar nuestros nombres en los panfletos y escucho como gritan mi nombre y el de Peeta, completamente excitados por nuestra apariencia.
La mano de Peeta es fuerte y me da el soporte que necesito para no caer.
Cinna nos ha dado una excelente ventaja, nadie nos olvidará, y la meta de sobrevivir estos Juegos no se ve tan lejana. Aunque existe una gran traba que tal vez no sea capaz de pasar.
Hasta que entramos al Círculo de la Ciudad, no me doy cuenta de lo fuerte que he estado tomando la mano de Peeta, probablemente le he cortado la circulación con mi agarre pero a él parece no importarle. Es más, cuando tengo la intención de apartar mi mano, él la sostiene más fuerte, entrelazando nuestros dedos con firmeza.
- No vayas a soltarme - dice entre dientes pero sin perder la sonrisa cálida que se ha instalado en su rostro desde que salimos del Centro de Entrenamiento. - Puede que me caiga de esta cosa - asiento con delicadeza y vuelvo a hacer presión en la unión de nuestras manos, y el valor que se instala en mi pecho no se va.
Los doce carros llegan hasta el centro de la ciudad, en donde cada ventana de cada edificio está siendo ocupada por algún prestigioso ciudadano del Capitolio. Nuestra carroza nos lleva justo a las afueras de la mansión del Presidente Snow y allí nos quedamos hasta que nos da la bienvenida a estos Juegos. Durante el discurso puedo notar como las cámaras nos enfocan más que a cualquier otro distrito. Nuestros estilistas nos han dado eso, ser inolvidables. Suena el himno y los carros se dirigen con el mismo paso hacia el Centro de Entrenamiento, y debido a que ya ha caído la noche, es casi imposible quitar los ojos de encima de nuestro carro. La gente vitorea nuestros nombres pero yo sólo me mantengo lo más cerca que puedo de Peeta, sosteniendo su mano, evitando caer no sólo del carro, sino que también a la realidad, en donde no soy una simple adolescente enamorada, soy un tributo en los Juegos del Hambre y matarlo es necesario si quiero volver a casa.
En cuanto se cierran las puertas tras nosotros, una horda de equipos de preparación nos han rodeado, alabando los increíbles atuendos y el perfecto contraste que se lograba con el anochecer capitalino. Miro a nuestro alrededor y veo las miradas llenas de odio de los tributos, tensos por la envidia que les provoca saber que fueron eclipsados por dos chicos del distrito doce. Cinna nos ayuda a quitarnos las capas y Portia las apaga con un incinerador.
No me doy cuenta pero nuestras dedos siguen entrelazados, el calor aún continúa y la sensación, fuera de molestarme, me hace sentir segura. Nos soltamos las manos y Peeta frota su muñeca con cierto nerviosismo.
- Gracias por sostenerme, no podía mantenerme bien allá arriba - asiento, mientras desvío la cabeza e intento que el sutil sonrojo que de a poco se comienza a formar en mis mejillas no se note. - Te quedan bien las llamas Katniss, te ves hermosa - me giro y veo la sonrisa burlesca que aparece en el rostro de nuestro mentor que se acerca a paso vacilante hasta nosotros. Intento recomponer mi expresión de seriedad y cuando subimos en el ascensor hasta nuestro piso intento que el cosquilleo que se ha quedado en mi mano desde que Peeta la tomó, desaparezca.
No lo logro.
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- Peeta ha propuesto que los entrenemos por separado - eso es lo primero que me dice Haymitch un día antes de las entrevistas, muy temprano en la mañana. El pecho se me contrae de una manera algo molesta y me hago la idea de que a pesar de que los últimos días en que hemos sabido llevarnos bien, no somos amigos, no somos aliados, cada uno busca la supervivencia mutua. Yo debo matar a Peeta si quiero volver con mi familia.
Esa ha sido la mantra que me he repetido todos los días desde que comenzamos a estar juntos, que no debía sentir algo más por él. Pero todo Peeta me hacía querer cambiar de opinión, me hacía tambalear, a mí y a mis convicciones. Y sé que no debo sentirme así, que debería pelear por mí, por volver al distrito doce con Prim y con mi madre, pero no es así. He sido lo más errática desde que comenzaron los entrenamientos, ayudándolo a mejorar, a que desarrollará su fuerza y la reciente habilidad que tiene para lanzar cuchillos y manejar una lanza. Para encender hogueras y detectar plantas venenosas.
Y que ahora, luego de todo lo que hemos pasado durante estos días de entrenamiento me hiere y me siento traicionada por él. Porque pensé como estúpida que podríamos trabajar en sobrevivir juntos. Ahora él ha marcado toda la distancia que necesitaba. Él se ha alejado y no sé si sentirme aliviada o decepcionada. Escojo ambas cuando lo veo caminar hasta mí, con la cabeza gacha y las mejillas coloradas.
Aliviada porque puedo trabajar en sobrevivir sólo yo. No debo preocuparme de velar por nadie más. Decepcionada porque en un mundo utópico, esperaba pasar mis últimas horas junto a él.
-O-
Cuando salgo al pasillo mis pies pesan demasiado y los tacos de casi siempre centímetros que adornan mis pies no ayudan mucho a caminar, tampoco para salir huyendo. Las clases con Effie ayer han sido una tortura, en especial todo el trabajo de que mi andar no se viera ridículo por culpa de los zapatos.
Me veo en uno de los espejos que adornan las murallas de nuestro piso y no puedo evitar pensar que me veo bien. Estoy resplandeciente, brillando con la misma energía que un sol, con el rojo y las llamas en el ruedo de mi vestido. Con el maquillaje justo para que mis ojos grises brillen sin cesar.
Nos reunimos en el ascensor con el resto del equipo y me quedo de piedra cuando veo a Peeta parado en su estatura, enfundado en un costoso traje negro hecho a la medida. Sus hombros se ven anchos y su estrecha cintura se realza gracias al corte de la chaqueta. Las llamas que sobresalen de sus puños llaman la atención aunque todo el protagonismo se lo llevan sus hermosos ojos azules, brillantes y febriles, con la chispa justa de inocencia y gentilidad.
Me da una mirada rápida y me sonríe con cierto nerviosismo, seguro de que lo rechazaré como lo llevo haciendo desde ayer en el desayuno pero lo cierto es que su apariencia me encandila lo suficiente para sonreirle de vuelta.
- Estás hermosa Katniss - bajo la cabeza algo apenada y evito por todos los medios mostrar algo más que agradecimiento pero a Peeta eso le basta para agrandar su sonrisa un poco más. Me giro cuando llega el ascensor y no puedo evitar ver la mirada de burla que coloca Haymitch ante el pequeño intercambio de palabras que hemos tenido Peeta y yo. Bajamos los doce pisos en una calma un tanto incómoda que me coloca los pelos de punta. Effie alaba el excelente trabajo que han hecho tanto Cinna como Portia, aceptando ambos los cumplidos con modestia.
Cuando llegamos abajo y se abren las puertas del ascensor, vemos cómo los otros tributos se colocan en fila para salir al escenario. Los veinticuatro nos sentamos en un semi círculo para ver las entrevistas. Yo seré la penúltima ya que la chica sale siempre antes que el chico de su distrito. Ojalá fuese la primera para terminar esto de una vez. Ahora tendría que pasar una horrible cantidad de horas, sentada escuchando todos los enfoques que darían los otros tributos cuando lo cierto es que no pude encontrar uno para mí, no podía ser divertida o humilde o sensual porque nada se me daba bien. Peeta por otro lado presentaría un enfoque más bien divertido según lo que dijo Haymitch, él sabía reírse de si mismo.
Antes de colocarnos a la fila, nuestro mentor nos toma del brazo y nos gruñe despacio.
- Recuerden seguir actuando como una pareja feliz, actúen como si lo fueran - frunzo el ceño cuando termina de hablar y me suelto del brazo con un tirón. La cara se me calienta y me muerdo las mejillas internamente con fuerza hasta que siento el sabor metálico de la sangre en mi boca. Ese ha sido nuestro enfoque desde el inicio pero lo cierto es que me destruye lentamente cuando finjo que me gusta, porque lo cierto es siento algo más fuerte por el chico del pan. Peeta por otro lado, siempre ha sido amable y le sale natural a pesar de mis terribles tropiezos en distintas situaciones, en especial cuando significaba entablar una conversación más larga.
Peeta me ayuda a subir al escenario y le agradezco con un gesto ligero de cabeza. Me da miedo tropezar entre los zapatos y el vestido, pero llego a mi silla sin problemas. Aunque ya sea de noche, el Círculo de la Ciudad está completamente iluminado, con grandes galerías que sirven para las personas más importantes del Capitolio, colocando en primera fila a los estilistas, lo que me dará una vista de Cinna en la entrevista, tal vez así no salgan tan hostiles mis respuestas. También hay un gran balcón para los Vigilantes y el resto ha sido apropiado por los canales de televisión.
Caesar Flickerman viste de un color celeste y toda su ropa va a juego, va dando pasos armoniosos por todo el escenario, contando chistes a la multitud para animarlos. Luego se pone manos a la obra. Uno a uno van subiendo los distintos tributos, unos más divertidos, feroces y sensuales. Arrogantes, inocentes, maliciosos. Todas las entrevistas duran tres minutos en donde debes por todos los medios intentar agradarle a la multitud. Entre ellos están los posibles patrocinadores que podrían dar dinero por mí, por salvar mi vida.
Me siento como una dama, tal como Effie me dijo, espalda recta, los tobillos cruzados y una sonrisa resplandeciente que me adormece las mejillas.
Termina el tiempo de Thresh, y eso significa que sigo yo. Cuando me coloco de pie las piernas me tiemblan frenéticamente y tengo miedo de verme ridícula pero sé que el vestido cubre la gelatina que tengo por piernas.
Llaman a Katniss Everdeen, y me siento como en un sueño, levantándome y acercándome al escenario central. Acepto el apretón de manos de Caesar y tomo asiento a su lado.
-Bueno, Katniss, el Capitolio debe de ser un gran cambio, comparado con el Distrito 12. ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí? - No tengo idea de lo que ha dicho, se me ha quedado la boca seca como pasto. Busco con desesperación a Cinna entre la multitud y lo miro a los ojos; me imagino que las palabras han salido de sus labios. Me devano los sesos intentando pensar en algo que me haya hecho feliz desde mi llegada. Se sincera, aunque no tanto, pienso, no puedo decirles que lo que más me ha gustado porque simplemente ojos azules llenos de vida son lo que ocupan mi mente.
-El estofado de cordero - consigo decir. Caesar se ríe y me doy cuenta de que parte del público hace lo mismo.
-¿El de ciruelas pasas? - pregunta Caesar, y yo asiento - Oh, yo lo como sin parar - se vuelve hacia la audiencia, horrorizado, con la mano en el estómago - No se me notará, ¿verdad? - todos gritan para animarlo y aplauden.- Bueno, Katniss - sigue, en tono confidencial - cuando apareciste en la ceremonia inaugural se me paró el corazón, literalmente. ¿Qué te pareció aquel traje?-
Cinna arquea una ceja. Tengo que ser sincera, no ponerme nerviosa, es decir más de lo que estoy - ¿Quieres decir después de comprobar que no moría abrasada?- Carcajada del presentador, carcajadas auténticas del público. De acuerdo, eso no fue tan mal, puedo ser agradable, o lo suficiente como para no gritarle cuanto los odio por todo.
- Sí, a partir de ahí - vaya, pensé en que si me quemaba, no lo haría sola, en que brillaba más que nunca lo haría en la vida. En que Peeta tomaba mi mano.
- Pensé que Cinna era un genio, que era el traje más maravilloso que había visto y que no me podía creer que lo llevase puesto. Tampoco puedo creerme que lleve éste. -Levanto la falda para extenderla - En fin, ¡fíjate! -
Mientras el público se deshace en exclamaciones de admiración, veo que Cinna mueve el dedo en círculos; sé qué quiere decirme: Gira para mí.
Me levanto, doy un giro completo y la reacción es inmediata. -¡Oh, hazlo otra vez! -me pide Caesar, así que levanto los brazos y doy vueltas y más vueltas, dejando que la falta flote, dejando que el vestido me envuelva en llamas. Cuando me detengo, tengo que agarrarme al brazo del presentador.
-¡No pares! -me dice con una sonrisa.
- Tengo que hacerlo. ¡Me he mareado! - También estoy soltando risitas tontas, que es algo que, me parece, no he hecho en la vida.
-No te preocupes, te tengo - me dice Caesar, rodeándome con un brazo. - No pasa nada - dice el presentador para tranquilizar a la multitud capitolina - Bueno, hablemos de la puntuación: on-ce. Danos una pista de lo que pasó allí dentro. - me coloco nerviosa, e intento parecer indiferente cuando recuerdo el accidente con la flecha. Bueno, no fue un accidente como tal, pero eso me valió la mejor puntuación de los Juegos de este año.
-Ummm... - digo, mirando a los Vigilantes, que están en el balcón, y me muerdo un labio - Sólo diré una cosa: creo que nunca habían visto nada igual. - por supuesto, ¿quién en su sano juicio le lanza una flecha a las personas que darán una puntuación que podría salvarte o no la vida?
Las cámaras enfocan a los Vigilantes, que están riéndose y asintiendo. - Nos estás matando - protesta el presentador - Detalles, detalles.
- Se supone que no puedo contar nada, ¿verdad? -pregunto, mirando al balcón. Los Vigilantes se miran entre sí y varios niegan con la cabeza, formando un desconcierto en el público.
-¡Así es! - grita el Vigilante que se cayó dentro de la ponchera. Los otros lo secundan y hasta ahí llega el tema.
- Gracias - respondo - Lo siento, mis labios están sellados. -
- Entonces volvamos al momento en que dijeron el nombre de tu hermana en la cosecha - sigue el presentador, con un tono más pausado. - Tú te presentaste voluntaria. ¿Nos puedes hablar de ella?-
No, no, no, no a ustedes pero quizá a Cinna sí. A ese nuevo amigo que busco entre la multitud. - Se llama Prim, sólo tiene doce años y la amo más que a nada en el mundo.- El silencio era tan absoluto que no se oía ni un suspiro.
-¿Qué te dijo después de la cosecha?- Sé sincera, sé sincera, trago saliva con dificultad y evito mirar al joven que se encuentra sentado tras de mí, a ese chico que es el único impedimento para cumplir mi promesa a Prim.
- Me pidió que intentase ganar como pudiera.- La audiencia está paralizada, pendiente de cada palabra.
-¿Y qué respondiste? - pregunta Caesar, con amabilidad, pero, en vez de sentirme arropada, noto que un frío glacial me recorre el cuerpo y que pongo los músculos en tensión, como antes de atrapar una presa. Cuando hablo, mi tono de voz parece haber bajado una octava.
-Le prometí que lo intentaría - el nudo que se ha formado en mi garganta, no es capaz de bajar. ¿Sería capaz de volver a casa, a pesar de que mataría al chico que me había salvado la vida? ¿Por quién sentía algo lo suficientemente fuerte como para no poder detener a mi corazón cuando lo veía?
- Seguro que sí -dice él, apretándome la mano. Entonces suena el zumbido.- Lo siento, nos hemos quedado sin tiempo. Te deseo la mejor de las suertes, Katniss Everdeen, tributo del Distrito 12.- Los aplausos continúan mucho después de sentarme pero lo cierto es que casi ni los escucho de la impresión. Miro a Cinna para que me tranquilice, y él levanta el pulgar para indicarme que todo ha ido bien.
Me paso aturdida la primera parte de la entrevista de Peeta, aunque veo que tiene al público en sus manos desde el principio; los oigo reír y gritar por cada cosa que dice. Él lo sabe, sabe que tiene carisma, que tiene simpatía y el don del habla para hacer que las personas lo quieran con sólo oírlo. Se nota relajado, con el tobillo sobre su rodilla y la espalda recta, siendo educado siempre. Está utilizando lo de ser el hijo del panadero para comparar a los tributos con los panes de sus distritos.
- ¿Qué es lo que más te ha parecido extraño desde tu llegada al Capitolio? - Peeta parece pensarlo y da una sonrisa de medio lado que le marca el hoyuelo de su mejilla.
- Ah, las duchas aquí son raras - dice mientras cuenta una anécdota divertida sobre los peligros de las duchas del Capitolio -Dime, ¿todavía huelo a rosas? - le pregunta a Caesar, y después se pasan un rato olisqueándose por turnos, lo que hace que todos se partan de risa. Empiezo a recuperar la concentración cuando Caesar le pregunta si tiene una novia en casa. Peeta vacila y después sacude la cabeza, aunque no muy convencido. Estoy más atenta de lo que debería con esta pregunta y eso me pone de malas. No debo seguir preocupándome por él, por cada cosa que hace.
-¿Un chico guapo como tú? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama? - se muerde el labio inferior y pasa su vista por el público, mirando las reacciones de todos ellos.
-Bueno, hay una chica - responde él, suspirando - Llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante seguro de que ella no se fijaba en mí hasta la Cosecha.-
La multitud expresa su simpatía: comprenden lo que es un amor no correspondido. -¿Tiene a otro? - pregunta Caesar y veo cómo Peeta se lo piensa.
- No lo sé, aunque les gusta a muchos chicos - dice con una sonrisa ligera en el rostro, casi rememorando algo. Intento hacer una lista de las chicas con quien he visto a Peeta por el distrito pero lo cierto es que, todas se fijan en él, en su bondad, en su carisma, no hay ninguna, ni siquiera yo, que no repare en su presencia.
- Entonces te diré lo que tienes que hacer: gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? - lo anima Caesar. Mi mente se aleja un par de segundos del plano en el que me encuentro. ¿Qué pasaría si Peeta gana? ¿Esa chica se acercaría a él? ¿Se daría cuenta que el chico del pan está enamorado de ella? ¿Sería capaz de cuidarlo, de protegerlo de los recuerdos, del sufrimiento? ¿Tendrían hijos de rizos rubios y ojos azules? No le sigo dando vueltas, no puedo, eso significa dañarme cuando siempre vi al amor como un signo de debilidad. Vi como el amor destrozaba a mi madre después de la muerte de mi padre. Pero me enamoré, a pesar de que dije que nunca lo haría, que jamás me casaría o tendría hijos. Hice una de las cosas que siempre vi lejanas; lo hice por aquel joven de ojos azules y sonrisa amable. Y no sabría cómo me sentiría si llegaba el momento en que no estuviese en este mundo.
- Creo que no funcionaría. Ganar... no ayudará, en mi caso. - dice mientras evita por todos los medios la mirada del público.
-¿Por qué no? - pregunta Caesar, perplejo.
- Porque... -empieza a balbucear Peeta, ruborizándose - Porque... ella está aquí conmigo. -
No sé si el mundo se detiene lo suficientemente rápido o muy lento. Tampoco sé si mis oídos no me engañan, aunque si sé que mi cerebro ha procesado lo más rápido que puede la información. ¿Una chica? ¿Está hablando de mí?
Durante un momento, las cámaras se quedan clavadas en la mirada cabizbaja de Peeta, mientras todos asimilan lo que acaba de decir. Después veo mi cara, boquiabierta, con una mezcla de sorpresa y nerviosismo. Aprieto los labios y miro al suelo, esperando esconder así las emociones que empiezan a brotar dentro de mí. -
- Vaya, eso sí que es mala suerte -dice Caesar, y parece sentirlo de verdad. La multitud le da la razón en sus murmullos y unos cuantos han soltado grititos de angustia pero lo único que pasa por mi mente es la mirada cabizbaja que ha tenido Peeta desde hace un minuto atrás. ¿Es verdad? ¿Siente lo mismo que yo por él?
- No es bueno, no - coincide Peeta.
- En fin, nadie puede culparte por ello, es difícil no enamorarse de esa jovencita. ¿Ella no lo sabía? - ¿Habría cambiado algo el que yo lo supiera?
- Hasta ahora, no - responde Peeta, sacudiendo la cabeza. Me atrevo a mirar un segundo a la pantalla, lo bastante para comprobar que mi rubor es perfectamente visible. -
- ¿No les gustaría sacarla de nuevo al escenario para obtener una respuesta? - pregunta Caesar a la audiencia, que responde con gritos afirmativos - Por desgracia, las reglas son las reglas, y el tiempo de Katniss Everdeen ha terminado. Bueno, te deseo la mejor de las suertes, Peeta Mellark, y creo que hablo por todo Panem cuando digo que te llevamos en el corazón. -
El rugido de la multitud es ensordecedor; Peeta nos ha borrado a todos del mapa al declarar su amor por mí. Cuando el público por fin se calla, mi compañero murmura un «gracias» y regresa a su asiento. Evito mirarlo aunque sé que su mirada está fija en mí. ¿Qué se supone que le diga? «Siento lo mismo por ti, pero en esta situación es imposible». «No puedo aceptar tus sentimientos porque debo volver a casa con mi hermana» Todas suenan como patéticas excusas que me doy al no ser tan valiente como él, que aceptó sus sentimientos por mí frente a todo un país. Él reconoció que me amaba mientras yo ni siquiera soy capaz de aceptar que quiero tanto a una persona como a Peeta.
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Esto fue todo por la mañana, el siguiente lo subiré en la noche, bueno, espero que esté primer capítulo te haya gustado, tanto como a mi me gustó y me complicó. El siguiente episodio tendrá una narrativa vista más del punto de Peeta que explicará varias cosas.
Bueno, saludos y espero sus reviews, el pan de todos los escritores.
Saludos, Blue