Durante los días que siguieron a la partida de Kentin, me la pasé sintiendo que el mundo se había vuelto un lugar peor, aunque fuera sólo un poco. Contrario a lo normal, comía mucho o no comía nada, y en lugar de soñar con mi anterior colegio, él aparecía ahí, indefenso. No paraba de pensar en lo que me había dicho antes de partir, cada que recordaba sus palabras me embargaba un sentimiento de culpa. No sabía si algún día podría llegar a verlo de otra forma, ni siquiera estaba segura de querer. Aunque debía aceptar que él tenía razón en una cosa: no me atraía precisamente por su apariencia. No era mi tipo, y me iría al infierno por ser así.
—Estoy condenada. —Suspiré, dejándome caer sobre la mesa. Hoy no tenía ganas de hacer nada. Quizás cuando llegara a casa me atragantaría con una rebanada de pastel, pues moriría joven, pero con chocolate en las venas. Una muerte digna.
—Lo estás. Te ves horrenda, además. —dijo Castiel, burlándose. Le mandé una mirada asesina. Hacía ya dos semanas desde que me había invitado a su "lugar especial", como solía llamarle para molestarlo, y en ese tiempo habíamos establecido una especie de amistad basada en el amor—odio. El pelirrojo podía llegar a ser sumamente irritable, que combinado con mi gusto por molestar a las personas podía convertirse en una bomba en ocasiones. Y sin embargo, compartíamos muchos gustos en común. Me agradaba lo cómoda que me sentía con él, como si pudiera ser yo misma sin contenerme ni cuidar mis palabras o mi ácida actitud.
—Jódete. —mascullé, pateándolo por debajo de la mesa. Kim y Iris se rieron, y Violeta sólo miraba con una sonrisa. Estábamos en el almuerzo, y antes de darnos cuenta comíamos juntos cada día. Había un bullicio general siempre, pero era agradable desde que tenía personas con las cuales almorzar. Al parecer Iris y Castiel se llevaban muy bien y vivían bastante cerca, así que todos nos habíamos acoplado. De vez en cuando me topaba con Ámber y sus amigas, pero por ahora no habían hecho nada más que soltar comentarios despectivos y risitas de niñas pijas. Con Nathaniel, simplemente nos habíamos dedicado a ignorarnos, lo que se convertía en un pasatiempo en las clases que compartíamos juntos. Yo seguía repitiéndome que por su forma de ser, estaba mejor alejado de alguien como yo; él parecía un príncipe de cuento de hadas, tan alejado de la realidad y tan estereotipo de la perfección en esas historias. Que lástima que sus ojos fueran tan bellos y yo me encontrara mirándolos a veces de contrabando.
—La directora se volvió un poco loca, ¿eh chicos? —comentó Kim, recibiendo sonidos de aprobación por parte de todos. Rolé los ojos: otra preocupación más que agregar. Las chicas me lo habían advertido justo en este lugar, pero como siempre, uno nunca cree que le puede pasar hasta que le pasa. Esa mañana había visto parar a un perro—rata a toda velocidad, y no se me ocurrió hacer otra cosa que mirar cómo daba vuelta en un pasillo y desaparecía. Grave error, pues acto seguido apareció la directora, echándome la bronca por no haber atrapado a SU perro y ahora YO tenía que atraparlo.
—Es verdad, es muy injusto lo que te encargó hacer, Alex —dijo Iris. Yo sólo gruñí, con la cabeza aún recostada en la mesa —. Te ayudaremos en lo que necesites, ¿cierto chicos? —Casi todos me mostraron su apoyo, excepto Castiel, que desvió la mirada exageradamente hacia otra parte—. Tú también, Castiel.
—Yo no pienso ir por la escuela tras un chucho —dijo él, amable como siempre.
—N—no es necesario que lo persigas —murmuró Violeta. Todos voltearon a mirarla, sorprendidos. Violeta parecía abrumada por la repentina atención—. Me refiero a que Castiel tiene un perro... tal vez tenga algo que nos podría ser de ayuda para atraparlo... —Su voz volvió a convertirse en un hilito bajo, pero yo estaba extasiada.
—¡Esa una gran idea, Violeta! —dije, centrando mi atención en Castiel—. ¿Cómo es que nunca me dijiste que tenías perro? —pregunté, dándole un sorbo a mi vaso.
—No preguntaste. —contestó como si fuera lo más obvio del mundo. Me le quedé mirando, sonriente. Así que le gustaban los perros. Por un momento me lo imaginé jugando con un chihuahua, que le mordería las orejas y rodaría con él por todo el piso. Casi me atraganto con mi jugo.
—Ya, pero seguro sabes cómo atrapar uno. —dije después, esperanzada. Castiel parecía reacio a contarme, pero yo sabía que algo podía hacer. Finalmente le ofrecí mi tarea a cambio de su sabiduría.
—De acuerdo, traigo unos pasteles para perro que pensaba darle a demonio. —La imagen del chihuahua explotó en una nube, dando lugar a algo más oscuro y considerablemente más grande. Castiel sacó los pasteles de su mochila.
—¡Perfecto! Con eso seguro que cae el chucho. —dije, estirando mi mano para alcanzarlos, pero antes de siquiera tocarlos los apartó, ¿pero qué diablos...?
—Jamás dije que te los daría gratis. —Comenzó a mover los pastelitos frente a mí. Maldije para mis adentros.
—Ya te di mis deberes, ¿qué más quieres?
—$5 euros— contestó, expectante. Metí mi bolso en mi mochila, donde tenía mi dinero, y saqué $10.
—Ten, y ponles aguacate.
—¿Qué?
—Nada. Ahora si, ¿puede su majestad concederme el honor de darme los JODIDOS pastelitos? —contesté, alzando la voz. Castiel soltó una carcajada.
—Una última cosa... —Parecía realmente estar disfrutando con todo esto. Lo tomé del cuello, zarandeándolo.
—¿Qué, maldita sea? ¿QUÉ? —No paraba de reírse, pero se puso serio de repente, lo suficiente para poder hablar.
—Tienes que hacer algo por mi. Pero te lo diré al final de clases. —Había algo diferente en su mirada, como si deseara que dijera que sí. Dudé, pero estaba segura de que podía confiar en él.
—Trato. Y ahora... —dije, y antes de que se arrepintiera le arrebaté los pastelitos.
—Ahora sólo tenemos que pensar adónde iríamos si fuéramos un perro. —Todos volteamos a ver a Iris, confundidos. A veces podía ser muy rara. Se sonrojó profundamente—. Es que, si fuera un perro, me gustaría estar en lugares abiertos, como el patio... —Bueno, visto así tenía más sentido.
—De cualquier forma, si vemos al chucho te avisaremos en seguida —dijo Kim, agitando su móvil. Asentí, con determinación.
Después de eso cada uno de nosotros se separó, pues no compartíamos todas las clases. Iba camino a Microeconomía cuando me pareció captar de reojo una sombra. Cuando volteé, no había nadie, pero habría jurado ver algo. Qué extraño. Iba a investigar cuando vi otra sombra, esta vez al ras del suelo, pasar corriendo. ¡Era el dichoso perro de la directora! Kiki, me había dicho que se llamaba. Olvidándome completamente de ir a clase seguí al perro, que tomó dirección al patio, pero cuando llegué ahí, había desaparecido. Suspiré, derrotada. Tan cerca y tan lejos. Sin embargo, vi algo que me llamó la atención. Tirado al lado del pasto, se encontraba un cuaderno. Por inercia me dirigí a recogerlo, nunca se sabe: con mucha suerte terminaría escribiendo el nombre de Ámber en él y 40 segundos después, ¡puf! Una tragedia, era tan joven... Sonreí ante mis propias fantasías.
Pero no, cuando me agaché a recogerlo, pude darme cuenta de que era una pequeña libreta, común y corriente, con algunas cosas escritas en él. La abrí para ojearla y buscar algún nombre o algo que me ayudara a dar con el dueño, pero en lugar de eso sólo encontré fragmentos de canciones, supuse por la métrica, poemas y versos, todos escritos con una elegante caligrafía. Cerré el cuaderno de golpe. Me avergonzaba de mi propia letra, y además, este tipo de cosas son demasiado personales como para ponerme a leerlas, así que lo metí en la mochila. Quizá alguien preguntara por él y convenientemente yo escuchara cuando lo hiciera. O podría llevarlo a la caja de objetos perdidos, pero eso significaría tener que interactuar con el delegado, así que lo descarté.
Miré mi móvil, dándome cuenta de que ya iba tarde a Macroeconomía. Desde que llegué a esta escuela parecía que ni siquiera asistía a clases ya.
—Hola Violeta —dije entrando al salón.
—Hola Alex. —Violeta era la única con la que compartía esta clase. Era realmente buena ayudándome a concentrarme, y siempre estaba dispuesta a compartir conmigo sus útiles, en caso de haber olvidado los míos.
El periodo transcurrió normalmente, y me despedí de la chica para seguir en busca del condenado perro de la directora.
—Kiki. —Iba llamándolo por las esquinas—. ¡Kiki! —Me dirigía hacia las escaleras, pero nada. Ese animal podría enseñarme un par de cosas para cuando no quisiera ser encontrada—. ¡KIKI! —grité, cuando lo vi salir de un salón al que nunca había entrado. Intenté tomarlo, pero era inteligente. Me esquivó la primera vez que me incliné y me pasó por debajo de las piernas.
"No escaparás". Animal del demonio, bajaba las escaleras a una velocidad que yo jamás podría, pues mi condición física no era muy buena que digamos. Llegué corriendo hacia el pasillo donde están todos los casilleros, pero el perro había desaparecido.
Me pasé la mano por la frente, exhausta. No me gusta el esfuerzo físico, por mínimo que sea. En ese momento, me di cuenta de que Ámber y sus amigas eran las únicas que se encontraban en el pasillo. Debió ser la desesperación, pero no me paré a pensar y fui a preguntarles si lo habían visto. Si Ámber se sorprendió de que le hablara, no lo demostró. En lugar de eso me ofreció un trato.
—Sí, lo vimos. Podría decírtelo si no tuviera tanta hambre.
De acuerdo, entendía el mensaje.
—¿De cuánto estamos hablando, rubia?
—$20 euros son un comienzo.
¿Qué? ¿Y sólo por un poco de información?
—Estás loca, olvídalo. —Dije, dándome media vuelta. Escuché a Ámber refunfuñando.
—¡Como quieras! Sin mi ayuda jamás lo encontrarás.
Suspiré, perdiéndome en el instituto. Fui a mi casillero en búsqueda de un dulce, de una chuchería, lo que fuera.
Estaba abriendo mi taquilla cuando de nuevo creí ver una sombra pasar. Voltée inmediatamente, y esta vez fui de inmediato hacia el lugar donde la había visto, pero allí no había nadie. De acuerdo, no me podía estar volviendo loca. Si veía esa sombra por tercera ocasión comenzaría a preocuparme de verdad.
Cerré mi casillero, llevando conmigo una bolsa de quedé mirando las gomitas, no se por qué me recordaron al cuento de Hansel y Gretel, cuando van dejando un caminito para no perderse y poder volver a casa. Me detuve abruptamente. ¡Eso es! Había tenido una maravillosa idea de cómo atrapar al perro.
Efectivamente, una hora después me encontraba frente a la directora, entregándole a su "bebé precioso", como ella lo había llamado, y ahora lo acariciaba como si la vida se le fuera en ello.
—Oh, Kiki, mi amado Kiki, ¿estás bien? —Le preguntó, como si el perro fuera a responderle. Yo sólo estaba ahí todavía por educación—. Muchas gracias jovencita, no se qué sería de mí si le llega a pasar algo.
Forcé una mueca, que con suerte parecería una sonrisa.
—No fue nada, directora, pero si no es mucha molestia, ¿me puedo retirar ya?
—Oh, sí, sí, claro, pase buena tarde jovencita.
Al fin, era libre. Tomé mi mochila y casi iba dando brinquitos hacia la salida. Recapitulando, capturar al perro había sido más fácil de lo que había imaginado: Gracias a los pastelitos de Castiel, y las gomitas que había comido, se me ocurrió partir la botana para perro en pequeñas partes, formando un camino hacia el gimnasio, donde tenía preparada una red que había tomado "prestada" del lugar. Cuando el animal apareció por la puerta, no tuvo escapatoria. Y de vuelta al presente, salí del instituto y giré para dirigirme hacia mi auto, cuando vi a Castiel recargado contra un árbol. Tenía los brazos cruzados y parecía estar esperando algo.
Fue ahí cuando recordé que aún le debía una cosa más, como me había dicho en el almuerzo, y había esperado hasta la hora de la salida para decírmelo. Maldición, y yo que quería llegar a recostarme y hacer nada; me debatía entre la posibilidad de irme y fingir demencia al día siguiente, pero mi conciencia no me lo permitió.
Me acerqué lentamente hacia donde él estaba, con desgano. Él, al percatarse de mi presencia, pareció enojarse más.
—Vaya, hasta que te dignas a aparecer. Te he esperado por más de diez minutos. —gruñó—
—¡Diez minutos! Discúlpame por favor, debe ser extenuante esperar contra un árbol. —vociferé también. Castiel me sacaba de quicio sumamente rápido, además, él no había tenido que perseguir al perro por todo el instituto, y Dios no le permitiera ofrecerme su ayuda...
—Como sea, ¿estás lista? —preguntó, ignorándome.
—Sí, sí, sólo dilo y terminemos con esto —dije mientras movía la mano, restándole importancia. Castiel sacó unas llaves de su chaqueta, y luego me hizo la señal de que lo siguiera. Yo me tensé en el momento. Esas definitivamente eran llaves de auto. Cruzamos el estacionamiento, que aún estaba bastante lleno, hasta un Mustang modelo clásico, de color rojo. Y es que me parta un rayo si algo de Castiel no es rojo o negro. Lo miré, extasiada. Buena línea, buena defensa, algo tosco para mi gusto, pues siempre he preferido los autos modernos.
—Es bonito.
—Debe serlo, es mío. —Rolé los ojos. Él abrió la puerta del conductor e hizo el ademán de entrar. Cuando vio que no me movía de donde estaba, bajó nuevamente.
—¿No esperarás que te abra la puerta, verdad? —dijo, impaciente.
Yo no contesté. Estaba pensando en mi Nissan, estacionado a una calle de aquí.
—¿Qué pasa? ¿No tendrás auto? —comentó, sopesando la posibilidad.
Diablos, ¿y ahora qué? Honestamente prefería tener ese tipo de información oculta, me servía para evitar tener que dar aventones. Sin embargo, si no decía nada, tendría que volver por él después de lo que sea que Castiel tuviera en mente para el día de hoy.
La decisión, aunque difícil, llegó. No quería que nadie se subiera a mi auto un día y tuviera que soportar los silencios incómodos y las conversaciones forzadas.
Abrí la puerta del copiloto y tomé asiento. Castiel también entró y encendió el vehículo. El motor rugió, imponente, demostrando que estaba bien conservado. Él comenzó a conducir con rumbo desconocido.
—¿A dónde me llevas? —pregunté, suspicaz. Probablemente esa pregunta se hace ANTES de entrar al auto.
—Tranquilízate, nadie querría abusar de ti. —contestó, sagaz. Yo le golpée el hombro, con falsa indignación. Castiel tomó la dirección contraria a mi casa. Genial, seguramente también tendría que traerme de regreso, pues aunque pequeña, aún no conocía todos los lugares de esta ciudad.
Durante el trayecto, puso en el reproductor una banda de rock. Yo comencé a prestar atención, pues me gustaba bastante, pero no reconocía a la banda. Francesa, seguramente.
—¿Quiénes son? —pregunté, curiosa.
—Winged Skull, ¿jamás los habías escuchado? —Parecía sorprendido—. Son bastante famosos.
—En este país, tal vez. En Canadá se escucha más a Kings of Leon y One Republic, por ejemplo. —Le contesté, examinando la lista de las canciones.
—¿Es broma? One Republic ni siquiera cuenta como rock verdadero.
—No sabría decirte... yo soy más de otros gustos.
—Ya, ¿como cuáles?
Lo pensé por un momento. Le di el nombre de algunas bandas, la mitad las conocía y la mitad no.
—Pues bueno, prepárate para escuchar a estos tipos, te van a encantar. —dijo, acelerando.
El resto del camino fuimos escuchando esa banda que tanto le gustaba a juzgar por su camisa. Miraba por la ventana e iba admirando la parte de Amoris que jamás había visitado. Para cuando estacionamos frente a su casa, ya me sabía el coro de al menos las primeras dos canciones.
El sonido del motor apagándose dejó descansar mis oídos. Salí, admirando la pequeña calle en la que nos encontrábamos. Era una privada muy pintoresca, con casas de madera tradicionales, nada parecido al complejo de edificios donde vivía. Aquí se respiraba tranquilidad. Castiel sacó un bonche de llaves y comenzó a buscar la que era para el pequeño portón de una de las casas. Era blanca, de dos pisos, con un jardín bastante amplio. Abrió y yo lo seguí hasta el pórtico.
—Castiel, ¡espera! —dije, de repente me había embargado un pensamiento preocupante—. ¿A tus padres no les molestará que llegue sin avisar?
—Tal vez, si estuvieran aquí. —No le dio importancia. Interesante.
—Espera, entonces vives sólo...
—Sí, ¿algún problema? —contestó, su mal carácter saliendo a flote.
Pero eso no era lo que me preocupaba, sino el estar en una casa, sola, con él. Vale que en el fondo parecía buen tipo, pero dos semanas no son suficientes para juzgar a alguien. ¿Era ésto una especie de propuesta?
Negué a su pregunta y ambos entramos a su casa. Bueno, tampoco era como si Castiel no fuera atractivo. Supongo que es de los que no les gusta andarse por las ramas. Podríamos intentarlo.
Presté atención al interior. Por todas partes gritaba "soltero", pues los muebles, aunque acogedores, eran de cuero oscuro, el piso estaba tapizado de alfombra clara y las paredes eran de colores neutros. Castiel desapareció con rumbo a lo que suponía era la cocina, y yo me senté, incómoda, en uno de esos sillones oscuros. Cuando me dejé caer casi me voy hacia atrás, pues era mucho más blando y amplio de lo que esperaba. Frente a mí había una gran pantalla con módulo para DVDs y demás objetos que no tenía idea de lo que eran. Lo más que yo conectaba a mi pantalla era la Xbox.
—¿Qué tomas? —preguntó Castiel, apareciendo en la puerta de la cocina. Me sonrojé, no sabía si se estaba refiriendo a lo que creía. Al ver mi cara de duda, Castiel añadió—. Tengo Bud light, Corona, Heineken y Steinburg. También tengo otras cosas, pero ayudaría bastante que dijeras algo. —Se cruzó de brazos, exasperado.
Dudé. Yo no era bebedora, jamás me gustó especialmente el sabor del alcohol.
—Amh, a veces tomo vino. —dije, no estaba segura de si era una respuesta válida para él. Rolando los ojos, volvió a la cocina, donde podía escuchar el sonido de botellas chocando entre sí. Por mientras yo me tapé la cara con las manos, podía sentir cómo me ardía el rostro. No era la primera vez que estaba en esta situación con un chico, pero con Castiel no había habido absolutamente ninguna señal de que quisiera ésto, ni una sugerencia, absolutamente nada. Me había tomado completamente desprevenida y ni siquiera me había dejado visualizarlo de esa manera.
Cuando salió de la cocina, traía la botella de vino y dos latas de Bud Light con él. Lo miré, intentando mentalizarme, cambiar la imagen que tenía de él, pero me estaba costando mucho trabajo.
—No creí que fueras el tipo de niña que tomaba vino. —Me dijo, burlón. Eso no ayudaba, Castiel.
—En realidad no bebo, pero es estas situaciones no está de más. —Le dije, intentando sonreír. Castiel me miró, confundido.
—¿En estas situaciones? Como, ¿estar en la sala de un chico? —Intentó seguirme.
Tomé de una copa que ya estaba servida, y tragué, no sin un poco de dificultad.
—Sí, claro. Pero debo admitir que me habría gustado conocerte un poco más antes. ¿No crees que es muy pronto?
Sospeché que algo no le cuadraba cuando inclinó la cabeza, con expresión de que no me seguía.
—¿De qué hablas? —dijo, afectado.
En ese momento, un intenso rubor debió cubrir toda mi cara. Que me mate alguien de todas las formas posibles y acabe con la humillación, lo había entendido todo mal entonces. Negué enérgicamente.
—Nada, nada. —dije, levantándome del sillón y comenzando a dar vueltas alrededor de la sala, nerviosa. La mirada del pelirrojo mostraba que aún estaba uniendo las piezas, y pude darme cuenta del momento exacto en que cayó en cuenta de lo que había pasado.
—Espera, ¿tú creíste que...? ¿Qué tú y yo...? —dijo, cortando la frase a medias cuando vio literalmente me pasaba la copa de vino de un sólo trago. Esto era el infierno.
—Bueno, ¡discúlpame si en América cuando un chico tiene casa sola e invita a una chica significa algo más! —contesté, intentando excusarme. Castiel se había vuelto rojo hasta la punta de las orejas.
—¿Pero qué rayos les pasa a ustedes? —contestó sin mirarme.
—¡Me invitaste vino!
—¡Cuando alguien viene a tu casa se le invita algo, maldita sea! —Ambos habíamos alzado la voz más de lo que esperábamos. Seguramente los vecinos podían escuchar. Un astronauta nos habría escuchado.
Nos quedamos mirándonos a los ojos, ambos sonrojados, ya no sabíamos si de vergüenza o de coraje. Podía sentir mi corazón palpitando en mis oídos. Cuando Castiel se enojaba, sus ojos se aclaraban repentinamente y se volvían más cristalinos, algo que jamás había notado hasta ahora. Además, respiraba pesadamente, lo que me hizo pensar cómo se vería cuando estaba agitado... "Es una lástima", casi pensé.
Rompiendo el contacto visual, inspiré hondo, pasándome las manos por el cabello. De acuerdo, calma, no es el fin del mundo. Ha habido una confusión, ambos lados tienen su parte de la culpa, simplemente había que dejar las cosas claras y seguir adelante. Mi pulso comenzó a normalizarse. Ya más tranquila, voltée a verlo nuevamente. Él estaba con los brazos cruzados y mirando hacia la pared como si allí estuviera la cosa más interesante que había visto en mucho tiempo.
—Ok, de acuerdo, es obvio que hubo un malentendido aquí —dije, intentando tranquilizar las cosas.
—Pero qué capacidad de deducción, estoy sorprendido, Alex. —contestó sarcástico.
Ignoraría su comentario, por ahora.
—Mira... —Mi voz sonaba conciliadora—. Tienes razón, no debí precipitarme a conclusiones. Disculpa. —Mis palabras habían funcionado, Castiel parecía relajarse al instante—. Sin embargo, debes de admitir que las circunstancias hacían clic, al menos para mí. —Aclaré.
—Si te invité fue porque quiero tu opinión acerca de una canción que estamos componiendo un amigo y yo. —Soltó, bruscamente.
—De acuerdo, entonces quedamos así. Nos olvidamos de que ésto pasó. Ni una palabra, jamás. Nunca. —Recalqué esa última parte, mi dignidad dependía de ello. Castiel no parecía feliz de que le dijera qué hacer. Aún así, ¿qué opción nos quedaba?
Después de pensarlo, me regaló una de sus sonrisas de lado que tanto lo caracterizaban.
—Trato hecho. Después de todo, ¿quién querría meterse con alguien tan torpe como tú? —dijo, burlón.
—Muérete. —Casi le escupo. Él sólo soltó una carcajada y yo le di un leve empujón.
Parecía que lo que sea que teníamos entre los dos iba a sobrevivir al día.
—Bueno, vamos a mi cuarto entonces —dijo, guiñándome un ojo a propósito.
—Juegas con fuego, Castiel —Le reproché.
—Te quedarás con las ganas de este maravilloso cuerpo. —Siguió riéndose de mí. "No tienes idea", pensé. Como sea, me dirigí hacia las escaleras, siguiendo sus instrucciones, mientras que él me seguía.
En ese momento no me di cuenta de que Castiel me miraba, pensativo, y que se había tragado una pregunta que pudo haber acelerado mucho las cosas entre nosotros. No lo sabría hasta mucho después.
Cuando entramos a su habitación, quedé maravillada. Las paredes estaban tapizadas de pósters de bandas de rock, tenía su guitarra y amplificador en el centro, y una colección de púas para guitarra. No era el lugar más impecable que había visto, pero al menos no era un desastre total.
—Es... increíble. —Murmuré. Él pareció aceptar el halago.
—Cuando me emancipé mis padres insistieron en que debía tener un buen espacio para mí. Aún así mi madre siempre insistió en que limpiara un poco de vez en cuando. —Roló los ojos, aún así era obvio que de vez en cuando le hacía caso.
Tomé asiento en su cama en posición de loto. Él agarró su guitarra y comenzó a afinarla.
—Y bien, ¿cuál es el problema con su canción? —Castiel bufó.
—No es un PROBLEMA. —Señaló, indignado—. Quiero que me des tu opinión. —Susurró. Tenía las mejillas sonrojadas, como si le costara trabajo pedir la ayuda de alguien.
—Ya veo, pues bueno, será un placer. —dije, invitándolo a iniciar. Me miró y después a su guitarra. De inmediato se podía apreciar el cambio en el pelirrojo al comenzar a tocar una melodía: parecía que el resto del mundo desaparecía mientras sus diestros dedos se movían de forma veloz por todo el puente, creando música de la buena. Me quedé sin palabras, era como si se hubiera transformado en una persona completamente diferente. La melodía continuaba brotando en acordes bien equilibrados, todo en ella era correcto, pero había algo que me molestaba de fondo: Era sumamente triste. Denotaba fuerza y desesperación, un sentimiento de ahogo que no podía comprender de dónde podía provenir en muchacho de su edad. Algo así sólo lo transmite alguien que ha conocido el sufrimiento.
Terminó lentamente, el último acorde desvaneciéndose de manera suave. Pasaron unos segundos donde ninguno de los dos dijo nada. Finalmente, los ojos de Castiel parecieron recuperar la vida que durante la canción parecía cortarse. Me miraba impaciente.
—¿Qué? —soltó cuando se dio cuenta de que no respondía nada. Rápidamente me recompuse.
—Es muy hermosa —Le dije, no sabiendo cómo expresarme en estos momentos.
—Vaya, si quisiera un comentario por obligación se la hubiera mostrado a Iris. —parecía molesto, como siempre. Rolé los ojos, ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo habría hecho hoy.
—Es buena, pero bastante oscura. No se la muestres a alguien con tendencias suicidas. Además, seguramente con letra hubiera impactado más. —Le contesté, dándole lo que quería oír.
—Oye, que yo no soy vocalista. Tiene letra, no te la pienso cantar. —dijo, cruzándose de brazos.
—Vaya, pero si tú no eres el vocalista, ¿quién...? —dije, quedándome lívida en el momento que voltee al marco de la puerta—. ¡Oh, por Dios!
—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.
Señalé para que Castiel volteara y mirara la sombra negra que acababa de pasar por el pasillo, pues no habíamos cerrado la habitación. Había sido de reojo, pero ya con esta iban tres veces y ahora estaba segura de que no eran alucinaciones mías. Clásico, cuando el pelirrojo volteó ya no había nada.
—¡Se que esto pinta mal, pero te JURO que había algo ahí! —dije.
—Amh... Seguro. —Castiel me miraba como si estuviera loca. Fruncí el ceño y de forma instintiva —pero nada racional—, tomé una almohada y la coloqué frente a mí. Como si las plumas fueran a protegerme de lo que fuera que estuviera ahí—. ¿Quieres que te lleve a tu casa? —dijo burlón, para hacerme sentir todavía más como una desquiciada.
—Esta es la parte donde al incrédulo le cortan la cabeza de tajo en las películas. —Él profirió una carcajada.
—Pero esto no es una película, Alex. En ese caso serías la protagonista pero te falta ser rubia... y guapa.— Esquivó el almohadazo que lancé—. ¿Qué? ¿Ahora esto se transformó en una fiesta de pijamas?
—¡Eres...! —Su falta de seriedad me estaba poniendo los nervios de punta. Estaba segura de haber visto algo y él sólo le burlaba de mi. Siguió riéndose y yo estaba a punto de lanzarle otro objeto cuando se oyó un fuerte ruido en la habitación de al lado. Ambos nos quedamos quietos. Parecía como si un pesado objeto se hubiera caído al suelo.
—¿Lo ves? —murmuré, asustada. Al menos parecía que el pelirrojo me creía esta vez. Se quedó muy callado, como pensando algo para sí mismo, y vi la resolución en sus ojos de momento.
—Espera aquí. —dijo por lo bajo, y me horroricé cuando me di cuenta de que comenzaba a ponerse en pie y a caminar silenciosamente con dirección a la puerta.
—¿Qué estás haciendo? ¿Sabes lo que te podría pasar? —Los fantasmas eran lo que menos me preocupaban. Un asesino, un acosador o algún psicópata podría haber entrado, y de ésos sí que había que huir.
—Ves demasiadas películas Alex. —Me dijo, quitándole importancia—. Quédate aquí y no salgas. —Había algo en su tono de voz que me tranquilizó, como si quisiera decirme que todo estaría bien. ¿Había notado un tono de protección?
No lo supe pues en ese momento tomó el pomo de la puerta y le puso seguro por dentro, cerrándola al salir. Entonces yo me quedé ahí, en su cama, preocupada por no saber qué demonios le podía pasar. Nuevamente pensé en la posibilidad de que fuera mi imaginación, pero esta vez había visto la sombra claramente, y no sólo eso, ambos habíamos escuchado como algo se caía en la otra habitación. No, definitivamente había algo... o alguien, ahí afuera.
Esperé pacientemente algunos minutos, intentando captar cualquier movimiento o señal de alarma que proviniera de afuera, pero la casa parecía haberse quedado completamente en silencio. Me crispaba los nervios. Si fuera mi casa seguramente habría tomado algún objeto para defenderme y habría salido a investigar, pero intentarlo en un lugar que no conocía sería contraproducente. No sabía qué hacer. En algún momento sentí que ya había pasado demasiado tiempo y Castiel no daba señales de vida.
Miré la puerta de la habitación. Aquí encerrada seguramente estaría bien, pero el pelirrojo ya habría vuelto de estar todo en orden, y sin pensarlo me dirigí hacia la salida. Giré el pomo, lentamente para que el seguro no hiciera ruido al botarse, y saqué la cabeza cuidadosamente. No había nadie. Aventurándome, me dirigí con paso cauteloso a la habitación de al lado, donde se había escuchado el ruido. Al abrirla, me cercioré de que estuviera vacía, y de inmediato llamó mi atención un objeto que yacía en la alfombra. Era una lámpara de escritorio, la cual al caer seguramente había causado el golpe. Entonces estaba segura de que algo tuvo que haberla tirado.
Tragando con dificultad volví sobre mis pasos. Tras comprobar que no había nadie en el baño de arriba, sólo me quedaba pensar que Castiel debía haber bajado. El recorrido de las escaleras hacia la planta baja de la casa fue difícil, pues me sentía sumamente expuesta. No había ni señal del pelirrojo, ¿dónde se podría haber metido? El no encontrarlo me consternaba de sobremanera. Abajo se encontraba la sala, la cocina, otro baño y la salida hacia el jardín. No se veía por ninguna parte.
—¿Castiel? —Murmuré. El piso era de madera, así que rechinaba en algunas ocasiones. Maldije por lo bajo el cliché de película de terror, pues cualquier persona sabría fácilmente mi ubicación con el crujir de las tablas—. ¡Castiel! ¡No es gracioso! —Mi tono seguía siendo bajo, pero dejaba entrever el pánico que sentía en la boca del estómago. Estaba sudando frío y mi respiración era arrítmica. Un ruido llamó mi atención. Parecía provenir de la cocina. Me dirigí hacia ese lugar tragándome el miedo, para entrar al pequeño espacio. Allí todo era blanco y como todo lo demás, parecía un poco desordenado. Pero lo que me llamó la atención fue que daba a la salida a la parte posterior del jardín, y que la puerta estaba entreabierta. Crucé la cocina en largas zancadas y abriendo sin ningún cuidado, ya desesperada. Esperaba encontrar algo ahí, pero no había nadie. Me quedé parada bajo el marco de la puerta, frustrada.
En ese preciso momento, justo al voltear nuevamente para entrar a la casa, ya estaban frente a mí.
—¡BU!
Lancé un grito sumamente agudo y alto por el terror al mismo tiempo que daba un brinco hacia atrás. Delante de mí estaba Castiel, descojonándose por la situación.
—¡Eres un imbécil! —Le grité enojada. Casi había logrado que me diera un ataque de nervios. Sin embargo él sólo continuó riéndose más fuerte al verme en ese estado. Le lancé un golpe al pecho que pareció dolerle, pero no evitó que siguiera riéndose—. ¡No es gracioso, Castiel! ¡Tengo un problema cardiaco, pudo darme un paro! —Grité. Lágrimas se acumulaban en las orillas de mis ojos.
De inmediato la expresión del pelirrojo cambió, ensombreciéndose.
—Oye, espera, ¿es en serio? —dijo, lívido, al notar cómo me llevaba una mano a mi pecho y la apretaba con fuerza. Parecía no saber qué hacer. Lo miré con rencor y me acerqué a él.
—¡Pero por supuesto... que no!. —En ese momento fue mi turno de partirme de risa. La mirada de Castiel parecía montar en cólera, pero no me importaba. Había caído en una broma tan común y corriente... incluso me limpié las falsas lágrimas de los ojos.
—¡Eres una...! —Comenzó a decir, pero por su expresión supe que no estaba realmente molesto, incluso parecía aliviado. Dejé de reír, poniendo una suave sonrisa.
—Ahora estamos a mano. —Le dije, con complicidad. Sabía que podría perdonarme y si no lo hacía ya le compraría algo. Coloqué una mano en su hombro, acercándome a él de forma suave y discreta, y conseguí que él me devolviera la sonrisa.
En ese momento, Castiel tomó mi mano, indeciso, y para mi sorpresa no la quitó de donde estaba, sino que simplemente la dejó allí. Abrí los ojos con sorpresa: la expresión de Castiel se había vuelto bastante significativa de repente. Abrió y cerró la boca, como si luchara para dejar salir unas palabras que se resistían a abandonar sus labios. Mi mundo de repente se centró en él por completo, parecía un chico bastante rudo, ¿entonces por qué actuaba como alguien tan inexperto? En momentos como este me sacaba de equilibrio, ponía en duda todo lo que creía saber de él.
¿Y si lo ayudaba y besaba esos labios?
¿Y si cerraba la distancia entre nosotros?
¿Podríamos seguir siendo amigos si lo hacía?
¿Eso era lo que quería él?
Sin darme cuenta, el pelirrojo comenzó a cerrar la distancia entre nuestros rostros, sin dejar de mirarme a los ojos en ningún instante.
Un sonido de sorpresa se escuchó desde el interior de la casa, rompiendo el momento.
—Oh, disculpen, no sabía que interrumpía algo. —Dijo una suave voz, pero tan profunda que hizo vibrar algo dentro de mi. Desvié la vista hacia la dirección desde donde se encontraba el desconocido. Castiel volteó, sonriente.
—¿Le hemos puesto un buen susto verdad?
Yo no podía ver a la persona muy bien, Castiel estaba entre él y yo.
—Perdóneme usted, Castiel me ha arrastrado a gastarle una broma y no he negarme.
Tan propio, tan educado. En ese momento Castiel se movió y por fin pude verlo.
Frente a mi se erigía probablemente uno de los seres más hermosos que mis ojos habían contemplado. Su piel parecía tallada en blanca porcelana, un cabello blanco como la nieve enmarcaba su rostro, y por si no fuera lo suficientemente improbable ser una persona albina, también sus ojos eran de dos colores distintos, uno verde como las esmeraldas y el otro con apariencia de oro derretido.
Él apoyó su mano rostro en una mano, en un gesto de delicadeza que no le restaba hombría.
—Mi nombre es Lysandro Ainsworth, un placer conocerla.
En esta ciudad todos parecían diseñados para un juego otome