Notas de la autora:
Queridísimos lectores
Empecé a escribir y publicar esta historia cuando era una adolescente de 15 años, estudiaba en el colegio y tenía la cabeza llena de pájaros. Han pasado casi 10 años, ahora tengo 25, soy abogada y a pesar de ello, sigo teniendo la cabeza llena de historias, pájaros y digimons.
Este fic fue mi proyecto principal, la idea del cual me tenía muy satisfecha. Pero las cosas de la vida; el inicio de mi carrera universitaria, una mudanza y varias cuestiones personales, me hicieron dejar a medias mi proyecto literario. Pero la vida da muchas vueltas y la espina de mi Garda y Cenit había estado siempre allí, oculta en algún rinconcito de mi cabecilla pensante.
Y entre lectura y lectura me he decidido. Mi propósito es reescribir la historia de nuevo, introducir aspectos nuevos, quitarle aquellos que me he repensado y por supuesto, darle un final digno. Aquellos que seguisteis mi fic desde el principio, ruego que si volvéis a la lectura de inicio lo hagáis libres de prejuicios respecto al fic de hace 10 años, siendo libres, y muy bienvenidos por supuesto, para comentar vuestros gustos y disgustos.
Sólo espero haceros disfrutar tanto o más que con mi Garda y Cenit original, aprovechando las habilidades que creo que he adquirido con la edad, así como ampliando sus posibilidades. Informo que me gustaría añadir a mi historia más madurez y eso implica que voy a añadirle una calificación M, con el objetivo de sentirme libre si quiero introducir mal lenguaje, escenas eróticas o violentas.
Con el deseo que os guste mi historia, os doy la bienvenida, nuevos y veteranos, con la enorme ilusión de encontrarme viejos lectores, muchos de los cuales fueron autores que me supusieron una grandísima inspiración.
Empecemos…
CAPÍTULO I: COMPROMISO
Se respiraban aires de celebración y festejo en la noble casa de Garda. Cada vez eran mayores los preparativos y los adornos que vestían el castillo real, el cual después de sufrir numerosas guerras y enfrentamientos entre diversas familias por el control del territorio, ahora representaba con dignidad la capital de la realeza gobernante de todo el continente.
Así, numerosos estandartes con el emblema de la casa de Garda, el cual se formaba con un fondo verde oscuro y un símbolo en representación de una rosa con espinas, engalanaban castillo, ciudad y caminos colindantes, lo cual era habitual tanto en tiempos de guerra como en tiempos de reivindicación patriótica.
Entre los habitantes de Garda, siervos, nobles y mercantes se propagaban rumores de cambio. La sucesión en el trono parecía inminente, unos más preocupados que otros, pues ya consideraban excesivos los privilegios concedidos a la nobleza, y muy alta la tributación que en demasiados ocasiones ahogaba familias que se veían en la obligación de mendigar, robar o exiliarse al sur. Nadie había garantizado a las clases más humildes que el cambio de trono iba a suponer dignidad en sus sumisas vidas, bien al contrario.
A pesar de ello, el comercio era abundante en la capital, pues la ciudad contaba con acceso por mar a las regiones sureñas, tierras fértiles y contaba con vasta producción textil.
El mercado de la ciudad siempre estaba rebosante de marchantes, comerciantes extranjeros, viajeros y que confluían en búsqueda de un provenir económico mejor que el de subsistir a base del duro trabajo agrícola. En él se podía encontrar caza, pescado fresco, artilugios diversos venidos de todo el continente, vestuario e incluso animales exóticos. Asimismo, Garda ostentaba el dominio sobre la magia del fuego y la tierra, la cual sólo podía ser ejecutada por maestros adentrados en su estudio y siempre autorizados expresamente por el rey.
Tras arduas negociaciones con las distintas casas de la región y tras valorar los diferentes intereses en juego, los reyes de Garda habían acordado la unión dinástica con la casa gobernante del Norte, el Cenit, lo que a ambas potencias supondría vastas ventajas estratégicas, militares y comerciales. La casa del Cenit gobernaba sobre un territorio amplísimo situado en el norte, poco fértil y un verdadero lugar inhóspito por sus duras condiciones climáticas. No obstante, distinguía por la potencia de su vasto ejército, el cual contaba con la lealtad férrea de todos sus caballeros, minas de oro y metales preciosos, comercio de pieles y animales de gran envergadura.
La heredera de la casa de Garda, hija del rey, era una muchacha de 23 años recién cumplidos, blanca y esbelta. Conocida en el reino como la gran heredera, no por ser la mayor de ellas sino por la educación recibida para serlo.
Mimi Tachikawa, además de ser una joven refinada, contaba con una belleza y carácter difíciles de comparar. Sus cabellos eran ondulados, castaños y siempre los llevaba arreglados con trenzados o recogidos complicados y preciosos. Su piel era delicada y tersa, frágiles manos acostumbradas a las agujas de costura, el arpa o la pluma. Siempre elegante en su lujoso vestuario, desde su niñez y rodeada de siervos se le había enseñado el arte de la costura, el canto y especialmente, la satisfacción de su futuro consorte. La dialéctica dulce y refinada y sobretodo, el saber estar, eran valores inculcados por sus progenitores y maestros.
La princesa era inteligente, tenaz y un tanto impetuosa. Satisfecha porque se acercaba el cometido para el que se la había preparado desde su real nacimiento, su matrimonio y coronación como la reina del continente occidental.
El heredero de la casa del Cenit, de lo contrario que a su reciente prometida, no se le habían brindado muchas esperanzas reales a sus 24 años. Se le consideraba como un muchacho frío e indiferente, que sólo se preocuparía de cruzar en solitario sus tierras al galope, cazando y en busca de músicas de trovadores extranjeros, sus principales aficiones. Un futuro rey introvertido e insensible, caracteres que los norteños consideraban ideales para gobernar con mano de hierro. El hijo de los señores de Ishida era un joven níveo, alto y atlético, con cabellera larga y rubia y unos ojos de profundidad marina. Sus rasgos eran los habituales del norte y escondían una fortaleza y rebeldía útiles para el salvaje combate. Su nombre era Yamato, segundo hijo de los señores de Ishida, de la noble casa del Cenit.
Muchos años habían pasado desde que los dos herederos se conociesen y jugasen juntos con sus respectivos hermanos. Yamato recordaba una niña castaña, bonita y remilgada, que no quería mancharse con nieve y barro los bajos de su vestido mientras él y los demás niños nobles jugaban a las espadas. Ella se quedaba en el castillo junto a sus damas de compañía y otras hijas señoriales, tomando té y pastelitos de nata y limón, cuchicheando cómo imaginaban para si un caballero galante y protector.
A pesar que Yamato Ishida era muy consciente del cumplimiento del deber y el pesado cargo que se le venía encima, no dejaba de imaginarse una vida sencilla y libre de ataduras, creándose en su interior una lucha implacable entre su rebeldía original y el sentido de la responsabilidad de estado. "Serás un orgullo para el norte" repetía su padre, señor del Cenit. Unir Garda y Cenit era un objetivo político arduamente anhelado y debía suponer el desarrollo de la aislada región norteña y un reconocimiento nobilístico sin precedentes que enorgullecería a sus antepasados. Si perder su libertad iba a significar la gloria y la pervivencia de su pueblo, el sacrificio era una opción asequible. Al fin y al cabo, el matrimonio solamente era una herramienta de alianza política que todos los nobles debían asumir. O eso le habían inculcado.
Se acercaba la fecha del enlace real y los monarcas del Cenit y toda su escolta, se encontraban de camino a la capital, en carrozas, carros y caballos, transportando la corte y equipaje para unos días, en que se alojarían en el majestuoso castillo de la casa de Garda, residencia habitual de sus futuros parientes reales. Los jóvenes se reencontrarían por fin y negociarían las condiciones de la unificación.
Su viaje ya había durado varios días y faltaban pocas millas para llegar a destino. Los viajeros no dejaban de sorprenderse del cambio de paisaje que habían contemplado, pasar de la estepa helada, los bosques fríos y cielos grises a travesar un camino rodeado de cálidos parajes verdes, campos de cultivo y ganado abundante.
Yamato montaba en silencio sobre su caballo negro de raza frisona, siendo escoltado por un par de soldados, junto a su amigo Taichi Yagami, un joven y elegante caballero. Llevaba su cabello castaño un tanto desordenado y su tez y apariencia contrastaba con la palidez del heredero. Tenía la misma edad que el príncipe y su misma constitución física. Taichi había sido el pupilo de la casa del Cenit durante más de cinco años, pues su familia, devastada por la guerra, había enviado a su primogénito al norte, región donde el joven no sólo aprendería a combatir con dureza, sino que estaría alejado de las feroces contiendas cercanas a la capital. Taichi y Yamato habían crecido prácticamente como hermanos, complementándose el uno al otro y siendo prácticamente inseparables.
"¿Está su alteza nervioso?" preguntó con tono de burla Taichi, divertido, después de observar el extraño estado de ánimo de su amigo.
"¿Ahora me llamas alteza?" Replicó el rubio con molestia.
"Es como debería llamarte, si no me equivoco."
"Pero si no lo has hecho nunca..."
"Precisamente ahora estaré obligado! Pero…Por lo que veo, no estás muy entusiasmado con el reencuentro..." Dijo el joven Yagami.
"Eres muy observador." Respondió el rubio con ironía. "La verdad es que el peso del matrimonio y de la responsabilidad que conlleva el gobierno… no lo sé, Taichi, no sé si estoy preparado para ello… Además, saber que voy a encadenar mi vida para siempre a una persona que apenas recuerdo..." Sonando desalentado.
"Qué más quieres... una heredera joven, bella, elegante..? ¡Cuántos quisieran tu porvenir Ishida!"
"¿Que qué más quiero?...algo más, Taichi, quiero algo más!... A pesar que podré ostentar poder sobre todo el continente, soldados y siervos… no tendré la potestad para decidir sobre mi propio destino y poder tomar decisiones con libertad."
"Esa es una historia muy vieja Yamato… A tu edad ya deberías saber que para los poderosos no existe la libertad. Tus privilegios tienen un precio que se paga con responsabilidad y cadenas. Y el amor… alteza siempre podréis escaparos de vez en cuando! Garda tiene una fama envidiable en cuanto a damitas de moral relajada…"
"No creo en el amor como tú, Taichi…" Espetó con una mirada fulminante "Pero temo reconocer que siento un gran abismo en mi interior al saber que voy a esposarme con alguien a quien no amo, gobernar en un reino en el que no creo y ordenar a siervos en los que no confío".
Taichi observó en su amigo un desaliento lastimero que no lograba entender. Para el moreno, quien había tenido que huir de sus tierras y su familia por temor a la guerra y la devastación, ellos ahora mismo eran unos afortunados, jóvenes con suerte que no tenían que labrar ni preocuparse por no tener qué llevarse a la boca. Ambos poseían caballos, poderosas armaduras, siervos y además habían recibido una rigurosa educación, lo que les convertía en atractivos pretendientes a la hora de establecer alianzas de linaje. Taichi no lograba entender el desasosiego de su amigo.
"Eres el perfecto representante de tu casa Matt..." Suspiró finalmente Taichi, señalando uno de los estandartes que distinguían a la comitiva. El blasón del Cenit era un fondo azul marino con la silueta de un lobo que aullaba "Un lobo rebelde y solitario".
O.o.o.o.o.o.o.o.o.O
"¿Está bien así mi señora?" Preguntó una joven dama de compañía a la princesa Mimi, atándole un corsé que le oprimía las costillas.
"Un poco más" Dijo entre dientes mientras se agarraba en uno de los pilares del baldaquín de sus aposentos. La muchacha obedeció insegura, apretando más la prenda. Una vez ajustado, el corsé le dibujaba una cintura de avispa y le acrecentaba el tamaño de su busto de manera muy sugerente.
"Princesa... ¿Estáis nerviosa? Hoy es el día del reencuentro."
"Miyako... debo lucir como la reina que seré. Ya no soy una niña nerviosa e impresionable…" A la princesa le faltó decir "como tú". "Quiero que mi prometido encuentre en mi a la esposa que regirá junto a él el trono de Garda." Dijo, mientras agarraba del armario de su pieza un fastuoso vestido de terciopelo verde, "¡Ayúdame con éste!". Una vez atado, realmente la princesa lucía espectacular. El vestido contaba con unas mangas anchas que caían hasta la altura de sus tobillos, era estrecho hasta la cintura y marcaba sus finas caderas. Así, el final de la pronunciada V que dibujaba su escote era tapado mediante un broche con la forma de la rosa espinada de la casa de Garda.
"Vos sois como el espíritu de vuestra casa, mi señora, bella y refinada. No tengo dudas que el Señor de Ishida caerá rendido a sus pies, mi señora". Dijo servil, la joven criada.
"No espero menos" Dijo Mimi frente al espejo, posando sus manos sobre su cintura con seguridad. Miyako Inoue era una muchacha joven y vivaracha, con un cabello de color violáceo y ojos saltones. Venía ejerciendo de dama de compañía y servicio de la princesa desde su adolescencia. A pesar que se había ido ganando la confianza de la princesa, Miyako a veces se sentía abrumada por su gran carácter y delirios de poder. A pesar que habían compartido numerosas confidencias, Tachikawa se mostraba respetuosa pero distante. Además, aunque supiera disimular y mostrarse siempre agradecida, a Miyako le aburría soberanamente permanecer siempre encerrada en el castillo, acompañando a la princesa a todas partes, midiendo con suma educación cada una de sus palabras y gestos. De niña se había criado en una familia de campesinos, viviendo en una granja, trabajando el campo y criando ganado. Pero llegó el día que tuvo que abandonar su hogar para no suponer una carga para su numerosa familia, ahogada por los impuestos. Miyako entonces quedó en la calle, sola con apenas 12 años. Pero antes de llegar a ser introducida en uno de los numerosos burdeles de la ciudad, alguien le ofreció un trabajo como dama de servicio de las hijas del rey. Una persona a quién la dama Miyako realmente admiraba y debía todo su respeto y agradecimiento. No era la gran heredera.
"Mi señora... ¿Dónde se encuentra su hermana?"
"Vete tú a saber... Poco le importará a ella que hoy es un gran día para nuestra casa. Dudo que vaya a esposarse algún día, con esas formas de comportarse que tiene, ¿No crees, Miyako? Rio la princesa sonoramente. "No le tengo ninguna envidia" Le dijo a la princesa que aparecía con esplendor ante el gran espejo.
"Mi señora... no creo que la princesa Sora vaya a olvidarse que hoy es un gran día para todos nosotros. Y creo, que a ella nunca le agradó la idea de reinar, todo lo contrario." Agregó Miyako mientras ayudaba a la princesa a trenzarse parte de su cabellera, larga hasta la cintura.
"Tienes razón... ella no es válida para la gran responsabilidad que se me ha encomendado..." se repetía a si misma, suspirando..." Y tampoco valdría para esposarse con el heredero de la casa del norte ¿verdad? No sabría complacerlo" Mimi rió triunfal.
"Sin duda, mi señora" Dijo sin pensar, acabando de adornarle la cabellera castaña. "¿Estará ella en el reencuentro?"
"Sinceramente Miyako... Cuánto más lejos mejor… "Susurró con su mente situada en recuerdos lejanos del pasado.
"Pero mi señora, su hermana, la princesa Sora, también es hija del rey Tachikawa". Insistió la joven.
"Lo sé, lo sé... sólo bromeaba... pero espero su comportamiento esté a la altura de las circunstancias" Dijo "Agarra ese brazalete, que combinará bien con mi atuendo."
La princesa estaba lista. Su belleza había sido ensalzada y su tocado estilizaba su escultural figura. Su imagen era la propia de una reina medieval.
"Alteza, disculpad" Unos golpes en la puerta interrumpieron las ensoñaciones reales de la heredera. "Los señores del Cenit han llegado a la ciudad" Dijo la voz tras la puerta. "Debe reunirse con sus majestades para su recibimiento en los jardines".
"Es la hora Miyako... ¿Cómo me veo?" Preguntó sin despegar la vista del espejo.
"Estáis lista, princesa." Afirmó, disimulando la saturación que acumulaba tras tener llevar toda la mañana regalando galanterías.
Las dos mujeres salieron de la estancias, descendiendo las escaleras del castillo para finalmente llegar al enorme vestíbulo, donde se encontraban los progenitores de Mimi, el rey y la reina del continente, señores de la casa de Garda.
"Estás hermosísima, hija mía" Dijo la reina, admirando a la princesa mientras le proporcionaba un abrazo discreto. "Quiero que seas un orgullo para nuestro linaje".
La reina Satoe Tachikawa era una copia madura de la princesa. Aún era joven y su semblante, a pesar de estricto, destacaba por su hermosura y seguridad. Sus ropajes eran siempre lujosos, coloreados, y su cabellera cobriza, iba siempre recogida con un moño trenzado adornado con pequeñas rosas, distintivas de la casa. A pesar que era de pequeña estatura, su talente era tal que desprendía la fuerza de un león territorial. Su mayor orgullo era poder legar a su hija el privilegio de ostentar un título real, y por supuesto, legar el gobierno del continente.
El rey Tachikawa, de contrario que su esposa, era una persona extremadamente tranquila, siempre de buen humor. Era habitual observarlo pasivo y permisivo ante las órdenes de su mujer, y a pesar que el reino de Garda solamente concedía legítimo derecho de soberanía al cónyuge masculino, muchos sabían quién ostentaba realmente la mano gobernante. A pesar de su rostro amable, Keisuke Tachikawa tenía un semblante envejecido, fatigado. Nadie olvidaba que tras las guerras de sucesión, varias familias quedaron exterminadas, antiguas amistades quebradas y decenas de vidas truncadas por la violencia de los enfrentamientos. Si hoy podían celebrar un reinado pacífico, no era sino a costa de muchas vidas arrebatadas. Y el rey llevaba ese recuerdo marcado a fuego.
"Es la hora, Mimi, a partir de ahora comienza tu destino." Dijo el monarca, con un levísimo tono de melancolía.
"¿Dónde está Sora?" Preguntó la reina, ligeramente irritada.
"Da lo mismo, madre... No podemos esperar" Le respondió Mimi, con indiferencia y nerviosismo a la vista.
"En fin... Todo el personal del servicio debe presentarse a nuestras espaldas". Ordenó la reina estrictamente en ver que Miyako seguía embobada junto a la princesa. Rápidamente la sierva se dio por aludida y se puso detrás de sus majestades.
Los anfitriones de la capital salieron del castillo, bajo un bellísimo día de sol típico de la región, con sus mejores galas y con el blasón de la rosa espinada ondeando en sus miradores y torreones. Era un día señalado para dejar relucir la fastuosidad de la casa gobernante. Los monarcas del Cenit y su comitiva, tras cruzar el largo puente levadizo que separaba el feudo del resto de la ciudad, esperaban en los jardines reales que rodeaban toda la fortificación, cansados del pesado viaje pero contagiados del júbilo fecundo que transmitían los centenares de rosas de los jardines del castillo.
"¡Viejo amigo!" Gritó el señor de Ishida en divisar a su amigo de infancia, el rey Tachikawa, uno de los motivos por los que hacían más viable la unión. Los dos nobles se unieron en un cálido abrazo, de dos amigos que no se veían desde hace mucho tiempo. Satoe Tachikawa también ofreció un cordial abrazo a Natsuko Ishida, esposa y señora de la casa del norte. Como su primogénito, los señores del norte eran de piel blanca, de cabellos rubios e iban abrigados con pieles que pronto resultarían innecesarias.
"Ya concéis a mi hijo, Yamato de Ishida, nuestro lobezno del Cenit" Dijo el gobernante del norte, haciendo un gesto, para que el joven se acercara. Y de la multitud de soldados que conformaban la comitiva, apareció el futuro heredero. Llevaba su atuendo de gala, gris y azul marino, cubierto por una capa de pelo y acompañado de su gran espada. A pesar de su elegante apariencia, se mostraba con un semblante cansado por el largo viaje y un tanto indiferente ante el reencuentro.
Mimi, al verlo, quedó completamente admirada y maravillada ante su atractivo, con unos cabellos rubios como la espiga y ojos azules y profundos. Nada tenía que ver con el niño escuálido y enfermizo que había conocido largos años atrás. Ahora era un hombre esbelto, con una constitución fuerte y entrenado para el combate. Ella, prácticamente en acto reflejo se acercó a él y le tendió la mano, regalándole una sonrisa seductora.
Por cortesía, Yamato posó una rodilla en el piso, tomó su mano y en ella depositó un casto beso, tal y como le habían enseñado.
Realmente era muy bella, con ese vestido bajo el sol no había dama que pudiera comparársele en atractivo. Definitivamente había perdido los rasgos de niña bonita que recordaba, ahora era una mujer sugerente, elegante, vistosa.
"Es un placer para mi volvernos a encontrar, mi señor" Dijo suavemente Mimi, totalmente embelesada.
"El placer es mío, princesa" Dijo, observando su mano y levantándose, con ligera apatía. "Habéis cambiado mucho".
"¡Qué bella que sois princesa!" Dijo la reina Ishida, también admirada. "Estoy segura que este es el comienzo de un porvenir glorioso para nuestras casas" Afirmó con énfasis, habiendo observado con atención el comportamiento de su hijo y dirigiéndole una mirada de leve reproche.
"Estoy segura que su matrimonio supondrá el renacimiento decisivo de nuestro continente" Dijo la reina Tachikawa, "Los hijos del lobo y la rosa serán reyes de reyes ¿verdad queri..." La reina se vio interrumpida por un estrepitoso galope.
A lo lejos los presentes divisaron que se acercaba rápidamente por los jardines una joven muchacha montando a caballo, veloz y decidida. Su cabello pelirrojo brillaba bajo la luz del sol, meciéndose con el viento del galope. Vestía una larga túnica de color beige, ajustada mediante un corsé marrón en el torso. Se la veía delgada y en forma, de unos 24 años. Calzaba botas de montar y su cabello lucía suelto y desordenado. Al aproximarse, con un agilidad saltó de su montura, un caballo alazán de grandes dimensiones, que frenó en seco, relinchando y causando un estruendo considerable. Su expresión era la imagen de la vitalidad, valiente y hermosa.
Todos los presentes, especialmente los extranjeros, habían quedado en silencio, sorprendidos por la interrupción de una muchacha que a primera vista parecía una labradora.
"¡Lamento el retraso!" Dijo la pelirroja, inclinándose con una leve reverencia a los recién llegados con una sonrisa en los labios.
"¡Por el amor de los Dioses, Sora!" Reprochó fuertemente la reina Tachikawa, al ver la escandalosa aparición de su hija; ni más ni menos que una princesa, mientras Mimi, se tapaba los ojos con una mano, en señal de desespero.
To be continued…
Et voilà! Reedición del primer nuevo capítulo de Garda y Cenit. De momento no he modificado grandes cosas, pero todo a su tiempo. Tras la relectura del original, me he dado cuenta que mi historia tiene semejanzas con otras muy famosas que se han escrito después, así que nadie me acuse de plagio ya que el primer capítulo lo subí originariamente en 2007!
Bueno, espero no tardar más de dos semanas en subir el próximo, si mi trabajo y mis juicios me lo permiten. Estoy encantadísima de volver a estar entre todos vosotros.
Hasta muy pronto