El sueño de Steve era muy ligero últimamente, sobre todo desde que había llegado el verano y la calor se sumaba a los problemas que rondaban su mente y le impedían descansar. Por ello, un leve temblor del colchón sobre el que dormía consiguió despertarlo.

Abrió los ojos y comprobó que aún era noche cerrada. Echó un vistazo al reloj de la mesita de noche, que marcaba las cuatro de la madrugada. La ventana de la habitación no tenía persianas, así que la luz de la luna entraba a través de ella, posibilitando la visión dentro de aquella penumbra.

Se dio la vuelta para mirar a Bucky, que estaba sentado a su lado en la cama. Mantenía la cabeza inclinada, concentrado en el cuaderno que tenía apoyado en las piernas. Sostenía un lápiz en la mano y lo deslizaba sobre el papel con movimientos rápidos, nerviosos. Steve pudo adivinar que no estaba escribiendo sino dibujando.

—¿No puedes dormir? —le preguntó sin levantar mucho la voz.

Por toda respuesta, su compañero giró la cabeza en un movimiento casi imperceptible para mirarlo a través del rabillo del ojo. Segundos después, devolvió su atención a la tarea que estaba realizando.

Comenzando a preocuparse, Steve se incorporó para sentarse también. Bucky tenía la mano de metal abierta sobre la hoja, tapando parcialmente lo que fuera que estaba dibujando. No quería interrumpirlo, así que esperó. Cinco minutos después, el lápiz se detuvo y Bucky apartó la mano. Sin embargo, seguía sin poder distinguir los trazados con nitidez.

—¿Puedo verlo?

Bucky le tendió el cuaderno sin mirarlo, ni a él ni a su obra recién terminada. Ahora mantenía la vista fija en la pared del fondo del habitáculo. Cuando lo tuvo entre sus manos, Steve lo observó con una mezcla de curiosidad y temor.

Se trataba de una especie de cómic, un episodio contado a través de cuatro viñetas. Pero no contenía bocadillos con diálogos. Sólo había dibujos, realizados con líneas toscas en algunas partes y con trazos muy cuidados en otras. En la primera viñeta, dos cuerpos inertes yacían sobre el suelo y un tercer individuo de menor tamaño los contemplaba. En la siguiente se podía ver de cerca a aquel individuo (pudo adivinar que se trataba de una niña pequeña por las dos coletitas que recogían su pelo y el oso de peluche que agarraba en la mano), y los detalles de su rostro lo dejaron impresionado: a través de sus ojos pudo adivinar el miedo y la incomprensión de aquella niña que observaba esos cuerpos sin vida. En la tercera viñeta, esa misma niña dirigía su vista al frente, abrazando el osito fuertemente contra su pecho mientras miraba con un temor indescriptible al ejecutor de aquellas muertes que, sin embargo, no llegaba a aparecer en ningún momento: el lector –el dibujante– se convertía en el autor de los asesinatos. Finalmente, en la última viñeta, la niña yacía junto a los cuerpos de los dos adultos. Sus ojos estaban abiertos, pero ya no mostraban el más mínimo atisbo de vida. La sangre manaba allí por donde la bala había entrado en su cabeza.

Steve no sabía qué decir. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración. No podía apartar la mirada de la última viñeta.

Al cabo de un tiempo que le parecieron horas, consiguió cerrar el cuaderno, colocarlo sobre la mesita y dirigir toda su atención a Bucky. Éste seguía con la mirada perdida, y su respiración era entrecortada. Supo que tenía esa última imagen grabada en la mente, de una forma que ni él mismo podría llegar a entender nunca.

—Buck, ha sido una pesadilla —le dijo, en un intento inútil de convencerlo. Los dos sabían perfectamente que no se trataba simplemente de un mal sueño que nos desvela y del cual nos podemos desprender para seguir durmiendo con la conciencia tranquila.

Bucky no dijo nada. Ni siquiera cambiaba de posición. No se movía.

Steve se acercó más a él y apoyó la mano en su espalda. La tela de la camiseta que usaba para dormir se pegaba a su piel por el sudor. Los mechones irregulares de su pelo estaban mojados y se le pegaban al cuello y la frente.

—Bucky... La persona que hizo esto no eras tú, ¿entiendes? No eras tú —repitió, poniendo énfasis en esas tres últimas palabras—. Esa persona ya no existe. No va a volver.

Bucky lo miró por fin, y la furia que manaba de su rostro lo pilló desprevenido. Se levantó de la cama de un salto y se colocó justo en la esquina de la habitación donde había tenido la mirada perdida minutos atrás.

—¡DEJA DE DECIR ESO! ¡DÉJALO DE UNA VEZ, JODER! ¡YO LO HICE, YO APRETÉ EL GATILLO! ¡YO, CON ESTAS MANOS! ¡AL IGUAL QUE MATÉ A LOS PADRES DE STARK Y A OTRAS PERSONAS QUE NO LOGRO RECORDAR!

Steve se había quedado inmóvil en la cama presenciando aquel estallido. Su amigo había dejado de gritar, pero no se atrevía a hacer nada que pudiera enfurecerlo más y empeorar la situación. Ni siquiera confiaba en que los latidos galopantes de su corazón, que seguramente se podían escuchar en kilómetros a la redonda, no le harían explotar de nuevo.

La tensión que había en el aire se podía cortar con un cuchillo.

Oyeron dos golpes en la puerta. Sam entró sin esperar contestación por su parte.

—¿Va todo bien? —preguntó. Le echó un vistazo a Steve y luego buscó con la mirada a Bucky. Cuando lo encontró, de pie en aquella esquina, no apartó la mirada de él. Parecía preparado para intervenir si era necesario.

—No te preocupes, todo está en orden. Vuelve a la cama.

No parecía convencido, pero asintió.

—Avisadme si me necesitáis —dijo antes de echarle un último vistazo a Bucky y cerrar la puerta tras él.

Una vez que volvieron a estar solos y la habitación se quedó en silencio, Steve contó hasta diez en voz baja y se levantó. Caminó con pasos lentos hacia su amigo. Cuando estuvo a su lado, le colocó la mano en el hombro. Bucky mantenía la vista fija en el suelo pero, al cabo de unos segundos, por fin se atrevió a mirarle a la cara. Parecía más tranquilo.

Cuando habló, su voz era un susurro. Parecía avergonzado.

—Siento haberte gritado, Stevie.

—No pasa nada —le aseguró éste en el mismo tono—. Ven aquí.

Lo atrajo hacia sí y le rodeó el cuerpo con los brazos. Bucky le devolvió el gesto, aferrándose a él. No se apresuraron en soltarse.

—Anda, ve a darte una ducha —le sugirió el rubio finalmente—. Yo cambiaré las sábanas.

—Dúchate conmigo —le pidió. Y aquella petición podría haber sido incómoda si no fuese porque era algo que habían hecho miles de veces durante su niñez y adolescencia, cuando pasaban la noche en casa de uno u otro y el agua caliente era un bien preciado que sus familias no se podían permitir malgastar. También habían compartido algunos baños ya entrados en la edad adulta, después de que la madre de Steve falleciera y Bucky tuviera que acompañarlo día y noche durante aquellas primeras semanas de luto para asegurarse de que su amigo se alimentaba y aseaba regularmente. Por ello, ni esa petición le resultó extraña ni le costó aceptarla.

El baño era el habitáculo más pequeño de toda la casa, una casa que ya era diminuta de por sí. La bombilla solitaria que lo iluminaba era de baja potencia y parpadeaba frecuentemente, amenazando con fundirse en cualquier momento. Encendieron un par de velas y las pusieron sobre el lavabo por si acaso.

Por suerte, la ducha era lo suficientemente grande como para permitir que dos personas de su tamaño entraran cómodamente. Una vez dentro, Bucky deslizó la mampara para cerrarla y Steve encendió el grifo, desenroscando la llave del agua caliente y de la fría hasta dar con una temperatura adecuada, lo cual les costó alguna que otra quemadura.

Bucky volvió a abrazarse a Steve, escondiendo su rostro en el cuello de su amigo. Se quedaron así durante unos minutos, dejando que el agua cayera sobre sus cabezas y borrara todo rastro de tensión por lo ocurrido. Rogers le colocó una mano en la cintura mientras recorría su espalda con la otra, intentando reconfortarle.

Seguía sin poder quitarse de la cabeza la imagen de aquella niña sin vida, y se preguntaba cuántas imágenes como aquella tendría su amigo almacenadas en la mente. Lo cierto es que prefería no saberlo.

Le abrazó con más fuerza.

—¿Recuerdas aquel viaje que hicimos a la playa con tus padres cuando cumpliste doce años? —le preguntó Steve—. Pisé un erizo cuando caminábamos por unas piedras buscando cangrejos y no pude andar en una semana.

Bucky se separó un poco para mirarlo. Su sonrisa le confirmó que se acordaba perfectamente.

—Se te puso el pie hinchado como un globo.

—Y estaba muerto de miedo porque me dijiste que a lo mejor me lo tenían que amputar. Todavía recuerdo las risas del médico y la enfermera cuando se lo pregunté.

Soltó una carcajada.

—Es verdad. No sé cómo pudiste seguir siendo mi amigo después de aquello.

—Porque al cabo de unos días me regalaste un collar que habías hecho con las caracolas que recogiste.

Buck lo miraba ahora con curiosidad. Tenía el ceño levemente fruncido, como si intentara descifrar un problema de matemáticas.

—No me acordaba de eso —confesó.

—Yo sí.

El agua templada seguía cayendo sobre sus cuerpos. Bucky no apartaba la vista de él, y Steve pudo ver gratitud en sus ojos, algo enrojecidos por el episodio que había tenido lugar hacía un rato. También se fijó en sus labios, ligeramente separados y húmedos por el agua.

Sus caras sólo estaban separadas por unos centímetros.

Rogers alzó la mano y la colocó en la nuca de su amigo para atraerlo hacia sí. Pudo ver cómo éste cerraba los ojos un segundo antes que él, y en ese preciso instante fue consciente de las cosquillas que estaba empezando a sentir en el estómago.

Primero le besó el labio inferior, deteniéndose en él unos instantes antes de pasar al superior. Lo besó con paciencia, sin prisas y dedicándole especial atención, como si entre sus manos tuviera algo frágil que había que mimar con cuidado. Entonces, Bucky atrapó el labio inferior de Steve con los dientes sin hacer fuerza para acariciarlo con la punta de la lengua, y éste abrió más la boca para profundizar el beso. Cuando sus lenguas se encontraron sintió un temblor recorrer todo su sistema nervioso. Sin embargo, ese temblor, mezcla de placer y de anticipación, fue interrumpido por el torrente de agua fría que comenzó a salir de la alcachofa de la ducha.

Se separaron y, a pesar de que su corazón latía a toda velocidad al empezar a ser consciente de lo que acababa de ocurrir y de no estar seguro de poder coordinar bien sus movimientos, Steve se apresuró a cerrar la llave del agua fría y darle más potencia a la caliente. No tardó en conseguir de nuevo una temperatura adecuada, pero debían darse prisa si querían ducharse antes de que se acabara el butano.

Miró a Bucky, sintiendo que todo su rostro enrojecía.

—Lo siento, yo sólo...

Pero no pudo terminar de inventar una excusa para explicarse, porque Bucky volvió a estampar sus labios contra los suyos. No obstante, segundos después escuchó un "click" y notó algo que caía sobre su pelo y se deslizaba por sus hombros. Se apartó y se dio cuenta de lo que su amigo estaba haciendo: distraerlo para vaciar todo el contenido del bote de champú encima de él.

—¡Buck!

Éste empezó a reirse a la vez que frotaba las manos contra su cabeza. Segundos después, el diminuto cuadrilátero que era la ducha se encontraba lleno de espuma y todo nerviosismo desaparecido entre risas y juegos. Volvían a tener doce años, habían iniciado una guerra de nieve y ninguno de los dos estaba dispuesto a perder.


Ya estaba amaneciendo cuando volvieron a la habitación.

Cambiaron las sábanas en silencio y se tumbaron en la cama. Bucky colocó su cabeza en el pecho de Steve y cerró los ojos.

Seguía pensando en la niña. No sabía quien era. Su mirada asustada se le había aparecido en sueños, como en un recuerdo repentino, y tuvo que apresurarse para dibujarlo en cuanto se despertó. No podía permitirse olvidarla. Era lo mínimo que podía hacer por ella.

Lo cierto era que pocas veces tenía idea de quiénes eran las personas a las que mataba a sangre fría. Pero las órdenes que le daban al soldado de invierno siempre habían sido claras: no podían quedar testigos de sus actos.

Como si pudiera adivinar lo que pasaba por su mente, Steve comenzó a hablar a la vez que le acariciaba el pelo.

—Una vez escuché que las personas estamos hechas de aquello que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas, pero que lo que determina el tipo de persona que somos es aquello que pensamos acerca de lo que hemos vivido.

Bucky se mantuvo en silencio, pensando en lo que acababa de decirle.

—¿Dónde has escuchado eso? —le preguntó finalmente.

—En los comentarios del guionista de una serie de televisión que me recomendó Sam.

Bucky se rio, pero siguió dándole vueltas a esas palabras y a lo que significaban.

—Ya me la enseñarás.

El sol iluminaba la estancia a través de las cortinas, y el ruido del tráfico empezaba a sonar con más nitidez conforme pasaban los minutos. Los habitantes de aquella ciudad se preparaban para iniciar su día y ellos sólo podían esconderse.

Estuvieron tanto tiempo en silencio y sin moverse que Bucky creyó que Steve se había quedado dormido, pero su voz le llegó completamente clara, sin rastro de sueño:

—Quizá deberíamos volver a Brooklyn. Ver cómo ha cambiado todo y buscar un apartamento donde vivir una temporada. ¿Qué te parece?

Bucky se incorporó sobre el codo para mirarle.

—Que a Stark le será más fácil encontrarnos allí.

Steve suspiró ante aquella mención.

—Estoy seguro de que Tony ya sabe dónde estamos. Es sólo una sospecha, pero...

Bucky frunció el ceño. No lo entendía.

—¿Y por qué no nos ha delatado?

—No lo sé —respondió.

Pero pudo ver en sus ojos esperanza. Esperanza porque su sed de venganza hubiera amainado. Esperanza por convencer a aquella persona junto a la cual había luchado codo con codo frente a enemigos comunes de que Bucky no tenía la culpa de todas las cosas horribles que le habían obligado a hacer, de que era una víctima más de Hydra. Si podía convencer al hombre que hasta hace poco había considerado como un buen amigo, podría convencer al resto del país no sólo de su inocencia, sino también para que les dejaran seguir actuando a su libre albedrío.

Se acercó y le dio un beso fugaz.

—Pues habrá que hacer las maletas.


Bueno, aquí tenéis el último capítulo. Me ha costado bastante escribirlo y no estoy segura de que haya logrado transmitir exactamente lo que quería, pero espero que lo hayáis disfrutado. Es la primera vez que escribo M/M (y la primera vez que escribo una historia después de bastante tiempo), así que intentad no ser muy duros conmigo.

La serie de la que habla Steve es True Detective. En los comentarios del tercer capítulo de la primera temporada, titulado The Locked Room, Nic Pizzolatto dice lo siguiente: "Your life is what you experience and, more than that, is what you think of what you've experienced. And all that takes place inside your head and your head is a locked room. No one will ever walk in this head and live in this room and see the things that person did." Esas palabras que me quedaron grabadas en la mente y quise incluirlas de alguna manera en este fic ya que me parecieron apropiadas.