Prefacio

–¡Harry, no puedes hablar en serio! –la voz de la castaña sonó indignada ante la propuesta del azabache.

–¡No fue justo, Hermione! –el aludido se paseaba por toda la sala común de Gryffindor en un intento por contener su rabia– ¡Nada de lo que le pasó a Sirius fue nunca justo!

Previamente la joven había encantado la habitación con un hechizo insonoro, de no ser así el resto de los chicos se despertarían. Sabía que Harry debía estar en la enfermería descansando y reponiéndose a la muerte de su padrino, no había pasado ni dos días de ello y ya él parecía perder el control.

–Entiendo cómo te sientes…

–¡¿Lo entiendes?! –le interrumpió, mirándole colérico– ¡¿Realmente puedes comprender cómo me siento, Hermione?! ¡¿Qué pasaría si alguien matara a tus padres de improviso?! ¡Sirius era la única familia que me quedaba!

–Lo sé, lo sé –intentó tranquilizarlo–. Aun así, usar un giratiempos para viajar tanto en el pasado… Harry, ¿tienes idea de las repercusiones que ello daría? No sólo para ti, sino para todos nosotros.

–Sólo quiero devolverle algo de lo que hizo por mí –el chico se dejó caer en el sofá frente a la chimenea.

–Escucha, Harry –la chica se acercó a él–. Incluso si accediera a ayudarte, ya no tengo el giratiempos e inclusive si lo pusiera a tu disposición, todos los aparatos sólo pueden volver unas horas…

–La Cámara del Tiempo permite volver una vida… –susurró.

Hermione comprendió entonces lo que el chico pedía. No deseaba evitar la muerte de Sirirus, sino permitirle vivir su vida en libertad. Se quedó callada mientras sopesaba todo ello. Era tan injusto que Harry perdiera lo que más amaba frente a sus ojos: sus padres, su padrino… ¿pero eso valía sacrificar el futuro que ahora tenían? Quién sabe qué pasaría si sólo regresaban un par de horas, no se imaginaba volviendo años enteros.

–¿Qué es… exactamente lo que quieres? –se atrevió a murmurar, el dolor en el rostro de Harry era más de lo que podía soportar.

–Decirle que no vaya tras Pettergrew, evitar que vaya a Azkaban…

La chica permaneció callada. Aunque no lo dijera en voz alta todo en Harry parecía gritar "¡Vivir con él, a su lado!". Fue consciente de ello aunque prefirió no decirle, por una vez en la vida él podía ser mezquino, podía ser egoísta. Harry anhelaba una figura paterna, un calor de hogar, eso era algo que ni en mil años los Dursley le darían. La chica sacó su varita, haciendo aparecer dos tazas de chocolate caliente con bombones para ambos.

–Lo primero es descubrir cómo funciona exactamente un giratiempos –decretó al tiempo que tomaba un sorbo de su bebida y un nudo se formaba en su estómago.


1.

El escudo en París

El señor y la señora Mercier, que vivían en el distrito Le Marais, en la capital francesa, podían considerarse como muy normales. Todas las mañanas el hombre salía temprano a su trabajo que, si bien los vecinos no sabían con certeza de qué se trataba, indudablemente era prestigioso puesto que portaba un traje impecablemente limpio y planchado mientras que en la mano llevaba un portafolio de cuero. La señora Mercier se quedaba en casa a hacer el aseo y a las 10:00 en punto acudía al mercado cercano a hacer las compras para la comida, siempre salía usando ropa sencilla pero a la moda y el resto de las mujeres parisinas aplaudían que nunca vistiera raso, lo cual constituía una gran falta a sus ojos. Por la tarde el señor Mercier regresaba del trabajo y poco antes del anochecer volvía a salir a pasear al perro.

El señor Mercier era rubio, alto y delgado, con una nariz aguileña que daba un perfil varonil, siempre estaba perfectamente afeitado y tenía una pequeña sonrisa en la boca que te inspiraba a confiar en él. La señora Mercier era un poco más baja que su marido, de cabello castaño claro con reflejos amarillos, constantemente lo llevaba recogido en diversos peinados que no por ser sencillos dejaban de ser elegantes. Quizás lo único reprochable de ellos era que no tenían hijos, cosa muy natural en un matrimonio consolidado.

Aunque nunca prestaran oídos a las opiniones públicas, los Mercier se consideraban muy desdichados. Es cierto que tenían una bonita casa con un amplio patio, una posición económica estable y gozaban de buena salud, pero era precisamente la carencia de una personita a la cual amar y que les amase incondicionalmente lo que les entristecía todas las noches al irse a dormir.

El mayor temor de ellos era que esta situación no cambiase, por lo cual habían agotado uno y mil recursos en volver su sueño realidad. Porque los Mercier tenían un secreto.

Esta historia comienza un lunes por la mañana cuando el señor Mercier se levantó temprano para ir al trabajo, se colocó las pantuflas a un lado de la cama para ir al baño al tiempo que una lechuza pardo castaña pasaba volando frente a la ventana del segundo piso. La señora Mercier hacía rato que estaba en la planta baja preparando el desayuno cuando el ulular del ave le sacó de sus cavilaciones. Abrió la ventana de la cocina al tiempo que miraba a derecha e izquierda que ninguno de los vecinos curiosos estuviera fisgoneando sobre las cercas y finalmente permitió el ingreso de su emplumado visitante.

La lechuza llevaba un sobre amarillento en la pata, debía ser importante puesto que no iba doblado. Así, la mujer lo tomó con la mano trémula y, considerando el servicio que había prestado al ir hasta su casa, sacó una moneda de plata del bolsillo de su delantal, metiéndola en una bolsita de cuero que el ave llevaba atada en la pata para luego salir volando por la ventana.

La señora Mercier sacó los papeles que tanto ansiaba leer y cuando hubo pasado su vista por ellos tres o cuatro veces, se llevó la mano a la boca para intentar callar un grito de felicidad que amenazaba con salir. Cuando el señor Mercier finalmente bajó notó de inmediato las lágrimas resbalando por su rostro mientras con una mano se aferraba con fuerza a la silla más cercana y en la otra los papeles temblaban debido a la emoción.

Cuando ella finalmente recuperó el habla, alzó la mirada fijándola en su marido y dijo suavemente:

–La tienen… una niña…

–¿Edad? –preguntó, intentando que su voz no temblara.

–Tres años y medio –fue su respuesta.

–Un poco más grande de lo que deseábamos, ¿estás segura? –se acercó a ella, buscando aprobación en sus ojos.

–Sí, sí, una niña –las lágrimas continuaron fluyendo.

–Ella recordará a su verdadera madre –intentó hacerle ver–, por eso coincidimos en que sería un bebé.

–Yo seré su segunda madre y la amaré tanto o más como si llevase mi sangre –declaró segura.

–Entonces vayamos a finiquitar los papeles –le sonrió, dejando por primera vez que sus emociones le embargasen, temblando su voz.

A continuación el señor Mercier hizo algo muy raro para alguien de su edad, sacó una vara no muy grande de algún lado de entre su ropa y, con un movimiento de la misma, el pequeño recipiente que había en la estantería donde se leía la palabra "ciruelas encurtidas" pasó volando frente a sus ojos hasta colocarse en el centro de la mesa, destapándose y dejando ver en su interior no las prometidas frutas llenas de vinagre y sal, sino unos polvos verdes.

La señora Mercier y él se dirigieron a la sala con el frasco siguiéndoles ya sin la tapa, luego de lo cual se pararon frente a la chimenea. Ambos tomaron un poco de esos polvos para luego arrojarlos a los restos del fuego de la noche anterior, minutos después ambos desaparecían en medio de llamaradas verdes que no quemaban.

Porque el matrimonio Mercier no era lo que el resto de nosotros consideraríamos "normal", en realidad se trataban de magos. No magos como los que desaparecían tigres en los espectáculos o sacaban conejos de sombreros (aunque algunos de ellos lo hicieran a veces para entretener a los niños más pequeños de su familia). La comunidad mágica existía desde tiempos inmemoriales, en muy raras ocasiones se mostraba a los muggles, o personas no mágicas, limitando su vida al resto de sus pares. Por eso mismo no fue sorprendente que los Mercier aparecieran en la chimenea de un edificio donde tenían sus negocios diferentes trabajadores mágicos.

Subieron a un elevador de los cinco allí disponibles, un par de brujas jóvenes con papeles en las manos se les unió, sumándose todos a un mago de larga barba blanca que ya se encontraba allí. Sin necesidad de aplastar botones el aparato inició el ascenso, deteniéndose poco después en el siguiente piso, las puertas se abrieron y una voz se dejó oír:

Sección 2, repartición de bienes y herencias.

Una de las brujas salió con la pila de documentos en la mano; un mago joven entró haciendo una reverencia con la cabeza, dos haditas con pequeños bolsos colgando de ellas también subieron y nuevamente el elevador se puso en marcha. Dos pisos más arriba se detuvo.

Sección 4, divorcios entre mismas especies.

El viejo mago salió en ese momento y el ascensor continuó. Un piso más arriba volvió a parar mientas que la misma voz se repetía por tercera vez.

Sección 5, divorcios entre diferentes especies.

La joven bruja, el mago y una de las hadas se bajaron aquí; tres pequeños mensajeros alados volvieron a entrar. El elevador continuó subiendo.

Sección 6, adopciones entre mismas especies.

Ahora sí el matrimonio Mercier y la pequeña hada del principio bajaron, ésta voló velozmente hasta una de las oficinas que había en la planta. Ellos pasaron a la recepción de un amplio despacho donde una secretaria que rondaba los cuarenta les pidió se sentaran mientras la junta de la Oficina adjunta terminaba, sacó una varita y conjuró un vaso de agua para cada uno. Tan sólo diez minutos después que a ambos les parecieron siglos, la puerta del despacho que buscaban se abrió y un grupo de hombres con capa salieron con tranquilidad para luego subir al elevador. Un hombre rubio de pequeño bigote les distinguió, acercándose a ellos.

–Me alegra ver que la lechuza llegase a tiempo –saludó con dos besos en las mejillas al matrimonio–, a medio día tengo una reunión con un matrimonio que desean adoptar a un niño medio gigante y… bueno, está la regulación en esos casos, ustedes saben… nuestro buffet es muy exigente al respecto, nunca se sabe cómo pueden desarrollarse los niños de padres de diferentes especies. Pero en fin, pasen, pasen.

Los tres penetraron entraron en el despacho, sentándose el abogado detrás del escritorio y haciendo aparecer tres vasos con wisky de malta para todos. El rubio lo probó antes de animarse a hablar.

–La cuestión es, mis amigos, que la adopción en este caso es… singular…

–¿Hay algún problema con la misma, Monsier Desplat? –Amélie Mercier se enderezó rápidamente en su asiento, ésas eran las palabras que más temía oír.

–Bueno, no lo diría específicamente de esa manera… no en cuanto a los papeles –dio otro trago a su bebida–. Verán, la niña es… una nacida de muggles.

–Eso no hace diferencia alguna para nosotros, yo mismo lo soy –una arruga de enfado apareció en el rostro de Claude Mercier, como si ello fuera malo.

–Oh, no me malinterprete, Monsier –el abogado intentó corregir la mala impresión que se formaba en su cliente–, muchos de nuestros socios son mestizos o hijos de muggles, el fundador de este despacho incluso tenía en su sangre un cuarto de troll… realmente no tenemos preferencia por los llamados "Sangre Pura".

–¿Entonces qué hay con que la niña sea nacida de muggles? –los ojos de Amélie brillaron con furia.

–¿No les parece extraño que esté con nosotros en lugar de un orfanato muggle o similar? –les miró fijamente– Generalmente los niños de su edad no son conscientes de que son diferentes, la magia accidental se manifiesta más adelante, en la mayoría cuando rebasan los ocho o nueve años, hay casos donde puede ser a partir de los seis… dicho de otro modo, nosotros no deberíamos estar notificados de su existencia hasta que presentase dichas aptitudes mágicas…

–¿Una niña excepcional? –sonrió la mujer, ella se encargaría de guiar a su futura hija en la dirección correcta.

–¿Alguna vez leen o ven las noticias de los muggles? –el abogado mantuvo la vista gacha, sabía que lo venía a continuación era muy delicado.

–A veces, vivimos entre ellos después de todo –aunque Claude había nacido entre muggles, tras su entrada en la comunidad mágica se había olvidado un poco de ellos.

–Entonces, ¿oyeron sobre el caso de los Granger, hace casi medio año?

Amélie tomó fuertemente de la mano a su esposo. Aunque ella casi no estaba al corriente de las noticias de los no mágicos, ésta había tenido mucho impacto en ambas sociedades parisienses. Un matrimonio inglés de dentistas que visitaba a los padres de ella había sufrido un accidente en su casa que los muggles catalogaron como una "explosión de gas", pero que la comunidad mágica sospechaba estaba vinculado al Señor Tenebroso. Sin embargo, ¿por qué partidarios del Que no debe ser nombrado se tomarían la molestia de matar a simples muggles? Y en medio de toda la ruina, los cuerpos destrozados y el olor a quemado, una niña lloraba aferrada a un oso de peluche. Había visto esa fotografía en todos los diarios, incluso se rumoreaba que podría ganar el Pumitser (o algo así, no estaba familiarizada con los vocablos de los no mágicos).

La duda residía en, ¿cómo una niña había sobrevivido a la explosión sin más daño que la pérdida de un zapatito? Porque toda la familia estaba reunida allí, no había nadie que reclamase la patria potestad.

–¿Es ella? –la voz de Claude apenas si se oía, el nudo en su garganta era muy grande– ¿Es la niña Granger?

Monsier Desplat se acabó el contenido de su vaso en un solo sorbo mientras asentía a su pregunta.

–Ha estado los últimos meses siendo revisada por los Sanadores e incluso se barajeó la posibilidad de llamar a uno de esos Psicólogos muggles, finalmente la semana pasada fue declarada como aparentemente sana y puesta en la lista de adopciones ya que fue imposible de contactar con su familia inglesa, creo que luego de lo sucedido nadie quiso lidiar con ella.

Amélie abrió la pequeña carpeta que estaba frente a ella, en la misma se encontraban reunidos todos los datos biográficos y legales importantes de la niña, pero no fue eso lo que le importó realmente. Lo supo cuando contempló la fotografía de una pequeña de mucho cabello castaño y ojos cristalinos que le parecieron sumamente nostálgicos. Recordó en ese momento la misma imagen repetida en todos los periódicos seis meses atrás y su decisión estuvo tomada.

Hermione Jane Granger sería su hija.

Se hicieron los trámites correspondientes y la familia se mudó de una pequeña casita en Le Mairs a una más grande en el mismo distrito, la cual incluía una habitación más amplia de la que pensaban destinar "al bebé". Se contrató a una squib para que les ayudara en las labores domésticas ahora que serían más y luego de unas semanas Hermione Jane era oficialmente una Mercier.

Con el tiempo Hermione creció como todos los niños: sana, despreocupada, alegre. Y con excepción de una cicatriz en la parte baja de la espalda, nada doloroso había quedado de su pasado. Los Mercier sabían que no ganaban nada con ocultarle a la niña sobre sus padres verdaderos, además de que algunas veces ella recordaba fragmentos de su temprana infancia, por lo cual, cuando tuvo la edad suficiente para entender, le explicaron qué había sucedido. Costó trabajo, pero finalmente ella lo aceptó de la misma manera en que lo había hecho con la magia: como parte de sí, algo que no podía cambiarse.

Hermione sabía que con el tiempo le llegaría la carta de Beauxbatons, la Academia de Magia de la sociedad francesa y cuyo origen se remontaba hasta el siglo XIII. Mientras tanto, ella era educada en casa con su madre y su vieja nana squib. Cuando tenía tiempo libre jugaba en un parque cercano con los niños del distrito, sabiendo que debía ocultarles su condición mágica y siempre bajo la atenta mirada de Léonore, quien trabajara para el matrimonio desde que ella llegase a esa casa. Sin embargo, una tarde de agosto algo cambió.

Hermione se divertía con un par de niños y una niña cuando alguno propuso jugar al escondite, ofreciéndose voluntario para buscarles. Al aceptar todos corrieron en desbandada, Hermione decidió probar suerte detrás de unos arbustos lejanos, pero al agacharse junto a ellos un pájaro de brillante plumaje con las tonalidades del ocaso y una gema roja en la frente salió volando. Ella nunca había visto un ave con tales características y, a pesar de que su madre le instruyera en las diferentes criaturas mágicas (pues sólo así se explicaba que el pájaro poseyera joya alguna en su cuerpo), no podía clasificarle dentro de ninguna de ellas. De pronto tras de sí sintió una liberación de gran energía que sólo podía catalogarse como un hechizo de incalculable poder, salió del escondite dispuesta a correr en busca de Léonore incluso si eso significaba perder el juego.

La squib no había detectado nada, por lo que, cuando la niña le dijo preocupada que indudablemente los magos estaban cerca, se consternó. Incluso sin magia dentro de ella era capaz de saber cuándo las cosas no estaban bien, así que tomó a la niña en brazos y corrió de regreso a la casa del matrimonio Mercier. No habían pasado ni cinco minutos cuando ambos progenitores salieron, uno después del otro, corriendo del segundo piso o de las llamas verdes de la chimenea.

–¡Hermione! –su madre corrió a tomarla en brazos al tiempo que le examinaba detenidamente–, ¿estás bien? ¿No te ha pasado nada?

–No, mami –negó la niña mientras era cubierta de besos y lágrimas–, ¿qué ha sido eso?

–¿También lo has sentido? –su padre se asomó por la ventana mientras notaba una magia muy poderosa envolver el distrito poco a poco.

–No estamos muy seguros, cariño –la bruja abrazó con fuerza a la pequeña, temerosa de que algo la apartase de su lado.

A pesar de que en el resto de la tarde no volvió a suceder nada extraño y que incluso esa magia se disipó tal y como había llegado, los Mercier no quedaron tranquilos. A la mañana siguiente una lechuza trigueña de ojos verde menta entró a través de la ventana que daba al patio trasero, dejando una carta a la familia que en ese momento se hallaba reunida a la mesa. Claude abrió el contenido de la misiva, la cual provenía del Ministerio francés e iba dirigida a todas las familias de magos que residían en la París muggle.

Después del nombre del Primer ministro regente, así como sus diferentes cargos y condecoraciones, venía una pequeña nota introductoria que parecía haber sido redactada de manera diplomática pero apresurada. El señor Mercier leyó todo con rapidez antes de comunicarle a los demás el resumen de la misma.

–Ayer fue realizado un hechizo por alguien no registrado, es decir, alguien sin una varita.

Amélie se llevó una mano a la boca, todos habían podido sentir la fuerza del mismo y el que fuese practicado sin un canalizador de por medio indicaba a alguien con magia de gran nivel. El rubio se tomó un tiempo antes de proseguir.

–El Ministerio ha creído pertinente advertir a todos los magos de ello para que extremasen precauciones, sobre todo los que tienen niños pequeños que no están en edad de ir al Colegio.

La señora Mercier abrazó a Hermione por instinto. Léonore se acercó más a la familia temiendo un nuevo peligro.

–¿Por qué dicho hincapié? –preguntó su esposa temiendo conocer la respuesta.

–Porque un grupo de magos se acercó a inspeccionar, magos sin entrenamiento… no se menciona qué ha pasado con ellos, pero al parecer los resultados no fueron buenos.

–Hermione –Amélie se colocó frente a la pequeña, haciendo que le mirara a los ojos–, no quiero que salgas sin papá o mamá, ¿de acuerdo? Y ante cualquier señal de alarma, corre con cualquiera de nosotros incluso si estamos bajo el mismo techo. ¿Sabes cómo llegar a casa de tía Charlotte por la red flu?

–Sí, mamá –la pequeña asintió, lo había aprendido el verano pasado.

–Bien, en caso de que papi y mami no estén cerca, ve inmediatamente a su casa –dijo mientras besaba su frente.

A partir de ese momento Hermione tuvo que llevar una pequeña bolsa al cuello con polvos flu para cualquier emergencia que se presentara y Léonore canceló las salidas al parque sin un mago para defenderlas.

Claude Mercier era un reconocido Sanador en el Hospital Saint Arcelle, nombre dado en honor a la Sanadora fundadora del mismo en el siglo XVI. No era extraño que se recibieran heridas de todo tipo, incluyendo una ocasión en que le tocó atender a un niño con mordedura de un kappa, a pesar de que esa criatura no era oriunda de Europa y estaba prohibida su domesticación en Francia.

Cuando hubo de pasar visita a los heridos del día anterior que atendiera un compañero, no le fue difícil descubrir que se trataba de hechizos rebotados a quienes los conjuraron; sin embargo, notó que todos los magos pasaban de los cuarenta, lo cual no era normal. Al revisar al cuarto de ellos grande fue su sorpresa al descubrir en él a un antiguo maestro de Pociones Avanzadas que había impartido un curso especial en Beauxbatons hace casi veinticinco años. Intentó interrogarle al verle en tan mal estado, siempre había sido muy amable con él pese a saber sobre su origen muggle, así que le tenía un especial cariño.

El profesor abrió los ojos mientras contemplaba al rubio, riendo suavemente al contemplarle allí.

–Vaya, vaya, Mercier, el tiempo ha sido más amable contigo.

–Profesor Vouthon, ¿qué le ha sucedido? –contempló perplejo las quemaduras del cuerpo.

–Un hechizo rebotado, como debes saberlo, 112 años no pasan en vano –cerró los ojos por el cansancio.

–Pero eso no es normal en usted, jamás podría cometer un fallo tan simple como conjurar mal o intentar realizar un hechizo superior a donde sabe llegan sus conocimientos –sus ojos se fijaron en el torso, zona del mayor impacto.

–Oh, Claude, nos han prohibido hablar de ello, pero a ti puedo confiártelo, eres como un hijo para mí –habló sin abrir los ojos–. Ayer unos magos y yo nos acercamos a inspeccionar esa magia que seguramente notaste. Para unos veteranos como nosotros creímos que sería más seguro… –hizo una pausa– Prontamente identificamos el tipo de hechizo del cual se trataba: un escudo. Un escudo muy extraño, debo admitir. Los muggle pueden entrar y salir de él sin percatarse del mismo, pero para los magos las cosas son diferentes… Si te encuentras dentro del mismo, puedes salir de él, pero no volver a entrar. Tampoco la magia tiene efecto alguno, como bien puedes comprobar, sin importar cuán débil o fuerte fuera el hechizo lanzado, éste sólo sería devuelto a quien lo conjuró.

–Un escudo que permite salir pero no entrar a la magia… No entiendo, ¿qué finalidad tiene ello? –el mago intentó vislumbrar el misterio tras ello, pero era inútil, desde su punto de vista resultaba extraño su colocación sin un propósito concreto.

–Vamos, Claude, es realmente muy simple –se rió el viejo maestro–. Los escudos son usados para proteger, en este caso, bloqueando la magia.

–Ha dicho que… ¿bloquea la magia? ¿No sólo la desvía? –el hombre tuvo que repetir dichas palabras en su mente para poder procesarlas.

–La magia interna… la magia dentro del escudo…

Sin embargo, antes de que el maestro pudiera decir algo más un grupo de magos entró en el recinto. Aunque usaban capas verde lima y el escudo de los sanadores, Claude no pudo reconocerlos, jamás les había visto en su vida. Ellos informaron que se llevarían a los heridos a un Hospital más capacitado y luego obligaron a todos a salir de la habitación, el mago ni siquiera pudo despedirse del profesor Vouthon.

Todo eso pudo quedar en el olvido y registrarse como un hechizo mágico mal ejecutado. Con el tiempo la mayoría de los magos lo olvidó y el mismo Claude estuvo a punto de hacerlo, la llegada de la carta de Hermione donde se corroboraba su ingreso a Beauxbatons fue todo lo que ocupó su mente.

Los Mercier acudieron inmediatamente al París mágico para comprar las túnicas, los materiales necesarios y, claro está, la varita de Hermione. Cuando ella conectó con su varita Claude sonrió satisfecho: finalmente su niña era una bruja.

Los primeros años del colegio transcurrieron tranquilamente. Con excepción de la sobre protección y los celos del padre al ver cómo su hija se transformaba en una hermosa jovencita, todo marchó bien para la pequeña familia.

En las vacaciones entre el tercer y cuarto curso de Hermione volvió a suceder…

Alguien o algo activó nuevamente el escudo, teniendo que atender a varios heridos en Saint Arcelle, la mayoría eran jóvenes que volvían a casa tras el cese del curso escolar y, curiosos ante dicho evento, se habían acercado y atacado.

Claude intentó mandar lejos sus miedos, pero éstos crecieron al ver a una joven bruja dañada. Tendría la edad de Hermione…

Una semana después el segundo evento se presentó. Como antes, el hechizo empezó en un área muy poblada, creciendo hasta abarcar varias manzanas. Los magos procedieron a alejarse lo más posible de esa zona cuando una segunda se hizo presente del otro lado de la ciudad, aumentado su tamaño de igual manera hasta casi tocarse. Ello duró apenas unos minutos, luego de lo cual se marchó tal y como había llegado. Los magos y brujas que se habían encontrado en el área al momento del evento fueron llevados de urgencia a los hospitales más cercanos debido a que presentaban cansancio en relación a su dominio de la magia. Los más veteranos apenas si registraron cambios en sus organismos, mientras que los niños y adolescentes fueron ingresados inmediatamente por pérdida de la conciencia.

En ese momento Hermione y Amélie habían ido a visitar a una amiga de la segunda a las afueras de París, razón por la cual no habían presenciado nada. Léonore estaba haciendo la comida para el regreso de la familia, con excepción del alto precio del pescado, no notó que algo cambiase, para ella el día había sido normal.

Claude se guardó muy bien de comentar la plática sostenida con su viejo mentor a su esposa, no queriendo intranquilizarla. Sin embargo, cuando el tercer evento se registró apenas a unas cuadras de la casa, no pudo soportarlo más. Tomó un pergamino y redactó una carta corta a su primo en Londres, mandándola con la lechuza de la familia.

Apenas seis horas después llegaba la respuesta de su misiva: Antoine les recibiría en el momento que ellos desearan. Así, tras descubrirle a su esposa parte de sus preocupaciones, remitir sus pacientes a otros sanadores y finalizar el contrato de la casa con el muggle a quien se le rentaban, la familia Mercier y Léonore partían a Londres.

Para el siguiente ciclo escolar el nombre Hermione Jane Mercier fue tachado de la Academia Mágica de Beauxbatons y añadido a la del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

Era el año de 1994.

Por lo demás, Claude no quiso que el temor de París llegase hasta su nueva casa en Londres, así que se abstuvo de buscar más informes respecto a esos casos de magia descontrolada. De haberlo hecho habría notado con horror que éstos cesaron en Francia desde el momento en que su familia dejó su hogar, sólo para reaparecer en Battersea, a poco más de dos millas y media.

Muy lejos de allí una joven despertó sobresaltada a la mitad de la noche, bajó rápidamente las escaleras de su casa mientras intentaba tranquilizarse, en su mente se confundían dos nombres. Harry James Potter no le causó asombro considerando su gran peso en la comunidad mágica: "El niño que vivió". No… lo sorprendente era descubrir que Hermione Jane Granger volvía a presentarse ante sus ojos: una chica que suponía debía estar muerta. Llegó hasta la puerta del sótano y sin detenerse a pensar en nada bajó los escalones.