Fobos

Capítulo 12: Piscis

Desde el día en que nació, el destino de Afrodita estuvo marcado por el odio y el rechazo. Huérfano, y el menor de cuatro hermanos, el pequeño sueco padecía sus días en un deteriorado orfanato junto con otros niños en similar situación. Nunca había conocido a sus padres, a su padre porque se había ido hace tiempo, después de todo, aquellos que identificaba como sus hermanos ni siquiera eran hijos del mismo padre. Y a su madre porque, según le habían dicho, murió al darlo a luz. Aquella tragedia fue lo que desencadenó el rencor que sus parientes sentían por él: Día a día le recriminaban que su existencia había marcado la desdicha de los demás, si él no hubiera nacido, ellos no tendrían que haber visto morir a su madre, ni vivirían en ese putrefacto depósito de niños sin hogar. Dos de sus hermanos, los gemelos, habían tomado la costumbre de fingir que él no existía, algo que comenzó como un juego desalmado pero terminó convirtiéndose en rutina. Pero eso no era lo peor para Afrodita, sino el mayor de los cuatro, que lejos de ignorarlo le prestaba más atención de la que él quería. Era él quien se encargaba de recordarle todo el tiempo lo miserables que eran, de jugarle las bromas más crueles, y de burlarse cuanto podía. Si el pequeño de ojos azulados había experimentado algo cercano al odio alguna vez, había sido gracias a aquel hermano despiadado que tenía. Y sin embargo, el odio nunca iba dirigido a sus parientes, ni a su destino, sino hacia él mismo por ser culpable de su propia desdicha y de haber arrastrado a los demás también.
A menudo solía pararse frente al sucio espejo que tenía y preguntarse por qué había llegado a este mundo, si no ocasionaba más que desgracias, y la mayoría de las veces concluía en la idea pesimista de que algunos seres solamente existían para hacer daño a los demás. Fue gracias a su enorme sentimiento de culpa y a las constantes burlas de su hermano mayor, que Afrodita dejó incluso de verse en el espejo cada mañana. Temía que su horripilante cara de niña, como su hermano le decía siempre, quebrara de pronto los vidrios. Temía levantarse y comprobar que aquella imagen de desgracia seguía ahí día tras día atormentándolo.
El único momento en el que el sueco admitía percibir aunque sea algo parecido a la felicidad, era cuando tenía la oportunidad de quedarse solo en el descuidado jardín del orfanato: Rodeado de flores coloridas Afrodita encontraba mucha más compañía que con los seres humanos. Las flores además de poseer una infinita belleza ante sus ojos, no le hacían sentir que era un joven de alma pútrida e indeseable, al contrario, retribuían todos sus cuidados volviéndose cada vez más bellas y numerosas, regalándole más calidez que ninguna otra cosa en su realidad. Con el paso del tiempo y haciendo oídos sordos a todas las burlas de los otros huérfanos, el niño había logrado que ese viejo jardín se transformara en un auténtico lujo para la vista. Lo mismo resultaba agradable para las damas encargadas del orfanato, que disfrutaban pasar sus ratos libres tomando el té entre las hermosas plantas perfumadas, y que eran acompañadas por Afrodita, que para ese entonces ya pasaba más tiempo fuera de la casa que dentro.
Trabajar en su jardín era la única forma que encontraba de escapar de las constantes burlas, maltratos y agresiones que sufría por parte de su propia familia. Hacía meses que el muchacho de ojos celestes no veía su reflejo, le aterraba que al hacerlo la realidad volviera a golpearlo en la cara y la mala suerte le arrebatara lo poco que tenía para ser feliz. Fue así que todo el cuidado que recibían las flores no era el mismo que recibía su cuerpo.
Por supuesto, aquella paz que tanto disfrutaba no tardó en ser perturbada por la ira desmedida de su hermano mayor a quien encontró un día destrozando con las manos una de sus preciadas rosas. Afrodita vio con labios temblorosos como cada pétalo caía muerto al suelo y en ese entonces decidió quebrar tantos años de silencio y sumisión para alzar su voz con rabia.

-¡Deja mis flores! –El joven de cabellos celestes corrió para intentar arrebatarle la rosa a su hermano pero el otro lo empujo sin darle oportunidad. -¡No te metas en mi jardín! –Advirtió sin darse por vencido.

-¿O qué? –Rió malicioso el más grande. –Eres tan débil que pareces una niña, lo único que sabes hacer es jugar con estas flores que no sirven para nada.

-¡Claro que sí! –Apretó los puños con impotencia. -¡Las flores llenan de belleza este lugar tan horrible!

-Por más que intentes llenar de flores este lugar tu fealdad siempre las va a opacar. –Sentenció arrojando la rosa al suelo y pisándola finalmente ante los ojos desconcertados de aquel hermano menor que tanto odiaba. –Este lugar es horrible porque tú eres horrible, jamás habrá un lugar bello en este mundo mientras tú estés en él.

Afrodita sintió sus ojos arder de lágrimas y a pesar de que jamás había deseado que alguien más desapareciera de su vida, ese día la ira provocó que fuese la primera vez. Debajo de sus pies los pétalos de la rosa muerta intercambiaron su brillante color rojo por uno negro como la noche, y aunque los presentes no lo notaron, lo mismo sucedió con las otras rosas a su alrededor. Las primeras veces en las que su hermano tosió no llamaron la atención de Afrodita, pero si lo hicieron las siguientes: El sonido se hacía cada vez más fuerte y agónico. El pequeño observaba extrañado el cambio del otro joven, que pronto se encontraba doblado mientras hilos de sangre acompañaban sus espasmos y su rostro comenzaba a deformarse de dolor. Fue cuando observó el enorme cambio en sus rosas que las pudo identificar como las culpables y mientras tenía al otro niño arrodillado ante él, Afrodita no pudo evitar preguntarse si él era como las rosas, dócil aparentemente, pero letal en realidad. O si es que acaso él había sido capaz de corromper incluso a las hermosas rosas llenándolas de su imperfección. De un momento a otro se encontró lleno de pánico, no podía controlar la situación y si bien una o dos veces quiso gritar por ayuda, no lo hizo: Tal vez en el fondo sentía que el otro chico tenía lo que merecía, tal vez en el fondo le gustaba demasiado tener el poder en sus manos en esta ocasión. El momento en el que el cuerpo cayó ante sus pies, inerte y maltratado, fue cuando se dio cuenta de lo que realmente había hecho. Lo invadió un sofoco inaguantable, cayó al suelo de rodillas inevitablemente y sus ojos estaban tan abiertos que creía que no podría volver a cerrarlos. El ardor de sus lágrimas era como fuego en la piel, y lo único que escuchó fueron los gritos y pasos apresurados de las damas que administraban el orfanato.
De aquella vida, Afrodita no recordaba ni un poco. De un día a otro el jovencito se encontraba vagando por las calles con no más información sobre sí mismo que su nombre, edad, y un par de cosas irrelevantes, pero sobre todo, algo que había quedado grabado en la mente del infante, era que por algún motivo que desconocía él no debía ver su reflejo jamás. No sabía quién era ni de dónde venía, algunos vagabundos aprovechaban su aspecto inocente y adorable para conseguir limosnas y de esa manera se ganaba la comida, que muchas veces consistía en pan duro que algún panadero tiraba a la basura, pero que llenaba el estómago al fin y al cabo. Algunas veces era demasiado difícil cumplir con la tarea de no mirar su reflejo, podía verlo en charcos de agua o en las vidrieras de las tiendas, entonces rápidamente desviaba la vista horrorizado y confundido: No sabía qué pasaría si miraba su propia imagen, pero de algún modo estaba seguro de que sería algo terrible.
El frio, el hambre y la angustia producida por su falta de memoria hacían todavía más difícil su vida cotidiana, y no solo eso, a menudo tenía que ver con rabia como los adultos usaban el dinero que él conseguía para comprarse comida caliente mientras a él le correspondía simplemente un pan asqueroso o las sobras de los demás si es que algún día dejaban algo. Sabía sin embargo que lo que más le convenía era no rebelarse y estaba bien siempre y cuando lo dejaran hacer una escapada de vez en cuando a la florería donde observaba fascinado las rosas que por una razón inexplicable amaba sin mesura. Los días más felices eran cuando la anciana dueña de la florería estaba a cargo de atender a los clientes, y apenas lo veía no dudaba en regalarle una de las bellas flores, y de vez en cuando lo invitaba a comer algo secretamente dentro de su negocio. La anciana le había enseñado mucho sobre jardinería, y Afrodita era un hábil alumno con un gran talento para el cuidado de las flores.
Supo que su alegría no duraría mucho más el día en que escuchó al hijo mayor de la anciana pedirle encarecidamente a su madre que lo dejara a cargo de la tienda y descansara sus huesos fastidiados por el tiempo. Esa tarde la mujer se había despedido de Afrodita regalándole un par de rosas, las últimas, su vínculo había empezado a través de ellas, y terminaría de la misma forma. No había querido llorar frente a la señora, pero una vez fuera de la tienda gruesas lágrimas recorrieron sus mejillas con un ardor que le parecía haber sentido antes. Caminó en cualquier otra dirección sin importarle perderse, solo observando en sus manos las flores rojas resplandecientes hasta que cansado tomó asiento entre unos arbustos, cerca de un pequeño lago. Sus sollozos no habían cesado todavía y mientras tanto no hacía más que preguntarse por qué tenía que sufrir tanto todos los días de su vida: Había visto niños felices, con familia, con recuerdos, con hogares y comida, él no tenía nada de eso y cuando más cerca estaba el destino jugaba en contra suya. Se preguntó repetidas veces si habría sido causa de aquellas veces en las que accidentalmente había visto su reflejo, tal vez tenía una especie de maldición y sería infeliz por cada segundo que se había visto a sí mismo. La idea lo atemorizó de tal forma que apretó sus manos y solo las aflojo al darse cuenta de que le haría daño a sus rosas, aquellas que con el baño de sus lágrimas empezaban a tornarse blancas para su sorpresa, jamás había escuchado que eso pudiera suceder.
Ya no volvería a la miseria, prefería quedarse allí entre los arbustos y plantas, serían mejor compañía que las personas que lo sometían a una vida horrible. Con los conocimientos que había adquirido de la florista, con suerte podría empezar su propio jardín, pues si nadie parecía querer darle un hogar, tal vez era porque debía empezar a construir el suyo.
En ese momento divisó entre los arbustos un objeto brillante y llamativo, no dudó en estirarse para recogerlo y descubrió una máscara de color dorado decorada con hermosas piedras y algo que parecían escamas del color del oro. Era una especie de antifaz aparentemente de mucho valor y más de una vez se lo probó: Si lograba ponérselo entonces no tendría que verse la cara otra vez y sus problemas se resolverían. Lastimosamente la máscara parecía quedarle grande a sus facciones y aunque intentaba forzarla, tuvo que detenerse cuando una voz femenina y autoritaria comenzó a gritarle.

-¿¡Qué crees que haces con eso!?

El jovencito volteó para encontrar a la persona más bella que había visto jamás, su abundante cabello ondulado y rojo carmesí caía con elegancia hasta su cintura, unos labios escarlatas resaltaban sobre una tez tan blanca y para terminar se fijó en sus ojos: Aquel lila especial que de alguna forma atenuaba toda la explosión de color a su alrededor.

-La necesito. –Declaró el pequeño después de lograr salir de la sorpresa.

-¿Para qué?

-¡Para ocultar mi rostro!

-¡Qué tontería! –Exclamó la dama y con rapidez y fortaleza le arrebato la máscara de las manos. –Si supieras lo horrible que es vivir teniendo que ocultar tu cara.

Confesó colocándose la pieza dorada, la cual encajaba perfecta en su rostro. Afrodita tomó unos segundos más para maravillarse de tal imagen y luego habló buscando el lila de sus ojos en los agujeros del antifaz.

-Parece que es muy importante para ti pero estaba tirado entre los arbustos.

-Eso no quiere decir que no sea mía, no puedes tomarla. –Sonrió ante el atrevimiento del jovencito. –Tienes razón cuando dices que es importante, pero busco cualquier excusa para quitármela.

El niño no pareció comprender nada pero se alertó en cuanto la mirada incisiva de la otra persona se posó sobre sus preciadas rosas, por lo que en un acto de puro instinto las tomó y las puso contra su pecho.

-Dime. –Continuó la mujer con una voz mucho más amable. -¿Quién te regalo esas flores? ¿Son tuyas?

El de cabellos celestes dudó en responder a sus preguntas, pero de alguna forma sentía que podía arriesgarse a confiar en alguien por una última vez antes de darse por vencido.

-…Me las regaló una persona que ya no podré volver a ver… -Confesó mientras sentía que sus ojos se humedecían otra vez en contra de su voluntad. –Pero antes eran rojas, de pronto se han convertido en rosas blancas, ¿Es normal que eso pase?

La enigmática mujer lo meditó un momento, demasiado tiempo para el niño que comenzaba a impacientarse. Solo se tranquilizó al ver cómo una casi invisible sonrisa se asomaba en sus labios.

-Es normal.

Declaró ella pero Afrodita se sintió inconforme: Después de todo el tiempo que había pasado con la anciana en la florería, jamás había visto que algo así pasara, y tampoco la señora le había mencionado un fenómeno parecido.

-Pero solo para algunas personas especiales.

-¿Personas especiales?

-Sí, tu… -En un pequeño descuido del muchacho, ella tomó una de las rosas blancas para hacer sus pétalos de color rojo otra vez ante los ojos iluminados del joven. –Y yo.

El rostro del pequeño se iluminó de alegría, incluso se le ocurrió pensar que estaba soñando: Justo cuando pensó que ya nada bueno vendría, se había encontrado con una persona capaz de hacerle creer que había algo especial en él.

-¿Te parece si somos amigos? –Sugirió ella y le devolvió la flor. –Soy Annaïs.

-Me llamo Afrodita, pero no es mucho lo que puedo decir de mí, perdí casi todos mis recuerdos y estoy solo.

-¡Perfecto, entonces! –Comentó entusiasmada dejando extrañado al chico. –Quiero decir, construyamos nuevos recuerdos juntos. –Sonrió. -¿Te gustaría trabajar conmigo en mi jardín?

-¿Eres florista? –Preguntó con ilusión el pequeño aunque, en el fondo, deseaba desconfiar un poco más: Ya había sido muy maltratado anteriormente y le preocupaba la idea de que todo fuera un engaño, sin embargo esa mujer lograba convencerlo solo con la mirada.

-No exactamente, soy mucho más que eso. –Volvió a mostrar su brillante sonrisa al haber cumplido su objetivo de captar la completa atención del infante. –Es una historia larga, la cual no querré que escuches con el estómago vacío.

##

El día en que la radiante amazona de piscis le había propuesto irse a vivir con ella a Grecia, Afrodita lo creyó una total locura, y no hubiera cedido de no ser porque le hacía demasiada ilusión la posibilidad de aprender más sobre las maravillosas flores, vivir rodeado de ellas y explotar al máximo sus misteriosas habilidades. Además de todo eso, Annaïs era la persona más persuasiva que había conocido jamás: Pasó horas tratando de convencerlo ese día, con ayuda de su encantadora personalidad y todo un banquete a disposición del niño.
No muy tarde el muchacho se dio cuenta de que aceptar había sido la mejor decisión que pudo haber tomado. En Grecia debía soportar duros entrenamientos y un interminable maltrato por parte de otros aprendices, pero eso no era nada en comparación a la dicha que le producía vivir entre rosas y aprender todo sobre ellas. Adoraba a su maestra más que a nadie, la mujer no solo lo instruía para convertirlo en un futuro guerrero, sino que lo educaba en modales, literatura, idiomas y tantas otras cosas. El chico admitía que proteger a la tal diosa Athena no le resultaba tan llamativo, pero si se trataba de seguir aprendiendo y conviviendo con Annaïs entonces lo haría encantado. Solo una cosa le hacía llevarle la contraria a su querida maestra, y eran los constantes reclamos de ella ante la idea de Afrodita de utilizar una máscara para ocultar su rostro. Era sabido que Annaïs odiaba las máscaras y siempre se quitaba la suya cuando tenía la oportunidad, por lo tanto no entendía por qué su pequeño alumno, a pesar de tener la dicha de no ser obligado a taparse el rostro como las guerreras del santuario, se empeñaba en ocultarse todo el tiempo. En contra de su pensamiento, Annaïs había mandado a hacer una máscara especial para el rostro de su discípulo, lo cual provocaba que todo el tiempo lo confundieran con una chica intentando colarse en las filas masculinas.

-Sigo sin entender por qué tienes que usar esa máscara todo el tiempo, mon petit. –Sentenció la mujer mientras lo observaba sentada en las escaleras aquella mañana en la que el niño se había levantado más temprano de lo normal para trabajar en el jardín.

Con solo escuchar su voz, el joven de ojos celestes corrió a su encuentro y se sentó también, pero sin mediar palabra.

-¿Y bien? –Insistió ella. –Dímelo, dame una razón para no quitártela.

-¡Debo usarla!

Annaïs rodó los ojos y le dio un tirón casi imperceptible en el cabello.

-Cuando dije que me dieras una razón, me refería a una buena razón.

-Tú. –Respondió el muchacho confundiéndola del todo.

-¿Es porque yo uso una? ¿Sientes que debes usarla porque yo la uso? Si es eso, te suplico que te la quites, no quiero que pases por lo mismo que yo.

Él negó con la cabeza y tardó unos segundos más en sucumbir ante la mirada insistente de su maestra.

-Yo no tengo recuerdos de mi niñez, no sé de dónde vine ni quién me trajo al mundo. No recuerdo nada de eso, lo único que puedo recordar es que por alguna razón, no debo ver mi propio reflejo, es una maldición maestra.

-¿Qué?

-No sé por qué, -Volvió a negar. –Solo recuerdo que por alguna razón, ver mi propio rostro está mal. Lo único que he vivido desde que tengo memoria son desgracias, y cada vez que me acerco a algo parecido a la felicidad, desaparece, y creo que es porque no he podido evitar ver mi rostro a pesar de que es incorrecto, ¡Es una maldición, y temo que desaparezcas por culpa de ella! ¡Me asusta verlo y tener que enfrentarme luego a problemas que no podré solucionar!

La mujer que lo acompañaba se quedó en silencio, y dejándose llevar por su propia angustia el jovencito continuó:

-¡Es porque es horrible!

-¿Qué?

-No lo sé… Solo recuerdo que mi rostro es horrible y no debo verlo… -Agachó la cabeza y aunque Annaïs no podía verlo a través de la gruesa máscara, sabía de las lágrimas acumuladas en sus ojos.

-No puedo creer lo que dices. –Dijo y con una gracia que solo ella poseía le arrebató la máscara y la contempló entre sus manos. Afrodita no dudó en reclamar. –Calla, tu rostro es el más bello de todos, no tiene sentido que vivas sufriendo por un recuerdo del cual ni siquiera conoces el origen.

Annaïs comenzó a caminar entre las rosas sin hacer caso a las peticiones de su discípulo que la perseguía.

-No te la devolveré. –Declaró con el ceño fruncido y posando sus penetrantes ojos sobre la pieza de armadura. –No tenía idea de que ese era el motivo, de haberlo sabido, jamás te hubiese entregado esta cosa.

Ante la mirada atónita de su estudiante, la pelirroja acabó con la existencia de la máscara de solo un pisotón.

-¡No! –Alcanzó a gritar el niño, arrodillándose en un intento inútil de recoger los fragmentos.

-Levántate –Ordenó haciendo uso de su autoridad y acercó un bote lleno de agua. –Quiero que veas tu reflejo.

El aprendiz entró en pánico que se reflejó en sus grandes ojos, y no tomó la decisión de levantarse y escapar simplemente porque sabía que su maestra no se lo permitiría.

-¡No! –Suplicó. -¡No quiero, no quiero que desaparezcas! ¡Te pasará algo terrible si lo hago!

Annaïs rió.

-Hace falta mucho más que una supuesta maldición para acabar conmigo, mon petit, hazme un favor y mira tú reflejo, si no quieres hacerlo como favor para tu queridísima maestra, entonces tómalo como una orden directa de tu superior.

No tenía recuerdos de sus primeros días, pero a pesar de eso Afrodita estaba seguro de que nunca había temido tanto en toda su vida: Annaïs era lo mejor que le había pasado, y perderla era un hecho que jamás podría superar. A nada en el mundo le tenía más miedo que a mirar su reflejo y que la maldición continuara. Pero al mismo tiempo, muy dentro de su ser crecía la necesidad de mostrarse a sí mismo que la mujer a su lado tenía razón, quizá porque él mismo así lo quería. Sin tener demasiadas opciones, justo igual que como el día en que la conoció, volvería a confiar en ella.
Cerró con fuerza los ojos antes de asomarse, y al abrirlos lo primero que notó fue el celeste de su mirar y sus largas pestañas, luego contempló los cabellos que enmarcaban su rostro, eran ondulados como los de su maestra y estaban mucho mejor cuidados que la última vez que los había visto. En ese momento no le pareció tan terrible, sin embargo después volvió a ser preso del pánico y antes de que pudiera apartarse, escuchó la voz de su maestra.

-Solo alguien que no sabe apreciar la verdadera belleza de las cosas puede decir que eres horrible, eres tan hermoso como cualquier rosa de este jardín. –Exclamó captando la atención total del muchacho. –Y no me imagino que tu seas la clase de persona que no aprecia la verdadera belleza, ¿O qué te he enseñado todo este tiempo?

El chico se quedó pensativo, mil ideas cruzaban su mente confundiéndolo, era difícil pensar en las enseñanzas de su tutora cuando estaba demasiado preocupado todavía por la carga de estar maldito. Inesperadamente, la mujer frente a él se acercó para darle el abrazo más cálido que había recibido jamás: Annaïs había sido la persona más amable del mundo para él y jamás se guardaba el cariño, sin embargo nunca le había dado un abrazo tan oportuno.

-No tengo idea de por qué tienes esas ideas en la cabeza, Afrodita, pero soy tu maestra y tu mi aprendiz, somos compañeros de armas y por lo tanto debes confiar en mí cuando te digo que nada va a pasarme, ni a ti. Crees que eres horrible, y por eso te ves horrible, pero tú eres bello.

Afrodita volvió a contemplar su reflejo en el agua, le costaba encontrar su propia fealdad, no veía nada malo. Encontraba belleza en su imagen, ¿Qué diferencia había entre su belleza y la de los otros aprendices del santuario? Era igual de hermoso, igual que su jardín. Igual que aquellos que sacrificaban la vida para entregar un futuro radiante al resto del mundo. Igual de bello que el santuario y sus habitantes.

-Igual de bello que yo.

Comentó la dama y eso al aprendiz le costó asumirlo: Para él su tutora era sin duda el ser más bello de todo el mundo, que se le comparara con ella era un gigantesco halago y al mismo tiempo una total locura. Volvió a observar su rostro por tercera vez para nuevamente sorprenderse: No había diferencia entre él y su amada maestra, había sido criado y educado por ella quien había compartido su belleza, que en combinación con la propia lo habían hecho único. No necesitaba ser como Annaïs, o como los otros aprendices, o como las rosas, solo bastaba con ser él mismo para encontrar la verdadera belleza.
Sin entender demasiado, una sonrisa leve que apenas distinguió en el agua adornó su rostro.

-Mon petit, tal vez rompí la maldición junto con la máscara.


Uuf! Si terminé! Antes que nada quiero disculparme por la demora del último capitulo, se que es como una burla que publicara una vez al mes religiosamente y al ultimo episodio lo dejara colgado :v pero fue más fuerte que yo, mi cerebro ha colapsado este último tiempo y era poco lo que pude hacer Dx además de todo eso, no quería publicar algo que no me convenciera, así que después de darle muchas vueltas por fin pude hacer algo que me gustara y aquí está! Espero que a ustedes les guste también. Fue inusual para mi darle tanto protagonismo a un OC en lugar de darselo a otro goldie que era lo que tenía planeado antes, pero siento que las cosas avanzaban mejor de esa manera y por eso lo dejé así! Personalmente Annaïs me cae muy bien porque además ella es muy hon hon hon (?) mi idea es que Afro fue criado por una dama y por eso es tan refinado(?)
Bueno, responderé los reviews:

MythLover: Definitivamente es una suerte para Camus tener a Milo! me alegra que te gustara y espero que disfrutes este también!

sukoru-chan: Gracias por todos tus reviews! me alegra que te gustara el capítulo :D y ojalá también hayas disfrutado este final!

Ale: Jajaja es extraño, pero muchas recetas que triunfaron en la historia se crearon por error XD Para mi Camus y el sufrimiento van de la mano, no puede haber uno sin el otro y por eso siempre lo hago bien sad(?) y del mismo modo siento que no puede haber Camus sin Milo, debían estár juntos en algún capítulo xD me alegra mucho que te gustara! espero que este último te gustara también!

RhadamanthysQueen: La madre de Camus fue demasiado cruel como para existir! pero si de lo malo se puede sacar algo bueno, es como dices, afortunadamente Camus llegó a un lugar donde esta mejor (Y con Milo) ¡Gracias por esperar el capítulo! Y también por tus reviews! Espero que te haya gustado esta historia

Crappycorn: Las patadas de Camus están todas reservadas para Hyoga(?) jajaja gracias por tus reviews ;A; y sí, son demasiado hermosos para este universo. Que bueno que te gustara el capítulo!

En fin, quiero agradecer a tooodas las personas que se tomaron el tiempo de dejar su review en los capítulos, y también a los que lo leyeron y no dejaron review, porque también son importantes xD Espero no haberlos decepcionado con el final, aunque la verdad a mi me gustó mucho este último capítulo así que estoy conforme. Fue hermoso escribir este fic y una experiencia muy nueva para mi ya que es mi primer fic "serio" con más de tres capítulos y que está completo, además de que en cada capítulo he tenido que adaptarme a un personaje totalmente diferente y no a los que manejo la mayor parte del tiempo, así que me aplaudo a mi misma por mi logro (?) Por supuesto que también quiero agradecer a varias personas que me prestaron su ayuda leyendo los capítulos antes de que los publicara y ayudandome a mejorarlos (Y también aguantando mis crisis de falta de ideas :v) Una de ellas es mi amiga Rika a quien le dedico con cariño este capítulo porque Piscis es su signo zodiacal! -Y porque creo que es quien más le ha llevado el apunte a mis crisis lol-
¡Estoy feliz por este fic! Y ya estoy comenzando un proyecto nuevo porque yo jamás tengo suficientes crisis(?)
Gracias a todos y nos leemos en el futuro :D