Capítulo 53

Permanecieron más de una hora esperando en la Torre de Astronomía. Ron no entendía bien cómo demonios iban a hablar con Paul desde allí. No había posibilidad para que alguien pudiera entrar en Hogwarts, mucho menos si se trataba de un mortífago.

—Tu hermano no va venir.

—Claro que no va a venir —replicó Astoria—, no podría entrar en Hogwarts.

—¡Quiero decir que no va a acudir a la cita! Ni siquiera entiendo por qué te he hecho caso. ¿Qué razón podrías tener tú para querer ayudarme a mí?

Astoria se mordió el labio. El tono de voz de Ronald era agresivo, aunque ella entendía que estuviera enfadado. ¿Dónde demonios estaba metido Paul?

—Quiero ayudarte porque… porque sé que tu familia ha sufrido mucho.

Esta vez, Ron la miró con sus ojos entrecerrados.

—¿Y te doy pena?

¿Por qué tenía que ser así ese joven? Todo se lo tomaba por el lado malo. Maldita la hora en la que había decidido ayudarlo y, por el camino, había comenzado a sentir algo por él. Ella no podía fijarse en Ron Weasley, de hecho, ¡no había una maldita idea peor en todo Hogwarts! Pero tenía algo. Algo que la atraía hacia él como un imán.

—No me das pena. Quiero ayudarte, Ron, porque me parece injusto lo que les ha sucedido a tus hermanos.

Ron se acercó a ella, con el ceño aún fruncido. Se quedó observando el delicado óvalo del rostro de Astoria Greengrass, alguien con quien jamás se habría imaginado recorriendo el colegio por la noche.

—¿Por qué me besaste? —preguntó directamente.

Esa pregunta provocó que enrojeciera. Si de algo estaba convencida era de que besarlo, sin duda, había sido un error. Lo hizo como maldito impulso, pero él la rechazó. Por supuesto. Nunca tendría una oportunidad con él y lo cierto era que se lo merecía… lo merecía por todo el daño que habían causado ella y los suyos.

—¿Eso qué importa?

—Importa —dijo Ron, serio—. Creía que… tú y Malfoy, ya sabes.

Una risa sarcástica salió de los labios de Astoria.

—Como si no supiera ya todo el mundo que Draco tiene… no sé, lo que quiera que sea eso, con Granger. Son lo más extraño que he visto nunca.

—Tan extraño como Astoria Greengrass besando a un Weasley… —se mofó Ron.

La joven le lanzó una mirada asesina.

—¿Puedes dejar de repetirlo? Me equivoqué, ¿vale? No tenía que haberte besado y lo sé. Lo siento.

Ron tomó aire, pasándose una mano por su denso cabello pelirrojo. Astoria siempre se había sentido intrigada por esa familia. Eran… tan diferentes a los Greengrass. Ellos siempre habían sido pura elegancia, una de tantas familias ricas con un historial de magia negra demasiado grande para poder ser abarcado. Aunque, afortunadamente, Daphne y ella eran diferentes.

—No tienes que disculparte —comenzó Ron—. Da igual, ¿vale? En realidad…

No llegó a terminar la frase. Un inmenso golpe sacudió la Torre de Astronomía y Astorio soltó un grito de horror. Ron se llevó una mano a la varita, teniendo muy claro en su mente que los estaban atacando. Un humo espeso no permitía ver lo que se encontraba delante de sus narices. Ron agarró a Astoria del brazo, apartándola del centro de la Torre. Ambos se acercaron tanto al borde de una de las columnas que lograron ver el vacío al que caerían si daban un paso en falso.

El humo se fue disipando poco a poco, pero nadie los atacaba.

—¿Astoria? —dijo una voz extraña.

—¿Paul? ¿Paul?

Ella se zafó del agarre de Ron y corrió hacia el centro del humo, siguiendo la voz de su hermano mayor. Llevaba muchísimo tiempo sin verlo, ¡años incluso! Pero no lo encontró. Durante un instante creyó que, quizás, tan solo la voz de Paul estaba allí, con ellos, pero comprendió poco después que había alguien allí, pero ese alguien no era una persona… aunque sí fuera su hermano.

Paul había sido uno de los mejores alumnos de Astronomía en la historia de Hogwarts, tanto que había aprendido más de un par de trucos durante sus años en el colegio. Paul consiguió utilizar su magia, aunándola con el poder de las estrellas y, a los quince años, ya era capaz de proyectarse de forma astral en algunos lugares. Era una tarea difícil de conseguir, además de peligrosa, ahora que se había convertido en mortífago, pero aún era capaz de sacarle provecho a su talento.

La figura que se hallaba ante ellos era más bien una sombra, completamente negra, aunque con pequeñas lucecitas brillando dentro de él, como si se tratara de un cielo estrellado.

—¿Eres tú? —preguntó Astoria, abriendo mucho los ojos.

—No tengo mucho tiempo, Astoria.

Paul percibía a otra figura más junto a su hermana y, durante un instante, creyó que quizás ella lo había traicionado. No sería de extrañar, Astoria no apoyaba la causa de los mortífagos, en absoluto, y quería que la guerra terminara. Pero jamás se la jugaría así a su propio hermano.

—¿Quién es? —preguntó, señalando a esa persona que aún se hallaba lejos de él y cuyo rostro quedaba en penumbra.

—Es… Ron Weasley —le informó ella.

—¿Ron Weasley?... Vaya, eso sí que no lo esperaba.

—¿Por qué la has citado aquí a estas horas? —preguntó Ron, acercándose unos pasos, finalmente—. ¿Qué sucede?

—He venido a advertiros. Quiero… necesito que habléis con Dumbledore. Quien-vosotros-sabéis va a atacar esta noche. Él cree que tan solo será una vez más, pero debemos conseguir que sea la última. Esta guerra tiene que acabar hoy.

El tono solemne de Paul Greengrass no tenía nada que ver con el Paul que ella había visto las últimas veces. Recordaba a su hermano como un muchacho orgulloso y cruel. Paul siempre había creído firmemente en la superioridad de los magos por encima de los muggles y también había despreciado a los mestizos. Pero su hermano parecía otra persona, alguien distinto, alguien derrotado y cansado.

—Vivir en guerra es lo peor que podía sucedernos. Esto tiene que acabar hoy mismo.

—Pero… Paul, ¿por qué no te marchas de allí?

—Él me matará si lo hago. Aunque tengo la sensación de que moriré si permanezco entre ellos también. Necesito que hagáis lo que os digo, hablad con Dumbledore y advertidle. Los aurores deben ir al Ministerio cuanto antes, antes del amanecer los mortífagos estarán allí y planean destruirlo todo, tomarlo por la fuerza. Matarán a cualquiera que se acerque.

—¿Qué pasará contigo? —La voz de Astoria tembló. Sintió que las lágrimas picaban en sus ojos. El modo en el que Paul le hablaba… parecía que esa era la última vez que lo hacía.

—Eso no importa. Quiero que les digas adiós de mi parte a mamá, a papá y a Daphne.

—Paul, no…

—Corred. Avisad a Dumbledore cuanto antes.

—Paul, ¿por qué hablas como si…?

Paul volvió a hablar, interrumpiendo a su hermana, que ya estaba bañada en lágrimas. Le daba pena no poder abrazarla, pero su proyección astral era incapaz de tocar o, siquiera de sentir. Volvió a mirar a Ron.

—Weasley. Siento mucho todo lo que sucedió con tu hermano. Sé que te lo habrás preguntado mil veces, tanto tú como toda tu familia. Fui yo y… te juro que fue rápido, Fred no sufrió. Si te sirve de algo, no he dormido ni una sola noche completa desde ese día. Y sé que ya nunca llegaré a hacerlo.

Escuchar algo así fue como si alguien lo hubiera empujado de esa torre y estuviera cayendo al vacío. ¿Había sido Paul Greengrass? ¿Él había asesinado vilmente a su hermano mayor, Fred? Ron corrió hacia la sombra brillante de Paul, pero la traspasó al instante. No le fue posible ni siquiera empujarlo, aunque eso era lo mínimo que pretendiera hacerle. Ron tomó su varita en la mano y apuntó a la figura oscura.

—Ron, él no está aquí. Es solo… solo es una sombra, una proyección.

Paul permaneció en silencio, observando la escena. El adolescente pelirrojo lo miraba con tanto odio como se podía sentir por alguien.

—Fred nunca quiso formar parte de esto. No era auror. No tenías por qué hacerlo —susurró con rabia, aunque su voz se rompió varias veces mientras pronunciaba las palabras.

—Lo sé —admitió Paul—. Lo sé y lo siento.

—¿Dónde está mi hermana? ¿Dónde está Ginny?

Era difícil decirlo, pero en ese momento pareció que Paul se giraba hacia Astoria, dudando. ¿Podía hacer eso una proyección astral? No lo sabía.

—Tu hermana… Ginevra Weasley también ha muerto.

—¿Quién lo hizo? —exigió saber Ron con un grito que resonó en la Torre y pareció extenderse a todo Hogwarts.

—Los mortífagos —respondió Paul.

—¿Quién fue? —gritó de nuevo Ron.

Astoria se unió a la súplica.

—¿Quién mató a Ginny, Paul?

La sombra habló una última vez antes de desaparecer.

—Draco Malfoy.

OoOoOoOoOoO

Ron sentía la cabeza embotada, como si le hubieran dado un golpe y ahora estuviera ciego y sordo. También mudo, pues, por mucho que abría la boca, era imposible que saliera ninguna palabra de entre sus labios.

La sombra había desaparecido, ya no estaba allí y, un momento después, se veía a sí mismo corriendo escaleras abajo, sin importarle nada hacer ruido y despertar a todo el mundo. Astoria corría tras él, llamándolo sin cesar, pero Ron no escuchaba.

—¿Dónde vas? ¿Dónde estás yendo? —preguntó ella al cabo de unos minutos, distinguiendo que la dirección que Ron estaba tomando no era la esperada—. El despacho de Dumbledore no está hacia allí, estás yendo a…

—¡Déjame, Astoria! —gruñó Ron—. No voy a llamar a Dumbledore. No voy a hacerlo. Acabaré con esto a mi manera.

—¿Cómo?

Astoria tenía la boca abierta, sorprendida por el comportamiento irracional de Ron. En mitad de ese inmenso pasillo, Ron se giró hacia ella y la muchacha distinguió que las lágrimas surcaban el rostro pecoso del joven. Un acusado sollozo le rompía la voz a la hora de hablar.

—Voy a llamar a Harry y a Hermione. Esto se va a acabar esta noche. Lord Voldemort será historia a partir de hoy.

—¡Pero Paul nos ha pedido que avisemos a Dumbledore!

Ron negó con la cabeza, sin acercarse a ella ni un milímetro. Con gesto violento, el muchacho tomó su varita de su bolsillo y, sin pensarlo mucho, la apuntó con ella. Astoria dio un paso atrás.

—¿Qué Paul? ¿El mismo Paul Greengrass que asesinó a mi hermano? —exigió saber en un rugido. Era un milagro que nadie hubiera aparecido ya por ahí—. ¿Crees que soy estúpido, Astoria? Tú lo sabías. Desde el maldito principio lo supiste y por eso te acercaste a mí. Seguro que tú y tus hermanos os reíais mucho a mis espaldas, en especial cuando yo creía que de verdad querías ayudarme. Me has mentido.

Astoria no sabía qué decir, pero mentiría si no admitiera (aunque fuera en voz muy muy bajita) que, en realidad, se alegraba de que Paul hubiera confesado la verdad. Hasta ese momento, ella siempre había sentido que cargaba con un crimen que no había cometido, que no era suyo. Ahora estaba liberada de él. Lo que jamás habría imaginado, ni en un millón de años, era que Ginny Weasley hubiera muerto a manos de Draco. Le parecía increíble.

—No te mentí. Tú nunca preguntaste…

Sin bajar la varita, Ron se aproximó a ella con los ojos azules empapados en lágrimas brillantes.

—Eres una cínica. Siempre lo has sido y… querías engañarme. Pero ahora veo con claridad que eres una maldita serpiente venenosa más, como todos los de tu casa. Ni siquiera entiendo por qué quieres avisar a Dumbledore. ¿Es para que Voldemort lo ejecute a él también?

—No, Ron. ¡No! Yo quiero que esta guerra acabe, quiero que haya paz tanto como tú. No lo entiendes, yo no…

La voz de Ron fue más grave esta vez al hablar.

—No voy a hacerte daño porque valoro que, al menos, me hayas dejado averiguar la verdad. —Ron agitó la varita con furia—. Pero te juro que, si intentas detenerme, te lanzaré una maldición imperdonable y te dejaré aquí mismo.

Astoria no quería creer esas palabras. ¿Sería Ronald Weasley capaz de algo así? Tomó aire con dificultad. La princesa de hielo se moría de ganas por liberar a sus rodillas del peso de su cuerpo, caer sobre el suelo y cubrirse los ojos con las manos. Pero no lo hizo, no podía permitirse ese despliegue de emociones en ese momento.

—Ron…

—Lo único que te pido ahora mismo es que no avises a Malfoy, no quiero darle tiempo para que esa sabandija se escape. Si de verdad sientes todo esto, Astoria, no le digas a Malfoy que voy a matarlo.

Como respuesta a la ira incontrolada de Ron, Astoria permaneció parada en ese lugar mientras Ron salía corriendo en dirección a la Sala Común de los Gryffindor. Una vez él hubo desaparecido, Astoria tuvo que obligar a sus piernas a que se movieran y comenzó a correr en dirección a las mazmorras.

Si Ron iba a llamar a sus amigos, ella solo tenía una opción: convocar a los suyos.

Gracias por leerme. ¡Espero que estéis teniendo un verano fantástico!