NA: ¡Hola! Gracias por seguir ahí un capítulo más, aunque haya tardado en actualizar :')

Las votaciones quedaron así:

A) Decepción: (3 votos)

B) Enfado: (0 votos) [1 voto fuera de tiempo]

C) Alegría: (11 votos)

Espero que la la extensión del cap compense estos días que he estado ausente :)

Mil gracias de nuevo y como siempre, a todos los que estáis detrás de la pantalla *lanza besos a todos*

Cristy.


Capítulo 5: Rosa y azul.


Aquella noche volví a casa con la cuna, un par de cajas llenas de ropa y juguetes de bebé y un sentimiento de desconcierto rondándome la cabeza.

—¡Esto es estupendo! —exclamó Hermione, examinando la cuna más de cerca—. Tal vez necesite una mano de pintura, pero acabamos de ahorrarnos un buen dinero.

Yo asentí levemente mientras la observaba abrir una de las cajas y empezar a sacar su contenido. Su excitación se había hecho latente desde el primer instante en el que entré por la puerta, posándose toda su atención en lo que encontré en el trastero que pudiera sernos útil, por lo que agradecí enormemente no tener que dar explicaciones sobre mi cara desencajada debido a la misteriosa carta que había encontrado entre las cosas de mi madre y que ahora parecía arder en el bolsillo interior de mi chaqueta.

Me había sumido tanto en mis pensamientos y cavilaciones de repente que sólo fui consciente de que me había quedado mirando fijamente una de las esquinas de la habitación cuando sentí la fiera e interrogante mirada de Hermione clavándose en mí.
Alcé la vista y nuestros ojos se encontraron, confusos, en aquel tenso ambiente que acababa de formarse entre nosotros.
Era consciente de que ella averiguaría pronto, por la expresión de mi rostro, que algo no iba bien… así que sentí la urgencia de decir algo cuanto antes para evitar preguntas.

—Eso va a ser un problema —comenté, tratando de sonar indiferente, al comprobar que lo que tenía entre sus manos en aquel momento era un pequeño peto azul. Ella arqueó una ceja—. Va a ser niña.

Hermione puso los ojos en blanco mientras se mordía el labio y negaba con la cabeza.

—Bueno, eso lo averiguaremos mañana —zanjó.

. . .

A la mañana siguiente había quedado con Ginny para la prueba del vestido de dama de honor que ella, como no podía haber sido de otra manera, ya había elegido para mí. Sin embargo, mientras desayunábamos, Draco y yo habíamos discutido sobre si podía o no ir en metro hasta el centro de la ciudad.

—¡El metro! —exclamó, completamente incrédulo—. ¡Con la de empujones y codazos que se dan ahí!

—Pero me apetece caminar —protesté yo.

—Pues dile a Ginny que te lleve a pasear después, pero no vas a coger el metro —respondió mientras masticaba la tostada con mermelada—. Te llevo en coche y punto.

—Pero si luego tengo la cita en el ginecólogo —insistí.

—He dicho que no —espetó, poniéndose recto en la silla.

—Pero…

—No.

Yo me terminé el zumo de una sentada y dejé el vaso con demasiada fuerza sobre la mesa, me levanté haciendo chirriar la silla contra el suelo y planté las palmas de las manos a cada lado de mi plato. Él abrió mucho los ojos ante mi reacción, dejando de masticar al instante.

—Escúchame bien, Draco Malfoy —dije, sacando todo el carácter del que fui capaz—. Estás hablando con una embarazada a la que le duelen las piernas y que tiene los tobillos muy, muy hinchados —me encargué de enseñarle cuánto subiendo un pie a la silla—. ¿Lo ves? Eso no es un tobillo, es una bola de billar, y duele, Draco, duele mucho — yo alcé una mano cuando abrió la boca para decir algo, indicándole que aún no había terminado de hablar—. ¡Necesito andar, Draco! Y ten por seguro que lo voy a hacer.

Bajé el pie de la silla y me crucé de brazos esperando su respuesta. Él cerró la boca, tragó y volvió a abrirla para decir:

—Te acompaño.

El camino entre casa y la boca de metro ayudó para aliviar un poco mi dolor de piernas, pero lo que pasó a partir de entonces sólo sirvió para ponerme de los nervios.
Draco me había agarrado de la mano y me mantenía pegada lo máximo posible a las paredes del metro para evitar que sufriera empujones. Una vez que llegamos al andén, y a pesar de que estaba relativamente vacío debido a que, aparte de ser temprano, eran las vacaciones de verano, Draco insistió en que me sentara en uno de los bancos mientras esperaba los dos minutos que tardaba el tren en llegar.
Por suerte, ya que vivíamos en la periferia, en el vagón sólo íbamos un puñado de personas, pero cuando tuvimos que hacer trasbordo a medida que nos acercábamos a las líneas más concurridas de Londres, la cosa cambió.
Ya se iba notando que la ciudad había terminado de despertar y era innegable que el movimiento en el metro era evidente. Cientos de personas iban de un lado a otro, bajaban y subían escaleras, se chocaban entre ellas por ir hablando por el móvil o por un simple descuido… y Draco se volvió paranoico.
Extendió sus brazos y los puso alrededor mío disimuladamente, sin llegar a tocarme pero formando una especie de barrera entre los demás y yo. Suspiré mientras lo observaba mirar en ambas direcciones, como si esperara que algo malo fuera a suceder de un momento a otro.

—Deja de hacer eso —le pedí, consciente de las miradas indiscretas de todos los que pasaban a nuestro lado—. Nos está mirando todo el mundo.

Él bufó.

—No es que a mí me apetezca que la gente me vea haciendo esto —dijo, mirándose ambos brazos extendidos—. Tengo que parecer ridículo.

—Lo pareces…

—¡El metro no es un lugar seguro para una embarazada!

—Estoy de tres meses, Draco, todavía me veo los pies y puedo valerme por mí misma —rechisté.

—¿Estás segura? —preguntó, mirando con irritación a un par de jóvenes que se acercaban a nosotros dándose empujones y riéndose de algo.

—Totalmente.

Él pareció debatir internamente si bajar los brazos era una buena idea, pero transcurridos unos segundos al fin se relajó y tomó mi mano… aunque, una vez que nos subimos al tren, y tras echar un rápido vistazo y comprobar que no había ningún asiento libre, se acercó a un chico vestido con pantalones holgados y sudadera, que parecía sumido en una interesante conversación cibernética con alguien mientras escuchaba música con unos cascos más grandes que su cabeza, y le dijo:

—Eh.

El chico no levantó la cabeza de su teléfono móvil.

—¿Qué haces? —pregunté, confusa.

—Eh tú —insistió, ignorando mi pregunta y dándole una leve puntada en el zapato con el pie.

Éste frunció el ceño y, lentamente, lo miró con expresión interrogante.
Draco hizo un gesto hacia mí.

—Está embarazada.

—Draco, no hace falta… —dije, pero en ese preciso instante el tren empezó a moverse y yo di un traspié. Él me agarró por la cintura justo a tiempo mientras se sujetaba a la barra de metal sobre su cabeza.

El joven se quitó los cascos e hizo ademán de preguntar qué le estaba diciendo, pero Draco no le dejó decir una palabra.

—Está embarazada, imbécil, levanta de ahí.

El chico resopló por lo bajo pero se levantó de inmediato, y Draco se apartó para que pudiera sentarme.

El viaje desde entonces hasta la parada donde debía bajarme resultó tranquilo, y yo sabía que era porque él había conseguido mantener el control de la situación… aunque salir del tren, volver a recorrer los pasadizos subterráneos y salir a la calle fue algo más loco de lo que lo había sido antes.

—Todo esto no era necesario —le recriminé, echando a caminar hacia la tienda en cuestión.

—Si no te importa, yo voy a hacer unas cosas —dijo, ignorando lo que había dicho.

—Oh, ¿por qué no me acompañas hasta la puerta? Tal vez haya una baldosa suelta y me caiga en medio de la calle.

Draco se puso rígido, echó un vistazo al suelo, como tratando de encontrar dicha baldosa, y luego me miró con expresión asustada.

—¿Debería…?

—No, Draco, era una ironía —respondí—. Deberías relajarte. Ve a hacer lo que sea que tengas que hacer, pero no olvides recogerme a las doce.

Antes de que lo hubiera visto venir, rodeó mi cintura con su brazo y me atrajo a él, acariciando mi mejilla con una mano y dándome un profundo beso en los labios que me dejó sin aliento.

—Ahí estaré —susurró, desplazando sus dedos de mi sonrojada mejilla y enredándolos en mi pelo—, pero va a ser Arabella.

Yo intenté obviar el leve mareo que sus besos provocaban en mi ser y traté de concentrarme en lo que decía.

—¿Qué…?

—Va a ser Arabella —repitió—, la pequeña Arabella Malfoy Granger.

Cuando llegué a la tienda donde me había citado Ginny, me quedé mirando el escaparate un segundo. Había dos maniquíes luciendo unos preciosos vestidos de novia en el centro, uno ceñido y otro estilo princesa, así como otros cuatro maniquíes un poco más atrás vistiendo trajes de damas de honor de diferentes colores y diseños.

—¿Llevas mucho esperando? —preguntó una voz a mis espaldas.

—Oh, no, realmente acabo de… —mis palabras se quedaron atoradas en mi garganta cuando me giré y encontré a Ginny rodeada por cuatro chicas. Tres de ellas eran idénticas, con el mismo color de pelo que el de mi amiga, y la última era una preciosa chica india de pelo negro y tez oscura que me sonreía tímidamente—… llegar.

Ginny miró a sus acompañantes un momento y luego volvió los ojos hacia mí.

—No me digas que no te he dicho que venían mis primas y mi mejor amiga de Glasgow…

Yo rodé los ojos.

—Me enteré de que soy tu dama de honor de casualidad… así que tampoco me sorprendería llegar al evento y descubrir que has cambiado al novio por otro en el último momento.

Ginny se rió con ganas.

—¿Qué otra persona en su sano juicio aceptaría casarse conmigo y mi locura? —dijo entre risas.

—Zabini no sabe lo que le espera —respondieron las tres chicas idénticas a la vez, se miraron y empezaron a reírse también.

—Bueno, pues déjame que os presente. Éstas son mis primas mellizas, Christine, Catherine y Chloe, y ésta es mi mejor amiga de la infancia, Iris. Han volado hacia aquí porque ellas también van a ser mis perfectas damas de honor, y como tales no podía arriesgarme a que los vestidos no les quedaran bien cuando llegara el gran día. Así que vamos, ¡todas adentro! —ordenó, dirigiéndose a la puerta, abriéndola y aguantándola para que las cinco pudiéramos pasar.

. . .

Aquella noche la había pasado en vela pensando en lo que estaba a punto de hacer.
Después de acompañar a Hermione había vuelto a casa, había cogido las llaves del coche y había conducido hasta allí con una determinación tan fuerte que hizo un ruido atroz en mi cabeza al resquebrajarse de repente. Ahora me encontraba mirando por la ventanilla, con el motor del coche encendido, el lugar rodeado de abetos y altos árboles que tenía un cartel en la entrada que rezaba "Cementerio".

Parecía como si toda esa determinación se hubiera vuelto en mi contra en el segundo exacto en el que las ruedas del coche se pararon por completo. Había empezado a hacer demasiado calor de repente, a pesar de que fuera estaba completamente nublado. Un agudo dolor empezó a aparecer en mis sienes, sujetaba fuertemente el volante con manos sudorosas y de vez en cuando unos pequeños escalofríos recorrían mi columna vertebral y me hacían estremecer.

Tragué saliva.

Sabía que si no había apagado el motor todavía era porque en mi fuero interno no descartaba la idea de quitar el freno de mano, meter primera, acelerar y dejar atrás aquel horrible sitio… aunque por otra parte me moría de ganas de visitarla.

Me imaginé encontrando su tumba, leyendo con detenimiento su nombre completo grabado en la fría piedra e infundiéndome ánimos para alargar una mano y tocarla.

Sería lo más cerca que estaría de ella desde que salí de sus entrañas.

Sin darme tiempo a pensármelo dos veces, apagué el motor y salí fuera. El húmedo aire londinense resultó ser un alivio para mi cuerpo y mis sentidos. Respiré profundamente, llenándome los pulmones de todo el aire del que fui capaz, y empecé a caminar hacia allí.

—Buenos días —dijo el hombre sentado tras el escritorio cuando entré en la caseta de información situada en la entrada—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Quisiera visitar la tumba de mi madre —respondí.

El hombre asintió, haciendo un gesto con la mano hacia la salida.

—Claro, adelante.

—No sé el número del nicho —aclaré.

—Oh —dijo él, acercando la silla al escritorio y tecleando algo en el ordenador—. ¿Me dices el nombre de tu madre, por favor?

—Lily —hice una pausa para tomar aire, que parecía escapar de mis pulmones demasiado rápido—. Lily Evans.

Después de un momento en el que buscó su nombre en la base de datos, frunció el ceño y volvió a dirigirse a mí.

—¿Estás seguro de que tu madre se encuentra aquí? —preguntó.

—Bueno, aquí es donde yace mi padre —respondí.

—Pues debe haber algún error, porque la única Lily Evans que se encuentra aquí falleció en 1930.

—¿Puede mirarlo otra vez?

—Claro —movió el ratón sobre el escritorio y volvió a teclear. Luego, apretó los labios y negó levemente con la cabeza—. Nada.

—¿Y Lily Malfoy?

Observé al hombre presionar las teclas de nuevo. Estaba seguro de que Lucius y mi madre nunca se habían casado… aunque, claro, había tantas cosas que desconocía de ambos que tal vez me llevaba una sorpresa.

—No aparece nadie con ese nombre.

Bueno, sí, quizás había asumido demasiado rápido que ella se encontraría en el mismo sitio donde mi padre había querido ser enterrado… cuando había cientos de cementerios repartidos por todo Londres.

—Gracias —dije secamente, saliendo por la puerta y dirigiéndome al coche.

Una extraña sensación me hizo parar en seco en el umbral del recinto.
Tal vez debería…

Volví sobre mis pasos y empecé a andar por el camino que me llevaría a la tumba de mi padre. Ninguna persona merecía ser olvidada en aquel lugar, ni siquiera alguien como mi padre.

. . .

Nos habían hecho pasar a una sala exquisitamente decorada y repleta de comodísimos sillones y sofás de piel. La chica que nos había guiado hasta allí nos había pedido que nos sentáramos hasta que hubieran preparado todo.

—¿Y cuándo habéis llegado? —pregunté, empezando una conversación.

—Hace unas horas —respondió una de las mellizas, echándose el pelirrojísimo pelo hacia atrás en un elegante gesto.

—Sí, no sé hasta qué punto conoces a nuestra prima —empezó a decir otra—, pero impredecible es un rato.

—Exacto —dijo la tercera—, nos dijo que teníamos un vuelo a Londres ayer por la noche.

—Sí, conozco esa faceta suya… —comenté, dedicándole una mirada de comprensión a las chicas—. Aunque me imagino que vosotras la habréis padecido más que yo.

—Toda la vida —dijeron al unísono.

—Qué exageradas sois… —se quejó la novia, haciendo una mueca.

—Tienen razón —intervino Iris, sonriendo ampliamente—, te conozco desde que íbamos al colegio y siempre has sido igual.

—¿Igual cómo? —preguntó la aludida.

—Alocada —dijo una de sus primas.

—Impulsiva —siguió otra.

—Hiperactiva —comentó la última.

—Decidida —dijo la morena.

—Rebelde —terminé yo.

—Vaya, ¿yo soy todo eso?

Todas asentimos a la vez, y a ello le siguió una lluvia de risas.

—Bueno, no os pregunto a vosotras porque os ha tocado como familia y os tenéis que aguantar… —dije cuando las risas cesaron—. Pero dime, Iris, tú que tuviste la oportunidad de elegirla como amiga… ¿Cómo lo has hecho para llevar tantos años soportando sus locuras y seguir de una pieza?

Sus primas rieron, y Ginny se quitó el zapato y me lo tiró a la cara con fuerza. Yo logré esquivarlo satisfactoriamente.

—A esto me refiero —expliqué, muerta de risa, tomando el zapato y tendiéndoselo de nuevo—, sólo a ella se le ocurre hacer algo así en los sitios menos indicados.

—Con paciencia —respondió la chica, encogiéndose de hombros y volviendo a sonreír. No me había percatado de lo perfectamente alineados que estaban sus dientes, además de blancos. Su sonrisa contrastaba de una preciosa manera con su tez morena—, detrás de todas sus locuras e idas de olla yo siempre logré ver a una gran persona… creo que quien la conoce de verdad sabe lo puro de su corazón.

Ginny fingió sorber por la nariz y secarse unas lágrimas imaginarias antes de lanzarse contra ella y abrazarla muy fuerte.

Las demás observamos la escena con diversión. Estaba segura de que todas sabíamos que sus palabras sólo reflejaban la verdad. Sí, Ginny era un caso aparte, nunca antes en mi vida había conocido a una persona tan loca y temperamental. Ella era única, y siempre se encargaba de dejar las cosas patas arriba a su paso, justamente como lo haría un torbellino… pero, a pesar de todo aquello, no había dudado en ayudarme cuando más lo había necesitado, siempre había estado ahí para mí, siempre me había dedicado palabras de aliento y cariño en mis días más oscuros y, estaba completamente segura de que no habría logrado salir de ese pozo de soledad y depresión en el que me había visto sumida hacía muy poco si no hubiera sido por su incondicional apoyo y amistad. Así que sí, su increíble interior compensaba todo lo descabellado que pudiera llegar a hacer.

—¿Serían tan amables las damas de la señorita Weasley de seguirme, por favor? Ya está todo listo —dijo la chica de antes, que había aparecido de repente en la sala.

Cuando cerré la cortina del probador y me volví, quedé impactada con el vestido que colgaba de una percha dorada al final del mismo. Era de un color rojo intenso, con escote en forma de corazón y pedreado en la falda. Éste caía recto por la pared, hermosamente perfecto.

Exhalé de emoción. Parecía que ver aquel vestido había acabado de convencerme de que esto era real… Ginny se casaba, y yo sería una de sus damas.

Me acerqué y alargué una mano, casi con miedo de que al tocarlo se desvaneciera de lo precioso que era.
La tela era suave y, contra todo pronóstico, parecía cómodo.

Me desvestí rápidamente cuando escuché cómo se descorría la cortina de uno de los probadores a mi alrededor… ¿Cuánto tiempo me había quedado embobada?
Colgué mi ropa en otra de las perchas que había dispersas por el habitáculo y descolgué la elección de Ginny con sumo cuidado.
La oí halagar a sus primas fuera, y contener la respiración cuando Iris descorrió la tela y salió fuera.

Me metí el vestido por la cabeza y éste cayó por mi cuerpo con una perfecta suavidad. Empecé a subir la cremallera que había en el lateral, y éste empezó a ceñirse a mis curvas a medida que subía… aunque llegó un punto en el que no subía más, y pude comprender que se debía al pequeño bulto de mi vientre.

—¡Hermione, sal ya! —me urgió mi amiga—. ¡Eres la única que falta!

—Me queda pequeño —dije, tratando de subir la cremallera desesperadamente.

—¿Cómo que te queda pequeño? —oí descorrer la cortina y Ginny acudió en mi ayuda—. A ver, sube los brazos.

Yo obedecí y ella volvió a intentarlo por un minuto, hasta que suspiró y dijo:

—Encoge barriga, a ver si así…

—No va a funcionar —respondí, bajando los brazos en señal de rendición.

—¿A qué te refieres? —quiso saber, sin entender del todo lo que decía.

Yo sonreí, llevándome una mano al vientre.

—No había pensado decírtelo de esta manera… pero me refiero a que mi barriga no va a hacer más que crecer en los próximos meses.

Ginny abrió mucho los ojos cuando comprendió mis palabras, dio un par de pasos hacia atrás, se tapó la boca con las manos y unas gruesas lágrimas resbalaron por sus emocionados ojos.

. . .

—¿Qué tal la prueba? —pregunté cuando se montó en el coche.

—Mal —dijo ella mientras se ponía el cinturón—, no quepo en el vestido.

—Vaya.

—Pero van a arreglármelo. La boda es en dos semanas, por eso van a agrandarlo un poco más de la cuenta, para que me quede bien cuando llegue el día.

—Eso está bien.

A pesar de que había tratado de sonar todo lo normal que fui capaz, sentía sus ojos curiosos clavados en mí.

—¿Te pasa algo? —preguntó de repente.

Yo negué con la cabeza.

—He ido a visitar a Lucius —dije al fin.

Ella pareció ponerse rígida en el asiento un momento, pero luego pude apreciar por el rabillo del ojo cómo se relajaba y apoyaba su mano sobre la mía en la palanca de marchas.

—¿Y cómo ha ido?

Yo me mordí el labio mientras giraba al final de una calle. Realmente no me apetecía hablar de ello.

—Bien, supongo —ella hizo el amago de decir algo, pero no podía permitir que el drama se hiciera con el control de lo que quedaba de aquel día, así que me apresuré a interrumpirla—. Pero no hablemos de eso ahora, lo importante es que hoy te harás la primera ecografía.

Ella sonrió tiernamente y asintió.

—Tienes razón.

Una vez en la sala de espera tomamos asiento en las duras sillas de plástico a esperar nuestro turno. Hermione me puso una mano en la pierna que no dejaba de mover enérgicamente. Cuando me di cuenta de estar haciéndolo, paré en seco.

—Todo va a ir de maravilla —me susurró, sonriendo ampliamente.

Yo no pude hacer otra cosa que asentir, ya que me sentía la boca tan seca que estaba seguro de que no podría articular palabra por más que me lo propusiera. No sabía cómo ni por qué, pero de repente me había invadido un miedo irracional y estúpido a que el médico encontrara algún problema con el bebé.

Porque podía pasar, ¿no? Había escuchado que a veces las madres primerizas tenían abortos naturales y espontáneos, y la simple idea de que aquello sucediera hacía que me estremeciera desde la cabeza a los pies. Sí, podía pasar, aunque yo no lo concibiera. Yo ya sentía a ese bebé como algo mío, algo nuestro… ya era mi hijo, y no quería ni siquiera pensar en las probabilidades que había de que aquello pasara.

Sacudí la cabeza violentamente, decidido a no adelantar acontecimientos. Enlacé mis dedos con los de Hermione y le apreté fuertemente la mano. Sólo tenía que esperar un poco más…

—¿Señorita Granger? —preguntó una mujer mayor unos pocos minutos después.

Yo me puse en pie de un salto y Hermione se rió a mi lado. Seguimos a la mujer hasta una gran habitación equipada con una camilla, una gran máquina blanca y un escritorio a la izquierda, y ésta cerró la puerta cuando ambos estuvimos dentro.

—¿Granger, verdad? —dijo el médico, apuntando algo en el ordenador que había sobre el escritorio.

—Sí —dijimos los dos al mismo tiempo.

—Bien, tomad asiento por favor. ¿Sois padres primerizos? —preguntó el médico con una expresión un tanto divertida al ver nuestras expresiones.

—Sí —repitió ella.

—¿Asustados?

—No —mentí yo.

Él dejó escapar una sonrisa, como si supiera perfectamente que estaba muerto de miedo.

—¿Has sufrido alguna infección vaginal recientemente o has tenido alguna enfermedad relacionada con el órgano reproductor? —preguntó, refiriéndose a Hermione.

—No…

—¿Cuándo fue la primera falta?

—A primeros de junio.

—Vale… ¿Sabéis cómo funciona una ecografía?

Los dos nos miramos a la vez, sin saber muy bien qué decir.

—Es mi deber informar a todos los pacientes sobre las características del proceso antes de dar comienzo a la sesión. Bien, la ecografía es una técnica que utiliza ondas sonoras llamadas ultrasonidos con el fin de obtener imágenes del bebé dentro del útero.

—¿Pero es peligroso? —pregunté.

—Como ya he dicho, se utilizan ondas sonoras, que no radiaciones, por lo que es una técnica del todo segura tanto para el bebé como para la madre —ambos asentimos—. ¿Tenéis alguna otra duda? ¿No? Bien, entonces firmad este papel como que os he informado y habéis entendido en qué consiste la ecografía —dijo, tendiéndonos una hoja y un boli a cada uno.

Transcurrieron unos minutos en los que el doctor guardó aquellos papeles en un cajón y siguió tecleando en el ordenador antes de levantarse de detrás del escritorio y dirigirse a donde se encontraba la gran máquina.
Los dos lo seguimos.

—Sube a la camilla, por favor —ella obedeció y se tumbó sobre la misma. Él se puso unos guantes de látex y le subió la camisa para dejar al descubierto su vientre—. Bien, vamos a empezar. Voy a colocar un poco de gel conductor en la sonda —comentó, cogiendo un pequeño aparato aplanado conectado a la máquina por un cable—. Es posible que esté un poco frío.

Hermione se estremeció un poco cuando apoyó el objeto sobre ella y mis ojos volaron hacia la pantalla, en la que había aparecido una imagen un tanto borrosa y confusa. A medida que lo movía sobre su vientre lo que se reflejaba en la pantalla también lo hacía.

—¿Está todo bien? —pregunté, ansioso, al ver que el médico no decía ni una palabra.

—¿Qué? Ah, sí —respondió—. Estaba intentando pronosticar de cuántas semanas está acorde al tamaño del feto… yo diría que de unas quince o dieciséis, es decir, unos tres meses o quizás un poco más...

—Según mis cálculos era algo menos —comentó Hermione, frunciendo el ceño. Por la expresión de su rostro estaba seguro de que había empezado a hacer cuentas mentales en aquel momento.

—Bueno, pues o es que el niño va a ser grande o es que tus cálculos están equivocados —se rió, moviendo de nuevo el objeto hacia otro lado—. Yo diría que sales de cuentas en febrero, pero eso ya se irá viendo a medida que pase un poco de tiempo, todavía es pronto para dar una fecha exacta.

Hermione suspiró, y mis ojos se posaron inmediatamente en ella. Había optado por dejar de hacer cuentas, relajarse y mirar la pequeña pantalla de la máquina.

—Así que eso que estoy viendo es mi hijo… —susurró, más para ella que para nosotros.

—Así es —concedió el médico—, ¿ves esa curvatura de la derecha? Esa es la cabeza… Aquí podemos apreciar cómo se están formando las manos… de momento todo parece correcto.

—¿Podría decirnos si es niño o niña? —pregunté, ansioso.

—Podría… en la mayoría de los casos tarda un poco más en notarse, pero creo que si miramos un poco más por aquí… —dijo, volviendo a mover el aparato. Miró unos segundos la pantalla y luego se volvió hacia nosotros—. Se está formando muy rápido, se aprecia con una claridad evidente que es…

—¡No lo diga! —exclamó Hermione de repente, dejándonos a los dos bastante sorprendidos. Ella se pasó una mano por el pelo y se mordió levemente el labio—. He tenido una idea para descubrirlo. ¿Podría escribir el sexo del bebé en un papel y meterlo en un sobre?

—Oh, ya veo… claro.

Yo enfoqué los ojos en la pantalla, deseoso de confirmar lo que ya sabía de una vez por todas, pero no logré distinguir nada. Absolutamente nada.


—¿Qué piensas hacer con eso? —pregunté, un tanto disgustado por tener que esperar más tiempo del previsto.

—¿Recuerdas la pastelería donde compraste los cruasanes caseros hace unos días?

Yo asentí con la cabeza.

—Llévame hasta allí.

—¿Es que quieres abrir el sobre comiendo dulces? —inquirí de mala manera.

—No te pongas borde —espetó ella, haciendo una mueca.

—¡Es que quiero saberlo ya!

—Limítate a llevarme.

—Como quieras.

Conduje de morros hasta llegar al sitio y aparcar cerca. Ella me siguió hasta que distinguió el establecimiento a unos pasos, entonces se adelantó y entró primero.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudaros? —preguntó un chico joven al otro lado del mostrador.

—Buenos días… Javier —dijo, leyendo la pequeña placa en el pecho del chaval—. Verás, acabo de tener mi primera ecografía, y como buena embarazada llevo unos días con un horrible antojo de tarta de chocolate…

El chico asintió una vez mientras observaba cómo Hermione desplazaba el sobre cerrado por el mostrador hasta él.

—Eh, esto…

—No te asustes —dijo ella, riendo al ver la expresión de su cara—, dentro no hay ningún soborno… lo que encontrarás será el sexo de mi bebé.

Javier extendió un brazo y cogió el sobre entre los dedos.

—Me preguntaba si… bueno, si se puede hacer una tarta con relleno de color…

Yo descrucé los brazos al entender por dónde iba, sorprendido.

—Sí, sí que se puede hacer —respondió el dependiente—. Entre el bizcocho podría meterse crema con colorante.

—Vale, pues te encargo una tarta de chocolate con relleno de color rosa si el sexo es niña, y si es niño de color azul.

—¿De qué tamaño la quiere?

—Normal tirando a grande, y si puede ser de dos pisos mejor… tengo la sensación de que este antojo no va a ser pasajero.

—¿Alguna inscripción en la superficie?

—Pues… no había pensado en eso —respondió ella.

—Pon un signo de interrogación bien grande —apunté yo.

—De acuerdo, ¿para cuándo la necesitarían?

—Para lo antes posible —dije—. Yo sí que estoy dispuesto a sobornarte para que nos cueles de los pedidos que van antes que el nuestro.

Javier se guardó el sobre en el bolsillo de los pantalones y sonrió divertido.

—Eso no será necesario, precisamente hoy está la cosa tranquila… me voy a poner enseguida con ello para que puedan venir a recogerla sobre las cinco, ¿está bien?

Yo quise protestar, pero Hermione me dio un codazo en las costillas y habló primero.

—Está perfecto, muchas gracias Javier. A las cinco estaremos aquí.

Una vez que salimos fuera, Hermione, sin decir una palabra, me miró con cara de autosuficiencia.

—Eso ha sido…

—Brillante, ya lo sé —me interrumpió—. Quiero hacer de esto algo especial, y si hay que esperar un poco más para hacerlo bonito lo haré.

Yo agarré su muñeca y tiré de ella levemente hacia mí.

—Esto ya es especial —repliqué, acariciando su vientre—, tú sólo estás haciendo que sea perfecto.

Comimos en un restaurante de la zona y luego paseamos un rato por un parque.

—Siento no haber podido terminarme el plato —dijo ella.

—Estás embarazada, es normal.

—Pero ya sabes que odio tirar así el dinero.

—No pasa nada, mira la parte positiva.

—¿Pedir un plato de pasta y dejarlo entero tiene parte positiva?

—Sí, al menos no vomitaste delante de todo el mundo.

—Eh, es cierto —concedió—, contener las arcadas no es algo fácil.

—¿Qué te parece si nos sentamos un rato? —pregunté—. Así hacemos tiempo hasta que sea la hora de recoger la tarta.

Ella asintió y ambos encontramos un banco vacío a unos pocos pasos de donde nos encontrábamos. Sin darnos cuenta, habían pasado unos pocos minutos en los que nos habíamos quedado mirando a los niños de una zona de juegos cercana.

—¿Estás preparado para lo que se nos viene encima? —dijo ella con un hilo de voz casi inaudible.

No pude evitar imaginarme a mí mismo cambiando pañales torpemente, intentando dar biberones y poniéndolo todo perdido, levantándome por las noches aun sin haber dormido en un par de días…
Tragué saliva.

—¿Cómo se aprende a ser padre? —le pregunté.

—Supongo que sale solo…

Observé cómo un padre corría detrás de su hijo, que parecía tener la intención de darse a la fuga de allí.

—No me veo haciendo eso —confesé.

—Volver a casa y decirme que has perdido al bebé no es algo que quieras hacer, créeme.

Los dos nos reímos mientras caminábamos de vuelta a la calle.
Recogimos el pedido, pagamos y le dimos una propina al chico. Luego, nos montamos en el coche.

—Estoy deseando llegar a casa —dijo ella, poniéndose la caja en el regazo mientras se ponía el cinturón.

Yo la observé un momento, viniéndose a mi cabeza una idea que no creí que fuera a tener nunca… ¿Debería, tal vez…?

—¿Qué pasa? —preguntó, extrañada.

Apreté los labios y suspiré, esperando no arrepentirme de lo que estaba a punto de decir.

—¿Quieres que merendemos con tus padres? Así ellos también podrán participar del momento.

Ella dejó escapar una expresión de sorpresa antes de dar un par de botes sobre el asiento y juntar las manos con emoción.

—¿Harías eso por mí? —preguntó, visiblemente excitada.

—Haría cualquier cosa por ti —respondí, metiendo la llave en el contacto y encendiendo el motor.

Cuando Susan abrió la puerta y vio que quien llamaba era su hija, sonrió cariñosamente mientras la estrechaba entre sus brazos.

—¿Qué tal la ecografía, cariño?

—¿Es la niña? —se escuchó la voz de Patrick al otro lado de la puerta.

—Está todo bien —anunció Hermione.

—¡Hola cielito! —exclamó su padre, abrazándola y meciéndola de un lado a otro.

Ella se rió y le dio un beso en la mejilla.

—Venimos a merendar con vosotros.

Susan me dedicó una mirada distante y fría antes de percatarse de la caja que sostenía con las manos.

—Dentro hay un pastel de chocolate relleno de crema rosa o azul, dependiendo del sexo del bebé, hemos querido compartir este momento con vosotros.

—Oh, Hermione… —dijo su madre—. ¡Qué gesto más bonito! Llevamos todo el día discutiendo si será niño o niña.

—Para mí que el relleno va a ser azul —comentó Patrick.

—Será niña, ya te lo he dicho —se quejó su esposa.

«Algo en lo que estamos de acuerdo», pensé.

—Bueno, podemos descubrirlo en breve —intervino Hermione, pasando dentro y dirigiéndose a la cocina—, ¿qué queréis beber? Draco, deja el pastel sobre la mesa del salón.

Unos minutos más tarde, Hermione apareció por la puerta cargada con una bandeja en la que transportaba una tetera hirviendo y cuatro tazas de porcelana, además de platos, cucharillas y un cuchillo bastante grande.

Yo movía impacientemente la pierna mientras servían el té y repartían los platos. ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar?

Después de que todos tuviéramos nuestra taza, Hermione cogió el cuchillo y se mordió el labio. Destapó la caja y dejó al descubierto una gran tarta de chocolate con un signo de interrogación blanco en el centro.

—¿Estáis preparados?

Todos la instamos a que cortara un primer trozo de una vez.

—Ya voy, ya voy…

Hermione clavó el cuchillo en el centro y lo desplazó hasta abajo. Cuando lo sacó, intenté descubrir un atisbo de color, pero el chocolate se había encargado de cubrirlo entero. Ella repitió la operación y puso el cuchillo bajo la porción que acababa de cortar, sacándola poco a poco.

—¡Sí! —escuché gritar a Patrick.

Crema de un indiscutible color azul separaba el bizcocho del interior en dos. Parpadeé un par de veces y volví a mirarlo. Sí, era azul…

Era niño.

Cuando desvié los ojos hacia ella me topé con una mirada un tanto asustada por su parte, que sostenía el trozo en alto mientras su padre chinchaba a su madre y ésta le pegaba un par de manotazos en el brazo.

¿De qué tenía miedo? ¿Había empezado a encontrarse mal?

En sus ojos empezó a aparecer un atisbo de nerviosismo y… ¿se estaban empañando? ¿Por qué lloraba?

Quise preguntarle qué le pasaba, pero me di cuenta antes de abrir la boca.
Pensaba que estaba disgustado. ¿Tal vez esperaba que me enfadara? ¿De verdad pensaba que lo haría? ¿Creía que no iba a querer a ese bebé porque había tenido una intuición que resultó errónea?

No podía negar que me había sentido un tanto… ¿decepcionado? No sabía si esa era la palabra exacta. De verdad había pensado que el relleno sería rosa, y que en febrero sostendría entre mis brazos a una pequeña niña a la que llamaría Arabella. ¿Era eso decepción, podía serlo?

No, desde luego que no. Desilusión tal vez. No iba a ser una mini Hermione, con sus costumbres y sus manías, pero con su misma belleza y virtudes, sino un mini yo.

Quizás había esperado con tanta fuerza que fuera como ella porque no quería que se pareciera a mí, y por tanto, a mi padre… pero acababa de darme cuenta de que estaba en mi mano conseguir que esa cadena se rompiera.

Era azul y, contra todo pronóstico, me sentí bien.
Tal vez pudiera enmendar los errores de mi padre con mi hijo, quizás haría que él fuera mucho, muchísimo mejor que los dos juntos…

Le dediqué una de mis mejores sonrisas a Hermione, que me la devolvió poco a poco.

—¿Estás llorando, Herms? —dijo su padre.

Ella dejó el trozo sobre un plato y me lo tendió, secándose las lágrimas con el dorso de la mano.

—Me he emocionado un poco —respondió.

Sus padres la abrazaron de nuevo y le dieron la enhorabuena infinidad de veces.

—Muchas gracias por compartir este momento con nosotros —le dijo Susan en un susurro que fui capaz de escuchar.

—En realidad ha sido idea de Draco —respondió su hija, orgullosa—. Ha sido él quien ha querido haceros partícipes de este día.

Patrick se acercó a mí y dijo:

—Levanta, chaval, dame un abrazo.

Me levanté de la silla torpemente y dejé que me estrechara entre sus brazos mientras me daba un par de palmadas en la espalda.

Luego, Susan, con los ojos húmedos también, dio un par de pasos hacia mí y miró al suelo unos segundos, como tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Yo…

—Está bien —dije.

Sin haber visto venir sus intenciones, Susan salvó la distancia entre nosotros y rodeó mi cuerpo entre sus brazos.

—Gracias, Draco, esto era importante para mí.

Yo traté de devolverle el abrazo, pero resultó ser algo embarazoso.

La familia Llorona-Granger se secó las lágrimas y volvimos a sentarnos a la mesa, disfrutando de un delicioso té inglés y una tarta de chocolate un tanto empalagosa.

Al menos ahorraríamos dinero en la ropa del bebé.


¡En el próximo capítulo nos vamos todos de boda! Quiero que votéis sobre cómo será el reencuentro entre Draco y Theodore (porque soy mala :3)

¿Cómo reacciona Draco cuando Hermione, más temblorosa que un flan, los presenta, y él se da cuenta de quién es?

A) Lo miró de arriba abajo con una mueca de disgusto en el rostro.

B) Contra todo pronóstico, carraspeó un poco y le tendió la mano.

Vale, pues tenéis hasta el domingo día 14 hasta las 23:00 hora española.

¡Nos leemos pronto!

Cristy.