X

Dime, ¿cómo has sobrevivido todo este tiempo sin un trabajo? ¿Podrías decirme cómo te sientes? ¿Qué piensas hacer ahora?...

Hoy investigaron las diversas maneras de plantear una pregunta en una entrevista… si quería ser un miembro importante de la prensa debía saber escuchar y resumir. Extraer sólo lo necesario y plasmarlo en el papel… pero con Saitama no podía. No podía simplemente "sintetizar en pocas palabras" lo misterioso que se le hacía, ni tampoco la fuerza que veía en él. Imposible. En esa habitación pequeña se encontraba sentado, sin saber qué decirle a Saitama, que se encontraba en el suelo oculto entre las bolas de papel.

Decidió imitarlo. Se dejó caer también y abrió una de las bolas de papel; muchas garabateadas por donde se viera, otras eran pedazos de la zona de anuncios del diario (también llena de escrituras que apenas parecían letras) y oh, la lista de las compras. Con cada palabra y suma, cálculo y división tan pulcramente dibujadas que podrías afirmar ciegamente que él no la escribió.

—Bastante interesante tu forma de escribir —levantó ambos trozos de papel a modo de comparación.

—Te sorprendería saber lo importante que son para mí los descuentos del súper.

—Revisemos tu historial… —respondió el rubio con una mínima sonrisa, tomando un par de hojas de la mesa, no sin antes pedir autorización con la mirada—. Trabajaste en siete corredoras de seguros… y en todas ellas duraste menos de un mes… quizá hayas roto un par de récords.

—Las oficinas no son lo mío.

—Así como tampoco las pizzerías, los centros comerciales y la oficina de correos, ¿cierto?

—Sip —contestó con su brevedad característica—. No hablemos de mis fracasos en la vida ahora… cuéntame algo tuyo. La verdad es que no sé nada de ti además de que eres mi vecino, tienes las orejas horadadas (siendo un chico no se ven nada mal), cabello rubio y un brillante futuro como escritor de bet-sellers.

—¿Qué quieres que te diga? Mi vida no es tan interesante. Tengo a mis padres y mis hermanas en casa. Vivo aquí porque me gusta, o porque estoy loco… o ambas; es todo. Cuando me mudé mis expectativas eran muchas…

—¿Y qué tal van ahora que casi mueres un par de veces? —Saitama colocó ambos pies en la pared.

—No han dejado de crecer —terminó su narrativa, dejando a un lado el delgado fajo de hojas.

—Chico raro. Prefieres quedarte aquí, pudiendo salir a… no lo sé… ¿qué lugares frecuentan los jóvenes? —ambos tendidos en el suelo de madera mantenían una amena conversación sobre cosas sin sentido, pero que eran simplemente divertidas. Ambos con la mirada fija en el techo, y a veces en las cortinas celestes que danzaban al compás del aire. Kaito entonces se dio cuenta de que estaban riéndose, y se sintió mejor.

Por cortos tiempos volteaba a mirar al mayor. Sus ojos marrones claros eran llamativos, por la peculiar capacidad de no expresar emoción alguna cuando quería. Sin querer se detuvo en la cabeza calva… y quiso preguntar muchas cosas… de preferencia no tocaría ese tema por ahora.

Saitama estiró ambos brazos y Kaito siguió con los ojos el movimiento de sus manos, empuñándose y estirando los largos dedos. Lucían como un par de manos humanas cualquiera… todo él se veía tan normal…

—Tienes la mala costumbre de fruncir el ceño siempre. Si sigues así te saldrán arrugas muy pronto.

—Lo hago inconscientemente —¿se habrá dado cuenta de que lo estaba mirando? Rayos, no quería que creyera que era un enfermo ni nada parecido—. Y… si consiguieras un empleo fijo… ¿dejarías de ser héroe? —pensó en anotar cualquier respuesta que le diera.

—Claro que no. Ponerme la capa y golpear monstruos es algo que hago porque me gusta. Es como cualquier hobby, dibujar, practicar deporte… incluso escribir.

—Interesante respuesta.

Volvieron al silencio de antes hasta que Kaito se levantó de golpe, haciendo volar las bolas de papel a su alrededor.

—No he comido nada desde que llegué —murmuró con las manos en su estómago.

Saitama le arrojó uno de los caramelos que hace rato el jovencito le había obsequiado. Tenía buenos reflejos y lo atrapó rápidamente.

—Es tuyo. No puedes dármelo.

—Es mío. Yo decido qué hacer con él.

Qué astuto. Se introdujo el dulce a la boca y se levantó. El calvo tendido aún en el piso, lo seguía con los ojos, sentándose frente a la puerta y colocándose los zapatos.

—¿A dónde vas?

—Se me antoja algo de Udon. ¿Quieres venir? —no era para nada un convenido. Pero tampoco podía negarse.

Así que ambos abandonaron el edificio. El joven siempre apresurado a pasos largos, y Saitama detrás de él, tomándose su tiempo para disfrutar la caminata.

Se encendieron largas hileras de farolas a lo largo de la calle comercial, lugar con mucha concurrencia, el cielo se tornó rosáceo y las estrellas aún tímidas apenas se dejaban ver. Comenzaba a oscurecer y a ellos les daba igual, les aseguro que ni les importaba.

El restaurante al que llegaron tenía un aspecto acogedor, pidieron dos platos de sopa y enseguida los prepararon.

—Me alegra que te sientas mejor. Cuando te abrumas con los problemas es bueno dar largos paseos.

—Así que… ¿me llevaste a comer conscientemente? Qué lindo de tu parte.

¡Cielos! Hasta ese momento no se le había ocurrido que Saitama podía malinterpretarlo con tanta facilidad. ¿En qué pensabas, imbécil?

Carraspeó un poco y contestó con harta determinación:

—En efecto… —aquellas palabras sonaron tan dignas de la realeza—. Es algo que cualquiera haría por un amigo.

Finalizó con una sonrisa inocentona.

Terminada su pequeña discusión, tomó un largo sorbo de su caldo (que le supo a victoria) y pagó por ambos. Saliendo del lugar oyeron a un grupo pequeño de personas acumularse en la puerta del bar de enfrente.

—¿Son huelguistas?

—No lo creo… no llevan pancartas, más bien esperan a alguien —su instinto de periodista le gritó que fuera directamente a averiguarlo.

Ambos se hicieron paso entre la multitud, sin poder ver algo de interés, al menos para el calvo. Kaito insistió en que esperara afuera.

En frente de todos y con grabadora en mano estaba su compañero de clases, Akira Sato. Chico bastante popular por su capacidad innata de liderazgo. Es más, era director de la revista semanal de la facultad. Digamos que era alguien de admirar. Algo contradictorio por su apariencia menuda y bajita.

—¿Conoces al chico de allá? Se ve enojado.

—Tenemos cuatro clases juntos.

—Eso explica todo.

Podría ser alguien importante aquella persona.

Al fin las puertas se abrieron, y para su sorpresa, dos héroes rango A bastante sonrientes salieron. El lugar se iluminó de flashes y alboroto. Detrás de ellos, un hombre gordo, con traje y corbata, no hizo esperar más a la muchedumbre y con paciencia exagerada contestó sus preguntas.

"¡Por aquí, por aquí!", "Señor secretario, ¿qué le pareció la comida?", "¿Es verdad que ordenaron Langosta ahumada?", "¿Le gustan los crustáceos?", "¿Cuándo será la fiesta de su ahijada?.

¿Y se hacen llamar reporteros reconocidos? Una de las razones por las cuales deseaba estudiar periodismo era esa. ¡Por amor a Dios! La televisión estaba llena de zopencos que soltaban pura estupidez al abrir la boca. Y al insensato que dijera más disparates lo premiaban con un programa de horario casi completo. Él iba a cambiar eso. Tenía qué.

Pensó en marcharse ya, cuando oyó la voz de Akira resonar entre todas las otras voces.

—¡Señor secretario de la asociación! ¡¿Hasta cuándo piensa sacar provecho de nosotros en nuestras narices?! —el castaño habló firme.

Nadie en absoluto le prestó atención. Pero él prosiguió con su mensaje:

—¡La Asociación Heroica fue creada para trabajar de la mano con las fuerzas del orden con un bien en común: Proteger a los ciudadanos! Ellos sólo quieren ver a sus héroes en acción, confían ciegamente en ustedes. Incluso si el desastre haya cobrado miles de vidas, todo el crédito y vanagloriado se lo dan. ¡Aunque rara vez ayuden con verdadera intención!

El hombre gordo prosiguió a saludar a otro grupo de personas, ignorándolo nuevamente.

—Es el secretario de la asociación. Ese tipo nunca me agradó —al rubio le pareció conveniente grabar la escenita.

—Oh, cierto, he oído de la Asociación de Héroes… ese chico de allá se está metiendo en la boca del lobo. Si intentara difamarlos o algo parecido, el único afectado sería él mismo —entre el denso gentío, ellos dos eran simples espectadores.

—¡¿Para esto exigen la paga extra en los impuestos?! Muchos de sus "héroes rango A" son empresarios millonarios, figuras públicas y hasta cantantes. Mi pregunta es la siguiente: ¡¿No les da vergüenza vivir dependiendo del dinero de las personas como sanguijuelas?! —Kaito se golpeó la frente con ambas manos. ¿No pudo ser más cuidadoso con lo que decía?

De repente todo se sumió en un silencio espantoso, como si en la cabeza de todos retumbara el eco de la palabra "sanguijuela".

La sonrisota casi ofensiva del viejo desapareció, todo rastro de amabilidad en su gorda cara se fue al diablo.

—Dime, muchacho, ¿estás en vivo para alguna importante cadena televisiva? ¿Tienes una columna política en el diario? ¿Eres siquiera un periodista de verdad? NO. Entonces no tengo por qué siquiera darte mi tiempo.

Lejos de intimidarse, el pequeño castaño dio dos pasos al frente. Apuntándole con la pequeña grabadora.

—Akira Sato, estudiante universitario de ciudad J. Espero su respuesta.

—Me estás amenazando, niñato. Que todo el mundo lo sepa —el viejo atrapó la muñeca de Akira. Estaba usando la típica estrategia de hacerse la víctima, signo clarísimo de desesperación.

—Esto no acabará bien —Kaito rodeó a la multitud esperando encontrar una forma mejor de entrar, y Saitama lo siguió.

—Oye, Kai, no te apresures. ¿A dónde vas?

—A evitar que le den una paliza al director del diario del instituto… si no vuelvo en menos de cinco minutos, asume que me secuestraron los de la mafia rusa.

—No es buen momento para bromear.

—Tú me cuidas la espalda, es como funciona, ¿de acuerdo?

Al mayor no le quedó de otra.

—Contésteme y me iré, simple —por otro lado, la discusión entre el castaño y el viejo gordo se intensificaba. Y los curiosos que nunca faltan, también.

Aprovechando la conmoción, ambos héroes, que hasta ese momento no hacían más que sonreír, se aproximaron hacia Akira de una forma… no tan amistosa.

—¿Qué dices, niño? Si tienes algún problema puedes visitar el departamento de quejas, con gusto escucharán todos tus problemas.

He aquí un problema muy común para las personas de baja estatura. Siempre habrá un abusón grandote que intente denigrarte. En este caso, mientras el hombre gordo atraía la atención de la prensa, esos dos que lo acompañaban, lo arrastraron disimulando una urgencia a la que tenían que acudir.

—Suficiente —hizo eco una voz externa. Los supuestos héroes rango A entraron en pánico cuando se vieron descubiertos.

Por sobre el hombro de uno, yacía el fuerte agarre del rubio, que había visto y grabado todo.

—¡¿I-ishikawa?! —el castaño se puso de pie rápidamente y los dos sujetos huyeron.

—Así es. Necesito que vengas conmigo —apartando a las personas en su camino, llegó a posicionarse frente a frente con el viejo, quien ya se preparaba para marcharse.

"Acabemos con esto".

—¿Uh? ¿Otro estudiante? Date la vuelta y vete por donde viniste, mocoso.

—Escúchame tú pedazo de… —corrigió su vocabulario—. Escúcheme usted, señor secretario de la Asociación Heroica. Por si no lo sabía, el muchacho al cual agredió hace unos momentos es también un ciudadano. Y tengo entendido que su principal labor es velar por el bienestar de todos nosotros. ¿No cree que se está contradiciendo un poquito?

—¿Quién te crees que eres para hablarme así? ¡¿De dónde has salido?!

—Eso no es importante ahora, lo que nos interesa es que capturé todo en video, y si no le ofrece una disculpa a mi compañero en este momento… —terminó su oración con una amplia sonrisa—. Lo haré público.

La prensa alrededor se hizo a un lado, todos esperando respuesta por parte de la autoridad.

—Y-yo… me disculpo… ahora por favor, elimina ese video… te agradecería mucho si… —fue interrumpido.

—¡Vaya! Que cambio tan drástico, hace instantes me llamaste "mocoso".

—¡Por favor, perdóname! —la situación del hombre le hizo sentir cierta compasión, pero no. Recordó luego la buena vida que se daba con el dinero de muchos y… ¿por qué no?

—Yo… lo haría, creame. Si no fuera porque acabo de subirlo —dio el tiro de gracia de una forma espléndida—Disfrute su destitución del cargo, señor — Guardó su teléfono y se dirigió al público— ¿QUÉ ESTÁN MIRANDO TODOS? ¡LLEVEN A ESTE SUJETO A PRISIÓN O LO QUE SÉA!

"El chico tiene razón" "¡Que no escape!" — gritaron todos, armando alboroto otra vez.

Aprovechando la distracción, se marchó lo más rápido que pudo del mar de personas. Regresó a ver a Akira, quien sonreía limpiándose las gafas doradas a unos metros más lejos.

—Ishikawa, déjame preguntarte… ¡¿Qué fue todo eso?! ¡Llevo siguiendo a esa rata por más de seis semanas, y tú lograste quitarle la máscara en menos de quince minutos!

Sinceramente, ni él sabía.

Kaito quiso preguntar muchas otras cosas, pero el castaño fue más rápido.

—Ahora me debo ir, pero en verdad te debo una. Sería bueno que mañana te des una vuelta por el estudio de la facultad. Necesitamos gente fuerte como tú para nuestra revista…

—¿Qué? — ¡Wow! ¿Reconocimientos tan pronto?

—¿Cuento contigo? —No sabía que contestar… ¿Y dónde se había metido Saitama?

—¡Claro que sí! —Recibió por detrás una palmada. Era el mayor, quien se había perdido un poco —. ¿Qué esperas? Di que sí.

—Eh, ¡sí, sí! —¡Wow otra vez!

El muchacho castaño no tardó más y se marchó.

—No entiendo qué fue lo que hiciste allá. Pero fue increíble — una vez calmado todo, regresaban al edificio. Ya había oscurecido el cielo, pero aún el clima estaba caliente.

—Fue algo como instintivo.

—¿instinto? Es parecido a lo que sentía cuando me enfrentaba a los monstruos… antes. No piensas si ganarás o perderás, solo en lo que está pasando.

—¿Y ahora no es igual?

—Poco a poco he ido perdiendo la capacidad de disfrutar una batalla. Todo lo que necesito para acabar es un golpe.

Cuando Saitama hablaba, él callaba. Podría oírlo por mucho tiempo, sin aburrirse ni desviar la mirada. Es que eran muy pocas veces en que el calvo le contaba cosas de su pasado. Él debía saber aprovechar oportunidades como esas.

—Eres fuerte a tu manera. Prométeme que irás mañana, no todos los días puedes obtener un puesto en un diario— Saitama se detuvo, con la mirada puesta en cualquier otra cosa, menos en él.

—...De acuerdo— Sellaron su trato con un apretón de manos— Y tú prométeme que encontrarás un empleo y te esforzarás en él.

el calvo echó la cabeza hacia atrás, y kaito atrajo su mano con un leve sacudón. estaba frunciendo el ceño otra vez.

— ... Está bien.