Profundo

Sarah salpicaba en aquellas aguas negras. La máquina siguió conduciendo su camino, ignorando lo sucedido, la joven observó alejarse esa monstruosidad y miró a sus espaldas descubriendo a su salvador.

—¡Hoggle! —exclamó atónita. Se alzó del suelo y se acercó al viejo gnomo, quien suspiraba agotado ante la situación que acababan de pasar—. ¡Hoggle! —Insistió Sarah al tomarlo del brazo—. ¡Dios mío, eres tú!

El gnomo tosió, dejando salir cierta cantidad de esa horrible agua y miró asombrado a la joven Sarah.

—¡Mi lady! —clamó, llevando sus manos sobre las de ella—. ¡Me alegra encontrarla, Lady Sarah!

—¡Hoggle...! —Colocó una de sus manos sobre su rostro y trató de controlar sus lágrimas—. Aun vives.

—Si... aun.

—¿Cómo es que...?

—He sido un cobarde, lady Sarah. He sido un cobarde.

—¿Qué?

En ese momento, Sarah percibió unos extraños quejidos. Ambos enfocaron sus miradas hacia dónde provenía el sonido y descubrieron los cuerpos empapados de Ludo, Sir Didymus y Ambrousyus. Los dos se alzaron y corrieron para asistirlos. Sarah se acercó a su enorme amigo Ludo, quien parecía adolorido por todo, y Hoggle sostuvo en sus agotados brazos a Sir Didymus.

—¡¿Están bien?! —exclamó nerviosa Sarah.

Ludo entre abrió sus ojos, la silueta de una mujer con larga cabellera negra apareció, pero no pudo responderle. Sir Didymus tomó la camisa de Hoggle.

—Que... —tosió, un montón de agua negra salió— ¿Qué ha pasado? —logró cuestionar.

—Calma amigo —susurró el gnomo.

—¿Ambrousyus? —preguntó desesperado.

El leal perro yacía a lado de ellos, sin presenciar movimiento alguno. Hoggle sintió el pánico invadirle, no se atrevía a responder por aquella interrogante y simplemente negó con lentitud. Sir Didymus giró levemente su cabeza y miró a su leal acompañante junto a él, sin mover ni un musculo. Alzó su débil mano y sus yemas lograron tocar el húmedo pelaje.

—¿Ambrousyus? —insistió—. Amigo...

Hoggle y Sarah se miraron con incertidumbre, temerosos de que esta agua negra hubiese hecho lo impensable, sin embargo, ante su sentir, Ambrousyus movió con ligereza sus patas y Sir Didymus arqueó levemente la comisura de sus labios.

La detective Carmichael analizaba las fotos y el reporte del incidente del caso de Sarah en la costa. Repasó cada detalle hasta el hartazgo y no podía unir los cabos sueltos, su única salvación ante este extraño suceso era localizar a ese tal Jareth, del cual sus registros eran nulos.

Bajo las palabras de la chica pelirroja, Jareth era un hombre, probablemente británico, que tenía su propia empresa. Casi no se enfocaba en ella, no salía del apartamento y, tan pronto puso un pie en ese lugar, la rivalidad entre él y Sarah nació. Iris tomaba esas actitudes como una especie de juego para poder reanimar a Sarah de su estado depresivo y, duramente, se logró. Jareth y Sarah convivían mejor pero las cosas cambiaron, el día que ambos desaparecieron.

Carmichael pensó en muchas posibilidades y solo dos eran las más factibles: Ese tal Jareth había secuestrado a Sarah, pero no explicaría en totalidad el arma encontrada, o, Sarah y Jareth habían escapado juntos, fingiendo una especie de accidente en el muelle y dejar atrás el pasado, ya que las credenciales de Sarah seguían ahí. Aun así, las ideas no convencían a la detective. Ella sentía más fiable la última opción, que ambos habían huido, pero ¿a dónde? Esa sería su nueva interrogante.

Cerró el archivo y escuchó el llamado a su puerta.

—Adelante.

—Hola, detective —saludó torpemente uno de los policías—. Lamento molestarle pero... tiene visita con respecto al caso Williams.

—¿Quién es?

—Son los padres de la joven.

Carmichael suspiró terriblemente y con un leve asentimiento le pidió al policía que fuera atenderlos en lo que ella se preparaba. Una vez lista, tomó el archivo y fue hacía la sala de espera para platicar con los Williams.

En sitio se encontraban Robert, Linda Williams e Irene. La detective Carmichael mostró su mejor sonrisa y les saludó.

—Me alegro que estén aquí —continuó una vez terminó el saludo.

—¡Claro que íbamos a venir! ¡Nuestra hija está desaparecida! —gritó Robert.

—Por favor, señor Williams...

—¡Por favor, nada! —gritó. Irene se sostuvo del brazo de su esposo y Linda lo tomó del pecho, Robert lucía devastado—. Quiero a mi hija... —mencionó en un susurro mientras la lágrimas recorrían sus mejillas.

La detective Carmichael respiró profundo, esta no era la primera vez que trataba con gente que se enfrentaba a situaciones parecidas, tenía mucha experiencia para ello, sin embargo ahora parecía no poder controlar la situación.

—Por favor, síganme —mencionó. La detective se dio la media vuelta y la familia Williams le siguió.

Caminaron por un largo pasillo hasta llegar a la salas de interrogatorios, la detective Carmichael abrió la puerta y les miró.

—Necesito que solo pasen los familiares de Sarah Williams.

—Somos nosotros, padre y madre —respondió Linda mientras apuntaba a ella y Robert a la vez.

Carmichael alzó su brazo, ofreciéndoles que pasara y ambos obedecieron. Irene miró a ambos tomar asiento en las sillas y la detective colocó su vista en ella.

—Esto podría tardar… si gusta tomar asiento.

—Cla… claro… —respondió nerviosamente y se retiró.

La detective entró al lugar y cerró la puerta, preparada para hablar con la familia Williams.

Sarah y Hoggle mantenían en sus brazos a sus amigos y esperaban a que estos recuperaran las fuerzas que necesitaban. El primero en mostrar un poco de energía fue Ludo, quien parecía confuso ante la situación en la que se encontraba. Sir Didymus y Ambrousyus seguían débiles, agotados por el encierro que habían sufrido por este mar.

—Hoggle —llamó Sarah y el gnomo le observó—. ¿Por qué me dijiste que fuiste un cobarde? —preguntó mientras acariciaba la cabeza de su enrome amigo.

—Oh mi lady —mencionó en un terrible suspiro—. Fui un cobarde porque hui.

La joven frunció su entrecejo.

—¿Cómo que huiste?

—Si… abandoné a mis amigos, abandoné mi hogar, este laberinto… Dejé todo morir para poder yo vivir.

Hoggle llevó sus manos a su rostro para ocultar la vergüenza y el llanto que dejaba detonar por sus acciones. Sarah apreció los leves sollozos de su amigo, se alzó de aquel lugar y se dirigió a él. Una vez a su lado, la joven Williams colocó sus manos sobre las de él y lentamente retiró sus manos. Observó sus rojizos ojos, a causa de su llanto, y le miró con una cándida sonrisa.

—Hoggle, no abandonaste a nadie. Regresaste, regresaste a ayudarnos. Me salvaste y salvaste a nuestros amigos.

—Pero… pero mi lady…

—Pero nada —dijo mientras apretaba sus manos—. Estas aquí… estamos aquí —reafirmó—. Podemos revivir al laberinto.

El gnomo miró con asombro a Sarah y la joven de aquellos cabellos azabaches apretó con más fuerza sus manos, su rostro mostraba una fuerza increíble pero por dentro estaba aterrorizada. Sarah sentía lo que Hoggle en un pasado sintió, quería huir, quería abandonarlo todo y no mirar atrás pero ella sabía que esta pesadilla había sido su causa. Este mar negro que consumía todo era por su culpa, y no podía abandonar este fantástico mundo.

—¿Revivir el laberinto? —preguntó Hoggle, sacándola de sus pensamientos.

Sarah volvió en sí y mostro su mejor sonrisa.

—Si Hoggle. El laberinto aun no perece, podremos salvarlo. ¡Todos podremos!

La mirada de su amigo brillo ante sus palabras, había recuperado la fe que hacía tiempo había perdido. Hoggle se soltó del agarré de su amiga y miró a sus amigos, quienes poco a poco parecían recobrar el sentido y la fuerza.

Robert Williams tenía sus manos pegadas a su frente, sus hombros descansaban sobre la mesa mientras escuchaba con detalle lo que al detective Carmichael decía con respecto a la desaparición de su hija.

—¿Dónde demonios consiguió el arma? —cuestionó sorprendida Linda.

—La compró en una tienda al sur de la ciudad.

—¿Cómo demonios…?

—Linda… —interrumpió Robert— Cállate.

—¡Robert! —exclamó indignada.

—Señor y señora Williams —interrumpió la detective.

—Yo no estamos casados —aclaró.

—De acuerdo, señor y señora. Ahora no es un buen momento para pelear, su hija tiene desaparecida más de treinta y cuatro horas y necesitamos encontrarla lo más pronto posible —el silencio cubrió la sala de interrogatorios y la detective Carmichael sacó el expediente que había creado—. Hemos hablado con la señorita Iris Howard y el Doctor Johan Henderson, no hemos podido encontrar al otro compañero de su hija, Jareth King.

Ante ese nombre, Robert dejó caer sus manos y miró a la detective.

—¿Fue ese infeliz, verdad?

—¡Robert! —exclamó Linda.

—Linda, en serio, tú cállate.

—¡Ya deja de callarme, maldita sea! —gritó furiosa—. ¡Sarah es mi hija y también estoy preocupada!

—Mujer… en todos estos diez años nunca te has preocupado por tu hija, solo te has dedicado a tu carrera actoral, no actúes como si ahora te importara.

—¡¿Qué no me importa?! ¡Todos estos años yo le he pagado el maldito psiquíatra!

—¡Solo eso! ¡Nunca, nunca te has preocupado por su bienestar!

—¡¿Y tú sí?! —Mencionó mientras golpeaba la mesa—. ¡Por qué por tu culpa, nuestra hija se vino a vivir a la capital!

—¡Por favor, paren! —clamó Carmichael y los Williams le miraron, formando pena en su rostro—. Dejen de lado los problemas familiares, necesitamos enfocarnos en su hija, en su desaparición. ¿Alguna idea de donde podría haber ido?

—No…

—¿Algún otro amigo al cual acudir?

—Solo Iris

—Y Jareth —continuó Linda.

—Ese infeliz… —dijo Robert entre dientes.

—Veo que no le agrada Jareth King.

—No…

—¿Por qué?

—Porque desde el primer momento en que lo vi, supe que traería problemas.

La detective Carmichael golpeteaba a los papeles y suspiró amargamente.

—¿Era un mal tipo?

—¡Para nada! —Exclamó Linda—. Es un hombre muy encantador.

—¡Oh Dios!

—¡Oh Robert! Lo sabes perfectamente, es muy caballeroso, atento y se ve que adoraba mucho a Sarah.

—¿Me está diciendo que Jareth King está enamorado de Sarah?

—¡Claro! Lo noté desde el primero momento en que los vi.

La detective miró asombrada a la mujer.

Sarah y Hoggle asistieron a sus amigos. Ludo parecía estar muy recuperado, en cuanto miró a su amiga le abrazó con fuerza y esta alegre de tenerla a su lado. Sir Didymus rascaba su cabeza, confundido de la situación en la que estaba.

—¿Dónde estamos? —preguntó.

—En el laberinto —respondió Sarah mientras acomodaba su sombrero.

—¿El laberinto? ¡Pero si todo está negro y mojado!

—Es agua —continuó Hoggle.

—¿Agua?

—Si, agua.

—Agua… —repitió en voz baja, mientras su mente parecía recordar. Lo poco que su mente pudo relacionar fue una agua negra a su alrededor—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? —Sarah y Hoggle se miraron preocupado, el zorrito miró a su amiga y vio lo mucho que ella había crecido—. ¿Ha sido mucho tiempo?

—Diez años, Sir Didymus. Diez años…

—¡Diez años! —exclamó sorprendido mientras su fiel canino se asombraba también—. ¡¿Dónde estuvimos estos diez años!?

—Atrapados en este mar negro —dijo Hoggle mientras se giraba en su propio eje, viendo el mar que se alzaba a su alrededor.

—¿Y qué son estas aguas?

—No lo sabemos —continuó Sarah muy seriamente—. Pero tenemos que averiguarlo.

—¿Cómo? —dijo Ludo muy confundido.

Sarah miró a las aguas, estaba asustada pero tenía que confrontar lo que originaba el mar negro.

—Hay un nuevo gobernante —habló y todos le miraron—. Tenemos que saber quién está detrás de estas aguas y tenemos que derrotarlo.

—¿No es el rey quien controla estas aguas?

—No. Alguien lo ha usurpado y tenemos que adentrarnos en las profundidades de estas aguas, si queremos terminar con esto —dijo con un tono de voz firme y seguro.

Sarah estaba sorprendida de sus palabras y el coraje que había dejado a relucir. Miró a la oscuridad de las aguas y luego a sus amigos, quienes esperaban la señal de su amiga para poder avanzar en este viaje.

—Síganme.

La joven Williams dio los primeros pasos y todos miraron asombrados como las aguas se hacían a un lado para crear un largo sendero. Comenzaron a caminar y una perversa risa se hizo presente.

—¿Qué fue eso? —preguntó aterrado Ludo.

—Oigo la maldad en esa risa.

—Sea lo que sea, tenemos que derrotarla —soltó Sarah.

—¿Sabes de quien es esa risa?

La joven Williams detuvo su caminar y ellos también lo hicieron, mirándola preocupados por su repentina parada. Aquella risa, que parecía ser la de una mujer, había asustado a Sarah de una manera espantosa y tortuosa. Negó con su cabeza, se apreció como temblaba su cuerpo y sus amigos lo notaron.

—¿Todo bien mi lady?

—Sí, si… todo bien —respondió nerviosamente—. Vamos, hay que llegar a lo profundo de estas aguas.

Asustando aquellas creaturas, siguieron a quien desconocían era la causante de estas aguas y, aterrados por esa risa, dieron inicio a su camino hacia lo más profundo de este mar negro.


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