En las lejanas tierras de oriente, en otros tiempos, donde aún había príncipes y princesas, reinos enteros se levantaban en las colinas, luchando unos con otros por territorio, reyes surgían y reyes morían, pero sobre todas las cosas, la guerra entre humanos y demonios estaba en pie, siempre alerta, siempre vigente, soldados se enlistaban solo con el propósito de matar unos a otros, de lograr algo lo suficientemente grande como para ser recordado en leyendas con el paso del tiempo.

Es en estos tiempos que nació de entre una raza de sacerdotisas y monjes una niña, una niña que se suponía debería de ser la sucesora de su linaje, mantener las tradiciones de los de su clase, ser la sacerdotisa más importante y poderosa desde su bisabuela, cuando nació Kagome el pueblo entero se reunió en las inmediaciones de la casa del señor feudal, trajeron regalos desde los más sencillos, hasta las sedas más exquisitas para futuros kimonos. Kagome tenía todo lo que predecía una sacerdotisa poderosa, la piel de alabastro, el cabello negro como la noche, ojos que predecían sabiduría y fiereza.

Kagome creció en un hogar lleno de amor y sabiduría, los mejores instructores le mostraron el camino, herbologia, primeros auxilios, remedios medicinales, geografía, política e historia. Al cumplir doce años fue dirigida hacía la instructora mas importante de todas, la sacerdotisa Kaede, quien le mostraría como usar los poderes sagrados que le habían sido otorgados.

Al llegar los doce años, le fue presentada la sacerdotisa que la guiaría hacía el camino de la iluminación. Kaede le instruyó en las artes que toda sacerdotisa debería saber, generalmente los poderes salían a relucir en el primer mes cuando eran prodigios, aunque generalmente se podía sentir el poder innato desde el principio.

El problema fue que al conocer a Kagome no sintió nada. Ni una leve indicación de un poder sagrado.

Podían ser dos cosas. La primera es que Kagome mantuviera su poder sagrado tan bien sellado que se requeriría de tiempo y paciencia para desatar tal poder. La segunda y la que más temía que fuera verdad, que la niña no tuviera poderes sagrados.

Comenzó con los entrenamientos con fe en la primera situación, esperando cualquier indicio de poder. Lo que fuera.

Al paso de los meses la esperanza fue decayendo, no había nada, ni indicios, ni leves chispas ni nada. Kagome se esforzaba, meditaba, se levantaba temprano, tenía el temperamento indicado, el alma pura y el corazón de una verdadera sacerdotisa, pero simplemente no había poderes sagrados en ella.

El señor feudal, Tsukomi sama sabía de la verdadera naturaleza de su hija, podía verlo, desde los inicios. Su hija era diligente, pero no tenía talento como sacerdotisa, no poder sagrado. Su esposa tenía la esperanza y quiso continuar con los entrenamientos, más sin embargo él sabía que eran inútiles, quizás en la próxima generación saldría el poder sagrado que necesitaban, mientras tanto su querida hija Kagome serviría como otros propósitos.

Lamentablemente las princesas tenían que seguir reglas, y sus vidas no eran propias, sus vidas servían al pueblo, se les instruía para servir, para ser siempre un ejemplo y su querida Kagome no podría ser diferente. No podría permitírselo. Cuando llegará el tiempo, cumpliría con su destino como hija del gran Tsukomi.

Era el día. Su doncella, Kaoru vino a levantarla desde temprano, trayendo consigo a otras dos doncellas para prepararla. Lavarían su cabello con flores recogidas del jardín de su madre, jazmín y lavanda, la secarían con toallas perfumadas y cepillarían su cabello, aplicándole aceites en toda su piel para dejarla suave y tersa, sin ser demasiado perfumada, todo tenía que ser sutil, sus invitados no permitían aromas muy acentuados.

El kimono que usaría era nuevo, con sedas de la mal alta calidad, blanco con el emblema del clan, y un obi rosado, su color favorito.

-Kagome-sama, su baño esta listo – dijo Kaoru, su doncella principal.

-Gracias Kaoru-san – dijo Kagome sonriendo. Estaba nerviosa, pero su madre confiaba en que el entrenamiento de toda su vida saldría a flote.

Entró en la bañera y dejó que su doncella le limpiara y le dejara caer el agua perfumada. Sentía como el agua tibia relajaba sus sentidos, si se concentraba lo suficiente podría relajarse, dejarse ir y mostrar el lado suave y tierno que su padre quería que mostrara. No era realmente ella, su personalidad era más fuerte, menos sabe y menos tímido, aunque sabía que no era bien visto a veces no podía evitarlo, además sabía que era una parte de sí misma que le gustaba, esa fuerza interior le hacía prevalecer cuando otros no podían, había pasado por los entrenamientos toda su vida con esa parte de si misma. Enfrentó las habladurías de la gente cuando no demostró sus poderes como era esperado, y sobreviviría a esto, sin dudarlo.

Había recibido la noticia hacía un año. Participaría en los festivales de Tanabata del gran general Taisho, festival en el que se elegiría la esposa de su hijo mayor, Sesshomaru. Tendría que demostrar que era de gran valía para el clan Taisho, podría ser humana, pero tenía amplios conocimientos de las leyes humanas y de los demonios, de geografía y de los asuntos de sacerdotisas y monjes, era su lado fuerte, era un ramo en el que el clan Taisho tenía problemas, y ella podría ser la carta fuerte. Quizás no tuviera poderes sagrados, pero podía detectar quienes tenían poderes y quienes no, sabía cómo romper una maldición y los secretos más profundos que podían tener los diferentes clanes de sacerdotisas y monjes.

Estaba decidida a ser elegida. Como decía su madre, sus modales y artificios femeninos eran sus poderes más fiables.

Se dejó vestir con la fina seda del kimono elegido para la ocasión. Su cabello fue recogido con pasadores adornados con piedras preciosas, esmeraldas y zafiros en pequeños pedacitos.

Cuando terminó, se vio al espejo, y no pudo ver rastro de la Kagome que ella conocía, frente a ella estaba una desconocida, con suave y piel tersa, vestida como una muñeca de porcelana, tan frágil que pudiera llegar a romperse al más leve rose.

-¿Kagome? – entró su madre a la habitación. Al verla sonrió con dulzura – Estas preciosa cariño, verás que todo sale bien.

-Gracias mamá – dijo Kagome tan seria como le fue posible.

-Kaoru – dijo su madre al voltear y ver a la sirviente - ¿Ya está listo el equipaje de Kagome?

-Ya está listo Mizuki-sama – dijo la doncella inclinando la cabeza.

-Perfecto – dijo la madre de Kagome – Vamos Kagome, tenemos que estar en el recibidor.

Kagome siguió a su madre por la casa que ya le era tan familiar como la palma de su mano, casa que si tenía suerte no volvería a ver, esos pasillos por los que había corrido y resbalado, esas paredes que le habían escondido cuando no quería practicar con el arco, los bellos jardines que tanto amaba su madre, la sala principal, de la cual se enorgullecía su padre. No volvería a pisarlo con esa familiaridad que solo tiene alguien que habita ese lugar, si tenía éxito visitaría esta casa como un amigable visitante, ajena a la naturaleza de la casa misma.

Entraron a la sala principal, donde ya estaba esperando su padre ataviado con su traje principal, su hakama azul sobresalía en toda la habitación, haciéndole ver importante, como el gran señor que era. A su lado estaba su pequeño hermano, Sota, con su impecable hakama verde y con el ceño fruncido, posiblemente apenas entendía la importancia de todo esto, estaba segura que estaba haciendo lo posible por verse serio y maduro.

-Hola hermanito – dijo Kagome sacudiendo el cabello de su pequeño hermano. Sota le alejo las manos.

-¡Kagome! – dijo tratando de peinar su alborotada cabellera.

-Hija – dijo Tsukomi – Estas preciosa, dudo mucho que Sesshomaru sama pueda resistirse.

-Estarán compitiendo otras dos doncellas, demonios si mal no recuerdo – dijo Kagome

-Tonterías – dijo su padre seguro de lo que decía – Tu tienes lo que ellas carecen, inocencia y un corazón de oro, no necesitas más.

Kagome suspiro, dudaba mucho que el gran general se conformara con un corazón puro y una chica inocente, tendría que demostrar más habilidad si quería ganar.

Uno de los guardias anunció la llegada de la caravana del gran general. Tsukomi se colocó en su lugar al mismo tiempo que Kagome se paraba justo a lado de su madre.

Estaba nerviosa, nunca había visto a Sesshomaru pero los rumores decían que era apuesto, de una gran belleza y un porte sin igual. Ella no estaba tan segura que fuera así, ¿Cómo medir esas cosas que eran tan subjetivas? Miraría por ella misma si realmente era cierto, y aunque no tenía la mayor relevancia, ya que tendría que ganar su lugar aunque fuera realmente feo.

Escuchó los pasos acercarse por el pasillo y la fuerte risa de un hombre. "El general" pensó al instante.

Se abrieron las puertas de par en par, dejando entrar a un hombre de gran estatura, ataviado con un traje de las telas más exóticas que había visto, pero era su cabello lo que mas sobresalía, blanco como la nieve, con una maravillosa caída, tan largo como el suyo mismo, y su mirada, de un ámbar tan intenso que era incomodo verlo a los ojos.

Seguido de él estaba Sesshomaru, tan alto como su padre, de una complexión atlética, su cabello de un plateado que podría rivalizar con la luna, suponía que realmente le quedaba esa descripción, una luna menguante adornaba su frente y las líneas de sus mejillas solo demostraban su linaje. Su mirada de un ámbar igual de intenso que su padre, más sin embargo su mirada era analítica y menos amigable que la de su padre, que trataba de demostrar amabilidad. Aunque sospechaba que estaba registrando cada detalle, cada aroma, como buen demonio perro.

-Tsukomi – dijo el gran general con una familiaridad que no debería de existir – Espero no te moleste la familiaridad, pero si todo sale bien seremos familiares pronto.

Su padre, sonrió orgulloso y agradecido, inclino levemente su cabeza en señal de respeto.

-Taisho-sama – dijo con un tono seguro – Es un honor tenerlo a usted y a Sesshomaru-sama en nuestra humilde casa.

-Humilde – dijo el gran general sonriendo – Tus jardines podrían rivalizar con los de mi esposa y eso ya es mucho decir.

Su madre pareció brillar con orgullo, el comentario había sido hecho para alabarla.

-Eso es obra de mi querida Mizuki- dijo su padre presentando a su madre.

-Es un honor tenerlo en casa, Taisho-sama – dijo su madre con el tono perfecto de una doncella.

-Y esta debe ser la princesa Kagome – dijo el general dirigiendo su mirada hacía ella.

Sintió la mirada de Sesshomaru en ella, analizando cada movimiento, cada expresión facial. Inclino su cabeza en señal de respeto, y dejo que su invitado tomara la iniciativa.

-Pero que joven es – dijo el general asombrado – Es todo una belleza Tsukomi, puedo ver como mi muchacho podría tener una gran aliada en tu hija.

-¡Pero por supuesto Taisho-sama! – dijo su padre orgulloso – Mi hija ha sido instruida en las artes de las sacerdotisas, y tiene amplios conocimientos de nuestras tierras.

-Es un placer conocerlo, Taisho-sama – dijo Kagome, para después voltear a ver a Sesshomaru – Sesshomaru-sama

-Pasemos al comedor, podremos estar más cómodos, vamos – dijo su padre señalando el comedor.

Siguieron al comedor, y se sentó en su lugar de siempre pero sintiéndose rara, ajena al lugar que hasta la fecha había sido su hogar. Sesshomaru analizaba la habitación, su mirada era fría e indiferente.

-Debe ser difícil para ti separarte de tu hija Tsukomi – dijo el gran general – Pero ten ´por seguro que la trataré como a mi propia hija, es después de todo la postulante más joven de todas, vamos Tara, tiene casi 200 años, como mi hijo.

-Puede que mi Kagome sea joven, pero tiene un alma vieja – dijo su padre.

Y Kagome se sorprendió al encontrar verdad en las palabras de su padre.

-Por supuesto – dijo Taisho viéndola con algo parecido a la ternura, aunque podría estar equivocada.

-¿Se quedarán para cenar? – preguntó su madre sonriendo.

-Partiremos mañana por la mañana – dijo el general sonriendo- Podrán disfrutar de su pequeña esta noche.

-Kagome – dijo su padre - ¿Por qué no le muestras a Sesshomaru-sama los jardines?, estoy seguro que le gustarán.

Kagome volteo a ver a Sesshomaru, y estaba segura que pasear por los jardines con ella era lo que menos quería, más sin embargo se vio obligado a inclinar la cabeza y levantarse, ofreciéndole su mano para levantarse.

Kagome la tomó y se levantó con dificultad.

-Por aquí, Sesshomaru-sama – dijo en un tono cordial.

Dejaron atrás el comedor y caminó por los pasillos hasta llegar al jardín trasero. La luz del sol podía verse, estaba iluminando todo en su esplendor, y las flores de cerezo volaban sutilmente, dejando a su paso un sabe color rosa en los pastos verdes.

-Parece incomodo Sesshomaru-sama – dijo ella después de unos minutos de silencio.

-Demasiados humanos – dijo sin importarle que pudiera ofenderla. Kagome sonrió amable.

-El olfato de los demonios es sin duda mucho más poderoso que el de nosotros – dijo sonriendo – Mi padre creyó que llenar la casa de aceites de jazmín haría todo un poco más llevadero.

-¿Así que es este hedor el que llena toda la casa? – preguntó el frunciendo el ceño.

-Ese y otros más, quizás mi padre se sobre paso con los aceites – dijo Kagome sonriendo de verdad. Su padre tendría un ataque si se enterara que la semana de preparativos había sido en vano. – Puedo ofrecerle la habitación mas alejada de todo esto, tengo entendido que hubo una o dos habitaciones que no fueron perfumadas.

Sesshomaru asintió con la cabeza y Kagome instruyó a la doncella más cercana para que preparara estas habitaciones.

Era raro al fin conocerlo. Parecía que los rumores eran ciertos, era apuesto, demasiado si es que le preguntaban, pero también era frío, y demasiado serio, su porte era majestuoso, pero exudaba advertencias de peligro, todos sus movimientos eran sutiles pero dejaban la impresión que podría ser fatal si es que lo deseaba.

-¿Qué se siente que tres doncellas compitan por ser su compañera?- Kagome preguntó sin pensarlo demasiado. Era una pregunta sincera, ella tenía que esforzarse, pero el tener que elegir de esa manera su compañero de vida hubiera sido más estresante.

Sesshomaru se paró demasiado recto, y Kagome supo que lo había ofendido. Estaba por decir algo, por disculparse cuando Sesshomaru volteo a verla.

-¿Qué se siente el ser vendida? – preguntó sin miramientos.

Kagome se sorprendió por la fría sinceridad. En esos dos minutos habían dejado de lado toda cordialidad y fueron groseramente honestos, si su madre le descubriera le reñiría por su atrevimiento.

Mas sin embargo su naturaleza rebelde sobresalió. Encogió los hombros y fijo su vista al frente, hacía los jardines.

-Mi vida nunca ha sido mía para vivirla – dijo sincera – Y me parece Sesshomaru-sama que la de usted tampoco.

Sesshomaru pensó en corresponder tal insolencia, pero después se dio cuenta que todo era verdad, su vida no era suya para vivirla, se casaría por alianzas políticas, desarrollaría su papel como heredero, sería un general algún día, y no había tenido elección en esto. Y por increíble que pareciera, esta humana tampoco había tenido una elección en su estilo de vida, fue entrenada para este momento, y estaba dolorosamente consciente de lo que representaba, y de lo que se jugaba con todo.

Fue quizás por esto que su sinceridad le sorprendió. Había más que la fría cordialidad que mostraba. Un fuego que parecería más honesto de lo que esperaba, y no estaba seguro de querer eso en su vida.

Más sin embargo tenía que reconocer que Kagome era mucho mas interesante de lo que había llegado a esperar.