¡Muy buenas, gente! Sé que he tardado mucho en actualizar, lo siento mucho. Tengo que hacer un anuncio importante, además necesito vuestra opinión, pero voy a hacerlo después porque primero quiero que disfrutéis del capítulo. Y bueno, sin más dilación, ¡espero que disfrutéis con la historia!

—Marinette, ¿estás segura?

—Sí, Tikki. Estoy segura. —Se volvió hacia él, mostrándole una sonrisa que Adrien jamás había visto en ella—. Transfórmame.


Una brillante luz rosa obligó a Adrien a cerrar los ojos mientras escuchaba el familiar silbido de la transformación. Cuando la luz desapareció y pudo mirar hacia la otra jaula, Ladybug ya estaba allí. Su Ladybug. Con los brazos en jarra, una sonrisa en el rostro, sus habituales ojos azules y ese ajustado traje a lunares que en más de una ocasión le había hecho tragar saliva. Todo. El antifaz, el yo-yó rodeando su cintura. Incluso las coletas, que ahora le parecían tan evidentemente familiares a las de Marinette que se sintió estúpido por no haberse percatado. Tras un instante de mutismo absoluto, la sonrisa de Ladybug tembló, se colocó el pelo tras la oreja —aunque no estaba despeinada— y preguntó sin ocultar demasiado bien su vergüenza:

—¿Y-y bien?

Adrien parpadeó. La pregunta tardó un rato en ser procesada por su cerebro. Abrió la boca, pero cuando se dio cuenta de que no salía voz de su garganta, sacudió la cabeza y procuró concentrarse:

—Eres Ladybug...

—Sí.

Adrien tenía los ojos como platos.

—¿S-siempre has sido Ladybug?

—C-claro.

Sintió la tentación de hacer otra pregunta del mismo estilo, pero se contuvo por miedo a parecer idiota. Acababa de verla transformarse, más obvio no podía ser.

—Y tú... —Se encogió ella ligeramente, sonriendo por la comisura de los labios— eres Chat Noir.

No era una pregunta, pero Adrien tuvo la necesidad de asentir. Se llevó las manos a la cabeza mientras sentía el corazón le latía a mil por hora.

«La persona a la que quiero, yo...».

—Lo sabía, lo sabía —murmuró—. Sabía que nos conocíamos en la vida real.

Ella se rascó la mejilla con un dedo. La vio pasarse la lengua por los labios, nerviosa, y le pareció tan tierna que agradeció estar en jaulas separadas.

—La verdad es que aún no me entra en la cabeza... —confesó la joven.

Adrien asintió; le pasaba lo mismo. Por más que la miraba, veía a su adoraba Ladybug, pero comenzaba a notar síntomas que no reconocía de su heroína: El nerviosismo, la inseguridad, la vergüenza... Era como descubrir otra Ladybug, una diferente a la que conocían todos, incluso Chat Noir. Darse cuenta de ello era tan refrescante y al mismo tiempo tan natural que lamentó no haberse dado cuenta antes.

No pudo evitar que una sonrisa naciera en sus labios.

—Eres más impresionante de lo que pensaba.

La vio sorprenderse, y aquello le hizo sentir un latigazo en la tripa. Ladybug era encantadora cuando se sorprendía. Entonces, rápida como un torbellino, la joven le dio la espalda. La oyó titubear.

—¿Qué pasa? —Quiso saber él.

Ella tardó un momento en poder decir algo entendible.

—N-n-no hace falta que coquetees conmigo como hace Chat Noir.

Adrien parpadeó.

—No estoy coqueteando.

Silencio entre ambos.

—¿Es que eres así en realidad? —continuó ella—. O sea... ¿Te gusta tontear con las chicas?

El joven meditó la pregunta. Tenía sentimientos encontrados respecto a eso.

—Bueno, admito que cuando soy Chat Noir es… ya sabes, divertido. Pero… —«soy gato de un solo amo», pensó en añadir, y ante esa idea sintió que se le subían los colores. Sin el traje y el antifaz, no se veía capaz de decir esas cosas—. A las chicas hay que tratarlas bien. —explicó en su lugar con una sonrisa amable. Y, para disimular su vergüenza, contraatacó—: ¿Y a ti te gusta rechazar a los que cortejan?

La vio dar un pequeño bote. «Adorable».

—¿C-c-c-cómo que cortejar? —Se volvió ligeramente hacia él, sorprendida, pero por algún motivo rehuía mirarle a la cara—. E-e-e-e-esto es absurdo. ¿C-cortejar? —resopló, quizá demasiado exagerada—. N-no. Nononononono. Esto no puede estar pasando.

Adrien se abatió un poco al escuchar eso. «"¿No puede estar pasando?" ¿Es que no le gusta que yo sea Chat Noir? ¿Esperaba más? La he… ¿decepcionado?». Quiso preguntarle todas sus dudas, pero no tuvo valor. Por suerte, Marinette, perdón, Ladybug cambió de tema antes de que pudiera darle más vueltas.

—Tenemos que centrarnos —dijo con voz más firme—. Hay que salir de aquí. Tu kwami necesita alimento, ¿no? —Él asintió. Ladybug apenas le miraba a la cara—. Vale. Eh… ¡La cocina! Sí, tenemos que ir a la cocina. Ya nos ocuparemos después de Le Collectionneur.

—¿Y cómo salimos?

Ladybug echó un vistazo a la habitación. Adrien conocía muy bien esa mirada viva e inteligente que hacía la heroína cuando pensaba algún plan. Siempre lo conseguía, aunque partiera de algo absurdo, y terminaba siendo una gran idea. No dejaba de sorprenderle que pudiera hacer eso. Ladybug desenfundó su yo-yó, sacó el brazo de la jaula y empezó a girar su arma a una velocidad vertiginosa, dibujando un óvalo rosa junto a ella. Examinó el techo de las jaulas y el suelo de la habitación con aire crítico. Luego, sin mirar al joven, dijo:

—Creo que funcionará. Agáchate, Chat Noir.

«Chat Noir», se dio cuenta el muchacho; tras lo cual obedeció sin perder tiempo. Con un giro de muñeca, el círculo que creaba el yo-yó de Ladybug se posicionó en horizontal y cortó los barrotes de la jaula como si fuera una sierra mecánica. Marinette se agachó un par de centímetros antes de que el arma la pudiera alcanzar, dio más impulso a la vuelta, y el yo-yó alcanzó la jaula de su amigo, con la que hizo lo mismo. La plataforma sobre la que se encontraban perdió su ingravidez mágica y cayó. Ladybug reaccionó rápido: lanzó el yo-yó hasta la lámpara del techo, se colgó de ella y, cogiendo empuje como si de Tarzán se tratase, agarró a su amigo por la cintura antes de que tocara el suelo.

El estruendo metálico que produjeron los barrotes al chocar contra el suelo hizo daño en los oídos de la joven. Adrien notó que el brazo de Marinette no le sostenía con suficiente fuerza, así que se agarró a ella al más puro estilo koala. Esperó hasta que la cuerda desde la que estaban colgados dejó de balancearse y se atrevió a mirar. Cayó entonces en la cuenta de que estaba demasiado cerca de Ladybug, e instintivamente pensó que la joven estaría enfadadísima con él. Al levantar la vista —esperando la típica expresión de reproche que tan bien conocía— no esperaba ver en la cara de Ladybug semejante expresión de sorpresa. Notó cómo los músculos de la adolescente se tensaban, tenía los ojos abiertos como platos y la boca medio abierta, como si hubiera estado a punto de decir algo. Le pareció también que se había puesto roja como una fresa, pero no pudo confirmarlo porque ella le soltó de golpe, dando un pequeño grito ahogado, y el joven cayó al suelo.

No había más distancia que si se hubiera caído de su cama, pero aún así Adrien se llevó un buen susto. En ningún momento había reparado en que estaban cerca del suelo—lo suficiente como para que él hubiera podido bajar sin hacerse daño— y, por culpa de ello, perdió el equilibrio al pisar tierra y cayó de culo. Marinette exclamó un «oh» bastante sonoro y se tapó la boca con la mano. La cuerda se alargó hasta el suelo y ella se apresuró a ayudarle.

—¡L-l-l-l-lo siento! ¡No sé en qué estaba pensando! ¡Te prometo que ha sido sin querer!

Adrien se sentía estúpido por haber hecho el ridículo, pero lo ocultó muy bien. Le restó importancia al suceso y aceptó la mano de la chica para coger impulso. Fue entonces, como si hubiera recibido un calambrazo, cuando Marinette volvió a soltarlo. Adrien volvió a caer de culo. Se dio cuenta de que Ladybug estaba muy tensa, y no terminó de entender el porqué.

—Oh, no, lo he hecho otra vez —repetía ella llevándose las manos a la cabeza—. ¡Pero qué me pasa!

—No pasa nada, Ladybug. —animó Adrien, pensando que era más adecuado llamarla por ese nombre. Jamás había visto a la heroína tan nerviosa, aunque no pudo sino acordarse de Marinette (dado que con él se comportaba de forma muy parecida) y el hecho de darse cuenta de esa similitud le hizo sentir un cálido placer en el pecho. No estaba enfadado por la caída—. Tenemos que darnos prisa. La cocina está en la otra punta de la casa.

Ella asintió a duras penas y pusieron rumbo hasta el lugar acordado. Corrieron rápido y lo más silenciosamente que pudieron. No por Le Collectionneur, sino porque ninguno sabía bien que decir. Mientras corrían se miraban de reojo, casi con miedo, como si por mirar mucho al otro este pudiera desaparecer. La incomodidad era tan palpable, que habría podido utilizarse de mermelada para una tostada.

En la guarida de Papillon, no obstante, el silencio era seco y duro. Ni siquiera las mariposas que había en el suelo y las paredes osaban aletear mucho. Tal vez sentían la ira que destilaba el villano, o tal vez el instinto de supervivencia les instaba a no hacerse destacar en ese momento. Fuera cual fuera el caso, Papillon cruzó la habitación a paso firme e inquebrantable y, colocado donde siempre, empezó a escanear la ciudad. No había rastreado mucho tiempo cuando encontró un buen candidato para sus akumas: Alisa Lepau, una modelo de la revista L'Officiel.Alisa no llevaba muchos años siendo modelo, a lo más seis o siete, pero por desgracia, en su oficio muchos eran los que la empezaban a llamar «vieja», «pasada de moda» o que incluso la insinuaran (sin mucho tacto) que «tenía que pasar el testigo a modelos más novatas». Ella, ¡la gran Alisa Lepau! No hacía tanto era ella y no otro la que aportaba los mejores ingresos a la revista. Los fotógrafos se pegaban por fotografiarla y en los diseñadores pagaban cantidades escandalosas para que llevase sus productos. Poco importaba ya. L'Officiel acababa de rescindirle el contrato. Al parecer, la revista había conseguido a Adrien Agreste como nueva imagen para su apartado L'Officiel Hommes (es decir, moda para hombres) y les había salido más cara de lo que habían calculado en principio, por lo que habían decidido prescindir de una modelo que estaba «de capa caída». Durante la reunión en que la informaron, Alisa escuchó muchas cosas desagradables sobre ella, su físico y su edad, y la joven no salía de su asombro. ¡Antes la adoraban! ¿Por qué ahora no lo hacían? ¡Ella era Alisa Lepau!

«¡Tenéis que adorarme, inútiles!», murmuraba Alisa mientras se retocaba el pintalabios en el lavabo de mujeres. Había tenido que levantarse apresuradamente de la reunión o si no le habría dado una bofetada a sus jefes. «¿Cómo que el público ya no me quiere? ¿Es que ya no saben apreciar lo bueno?». Alisa estaba tan furiosa que se le pintó mal los labios y tuvo que perfilárselos con papel higiénico. Tan absorta como estaba, no se fijó en la mariposa morada que entraba en ese momento por la ventana del aseo, lenta y suavemente. Alisa cogió su polvera del neceser de maquillaje y se dispuso a retocarse el cuello y la clavícula. Sólo entonces se fijó en la mariposa, en el justo momento en que esta se posaba sobre su polvera. La tiñó de su color morado. Papillon sintió un latigazo de dolor en el pecho, hincó una rodilla en su guarida. Sentía calor y estaba sudando mucho, pero no se detuvo: La mariposa controló a la modelo y creó un nuevo akumatizado.

«Belle Femme, soy Papillon —explicó este intentando que no se le notaba el esfuerzo de hablar. Controlar dos akumatizados al mismo tiempo requería mucha más energía de lo que pensaba, pero no tenía intención de echarse atrás—. Estoy dispuesto a ayudarte para que seas adorada por todos. A cambio, sólo te pido que me consigas los miraculous de Ladybug y de Chat Noir. ¿Qué te parece, hacemos un contrato?

Belle Femme sonrió.

—Por supuesto, Papillon.

Gabriel Agreste sonrió y se ayudó de su bastón para levantarse de nuevo. El dolor le había pillado desprevenido, pero no le pareció tan horrible porque había sentido dolores mucho peores a ese. Exhalando aire con cansancio, el padre de Adrien se des-transformó, salió de su guarida secreta con toda la dignidad que pudo reunir (que era mucha) y se dirigió hacia su despacho. Allí, echó un vistazo a las cámaras de seguridad. La mansión Agreste tenía ciento sesenta y cinco cámaras repartidas por toda la propiedad, algunas apuntando a la calle, otras a la mansión y otras al jardín. De ellas, cuarenta y cuatro estaban dentro de la casa, aunque la mayoría permanecían inoperativas por respeto a la intimidad. Sin embargo, desde que Papillon había retenido a su hijo en contra de su voluntad, las cámaras estaban encendidas y grabando. Por nada del mundo iba a permitir que su hijo, su perfecto hijo, escapara o alejase de su alcance el miraculous que tanto necesitaba.

Por eso, lo primero que fue a comprobar Gabriel Agreste fue la cámara que había en el cuarto de su hijo, descubriendo así que ya no se encontraba allí. Notando un aguijón de pánico en el pecho (sentía una gran inquietud cuando no controlaba dónde se encontraba su hijo), Gabriel revisó el resto de cámaras, casi como una película a fragmentos. Encontró a Ladybug y a Adrien en el pasillo de la segunda planta. Sorprendido de ver a la heroína, Gabriel examinó lo que habían grabado las cámaras de la habitación de Adrien. No reconoció a la chica que había capturado Le Collectionneur, pero supuso por la edad que sería alguna compañera de instituto de su hijo. Lo que no pudo suponer ni predecir, fue que esta misma chica se transformara en Ladybug y los liberara a ambos.

Sin perder tiempo, contactó con sus akumatizados y les dijo: «Ladybug está en la mansión Agreste. Dejad ya de perder el tiempo, ¡y conseguidme su miraculous!

~o~

Cuando Marinette llegó a la cocina cocina de la mansión Agreste y vio toda suerte de aparatos, electrodomésticos y demás cacharros que no reconoció, lo primero que le vino a la mente es que allí se podrían hacer unos bollitos de muerte, y que a su padre le encantaría poder trabajar en una cocina así. Adrien, que por algo era su casa y la tenía mucho más vista, ni siquiera reparó en la admiración de su querida Ladybug. Fue corriendo hasta el armario de la despensa donde encontró el envase donde se guardaba el queso cammembarg. Nada más abrirlo, Plagg se revolvió dentro de su camisa. Reptó (porque estaba muy cansado para volar) hasta el cuello del chico.

—Ya era hora —gimió—. ¿Por qué has tardado tanto?

Mientras acercaba a su amigo hasta el queso, Adrien sonrió suavemente.

—Lo siento.

Había en esas disculpas mucho más que simplemente haber tardado en darle de comer. Si Plagg se percató, no dio muestras de ello. Mientras, Ladybug observaba embelesada cómo el kwami se alimentaba. Adrien lo notó.

—Plagg, te presento a Ladybug. Ladybug, este es Plagg, mi kwami. —Realizó las presentaciones como un niño bien educado, y sonrió a su compañera de aventuras con aquella sonrisa que, sin saberlo, tanto le encantaba a Marinette—. Plagg es un glotón, pero es bueno en el fondo. Aunque si le gustara otra cosa que no fuera Cammemberg, creo que nos llevaríamos mejor.

—¡Oye! ¡Que te estoy oyendo!

—Ya, ya.

La heroína apartó la mirada de ellos, nerviosa se colocó un mechón detrás de la oreja y sonrió con timidez. Sentía tanto calor en la cara que casi pensaba que iba a explotar. ¿Adrien se había dado cuenta? Rogo para que no lo hiciera.

—Y… ehm… ¿Ahora qué? —Antes de que el chico pudiera abrir la boca, se respondió ella misma—. ¡Ah, sí, Le Collectionneur! Tenemos que conseguir su akuma, sí. Ehm… Bueno, cuando tu kwami esté listo—. Embutida en su traje rojo de topos negros, la joven comenzó a hacer estiraciones. Sentía demasiada energía dentro—. Yo… voy calentando porque… siempre es importante estar listo para la ocasión… Ah, q-que no digo que tú no lo estés, por supuesto, tú siempre has… has…

«estado allí» pensó, dándose cuenta en ese momento de que no podía decirlo en voz alta. Los ojos verdes de Adrien la miraron interrogantes.

—Voy a… hacer guardia. Sí. Eh… Ya me avisas cuando… ya sabes. ¿Vale, Chat Noir?

Él sonrió. No vio en su sonrisa nada raro.

—Por supuesto.

Dicho lo cual, la joven fue a hacer guardia al pasillo. No sentía especiales ganas por vigilar, pero se estaba sintiendo incapaz de estar con Adrien en la misma habitación. Se ponía muy nerviosa y se le llenaba la cabeza con tantos pensamientos que le extrañaba que no se le hubiera caído alguno al suelo de lo llena que la tenía. Aún no podía creerse que Adrien fuera Chat Noir. ¡Era imposible! Y aún estaba aquello con Cupido Oscuro… Marinette temía volverse loca si seguía dándole vueltas.

Mientras, en la cocina, Adrien se había sentado en un taburete. No paraba de pensar.

—Qué bien, ¿no? —dijo Plagg—. Entonces ya sabes quién es tu amorcito. Cúbrela de quesos y ya verás cómo cae rendida a tus pies.

El joven frunció el ceño, hundió la mano en su cabello rubio. Estaba frustrado.

—Ojalá fuera tan fácil… Creo que no le ha gustado saber quién soy.

—Corrijo —El kwami se tragó un enorme trozo de queso de una sentada, sin atragantarse—. No le ha gustado saber quién es Chat Noir, seguro. No te lo tomes a mal, pero al natural eres un poco soso.

Adrien tardó en responder.

—En el instituto hemos hablado un par de veces, pero no demasiado. ¿Crees que piensa eso?

—Sin duda. Yo que tú intentaría quedar bien con ella. Ya sabes, ser el héroe cool y todo eso. Ahora se llevan mucho esas cosas.

—Lo intentaré. —Una sonrisa volvió a aflorar en los labios del chico—. ¿Estás listo?

Plagg había ido volando hasta la despensa para buscar más queso.

—¿Bromeas? ¿Sólo tienes ese poquito? No, espera un…

—Plagg, ¡transfórmame!

Verse de nuevo con su traje de Chat Noir le inyectó mucha tranquilidad, aunque el nudo que tenía en el pecho persistía como una garrapata bien agarrada. «No», se dijo a sí mismo, «no puedo distraerme con estos pensamientos». Sacudió la cabeza, agitó la cola y estiró los brazos para desperezarse. ¡Era Chat Noir, el superhéroe de Paris! Aquel no era el momento para comerse la cabeza. Cogió algo más de comida por si acaso y regresó con Ladybug. No se le pasó desapercibido cómo se le agrandaron los ojos al verle, mirándole de arriba abajo. Adrien tragó saliva, sacó valor. Poniendo los brazos en jarra, dijo triunfalmente:

—¡No tengáis miedo! ¡Porque ya estoy aquí!1

Sonriendo de oreja a oreja, hubo un momento de silencio. Adrien pensó que estaba haciendo el ridículo y a punto estuvo de recular, pero fue entonces cuando Marinette se rió. Si, era una risa nerviosa, más del tipo de «¿pero qué estás haciendo?», pero le bastó. De hecho, le encantó oírla reír. Marinette, de pronto como recordando que estaba haciendo, se tapó la boca con la mano y corrió a disculparse:

—¡Lo siento! ¡N-n-no me estaba riendo de ti, de verdad!

Adrien, que había visto un brillo precioso en los ojos azules de la chica mientras se reía, no estaba molesto. De hecho, no podía importarle menos. Ladybug se apresuró a cambiar de tema:

—Tenemos que salir de aquí y ocuparnos de Le Collectionneur antes de que encierre a todo París. —La heroína miró alrededor. Había olvidado que las ventanas estaban cerradas por gruesas planchas de metal—. ¿Cómo vamos a salir?

Adrien recuperó la seriedad rápidamente. Pensó con detenimiento.

—El control del sistema de seguridad está en el despacho de mi padre, pero no conozco la contraseña. Tal vez —pensó—, si utilizo el Cataclysm en el sistema de seguridad… Podría crear una salida.

—Demasiado arriesgado —razonó la chica, agradeciendo para sus adentros pensar en otra cosa—. Eso te daría sólo unos minutos antes de que te transformaras, y sin saber dónde está Le Collectionneur, podríamos meternos en un lío.Obvió añadir que lo último que quería en aquel momento era ver a Chat Noir transformándose en Adrien y que sabía que, de verlo, o se habría caído redonda de la impresión—. Espera, ahora que lo pienso: ¿dónde está Gabriel Agreste? Él sabrá cómo desactivar el sistema de seguridad.

El joven abrió la boca, pero tardó lo suyo en responder.

—Eh… Está fuera. —Sonrió, encogiéndose de hombros—. De viaje… por negocios. Ya sabes, cosas de diseñador.

A ella todavía no le cuadraba.

—¿Pero entonces cómo pudo Le Collectionneur activar el sistema de seguridad? ¿Estás seguro de que no está aquí?

—… Absolutamente.

¡Cuánto habría deseado Adrien que aquello fuera cierto! Por desgracia, Gabriel Agreste no sólo se encontraba muy cerca, sino que les estaba observando a través de las cámaras de seguridad. Con una sonrisa nada agradable, Papillon desactivó una de las ventanas del comedor, cercanas a la cocina y donde Adrien solía desayunar por las mañanas. El zumbido metálico alertó a la pareja de superhéroes, que se acercó a ver, y encontró esa improvisada salida.

—Es una trampa —murmuró el gato—. Tiene que serlo.

Marinette, que era también juiciosa, razonó:

—Tampoco es que tengamos muchas opciones más.

No habían dado ni dos pasos hacia la ventana cuando una sombra cubrió los cristales. Ladybug y Chat Noir retrocedieron, a la defensiva. Entró entonces una mujer muy delgada, como si vistiera un corsé más prieto de la cuenta, y bastante alta. En realidad, repararon los muchachos, su altura no era tal porque la mujer llevaba unas plataformas de al menos ocho o nueve dedos de alto, más bien como zancos. Belle Femme entró flotando cual aparición fantasmagórica; su rostro casi no tenía expresión por culpa de las capas y capas de maquillaje que llevaba. Su vestido, uno largo hasta los pies y con los brazos al aire, parecía hecho de goma brillante de colores. Belle Femme se sentía preciosa, hermosa, disfrutaba de su poder como si fuera la estrella de una pasarela de modelos. Empezó a reírse a carcajadas.

—¿Por qué los malos siempre tienen que reírse como malos? —sonrió Chat Noir, mirando de reojo a su compañera—. ¿Tanto cuesta no reírse como si quisieras destruir el mundo?

Marinette, muy tímida, sonrió y desvió la mirada.

—Es la primera vez que veo que Papillon cree dos akumatizados a la vez —Frunció el ceño—. ¿Por qué ahora?

Chat Noir tragó saliva, aunque la joven no se dio cuenta.

—Tal vez… ¿se ha levantado con ganas hoy?

No pudo recibir una respuesta, porque justo en ese mismo momento, entraron por la ventana una decena de personas, murmurando y extendiendo los brazos como zombies.

—¿¡De dónde salen estos!? —exclamó Chat.

Marinette se puso en guardia.

—¡Es algún tipo de control mental!

Belle Femme volvió a carcajearse.

—¡Súbditos míos, conseguidme sus miraculous!

Los zombies no se hicieron de rogar. Atacaron a los héroes con vehemencia, fuerza… y la torpeza propia de los zombies. Casi parecía que tuvieran perdido las articulaciones de los codos y las rodillas. Les evitaron fácilmente. Belle Femme silbó de frustración.

—¡Panda de ineptos! ¡Está bien! ¡Parece que si una quiere conseguir algo, tiene que hacerlo por sí misma!

Tras decir estas palabras, se llevó la polvera a los labios y sopló. Al instante, una enorme nube de polvo rosa salió de la polvera y cubrió parte de la estancia. Chat Noir y Ladybug retrocedieron con varias piruetas.

—¡Adoradme, adoradme! —repetía Belle Femme, soplando una y otra vez y haciendo la nube más grande.

Ladybug se puso seria.

—¡Estando en un sitio cerrado somos un blanco fácil! ¡Tenemos que salir de aquí!

Chat sonrió, le gustaba demasiado verla así.

—¡No tienes que decirlo dos veces, milady!

Ladybug (Marinette) se puso tensa y, crispada dando una patada al suelo, dijo:

—¡N-n-n-n-no me llames milady!

—¡Cuidado! —gritó el gato.

Chat Noir se abalanzó sobre Ladybug en el justo momento en que una nube de polvo rosa volaba hacia ella. Se había distraído. Ambos rodaron por el suelo por el impulso. Por suerte, impacto fue pequeño porque Chat protegió a Ladybug con su cuerpo. Cuando se detuvieron, él se incorporó un poco (aunque no mucho).

—Estamos distraídos hoy, ¿eh, bichito?

Si Marinette hubiera sido una palomita, sin duda habría explotado. Pero como no lo era, se limitó a quedarse muda, roja, y patidifusa. Chat se dio cuenta y agitó la mano por delante de la cara.

—¿Hola?

Marinette no podía creerse lo que estaba viviendo. Se mordió el labio (tal vez para reprimir las ganas de soltar chilliditos) y completamente sonrojada acertó a decir:

—G-g-g-gracias, Adrien.

Esta vez fue el chico a quien se le subieron los colores. Por desgracia para ambos, sus sentimientos les estaban haciendo olvidar que se encontraban en pleno combate. Marinette, gracias a que lo vio de reojo, fue la primera en reaccionar: Empujó a Chat Noir con las piernas, lanzándolo lejos, mas ella no tuvo tiempo de apartarse. El polvo rosa la cubrió por completo.

—¡Ladybug!


¡C'est fini! Espero que os haya gustado el capítulo. Lo que quería anunciar tiene que ver con la asiduidad para subir fics. Veréis, estoy mucho más centrada en escribir de lo que pueda parecer. Estoy conociendo a gente del mundillo de la escritura, estoy inmersa en varios proyectos (algunos personales, otros con más personas)… He creado una cuenta en P atreon (web de crowdfunding. He tenido que poner el espacio entre las letras porque fanfiction lo borra) en la que voy publicando mis historias, mi proyecto de novela, subo relatos, y bueno, quiero darme poco a poco a conocer. Lo que pretendo decir con todo esto es que no dispongo de tanto tiempo para escribir fics. No me entendáis mal, me gusta mucho lo que hago y adoro vuestros comentarios, pero siento que no estoy consiguiendo nada "profesional". ¿Qué va a pasar con este fic y con los demás? ¿Seguiré subiendo fics? La respuesta es… Indeterminada, al menos por ahora. quiero continuar con el fic de Ladybug, lo que no tengo tan claro es que pueda hacerlo rápido.

Mi usuario de es LadyAverno www(punto)p(sin espacio)atreon(punto)com(barradel7)LadyAverno

Y ahora, mi gran duda: Me estoy planteando seriamente aceptar pedidos privados de fics (oneshot) de esta u otras series. Algo como Mínimo 3000 palabras- máx 5000 palabras= 3$. Serían pedidos que recibiría la persona en cuestión y nadie más, con las características que haya pedido. Para más detalles sólo tenéis que escribirme y lo hablamos sin problema. ¿Qué opináis? ¿Alguna recomendación en particular? ¿Algo que no entendáis? Por favor, dejadme mensajes privados o comentarios, me interesa mucho lo que opinéis sobre todo esto.

Muchas gracias a todos por leerme siempre, de verdad. Sois maravillosos. ¡Cuidaos mucho!


1 Referencia al personaje All Might de la serie manga Boku no Hero Academia.