Hola, amigas. Acá estoy... volví. He resucitado gracias a las Esferas del Dragón y un poderoso cóctel de antibióticos de amplio espectro. «Por qué no hay semillas del ermitaño cuando uno más lo necesita». Estoy bien. Recuperada pero muy liada con trabajos que se atrasaron a raíz de mi larga convalecencia. Y no tengo nada de ganas de hacerlos, pero bueno... ni modo. Pero no importa qué tanto tenga que hacer... retomaré mis entregas semanales de «Pequeña» y «Salvaje», más un nuevo capítulo para «Pañuelo rojo» que escribiré cuando al fin me haya puesto al día con estos, mis historias principales.
Este capítulo quedó larguito... así que empiezo a compensar mi ausencia. No prometo capítulo doble por ahora, pero quizá pueda darles una sorpresa.
En el capítulo anterior, que pasó hace tanto que ni me acuerdo, Vegeta y Bulma van a almorzar juntos para hablar del proyecto de las prótesis inteligentes, entre otras cosas. A pesar de las amenazas de Zangya, Vegeta no permite que la bruja pelirroja lo aleje de Bulma. «Bien por él.» En la comida, Vegeta descubre aún más cosas que le gustan de la peliazul. De repente aparece Broly (sí... cómo lo hacen... como aparecen los antagonistas en el momento justo para interrumpir lo bueno... siempre me pregunto eso). Los pelinegros se tiran un par de pullas el uno al otro, sentando claramente sus posiciones y sus intereses, o mejor dicho su interés: la peliazul. Una ingenua Bulma observa la confrontación sin entender bien de qué están hablando, por lo que decide irse. Después de despedirse de cada uno de ellos, haciendo rabiar al otro, la peliazul sale del restaurante junto con Ten, dejando a los hombres para que aclaren sus puntos. Mientras ellos se enfrentan como gallitos de riña, escuchan disparos desde el exterior del local. Ambos corren hasta la entrada para presenciar una balacera que tiene por objetivo a Bulma y a su calvo guardaespaldas. Vegeta ve cómo le disparan tres tiros a quemarropa al guardaespaldas y corre a auxiliarlos para encontrarlos a ambos sangrando y a su pequeña inconsciente.
POV Vegeta
Jamás en su vida se había sentido tan impotente, tan inútil… y jamás en su vida había sentido tanto miedo.
Bulma se encontraba entre sus brazos, inconsciente, con una herida de bala en el abdomen de la que brotaba sangre, mucha sangre. De repente fue consciente del silencio que había a su alrededor. Veía hombres correr en todas direcciones. Vio llegar varias ambulancias pero no las oía, ni los gritos que deberían acompañar los ademanes desesperados de los guardaespaldas y paramédicos a su alrededor. Alguien intentó abrir sus brazos para tomar a su pequeña pero él se negó.
Vio a Broly a su lado, perplejo, mirando a Bulma y gritando, llamando a los médicos. Pudo leer en sus labios «Está herida… herida… herida…». Su pequeña estaba herida, inconsciente.
En el momento en que debió enfrentar esa realidad, sus sentidos y su juicio volvieron, y justo a tiempo, cuando uno de los médicos se acercaba a ellos.
–¡Señor! ¡Permítame revisarla!
–Sí, claro. Está bien.
El médico controló los signos vitales de Bulma y la herida en su abdomen.
–¡Diablos!
–¿Qué sucede?
–La bala parece haber perforado órganos internos. Tenemos que llevarla inmediatamente al hospital. Deberán intervenirla. ¡Por aquí! –gritó a otros paramédicos que cargaban una camilla–. ¡Súbanla rápido!
–Yo voy con ella en la ambulancia –afirmó Vegeta.
–Lo siento, señor… pero no…
–Olvídelo. Ella acaba de sufrir un atentado. No permitiré que nada le pase en esa ambulancia.
–Señor... nosotros seríamos incapaces. Confíe en…
–Yo no confío en nadie.
El médico pareció sopesar las posibilidades de convencer al pelinegro.
–Está bien. Está bien. Puede acompañarnos.
Vegeta se disponía a subir tras la camilla que llevaba a al peliazul pero Broly lo tomó del brazo.
–Vegeta… has que llegue viva al hospital… Por favor… ella no puede…
–Ni lo digas. No lo digas.
Broly asintió y se dispuso a irse pero Vegeta lo llamó.
–¡Broly! Que atiendan a su guardaespaldas. Él es amigo de Bulma. No quiero tener que darle más malas noticias…
Broly asintió y se fue hacia donde otros médicos asistían a Ten Shin Han.
Más allá del sitio donde habían disparado al calvo se encontraban los cuerpos heridos de otros dos guardaespaldas, y otros médicos atendían a otros tantos heridos mientras la policía comenzaba a vallar la zona y expulsar a los curiosos. Vegeta vio cómo el calvo bajito que era el chofer de Bulma se acercaba corriendo.
–¿Cómo está Bulma?
–Está herida. La bala parece haber dañado órganos internos. La llevan al hospital de la Capital del Norte. Van a operarla. Yo iré con ella.
–Gracias… –dijo con lágrimas de angustia en los ojos–. Iré con Ten y le avisaré a Roshi, Mister Popo y a Launch. Cuida… cuida que hagan todo lo posible por ella. Esa niña es un ángel. No merece nada de todo lo que le ha pasado.
–Lo sé –respondió Vegeta, que sentía dolor en su pecho.
Otro médico se acercó a él apresuradamente y le dijo:
–Señor. Debemos irnos. Si va a acompañarnos…
–Está bien.
Vegeta terminó de subir a la ambulancia seguido del doctor y se sentó al lado de Bulma. A ella le habían puesto un respirador y otro de los paramédicos se disponía a cortar sus ropas cuando el monitor de signos vitales comenzó a pitar.
–¡Diablos! ¡Su corazón está fallando!
«No. No. No. Por favor, pequeña… Por favor, quédate. No. No.»
–¡Aléjese por favor!
Vegeta se separó para no entorpecer las acciones del médico tendientes a salvar la vida de su pequeña. Por dentro rezaba… como no había hecho nunca… como no pensó que haría jamás.
–3… 2… 1… ¡Despejen! –dijo uno de los médicos para inmediatamente después apoyar el desfibrilador sobre el pecho de la peliazul y enviar a través de él una fuerte descarga que sacudió todo el cuerpo de la niña.
–Nada –dijo el otro paramédico–. ¡Otra vez!
–3… 2… 1… ¡Despejen!
Después de la nueva descarga, el monitor de Bulma volvió a pitar con normalidad.
Los médicos suspiraron con alivio y Vegeta se recostó sobre una de las paredes de la ambulancia. Entonces notó la humedad de sus mejillas y el dolor en el pecho.
Había estado a punto de perderla, y esa sensación le heló la sangre.
Necesitaba estar a su lado, convencerla de que no se diera por vencida, que luchara por su vida, y por la de él, que sin ella no valdría nada.
Se acercó hasta la cara de Bulma y sin pensar en que no estaban solos, le besó la mejilla y muy cerca de su oído le susurró:
–Te amo, pequeña. No sé cómo ni cuándo, pero me enamoré de ti. Y si tú te vas… no sabría cómo vivir sin ti. Te robaste mi corazón y ni siquiera te diste cuenta, ni siquiera lo intentaste. Y ahora solo sé que daría mi vida por ti, hoy y todos los días de mi vida.
Después apoyó su nariz sobre la mejilla de ella y le hizo una suave caricia con ella.
–Llegamos –interrumpió uno de los médicos–. Permítanos bajar primero la camilla y luego podrá seguirnos hasta donde le permitan en el hospital.
–Está bien. Gracias. Gracias por salvarla.
El hombre sonrió comprensivamente y en cuanto la ambulancia se detuvo la puerta se abrió bruscamente y bajaron a toda prisa la camilla con su pequeña todavía dormida.
El director Roshi fue el primero en llegar acompañado de un extraño ser de piel negra y ojos saltones que se presentó ante Vegeta como Mister Popo. Inmediatamente lo hizo Broly, que le comunicó que el guardaespaldas de Bulma ya estaba en el hospital y que aparentemente tenía una herida de bala que lo había traspasado, por lo que solo quedaba esperar a que su cirugía fuera bien.
Los últimos en llegar fueron una rubia junto con el chofer de Bulma. Ambos se veían muy afectados, aunque era la rubia la que no paraba de llorar.
El bajo, que le recordó a Vegeta que se llamaba Krillin, le preguntó por Bulma y si sabía algo de Ten, a lo que el pelinegro contestó que todavía no había novedades. Fue el director Roshi quien le comentó a Vegeta que la rubia se llamaba Launch, era la asistente y amiga de Bulma y novia del guardaespaldas.
De pronto apareció un médico que se acercó a los amigos de la peliazul. No hacía falta que preguntara si eran familiares de Bulma Brief. La vida de la pequeña y su triste historia familiar eran conocidas por todo el mundo, y para prueba estaban las decenas de periodistas y medios de comunicación que se habían congregado en frente del hospital al conocerse la noticia del atentado a la joven heredera de la Corporación Cápsula.
«Kami. Piedad. ¿Acaso toda la vida de su pequeña estaría siempre en la mira de todo el mundo? ¿Y qué quedaba para él, para el amor que sentía por ella, que era a todas luces tan inapropiado?
–Buenas noches. Soy el doctor Dabra, a cargo del área de cirugía del hospital. La señorita Brief todavía está siendo intervenida. Recibió un impacto de bala de muy grueso calibre, pero el impacto fue amortiguado porque el proyectil perdió fuerza al momento de traspasar el cuerpo de su guardaespaldas.
Al escuchar esto, Launch lanzó un quejido agudo y tuvo que ser sostenida por Krillin.
–El señor Ten Shin Han se encuentra fuera de peligro. Tenía chaleco antibalas por lo que solo una bala lo traspaso y por milagro esa bala no dañó ningún órgano interno.
–Entonces… –pregunto Broly sorprendido– la bala que los hirió a ambos, ¿es la misma?
–Aparentemente sí. La bala traspasó el abdomen del señor Ten Shin Han para después perforar y alojarse en el cuerpo de la señorita Brief. El joven tuvo suerte de que la bala no causara ningún daño importante, pero la señorita Brief no tuvo la misma suerte. Perforó su bazo, y es lo que estamos tratando de solucionar.
–¿Es… grave? –pregunto Roshi timorato, temiendo la respuesta.
–Mucho. Ese tipo de bala pasa limpia a través del primer obstáculo, en este caso el cuerpo del señor Ten, pero inmediatamente ralentiza su velocidad para comenzar a zigzaguear y hacer el mayor daño posible.
–Quien les disparo sabía que la bala llegaría hasta Bulma, y que ella sería la más perjudicada –comentó Vegeta, que conocía sobre armas y sobre todo esas que causaban daños por el recorrido que realizaban una vez que perforaban la carne.
El médico lo miró y asintió a continuación.
–No puedo asegurarlo, pero es muy posible. Pero no contó con que el chaleco antibalas desarrollado por la Corporación Cápsula frenara dos de ellas. He estado en la guerra como parte del equipo médico de las Fuerzas de Paz, y he visto a esos proyectiles perforar escudos y tanques como si de cartón se tratara. Lamentablemente, y calculo que por la posición protectora del señor Ten sobre la señorita Brief, la tercera bala dio en un lugar donde el chaleco se había movido del torso y así logró impactar en ambos. El señor Ten Shin Han ya ha sido derivado a una habitación y podrán verlo en una hora, cuando se le pasen los efectos de la anestesia.
–¿Y Bulma? –preguntó Broly.
–Ella estará un rato más en cirugía. Haremos lo posible… pero…
–No lo diga. No se atreva a decirlo. Vaya allá y sálvela –espetó Vegeta con furia.
–Sí… lo haremos.
El médico volvió sobre sus pasos y desapareció tras la puerta doble que conducía hasta el interior de las salas de operaciones.
«Habían intentado matarla… no asustarla ni amenazarla. La querían fuera de la ecuación y ese conocimiento le erizó la piel. ¿Cómo podría proteger a su pequeña si seis guardaespaldas no habían podido…»
Además, la habían herido a la salida del restaurante que él había elegido, en el que habían almorzado juntos durante más de tres horas.
¿Había sido su culpa? ¿Habría estado a salvo de haberla dejado ir después de clase o después de la pelea con Zangya?
«Kami… por lo que más quieras… sálvala. No permitas que nada malo le pase.»
Tres horas más pasaron. Tres horas y nadie salía a decir nada. Cada segundo era una piedra más en su pecho, y ya casi no podía respirar. Todos los escenarios posibles se sucedían uno tras otro y todos aquellos que no implicaban a la peliazul en su vida se le hacían insostenibles.
Se dio cuenta que desde que la conoció aquella tarde en el aeropuerto no había dejado de anhelarla un solo momento, pero no como alguien a quien quería poseer, sino como alguien que quería que volviera a su vida. Estar con ella era poner las cosas en el lugar correcto, como debía ser. Era natural, y aunque sabía que las cosas no serían fáciles, no podía rendirse. Renunciar a estar con ella, si bien parecía lo correcto, no se sentía así, y él lo había sentido de ese modo todo el tiempo. No podría renunciar a ella. Quizá… quizá... podría esperarla, y rogar al universo que ella se enamorara de él, y entonces… cuando ambos fueran mayores podría dedicar su vida a hacerla feliz, y a protegerla de todo aquello que pretendiera lastimarla.
Tenía que hacerlo. Tenía que esperarla, lograr que se enamorara de él y hacerla feliz el resto de su vida.
Otro médico se apareció nuevamente por el amplio pasillo. Se acercó a Roshi y a Mister Popo y los saludó con familiaridad.
Todos los demás se acercaron con mirada expectante. Nadie se había movido de ese metro cuadrado esperando buenas noticias de Bulma. Solo la rubia y Krillin se habían ido unos momentos a ver como estaba el guardaespaldas, pero habían vuelto enseguida por órdenes de éste, que «necesitaba» conocer el estado de su amiga.
El médico se limpió el sudor de la frente y permaneció en silencio unos segundos que a Vegeta le parecieron horas. Lo hubiera golpeado… de haberse tardado un segundo más lo hubiera golpeado.
–Soy el Dr. Karim, director del hospital. Desde que supe lo que pasó vine al hospital y he estado con Bulma en la operación… Todo salió bien.
Las emociones contenidas escaparon en una exclamación de felicidad. Vegeta sintió como de repente sus pulmones se llenaban da aire nuevamente.
–La operación ha sido un éxito. Pudimos extraer la bala y reparar los órganos comprometidos. Si bien aún es pronto para decirlo, confío en que Bulma nos deleite nuevamente con su sonrisa muy pronto.
–¿Esta despierta?
–¿Está fuera de peligro?
–¿Podemos verla?
Las preguntas se sucedían repetidas de todas direcciones.
–No, sí y no. Bulma está bien pero sigue dormida y no despertará en un buen rato. Está en una habitación aislada para que nada obstaculice su recuperación. ¿Quién es… quién es su tutor?
Mister Popo habló:
–Bulma no tiene tutor. Su padre se ocupó de ello dándole la emancipación en su testamento.
–¡Diablos! ¿Y algún novio? ¿Bulma tiene algún novio?
Broly y Vegeta se miraron fijamente y el odio entre los dos volvió como al principio, dando fin así a la corta tregua que habían hecho por la peliazul. Ambos sabían las ganas que tenía el otro de adjudicarse ese título, pero ninguno permitiría que el otro siquiera insinuara algo.
–Bulma no tiene novio… ni cabeza para uno –dijo Launch mirando de reojo a ambos empresarios. Sin duda la tensión entre ambos había traspasado sus frías miradas y los había dejado en evidencia–. Yo soy su amiga, el señor aquí –dijo señalando a Roshi– es su padrino, y este –dijo señalando a Mister Popo– es su abogado. Yo solo quiero que ella esté bien y correr a decírselo a mi novio antes de que se levante y venga a averiguarlo por sus propios medios.
–Está bien. Comuníquele a Ten que Bulma está bien y fuera de peligro, pero que no podrá recibir visitas por lo menos por una semana hasta estar seguros de que no contraiga ningún virus que pueda retrasar o entorpecer su recuperación.
Después, se dirigió al mayor del grupo:
–Tendrás que ser tú, Roshi, quien le explique lo que pasó en cuanto recupere la conciencia. Pero solo podrás verla unos minutos. El resto… dama y caballeros… pueden irse a descansar por hoy como haremos nosotros. Ha sido un día muy difícil para todos, pero gracias a Dios todo salió bien y nuestra Bulma saldrá adelante.
Una agonía. Así era cómo se sentía aquello. Una agonía. La última vez que la había visto, Bulma estaba inconsciente y acababa de ser resucitada gracias a un desfibrilador en el interior de una ambulancia, y de eso había pasado ya una semana, una semana en la que se había dejado llevar como en piloto automático, de un lado al otro, mientras el mundo seguía girando para todos… excepto para él. Su mundo se encontraba recuperándose en una habitación del hospital de la Capital del Norte.
Sabía por Roshi que ella se encontraba bien. En unos días le darían el alta pero por ahora no volvería a la universidad. El viejo se había mostrado reticente a hablar de los pasos que se tomarían a partir de ahora en cuanto a su seguridad. No habían atrapado a ninguno de los que participaron del atentado, lo cual era muy raro, dado que en el tiroteo con el personal de seguridad de la peliazul habían muerto dos de los terroristas, que no solo no pudieron ser identificados, sino que además, según los dichos de la policía, parecían entrenados en fuerzas especiales de combate, tenían armas de gran poder y muy avanzadas, algunas creadas por la propia Corporación Cápsula.
¿Qué rayos estaba pasando? ¿Habría complicidad de las autoridades policiales?
Nadie se adjudicaba el golpe, y mientras más tiempo pasaba, más lejos estaban de encontrar y detener a los culpables, y lo peor de ello es que al no haber logrado su cometido, era de esperar que lo intentaran otra vez.
Vegeta mismo le había sugerido a Roshi contratar unos investigadores que se ocuparan del caso, y este le había respondido que Broly se estaba haciendo cargo de ello.
El alivio de saber que había profesionales intentando esclarecer el atentado y detener a los culpables fue contrarrestado por el nombre de la persona que se estaba haciendo cargo de ello: Broly Gassu.
Recordaba ver la preocupación genuina en su mirada y que probablemente el interés hacia Bulma fuera real y no un intento de tomar las riendas de su empresa, pero solo saber que el desgraciado seguiría cerca de su pequeña le revolvía el estómago.
No podía olvidar lo último que él le había dicho antes de que todo ese infierno se desatara. Su afirmación de que Bulma sería suya. El parecía no considerar que ella era menor de edad, una niña inocente sin ninguna experiencia en relaciones con el otro sexo, y si lo consideraba, el hecho parecía no importarle, no como a él.
Él la esperaría el tiempo que hiciera falta, no la presionaría ni intentaría usar su inexperiencia para atraerla y embaucarla, pero no estaba tan seguro de que Broly pensara hacer lo mismo, y por Kami que si se atrevía a aprovecharse de Bulma lo mataría.
El sonido de su celular lo sacó de su ensimismamiento.
Zangya. Maldita mujer… no se daba por vencida. Había estado llamándolo toda la semana, e incluso se había presentado en su departamento y en la universidad.
Por suerte habían suspendido las clases de su curso y él había aprovechado esa semana para irse a la casa de su hermano, que no se encontraba en el país. Un periodista había averiguado que él era el «misterioso acompañante» de la heredera de la Corporación Cápsula el día del atentado, y sabía que le había hecho guardia en la puerta de su departamento durante un par de días buscando la exclusiva.
No había nada que el pudiera aportar para esclarecer el ataque, y no permitiría que la prensa se relamiera con nueva y falsa información acerca de la vida de Bulma Brief. Además, temía mucho que alguien más pudiera ver en él lo que de vedad sentía por ella. Casi estaba convencido de que Roshi ya se había dado cuenta, y probablemente Broly también. El primero seguramente confiaría en su criterio; el segundo, seguramente desconfiaría de sus intenciones por aquello de que el ladrón cree a todos de su condición. Y seguramente también, como él, estaba dispuesto a vigilarlo de cerca.
Otra vez su celular. Miró la pantalla con desánimo. Un número desconocido. Probablemente era la pelirroja arpía e insoportable que había entendido la indirecta de que a ella no la atendería y se había provisto de un celular desconocido para intentarlo de esa manera. Seguramente cuando no la atendiera le enviaría un nuevo mensaje, como esos que ya le habían llenado la bandeja de entrada, con insultos y amenazas de que si no la atendía le diría a todo el mundo lo que le pasaba con Bulma. No le restaba importancia, la creía capaz de eso y de mucho más, pero no estaba dispuesto a dejarse manejar como un títere por esa arribista ambiciosa y egoísta.
El sonido de la llegada de un nuevo mensaje de texto lo hizo sonreír. Era tan previsible. Iba a obviarlo, pero solo por diversión decidió abrirlo y de paso ver que sarta de idioteces tenía la pelirroja para decir esta vez.
Buenas tardes, Profesor. Soy Bulma. Estoy mucho mejor y pronto me darán de alta. Quisiera hablar con usted. Si pudiera venir a verme, se lo agradecería.
Vegeta leyó en mensaje una y otra vez. Era ella. Ella le había llamado y él no la había atendido.
«Mierda. Mierda, y más mierda.»
Ella quería verlo… y él se moría por verla. Sin pensarlo comenzó a sacarse la ropa mientras caminaba hacia el baño. Al llegar a la ducha se dio cuenta de que no tenía nada decente que ponerse y que la ropa de Tarble le quedaría chica.
«¡Diablos!»
Tendría que ir a su departamento a cambiarse… y demoraría… por lo menos una hora… y no quería demorar tanto… quería verla ya. Pero quería lucir bien… para ella…
Tomó su teléfono y le envió un mensaje en respuesta:
Hola, Pequeña. ¡Qué alegría que estés bien! Estoy terminando un trabajo. Como en una hora paso a verte. Te quie… «No –pensó–, no es correcto.» Te veo pronto.
No era lo que quería decirle en realidad, pero por ahora tendría que servir.
«Unos años más, pequeña; unos años más y tendrás mis TE QUIERO todos los días.»
Regresó sobre sus pasos recogiendo y volviéndose a poner su ropa. Tomó su celular, su billetera y las llaves de su auto y salió de la casa de Tarble rumbo a su piso con la mayor velocidad posible.
–Buenas tardes. Vengo a ver a Bulma Brief.
–Disculpe, señor. La señorita Brief no puede recibir visitas.
–Ella me llamó. Soy…
–¡Ah! Sí. Usted debe ser Vegeta Ouji, ¿verdad? La pequeña nunca dijo que su profesor fuera tan apuesto –rio la sexagenaria con picardía–. Disculpe, señor Ouji, pero no tiene idea de la cantidad de personas que vienen a preguntar por ella todos los días, a traerle flores, muñecos de peluche y muchísimos regalos. La señorita Brief es un ángel, y si bien extrañaremos su calidez y su dulzura, créame que será un alivio cuando reciba el alta y por fin dejemos de recibir tantos presentes.
Vegeta pensó en el pequeño ramo de hortensias azules que le había mandado y rió.
–¿Y qué hace con todo?
–Bueno… más de 20 peluches enormes han ido a parar al área pediátrica del hospital, donde la señorita Brief es considerada algo así como un Santa Claus de julio, ya que además ha hecho que envíen todos los modelos de juguetes y juegos didácticos desarrollados por la Corporación Cápsula. Las primeras flores fueron a parar a cada una de las habitaciones y consultorios del hospital, incluso yo me lleve algunas a casa y a un centro comunitario de mi zona. Ella solo recibe las tarjetas y se ha dejado uno que otro arreglo… entre ellos el suyo –dijo guiñándole el ojo.
«Sus flores… se había quedado sus flores».
No supo por qué pero una alegría inmensa lo embargo al saberlo. Imaginó que ella recibiría cientos de regalos y que obviamente no podría mantenerlos todos… pero saber que se había quedado con el suyo especialmente lo emocionó.
–Pero no lo demoro más. Pase por ese pasillo, señor Ouji. Habitación 39.
–Gracias.
Con paso veloz se dirigió hacia donde la mujer le había indicado. Estaba nervioso, ansioso y muy pero muy feliz.
Se detuvo frente a la habitación y se tomó unos segundos para recomponerse.
«Kami. Qué hacía esa chiquilla para tenerlo así, como un adolescente, nervioso y con taquicardia solo porque iba a verla… ¡Qué diablos!»
Pero se negó a analizarlo. No ahora. Ahora iba a ver a su ángel azul.
Dio un par de suaves golpes en la puerta y un gigante musculoso con un traje negro apareció.
–Señor Ouji… adelante.
Pasó y se sorprendió al no encontrar más que otro par de guardaespaldas apostados ante otra puerta. La habitación estaba vacía. Solo un par de monitores sobre una mesa y un par de sillas. La puerta que custodiaban los guardaespaldas se abrió y de ella salió un cuarto hombre, pelirrojo y con un corte mohicano, al que recordaba haber visto deambulando en la universidad.
–Señor Ouji, adelante. La señorita Brief lo está esperando.
Vegeta se dirigió hacia donde el hombre indicaba. Éste le abrió la puerta y el pelinegro ingresó después del guardaespaldas.
–Eso es todo, Tapión. Muchas gracias.
Su pequeña estaba ahí, tendida sobre la cama, hermosa como siempre… no… en realidad estaba más hermosa que nunca.
El pelirrojo hizo una señal de asentimiento y se dispuso a salir de la habitación, pero Bulma lo volvió a llamar.
–Disculpa, Tapión. Lo olvidaba. Por favor, haz que apaguen la cámara de este cuarto mientras este el señor Ouji.
El pelirrojo se giró y enarcó una ceja. Luego miro al pelinegro con desconfianza.
–Lo siento, señorita Brief, pero eso no será posible. Demasiado con que le haya concedido no permanecer en la habitación durante su visita.
–Tapión, no te estoy consultando. El señor Ouji y yo tenemos que hablar de asuntos de negocios muy confidenciales sobre un proyecto ultrasecreto en el que estamos trabajando. Además, es de mi absoluta confianza, y la de Roshi. Así que no hay nada que decir. Lo que hablemos no puede salir de esta habitación. Es… seguridad nacional…
Vegeta la miró confundido. No tenía idea de qué rayos estaba hablando su pequeña. Si bien la idea de estar a solas con ella, por más que no fuera a pasar nada entre ellos, le encantaba… podía entender –y hasta agradecía– la reticencia del pelirrojo a que ella se quedara desprotegida, así fuera durante unos minutos.
El hombre parecía estar analizando las palabras de la peliazul, sopesando cada una de las posibilidades. Vegeta aprovechó ese momento para mirarla y admirarla. Estaba quizá un poco más delgada, pero no estaba ni pálida, ni ojerosa, ni demacrada… como él.
Había sido una semana muy difícil para el pelinegro; le costaba dormir, concentrarse; la imagen de Bulma en sus brazos, inconsciente y sangrando lo tenía en vilo.
Pero no a ella. Ella se veía… radiante… hasta feliz. De repente sus miradas se encontraron y ella le guiñó un ojo.
«¡Diablos! Seguro me sonrojé. Maldita sea. Lo estoy sintiendo… siento mis mejillas arder. Mierda.»
Vegeta se dio media vuelta con disimulo tratando de ocultar su vergüenza y su pena.
«Definitivamente esa niña lo volvía un idiota.»
–Está bien –bufó no muy convencido Tapión–. Cortaremos el audio pero de ninguna manera…
–La expresión corporal dice mucho de una conversación entre dos personas, Tapión. Además, el profesor Ouji trae consigo un prototipo que solo yo puedo ver, así que no se diga más.
Ok. Ahora sí que no entendía nada. El no traía ningún prototipo ni nada que se le pareciera.
El pelirrojo lo miró expectante.
Vegeta asintió con parsimonia e intentó mostrarse sereno e impasible mientras que por dentro las palabras de la peliazul lo tenían revolucionado.
–Está bien… pero solo 20 minutos. Ni un minuto más, Bulma… quiero decir… señorita Brief.
–Puedes llamarme Bulma delante de él, Tapión. Es de confianza y no dirá nada de –dijo susurrando– nuestro acuerdo secreto de llamarnos por nuestro nombre de pila.
Vegeta y Tapión sonrieron. El pelinegro acababa de comprender por qué ella lo hacía sentir de esa manera tan… débil... era su trato con las personas, su dulzura capaz de ablandar hasta al hombre más rudo del mundo, hasta un osco guardaespaldas de casi dos metros de altura y 90 kilogramos de puro músculo.
–Está bien… Bulma. Estoy afuera. Llama por cualquier cosa.
Dicho esto, el gigante pelirrojo se retiró de la habitación, aunque no muy a gusto.
En cuanto quedaron a solas, Bulma miró a Vegeta y le sonrió, así sin más, sin decir nada.
Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Vegeta. No sabía por qué pero se sentía «expuesto».
–Hola, Profesor.
–Hola, señorita Brief –dijo nervioso y se sentó en una de las sillas, la más alejada de la cama de Bulma.
Bulma enarcó una ceja confundida para segundos después ampliar aún más su sonrisa en una mueca que demostraba que se estaba divirtiendo con la situación.
–¿Como ha estado, Profesor?
–… Bien… todo bien… ¿y tú? ¿Cómo has estado? –dijo dubitativo.
–Bien… los médicos de aquí me salvaron la vida… al igual que Ten… y los otros guardaespaldas, que por suerte están bien… al igual que los paramédicos de la ambulancia...
Vegeta asentía levemente mientras veía sus ojos azules más brillantes que nunca. Todo ella estaba… diferente…igual de bella pero… diferente.
Había algo distinto en su mirada, y ese algo le hacía latir el corazón a un ritmo inusitado. Tenía miedo… y no podía entender por qué.
–… al igual que a usted.
Vegeta volvió en sí.
–Yo no hice nada, Pequeña.
Bulma levantó las sábanas y se bajó de la cama.
Si bien tenía puesto un pijama de pantalón largo y camisa que le quedaban enormes, Vegeta no pudo evitar ruborizarse y que su cuerpo se tensara de excitación.
«¡Diablos!… qué tendría que ponerse esa niña para que su cuerpo no la deseara tan… notoriamente.»
Bulma se sentó a su lado en otra de las sillas.
Vegeta miró a su alrededor y se dio cuenta que estaban sentados casi a la orilla de la pared, fuera del alcance de la cámara que enfocaba la cama de Bulma y el lado opuesto de la habitación.
Vegeta carraspeó nervioso. Un frio sudor comenzó a bajar por su sien y tuvo una intensa necesidad de levantase para alejarse de ella, pero Bulma habló:
–Disculpe, Profesor. Si lo hago sentir incómodo… no era mi intención.
Bulma, visiblemente dolida, se dispuso a ponerse de pie para alejarse de él pero la mano de Vegeta atrapó la suya, deteniéndola.
–No… Pequeña. No te alejes. No sé qué me pasa hoy. Me siento… nervioso. Quizá sea porque te vi tan cerca de la muerte que eso todavía me asusta…
Vegeta cubrió ambas manos de Bulma entre las suyas. Ella aprovechó esa situación para sentarse más cerca de él. Sus rodillas se tocaban. Vegeta podía oler su aroma, el aroma de su champú… uva y agua de rosas, el que desprendía su cuerpo… todavía más delicioso.
Vegeta luchó con todas sus fuerzas por contenerse de abrazarla, de estrecharla contra sí para que ya nada ni nadie pudiera separarlos. Cerró los ojos instintivamente como si dejar de mirar esos luceros turquesas pudiera arrancarlo de ese hechizo al que se sometería voluntariamente todos los días de su vida.
–Lo escuché.
Vegeta abrió los ojos y la contempló sin llegar a entender.
–¿Me escuchaste?
–En la ambulancia… –le aclaró Bulma– estuve consciente todo el tiempo… no podía abrir los ojos y decirle que estaba bien, pero estaba ahí… escuché a los paramédicos, el sonido de la sirena, el horrible pitido del desfibrilador… y lo escuché a usted… lo que me dijo.
Vegeta se quedó paralizado. No sabía que decirle. Podía negarlo… podía atribuirlo a su estado de shock… podría mentirle… pero no quiso hacerlo.
–Bulma… yo… lo siento… de verdad… perdóname…
–Profesor… no se disculpe… no lo haga, por favor. Yo solo quería saber… no podía esperar más y quería saber… ¿de verdad… siente algo por mí?
«Oh, Pequeña… lo siento todo por ti.»
Vegeta la miro a los ojos. No debía hacerlo. Lo sabía… pero necesitaba ver en sus ojos y ver que sentía ella ahora por él.
¿Sería asco? ¿Odio? Cómo le aterraba la idea de ver a su pequeña mirándolo con desprecio.
Pero sus ojos… sus hermosos ojos azules no mostraban nada de eso… se veían anhelantes… ansiosos… ilusionados… y eso lo aterro aún más.
Sintió vergüenza… se sintió un maldito corrupto. No podía ilusionarla. Ella no merecía eso. No podía enamorarla… todavía no. La esperaría. Tendría que hacerla entender, desilusionarla para que ella no sucumbiera a sus necesidades… porque si la tenía cerca y la sentía dispuesta, ya nada podría controlarlo.
–Bulma… no… quiero decir… no es correcto… esto no puede… –dijo mientras negaba con la cabeza, bajando la mirada y cerrando los ojos.
Bulma sonrió y aprovechó que él no la estaba mirando para acercarse más a él. Se sentó en el piso, sobre sus talones, y entre las piernas de Vegeta. Desde allí lo miraba con todo el amor que sentía por él, con toda esa montaña de sensaciones que jamás nunca había sentido antes, que jamás imagino se sentirían de esa manera tan… intensa.
Tímidamente Bulma apoyó sus manos sobre las rodillas de Vegeta para tratar de tranquilizarlo. En sus facciones se leían claramente su inquietud y su desasosiego.
Al sentir las manos de Bulma en sus rodillas todo su cuerpo se tensó. Abrió los ojos y se encontró con su ángel azul que lo miraba desde el piso… de rodillas.
–No… Pequeña. Por favor… no puedes… no me hagas esto –decía mientras negaba con los ojos suplicantes–. Eres una niña, por Kami. Por favor, no puedo controlarme cuando estoy contigo. Me muero por besarte pero no podemos. No sé qué me has hecho, Pequeña… pero esto no puede ser. Eres mi alumna y tienes 16. No…
Pero el resto de los argumentos de Vegeta se ahogaron entre los labios de Bulma.
«No puede ser real. Es uno de los tantos sueños que tengo con ella. No puede haberme besado así… no puede estar acariciando mi nuca de esta forma ni saboreando mis labios de esta manera… Kami… esa no puede ser su lengua pugnando por entrar en mi boca.»
Y todo lo demás dejó de tener sentido.
Vegeta se levantó bruscamente y a ella con él. La abrazó y le devolvió el beso con todas las ansias que venía acumulando desde que la había visto por primera vez, y que habían ido creciendo con cada una de sus miradas, de sus sonrisas, de sus momentos de congoja en los que el solo quería abrazarla para hacerla sentir mejor.
Su mente le exigía que parara. Su razón le imploraba que se detuviera pero su cuerpo no podía… sencillamente no podía alejarla, no ahora… no cuando sabía cómo era besarla, cómo se sentía, cómo sus cuerpos temblaban y se estremecían ante ese contacto que los estaba llevando al cielo.
Mientras sus bocas seguían en una danza sensual y dulce a la vez, él la estrechó aún más contra su cuerpo. No quería soltarla… no lo haría… acababa de ser consciente de que el aire ya era algo secundario para su existencia. La necesitaba a ella, solo a ella y nada más, y el resto del mundo podría irse bien al infierno.
–Por Kami… Pequeña. No sabes cuánto tiempo soñé con esto –decía Vegeta entre los gemidos ahogados en los labios de Bulma.
–Yo no me atrevía a soñar. Pensé que usted nunca se fijaría en mí –decía entre besos y caricias–, que nunca me vería como la mujer que soy y que lo ha deseado con tanta fuerza. No soy una niña, Vegeta, créeme. Una niña no querría hacer contigo las cosas que estoy pensando en este momento.
Vegeta detuvo sus besos y la miró perplejo. En sus ojos podía verse la lucha feroz que se desataba en su interior. Movía la boca como queriendo decir algo pero las palabras no salían de sus labios, su voz había desaparecido.
Bulma sonrió y lo miró directamente a los ojos mientras ponía una mano a cada lado de su cara.
–Lo amo, Profesor. No es aprecio, ni admiración, ni estoy encandilada o encaprichada con usted. Lo amo… y si usted me da una oportunidad… sé que puedo hacer que se enamore de mí.
–Oh… Pequeña.
Vegeta volvió a besarla con más frenesí. Quería decirle que ella no tenía que hacer nada, que él ya la amaba más de lo que nunca creyó que fuera posible amar a alguien.
Un carraspeo ronco los sacó de ese lugar que habían encontrado y en el que amarse como lo hacían era natural y sublime a la vez.
Sin siquiera mirar hacia desde donde provenía el sonido, Vegeta abrazó a Bulma mientras sus frentes permanecían juntas.
«No me arrepiento de amarla… y no debemos sentir vergüenza. La esperaré y la respetare hasta que sea mayor y podamos…»
El molesto carraspeó, otra vez.
Vegeta abrió los ojos para enfrentar lo que viniera. Instintivamente se puso delante de Bulma para recibir cualquier reproche… cualquier crítica.
Al fijar la vista se encontró frente a frente con la mirada de puro odio de Broly.
–Lo siento… ¿interrumpo?
Sí, idiota. Interrumpes. «Qué pregunta tonta.» Bueno. ¿Qué opinan? Perdón por las inconsistencias médicas si las hay. Soy muy amante de las series policiales y siempre la bala perfora el bazo, sea lo que sea eso. Ja ja.
Pero vamos a lo importante. El beso y las confesiones. Y el abrazo. Y lo que se dijeron. ¿No estuvo lindo? A la mierda el mundo. Vegeta tiene un plan... pero me temo que Broly tiene otros...
¿Qué pasará? Nos vemos en una semana... días más... días menos. Esta semana hay «Salvaje». Sí o sí. O sí.