El problema con nosotros.

Notas:

Inspirado (de alguna forma) en la canción The Trouble with Us de Chet Faker y Marcus Marr. No pude evitarlo, pues desde la primera vez que la escuché no pude dejar de pensar en el Mister cejotas y Monsieur barbudo.

Ya que tenemos a Londres como principal escenario, se supone que todos hablan inglés. Así que, usaré las llamadas cursivas (italics) para identificar los momentos en que se habla francés. Aunque habrá momentos en que solo las usaré para un pequeño énfasis.

Si no se comprende del todo, no os preocupéis, pues para eso está la narración.

I.

El aire helado de octubre invadía los callejones de Londres. Las personas estaban agotadas por un arduo día de trabajo, sin embargo, paseaban con ánimo por las transitadas calles de la ciudad para celebrar. Aunque, en realidad, no había una fecha especial para celebrar. Las personas no necesitaban razones para disfrutar de esa tarde de sábado. Una excepcional y hermosa tarde de sábado. Perfecta para ir con tus compañeros a algún lugar, y tomar unas cuantas bebidas. Tan perfecta, que la mayoría de los pubs estaban llenos de clientes.

Y entonces, ¿por qué el pub de Arthur estaba prácticamente desértico? ¿Qué tenía de diferente?

Su localización era perfecta, al menos. Estaba justo en el cruce de tres concurridos callejones, y el ambiente era tan acogedor como podría serlo la propia casa de los clientes. Arthur, el dedicado y muy joven dueño del pub, se desvivía puliendo la barra del bar. No había una pizca de polvo en las mesas ni en el reluciente piso de mármol. Todo estaba impecable. Había sido uno de los establecimientos más populares de la zona.

Había, pues cuando los padres de Arthur dejaron de administrarlo y se lo encomendaron a él, mágicamente dejaron de llegar los clientes. Aún iban las personas de todos los días, claro. Viejos amigos de sus padres, y de sus hermanos.

No de Arthur. Él no era muy bueno haciendo amigos. Tampoco era bueno entablando conversaciones ni atrayendo clientes.

Y aún no entendía por qué sus padres le habían dejado el pub. Sí, querían vivir tranquilos y lejos de la ciudad, pero tenían que dejarle esa importante tarea justo a él. No a alguno de sus holgazanes hermanos, claro que no, porque ellos estaban muy ocupados viajando por el mundo y viviendo sus sueños.

Arthur había vivido siempre bajo la sombra de su familia; soportando maltratos de sus hermanos, y sintiéndose obligado a decir «sí» a todo lo que sus padres le dijeran, pues no quería dejar en vergüenza su apellido.

Sin embargo, no odiaba su trabajo. En un principio se había resignado a ello contra su voluntad, pues nunca pensó hacerse cargo del negocio de la familia. Era normal no considerarlo, ya que estaba destinado directamente a su hermano mayor.

Pero ese lugar era su casa, literalmente. En algún momento, mucho antes de que Arthur naciera, sus padres construyeron el pub en lo que solía ser la estancia de su hogar. Vivió rodeado del aroma a ron y ale, acostumbrándose a apoyar a sus padres con tareas pequeñas, como ir por barriles a la bodega y acomodar botellas detrás de la barra.

Ahí había crecido, ahí había pasado toda su vida… Y no soportaba ver a su hermoso establecimiento decaer en ruina. Por ese motivo, Arthur decidió contratar un músico.

Roderich llegó como caído del cielo. Era muy talentoso, callado, y lo mejor de todo: era pianista. Arthur amaba el sonido del piano, pues creció con él. Además de que en el pub ya contaba con el piano de su madre. En un principio la idea dio frutos; sin embargo, en esa hermosa tarde, parecía más dormir a los clientes que atraerlos.

Arthur ya se había anticipado a eso, claro, pues no todas las personas aprecian igual la música. Así que, puso un cartel solicitando a un cantante. Era una idea brillante, ya que luego de un exhaustivo día de trabajo, cualquiera amaría escuchar alguna voz de ensueño junto a una perfecta pieza de piano.

Lástima que nadie se acercara para pedir el trabajo.

El aviso tenía ya un mes entero, y no se había acercado ni siquiera una mosca a él. Arthur empezaba a perder la paciencia, y mientras pensaba en ello, escuchó el sonar de la campanilla junto a la puerta. Ese hermoso sonido, que anunciaba la entrada de un cliente al pub.

Arthur ya había apartado los brazos de la barra, y había enderezado los hombros para dar la bienvenida, cuando vio a la persona que entró por la puerta. Suspiró pesadamente, y volvió a su posición tranquila para seguir escuchando a Roderich.

"Qué poco amable," Dijo la mujer que había entrado, mientras se acercaba lentamente hasta la barra. El ruido de sus tacones se escuchó ligeramente por todo el establecimiento, y llamó la atención de los pocos clientes en las mesas. Todos se quedaron embelesados por su belleza, y por la forma en que su largo y ondulado cabello castaño bailaba de un lado a otro al compás de su caminar. "¿Dónde están tus modales, Arthur?"

"Guardados para utilizarlos con alguien que valga la pena," Dijo Arthur con expresión estoica, y para nada cautivado por la belleza de la mujer. Él, contrario a sus clientes, sabía que ella era la epítome de la frase «no juzgues a un libro por su portada».

"¡Vaya!" La mujer subió una mano junto a su boca, y suspiró de forma dramática. "No puedo creer que quieras perder un cliente, y más en la situación actual..." La recién llegada lanzó una mirada al deprimente lugar, y terminó su pequeño acto sonriendo de forma burlona hacia Arthur.

Arthur hizo una mueca de disgusto, pero a final de cuentas, ella tenía razón. Tomó aire, y habló con expresión aburrida. "Bienvenida, señorita… ¿qué le sirvo?"

"Nada," Dijo en tono de fingida inocencia, muy complacida por el gruñido que le sacó a Arthur. "Hoy solo vengo por Roderich, no por los tragos."

"Como siempre," Suspiró Arthur, para centrar su atención en la música de nuevo. "Te lo dije, es mejor guardar mis modales para alguien que valga la pena."

"¡Oh, vamos!" La mujer rió un poco, y golpeó a Arthur ligeramente en el hombro; un gesto algo masculino para su apariencia. "Estoy atrayendo clientes," Dijo, mientras sacudía su cabello un poco. "Puedo sentir sus miradas sobre mí."

"Qué modesta," Arthur bufó. "Y no estás atrayendo clientes, Elizabeta," continuó. "Estás tomando la atención de los clientes que ya están aquí."

"De igual forma, los mantiene entretenidos en algo," Sonrió, y volteó hacia el pianista. Su expresión cambió a una de melancolía, aunque solo por un momento. "Ya que no parecen apreciar los esfuerzos de Roderich."

Arthur, sintiendo el cambio en su actitud, decidió no comentar nada y seguir limpiando unas cuantas copas mientras escuchaba detenidamente la melodía que llenaba el pub.

De repente, Elizabeta decidió acabar con el silencio entre ellos. "Como sea, éste lugar da lástima."

"Gracias," Arthur respondió, inexpresivo.

"Y ese pequeño anuncio afuera…" Continuó la mujer, haciendo ademanes hacia la puerta. "¿No crees que ya es hora de hacerle una fiesta de cumpleaños?"

"Estoy empezando a considerarlo seriamente…"

En ese momento, se escuchó la campanilla de nuevo. Ésta vez, no era ningún conocido de Arthur; ni siquiera cerca.

Era un hombre de aproximadamente la misma estatura que Arthur, con cabello largo y rubio, que le llegaba casi hasta los hombros y se mecía de un lado a otro con gracia. Para describir su porte, sería necesaria una palabra más allá de elegante, y sus facciones eran tan finas, que esa escuálida y lamentable barba se veía incluso como un punto a su favor.

El hombre volteó hacia los lados, y sin dirigir la mirada a la barra, se acercó a dos hombres en la mesa más cercana. Su andar era tranquilo y despreocupado, y en todo momento estuvo portando una sonrisa holgazana en su rostro. Arthur se vio obligado a quedar hipnotizado al instante. Todo sobre aquel extraño parecía perfecto.

Pero entonces… empezó a hablar.

"Disculpe, caballero," Dijo el extraño a uno de los hombres sentados a la mesa, en un tono altivo, y sin dejar de sonreír ligeramente. "Estoy buscando al dueño de este establecimiento..."

Arthur no podía escuchar muy bien lo que el hombre recién llegado decía, pero vio claramente cómo la expresión de su cliente se contorsionaba hasta que empezó a fruncir el ceño.

"¿Qué pasa ahí?" Preguntó Elizabeta despacio, para sí misma.

El hombre de cabello largo siguió intentando hablar con el cliente por un rato. Arthur estuvo a punto de ir y pedirle amablemente que no molestara a sus clientes, cuando se dio cuenta de que el recién llegado estaba hablando francés.

Antes de que Arthur reaccionara de nuevo y se acercara a la escena, el hombre ya se había rendido de intentar entablar conversación, e iba directamente hacia la barra. Con las manos posadas de forma casual en los bolsillos del pantalón, y sus azules ojos sonrientes, se acercó sin dudar un segundo hacia la mujer con la que Arthur había estado hablando.

"Buenas tardes, señorita," Saludó cortésmente al acercarse, y tomó la mano de Elizabeta para besarla. "Me preguntaba si usted sabe quién es el dueño de este negocio…"

Elizabeta lo vio confundida. Claramente no entendía una palabra de lo que el extraño decía. Algo en su tono de voz, hizo que el humor de Arthur se pusiera peor que de costumbre.

"Yo soy el dueño," Intervino Arthur en un francés algo tosco, y con tono de molestia. "Por favor absténgase del francés. Aquí estamos en Londres. Hablamos inglés."

El hombre se mostró sorprendido por un momento, y luego rió un poco. Contrario a la risa burlona que cualquiera habría esperado, era el sonido más armonioso que Arthur había escuchado luego del piano. "Claro, perdone usted," Dijo, para luego extender una mano hacia Arthur, sonriendo. "Mi nombre es Francis Bonnefoy, para servirle."

Arthur tomó la mano del hombre contra la suya en un movimiento brusco. Habló de la forma más amable que pudo, pues la mera presencia de aquel francés le ponía los nervios de punta. "Arthur Kirkland. ¿En qué puedo servirle?"

Antes de que Francis respondiera, Elizabeta intervino, aún confundida. "Esperen, esperen… ¿De qué me perdí?"

Francis retiró su mano en ese instante (su sorprendentemente suave mano, Arthur notó para sí mismo) y se la puso en el pecho. Con una expresión exagerada de completa mortificación, hizo una reverencia frente a la mujer. "Oh, disculpe mi descortesía, señorita. Mi nombre es Francis Bonnefoy, pero usted puede llamarme solo Francis."

De nuevo, algo en su tono de voz causó que Arthur simplemente quisiera golpearlo en la cara, sin necesidad de alguna razón sensata de por medio.

"Claro…" Respondió Elizabeta, incómoda. Luego, volteó hacia Arthur. "¿Acaso tú sabes francés… o lo que sea que eso fuera?"

"No es nada raro," Arthur hizo una mueca mientras respondía. "Llevé unos cuantos cursos alrededor de mis años en la escuela—"

"Señorita," Francis irrumpió en la conversación. "Aún no tengo el placer de escuchar su nombre…"

La mujer dudó un momento antes de responder. "Elizabeta Héderváry," Dijo, mientras estiraba un poco su brazo para estrechar la mano de Francis. Éste, sin embargo, besó la mano de Elizabeta de nuevo.

"Ah, ¡magnífico!" Exclamó el hombre. Fue tan escandaloso, que se ganó algunas miradas molestas de los clientes. "Es como un coro de ángeles…"

"Entonces," Ésta vez, fue Arthur el que intervino. "¿Qué se le ofrecía?"

"Oh, por supuesto, cómo pude olvidarlo," Francis se apartó de Elizabeta, y dirigió su atención totalmente hacia Arthur. "Estoy aquí por el trabajo."

Arthur fue tomado por sorpresa. En parte por lo que el hombre dijo, y en parte por aquellos ojos azules escudriñándolo de arriba abajo, de tal forma que parecían querer pasar a través de su ser con fin de arrebatarle su cordura. «Perfecto,» Pensó Arthur. «Ahora estoy exagerando yo también. La actitud de este hombre es contagiosa.»

De cualquier forma, no pudo procesar muy bien lo que el otro quería decir. Recuperó la compostura lo más pronto posible, para responder: "¿Disculpa? Me temo que no estoy solicitando ayuda en el bar."

"No, ya sabes," Respondió Francis, sin perder la paciencia, mientras señalaba a la puerta. "El anuncio. Dice que solicitan un cantante, y aquí estoy."

"Ah…"

Arthur no podía salir de su confusión. Él había estado esperando a una linda señorita que pudiera atraer clientes con su angelical voz. Nunca esperó que un hombre adulto, barbudo y excéntrico se presentara en su pub para solicitar el trabajo.

"Cuando le comenté a mis conocidos que me mudaría aquí, uno de ellos me habló de éste lugar," Explicó Francis, y luego empezó a hablar con Elizabeta sobre lo bonito que era su cabello.

Arthur quería simplemente declinar su oferta, y librarse rápido de aquella persona que no le causaba más que molestia. Pero no podía solo decirle que no; después de todo, estaba solicitando el trabajo y Arthur debía al menos escuchar al hombre cantar, aunque fuera una pérdida de tiempo.

"Muy bien," Dijo Arthur, mientras salía de la barra. "Ven conmigo." Llevó a Francis hasta donde estaba Roderich, aprovechando que la melodía estaba a punto de terminar. Esperó un poco para hablar. "Roderich, éste es Francis Bonnefoy. Bonnefoy, él es Roderich Edelstein."

"Un placer," Dijo Roderich con una pequeña reverencia, y con su usual voz calmada. No se le vieron intenciones de moverse de su lugar frente al piano.

"Igualmente," Respondió Francis. Al notar que Roderich no estaba dispuesto a un apretón de manos, esperó que Arthur hablara de nuevo.

Sin embargo, para sorpresa de ambos, Arthur simplemente se alejó rumbo a la barra. "Los dejaré para que se pongan de acuerdo," Dijo mientras caminaba. "Pueden interpretar la canción que quieran."

Roderich estaba evidentemente confundido ante la situación. "¿Arthur?"

"Quiere el puesto como tu compañero," Sonrió Arthur. "No se la dejes fácil."

Francis también parecía muy sorprendido, pero se recuperó rápidamente y empezó a discutir despacio con Roderich. Éste último no se veía nada cómodo con la situación.

"¿Qué planeas?" Preguntó Elizabeta una vez Arthur regresó a su lugar en la barra.

"Nada. Simplemente quiero escuchar a mi posible nuevo cantante."

"No sabes nada de él," Dijo la mujer, escéptica. "¿Estás seguro de esto?"

"Por fin llegó alguien a pedir el trabajo," Respondió Arthur en forma amarga. "Lo menos que puedo hacer es escucharlo." Por más que deseara sacar a Francis de su establecimiento en ese mismo instante, los hechos eran eso, simplemente. Los hechos. La pura y cruda verdad.

Los hombres junto al piano no tardaron mucho en terminar su plática. Rápidamente, Roderich se acomodó de nuevo en su lugar, y Francis se alejó un poco.

El hombre de pie junto al piano esperó con los ojos cerrados, y cuando la música empezó, poco a poco fue moviendo los brazos lentamente, siguiendo el ritmo. Una vez Francis abrió los ojos, y empezó a cantar, Arthur pudo haber jurado que se trataba de una persona diferente.

Aunque solo por un momento. Luego de escucharlo un rato, Arthur se dio cuenta de que su primera impresión se debía solo a que Francis estaba cantando en francés, y su voz se escuchaba un poco diferente.

Era más que obvio que cantar en ese idioma era su punto fuerte, y por eso había elegido esa canción. Incluso Arthur la conocía. O al menos sabía lo suficiente como para afirmar que originalmente la cantaba una mujer, y que Francis le hacía justicia mejor de lo que esperaba. Roderich también hizo funcionar su magia, como de costumbre; aunque fue una sorpresa que el pianista pudiera tocar algo además de Chopin.

Tuvieron algunos momentos en que el tiempo no quedó bien, pero eso era de esperarse; después de todo, era su primera vez colaborando y no se habían preparado con anticipación. Sin embargo, todos en el pub se quedaron inusualmente callados para escuchar.

Francis se movía ligeramente junto a su voz, y pronto la atmósfera del lugar se volvió cada vez más ligera. Arthur sintió cómo el aliento se quedaba atrapado en su garganta cuando Francis decidió voltear a verlo directamente a los ojos. Pudo haber sido una hora, o un segundo, pero para Arthur ese instante fue como algo eterno.

Y Francis de verdad cantaba espléndidamente. Los escalofríos iban y venían por la piel de Arthur cada vez que el francés llegaba a una nota un poco más alta, y de pronto, sin previo aviso, la canción se había terminado.

Un poco después, se pudo escuchar casi simultáneamente a los pocos clientes en las mesas tomar aire, como si hubieran aguantado la respiración todo ese tiempo. Arthur junto a ellos, pero no quiso admitirlo, y mantuvo su compostura frente a Elizabeta.

Una vez Francis recuperó el aliento de igual forma, hizo una pequeña reverencia hacia Roderich, y se encaminó hasta la barra con su andar despreocupado.

Y el encanto murió de nuevo. Al parecer, aquel hombre solo era agradable cuando cantaba. La presencia calmada y refrescante que daba mientras se movía ligeramente junto a la música, desapareció cuando llegó a sentarse junto a Elizabeta y empezó a hablar de nuevo de forma presuntuosa.

Arthur no sabía si sería capaz de acostumbrarse a eso.

II.

La colaboración de Roderich y Bonnefoy era un éxito. Desde que Arthur empezó a administrar el pub, nunca había tenido tanta clientela femenina, y aumentaba con el pasar de los días.

Pero a pesar de que eso beneficiaba a Arthur y su economía, de alguna forma lo hacía enojar como no le ocurría desde que sus hermanos se largaron de casa. Quizá era simplemente que su personalidad y la de Francis no congeniaban.

En el tiempo que había pasado, solo habían hablado una vez de forma fluida y sin terminar discutiendo: en la entrevista que Arthur le hizo antes de contratarlo formalmente. Fuera de eso, solo intercambiaban pequeños comentarios mientras el hombre no estaba cantando; cuando iba a la barra a descansar un poco, e intentar conversar con Arthur. Le parecía casi imposible poder llevarse bien con Bonnefoy alguna vez.

Sin embargo, no había otra opción. Era evidente que Francis sabía lo que hacía, y Arthur necesitaba a alguien para el trabajo. Alguien con una buena voz y que llamara la atención de los clientes. Y para la desgracia del dueño del pub, Francis contaba con ambos aspectos.

Desgracia, pues algunos detalles en el comportamiento del francés eran de verdad insoportables. Desde los pequeños guiños y sonrisas coquetas que mandaba a las clientas, hasta su horrible mal hábito de ignorar ciertos comentarios de las personas y cambiar el tema de forma descortés. Sin mencionar sus exclamaciones exageradas y lo selectivo que era con sus bebidas.

"Vas a romper ese vaso," Le llamó repentinamente la voz de Elizabeta.

Arthur no se había percatado de que mientras le daba vuelta a sus pensamientos, había estado moviéndose de forma un poco más brusca que de costumbre.

"Para nada," Respondió, dejando el vaso por un lado. Dio un vistazo al reloj, luego a las mesas en el pub. Ya casi era hora de cerrar y las personas en las mesas no parecían querer irse. No duraría mucho así, de igual forma, pues esa canción era la última que Francis cantaría.

Entonces, se escuchó la campanilla anunciando un nuevo cliente. Por la puerta, entró un hombre de cabellos plateados y piel pálida. Llegó con todas las intenciones de gritar un saludo como era su costumbre, pero al estar Francis cantando, decidió acercarse a la barra de forma silenciosa.

"¡No lloren más!" Dijo el albino con una enorme sonrisa en su rostro. "Ya he llegado, no sufran por mí."

"Claro, Gil, estoy que me ahogo en llanto," Respondió la mujer al instante, mientras rodaba los ojos.

"No necesitas fingir, Eliza," Continuó el recién llegado. "Sé que me extrañaste." Intentó pasar un brazo por los hombros de Elizabeta, pero la mujer lo apartó de inmediato.

"Mantén tus brazos lejos de mí, si es que quieres conservarlos en su lugar." Advirtió Elizabeta con una mirada amenazante.

"¡Tan ruda como siempre!"

"Así que ya volviste, Gilbert," Comentó Arthur despacio. "Eh… ¿de dónde volviste, exactamente?"

"¡Gerona!" Dijo el aludido con los ánimos de siempre.

"Ah, claro…" Arthur se quedó un momento intentando recordar, pero se rindió. "¿Dónde estaba eso?"

"En España, tonto," Respondió Gilbert con cara de decepción, y luego, fingió un tono de dolor en su voz. "No puedo creer que lo olvidaras…"

"Bueno, es que tardaste mucho." Respondió Arthur mientras se despedía de un cliente con una pequeña reverencia. "Ya ni siquiera te recordaba."

"En realidad regresé antes de lo previsto," Dijo, volteando hacia Francis, quien aún estaba cantando. "Porque me encontré con un amigo de forma inesperada."

Arthur suspiró. "Bonnefoy me lo dijo."

"¡Me debes una!" Gilbert se soltó riendo, y luego continuó. "Al parecer te está yendo muy bien con él aquí. Sabía que decirle sería lo correcto."

"Aprecio el sentimiento, pero en realidad estoy pasando por muchos problemas." Arthur bufó. "Debí imaginar que es conocido tuyo. Las aves del mismo plumaje vuelan juntas."

"Tomaré eso como un cumplido," Dijo Gilbert, sin que la enorme sonrisa abandonara su rostro. "Ahora sírveme un poco de cerveza. Y algo a Eliza también; yo invito."

"No es necesario. Yo misma puedo pagar por una bebida," Se apresuró Elizabeta a discutir.

"Y aun así, vienes a sentarte en un pub, y no pides nada," Cuando uno pensaría que la sonrisa de Gilbert no podría ser más amplia, aquel hombre demostraba lo contrario. "Seguro Arthur debe estar cansado de tenerte aquí."

"Si está cansado o no, no me incumbe," Respondió la mujer, con calma. "El cliente siempre tiene la razón."

Arthur gruñó, y le pasó a Gilbert un tarro con la bebida que pidió. "Mientras no distraiga a Roderich, no me importa que ocupe un asiento junto a mi barra."

Gilbert dio un gran trago, y luego rió de la forma escandalosa en que acostumbraba. "¡Esperemos que todo salga como lo planeas, compañero!"

Arthur no pudo terminar de apreciar la canción, pues Gilbert no tenía intenciones de callarse en algún momento. Habló sobre sus días en España, sus problemas en el viaje, y los viejos amigos que encontró allá. Cuando todos menos se lo esperaban, Roderich se acercó a la barra.

"Arthur, dame un poco de agua, por favor," Pidió el hombre amablemente.

"Estuvieron magníficos," Elizabeta sonrió de aquella forma llena de cariño y aprecio que solo mostraba al pianista. Roderich devolvió la sonrisa, y casi dejaba caer el vaso que Arthur le había entregado.

"Son tan lindos que me dan náuseas," Comentó Gilbert, sonriendo burlón.

"También es un placer verte de nuevo, Gilbert," Respondió Roderich, recuperando la compostura y hablando en todo indiferente. "Espero que tu viaje haya sido provechoso."

"Ah, lo fue. Toño te manda sus buenos deseos."

"El sentimiento es mutuo," Con ese último comentario, Roderich dejó el vaso en la barra y se despidió de Arthur con un ademán. Esperó a que Elizabeta se incorporara, y ambos salieron del pub en silencio.

"Siempre tan correcto, el señorito," Se burló Gilbert despacio. "¿…Y Francis dónde demonios está?"

Al voltear, vieron cómo Francis se despedía de las clientas de forma afectuosa, para luego encaminarse a la barra con tranquilidad. "Gilbert, por fin te dignas a aparecer por aquí," Dijo mientras tomaba asiento.

"Lo mismo digo. ¿No te ha dicho el cejotas que no coquetees con las clientas?" Preguntó el albino con sorna.

"Creí que no era necesario," Intervino Arthur con molestia.

"No le veo nada de malo," Habló Francis en su defensa. "Ellas me buscan, yo solo actúo con cortesía."

Arthur le frunció el ceño un momento. Francis le mantuvo la mirada sonriendo. "Mientras no hagas estupideces para desprestigiar el nombre de mi negocio," Dijo Arthur, al mismo tiempo que llenaba un vaso con agua y se lo pasaba a Francis. "No me importa con quién te enredes."

"Gracias," Respondió Francis al aceptar el vaso, sonriendo satisfecho. Siempre iba a ser graciosa la forma en que Arthur decía cosas hirientes mientras mostraba verdaderos actos de compasión y amabilidad.

"Qué hostiles son," Comentó Gilbert, justo después de terminarse su bebida. "Te pediría una más, Arthur, pero el deber llama."

Arthur tomó el tarro para limpiarlo. "¿Mañana tienes trabajo?"

"Como todos los lunes," Sonrió Gilbert. "Tengo un caso algo perturbador de momento, y me gustaría resolverlo cuanto antes."

"Que tú digas eso ya es perturbador," Arthur, quien acostumbraba a apartar la mirada de las personas mientras hablaba, volteó hacia Gilbert para despedirlo. "Será mejor que comas como es debido. No podrás resolver nada si te desmayas de nuevo."

Gilbert rió mientras se ponía de pie. Luego, estiró un brazo para acariciar el cabello de Arthur de forma gentil. "Tranquilo, no volverá a pasar. ¡Cuídense!"

Al marcharse Gilbert, el pub se quedó completamente en silencio. Arthur salió de la barra para entregar la cuenta a los últimos clientes, y recoger los vasos en las mesas. Francis se levantó de su lugar para ayudarle un poco; Arthur decidió ignorarlo. En poco tiempo, el lugar estaba vacío.

"Así que de verdad se llevan bien," Comentó Francis luego de darle un sorbo a su copa con vino. Hasta ahora, el hombre no se había quedado tanto tiempo. Arthur se preguntaba a qué hora se iría, para cerrar el pub. "Gilbert y tú, digo."

"No es así," Respondió Arthur mientras limpiaba descuidadamente unos vasos.

"Te preocupas por él, aunque intentes fingir que no te importa."

"Simplemente quiero evitar problemas," Dijo Arthur intentando esconder su incomodidad. "Ya que a la primera persona que llaman si algo le pasa, es a ."

Arthur se arrepintió al instante por haber dicho eso. Francis alzó una ceja con curiosidad. "¿Ah, sí? No sabía que fueran tan cercanos—"

"Te equivocas," Arthur golpeó ligeramente la barra, perdiendo la paciencia. "El muy idiota me puso como referencia en la oficina. Es todo."

"No necesitas alterarte, solo hacía un comentario," Francis escondió su sonrisa tras la copa.

Sin soportarlo más, Arthur por fin preguntó. "¿Cuándo piensas irte? Ya es hora de cerrar."

"Vamos, no hay nada de malo con tomar unas cuantas copas y conversar. Después de todo, mañana no abres el pub, ¿cierto?" Dijo el hombre, sonriendo de esa forma desagradable y coqueta que dirigía a las clientas.

"Y con una buena razón: descansar," Respondió Arthur en forma brusca. "No tiene sentido si voy a tener resaca todo el día."

"No hay por qué. Solo serán unos pequeños tragos, nada del otro mundo," Francis volteó a verlo con una mirada extraña; una que hasta ahora Arthur no había visto. Y por alguna razón, no pudo declinar la oferta.

Tomó una botella de ale y su copa favorita. Después, salió de la barra y se sentó un poco lejos de Francis. Todo, con la mirada abajo, pues si volteaba hacia el otro tenía el presentimiento de que quedaría prendado a sus ojos azules de por vida.

Y hablaron. Tranquila y lentamente, sobre nada en especial. Comentarios sobre cómo estuvo su día y el tipo de licor que preferían. Arthur pudo admirar de vez en cuando la forma en que Francis se acomodaba el cabello detrás de las orejas, y cómo las comisuras de sus labios se levantaban ligeramente de vez en cuando. Fue muy breve, y no discutieron en ningún momento.

Al pasar un rato, Francis se despidió.

Dejó algo de dinero en la barra, pagando por el licor; pero se llevó con él una parte de Arthur. No sabía qué, pero lo había sentido. Y estaba seguro de que nunca la iba recuperar.

.

Todas las tardes pasaba algo así: La última canción terminaba, y casi al instante, Roderich y Elizabeta se iban. Gilbert no se presentaba con regularidad, pues normalmente estaba ocupado con su trabajo. Después, Francis ayudaba a Arthur levantando las cosas de las mesas mientras éste último pasaba con los clientes a darles la cuenta.

Y entonces, una vez el pub estaba vacío, ambos se sentaban en la barra a charlar un poco. A veces ni siquiera bebían; solo se sentaban a la misma distancia cuidadosa de la primera noche y hablaban sobre su día.

Arthur estaba sorprendido, pues si hablaban mientras Elizabeta o alguien más estaba alrededor, siempre terminaban discutiendo. Pero estando así, sentados tranquilamente en el silencio de la noche… Era como si de verdad no existiera alguien aparte de ellos en la faz de la tierra.

Era un sentimiento que casi igualaba los momentos en que Francis se paraba junto al piano a cantar. Casi, pues aún tenía esas pequeñas costumbres que Arthur tanto despreciaba.

Después de aquella entrevista por el trabajo, Arthur aprendió a grandes rasgos lo que debía saber de Bonnefoy. Pero con esas rutinas, los datos sobre la vida de Francis le llegaban como si fuera obvio que debía saberlos y atesorarlos.

No solo sus personalidades se contradecían, sino sus vidas en sí. Arthur había crecido bajo la impresión de que debía complacer a su familia, aún si eso significaba vivir atado a su casa en Inglaterra y abandonar sus sueños.

Francis era todo lo contrario. En un principio entró a la universidad por cumplir los deseos de su padre, pero no pudo terminar ni siquiera un semestre antes de dejarlo, fugarse de su hogar en Marsella, e intentar estudiar actuación. Amaba cantar, y soñaba con participar en musicales famosos. Asistió a incontables cursos de canto y era parte de todos los grupos de teatro que le permitió su horario. Trabajaba de medio tiempo en cada cosa que se le cruzara enfrente. Y a pesar de siempre luchar por tener pan para comer, eso no le impedía salir de su apartamento y viajar sin rumbo por el sur de Francia y el norte de España.

"Era más que nada luego de tener etapas verdaderamente difíciles," Contó Francis, dejando de lado su copa. "Y en uno de esos viajes, conocí a Gilbert y Antonio. Eso fue hace cinco años, si no mal recuerdo."

"Cinco años…" Ponderó Arthur, intentando recordar. "Fue en ese tiempo cuando transfirieron a Gilbert para acá. Ahora que lo pienso, nunca me ha contado por qué se fue de Alemania."

"Problemas familiares. Pero eso fue hace ya mucho tiempo," Comentó Francis sin darle importancia. "Él incluso inició su carrera en España. Así conoció a Antonio; estaban juntos en la escuela."

"Al menos eso ya lo sabía," Arthur asintió despacio. "Antonio ha venido en varias ocasiones, justo como Gilbert va siempre que encuentra el tiempo suficiente."

"Ahh, ahora me siento fuera del círculo" Dijo Francis poniéndose una mano en el pecho y suspirando dramáticamente. "Yo solo pude verlos dos o tres veces, y gracias a que ellos me ayudaban con los gastos del viaje."

"Deben ser muy buenos amigos," Comentó Arthur, en casi un murmullo. "Para seguir en contacto a pesar de estar tan lejos…"

"Sí, son buenos amigos," Concedió Francis mientras registraba cada detalle en el semblante de Arthur. "Creo que todos tienen amigos así."

Arthur, que tenía los brazos sobre la barra, apretó ambos puños ligeramente. Se abstuvo de responder lo que en realidad pensaba. "Sí. Supongo que sí."

Francis se mantuvo en silencio un momento, intentando leer la verdad tras las palabras de Arthur. Luego suspiró, derrotado. "Todos los días no hago más que hablar de mí," Comentó de forma casual. "Gilbert me contó que este lugar es negocio familiar."

"A él le tocó verlo cuando mis padres aún estaban aquí," Respondió Arthur, calmándose de nuevo. "Quizá por eso fue y te dijo que estaba solicitando un cantante. Se preocupa demasiado…"

"¿Qué pasó con tus padres?" Francis parecía genuinamente curioso.

"Nada malo. Solo quisieron descansar de la ciudad," Explicó Arthur. "El pub era muy famoso cuando ellos estaban aquí, Gilbert lo sabe. Lástima que a mí no me fue tan bien."

"Ya entiendo…" Francis tomó su copa de nuevo, y habló en la forma dramática que tanto le gustaba fingir. "Tu precioso negocio estaba en decadencia y Gilbert, como todo buen amigo y aprovechando que vendría, acudió a mí… Ah, qué hermoso…"

"Roderich ayudó mucho al principio, pero por alguna razón resultó contraproducente," Comentó Arthur, ignorando las exageraciones del otro.

Francis lo observó un momento antes de responder. "No pareces muy entusiasmado cuando hablas de este tema."

"¿Disculpa?" Arthur apenas pudo responder ante el comentario repentino.

"En mis escasos treinta y tres años, he conocido mucha gente en mis viajes, eso es obvio," Empezó Francis a relatar. "He hablado con diferentes personas, de diferentes profesiones, edades, y nacionalidades..."

"¿Cuál es tu punto?" Preguntó Arthur, perdiendo un poco la paciencia.

"También he conocido personas felices con lo que hacen," Francis continuó, como si Arthur no hubiera intervenido. "A pesar de ser panaderos, gente sin hogar o personas de puestos importantes en empresas prestigiosas. Solo con ver sus ojos al momento de que hablan… puedes saber si están felices o no con su vida."

No era un monólogo especialmente conmovedor, ni algo fuera de lo común. Era una simple plática casual. Sin embargo, viendo a Francis, Arthur entendió a lo que se refería. A pesar de que aquel hombre había pasado por tantas dificultades… mientras hablaba de sus viajes y pequeñas experiencias, en sus ojos se veían claramente sus emociones. Cualquiera podría notar su felicidad y satisfacción. Arthur se encontró a sí mismo incapaz de apartar la vista al perfil de Francis.

Entonces, el hombre volteó hacia Arthur, y estuvo a punto de robarle el aliento. "Dicho esto, cuando te veo a ti mientras hablas… puedo entender que te importa este lugar, pero…" Francis dudó un momento antes de continuar. "No veo esa felicidad."

Arthur no supo qué responder. ¿Cómo era posible que aquel hombre, aquel extraño, pudiera ver en lo más profundo de su ser, y decir lo que Arthur menos quería admitir? ¿Acaso era tan obvio? ¿O Bonnefoy de verdad era tan astuto?

"No…" Empezó Arthur, intentando encontrar palabras. "No hables como si lo supieras todo." Dijo, mirando a Francis de forma severa, e intentando mantener la compostura.

Para su sorpresa, Francis suspiró. "Tienes razón, no soy nadie para hablar," Se levantó de su lugar, y dejó la misma cantidad de dinero que dejaba siempre en la barra. "Disculpa mi imprudencia. Que pases una buena noche."

Sin agregar más, salió del pub. Arthur lo observó, a través de los ventanales, yendo por el callejón que siempre tomaba, hasta que su figura desapareció al doblar en una esquina.

Y Arthur, de nuevo sintió algo intangible alejarse de él. Pasaba así cada vez que Francis salía por la puerta del pub en las noches, con rumbo a su apartamento.


Notas:

Éste es un proyecto ya terminado, pues decidí que publicar mientras apenas escribes las cosas no es una buena decisión. Entonces, solo es cuestión de esperar a las actualizaciones. Aunque no es una historia muy amplia.

Si leíste hasta aquí, muchas gracias.