[Dis]Tópicos.

25/04/2016

«He aprendido que puedes

descubrir mucho acerca de una

persona si te fijas en cómo se

enfrenta a estas tres cosas: perder

el equipaje, un día de lluvia y una

ristra enredada de luces de

Navidad».

—Maya Angelou.


No podría describir su vida en ese momento porque no conocía el verdadero significado de la palabra "vida". Tenía noción de ciertas reacciones químicas y biológicas que ocurrían a cada instante de su estimado tiempo, pero, ¿era eso lo que él podría considerar como estar vivo? ¿Regirse a unos simples valores numéricos, materia que se trasformaba continuamente en una serie de reacciones que él mismo desconocía, partículas que nunca habían sido vistas y que, quizás, nunca serían vistas tampoco? No lo sabía. Lo desconocía. Porque, ahora mismo, todo el mundo, toda la vida, toda su vida, era una incógnita sin despejar.

Todos llegan a esa época en la que te replanteas los fundamentos de tu "vida" a medio construir. Ya le habían avisado sobre ello, pero nunca había tomado en extrema consideración los consejos que sus amigos y familiares le habían dado. Siempre había vivido ciego, o ahora su vista se había nublado. No tenía muy claro la noción del tiempo en donde este hecho había acontecido, pero sabía que había pasado. Conocía sobre ello, o desconocía tan intensamente eso que era consciente de ello. No lo sabía.

Su vida siempre había girado en torno a un sueño, un sueño que había conducido su vida en, prácticamente, todos sus cauces que no tuviesen que ver con la biología y la química molecular. Ese sueño había regido todas sus decisiones, pensamientos y acciones, de la primera a la última. Incluso parecía que su vida, o lo que podía llamar así, comenzaba al mismo tiempo que ese sueño tomaba forma, mientras lo de atrás era una mancha borrosa e indescifrable en su pasado. Pero, ¿y si fuese en esos momentos en los que él era realmente feliz, sin un sueño, una meta que decidiese por él? ¿Y qué elegiría él si pudiese? ¿O qué era realmente la felicidad?

Suspiro, suspiro, suspiro. Últimamente suspiraba mucho, quizás más de lo necesario. Intentaba librarse de una molesta sensación que persistía en seguir en su pecho, a pesar del desprecio que le profesaba. Y no entendía por qué estaba allí si, dentro de la teoría, la razón y la ciencia, él debería ser feliz. Había cumplido su sueño, su meta desde lo que recordaba de vida, lo que muchas personas no son capaces de admitir. Su vida era acomodada y fácil. El cumplimiento de aquel sueño le había generado una extensa riqueza y poder, tanto adquisitivo como social. Fama, fortuna, comodidad, lujo… sí, aquello debería haberle provocado felicidad o, al menos, había evitado sentir la angustia de no tener un colchón debajo si te atreves a buscar la "verdadera felicidad" que nadie determina. Sin embargo, él desdeñaba todo eso. No le gustaba, ni le gustaría. Al menos, algo tenía claro. Pero seguía sin entenderlo.

Debería ser feliz, ¡había cumplido su sueño! ¡Casi quince años trabajando exhaustivamente desde el amanecer hasta el anochecer, día tras días, sin descansos, sin vacaciones, nada! Pero, ahora mismo, solo había vacío. Vacío, vacío, vacío, acompañado por una ligera llovizna que conseguía mojar levemente su cabello. Nadie le había advertido de lo que supondría cumplir la meta de tu vida. Si riges todo, absolutamente todo a ello, cuando te quedas sin él, lo pierdes todo. Todo. Nunca se había interesado en las cosas más allá de su sueño y de lo que tenía que hacer para cumplirlo, pero ahora esos pequeños detalles, esos pequeños momento que antes parecían insignificantes, ahora le parecían un mundo nuevo, una vida nueva. Y se sentía tan confuso por sentir aquello que no entendía nada.

Ah, de verdad, nunca pensó en llegar a vivir algo así, pero aquí estaba. Sin saber qué hacer, sin decidir el siguiente movimiento en su vida, sin tener un único objetivo en su vida. Fácilmente podía escoger un objetivo entre los miles de millones existentes en el mundo, algunos tan simples como comerse un helado, pero aquello le parecía tan inane que rozaba lo absurdo y, quizás, lo irónico. Tras cumplir la meta de su vida, no quería verse tras acabar un simple helado de chocolate. O vainilla, en su defecto. Al menos no se cerraba a ello.

No, pero en el fondo sabía que no podría hacer eso. Pero algo debía hacer. No podía quedarse a la deriva lo que le restase de vida, o lo que fuese. Porque estaba vivo, primera certeza. Y podía hacer cosas, segunda certeza. Y tenía un futuro, tercera certeza. Y, lo más importante, tenía un presente, cuarta certeza.

De pronto, lo vio. Había dedicado todo, todo, a una única causa: su futuro. Pero, ¿y su presente? ¿Dónde estaba su presente? Antes consideraba que su presente llegaría cuando alcanzase su futuro, pero su inmadurez o, quizás, falta de experiencia no le permitió ver que el futuro nunca puede alcanzarse. Una vez que alcanzas el futuro que tú esperabas se convierte inmediatamente en tu presente, y un nuevo futuro se abre ante ti. Y tan ofuscado estás en perseguir ese futuro incierto que no te paras a fijarte en el camino hacia él.

Ese camino hacia ninguna parte, también llamado futuro, debía estar cubierto por flores bonitas, rosas y claveles, agradables a la vista y el tacto. Debería estar anegado por tibia agua transparente, y estar rodeado por el aire más puro existente. Debería tener paradas de autobuses, esas donde te refugias de la lluvia y conoces a alguien inesperado, o te reencuentras con alguien a quien no veías desde hace mucho tiempo. Debería estar lleno de fuentes donde poder sentarte a compartir un momento íntimo con una persona que te haga sentir. Debería estar cubierto por un bosque donde sea agradable perderte entre sus olores y sus sonidos, o una playa por donde caminar sin rumbo a orillas del mar. Y todo eso, todos esos debiera, solo dependían de una sola persona, él.

Sonrió, sonrió, sonrió. Podía hacerlo, porque solo él podía hacerlo. Cogió su teléfono móvil de su bolsillo, llamó a su jefe y le comunicó que renunciaba a su trabajo, su casa y que donase todo su dinero, colgando antes de que pudiese objetar nada. Apagó el móvil, esta vez para siempre, y lo dejó en la primera superficie que encontró, una pequeña mesa de bar con una graciosa sombrilla multicolor que la protegía de la lluvia. Caminaba alegremente, sin rumbo, aunque esta vez no lo necesitaba. Se fijaba en todo lujo de detalles: su ropa empapada, adherida a su cuerpo; la gente cubriéndose desesperadamente con sus paraguas, toda superficie mojada, el acuífero que desfilaba por las carreteras y era salpicado por las ruedas, los canalones soportando la intensidad de un río… Vaya, era una intensa tormenta. Hacía mucho tiempo que no veía una así, que no sentía una así. O, quizás, nunca le habían tomado la atención que necesitaba.

Corrió hasta la estación de trenes y sopesó las oportunidades que se abrían ante él hasta que se fijó en un nombre específico. Una ciudad. Sonriendo de nuevo, pagó el billete con el poco dinero que llevaba en los bolsillos, pero no necesitaba más. Agradeció con una enorme sonrisa y un pelo empapado a la recepcionista, y corrió hacia el andén. Se subió al vagón y se sentó en el primer asiento que vio. No era importante cuál era mejor, o la compañía más agradable, o las mejores vistas. Todo era disfrutable, hasta el más mínimo detalle que se percibiese como apático podía despertar sentimientos en él, sentimientos reales, presentes y palpables.

Observó la ventana y se vio reflejado a sí mismo. No supo determinar si fue su sonrisa o el reflejo de la luz lo que vislumbró su rostro, pero no le importó. Vio su sonrisa, desconocida para él, y sus ojos, centelleantes y llameantes que, por primera vez, observaba.

Algo comenzaba en ese mismo momento. Un presente, que no podía ser ni desconocido ni conocido, simplemente presente.

No sabía si podía llamarlo vida, pero no le importaba. No sabía si podía llamarlo felicidad, pero no le importaba.

Él estaba allí, sin maletas y sin un futuro. ¡¿Y a quién le importaba?! ¡A nadie!


Algo diferente que quería hacer. Realmente me gustó el resultado, fue un golpe de inspiración sorprendente que derivó a ello. Sobre todo me gustó porque escribí todo fluido, no tuve que pararme a pensar en la forma, o en el vocabulario. Puede que no lo parezca a simple vista, pero está, en parte, inspirado en Ash, por ello la etiqueta correspondiente. Aunque sea una parte muy mínima, quería subirlo aquí. Desconozco si continuaré con algún tópico más -me gustaría que así fuese-, o si llegaré a subirlo, pero de momento lo dejaré abierto a posibles entradas.

Athenasea.