¡Hola a todo el mundo! ¿Cómo están? Espero que todos se encuentren bien en sus hogares y que la cuarentena no sea difícil para ustedes. Por fin he podido traer un nuevo capítulo a pesar de tener contemplado publicarlo antes pero por cuestiones de mis clases virtuales me vi obligada a detenerme y esperar hasta mis vacaciones para poder finalizarlo. Agradezco profundamente a quienes han estado pendientes de la historia y me han demostrado su infinita paciencia, a todas ustedes mil gracias porque son una de las razones por las cuales continuo esforzándome para traerles algo de su agrado y que la larga espera valga la pena. También quiero agradecer puntualmente a Lala, Sora, Kurokochi, Scc Ccu, Diosa de la Muerte y a las demás chicas que de una u otra forma me han hecho llegar sus reviews y mensajes porque me animan un montón con su entusiasmo. Y por supuesto a Magi y YupinaBL, dos grandes amigas que siempre me apoyan y ayudan a sacar este fanfic adelante ¡las adoro!
Ahora el significado de algunas palabras:
Taihe Dian (Palacio de la Suprema Armonía): Este es el palacio principal del emperador. Todas las grandes ceremonias se llevaban a cabo aquí como recibimiento de delegaciones extranjeras, bodas, nombramiento de los nuevos emperadores, declaraciones de guerras y los exámenes de palacio.
Buda Gautama: Se conoce como el Buda Gautama, Siddharta Gautama, Sakiamuni. Su enseñanza se basa en una visión del sufrimiento y el fin del sufrimiento. Se representa instruyendo en posición de loto, mientras hace el mudra Dharmacakra.
Exámenes de palacio: El Examen de Palacio recibe su nombre de la Ciudad Prohibida y era inspeccionado por el "hijo del Cielo" en persona, la evaluación era llevada a cabo únicamente por el emperador. A diferencia de los otros examinadores del sistema, el emperador no estaba atado a ninguna directiva o pauta y era completamente libre de tomar cualquier decisión.
Las cuatro nobles verdades: Las cuatro nobles verdades del budismo expresan el sendero que marca la transición para alcanzar el Nirvana. Se pueden resumir en "Dukkah: la existencia por sí misma es insatisfactoria", "Samudaya: todo sufrimiento proviene del apego, la ignorancia y el deseo", "Nirodha: el sufrimiento es inherente al ser humano pero puede ser superado" y "Marga: es el noble camino óctuple que contiene ocho postulados las cuales deberán realizarse correctamente si se quiere alcanzar el Nirvana."
Recuerden que al final estaré respondiendo a todos sus reviews y dudas, igualmente si tienen alguna no duden en preguntarme ¡estaré encantada de responder sus inquietudes!
Los personajes no me pertenecen, son de Hajime Isayama.
¡Ahora pueden leer!
XII
Las cuatro nobles verdades
"Vivo en un bosque de bambú, el cielo no se ve; el camino aquí es empinado y peligroso. Llego tarde y solo. Solitario me pongo de pie en la cima de la montaña mientras las nubes se juntan debajo de mí."
—Christa, despierta por favor, ¿puedes escucharme? —las suplicas del joven cairen estaban empapadas de sus tenues y constantes sollozos—¡Christa abre los ojos, por favor, no puedes hacerme esto, hermana! —la fuerza parecía abandonar sus extremidades y lo único que lo mantenía en pie era el agarre de los guardias que a cada lado apresaban con rudeza sus brazos—Te prometo que seré un mejor amigo, un mejor hermano, ¡pero te ruego que despiertes!
Zeke dio un paso hacía el jovencito de cabellera castaña quien no se percató de su movimiento porque su mirada enlagunada en amargas lágrimas estaba fija en el cuerpo inerte de su antigua compañera.
—Cairen Jaeger, ella no puede escucharlo, el espíritu de cairen Renz ya no habita más en su cuerpo—el doctor miraba el cuerpo de la jovencita rubia con su característica indiferencia tan distintiva de su oficio pues no era la primera vez que presenciaba aquél inminente evento; la vida del ser humano pendía de un hilo tan fino que podía romperse por sí solo o por el oscuro deseo de alguien más.
—¿Cómo pudo suceder esto? Ella… ¡ella lucía tan viva! —el llanto de Eren se desató como la torrencial lluvia de otoño y de sus ojos no caían más que espesas lágrimas que le nublaban la visión y el juicio. Sus delgados hombros se sacudían cada vez que de sus labios un doloroso sollozo escapaba sintiéndose incapaz de mantenerlos cautivos en su pecho que dolía como si una espada lo hubiera atravesado sin piedad.
—Christa…
Su lastimero llamado no era contestado por la dulce voz de su amada hermana pero él no podía entenderlo, su corazón no quería aceptarlo, aunque ante sus ojos aquél cuerpo inerte representaba la partida de la cairen rubia del mundo de los vivos, Eren se cerraba a la idea de despedir a su hermana de forma tan abrupta. En silencio la consorte Rall lo dejaba ser, le permitía liberar toda la frustración, la pena más honda que habitaba dentro de él, y así mismo las siervas, guardias, eunucos y los demás presentes mostraban su máximo respeto ante la joven que había sucumbido ante los deseos malvados de alguien más. La energía del conmovedor llanto del cairen poco a poco iba menguando hasta convertirse en un suave y amargo arrullo que no encontraba consuelo en ninguno de los presentes, ni siquiera en la imponente mujer de cabellos naranjos y mirada entristecida que le miraba desde su lugar con sentimientos contradictorios reflejándose en su bello rostro.
Por otro lado, desde que tenía claridad en sus memorias, Sasha recordaba poseer un sentido de supervivencia innato heredado del vasto linaje de cazadores que caracterizaba a su familia, quienes habían habitado durante varias generaciones en un pequeño poblado acunado entre majestuosas montañas y exuberantes bosques, donde vivía una cantidad inusual de bestias salvajes. Hombres y mujeres eran adiestrados con el arco y la flecha; de pequeños eran llevados a simples jornadas de cacería que ayudaba a agudizar los sentidos de los infantes y les obligaba a pensar con rapidez cuando la presa, generalmente una liebre o una perdiz, irrumpía en el paisaje. Ese mismo sentido se convertía en una alerta que les advertía cuando el animal era superior y lo más prudente era escapar de sus ojos. Ese mismo sentido fue el que le ordenó reaccionar ante la delicada situación en la que estaba implicada y se obligó a poner en marcha sus extremidades entumecidas por el terror e incorporarse cautelosa, con el cuidado de pasar desapercibida para los ojos que se posaban pasmados sobre la consorte, el médico, el joven cairen y el cuerpo que teñía la tela con la que había sido cubierta de un siniestro rojo carmesí.
Los gritos y llantos habían sido acallados, los presentes mantenían el rostro solemne, evitando que sus miradas se detuvieran más de lo debido sobre el pequeño cuerpo tendido en medio del salón; el fantasma de cairen Renz aún permanecía atrapado dentro del pabellón y al verse observada indiscretamente por ojos mortales podría ofenderse y atormentar a quienes tuvieron tales desconsideraciones ante su cuerpo maltrecho.
Sin perder su pequeña oportunidad, Sasha localizó con la mirada una de las entradas, la cual no era custodiada por los guardias, sino por un par de eunucos quienes admiraban con terror en sus rostros el sanguinolento retrato ante ellos, esa era su oportunidad pues parecían no reparar en su discreto acercamiento, retrocediendo a pequeños pasos y con el sigilo de un ladrón para así abandonar la estancia sin que los eunucos o cualquier otra persona dentro del pabellón se percatara de su ausencia, dejando atrás el hedor a muerte que contrastaba con la brisa gentil y limpia que purificaba su interior aunque la presión que sentía en su pecho permaneciera encajada como un broche. Giró su agraciado rostro en distintas direcciones hasta que vio algo que llamó su atención; en la entrada principal había un pequeño grupo de siervas aglomeradas, empujándose entre sí intentando averiguar qué había sucedido al interior del misterioso pabellón y a un lado la juiciosa corte de la consorte Rall aguardando por la presencia de su señora sin olvidar sus modales ni menguar sus rostros apaciguados. Avanzó, no sin mirar una última vez a sus alrededores, hasta el grupo de siervas pues le era más fácil y seguro confundirse con las muchachitas quienes ni siquiera reparaban en su presencia detrás de ellas. Sasha miraba nerviosamente en todas direcciones, pero al final sus ojos se posaban sobre la calzada, quizá más allá, esperando ver a lo lejos un rostro familiar que los salvara. Mordió su labio inferior ansiosa jugueteando con sus dedos helados intentando mantener una fachada de falsa tranquilidad y no advertir a nadie sobre su extraño comportamiento.
"¿Dónde está?" Preguntaba angustiada, esforzándose en mantener la cordura. "¿Jean, por qué te estás tardando?" gimió impaciente al escuchar la voz amortiguada del compañero de la consorte Rall, que juzgar por el tono con el que se había comunicado con quienes continuaban en la edificación, se trataba de órdenes que debían ser cumplidas inmediatamente. No consiguió escuchar el mensaje con claridad porque las sirvientas cuchicheaban muy cerca de ella. La gentil caricia del viento se sintió como un latigazo sobre su tembloroso cuerpo y una gota fría de sudor bajó por su espalda pues el terror de verse descubierta en cualquier momento se incrementó; tal vez ya se habían percatado de su ausencia y habían enviado guardias a dar con su paradero lo cual sería bastante fácil ya que bastaba con asomarse para encontrar su menudo cuerpo entre los gráciles rostros de las muchachas que vestían como flores. Su instinto primitivo le pedía que huyera, que se refugiara entre los exuberantes jardines o se arrojara desde alguna de las torres que daban al exterior, sin embargo esa podía ser una decisión con consecuencias terribles porque ella, así como la mayoría de los habitantes de la Ciudad Imperial, conocían la tenebrosa fama que poseían los arqueros, quienes vigilaban como halcones desde lo alto, y sus silenciosas flechas las cuales acababan con la vida de quienes intentaran escapar o infiltrarse de una manera limpia y certera. Intentó con dificultad controlar el rumbo de sus pensamientos y que su lado racional fuera el que tomara sus decisiones por lo que se obligó a permanecer de pie, paciente y dispuesta a acompañar a su señor en su destino tal y cómo le había prometido el día que aceptó estar a su lado.
Bien decían los soldados que valía más una muerte honorable que una vida deshonrosa.
Volvió su mirada insistente hacía la calzada que se extendía delante de ella y de sus pulmones escapó una pequeña bocanada entre sus labios porque a la distancia una perfecta armadura de dragón dorado se dibujaba a lo lejos, resplandeciendo majestuoso bajo el ardiente sol de verano, casi rivalizando con el astro. Con un último vistazo se echó a correr con repentino alivio en su dirección, levantando la falda de su vestido sin importarle que sus pantalones blancos fueran expuestos imprudentemente. La distancia era considerable pero a grandes zancadas conseguía acercarse al guardia quien al percatarse de la particular escena delante del pabellón y el temeroso rostro de la muchacha, apuró su andar hasta que ambos se encontraron frente a frente. El apacible semblante de Jean se deformó en una mueca confusa y sus ojos se posaron sobre la menuda figura de Sasha exigiendo una respuesta pero antes de formular su pregunta la joven lo interrumpió:
—¡Tienes que buscar a su majestad ahora mismo!—ordenó con voz ahogada sujetando sus antebrazos.
A pesar de portar la robusta armadura Jean sintió el temblor de su agarre lo cual le preocupó pues conocía el carácter de la muchacha y era la primera vez que veía en ella tanto terror. Sus manos se aferraban a él como las de un naufrago a su bote en medio del furioso mar y su rostro estaba tan blanco, casi rivalizando con la pureza de los lirios que engalanaban los jardines. Esa petición tan desesperada le advertía que algo estaba sucediendo en ese mismo instante, algo tan malo que la joven doncella, tan sonriente y de buen humor, había sido reducida a un manojo de angustia y ojos acuosos.
—¿Qué está pasando? —fue claro y directo, posando con delicadeza ambas manos sobre sus delgados hombros, evitando cualquier movimiento brusco que pudiese alterarla —¿Por qué hay tanta gente afuera del pabellón? —insistió con voz demandante pero al mismo tiempo gentil.
Sasha negó varias veces en silencio, atrapando entre los dientes su labio inferior para silenciar el sollozo traicionero que amenazaba con escapar de su boca. Bajó el rostro hacía el suelo salpicado de pequeñas hojas verdes acarameladas que, aún después de haber caído arrulladas por el misericordioso señor viento y morir olvidadas sobre el camino, siendo aplastadas con desconsideración, se negaban a perder su bonito color. Aspiró con fuerza y levantó el rostro para enfrentar el de su acompañante quien le regresaba la mirada con severidad y el semblante sereno, imperturbable. Tal vez, pensó Sasha, él conocía mejor que ella la silenciosa amenaza de la muerte, la cual permanecía como un letal perfume, recordándole que siempre permanecía ahí. Deseó para su señor y para ella un poco del valor del cual el guardia era dueño pues lo necesitarían.
—¡Ocurrió una desgracia! —susurró con un hilo de voz— Cairen Renz ha muerto envenenada durante la merienda del pabellón y la consorte Rall ha ordenado que mi señor y yo seamos llevados a Yeting—explicó la castaña con premura. Tembló al escuchar en voz alta el futuro que les deparaba saliendo de su propia boca.
—¿Eren sigue dentro del pabellón?
Sasha asintió varias veces y Jean, sin más explicaciones rodeó su menuda figura, avanzando con paso determinado en dirección al pabellón, pero su marcha fue interrumpida por las pequeñas manos que se aferraban a su brazo en un infructuoso intento por detenerlo
—¿Qué estás haciendo? ¡Tenemos que evitar que lo lleven a Yeting o será muy tarde! —reclamó el joven de cabellera castaña mirándola por encima de su hombro.
—¿Qué estás haciendo tú? —regañó la joven con más desesperación que enojo en su voz—Te he pedido que busques a su majestad y le informes sobre la decisión de su consorte. Él es más benevolente y estoy segura de que escuchará todo lo que tenga que decir su cairen.
—Aún así…—intentó contradecirla el guardia pero sus palabras murieron cuando se vio reflejado en los acuosos ojos castaños de la joven, quien se aferraba a su brazo como si fuera su única salvación.
—Escucha, Jean, ni tú ni yo tenemos el suficiente poder para ser escuchados por la consorte y nuestra palabra tiene el valor de un pedazo de carbón para ella—intentó hacerlo entrar en razón, tomándolo por los hombros hasta quedar frente a frente—Yo correré con la misma suerte de Eren pues soy su dama de compañía pero tú, ante los ojos de la consorte, eres ajeno a nosotros y no sería justo que sufras el mismo destino que nos espera tratando de razonar con su alteza. Es por eso…—tomó aire al percatarse de que su voz empezaba a temblar y el llanto acudía a sus ojos, aglomerándose hasta casi desbordarse—…Por eso tú debes ser quien hable con el emperador o con su compañero e informes acerca del paradero de Eren… ¿entiendes? —su voz se quebró y fue incapaz de agregar algo más.
El corazón de Sasha se conmovió por el pesaroso hombre que seguía viéndola en un triste silencio, reacio a abandonarlos a su suerte mientras iba en búsqueda del emperador. Tomó una de sus manos, grandes pero tibias y gentiles, entre las suyas, frías y nerviosas, cobijándola, tratando de darle algo del consuelo que a ella le hacía falta.
—Tienes que hacerlo, Jean, es la única salida que nos queda—suplicó llorosa, presa de la desesperación—Eres nuestra esperanza.
Jean contempló el abatido rostro de la castaña, gesto que le dolía pues él ya había visto cientos de veces esa misa expresión en distintas caras, en personas que nunca volvía a ver; era el velo de quienes aún atesoraban la vaga esperanza de una nueva oportunidad. En ese instante, en medio de la calzada, odió ser un simple guardia que no podía hacer nada más que correr y dar aviso al hombre sobre el trono sin tener la certeza de que al abandonar a Sasha, ella y Eren, no correrían peligro y que cuando él regresara ya fuera demasiado tarde. Con un hondo suspiro aceptó la petición de la castaña y se obligó a componer su postura, adquiriendo el aire determinado que caracterizaba a los dragones del imperio, prometiéndose a sí mismo que ese día solo sería revivido por los tres como un recuerdo lejano y amargo.
¿Si Sasha confiaba su vida y la de su señor a él, cómo podía cuestionarla?
—Lo haré—le juró determinado—Me aseguraré de que ambos salgan de ese lugar con vida.
El llanto de Sasha se desató como una tormenta anunciada, sus lágrimas caían como gotas de lluvia desde el cielo gris, y agradecida, envolvió entre sus delgados brazos el fornido cuerpo de Jean cubierto por la pesada armadura pues, aunque quería atesorar algo de esperanza en su corazón, temía que aquella fuese la última vez que tendría al hombre delante de ella y deseaba al menos llevarse el recuerdo de su rostro y la sensación de su cuerpo cerca del suyo. A los pocos segundos unos brazos la arroparon y sintió que ahí, con la mejilla apoyada cerca del lugar donde se suponía debía estar su corazón y su respiración tibia acariciándole los cabellos, no podía pasarle nada.
—Cuídense, por favor—pidió Jean en un débil susurro.
—Estaremos bien—le prometió Sasha al separarse, deshaciendo con cuidado su agarre.
—Entonces no demoraremos en volvernos a ver—sonrió Jean como solía hacerlo normalmente, gesto que la castaña agradeció pues si algo deseaba revivir era la brillante sonrisa de su amigo dibujada en sus recuerdos.
—¡¿Dónde está la dama de compañía de cairen Jaeger?!
Sasha se sobresaltó al escuchar los gritos que provenían desde el pabellón, advirtiéndole que se habían percatado de su ausencia.
—¡Vete, Jean, si saben que he hablado contigo también te llevaran preso! —apremió dándole pequeños empujones para que emprendiera su huida, cosa que obedeció el joven guardia no sin antes darle una última mirada a lo que iba quedando tras su espalda; Sasha en medio de la calzada viéndole partir y atrás el manto de la muerte cubriendo el suntuoso pabellón.
La castaña giró sus pies y corrió en dirección contraria mientras limpiaba su rostro cualquier rastro que delatara su penoso llanto; ella también debía cumplir con su deber; acompañar a Eren en cualquier circunstancia, aunque eso significara que ambos tendrían el mismo final, y convertirse en su pilar porque él ya se encontraba suficientemente alterado, no podía presentarse en circunstancias similares ante su señor quién en esos momentos necesitaba de ella. Entre más se acercaba a la multitud conglomerada en la entrada principal del pabellón más era el terror que ensombrecía su corazón pues una vez condenada su destino sería incierto y sería dejado en manos de Jean. Detuvo sus pasos entre la multitud de jovencitas quienes buscaban entre ellas el rostro de la desconocida que se escabullía de los guardias sin embargo no fue necesaria una búsqueda exhaustiva pues Sasha no intentaba huir.
—¡Ahí está! —gritó Auruo desde el primer escalón de piedra que daba al pabellón, señalándola como quién señalaba a un peligroso criminal—¡llévenla adentro junto a Cairen Jaeger y escóltenlos hasta Yeting! ¡No permitan que vuelva a escapar! —ordenaba airado, generando revuelo entre las doncellas quienes se apartaban, chillando aterradas cuando los guardias se arrojaron hacía ellas para someter a la intrusa.
Las siervas se dispersaron como mariposas alzando el vuelo, apartándose de la dama de compañía, con sus miradas enajenadas en desprecio y rechazo al reconocer que ella era la dama de un asesino que probablemente había cumplido con los malvados caprichos de su señor para hallar gracia ante sus ojos.
"¡Qué poca vergüenza tiene al enseñar el rostro!"
"¿Cómo pudo hacer eso, cómo pudo prestarse para tal bajeza?"
"Te aseguro que fue ella quien puso el veneno, ¡conozco a las de su tipo! Por unas cuantas monedas son capaces de apuñalarte a plena luz del día".
Sasha creyó que el dolor provenía de sus extremidades, las cuales eran aprisionadas duramente por un par de guardias que la guiaban hacía las escaleras de la entrada principal, pero estaba equivocada porque ese dolor era distinto, era más profundo, no provenía de la carne. Lo sentía acrecentarse con cada mirada teñida de reproche, con cada comentario hiriente, cuando a sus espaldas los extraños hacían juicios descarados y maliciosos sobre su señor y ella. No quería sentir vergüenza pero le era difícil no sucumbir ante ella aún cuando sabía que no era así, que ellos no habían cometido aquél monstruoso acto y sus conciencias estaban limpias; caminaba con la cabeza en alto, actitud que escandalizaba a los presentes, pero no se quebrantó delante de ellos pese a que sabía que la humillación de aquél día jamás podría ser olvidada. Subió las escaleras con pasos torpes pues la generosa falda del hanfu se enredaba entre sus piernas lo cual irritaba a los guardias que, entre gruñidos, apuraban sus pasos sin consideración con la jovencita que apenas podía mantenerse en pie. Cruzaron el amplio marco de la entrada principal custodiado por más guardias de rostros estoicos, los cuales se apartaron para que la dama de compañía fuera llevada al interior del recinto. Sasha notó que el pabellón lucía pobremente iluminado aunque parecía que las velas de los candelabros y las linternas del techo aún permanecían encendidas, pero al girar el rostro entendió que la singular atmósfera se debía a que los eunucos y las siervas habían cerrado las demás puertas y habían bajado todas las cortinas para impedir que los ojos inescrupulosos saciaran su morbosa curiosidad desde el exterior. El incienso aún ardía y los pebeteros continuaban generando débiles nubecitas aromáticas que perfumaban la estancia que le generaban malestar; la ventilación del pabellón era precaria, encerrando dentro de sí una fragancia dulzona, empalagosa, y el aire se sentía tibio, tan espeso que era difícil respirarlo; quizá así era la sensación que generaba respirar el olor a muerte.
Cuando los guardias se detuvieron ella buscó con la mirada a su señor quien observaba un punto lejano que nadie más veía, ignorando el cadáver que reposaba delante de él atormentándolo silenciosamente. Dos guardias estaban plantados a cada extremo suyo pero, a diferencia de ella, ninguno lo sujetaba por los brazos ni parecían tener la intención de hacerlo pues sabían que aquél delicado joven con las ropas teñidas de carmín no intentaría nada. Sus mejillas estaban secas, las lágrimas de sus verdes ojos parecían haberse terminado, y sus labios rojizos se apretaban silenciosos. Las alhajas de su cabellera castaña permanecían en su lugar, tal y como las había acomodado ella en la mañana, su exquisito hanfu estaba intacto, inclusive la chalina a la cual se aferraban los pequeños dedos de su portador, sin embargo una culposa mancha de sangre seca estropeaba la elegante pechera de terciopelo del magnífico vestido.
—Aquí está la dama de compañía de cairen Jaeger, su alteza—informó Auruo apareciendo tras su espalda.
La consorte giró su rostro, tan blanco como la brillante luna, embellecido por el elegante maquillaje que acentuaba la hermosura de la mujer. La perpetua expresión de benevolencia de la consorte había sido afectada por la preocupación y sus ojos, antes tan gentiles, ahora la miraban intranquilos. La situación era incontenible para los presentes porque incluso cuando Sasha apenas recordaba el rostro de Ymir, detrás de la fachada de tranquilidad advertía un velo que ensombrecía su rostro y un en sus ojos un agudo dolor que pasaba inadvertido para la mayoría de presentes excepto para ella, que recordó esa misma mirada provenir de los animales heridos minutos antes de morir.
—Pequeña… —llamó Petra—¿No te avergüenzas de ti misma al ceder egoístamente a tus propios intereses? Has abandonado a tu señor en la adversidad para salvarte a ti misma, algo inadmisible en una dama de compañía imperial. El lenguaje artificioso y la conducta aduladora de los siervos rara vez acompañan la virtud —reprochó sus acciones con cierta decepción. Luego, girando su armonioso rostro hacía el silencioso cairen, agregó—Esa virtud es reservada para quien permanece fiel a su señor, aún cuando este haya cometido alguna infamia, pues acepta limpiarse del cualquier maldad.
Sasha no defendió su honor de las acusaciones de la consorte ya que tendría que dar demasiadas explicaciones que pondrían en riesgo a Jean y el rumbo de sus vidas. Era mejor así, aún si su señor la odiaba, después tal vez podría explicarle la razón de su ausencia, confiaba en la benevolencia del joven cairen quien estaría de acuerdo en su decisión. Los ojos verdes de Eren miraban a la consorte con la atención de un felino, su expresión afectada delataba el daño que las palabras de la mujer le habían provocado pues habían conseguido remover una vez más el mar de emociones que se aglomeraban en su corazón y que trataba dominar.
—¡Yo no he matado a Christa, alteza! —replicó con voz adolorida intentando rescatar algo de su orgullo.
Petra ladeó con ligereza su rostro y lo miró con ojos compresivos a pesar de la recelosa actitud del pequeño cairen; ante ella lucía como una frágil criatura que aterrada intentaba defenderse del mortal cazador.
—Lo siento, cairen Jaeger, pero hasta no averiguar sobre lo que verdaderamente sucedió con cairen Renz y dar con su asesino… eres sospechoso—explicó la mujer con delicadeza.
—Sospechoso, dice usted, su alteza—repitió el cairen, esforzándose por mantener la compostura y el tono apropiado para dirigirse hacia la consorte, aún cuando la cólera y la humillación poco a poco reemplazaban su pena—¿Entonces por qué soy tratado como un asesino? ¿Por qué mi dama y yo somos escoltados como peligrosos delincuentes? Mi inocencia puede estar en duda sin embargo no se me debe tratar como el preso ya condenado.
Sasha estuvo a punto de desfallecer al escuchar a su señor atreverse a reclamar directamente y con tanto fervor a la serena consorte, quién no alteró su semblante solemne ante los reproches del cairen. En anteriores ocasiones el castaño se había dirigido directamente a la consorte debido a que entre ellos existía una intima cordialidad que le otorgaba al cairen cierto privilegio, sin embargo, la posición de él no era tan favorable en esos momentos por lo cual aquella libertad con la que se dirigía a la mujer podía tomarse como una gravosa ofensa.
Auruo saltó en defensa de su señora como los perros que protegen a sus amos, acercándose hasta quedar en frente del cairen quien no se amedrentó ante el colérico hombre.
—¿Quién lo autoriza a hablar así, insensato? ¡Mi señora ha sido generosa y ha entregado todas las fuerzas de su vida para educar y cuidar de usted y sus hermanas! —recriminó indignado, achicando sus pequeños ojos de zorro—¡Día tras día desde que llegó le ha dado todo y ahora que su alteza actúa conforme a las leyes de esta ciudad se vuelve contra ella! ¡En lugar de entenderla solo la está hiriendo! ¡Merece un castigo ejemplar por cuestionar la autoridad de mi señora! —señaló el suelo, delante de la consorte que se sujetaba del brazo de Ymir, luciendo de pronto cansada—¡Arrodíllese ante la consorte y pida su perdón, cairen Jaeger! —le ordenó volviendo el rostro hacía el cairen.
Sasha se removió entre los guardias que no habían aflojado el agarre en ningún momento. Abrió mucho los ojos y los clavó sucesivamente en su señor y el compañero de la consorte; Eren tenía el carácter tierno y comprendía por qué su mueca indignada flaqueó ligeramente cuando el remordimiento lo afectó, pero para su sorpresa el castaño no se movió de su lugar ni bajó la cabeza hacía el suelo en señal de arrepentimiento.
—No cuestiono la autoridad de la consorte Rall, mucho menos ignoro la generosidad con la que me ha recibido. Solo estoy pidiendo que su alteza piense en mi dignidad y la de mi dama de compañía pues se nos está tratando como un par de condenados cuando ni siquiera han sido inspeccionado el cuerpo de Christa—protestó el cairen, aferrándose a su orgullo, el cual había sido herido anteriormente cuando Auruo había ordenado a los guardias que lo sujetaran como al ladrón aún cuando él no había manifestado la más mínima intención de apartarse de ese lugar.
—¡Solo conseguirá prolongar su sufrimiento en Yeting! ¡Pida a la consorte su perdón!
Era imposible para Sasha imaginar a alguien tomarse tales libertades hacía el cairen favorito del emperador, pero ahí estaba, ante ella, ese hombre de ojos brillantes y maliciosos reprendiendo al jovencito como si se tratase de un siervo desobediente delante de varias personas, quienes no se atrevían a interrumpir semejante espectáculo.
—¡Arrodíllese o tendré que ordenar a los guardias que lo hagan por usted—amenazó una vez más el compañero de la consorte.
—¡Auruo!
Petra había levantado la palma de su mano, pidiéndole con la mirada que cesara de incordiar al jovencito con sus numerosas amenazas, siendo obedecida por el nombrado quién volvió a transformarse en el hombre dócil, de espinazo inclinado en una perpetua reverencia y se volvió hacía su señora con una sonrisa de zorro malicioso.
—¿Sí, mi señora? —preguntó sumiso.
—Basta, es suficiente—ordenó con voz determinante, consiguiendo que Auruo se acurrucara como un perro asustado. Giró su rostro hacía el cairen que, a pesar de poseer una mirada dulce, le miraba con recelo. Petra suspiró hondamente y agitó su cabeza en donde las alhajas chocaron unas con otras en un débil tintineo—Cairen Jaeger—dijo su nombre con mucha suavidad, como si intentara transmitirle algo de consuelo en su voz—No deseo hacerte daño, ni a ti ni a tus hermanas—le aseguró—Pero como tu bien sabes soy la encargada de preservar la armonía en el harem, de cuidar de ustedes, cairenes, y de hacer cumplir cada una de sus leyes. Así como corregí las malas acciones de cairen Leonhardt en su debido tiempo, debo hacer algo similar contigo. Serás llevado a Yeting hasta que la identidad del asesino sea descubierta y, como cualquier persona inocente, serás absuelto cuando eso suceda—prometió sonriéndole con dulzura.
Eren abrió la boca para solicitar que el emperador conociera de su situación pero la consorte lo había advertido e intervino rápidamente:
—Auruo, asegúrate de que el cuerpo de cairen Renz sea trasladado con los doctores y peritos, también ordena a los guardias que custodien este pabellón hasta que se haya recolectado el material probatorio—comenzó a impartir órdenes, interrumpiendo al joven quien tuvo que guardar silencio—También cerciórate de que cairen Jaeger y su dama de compañía sean trasladados a Yeting, tú sabes en cual habitación.
—Sí, mi señora —respondió Auruo con una profunda reverencia para después empezar a impartir tareas a quienes permanecían estáticos. Rápidamente varios eunucos se acercaron como mariposas negras hasta el cuerpo cubierto de la joven de cabellos dorados y lo acomodaron de tal forma que al enfriarse su posición fuese natural y fácil de manejar para los doctores.
—Es momento de partir—anunció Petra a su dama de compañía, que solo asintió con obediencia. Miró una última vez al joven cairen y con una sonrisa piadosa le dijo unas últimas palabras antes de marcharse—Los justos salen bien librados de la adversidad, cairen Jaeger.
Siervas, eunucos y guardias inclinaron sus rostros, apartándose del camino de la consorte quien, sujetando el brazo de Ymir, emprendió su marcha con pasos suaves y acompasados; los pendientes de oro se balanceaban con elegancia con cada paso que daba y la seda de su larga túnica se deslizaba sobre el impoluto suelo generando un ruido similar al siseo de una serpiente acechante. Los ojos verdes de Eren se perdieron en los lirios rojos bordados exquisitamente los cuales salpicaban hermosamente el manto perlado que cubría protectoramente la delicada figura de la consorte. La espalda de Petra se reflejaba en su brillante iris y no perdió de vista la silueta de la mujer hasta que esta desapareció entre las faldas oscuras de los eunucos y las fantasiosas cortinas que colgaban desde las robustas bigas del salón, así mismo el suave siseo de la seda se fue haciendo cada vez más tenue y el tintinear de las alhajas que advertía la presencia de la consorte no se escuchó más en el pabellón; fue entonces cuando se permitió cerrar los ojos y un suspiro abatido escapó de sus labios tristes, sin embargo el alivio jamás se instaló en su corazón pues era consciente de que los terribles eventos que se avecinaban apenas comenzaban y su destino estaba siendo marcado por el nudo interminable del universo. No se inmutó cuando sus brazos fueron apresados por los guardias encargados de escoltarlos al lugar donde habitaría hasta que su suerte fuera decidida y el asesinato de cairen Renz resuelto.
—Mi señor—los ojos verdes se abrieron para mirar a la dama de compañía, que permanecía sujeta por un par de guardias de expresión hosca. La boca de Sasha se tensó en una mueca que intentaba asemejarse a una sonrisa, sin embargo, no era ni siquiera su sombra—La consorte Rall se encargara de hallar al verdadero causante de toda esta desgracia y cuando suceda su nombre y dignidad serán limpiadas—su voz teñida de un optimismo artificial tembló un poco y la comisura de sus labios se tensaron porque aunque tratase de aligerar la situación sabía que sus vidas pendían de un hilo y este podía romperse por la voluntad de la consorte Rall.
Eren deseó creer en aquella esperanza que la castaña le ofrecía, pero había una parte dentro de él, la parte precavida y desconfiada; la parte que conservaba los recuerdos de Yeting donde habitaba el desgraciado fantasma de Annie llamándolo una y otra vez, suplicando a la benevolente consorte Rall un poco de misericordia. De esas memorias, una de ellas en especial hacía eco dentro de él, aquella que había sembrado una duda que durante varias noches lo sorprendía en medio de su insomnio:
"¿No es muy hipócrita exigirlo cuando usted nunca pudo cumplir esa regla, consorte Rall?".
"Todo es sombrío y oscuro es el día; el viento del este sopla y Dios envía la lluvia. Esperando al divino he olvidado regresar a casa, pero él ha tardado en llegar, ¿quién me ofrecerá obsequios ahora? Lamentándome sobre mi señor tristemente he olvidado regresar a casa."
Las cabezas de quienes transitaban a través de la calzada de grava se giraban curiosas cuando la figura de un guardia de armadura dorada pasaba por su lado con la capa rojiza hondeando tras su espalda y la funda de la espada golpeando su pierna lo cual marcaba el ritmo de su enloquecida carrera. Un pequeño grupo de jovencitas, aparentemente sirvientas de algún palacio, detuvieron progresivamente su delicada marcha cuando a lo lejos vislumbraron el resplandor del dorado de la armadura asomarse entre las paulonias imperiales y curiosas aguardaron que el joven cruzara junto a ellas para averiguar la identidad del particular guardia quien parecía escapar de alguna fuerza maligna.
Las jovencitas sonrieron entre ellas y rieron discretamente cuando este pasó junto a ellas dejando atrás una débil ventisca que apenas había agitado la delgada falda de gasa que portaban las muchachas. En otra ocasión Jean habría correspondido su saludo con una sonrisa gentil y un movimiento de cabeza, pero su vista permanecía fija en el camino que se abría ante sus ojos y su mente se hallaba abstraída construyendo el plan que salvaría la vida de ambos castaños que en esos momentos probablemente ya estarían siendo conducidos a Yeting para esperar el veredicto de la consorte. Dada su excelente condición física su cuerpo no había sucumbido ante la fatiga ni los inclementes rayos del gran señor de los cielos los cuales parecían ser atraídos por la armadura porque estos calentaban el metal hasta el punto de sentir que su cuerpo empezaba a encenderse en llamas. Limpió con una de sus manos la frente perlada de pequeñas gotitas de sudor sin detener sus pasos y buscó con la mirada el camino que lo llevaría hasta el salón que frecuentaba el emperador cuando debía resolver los asuntos del Estado; su plan sonaba poco elaborado pero cuando llegara el momento de ejecutarlo tal vez se encontraría con varios tropiezos, pues era bien sabido por todo aquél que habitara entre las murallas de la Ciudad Prohibida que el emperador no debía ser importunado cuando atendía sus obligaciones, peor aún cuando quien lo interrumpía con su inoportuna presencia no pertenecía al círculo intimo de su majestad.
Debía presentarse ante los guardias que custodiaban las robustas puertas del salón con una excusa que justificara su presencia dentro del edificio, sin embargo ahí no terminaría su travesía ya que serían los que custodiaban la estancia, donde el emperador trabajaba sumergido entre milenarios ejemplares y los sahumerios, quienes decidirían si le permitían la entrada o tan siquiera si le transmitirían el mensaje que él les confiaría. Pero de algo estaba seguro, se recordó con flameante convicción, no abandonaría el salón de La Gloria Literaria hasta que el monarca fuera avisado sobre la estancia de su cairen en Yeting.
Dejó atrás el camino de grava y atravesó el puente rojo donde las linternas, que no se encendían a plena luz del día, eran balanceadas juguetonamente por la fresca brisa de verano la cual llevaba consigo pequeños vestigios de hojas verdosas y pétalos marchitos. Bajo el puente el agua se mantenía reposada, serena, se asemejaba a un gran espejo impoluto que reflejaba en sus aguas mansas el infinito cielo de un azul brillante, apenas moteado por tímidas nubes tan blancas como la nieve. Una familia de golondrinas planeaba sobre el lago, sus pequeñas alas cortaban el aire con movimientos orgánicos y certeros al mismo tiempo en que vocalizaban una tintineante tonada acompañada por el tenue siseo de los sauces de extensa cabellera verdosa mimada por la gentil brisa. Pensó en Baiho, su caballo, que permanecía en las caballerizas imperiales cuando no era requerido para alguna tarea y en lo ventajosa que habría sido su presencia pues podría acortar gran parte del camino que le faltaba por recorrer y ahorrar valiosos minutos que significaban una mortal diferencia entre la vida y la muerte.
"¡Maldición!" pensó al reconocer los sencillos edificios de tejados oscurecidos debido a que se tenía la creencia de que esto evitaba la propagación de incendios, "Aún no he recorrido ni la mitad del camino". Apresuró más su marcha al punto en que el cuero del interior de sus botas comenzaba a rozarle la piel con crueldad, lastimando sus pies exhaustos, y las gotas de sudor empapaban sus cabellos bajo el casco acerado. Aquellos tejados de tejas oscuras solo significaban que aún se hallaba en una zona de carente importancia porque los edificios de techos verdes y especialmente los amarillos eran los que se ubicaban en las zonas que frecuentaban el emperador y su corte. Estos a simple vista lucían como edificaciones donde los siervos llevaban a cabo sus labores; lavandería, sastrería o cocina. Ninguno de los siervos reparó en su presencia y si algunos lo hicieron, no fue más que una mirada parca, ya que parecían ensimismados en sus propias tareas y con poco interés en inmiscuirse en asuntos que no les concernían. Eso los atrasaría.
No aminoró su carrera; esquivando a los eunucos que cargaban entre sus manos los recados que se les encomendaban y a las mujeres que iban de un lado a otro sujetando entre sus manos canastas de misterioso contenido se abrió paso, cuidando en su presuroso andar el no chocar accidentalmente con alguien pues se podría desatar un pequeño altercado debido a su descuido y cada minuto era importante para él.
—¡Eh, fíjate por donde caminas! —le riñó un eunuco que apenas consiguió apartarse hacía una esquina del camino de grava antes de que el joven engalanado con la robusta armadura lo embistiera—¿Acaso te crees más que el resto de nosotros solo por portar una armadura y una espada? —refunfuñó acomodando torpemente las cajitas de biàndang que casi habían caído al suelo debido su brusco movimiento.
—¡Lo siento! —gritó Jean sin volver el rostro hacía el molesto hombre de ropajes oscuros quién retomaba su camino murmurando con enojo palabras ininteligibles en contra del castaño el cual ya se había alejado lo suficiente como para perderlo de vista.
Poco a poco las voces de los siervos fueron desapareciendo hasta volverse un susurro lejano que fue reemplazado por el cantar de las aves que revoloteaban encima de su cabeza, entre las generosas ramas de los árboles que rodeaban el camino como ancestrales guardianes, un poco más allá, a un costado de la senda unas escaleras talladas en piedra grisácea guiaban a lo que él creía podía tratarse de un sencillo pabellón o un templo escondido discretamente entre los castaños de frondoso follaje. Sus ojos regresaron al camino y aunque los árboles, altos y robustos, evitaban celosamente que el brillo del sol irrumpiera en la paz de la senda y lo protegían con su sombra reconfortante, no podía suprimir el deseo de despojarse del casco acerado que protegía su cabeza para al menos darle algo de alivio a su cuerpo que hervía bajo tanta tela y metal. Tal vez, si mantenía el ritmo y no aminoraba su carrera, conseguiría llegar a la entrada que llevaba a la zona donde se hallaba ubicado el salón de La Gloria Literaria con buen tiempo; para eso debía ignorar el insoportable dolor que se le alojaba en la garganta. La boca la sentía tan o más seca que un desierto y el rocío de las hojas de los arbustos de repente se le antojó como un elixir tentador.
"No te distraigas" se reprendió frunciendo el seño ante el rumbo que tomaban sus pensamientos, "ellos confían en ti", repitió infundiéndose ánimos.
Al pasar en frente de las escaleras que llevaban a la misteriosa edificación a un lado del camino no reparó en una presencia que, a diferencia suya, lo había observado silencioso desde que atravesó aquellos parajes aparentemente solitarios. La intrigante figura descendió a través de los escalones con pasos agiles al percatarse de que el joven guardia no aminoraría su carrera y lo rebasaría ignorando su presencia. Jean viró el rostro en la misma dirección de donde provenían los pasos del extraño y al reconocer el rostro de este creyó sentir una extraña sensación de alivio embargarle el corazón, inclusive sus facciones se suavizaron en una expresión más descansada al reconocerlo, deteniendo gradualmente su andar hasta quedar de pie en medio de la calzada aguardando hasta que el otro le diera alcance.
—Jean, ¿qué estás haciendo por estos parajes?
La respuesta del joven guardia tanto en llegar porque intentaba recuperar el ritmo natural de su respiración inhalando largas y profundas bocanadas de aire, componiendo en su rostro una sonrisa cansada pero sincera pues ciertamente estaba feliz de aquella favorable casualidad. Suspiró hondamente y llevó una de sus manos hasta su frente para despeinar los cabellos castaños que se le adherían a la tibia piel, resopló al ser consciente de la penosa imagen que proyectaba ante los demás siendo él tan meticuloso con su cuidado personal.
—Necesito de tu ayuda…—empezó con la voz pastosa. A continuación tomó una generosa bocanada de aire y agregó—… Nicolo.
Nicolo pertenecía al selecto grupo de confianza que había formado durante sus años dentro de la Ciudad Imperial, siendo él la primera persona con la que sintió una afinidad casi inmediata lo cual germinó hasta convertirse en una amistad honesta y sin cuestionamientos que maduraba con el paso de las estaciones ya que ambos, al compartir largos periodos de tiempo en compañía, habían escuchado la historia del otro y se conocían hasta el punto de sentir que su vinculo ya existía desde antes de ingresar a la ciudad amurallada. El guardia de cabellos claros poseía un rostro elegante y sus expresiones a veces parecían teñirse de una tímida inocencia cuando algo lo tomaba por sorpresa, sin embargo era un hombre poseedor de una lealtad incuestionable y en sus ojos atentos brillaba una flama de voluntad digna de los dragones dorados del imperio. En los escasos momentos en los que ambos guardias coincidían para tomar su merecido descanso las formalidades eran dejadas a un lado y ambos tomaban asiento delante de las hornillas para abrigarse y compartir pequeñas anécdotas que acontecían cuando cada uno realizaba su respectiva guardia; entre tazas de té y los curiosos manjares que Nicolo le ofrecía pasaban las horas hasta que era momento de partir a sus respectivos lechos.
—¿Por qué corrías como si algo te estuviese persiguiendo? ¿Ha sucedido algo en tu guardia? —quiso saber Nicolo tomando la cantimplora que colgaba de su cinturón para entregársela al sediento castaño, quien la recibió con una expresión de alivio.
—¿Has…. has escuchado algo acerca de una cairen envenenada? —preguntó Jean llevándose la cantimplora a los labios ansiosos y secos. La piel se le erizó cuando el líquido bajó a través de su adolorida garganta trayendo consigo una sensación reconfortante y fresca y no tuvo reparos en tomar un par de tragos más hasta sentir que el contenido de la cantimplora disminuía y su sed era mitigada.
—¿De qué estás hablando, Jean? —el joven de cabellos claros le miró desconcertado—¿Ha muerto una cairen?
Jean asintió en silencio al momento en el que el último trago de agua bajaba por su garganta y le regresó la cantimplora a su amigo el cual la recibió sin preocuparse por su ausencia de contenido, exigiéndole con la mirada que respondiera a las dudas que le formulaba y eran pobremente resueltas.
—Así es, esta tarde en uno de los pabellones de la zona oeste dos cairenes se reunieron a compartir una merienda y una de ellos fue envenenada—explicó Jean mientras retiraba el casco acerado de su cabeza.
—No, no he escuchado ningún rumor acerca de lo sucedido en ese pabellón. Sin embargo, ¿por qué luces tan afectado? Salía del templo cuando te vi correr entre los castaños y a juzgar por tu expresión te has enterado de algo que te tiene angustiado—insistió Nicolo sin entender qué relación había entre la muerte de la cairen y el extraño comportamiento de su camarada.
El joven guardia llevó una de sus manos hasta las hebras castañas y las agitó en busca de aliviar el calor que se concentraba debajo del casco y con un suspiro continuó con su relato:
—Nicolo, ¿recuerdas que una de las tareas que se me ha encomendado es cuidar de uno de los cairenes del emperador?—mencionó con voz solemne, mirando fijamente a los ojos de su acompañante, esperando que este comenzara formarse una idea sobre el rumbo de sus palabras.
—El hijo de Kuan Yin, cairen Jaeger—asintió el guardia pues ciertamente su camarada ya le había comentado acerca de sus vivencias al lado de aquél peculiar cairen aunque él no había tenido la oportunidad de conocer su rostro; por los rumores que pululaban entre algunos guardias y eunucos sabía que era un joven de una belleza divina, la gracia con la que se expresaba cautivaba los sentidos de quienes dirigían sus ojos mundanos hacía él, y su fina figura solía estar envuelta en exquisitos vestidos de la seda más tersa, llevando sobre su cabeza exuberante joyería que portaba como una corona. Quienes habían tenido la oportunidad de toparse con su presencia revivían el recuerdo de aquél momento deshaciéndose en generosos halagos.
—Uno de los dos cairenes que se encontraba en el pabellón era cairen Jaeger—reveló Jean alejando la mano de sus cabellos. Su voz era seria y en su rostro había una oscuridad que Nicolo interpretó como un mal augurio.
—¿Estás diciendo que cairen Jaeger fue quien…?
—No, él no fue quien envenenó a la otra cairen—interrumpió Jean advirtiendo la errada conclusión que se había hecho su amigo—A simple vista puede parecerlo, pero no te dejes engañar, conozco el carácter de cairen Jaeger y sé que su corazón no alberga tal maldad como para realizar un acto tan vil—le aclaró aunque sus palabras parecían ser en vano ya que en el rostro de Nicolo aún se vislumbraba la duda respecto a la inocencia de Eren—Tienes que confiar en mí, tú bien sabes que soy celoso con mi amistad como lo es un prestamista con su dinero. Si cairen Jaeger no fuera una persona de sentimientos nobles jamás habría compartido mis pensamientos con él tal y como lo hago con Marco o contigo.
—Lo hago, Jean, confío en ti—Nicolo le sonrió con sinceridad aunque su gesto no duró más que algunos segundos debido a una duda más poderosa que se apoderó de sus pensamientos y no tuvo reparos en manifestársela a su amigo—Sin embargo, si no fue cairen Jaeger quién envenenó a la otra cairen, ¿quién ha sido el responsable? ¿Aún no lo han atrapado?
—La identidad del culpable aún es desconocida. Tal parece que consideran a cairen Jaeger como principal sospechoso y ha sido llevado a Yeting junto a su dama de compañía para que se realicen las diligencias pertinentes hasta que la consorte Rall de su veredicto—su explicación fue rápida y concisa; sentía la necesidad de terminar con la conversación y reanudar su marcha hacía el salón de La Gran Gloria Literaria.
—¿Qué razones tendría quién está detrás de todo lo ocurrido? Porque si me lo preguntas…—Nicolo guardó silencio durante algunos segundos y desvió la mirada hacía un punto incierto entre los castaños, su entrecejo se arrugó ligeramente, concentrándose en vislumbrar aquella razón que se mantenía oculta—… quién planeó todo esto no buscaba la muerte inmediata de cairen Jaeger pues la muerte de la otra cairen sería innecesaria. Parece que esta persona quiere que su imagen sea ensuciada y hacer creer a los demás que sus manos están manchadas de sangre para que al final, cuando la suerte sea echada, sea despojado de su honor y se le castigue como a un asesino.
Nicolo volvió su mirada hacía el rostro de Jean y sus ojos se encontraron en silencio. Las aves que volaban con alborozo, ocultas entre la espesura de los árboles, continuaban entonando sus joviales cantos y el viento cabalgó entre las ramas trayendo consigo una estela de hojas verdosas que giraron en un encantador vals mientras descendían hasta caer inertes y olvidadas.
—Hay algo que me inquieta—expresó Nicolo en voz baja—La persona que tejió toda esta telaraña de culpas y muerte tenía la certeza de que cairen Jaeger sería encerrado en Yeting y probablemente espera que se le ajusticie entregando algo del mismo valor—no fueron necesarias más explicaciones pues Jean entendió a lo que se refería el muchacho de cabellos claros; si la vida se le había arrebatado a un inocente entonces quien había provocado la muerte debía sufrir el mismo destino porque una vida se pagaba con otra.
—Es por eso que debo evitar que eso suceda a toda costa—avisó con decisión, regresando el casco acerado a su lugar, alistándose para partir no sin antes darle unas últimas palabras a su camarada.
—¿Cómo conseguirás tal cosa? —quiso saber el de cabellos claros, impresionado por la tenacidad que reflejaba el castaño en sus ojos y la convicción en su voz.
—Tengo que hablar el emperador para comunicarle lo que está aconteciendo en Yeting ya que solo él puede intervenir en los asuntos que le conciernen a la consorte Rall.
—Me temo que hoy no tendrás la oportunidad de hablar con el emperador o si quiera hacerle llegar algún recado—Nicolo negó pesaroso tomando por sorpresa a su amigo por lo que se apresuró en agregar—¿No escuchaste los tambores esta mañana?
El guardia de cabellos castaños le miró con cautela.
—¿Hoy son…?
—Sí, hoy son los exámenes de palacio y la evaluación es realizada personalmente por el emperador hasta que el día finalice—le recordó con un deje de preocupación en sus palabras porque no podía concebir que Jean hubiese pasado por alto un detalle tan importante como ese; a las siete de la mañana el sonido de los tambores fue escuchado en el patio exterior, al sur de la Ciudad Prohibida, donde se hallaba el Palacio de la Suprema Armonía; una edificación de colosales dimensiones erguido a mitad de la plaza, que era atravesada por el Rio de Agua Dorada, el cual era reservado para reuniones de solemne rigurosidad como la de aquél día pues las puertas del palacio recibían a los candidatos de mentes más brillantes de todas las provincias.
Por otro lado Jean sintió que el suelo bajo sus pies se sacudía ligeramente y la realidad llegó a él como una brusca revelación. ¡Qué tonto había sido! ¡Qué descuidadas habían sido sus acciones! ¿Cómo pudo olvidar un evento tan importante como los exámenes de palacio, en especial cuando Armin ya se lo había comentado con antelación? Las palabras de Armin le llegaban súbitamente desde sus recuerdos anunciándole el día en qué se realizarían los exámenes.
El escriba y encargado de la biblioteca sur había recibido la propuesta del compañero del emperador para formar parte del selecto grupo de examinadores que revisarían los exámenes de los candidatos mediante un sistema que filtraría los mejores resultados que serían calificados por el mismo emperador. Él compartía la alegría de su brillante compañero porque en anteriores ocasiones este le había compartido su anhelo de cursar el complejo cuestionario y pasaba arduas jornadas de estudio relegado en un rincón de la gran biblioteca; solía memorizar Los Cuatro Libros del confucianismo y Los Cinco Clásicos que en total estaban conformadas por cuatrocientas treinta y un mil caracteres, así como se empeñaba en transcribir los ejemplares que el emperador acostumbraba a leer como los dieciséis capítulos del Sheng Kuangxun. Esa oportunidad de pertenecer al grupo de examinadores lo familiarizaría con las pruebas que allí se llevarían lo cual sería ventajoso cuando él decidiera presentarse.
Recordó de pronto que Armin le había hablado sobre las extenuantes jornadas que le esperaban ya que los recesos eran escasos porque al ser a puerta cerrada, nadie podía ingresar ni salir del palacio, solo cuando el emperador les otorgara un breve descanso para atender sus necesidades y comer algo ligero. Una luz de esperanza brilló en su mirada y sus ánimos fueron renovados ante el pensamiento de que todo no estaba perdido pues Armin podía ser el puente que necesitaba para acercarse al emperador. No ignoraba que su amigo de cabellos dorados había hallado gracia ante los ojos del compañero del monarca y si Armin conseguía su favor y ayuda podrían intervenir oportunamente antes de que cualquier decisión fuera tomada en Yeting.
—¡Nicolo, necesito tu ayuda! —solicitó cambiando abruptamente su estado de ánimo, sobresaltando a su amigo que, algo desconcertado, asintió, dándole a entender que tenía su atención—Nunca he subestimado tus habilidades y por eso es que dejo esta tarea a tu cargo—declaró posando con firmeza ambas manos sobre los hombros del joven—Debes ir a Yeting y llevar un par de cajas con comida de las cocinas imperiales, pídeselas a la sierva más joven e inexperta porque ellas no hacen demasiadas preguntas. En caso de no conseguirlas entonces llévales algo de nuestras raciones y llena nuestras cantimploras con agua de manantial, ¿entendiste? —preguntó abriendo ligeramente los ojos.
—¿Crees que alguien podría envenenarlos? —aventuró cauteloso Nicolo ante la peculiar, aunque lógica, petición de su amigo.
—La imprudencia suele suceder a la calamidad es por eso que prefiero evitar que acontezca otra desgracia en mi ausencia—explicó Jean retirando las manos de los hombros del joven guardia, volviendo el rostro hacía el camino que se extendía ante sus ojos y parecía no tener un final—Es momento de reanudar mi marcha. Tengo que llegar al Palacio de La Suprema Armonía y entregarle mi mensaje a Armin.
—¡Espera, Jean! ¿Cómo voy a conseguir que me permitan ingresar a Yeting con las cajas de comida? —lo detuvo Nicolo al percatarse de la intención que tenía Jean de abandonarlo—Sospecho que los guardias serán reacios ante mi visita en los aposentos de cairen Jaeger—observó con voz ansiosa porque no confiaba en obtener algún resultado positivo, sin embargo esto no impidió que Jean se echara a andar nuevamente, con las fuerzas renovadas para hacerle frente al largo recorrido que le quedaba—¡Jean! —llamó de nuevo.
—¡Miénteles, diles que algún capitán te ha enviado! ¡Confío en ti, Nicolo! —gritó desde la lejanía, levantando el brazo en señal de despedida mientras la capa rojiza ondeaba detrás de él como una estela de fuego.
Nicolo suspiró con incredulidad ante el nuevo rumbo que había tomado su sencilla rutina dentro de la ciudad amurallada. Nunca se imaginó que después de realizar sus oraciones en el templo que solía frecuentar, atraído por la paz que le transmitían los solitarios parajes, su camarada lo involucraría en su heroica aventura, delegándole una tarea que debía cumplir valiéndose de todo el ingenio que poseía. Cairen Jaeger y su dama de compañía eran personas que Jean tenía en alta estima ya que eran contadas las ocasiones en las que el guardia de cabellos castaños se apartaba de su actitud fresca y despreocupada para adoptar una más severa. La lealtad entre camaradas cobraba un valor que difícilmente una persona ajena a su círculo podría entender a cabalidad y esto fue suficiente para que sus pies reaccionaran y lo guiaran en dirección contraria, hacía las cocinas imperiales.
"Tú, mi señor, estás pensando en mí, pero no tienes tiempo. El hombre en la montaña, fragante como hierba dulce, bebe de la primavera en flor a la sombra de pinos y abetos. Tú mi señor estás pensando en mi pero aún así tienes dudas."
En Yeting el cairen esperaba ser relegado a una habitación similar en la que Annie había sido castigada; un cuarto de techos altos y paredes impolutas pero carentes de ornamentos, solamente el techo había sido decorado con intricados diseños de distintas especies de avecillas de tinta que volaban libremente entre las nubes y los juncos, y pesadas lámparas de vidrio con largos pendientes de jade colgaban desde lo alto. Sin contar con estos detalles, aquella habitación carecía de muebles o alguna otra salida que no fuera la entrada principal reforzada con un par de puertas de pino oscurecido. Al transitar a través de los enigmáticos pasillos de la siniestra edificación ya no se le antojó tan aterradora como lo hacía parecer la fachada principal porque una vez en su interior se percató en el parecido que tenía con otros edificios dentro de la Ciudad Prohibida; tal vez la decoración de los intrincados pasillos no era tan exuberante, sin embargo, la distribución de las columnas de madera oscura y la posición de las vigas que reforzaban el complejo diseño de los tejados eran bastante similares, inclusive el lustroso suelo de mármol de betas amarillas le recordaba vagamente a los de los otros salones, solo que este era mucho más sencillo y poco atractivo si se les comparaba. El grupo de guardias que los escoltaba estaba conformado por un número algo excesivo si consideraba que solamente eran dos jóvenes sin ningún entrenamiento físico suficiente como para derribar a un par de fornidos guardias, pensó el cairen ante la ridícula seguridad con la que eran tratados.
Subieron por una escalera de lustrosos peldaños que parecían recién pulidos y los condujeron a través de un extenso pasillo, similar al que habían dejado atrás, en el nivel inferior. En los rostros de los siervos con los que se topaban no advertía alguna señal que le indicara algún peligro detrás de cada puerta debido la imagen que se había hecho del edificio; lucían como siervos de cualquier otro palacio o salón, yendo de un lado a otro con encargos o simplemente asegurándose de que todo estuviera en orden, pero aún así, había algo en la atmosfera que no conseguía apaciguar su incertidumbre porque aquella tranquilidad se le antojaba artificial, casi amenazante. Regresó su atención cuando los guardias detuvieron sus pasos delante de una puerta de dos hojas, con un delicado grabado de lo que parecían ser avecillas campestres y ramas de melocotonero en flor sobre la superficie de madera. ¿Ese sería el cuarto donde esperarían que la consorte Rall estudiara las pruebas hasta decidir sobre sus vidas? Tan solo pensar en la tortuosa espera quebrantó su corazón y su mente, casi anestesiada, y revivió con terror el horrible final que tendrían sus vidas si la gracia del cielo se volvía en contra de ellos.
—Aquí esperará por el compañero de la consorte Rall—informó uno de los guardias con un tono de voz bastante impersonal. Haciéndole una seña a uno de los eunucos para que este abriera las puertas de par en par, se hizo a un lado y volvió a guardar silencio, como si su voz hubiera sido un producto de la imaginación de ambos jóvenes.
El hombre de ropajes oscuros empujó las puertas y se apartó con una reverencia, aguardando a una distancia prudente que los guardias terminaran con su tarea para así cerrar la habitación bajo llave. Los guardias ingresaron junto a los dos castaños que examinaron con detalle la enigmática estancia, sorprendidos de toparse con algo tan inofensivo y poco intimidante como lo era aquél lugar; si Eren ignoraba el hecho de encontrarse en uno de los lugares más siniestros de la ciudad amurallada habría creído que esa habitación era una de tantas. Las velas níveas de los candelabros parecían haber sido puestas recientemente así mismo en los arreglos florales aún permanecía una fina capa de rocío la cual les otorgaba una apariencia fresca. Las celosías estaban cubiertas por largas cortinas que imitaban la tonalidad de las perlas, las cuales atenuaban la luz del exterior y así mismo ventilaban el cuarto. En los rincones descubrió delicados pebeteros de jade verde quemando incienso, cada uno de ellos había sido tallado de distinta manera, representando animales que solían ser considerados como guardianes; sus ojos se detuvieron perplejos a mitad de camino hallando para su sorpresa un modesto altar del Buda Gautama sentado sobre la flor de loto y en el nivel inferior del altar sus respectivas ofrendas que iban desde flores de jardín recién cortadas, incienso dispuesto en pequeños platitos de jade blanco, frascos de cristal que parecían contener perfumes y aceites aromáticos y agua para beber y lavarse.
Aquél detalle lo reconfortó porque le recordó que ante la adversidad el cielo mantenía sus ojos celestiales puestos sobre él y era en esos momentos en los que debía aferrarse a su fe. Conforme, giró el rostro y se topó con una cama casi de las mismas proporciones a la que había dejado atrás en casa de su padre junto con un dosel de gasa perlada sujetado desde las vigas de madera oscura que atravesaban la habitación y de donde colgaban pesadas linternas de largos pendientes de hilo rojo y marfil. Un escalofrío bajó por su espalda entendiendo el discreto mensaje que comunicaba aquél mueble y era que al parecer la consorte planeaba encerrarlo más de un día en Yeting; miró con preocupación el robusto armario de extravagante tallado y se cuestionó la clase de prenda que se le había destinado ya que dudaba que se le permitiera ingresar vestidos traídos desde su palacio. Recordó con aversión el rígido camisón blanco de Annie, el cual había sustituido el elegante hanfu y así mismo la joyería que portaba sobre su cabeza se le había retirado, mermando la riqueza que reflejaba ante el mundo.
—Cairen Jaeger—reconoció la voz del guardia a sus espaldas llamándolo con estricta formalidad—Usted debe tomar asiento y esperar al compañero de la consorte Rall quién le dará algunas indicaciones—Eren quiso preguntar a qué se refería con "algunas indicaciones", sin embargo el guardia continuó—Su dama de compañía no puede permanecer con usted en este cuarto, para ella se ha dispuesto otra habitación en uno de los pisos inferiores—agregó.
—Me temo que debo oponerme ante esa decisión—manifestó Eren con cortesía, tratando de recuperar la serenidad que caracterizaba su comportamiento—Sasha es, como usted ya lo ha dicho, mi dama de compañía y es menester que su lugar sea junto a mí. No tendrá que molestarse en dar explicaciones al compañero de la consorte Rall pues personalmente me encargaré de manifestarle mi negativa—aclaró dando algunos pasos hasta llegar al lado de la castaña, quien escuchaba en silencio.
El guardia miró a uno de sus compañeros el cual se encogió de hombros sin expresar su opinión en voz alta; era grande el contraste entre estos guardias de rostros severos y fría formalidad, parcos en palabras, hablando lo estrictamente necesario para comunicar sus órdenes, y Jean, quien compartía su sonrisa con los ojos que reparaban en él y no se cohibía en sumergirse en una conversación, como si sus palabras fluyeran como las aguas en el caudal del rio.
—Eso no depende de nosotros, son órdenes del compañero de la consorte Rall—se opuso el mismo guardia sin extenderse en sus explicaciones.
—Esto no es una cárcel, ¿verdad? —dijo Eren, paseando su mirada por toda la extensión de la habitación hasta regresar la mirada al rostro inexpresivo del hombre, quien escuchaba atentamente—Y aunque lo fuera, me parece que incluso en la cárcel a los presos se les permite tener compañeros, ¿no? —cuestionó disgustado sin afectar el sosegado tono de voz con el que se dirigía al hombre.
El guardia calló durante algunos segundos, meditando en las palabras del cairen que aguardaba orgulloso por su decisión; su lozano rostro se mantenía severo insinuando una muda exigencia a su favor y sospechó que ante una negativa de su parte el jovencito de cabellos castaños estallaría en cólera y no sería tímido en reclamarle acerca de su falta de juicio. En el estado en que se encontraba el cairen bastaba con una pequeña llama de provocación para que su altivo carácter se viera reducido a un manojo de emociones que lo sumirían en una histeria semejante a la del pabellón y según las órdenes que habían recibido del señor Auruo, debían manejar la situación de cairen Jaeger con suma discreción porque la consorte Rall quería ser justa con el jovencito y no ocasionarle otro disgusto.
—Su dama de compañía puede permanecer con usted en la habitación—el guardia acabó aceptando la petición del cairen sin variar su estricta expresión y a continuación realizó una profunda reverencia la cual fue imitada por sus compañeros quienes debían mantener las formalidades aún cuando la persona a quién reverenciaban se tratase del sospechoso asesino del pabellón.
Los hombres dieron tres pasos hacia atrás con el rostro agachado y se retiraron, desapareciendo por la puerta de doble hoja la cual fue cerrada con llave por el eunuco que había esperado silencioso y paciente desde el exterior. Las dos figuras permanecieron inmóviles; Sasha miraba con ojos ansiosos a su señor que se mantenía de pie, recto como una vara joven de bambú con el rostro en dirección a la robusta puerta de madera que los separaba del mundo exterior. Sospechando que el joven cairen no se apartaría de ese lugar tomó la decisión de acercarse cuidando sus pasos, así como había hecho de pequeña hace muchos años en los bosques cuando se topaba con algún conejo de esponjoso pelaje y, apiadándose de su suerte, se aproximaba sigilosa hasta envolverlo entre sus brazos para alejarlo de aquellos parajes infestados de trampas. Así mismo apoyó su mano sobre el hombro de su señor, con la discreción de la mariposa posándose sobre la flor y lo llamó con voz queda inclinándose en su dirección con timidez:
—¿Mi señor? Acompáñeme, necesita tomar asiento—sujetó la delicada mano que temblaba imperceptiblemente y lo guió a través de la estancia hasta el centro de la habitación en donde una amplía alfombra de motivos florales se extendía sobre el suelo de mármol y sobre ella, una mesa de madera oscurecida, embellecida con higueras de finas hojas y sus frutos dibujadas en tintas de pigmentos llamativos. Dos sillas bajas de madera laqueada con sus respectivos cojines de seda estaban ubicadas una frente de otra y aunque no eran tan exquisitas como las que poseían en Qingning, de líneas curveadas y respaldos en terciopelo rojo, eran lo suficientemente elegantes para no desentonar con el buen, aunque impersonal, gusto de la decoración. Liberó la mano del cairen para encargarse de la amplía túnica pues generalmente esta era una tarea que correspondía a las siervas, quienes estiraban el final de la túnica de tal manera que al tomar asiento esta se abría como una flor de seda en pleno despertar; al no disponer de alguna joven del edificio, Sasha la realizó misma acción que no le era ajena ya que antes de ser nombrada compañera del honorable cairen, había sido una simple sierva del palacio la cual atendía voluntariosamente al jovencito de cabellos castaños que había defendido su honor ante la implacable cairen de cabellera dorada. Satisfecha con su trabajo, volvió a tomar la mano del joven y le ayudó a tomar asiento, descendiendo con la suavidad de la hoja que cae de la rama del árbol.
—Necesita limpiar la sangre de sus ropajes, mi señor—Sasha miró preocupada la mancha de sangre ya oscurecida por el paso de las horas, y no tuvo reparos en tomar la punta de su chalina amarilla y acercarla hasta el terciopelo ennegrecido, intentando disimular la escandalosa salpicadura que había caído sobre él.
Eren con la mirada triste y extraviada en algún rincón de la habitación apenas pudo componer una sonrisa que no duró lo suficiente; poco a poco aquél melancólico gesto fue muriendo sobre sus labios como la bella flor de cerezo de vida efímera y pasajera.
—No es necesario, Sasha, la sangre se ha secado y no es tan sencillo retirarla sin dejar algún rastro—apartó con delicadeza la mano de la castaña, la cual batallaba inútilmente en su tarea por borrar cualquier recuerdo del pabellón.
Reticente, la joven de cabellos castaños detuvo sus infructuosos intentos por desaparecer cualquier rastro de muerte. Aún con la mirada baja podía advertir el aire ausente y afligido del cairen que parecía haber perdido cualquier rastro de su acostumbrada vitalidad y luminosidad, una visión que desentonaba con la imagen que ella tenía de su señor; él era apacible y sosegado como la gentil brisa de verano, su delicada sonrisa consolaba al corazón más frío y adolorido, sus ademanes tiernos eran como caricias sanadoras para aquél a quien iban dirigidas. Con temor pensó en su señor como la flor de durazno que sonreía dulce como viento de primavera, pero lo bello no permanece en el florecimiento prodigioso, sino también en su caída. Lo bello siempre estaba condenado a sucumbir ante el noble llamado de la muerte.
Con esos pensamientos oscuros rondando por su cabeza la dama de compañía alzó la mirada nerviosa y habló:
—Mi señor, tengo algo que contarle y necesito que usted lo sepa cuanto antes—anunció con urgencia bajando la voz al recordar que las paredes, aunque no lo pareciese, podían escuchar, incluso ver, a quienes en medio de la ignorancia compartían secretos.
Eren la miró con atención, advirtiendo por la reserva con la que Sasha se dirigía a él que se trataba de un tema que debía mantenerse estrictamente entre los dos. Como si se tratara de un reflejo desvió sus ojos hacía la puerta de doble hoja como si esperara que una presencia inoportuna irrumpiera en la habitación y esperó algunos segundos en silencio hasta sentir que no había ningún peligro de ser sorprendidos.
—Adelante—concedió el cairen, extendiendo el brazo en una señal que le indicaba a la jovencita que debía tomar asiento delante de él, al otro extremo de la mesita.
Sasha obedeció, encaminándose hasta la silla de madera y al tocar el cojín de terciopelo una corriente de alivió viajo hasta sus extremidades pues debido a la conmoción y a la agitación de los guardias no había tenido la oportunidad de tomar asiento. Posó ambas manos entrelazadas sobre el regazo y levantó el rostro, encontrándose con el de su señor que le devolvía la mirada desde el otro lado de la mesa con una serenidad manchada por la amargura de la melancolía. Sus lágrimas habían desaparecido, sin embargo el jade sus ojos aún brillaba como si bastara una gota de rocío para que el llanto se desbordara en gruesos caudales que no bastarían para mitigar el dolor en su corazón. Mordió su labio inferior con fuerza tratando de recurrir a la valentía con la que se había encaminado a las afueras del pabellón para ir en busca de Jean y solicitar su ayuda.
—Creo adivinar qué es lo que te está atormentando—la voz paciente del cairen hizo que alzara la mirada, encontrándose una sonrisa tenue la cual podía distinguir entre la suave luz que entraba entre las celosías y las cortinas de gasa perlada—No te castigues pensando demasiado en ese asunto pues yo no te guardo ningún rencor por eso—la tranquilizó—Las palabras de la consorte Rall no han cambiado la imagen que tengo de ti porque soy yo quién ha convivido contigo, día y noche, y conozco tu corazón. No me atrevería a cuestionar tu lealtad por el comentario de alguien que ni siquiera habita en mi palacio—negó comprensivo, tratando de hacerle ver la verdad en sus palabras pues eran ciertas. Él no había considerado que su dama de compañía traicionara el vínculo que los unía.
Conmovida los ojos se le llenaron de lágrimas que supo mantener cautivas en sus ojos, aquellas palabras tan honestas entibiaban su pecho y sentía que el alivió acudía a su cuerpo pues temía que Eren desconfiara de ella quien le servía con tanto fervor y entrega.
—¡Mi corazón se regocija al escuchar sus palabras, mi señor!—sonrió Sasha agradecida inclinando el rostro durante pocos segundos para volver a levantar la cabeza y componer su expresión a una más mesurada y continuó con lo que tenía preparado compartir con el cairen, porque él debía conocer sobre los movimientos de Jean—Hay algo más que debe saber y es acerca de mi ausencia en el pabellón—susurró inclinándose hacia adelante, acción que Eren imitó intrigado, respetando la cautela con la cual Sasha le compartía su secreto—Mi intención no era escapar, sino acudir al encuentro con Jean y pedirle su ayuda porque es el único que puede ayudarnos a salir de esta situación tan comprometedora.
—¿Jean? —las cejas de Eren se alzaron con sorpresa—¿Qué fue lo que pediste que hiciera por nosotros? —preguntó cauteloso, cuidando que su voz fuera un débil susurro.
—Le pedí que fuera en busca del emperador y le informara sobre su estadía en Yeting pues él es el único con el poder de intervenir en las decisiones de la consorte Rall—reveló la dama de compañía y el cairen advirtió en sus ojos sinceros un tenue brillo de esperanza que inconscientemente se mostraba ante la idea de una oportunidad.
Eren sonrió suavemente, conmovido por el arriesgado, y al mismo tiempo, valeroso actuar de la joven de cabellera castaña quién había actuado con inteligencia y discreción.
—Hace varios años había escuchado que quienes servían a otros solían aceptar con sumisión su destino—el rostro del cairen se ladeó con suavidad y el largo pendiente de oro acarició su mejilla—Pero tú eres especial, Sasha—aunque su sonrisa fue débil, consiguió transmitirle a la jovencita el aprecio que él le profesaba.
Sasha correspondió su sonrisa con timidez.
—Si mi destino es morir, mi señor, prefiero que sea luchando y no solo aceptándolo—declaró con ferviente convicción, enderezando su postura como si se tratara de un soldado preparándose para enfrentar el campo de batalla—Vivos o muertos, estamos juntos en esto y no voy a soltar su mano.
El cairen bajó la mirada, gesto que Sasha no pasó inadvertido porque estaba familiarizada con las expresiones de su señor, quién a veces solía ser más transparente que el agua de los manantiales. Algo angustiaba su señor, la pena en su corazón no desaparecía aún cuando le había informado sobre la intervención de Jean, creyendo que con esa noticia una semilla de esperanza se sembraría en su interior, sin embargo el cairen aún cargaba con el velo de la amargura y en sus ademanes se reflejaba el desosiego.
—¿Qué es, mi señor? Hay algo que lo está atormentando.
El silencio de Eren se hizo presente como un velo oscuro que ocultaba celosamente sus pensamientos más desesperanzadores. Así permaneció durante largos segundos en los que sus dedos acariciaban con distracción la superficie de la mesa intentando desentrañar los misterios que se ocultaban entre las complicadas formas de la pintura.
—A veces… a veces el destino es un tanto cruel, ¿sabes? —respondió el cairen con la vista perdida entre los decorados de la mesa de madera, repasando con el dedo índice el camino de las higueras—Cuando las cosas parecen estar dispuestas a cumplirse siempre hay un detalle, tal vez muy insignificante, que entorpecerá el flujo de nuestros deseos. Basta con una cita mal acordada, una palabra mal dicha o…—sus entrecejo se arrugó suavemente mientras negaba repetidas veces—…o una persona en el lugar equivocado. El hombre propone, pero es el cielo quien concede.
La vista de Sasha no se apartaba del camino que trazaba el fino dedo a través de la superficie, repitiendo varias veces el mismo recorrido. Se sintió intranquila ante las palabras de su señor porque en ellas había un mensaje que no conseguía discernir pues era algo ambiguo a su comprender.
—¿Qué quiere decir, mi señor? —indagó con cautela sin conseguir que los ojos de jade se alzaran hacía ella.
—Cuando Jean acuda al salón de La Gran Gloría Literaria en busca del emperador no lo encontrará porque él y sus sabios estarán confinados entre las paredes del Palacio de La Suprema Armonía vigilando los exámenes imperiales—le comunicó, deteniendo abruptamente su movimiento—Se ha dado la orden guardar la distancia alrededor del palacio hasta que finalicen los exámenes, lo cual sucederá hasta que luna se pose en el centro del palacio. Su majestad me lo dijo en nuestro último encuentro ya que estaría muy ocupado hasta que volviéramos a vernos. Nadie podrá salir, mucho menos entrar, hasta que se decrete el final de los exámenes—calló alzando la mirada con parsimonia. Su rostro lucía una frágil apariencia de tranquilidad que advertía con destruirse ante la más mínima provocación y, a pesar de esto, sus ojos se negaban liberar las finas perlas acuosas que se cernían sobre sus espesas pestañas humedecidas por el llanto.
Los tersos labios de la muchacha de cabellera castaña se apretaron con fuerza y sus dedos retorcieron la delicada tela de su falda sin preocuparse por rasgar con la punta de sus uñas el frágil tejido. Acompañó al cairen en su silencio reflexivo apenas interrumpido por el tenue canto de los gorriones que se deslizaba junto a los rayos de sol que entraban a través de las celosías. Su señor ya no la miraba, su atención parecía estar perdida en algún otro lugar lejos de la recamara y ella también se había sumergido en sus propios pensamientos en donde libraba una batalla que le causaba conflicto; la situación era más complicada de lo que se había imaginado porque incluso una hora podía significar la diferencia entre la vida y la muerte, y cierto era, que por más adorado que fuera su señor por el mismo emperador, esto no sería suficiente para detener un asunto estatal que involucraba el esfuerzo de cientos de personas con meses de antelación. Por otro lado, no podía, o no quería, dejar de aferrarse a la esperanza que Jean había sembrado en su corazón porque algo le decía que no la dejara ir, y esa débil seguridad era la que mantenía su cordura.
—De todas me siento muy orgulloso de todos los esfuerzos que hiciste para comunicarte con Jean y hacerle saber nuestra situación—una genuina sonrisa de agradecimiento apenas pudo iluminar el bello y melancólico rostro del cairen.
Con decisión Sasha deshizo el agarre de sus manos y enfrentó al joven que parecía haberse convertido en una bella estatua de carne y hueso de mirada atribulada.
—Mi señor, no permita que la maldad ajena perjudique el poder de la voluntad para cambiar su destino—su voz reflejaba la energía renovada dentro de su espíritu lo cual consiguió que Eren despertará de sus lejanas ensoñaciones y le prestara atención nuevamente—Aún puedo recordar sus lecciones cada mañana después de acompañarlo en sus rezos ante la Madre Misericordiosa: debemos cultivarnos para conseguir el poder de la voluntad y así cambiar nuestro destino y ¿qué otra forma de conseguirlo si no es mediante nuestros pensamientos y acciones? Si vemos las cosas positivamente y actuamos hacía fines honorables podremos fortalecer nuestra voluntad. Es ahora cuando nuestra mente tiene que ser más optimista y que nuestros corazones estén llenos de fe.
Eren desvió su mirada hacía el altar en donde las varillas de incienso ardían silenciosas y le fue inevitable no perderse entre los hilillos de humo blanco y purificador que ascendía y desaparecía como una fantasiosa ilusión
—Toda mi vida jugué a estar ciego ante la maldad que habita en los corazones de las personas; estaba tan feliz de saberme querido por el emperador y de recibir todas sus atenciones —suspiró recostando su espalda sobre el afelpado respaldo de la silla—Pero ha sido tan difícil… ciertamente mi vida ha sido colmada de eventos afortunados, no conocía lo que era el dolor o el resentimiento, pero dentro de esta ciudad y sus murallas parece que la desgracia ha puesto sus ojos sobre mí—vaciló durante unos segundos, tratando de hallar las palabras adecuadas que consiguieran expresar el estado de su corazón—Ni siquiera he podido cumplir con todos mis deseos o propósitos… ¡ni siquiera mi sueño de convertirme en el consorte del emperador! Todo lo que he conseguido hasta ahora debería ser más que suficiente pero mi amor por el emperador me impide conformarme. De lo único que me arrepiento es de no haber sido cauto con mis acciones, las consecuencias han sido terribles, tanto que… te he arrastrado conmigo—una sonrisa arrepentida afloró en los labios carmín del joven mientras las lágrimas bajaban silenciosas por las perfumadas mejillas—¡Me siento tan culpable!
Los ojos de Sasha se cerraron fuertemente ante la manifestación de su señor quién lucía genuinamente arrepentido por sus actos como él había mencionado. Sentirlo tan desconsolado le rompía el corazón.
—¡Mi señor, no sea tan cruel con usted mismo! —rogó la dama de compañía—¡Yo prometí servirle, mi vida es suya! —le recordó con dificultad intentando con infructuosos esfuerzos que de sus ojos no cayeran las lágrimas pero era difícil al sentirse presa del repentino huracán de emociones que había tratado de evitar—Es correcto que yo esté al lado suyo no importa en qué clase de circunstancias sea—reiteró con la voz temblorosa.
Eren bajó su hermoso rostro para no derrumbarse ante la brillante mirada de su dama de compañía inundada de la claridad de sus lágrimas.
—Lo sé, pequeña Sasha, lo sé—respondió agradecido apretando sus labios heridos—Y es por eso que continuaré cuidando de ti tal y como tú lo haces conmigo, pero para eso necesito tu perdón—pidió.
La joven de cabellos castaños negó varias veces sin embargo esto no consiguió que el cairen desistiera de su petición. Levantando el rostro tomó la mano de su compañera entre las suyas y con una mirada tierna aunque entristecida la miró desde su lugar.
—Mi ingenuidad y mi actuar descuidado te han perjudicado tanto como a mí, ¿podrías perdonarme?
La castaña asintió varias veces en silencio hipando.
—Estaremos bien, tengo fe en que así será. Levi y yo aún tenemos que cumplir nuestras respectivas promesas y no partiré de este mundo sin faltar a mi palabra.
Sasha parpadeó confundida ante el particular comentario del cairen el cual iba acompañado de un tono de voz seguro que no aceptaba negativa alguna; quizá sus mejillas permanecían húmedas pero en sus ojos advertía una convicción capaz de destruir todo a su paso, igual que el fuego destructor haciendo cenizas todo lo que a su paso de cruzaba.
—¿Promesas, mi señor? —balbuceó la castaña con las primeras lágrimas asomándose tras sus pestañas.
Eren asintió profundamente, inclinándose en dirección a la dama de compañía para compartir secretamente su mensaje:
—Así es, Qingning no será más que un hogar temporal porque cumpliré la promesa que hice a mi padre hace tiempo atrás: me convertiré en el primer consorte del emperador antes de que el otoño llegue a su apogeo y si su majestad verdaderamente me ama lo aceptará sin cuestionamientos. Es una promesa que ambos hicimos una noche de luna llena en el jardín de la emperatriz Kuchel —manifestó con determinación el joven de cabellos castaños cuidando que su voz no llegara a otros oídos que no fueran los de su dama de compañía.
—Es decir que usted no solamente ansía el amor de su majestad sino también liberarse del yugo su consorte—dedujo la joven castaña en un débil murmullo.
Sasha notó el repentino cambio en la expresión que se cernía sobre su rostro; sus verdes y acuosos ya no solo parecían reflejar una honda pena; ahí en su precioso iris de extravagante color brillaba un fuego desafiante que se negaba a perecer. Su faz estaba cubierta por un velo de dignidad que ocultaba su tristeza ante la mención de la imponente consorte.
—He sido testigo del influyente poder que ostenta la consorte Rall y siendo honesto no me tranquiliza. Últimamente no he parado de pensar en Annie y las últimas palabras que dirigió hacía su alteza. En su momento no comprendí su significado pero ahora creo hacerlo y ciertamente su mensaje no es alentador—le confío bajando a un más el tono de voz—Si el emperador acepta convertirme en su primer consorte entonces podría liberarme de su yugo y controlar su desmedido poder—sus ojos se entrecerraron y su mirada se afiló. El brillo desafiante que rivalizaba con la tristeza de su mirada había resultado victorioso pues la voluntad del cairen comenzaba a arder tímidamente.
—¡Confío en los sentimientos del emperador! ¡Él no ve a otro que no sea usted! ¡Sus tesoros, sus obsequios, sus sonrisas, todas son solo para usted, mi señor! No hay ser más amado y deseado por él que su adorable cairen Jaeger—Sasha lo apoyó con la energía renovada, sonriendo ampliamente al saber que una nueva esperanza se había sembrado en el adolorido corazón del cairen.
Eren correspondió su gesto con una sonrisa suave la cual se desplegó como una flor en plena primavera abriéndose ante el mundo, sin embargo guardó silencio al escuchar pasos aproximándose tras la puerta y, a juzgar por la cantidad, debía tratarse de la consorte Rall porque solo la realeza poseía un séquito de siervos y guardias tan generoso como el que se aproximaba. Sasha giró el rostro en dirección a la puerta de doble hoja ante la cual cesó durante pocos segundos el ruido de los pasos sobre el suelo de mármol hasta que un chasquido resonó en la estancia y la puerta fue abierta de par en par revelando ante los dos jovencitos la hermosa e imponente figura de la consorte Rall acompañada de su fiel compañero y dama de compañía. En su rostro no había rastro de desprecio alguno sino una mirada preocupada que se cernía sobre el joven cairen quién se había puesto de pie ayudado por Sasha.
—Lamento la tardanza, cairen Jaeger—saludó Petra delicadamente sin moverse de su lugar bajo el marco de la amplia puerta.
—Saludos, su alteza—ambos jóvenes inclinaron sus rostros respetuosamente.
El bonito y pálido rostro de la mujer se giró en dirección a la joven castaña, quien mantenía la mirada fija sobre el lustroso suelo de mármol cubierto por la generosa falda de la consorte, reparando en su presencia pero su reposada faz no se perturbó en cólera al ser desobedecida, en su lugar una tenue sonrisa se compuso en sus agraciados labios de pétalo de rosa.
—Veo que tienes compañía, cairen Jaeger—apuntó curiosa sin apartar los perspicaces ojos de la dama de compañía, quien parecía cuidar de sus movimientos y postura, lo cual era difícil debido a la aguda mirada que le dirigía la noble sin pudor alguno.
—Le he pedido a los guardias que me permitan pasar las horas de encierro en compañía de Sasha—explicó Eren con educación; la voz le salió serena, como si de ellos nunca hubieran escapado oraciones amargas y desesperadas.
Petra asintió comprensiva entre el delicado tintineo del extravagante buyao sobre su abundante cabellera.
—Lo entiendo, cairen Jaeger, debe ser tan difícil para una criatura frágil como tú estar encerrado en un lugar como este—entonces la consorte se acercó con pasos cortos y medidos, casi como un loto deslizándose sobre las mansas aguas de los estanques—¡Quisiera consolarte de alguna manera! Después de todo soy madre y mi corazón duele cuando te veo tan desprotegido…—se lamentó, escudriñando el rostro el rostro mudo del joven de cabellera castaña, deteniéndose a una distancia prudente para que él no se sintiera afectado por su cercanía—… pero también soy consorte y estoy en el deber de cumplir y hacer cumplir las leyes y reglas de esta ciudad, ¿entiendes? —preguntó en voz baja como si pudiera acariciarlo con su tibio aliento—No tienes por qué preocuparte por tu dama de compañía, si eso es lo que te inquieta; yo misma me he encargado de conseguir para ella una recamara cómoda y espaciosa en el piso inferior con todo lo necesario mientras se esclarece la situación.
—Agradezco su gentileza, alteza, es solo que he pasado tanto tiempo al lado de Sasha y en estos momentos su compañía es importante para mí—insistió Eren mirando de soslayo a la joven castaña que prudente se mantenía ajena a la conversación que directamente la involucraba porque bien sabía que su palabra, en esas cuestiones, no sería tomada en cuenta por la noble.
—Lo sé, cairen Jaeger, más de lo que te imaginas, ¿qué sería de mí sin la infaltable compañía de Ymir? —suspiró hondamente la consorte—Pero no puedo desobedecer las reglas de Yeting, cairen Jaeger, o estaría cometiendo una gravosa falta ante los ojos de su majestad—le hizo saber con firmeza en su voz, la cual no aceptaba negativa alguna, como una madre que le prohibía a su pequeño hijo abonar la seguridad de su hogar para salir a jugar bajo la torrencial lluvia.
Eren no alzó la voz ante la orden de la mujer ya que no deseaba dejarse llevar por la rabia y actuar de manera precipitada delante de quién tenía el poder suficiente para decidir sobre su vida; sus labios permanecieron quietos y sus grandes ojos de un opulento verdor la miraron silenciosos, apenas parpadeando, gesto que Petra supo interpretar pues ella ya lo había visto en ocasiones anteriores, en otros ojos similares a los del jovencito ante ella.
—Espero que puedas entenderlo—pidió con una sonrisa conciliadora estirando el brazo hacía la mesita y las sillas bajas donde anteriormente habían platicado ambos castaños—Ahora toma asiento, es momento de que escribas con papel y tinta tu testimonio, el cual será llevado ante el emperador—explicó y al instante los eunucos rodearon la mesita cargando entre sus brazos bandejas de madera donde reposaban hojas de papel de arroz, varios pinceles de diferentes tamaños y grosor, así como tinteros de porcelana negra; con diligencia los hombres depositaron uno a uno los utensilios sobre la mesita ante la mirada de los presentes y rápidamente retornaron a sus lugares detrás de la consorte, quien continuó—Tu dama de compañía también deberá cumplir con el deber de escribir su testimonio en la recamara que se ha dispuesto para ella.
Eren resistió el impulso de fruncir su ceño ante la noticia que llegaba a sus oídos; una voz en su mente le advertía que no se fiara del inocente anuncio de la consorte Rall y su comedida generosidad.
—¿Por qué no hacerlo aquí ya que ambos nos encontramos en la misma recamara, alteza? Usted sabe que la memoria es tan dispersa como las nubes en el cielo, solo basta con descuidarlas un solo momento para que su forma cambie—le ofreció con docilidad a la mujer acompañando su petición con una tenue sonrisa en sus labios evitando así que su desconfianza ensombreciera la faz de su rostro.
Petra ladeó el rostro y una vez más admiró el joven y fresco rostro del castaño con actitud pensativa mientras a sus espaldas Auruo torcía la boca con evidente molestia ante la impertinencia del cairen que menospreciaba la benevolencia de su querida señora algo que no podía dejar pasar por alto, pero Ymir advirtiendo el gesto del compañero de la consorte fue más rápida y con un movimiento elegante tomó el brazo del hombre deteniendo su reverencia. Este le regresó la mirada exigiendo una explicación topándose con los fríos ojos de Ymir quien lejos de amedrentarse agudizó su mirada y sus ojos se rasgaron como los de una fiera de las montañas.
"Guarda silencio" ordenó la dama de compañía moviendo sus labios sin emitir sonido alguno de tal manera que solo Auruo fue testigo del intimidante comportamiento de la mujer que no vacilaba en el agarre que ejercía su mano, similar a la garra de un halcón. Liberó su brazo con brusquedad y una mueca desdeñosa en sus labios pero no emitió queja alguna, regresando su atención la consorte delante de ellos, quién permanecía ajena a la incómoda escena que se había llevado entre sus dos siervos más fieles.
—Creo que no hay ningún problema en que ambos escriban sus testimonios ahora mismo—su fino dedo tocó el borde de su labio inferior, dándole varios golpecitos con aire pensativo—Después de todo Auruo estará presente para asegurarse de que no haya ninguna irregularidad, así que lo considero viable—aceptó finalmente—Ahora tomen asiento y sigan las indicaciones que Auruo les comunique y al finalizar recuerda cairen Jaeger que tu dama de compañía deberá ser conducida a sus aposentos—recordó con aire solemne, ocultando sus blancas manos dentro de las amplias manos de la túnica.
—Como ordene, su alteza—aceptó Eren en voz baja inclinando su rostro, acción que Sasha imitó a su lado.
Petra asintió parsimoniosa y cuando la atención del joven cairen regresó a ella una piadosa sonrisa iluminó el rostro de la mujer el cual parecía irradiar luz bajo la luz de los dorados rayos de sol como una divinidad posada sobre el loto.
—Gracias por tu ayuda, cairen Jaeger—le dijo la consorte con la voz dulce, intentando ablandar el corazón del cairen—Sé que ustedes eran inseparables, casi como hermanos, y su abrupta partida te ha herido profundamente por eso te prometo que haré todo lo que esté en mi poder para hallar al culpable de la muerte de cairen Renz quien será juzgado y castigado con rigurosidad. No debes angustiarte porque la muerte de cairen Renz será pagada de la misma manera—su voz se tornó más baja y aterciopelada al hacer énfasis en la última oración consiguiendo que la piel de Eren se erizara pese al buen clima de aquél día de verano.
A oídos de Eren la comedida promesa de la consorte había sonado como una oscura advertencia encubierta por una benevolente sonrisa de madre. Sus labios se curvearon con amargura y sus ojos se cerraron con pesadez durante breves segundos, asintiendo con docilidad; de pronto el buayo sobre su cabeza se sintió más pesado, provocándole una dolorosa punzada en la cíen por cada tintineo de las alhajas que caían como cascada a cada lado de sus tiernas mejillas.
—Agradezco su bondad, consorte Rall, deseo que así sea para que el espíritu de Christa logre descansar en paz—los ojos de Eren recobraron la usual serenidad que solía apreciarse cuando alguien se sumergía en el misterioso verdor de su mirada, gesto que tranquilizó a la noble.
Con una última mirada la mujer abandonó la recamara dándoles la espalda a los jóvenes de cabellera castaña con un giro grácil, agitando las alhajas y pendientes sobre sus cabellos, desprendiendo una fragancia a rosas en flor de sus elegantes ropajes de seda, alejándose con pasos silenciosos entre las profundas reverencias de sus súbditos con su dama de compañía siguiéndola a una distancia prudente al igual que el resto de su corte. La gran puerta de doble hoja fue cerrada y en la estancia aún se podía respirar el exquisito perfume de rosas que embriagaba los sentidos de quienes llenaban sus pulmones con el hipnotizante aroma de la consorte. Eren fue asistido por Sasha, quién le ayudó a tomar asiento en la silla que antes había ocupado y ella hizo lo mismo en el lado contrario de la mesita, todo bajo la vigilante mirada de Auruo y los guardias que custodiaban la entrada de la recamara en absoluto silencio.
Siguiendo las estrictas indicaciones del compañero de la consorte ambos jóvenes sumergieron sus pinceles en el cuenco de tinta y escribieron sobre el papel de arroz su relato acompañando a los hombres que aguardaban en su mutismo; en la estancia el canto de las aves era acompañado por el débil trazo de los pinceles que se deslizaban sobre la blanca superficie y el choque de la madera cuando los pinceles eran sumergidos dentro de los cuencos de cerámica. Al culminar ambos jóvenes apartaron los pinceles y dejaron que la tinta secara hasta que Auruo considerara que ya había pasado un tiempo prudencial, entregando su respectivo testimonio para que el hombre verificara que habían sido redactados de manera correcta.
—Me gustaría compartir unas últimas palabras con Sasha—pidió Eren al advertir que el encuentro había culminado, mirando de soslayo al hombre de parco semblante.
—Debe ser breve—aceptó Auruo con renuencia retrocediendo varios pasos para darles un poco de espacio a los jóvenes, gesto que Eren aceptó sin más oposición pues sabía que no les darían la privacidad que habría deseado.
Sin esperar la ayuda de Sasha, Eren se incorporó de la silla baja, acción que fue imitada por la joven castaña. Ambos rodearon la mesita hasta detenerse a una distancia prudencial, frente a frente, donde ambos se observaron con tenues sonrisas que buscaban tranquilizar el corazón contrario; los ojos de Sasha, tan cálidos y honestos, le miraban en paz, diciéndole que no debía atribulare al pensar en su destino y Eren en solemne silencio le juraba la libertad de ambos.
—Espero que las siervas de Yeting puedan cuidarlo apropiadamente—murmuró la dama de compañía sonriendo brillantemente a pesar de que en sus ojos se formaban pequeñas gotitas de agua que amenazaban con desbordarse de sus ojos.
Eren, enternecido por la preocupación de la castaña, correspondió su sonrisa con una más tenue pero coloreada de gratitud.
—No te preocupes, cuidaré de mí mismo, y tú también deberás hacer lo mismo—instó el cairen—No olvides estar preparada para nuestro retorno—le pidió con dulzura, recordándole la esperanza que ahora ambos compartían y se convertía en la luz en medio del tenebroso sendero que atravesaban.
Las rodillas de Sasha se doblaron hasta apoyarse en el frío suelo de mármol, su espalda se encorvó rozando la frente sobre la lisa superficie de la estancia y los dedos helados de sus manos se entrelazaron y fueron apoyados cerca de su rostro; aquella era la imagen del máximo respeto que un siervo fervoroso ofrecía a su señor. Eren notó el débil temblor en los hombros de la joven de cabellera castaña advirtiendo que lloraba silenciosa delante de sus ojos y el corazón se le encogió, en parte con culpa pero también maravillado ante la intachable lealtad de Sasha hacía él. Se sentía miserable por haberla condenado a su misma suerte debido a sus descuidos y cómo aún así ella le había servido bien hasta ese momento, cómo en su compañía había hallado la paz que necesitaba pues sus ojos jamás le miraron con agrio resentimiento.
—Sasha, dame la mano—pidió Eren con delicadeza extendiendo la mano en dirección a la dama de compañía quien levantó el rostro donde ya no habitaba aquella sonrisa brillante, sino un mueca triste empapada por un fino manto de lágrimas. La temblorosa mano de la joven se aferró a la suave palma de su señor y con un delicado tirón le indicó que debía ponerse de pie, acción que Sasha realizó con cuidado, sin molestarse en ocultar ante los presentes el melancólico semblante que cubría su rostro—Por favor, no llores, tú bien sabes que las lágrimas son reservadas para las despedidas y esto definitivamente no lo es. Pronto volveremos a vernos y mientras tanto, recuerda que siempre estarás en mis pensamientos—la tranquilizó con tono conciliador, cobijándola entre sus brazos y aunque el gesto fue sorpresivo para la castaña esta no protestó sino que correspondió el abrazo, aferrando sus dedos a la fina túnica sin importarle que los ropajes del cairen estuviesen manchados por la sangre ajena—Por favor Sasha, no llores… no lo hagas por favor. Vamos a estar bien, te lo prometo—susurró en su oído con la voz rota, acariciando su espalda en suaves movimientos para darle algo de consuelo a la joven humedecía sus ropajes con su llanto intentando que su espíritu no se quebrantara porque ahora él era quién debía convertirse en el pilar de su inocente compañera.
—¡Es suficiente, debemos partir! —anunció Auruo haciendo una señal a los eunucos para que recogieran los utensilios que reposaban sobre la mesita.
Con reticencia Sasha se alejó del pecho de su señor, sintiéndose desprotegida cuando los amorosos brazos del cairen la liberaron, dejándola a merced del incierto futuro que le deparaba afuera de la gran puerta. Se despidieron una vez más en silencio y Sasha se apartó de su lugar comenzando a andar acompañada por un par de guardias de miradas severas quienes se encargaron de guiarla hacía el exterior de la recamara, siendo seguidos por el grupo de eunucos que cargaban bandejas de madera en sus manos; Auruo por su parte fue uno de los últimos en abandonar la estancia y antes de que la puerta fuera cerrada en su totalidad, una sonrisa zorruna de asomó en sus labios.
—Disfrute su estancia, honorable cairen Jaeger.
El golpe seco de la puerta al cerrarse hizo eco en la recamara. Eren se mantuvo estático durante varios segundos, tantos, que sintió que en realidad habían sido minutos escuchando cómo el sonido de las armaduras doradas cada vez era más lejano hasta perderse en los confines de los pasillos de Yeting; ahora nadie lo acompañaba. Estaba completamente solo, enjaulado y asustado como una avecilla acostumbrada a la libertad, y todo eso Levi no lo sabía. ¿Cómo podría saberlo? ¡Estaba tan lejos, oculto entre los intricados parajes del Palacio de la Suprema Armonía! Su mente seguramente estaría ocupada en las tareas que correspondían al emperador sin tiempo para pensar en su joven cairen quién más que nunca ansiaba su retorno.
Con pasos lentos y la vista perdida caminó silencioso a través de la amplia recamara sintiendo de pronto todo el peso del universo volcarse encima de él; rememoró cada una de los eventos sucedidos en el pabellón, la genuina sonrisa de Christa detrás de la taza de té se veía tan fresca, tan viva en su memoria así como la preciosa sangre carmín de la dama de cabellos de oro tiñendo macabramente la tela de su vestido. Tampoco era ajeno a las miradas recelosas de los ojos ajenos que los habían juzgado y los despedazaban con sus venenosos rumores mientras emprendían la humillante marcha hacía Yeting.
Sus rodillas chocaron contra el duro suelo de mármol y sus delicadas manos se apoyaron en él, delante suyo la estatuilla del Buda Gautama le miraba desde arriba con su acostumbrada expresión serena y ajena a las tribulaciones terrenales. Le imposible retener las espesas lágrimas que enlagunaban su mirada y le impedían respirar porque sentía que se ahogaba al guardárselas dentro de sí.
—¡Gran iluminado! ¿Qué debería hacer ahora? —apoyó el rostro sobre el suelo empapándolo con su desconsolado llanto—¡El camino aquí es empinado, peligroso y oscuro! Te ruego humildemente que no dejes al hijo de Kuan Yin a merced de los lobos hambrientos y malvados que merodean la puerta de su hogar—suplicaba entre sollozos—Por favor, escucha mis ruegos… cuida de Sasha, ella es una inocente que no ha hecho más que seguir mis pasos, también cuida de Jean a quien hemos confiado el rumbo de nuestro destino. ¡Guía nuestro camino con tu eterna luz y no nos abandones en las tinieblas de la desesperanza!—sus palmas extendidas se convirtieron en puños intentando que el clamor de sus lágrimas no fuera escuchado detrás de la robusta puerta de la recamara—Y Levi, mi señor, no te olvides de mí, ¡por favor!, tú no… no me abandones en este lugar—suplicó con el corazón roto, elevando sus plegarías al cielo como una linterna solitaria flotando en el oscuro cielo sin estrellas.
"El trueno retumba y la lluvia se aglomera, los gibones lloran aullando toda la noche. El viento silba y los árboles están desnudos. Estoy pensando en mi señor, me lamento en vano."
—Consorte Rall—saludó Zeke Jaeger con una profunda reverencia ante la mujer que reposaba sobre el exuberante diván cubierto con generosos cojines de seda carmín y flequillos dorados.
—Adelante doctor Jaeger—concedió la mujer con un elegante gesto para que el doctor de oscuros ropajes se pusiera de píe, siendo obedecida rápidamente.
Quizá, para los ojos de cualquier poblador ajeno a la Ciudad Imperial, la consorte Rall podría hacerse pasar por la reina del país, engañando a los ojos de quienes no estaban familiarizados con la familia imperial. El mobiliario del elegante salón donde la consorte atendía las visitas que no requerían ceremonias era exquisito y opulento; las primorosas flores de los jardines de Xian Ling reposaban dentro de jarrones de jade blanco que ornamentaban los muebles de madera ze-tan, aquellos preferidos por los más ricos del imperio debido a la pureza de su contextura comparada al resto de maderas. Sobre su cabeza colgaba una pesada linterna de madera y vidrio esmaltado la cual había sido encendida debido a la peculiar oscuridad del salón; de las fauces de los pequeños dragones tallados colgaban finos hilos de seda roja y palillos de oro asemejando a una estela de fuego en descenso. Velas aromáticas ardían sobre las intricadas formas de los candelabros de cobre lustrado, así como el incienso se quemaba dentro de los pebeteros con formas de leones de furiosos rostros.
Rodeada del lujo y la riqueza la consorte Rall le observaba serena y reposada sobre el diván rectangular de tres piezas, con un calado tallado en el respaldo de formas gráciles y delicadas engalanadas en oro. La falda del hanfu se abría con generosidad sobre el suelo de mármol de vetas oscuras como la cola de un pavo real en todo su esplendor y su dama de compañía permanecía firme y vigilante de pie, junto a su señora y las demás siervas quienes atendían a la hermosa noble con desmedida dedicación.
—He revisado el cuerpo de cairen Renz, alteza—informó el médico finalmente, extendiendo hacía la mujer un pergamino que fue recibido por una de las siervas que se hallaba a su diestra. El pergamino pasó de las manos de la joven sirvienta hasta las de Ymir quien con una ligera inclinación se lo ofreció a su señora—Efectivamente la causa de la muerte fue veneno, pero no cualquier tipo de veneno—explicaba mientras los ojos de la consorte se paseaban cuidadosamente sobre el pergamino—El veneno que se encontró en el cuerpo de cairen Renz no era de origen vegetal o mineral, sino animal, el cual fue suministrado por vía oral.
—¿Y saben por medio de qué clase de alimento se le fue dado tal veneno? —quiso saber Petra sin detener la lectura.
—Aún estamos estudiando las bebidas y manjares que habían en el pabellón pero de algo sí estoy seguro, alteza—hizo una corta pausa en la que su ceño se frunció profundamente, remarcando el paso de los años en sus facciones que ya habían comenzando a madurar—La muerte de cairen Renz fue una tortura violenta y prolongada que quizá acabó rápido, pero en su cuerpo, cada minuto bajo los efectos mortales del veneno fue un cruel castigo—aseveró, percatándose de la intensa mirada de Ymir sobre él, sin embargo, pasó por alto aquél peculiar detalle.
La mujer de cabellos naranjos detuvo de manera abrupta su lectura. En su rostro podía verse reflejado el impacto que había causado la escandalosa revelación del doctor.
—¡Pobre niña! —lamentó Petra levantando el rostro con genuino dolor. Apartó el pergamino de su faz, dejándolo sobre su regazo y se giró en dirección a Ymir—Ordenaré que envíen al mensajero más rápido de esta ciudad para que la familia Renz sea informada y tenga un funeral apropiado en los sepulcros de la Ciudad Imperial—sus palabras tan llenas de preocupación perturbaron a la de compañía quien se mantenía firme e inexpresiva a su lado—¿Hay algo más que deba saber, doctor Jaeger? —preguntó con inocente intranquilidad.
La sabia pero cansada mirada del doctor se paseó sobre el exquisito mármol del suelo donde su reflejo le regresaba la silueta difusa de una sombra masculina debajo de él. Muchas ideas y conjeturas pasaban por su ocupada mente sin embargo debía ser cuidadoso con lo que permitía salir por su boca; a veces era mejor evitar saber demasiado, la ignorancia era la garantía de una vida longeva. Resolvió reservarse sus dudas, eventualmente él encontraría las respuestas, pero no podía permitirse continuar sumido en su analítico silencio que la consorte podría interpretar como un momento de duda.
Negó con profundidad, cerrando sus ojos con aire pensativo.
—Por el momento no hay nada que usted no sepa—respondió, abriendo los ojos, guiando con cuidado su mirada hasta el rostro de la consorte que con actitud serena se mantenía como una reina desde el elegante diván—Una cairen tan leal y dedicada merece nuestro respeto, que destino tan trágico para una joven vida, es una pena que haya elegido el camino equivocado y todo lo que sacrificó fuera en vano.
Petra, quien escuchaba atentamente al doctor no pasó por alto aquél comentario que parecía no esconder ningún significado tras él. Sus ojos se rasgaron de manera casi imperceptible y una suave sonrisa floreció en su boca de rosa carmín.
—¿De cuál camino habla, doctor Jaeger? ¿Usted sabe algo?
La elegante ceja de Zeke se alzó con suavidad.
—Me refiero a cairen Jaeger, por supuesto.
La consorte asintió con aire comprensivo pero en su rostro la sonrisa decayó hasta que su rostro volvió a adoptar aquél aire solemne y señorial con el que había sido recibido.
—Doctor Jaeger, está siendo demasiado duro con cairen Jaeger. Aún no sabemos si él es el verdadero asesino de cairen Renz y aunque lo fuera, es demasiado joven así como lo es su corazón. Creo que sus acciones fueron motivadas por los sentimientos del momento y no porque sea una criatura sin corazón—defendió la mujer sacudiendo su cabeza en donde los pendientes de piedras preciosas chocaron con debilidad entre sí.
—Veo que usted aún le guarda algo de benevolencia a cairen Jaeger, alteza—afirmó Zeke con educado interés, ocultando sus manos dentro de las profundas mangas de su hanfu.
—No estoy particularmente interesada en ir en contra de cairen Jaeger sin ninguna clase de prueba. Hasta entonces deberá mantenerse relegado en Yeting.
El doctor asintió un par de veces guardando las palabras de la consorte en su memoria. "Ah, una prueba" pensó con interés "ya veo, era eso". Ningún ademan delató sus intimas reflexiones, siendo él tan capaz de borrar de su rostro cualquier clase expresión que afectara la eterna calma que se cernía sobre él.
—Doctor Jaeger—la consorte llamó al hombre que permanecía silencioso ante su presencia, con la mirada impávida y aún así, cortés, sobre ella—Agradezco su prestancia y observaciones; usted ha sido uno de los hombres más leales que Xian Ling posee y confío en su juicio para continuar con la investigación. Con su ayuda daremos pronta solución al caso de cairen Renz e informaremos a su majestad acerca de lo ocurrido.
Zeke aceptó el reconocimiento de su señora con una humilde reverencia; entrelazó sus dedos y estiró los brazos en dirección a la consorte, inclinando su espalda sin ninguna clase de sonrisa o emoción sobre su faz, simplemente era una fría solemnidad con la que él solía demostrar su respeto.
—Es un honor servirla, alteza—dijo, incorporándose con lentitud—Y antes de retirarme desearía que fuera usted quien resolviera una duda que ronda mi mente—agregó con voz respetuosa, tomando por sorpresa a la mujer puesto que al ser un hombre parco en palabras y de aire solitario no acostumbraba en alargar las conversaciones con interrogantes, mucho menos de su parte.
—Adelante—concedió la consorte gentil, con un suave ademán.
—¿El padre de cairen Jaeger, será informado sobre la situación de su hijo?
Los labios de la consorte se separaron levemente aparentemente anonadada por el repentino interés que Zeke mostraba hacía aquél lejano familiar con quién jamás había tenido demasiado contacto. Era curioso, muy curioso, rió para sus adentros la hermosa mujer, volviendo a sonreír como solía acostumbrar; una suave curvatura que no imprimía ningún pliegue sobre su blanca piel y que aún así era como una tierna caricia para aquél a quien fuera dirigida.
—Por supuesto, él lo sabrá en su momento. Mientras tanto aún quedan bastantes preguntas que necesitan una respuesta y hasta entonces, la situación de cairen Jaeger será incierta, por lo que no importunaré a su padre con noticias que podrían afectarlo—le respondió la consorte con un tono de voz amable pero que advertía el fin de la conversación—Si eso es todo, puede retirarse.
El doctor asintió solemne sintiéndose conforme con la poca pero valiosa información que había conseguido discernir de las palabras de la gran señora y se dispuso a abandonar el recinto, perdiéndose entre las negras faldas de los eunucos y las faldas de las siervas. Petra desplegó el elegante abanico con maestría y lo agitó sobre su rostro mientras escuchaba los pasos del doctor alejarse a la distancia hasta que a sus oídos solo acudía el canto de las jubilosas golondrinas entre sus jardines y el rumor de las faldas de las siervas que caminaban afuera de los pasillos conversando entre risueños susurros.
—Desde que los exámenes imperiales han exigido toda la atención del emperador—habló Petra llamando la atención de su distraída compañera—Yo me encargaré personalmente de esta situación—le hizo saber con la vista fija en la puerta por donde había desaparecido Zeke hace algunos instantes.
La respuesta de Ymir tardó en llegar; su mirada vagaba sobre los exquisitos arreglos florales que engalanaban los jarrones de la estancia; todas aquellas flores tan bellas y vivas habían sido cultivadas con esmero por la propia consorte quién así como las había sembrado, cuidado y alimentado, no había tenido reparos en cortarlas sin piedad. Su señora era así, sus cuidados maternales escondían aquellos arrebatos brutales de los cuales solamente ella había sido testigo durante el paso de los años. Giró el rostro en dirección a la amplía entrada por donde podía admirar sin restricciones las paulonias de donde caía una fina llovizna de pétalos color lavanda, llorando las lágrimas de la mujer que se resistía pues el orgullo era algo difícil de vencer. Mordió sus labios con amargura conteniendo la pequeña lluvia de pétalos que quería escapar de sus ojos al igual que los pétalos de las paulonias caían desde sus elegantes ramas.
—¿Buscará al asesino? —murmuró Ymir con la voz ronca sin dejar de ver a los pétalos danzar entre las corrientes de aire.
Petra sonrió graciosamente ante el comentario de su dama de compañía.
—Ahora que cairen Rez ha muerto, cairen Jaeger es el único sospechoso. Es todo lo que necesitamos saber—apuntó con perspicacia agitando con desinterés el elegante abanico.
—Pero mi señora…—terció Ymir con cautela apartando la mirada de la hipnotizante danza que era guiada por el gentil viento—Las cosas no salieron como debían ser. Cairen Jaeger era quien debía morir—susurró con el rostro intranquilo—Me inquita que alguien más se haya enterado de los acontecimientos que sucederían y haya decidido intervenir—esta vez sus ojos se fijaron en su señora quien hizo lo mismo, pero en su mirada solo encontró serenidad, algo que no debía sentir en una situación tan delicada como la que las envolvía.
—Oh, Ymir… ¡deja de atribular tu alma! —la reprendió cariñosamente, sonriendo con naturalidad—Por hoy dejaré todo en manos los doctores y peritos hasta tener un reporte completo por parte de Auruo. Él sabe bastante bien lo que hace.
—Pero alteza, usted y yo sabemos que cairen Jaeger no…
—Cairen Jaeger confesará sus acciones delante de las cairenes y después será castigado sin la intervención de su majestad—interrumpió Petra con severidad—Te prometo que la muerte de cairen Renz será pagada con la misma moneda—dulcificó su voz haciéndole a entender a su dama de compañía que dejara todo en sus manos.
Ymir asintió con resignación y regresó a su silencio.
—De todas formas su majestad está ocupado con sus obligaciones, así que lo más prudente es no importunarlo con problemas del harem—habló la consorte para sí misma, siendo escuchada únicamente por la mujer que permanecía fielmente a su lado—¿Verdad?
Ymir asintió con profundidad obligándose a componer su mueca atribulada por su habitual expresión distante pero le estaba costando demasiado. Cuando cerraba los ojos para hallar algo de paz todo lo que veía detrás de sus parpados era azul; el azul de los primorosos vestidos de la joven de cabellera rubia que se agitaban con parsimonia entre las ondas del viento, el azul de las horquillas florales que se enredaban entre sus cabellos más brillantes y candorosos que los mismos rayos del sol, el azul de sus ojos, aquél color que rivalizaba con la pureza del cielo. Esos ojos que la miraban con aprecio, con entendimiento, con rabia, con perdón. Mordió su labio inferior con frustración al revivir su último encuentro con la pequeña cairen.
"¡No te despidas de forma tan definitiva, Ymir! ¡Nos volveremos a ver muy pronto, no dudes de mi palabra!". La sonrisa cariñosa era ensombrecida por la imagen cruel de sus labios quietos, manchados de sangre, que ya no se sonreían con dulzura. Quietos para siempre.
¡Qué tonta! Pensó Ymir con amargura, pero sin saber cuál de las dos lo era realmente.
—Tiene razón, alteza—reconoció la dama de compañía con la voz áspera aún atormentada por el fantasma de Christa y sus crueles memorias que no hacían más que acudir una y otra vez a ella sin su consentimiento.
Petra giró el rostro hacía su dirección, recorriéndola con la mirada, advirtiendo el extraño comportamiento de su fiel compañera, sin embargo prefirió guardar silencio porque consideraba cruel hurgar en la herida que aquejaba su corazón. No necesitaba que ella se lo explicara, lo intuía, su dama de compañía lucía igual a quien se le arrebataba algo preciado y que cuidaba con esmero, pero había algo más, sin embargo no pudo indagar demasiado en esos asuntos pues un alboroto se escuchó desde la lejanía y parecía aproximarse con inminente velocidad. Gritos y suplicas ininteligibles provenientes del pasillo se hacían cada vez más fuertes y ensordecedoras, los pasos eran semejantes al galope de un ejército de caballos.
—¿Qué está sucediendo allá afuera? —cuestionó Petra cerrando de golpe el abanico con expresión contrariada pero sin moverse de su lugar en el diván.
El eunuco más próximo a la entrada del salón se apartó de su lugar para echar un vistazo hacía el pasillo pero un nubarrón azulado que pasó peligrosamente cerca de él lo obligó a hacerse a un lado para evitar ser derrumbado por el pequeño huracán de risas y gritos.
—¡Alteza, deténgase, no puede correr, conoce las reglas del palacio!
—¡Príncipe Farlan, por favor no entré ahí, su madre está ocupada y ha ordenado no ser importunada!
Detrás del pequeño intruso una considerable cantidad de sirvientas, niñeras y eunucos seguían la huella de sus pasos sin compartir la misma emoción de su traviesa presa que se escurría como un pequeño conejillo de las montañas; en sus rostros sudorosos se advertían muecas nerviosas y angustiadas que evitaban a toda costa toparse con la aguda mirada de la imponente consorte ya que habían fallado pobremente en la tarea que se les había encomendado: vigilar y verificar que el príncipe Farlan cumpliera con cada una de las tareas encomendadas por sus maestros.
La pequeña mota azulada se lanzó con los brazos abiertos hacía la mujer de cabellos naranja, explotando en tiernas e inocentes risas sin advertir los temerosos rostros de la corte que desde hace rato trataba detener su escape infructuosamente.
—¡Madre! —saludó el pequeño príncipe abrazado a las faldas de su madre como un bebé koala.
—¡Alteza! —saludaron los siervos que tan pronto estuvieron a una distancia prudente se tumbaron de rodillas con sus frentes sudorosas rozando el frío suelo de mármol, cerrando los ojos, más por temor que por el generoso respeto con el que solían dirigirse hacia ella. Temerosos controlaban el temblor que sacudía cada musculo de sus cuerpos y guardaron silencio pues habían cometido una falta; no ansiaban cometer otra que les costaría un largo castigo para corregir sus cuestionables conductas hacía la noble.
Petra sonrió ante la inoportuna visita de su hijo, ignorando al grupo de siervos que permanecía arrodillado con actitud modesta y obediente. Le entregó el abanico a Ymir quién lo recibió respetuosamente y con delicadeza descendió su mano para acariciar con adoración el rostro del pequeño príncipe.
—¡Hijo mío! ¿Qué haces vagando por los confines del palacio a estas horas? ¿No deberías estar en tus clases? —cuestionó con poca severidad sin embargo los siervos que permanecían de rodillas con los rostros escondidos se estremecieron en sus lugares con temor.
—¡Son demasiados deberes, madre! Tú dijiste que si me sentía mal podía ausentarme en lo que restaba del día—le recordó Farlan con puntualidad interceptando la fina mano de su madre con la suya, pequeña y tibia, asegurándose que Petra no detuviera aquél reconfortante contacto.
—¡Pero yo te veo mucho mejor, pequeño príncipe!—la consorte tomó al risueño príncipe en brazos y lo acomodó sobre sus piernas. Posó sus delicadas manos sobre las mejillas del niño y lo examino con una sonrisa que solo podía ser dirigida hacía él—¿Hay algo que quieras decirme? —preguntó, pasando sus pulgares sobre la suave y perfumada piel de su hijo.
Farlan asintió enérgico y Petra rió complacida porque nadie conocía mejor a su hijo que ella misma. Miró por encima de los cabellos cenizos a los siervos que no movían un solo musculo ni pronunciaban palabra, incluso mantenían su respiración tranquila y mesurada para que su indeseada presencia no fuera advertida por la consorte.
—Me gustaría compartir algunas palabras con el príncipe, pueden retirarse—concedió Petra con su acostumbrado tono de voz pausado y sosegado, realizando un suave movimiento con su rostro.
—¡Sí, alteza! —respondieron al unísono con alivio las siervas y eunucos que educadamente se incorporaron con la mirada perdida entre las vetas del mármol. Imitaron una nueva reverencia a modo de despedida y con pasos silenciosos, casi como si flotaran y se deslizaran sobre el aire, partieron ordenadamente hacía la entrada que daba al exterior cálido e iluminado que los recibió jurándoles seguridad.
—Príncipe Farlan, usted conoce las reglas de Xian Ling—recordó Ymir dirigiéndose al pequeño sin su habitual severidad—Necesita la aprobación de la consorte Rall para ausentarse de sus horas de cultivación—la dama de compañía inspeccionó con una mirada rápida la presentación del príncipe Farlan y con aprobación asintió; la madre del príncipe heredero se esmeraba por seguir al pie de la letra el libro de la máxima moral cuyos preceptos representaban para ella el más elevado modelo de conducta con el que debía ser criado el futuro emperador. Eran minuciosos pasajes que citaban desde la manera en la que se debían comer los alimentos hasta la higiene y cuidado personal.
El príncipe debía ser la representación de la elegancia, la finura, la pureza y los buenos modales.
—No me había sentido tan bien desde hace mucho tiempo, ¡creo que me he recuperado más rápido que la última vez! —manifestó con seguridad el niño de cabellos cenizos y piel de pétalo de lirio blanco como si llevara bastante tiempo preparando las palabras con las que iba a defender sus deseos—Todos dicen que me veo mucho mejor, incluso mis maestros me han felicitado por mi prospero avance en sus disciplinas…—sus ojos brillaban como un par de piedras preciosas a la luz del sol—Así que pensé que sería correcto ir a visitar a mi padre para compartirle mi progreso—de los bolsillos de su hanfu azulado extrajo un pequeño pergamino enrollado con cuidadoso trabajo y se lo entregó a su madre quién curiosa lo recibió.
—Mi pequeño hijo, no es necesario que veas a tu padre con el pretexto de enseñarle tus progresos—rió dulcemente la consorte leyendo el esmerado poema que había escrito el niño con una caligrafía perfecta e impoluta. Ninguna mancha de tinta estropeaba las filas derechas y ordenadas de los complicados caracteres que Farlan había memorizado con dedicación—Puedo entender que quieras ver a tu padre desde que ya no estás en cama, pero me temo que hoy no podrá ser.
El ceño de Farlan se frunció levemente y su sonrisa se convirtió en una línea fina y triste.
—¿Por qué lo dices, madre? ¿Él no desea verme?
Un débil suspiro abandonó los labios carmín de la mujer quien apartó el pergamino de su mirada para enfocar el pesaroso rostro del príncipe que apretaba sus puños bajo las mangas de su ostentosa túnica. Desde que su hijo había irrumpido en el salón lo había sospechado, él no solía frecuentarla para enseñarle sus progresos tras las arduas y aburridas horas de estudio que él consideraba innecesarias, pero cuando se trataba de su padre todo su empeño y energía se volcaba en aquellas tareas que resolvía sin protestas pues sabía que detrás de cada labor estaba el reconocimiento de Levi. Y él siempre buscaba su aprobación como un león cachorro.
—No es eso. Tu padre se encuentra ocupado en estos momentos y no podemos importunarlo cuando se trata de asuntos que implican al imperio—su voz se llenó de paciencia—Estoy segura de que él también ansía verte lo más pronto posible pero como emperador tiene que atender ciertas tareas que no deben ser postergadas. No olvides que el emperador es tu padre, pero también es el padre de cada poblador de este reino—sus dedos perfumados acariciaban consoladores los cabellos cenizos que se le antojaban tan suaves como la seda.
—Tal vez, si no me enfermera con tanta frecuencia, mi padre podría pasar más tiempo conmigo—lamentó Farlan con la mirada gacha, dejándose hacer por las caricias de su madre.
—¡Tonterías! —susurró Petra besando los cabellos de su hijo con adoración—Esto es solo algo pasajero, con los cuidados de los doctores y mi vigilancia estarás bien muy pronto. Mientras tanto sé un niño bueno. Tienes que ser un niño bueno y estudiar bastante, tú tienes que cumplir los planes que he preparado para ti—le dijo en voz baja levantando el rostro de su hijo con cuidado.
Las gemas azuladas del joven príncipe abandonaron la mirada de su madre refugiándose inseguros entre las velas aromáticas y las elegantes formas del cobre. Sus dedos se encogieron dentro de las mangas de la túnica y la boca que antes parecía ansiosa por comunicar los pensamientos a la consorte se selló con recelo. Ymir advirtió el curioso cambio que había ocurrido en el elocuente príncipe; era como si una penetrante sombra hubiera eclipsado el brillo que irradiaba el pequeño infante hijo del sol y el cielo. Su sonrisa no existía más, ni siquiera el fantasma de aquél arco perfecto y conmovedor.
—Mi pobre pequeño, aún eres joven y no lo entiendes, pero es tu responsabilidad como príncipe heredero; no toda la vida podrás jugar despreocupadamente afuera entre los jardines. Espero que logres entenderlo algún día. Cuando seas un hombre comprenderás por qué tu madre te dice todo esto—murmuró Petra conciliadora, aceptando sin necesidad de más palabras el peculiar comportamiento que había adoptado su hijo—Confía en tu madre.
—Madre…—pronunció el príncipe con cierta duda permeando sus palabras—Creo que este no es mi camino—manifestó con más seguridad enfocando con solemnidad el silencioso rostro de la consorte que no había alterado su sosegada mirada—Y no quiero decepcionarte madre pero yo sé que esto no es lo que yo quiero.
Petra negó repetidas veces meciendo su buyao como los cascabeles de los templos eran agitados por el viento. Su sonrisa se dulcificó y en su mirada no había más que piedad y comprensión; su pequeño niño aún no maduraba lo suficiente, pero con el tiempo ella se encargaría de moldearlo, de forjar a un príncipe que ascendería hacía el trono manchado en sangre y gloria. Su hijo estaba destinado a conocer la omnipotencia y a ser reconocido por el cielo como su único hijo convirtiéndolo en el dragón que vigilaría el imperio desde la bóveda del cielo. Desde aquél trono de oro y fuego.
—¡Esta bien, mi pequeño príncipe! Ya lo entenderás a su debido momento—palmeó sus mejillas con pequeños toquecitos que intentaban despertar la gentil y generosa sonrisa del niño—No te desanimes tan pronto, aún eres joven y tienes a tu madre de tu lado. ¡Tu futuro es esplendido! No podrías decepcionarme de ninguna manera, en lo absoluto, eres mi hijo y eso me hace sentir bastante orgullosa—besó sus mejillas en repetidas ocasiones ocasionando que de los tensos labios de Farlan renaciera su sonrisa y una tímida risa burbujeara de su garganta—Eso es, sonríe hijo mío, tu madre no quiere más que lo mejor para ti, es por eso que se preocupa por tu educación y tu salud, ¿lo entiendes, verdad? —recibió una rápida afirmación del niño que se apretaba sobre su pecho buscando más del maternal amor que la consorte le profesaba sin restricciones.
—¡Sí, madre!
Petra apoyó su suave mejilla sobre los perfumados cabellos de Farlan y acunó su rostro más cerca de su corazón ansiando atesorarlo eternamente.
—A pesar de tus deseos no puedo llevarte ante el emperador sin embargo puedo aplazar mis asuntos y pasear contigo entre los jardines del palacio y merendar en algún pabellón, ¿eso está bien para ti? —consultó la mujer esperando de ante mano una respuesta colmada de emoción por parte de su hijo.
—¡Muchas gracias, madre! —saltó Farlan recuperando su luminoso humor—Tengo tanto qué contarte ¡he leído muchos memoriales de grandes generales y soldados! También he practicado con mi espada, quizá muy pronto pueda retar a mi padre a un duelo ¡y tú verás cuanto he mejorado! —narraba el pequeño niño acomodándose sobre el regazo de su madre.
Una mirada Petra fue suficiente para que Ymir entendiera su mensaje y con ordenes claras y precisas movilizó a algunas siervas para que preparan uno de los pabellones con mejor vista del palacio para que los nobles pasaran una tarde agradable como raramente compartían pues desde que el príncipe había cumplido la valiosa edad de cinco años los maestros y sacerdotes acaparaban al pequeño príncipe heredero alejándolo de las mimosas atenciones de su madre. Con preocupación miró una última vez a su señora que estaba absorta escuchando los relatos de su hijo rememorando las legendarias hazañas de grandes militares y valientes soldados que se enfrentaban al incierto futuro afuera de la seguridad de las murallas.
A pesar de la cálida y familiar imagen de la madre con su hijo, Ymir podía advertir detrás de las tintineantes risas de la consorte y sus ojos piadosos una oscura máscara que se escondía detrás de la inocente belleza de la mujer. Ella que era los ojos, oídos, y boca de la consorte se daba cuenta de todo y no ignoraba lo que la mujer sacrificaba pero ¿qué más podía hacer? ¿Su señora no había desafiado la autoridad de su padre al tomarla como dama de compañía? ¿No le había dado más tarde una muestra de cariño al darle un hogar y un propósito a su vida? ¿Es que no debía buscar siempre la menor ocasión para hacerla feliz? ¿Y entonces qué debía hacer ahora? ¡Obedecerla y nada más que eso!
"Ah, estudiante con cuello azul, te deseo desde hace tiempo. Aun cuando no he ido a verte, ¿por qué no me envías tus palabras? Ah, estudiante de cinta azul, hace tiempo que te amo. Aun cuando no he ido a verte, ¿por qué no vienes? Una y otra vez me paseo por la torre de la muralla. Sí un solo día no te veo ¡se me hace siglos!"
Las pomposas nubes parecían flotar como barcas de ensueño sobre el cielo de verano cuyo azul comenzaba a teñirse con los dulces colores que anunciaban la partida del astro de oro; rosa, púrpura y bermellón coexistían en armonía fundiéndose entre ellos mismos como lo hacía la tinta en las acuarelas del más virtuoso artista. Volando entre silenciosos aleteos una pareja de grullas de inmaculado plumaje blanco y penacho rojo se hacían camino entre las nubes de colores azucarados, cortando el aire con elegancia y agradecimiento hacía el señor de los cielos para retornar una vez a salvo hacía su hogar escondido entre los bosques y los estanques de lotos aromáticos.
Debajo de ellas permanecía el gigante Taihe Dian, uno de los palacios más impresionantes de la Ciudad Prohibida situado en el centro detrás de las puertas de la Suprema Armonía de lo que se conocía como el corazón de la Corte Exterior. La magnífica edificación estaba construida sobre tres niveles de base de mármol de piedra rodeado de robustos incendiarios de bronce cuyas llamas ardían rabiosas sin desvanecerse entre las corrientes del viento. El final de las tres escaleras de mármol era celosamente custodiado por guardias de fulminantes armaduras de dragón dorado y rostros feroces; de pie, permanecían fijos en sus posiciones con una quietud alarmante, sus manos enguantadas se ceñían peligrosamente a la empuñadura de la espada que llevaban atada en su cintura como una silenciosa amenaza a todo aquél que osara desafiar su labor de guardianes.
La escalatina central estaba decorada con bajorrelieves más pálidos que la base de mármol y por la cual solo podían transitar ciertas personas en específico; por la labor que desempeñaban o por el título que ostentaban. Similar a los edificios colindantes su techo consistía en tejas esmaltadas en oro cuyo descomunal peso era sostenido por setenta y dos pilares de seis filas que también cumplían la función de enmarcar las puertas y ventanas decoradas en relieves de nubes y dragones. En los extremos del suntuoso tejado reposaban alertas dos chiwen, dragones que ahuyentaban los incendios, como figuras de protección.
Más allá de las pesadas puertas de rico y colorido decorado, dentro de la exuberante edificación en el centro de la sala se encontraba el emperador sobre el suntuoso trono imperial de madera de sándalo y oro que se alzaba sobre una plataforma de más de dos metros, rodeado de pilares recubiertos en oro, pebeteros con incienso, un biombo y dos grullas de bronce doradas que simbolizaban la inmortalidad. El gran biombo detrás del trono abarcaba en él nueve dragones.
En el trono del dragón imperial Levi permanecía impávido y sosegado como la más oscura y profunda noche que impávida contemplaba a las estrellas del firmamento conglomerarse ante su presencia. La primera, de las tres sesiones por las cuales debían pasar los candidatos, aún no había concluido; ante él se extendía hasta la entrada principal del salón la alfombra de tonalidad carmín y bordados dorados que fungía como una línea divisoria entre los candidatos ubicados por filas en cada extremo del salón. Silenciosos, los hombres que vestían sencillas túnicas proporcionadas por la misma ciudad, trazaban sobre las hojas de respuesta sus más profundos y acertados pensamientos, sin apartar la mirada de los elegantes caracteres que se dibujaban a medida que el pincel se deslizaba de izquierda a derecha. El Ministro de Ritos, quien personalmente acompañaba al emperador en su tarea de supervisar el desempeño de los exámenes, se paseaba con pasos sigilosos delante de las mesitas bajas de la primera fila de candidatos con los brazos tras su espalda y la mirada atenta; ataviado con su vestido cobrizo y su túnica marrón daba la impresión de ser una colosal ave rapaz que sobrevolaba los cielos alerta ante cualquier movimiento incriminante.
A pesar de la extenuante jornada los exámenes habían transcurrido sin contratiempos; todos los presentes, incluyendo a Levi, habían permanecido confinados dentro del palacio, nadie tenía permitido el ingreso o la salida del edificio salvo estricta orden del emperador quien también debía obedecer la milenaria orden. Salvo breves recesos para atender las necesidades básicas del cuerpo humano los candidatos continuaban resolviendo diligentes la demandante prueba, la cual media su capacidad mental y física, y que de ser aprobada por el emperador Levi podría abrirles el camino hacía todos los niveles de la administración pública. Por otro lado la labor del Hijo del Cielo no concluía al finalizar la primera sesión porque una vez finalizada debía retirarse hacía otro salón en donde recibiría los informes y daría las últimas instrucciones a los examinadores que habían sido seleccionados para clasificar los mejores resultados y así llevar un conteo de quienes mantenían el mismo nivel de excelencia.
El colosal gong hizo eco durante varios segundos anunciando que el tiempo había terminado y los pinceles debían ser dejados a un lado inmediatamente.
—¡De pie! —ordenó el Ministro de Ritos posicionándose en medio de la extensa alfombra, cuidando que en su accionar no estuviera dándole la espalda al emperador.
La seda de los vestidos crujió al unisonó cuando los hombres obedecieron la orden del ministro, rehusándose a exteriorizar el doloroso resentir de sus articulaciones debido a la prolongada y mala postura que habían adquirido con el pasar de las horas.
—Soy el Hijo del Cielo, tengo el encargo de gobernar el imperio, afortunadamente tengo la oportunidad de acompañarlos a ustedes, hombres sabios, así que siéntanse dichosos por esta extraordinaria oportunidad y no tengan miedo—la voz de Levi, tan oscura y aterciopelada, se alzó ante el considerable número de candidatos que escuchaban sumergidos en un respetuoso silencio las palabras de su señor—Hoy han demostrado su talento en este, el primer examen de palacio, y ahora están a punto de emprender una nueva prueba el día de mañana cuando la trompeta lo anuncie. Recuerden descansar, ser responsables, prudentes, y estarán obedeciendo mi voluntad.
Los hombres se postraron delante del magnífico emperador, rozando sus frentes contra el frío suelo de mármol esmaltado para manifestar al unísono:
—¡Su fiel sirviente se ha arriesgado por mostrar su opinión y me avergüenzo si mostrándola he ofendido a su majestad! ¡Le entrego devotamente mi respuesta!
Levi asintió conforme desde su trono y con un elegante gesto de su mano les indició a los hombres que podían ponerse de píe.
—¡De pie! —repitió el ministro.
Obedientes, los sabios se incorporaron hasta erguirse como jóvenes varas bambú y con una última reverencia abandonaron ordenadamente el salón, absteniéndose de importunar al emperador con ruidosas conversaciones hasta asegurarse de que ya no podrían ser escuchados. Por otro lado, los ayudantes que atendían las labores menos relevantes de los exámenes se encargaban de recolectar mesa por mesa las hojas de respuesta que esperaban por ser calificadas todo bajo la estricta vigilancia de Levi quién no se había movido de su lugar pues tenía la tarea de asegurarse que todas las hojas de evaluaciones serían recogidas y entregadas a los examinadores. No fue hasta que el ministro le anunció que los exámenes ya habían sido trasladados hacía el salón de los examinadores que por fin se incorporó del imponente trono y descendió a través de las pequeñas escaleras de oro.
—¿Dónde está Erwin? —consultó al ministro que lo acompañaba hacía una de las discretas salidas que poseía el colosal recinto; era una de las tantas puertas que daban hacía los pasillos que conducían al interior del palacio, a diferencia de la entrada principal la cual daba hacía los pasillos que conducían al exterior.
—Lo está esperando afuera, su majestad—contestó educadamente el hombre que caminaba a su lado.
Efectivamente detrás de la puerta se reveló ante sus ojos la figura del fiel compañero del emperador que aguardaba paciente escondiendo las manos blancas en la profundidad de las mangas de su hanfu de brocado azul. Una sonrisa iluminó el afable rostro Erwin a modo de saludo y siguió los pasos de Levi, despidiéndose del ministro, quién continuó con su camino en dirección contraria. Su conversación giraba en torno a los exámenes y los eventos que habían sido llevados a cabo así como también las actividades venideras; nadie dormiría lo suficiente por lo menos los 3 días siguientes que se avecinaban. Levi mantenía su acostumbrada expresión fría y serena, en su mirada misteriosa el cansancio era nulo, sus pasos eran firmes y sus ademanes relajados; Erwin reconocía con agrado la resistencia mental del monarca al no sucumbir ante los complicados asuntos que concernían al Estado, la administración pública y la guerra, pues la mente del emperador jamás hallaba descanso.
—¿Hay algo que quieras informarme? —consultó Levi observando a su compañero de reojo.
—No hay nada que no sepas ya. Los examinadores están reunidos en el salón que han preparado para ellos y se les están dando las últimas indicaciones—le hizo saber con tranquilidad—Aunque, por el rumbo que estamos tomando, no te diriges hacía los aposentos que te fueron preparados, ¿verdad? —aventuró Erwin con una sonrisa que anticipaba la respuesta que recibiría por parte del emperador.
En medio de su marcha se toparon con un pequeño grupo de caballeros que conversaban en voz baja a un lado del pasillo y que al percatarse de la presencia del rey y su compañero detuvieron con prontitud su discreta platica, realizando una elegante venía que fue reconocida por Levi, quien asintió con profundidad despidiéndose de ellos con un breve intercambio de palabras.
—Aún queda trabajo por hacer antes de que pueda desentenderme de mis labores. Incluso si los auxiliares son eficientes y diligentes no puedo delegarles todo mi trabajo—respondió el de cabellos negros cuando ambos reanudaron su marcha a través del silencioso pasillo.
Erwin asintió en silencio.
—Entiendo tu preocupación pero recuerda que incluso el emperador debe descansar y tú has permanecido despierto desde antes que el sol hiciera señas detrás de las murallas, no sería prudente que juzgaras las respuestas de los candidatos cuando la mente fatigada—opinó sabiamente el de ojos azules mirando de reojo al hombre que caminaba a su lado con la elegancia de un dragón sobrevolando las crestas de las montañas de nubes flotantes.
—Estoy bien, de todas formas no es como si repitiéramos estos exámenes anualmente—habló Levi sereno, restándole importancia a las inquietudes de su buen amigo—¿Qué hay de ti? Si has culminado con tus labores lo correcto es que regreses a tus aposentos y descanses. Mañana nuestra jornada iniciará nuevamente con el alba—advirtió con algo de humor en su voz, siendo él quien ahora sermoneaba a Erwin exigiéndole lo mismo que él le pedía; él también conocía la respuesta que había detrás de la sonrisa ladina del de luminosos cabellos de oro, después de todo, no serían amigos de tantos años si no descifrara en silencio las discretas señales que indicaban las emociones y posiciones de cada uno.
—Amablemente debo declinar tu propuesta—fue la negativa de Erwin—Me están esperando en el salón de los examinadores para estudiar las respuestas, por lo que no debes preocuparte por acompañarnos esta noche. Ve y descansa, en la madrugada te harán saber cuando los exámenes con los mejores resultados estén listos, entonces podrás valorarlos bajo tu propio criterio—explicó, girando su rostro. Levi pudo ver en los pozos cristalinos que eran los ojos de su fiel compañero la honestidad de sus palabras y las buenas intenciones en sus acciones—Al menos eso te dará unas cuantas horas de descanso antes de que debas regresar a tus funciones como soberano—y sonriendo con gracia, guardó durante pocos segundos para añadir con provocación—Eso es algo que cairen Jaeger diría ¿no lo crees? Lo preocuparás si por tu terquedad terminas en cama después de las tres sesiones.
Ante la mención del joven cairen la fría plata de los ojos del emperador parecía adquirir una calidez inusual que rara vez se mostraba ante los ojos ajenos; era un evento que excepcionalmente ocurría cuando el príncipe heredero acudía al llamado de su padre quién con complacencia accedía a cumplir cada una de sus peticiones. Ahora esa tenue pero sincera calidez anidaba en sus ojos no solo cuando Farlan estaba presente, sino también cuando Eren irrumpía en su monótona rutina con sus dulces caricias y tiernas preocupaciones vistiendo con orgullo algunos de los abundantes obsequios que él enviaba a su palacio con frecuencia, recordándole que a pesar de la distancia, él permanecía en sus pensamientos. Y era cierto, aún en medio de sus labores la mente de Levi se tomaba algunos minutos en rememorar con una sutil sonrisa sobre sus jugosos labios rosados los gratos momentos que ambos compartían entre los exuberantes jardines o dentro del misterioso palacio del castaño, quién siempre lo esperaba fielmente con sus linternas encendidas.
La sonrisa en el rostro de Erwin creció en su rostro al comprobar, por la expresión que había transformado la faz severa y solemne del emperador a una más blanda y sosegada, que la mención del cairen había sido la razón de su cambio de humor.
—Ha pasado tiempo desde que lo frecuentas, desde entonces solamente has tenido ojos para él—señaló Erwin con interés—No te he visto particularmente interesado en ninguna otra persona dentro o fuera del harem incluso. ¿Ya has considerado la decisión de convertirlo en tu consorte? —consultó con autentica curiosidad.
—Ciertamente lo he considerado con más seguridad después de nuestros últimos encuentros—la voz de Levi era tan discreta y acompasada como los pasos que daba al caminar junto a Erwin a través de los pasillos de techos altos y lámparas de considerable tamaño colgando sobre sus cabezas—Es una decisión muy seria que no solo implica mi relación con él, sino también al harem, Petra y Farlan. Desde hace tiempo Petra ha sido la encargada de manejar el harem y todo lo que concierne a él sin ninguna clase de ayuda. Sin embargo, con la presencia de Eren como mi consorte todas las decisiones no recaerán exclusivamente en ella—reflexionó con la vista fija en el camino que se extendía delante de ellos.
Erwin giró su rostro blanco como la luna hacía la misma dirección en la que el emperador observaba con tanto interés. Delante de ellos el pasillo se dividía en dos caminos que separaba el rumbo de sus pasos, pero ninguno parecía estar dispuesto a apurar su andar para acudir a los lugares que esperaban por su presencia.
—Estás diciendo que si haces consorte a cairen Jaeger entonces las decisiones de la consorte Rall tendrían que ser aprobadas por él—dedujo Erwin midiendo el tono de voz que usaba para comunicar sus pensamientos al emperador a pesar de hallarse en medio de un camino particularmente solitario—¿Has tomado una decisión o piensas deliberarla con el consejo?
La respuesta de Levi tardó en abandonar sus labios, su rostro se ladeó con suavidad como si ante sus ojos se estuviera dibujando la bella silueta del cairen de perfumada cabellera castaña engalanada en finas joyas y pendientes, sonrisas coquetas que escondía juguetonamente detrás del abanico y sus hermosos ojos, más verdes y puros que el jade de los templos.
—Las mujeres de La Casa de las Flores hacen honor a su nombre y aún cuando son tan hermosas ninguna de ellas habita en mi pecho, solamente Eren es a quién deseo atesorar. Él es elegante, digno, virtuoso y benevolente—enumeró a consciencia Levi pues él había prestado especial atención al joven cairen y cómo su carácter solía congeniar con las situaciones a las que se enfrentaba día a día dentro de la ciudad.
—Parece que el emperador ha ponderado su decisión desde nuestra última conversación y lo ha resuelto—Erwin volvió su mirada azul hacía el rostro del monarca, satisfecho con la respuesta que había obtenido de su parte.
—Tú más que nadie conoce mi deseo de convertir a Eren en mi consorte—la tenue sonrisa de Levi se llenó de calidez y bajo la luz dorada de las lámparas que mecían sus pendientes al ritmo de la brisa nocturna su gesto se volvía más dulce como la miel—Pero este no es el momento adecuado para discutir sobre ese tema; ya es tarde y los examinadores deben estar esperando por ti para iniciar con su trabajo—detuvo su andar siendo imitado por Erwin, y de uno de los bolsillos secretos del interior de la amplia túnica extrajo un discreto rollo de pergamino, apenas del tamaño de la palma de su mano y se lo entregó a su compañero que lo recibió sin reparos pero con duda tiñendo las armoniosas facciones de su rostro.
Levi señaló el pequeño rollo que era sujetado con cuidado por la gentil mano de Erwin.
—Tenía planeado enviar este mensaje a Eren la tarde de hoy pero los guardias me informaron que había partido a una reunión en algún pabellón de la ciudad. Ahora es demasiado tarde para importunar su sueño y mañana nuevamente estaré ocupado supervisando la segunda sesión de exámenes—aclaró el emperador, dispersando la inquietud con la que Erwin detallaba el pequeño pergamino—Quiero que le hagas llegar mi mensaje a Eren mañana cuando sus ojos estén abiertos y haya cambiado sus vestidos—encomendó con la voz suave.
—Enviaré al mensajero más veloz de este palacio y te informaré cuando el mensaje sea recibido por cairen Jaeger, mientras tanto ve y descansa, yo continuaré con mi trabajo—Erwin introdujo el pergamino dentro de la túnica que cubría el ceremonioso vestido azul, acomodándolo con meticulosidad de tal manera que no fuera a resbalar y perderse en algún paraje o terminara en manos inescrupulosas; por el tipo de pergamino en el que estaba contenido el mensaje a simple vista cualquiera podría adivinar que provenía del escritorio del emperador y por lo tanto, en caso de extraviarse, estaría prohibido leer su contenido. Su interior solo podía ser conocido por el emperador y el destinatario.
Ambos se despidieron antes de continuar su camino; Erwin dobló a la derecha, caminando con pasos seguros y silenciosos, deslizándose sobre el mármol como la prudente nube que viajaba sobre el cielo. El por su parte guió su andar hacía una de las ventanas más próximas que daban a un pequeño jardín interior cuyo centro contenía un pequeño estanque rebosante de plantas de hojas frescas y lotos rechonchos que se mecían como pequeños barquitos sobre el agua cristalina. Las lámparas habían sido encendidas afuera por lo que fue fácil para él admirar con complacencia la enigmática belleza del jardín que escondía entre el rocío perlado y la fragante flora el tímido canto de un mochuelo. Aún así no consiguió disipar la opresión que se cernía sobre su pecho como un pendiente. Presentía que allá afuera, más allá de las ondulantes aguas que reflejaban el brillo de las linternas, en algún lugar fuera del palacio, era llevado a cabo un acontecimiento de suma importancia y a juzgar por la desagradable sensación que afloraba dentro de él, no podía tratarse más que de una desgracia.
Un pesado suspiro escapó de sus labios y con una última mirada se apartó de la ventana. Tal vez Erwin tenía razón, era mejor que se retirara a sus aposentos y descansar...
"Fuerza tuve para descuajar las colinas, mi espíritu dominaba el siglo. Ahora, en esta hora de desgracia, mi brioso corcel no puede huir. Incapaz de arrancar de nuevo, sin esperanza alguna, ¡oh señor, mi señor! ¿Qué será de mí?"
A pesar de mantener las cortinas abajo, cubriendo las celosías de las ventanas, dentro de la gran habitación se sentía correr una helada corriente de aire que cada tanto agitaba burlonamente la llama de las velas, deformando las sombras que se extendían a través de las paredes y los muebles. Eren permanecía sentado en la silla baja que antes había ocupado cuando mantuvo su secreta conversación con Sasha y delante de él un considerable número de platillos y bebidas aguardaban por ser degustadas, sin embargo el cairen de mirada ausente se abstenía de tomar los palillos que una de las siervas de Yeting había traído para él. El tiempo pasaba y él parecía no notarlo, solo cuando los eunucos ingresaron a la habitación para encender las velas y las siervas desfilaron con bandejas rebosantes de jugosos manjares fue que se percató que la luna había aparecido sobre el cielo y el manto negro cayó sobre el reino de los mortales cubriéndolo con su oscuridad. Con desosiego paseo la mirada entre los platos de comida que se le antojaba fría y poco atractiva a la luz de las velas, tampoco era como si su apetito le exigiera que probara un poco de pan; el nudo que se formaba en la boca de su estomago le impedía saborear cualquier cosa, el tan solo imaginar el sabor de cualquiera de los alimentos sobre la mesa le producía nauseas. Se encogió dentro de la amplia túnica celeste con bordado de gruyas blancas y cerezos la cual hacía juego con el sencillo ruqun que las siervas habían traído entre sus brazos para vestirlo; olía bien, estaba limpio, era cómodo, pero no dejaba de sentirse como un extraño entre las ropas que irónicamente le recordaban a las que solía vestir Christa, y eso le causaba una sensación desagradable.
Apoyó el codo sobre el brazo de la silla y reposó su mejilla sobre la tibia palma de su mano, cerrando los ojos con suavidad adentrándose a las tinieblas que eran sus pensamientos, intentando distraer la ansiedad que el mañana le generaba; temía por la suerte que traían consigo los primeros rayos de sol que cabalgaban como un ejército sobre los pueblos y las ciudades. El compañero de la consorte Rall no deambulaba más detrás de su puerta y no tenía noticias sobre la situación de Sasha, algo que lo inquietaba profundamente pues nadie que trabajara en aquél edificio le inspiraba confianza. Su situación seguía siendo incierta porque desde que había escrito el testimonio delante de Petra nadie había acudido a él nuevamente para confirmarle el inminente acontecimiento del día siguiente. Abrió los ojos con disgusto adivinando el rumbo que nuevamente tomaban sus pensamientos, algo que comenzaba a cansarlo; con zozobra mordió su labio inferior que aún no perdía el tono carmín e intentó regular el ritmo de su respiración que cada cierto tiempo se tornaba pesada. ¡Es que tenía tantas preocupaciones aglomerándose como nubes negras arremolinándose antes de la tormenta!
Varias veces se preguntó si Jean había conseguido hablar con Levi, o siquiera comunicarle su situación, pero de ser así, él no tendría por qué seguir encerrado como un condenado, se respondía con desanimo; Levi sería incapaz de hacerlo esperar un segundo más en Yeting si estuviera al tanto. Dejó en paz su labio cuando sobre la punta de su lengua saboreó el débil regusto metálico de la sangre.
El tenso silencio que pululaba a su alrededor se había disipado cuando unos pasos, veloces y precisos, se aproximaron hasta detenerse detrás de su puerta, después logró escuchar los débiles murmullos de las guardias que eran difíciles de interpretar debido a la robusta madera que fungía como barrera. Aún así conseguía distinguir tres voces distintas, las más monótonas y severas eran de los guardias que custodiaban la entrada, pero la tercera parecía ser de un hombre que insistía vehemente sobre algún asunto que desconocía. El corto intercambio se detuvo y la cerradura de la puerta crujió sonoramente haciendo eco y a la habitación ingresó un eunuco cuyo rostro no se le hacía familiar pero que a diferencia de los demás eunucos de Yeting, este sí poseía una expresión más vivaz y despierta.
—No te tardes, solo asegúrate de que coma lo suficiente y después llévate todo lo que sobre—advirtió el guardia antes de cerrar la puerta sin esperar una respuesta de regreso.
El joven eunuco se mantuvo de pie cargando entre sus brazos lo que parecía ser una caja de alimentos y sus pies parecían vacilar pues no estaba seguro en acercarse hasta el joven cairen que lo miraba desde su lugar sumido en un silencioso recelo. Cauteloso, avanzó unos cuantos pasos, asegurándose de que no habría una reacción negativa de su parte; el agraciado joven continuaba viéndole como el dios que admiraba a los hombres desde su trono entre las nubes del firmamento. Solo sus cansados ojos verdes que ardían con la luz de las velas lo seguían en silencio con infundada sospecha.
—Cairen Jaeger, he traído comida para usted—le hizo saber cuidadoso, enseñándole la caja de madera que cargaba entre sus brazos, intentando aplacar la desconfianza del cairen ya que de otra manera no podría comunicarle todo lo que necesitaba decirle.
Eren parpadeó con suavidad para después pasear su mirada sobre los platillos que deliberadamente había ignorado desde que habían sido servidos delante de él.
—No tengo hambre— su respuesta fue escueta, que intentaba sonar amable, pero que había sido manifestada con cierta brusquedad en su voz—Puedes llevarte toda esta comida.
Nicolo miró con duda los platillos cuya cantidad permanecía intacta luego regresó su mirada nerviosa sobre el cairen de apariencia melancólica y pensativa, exhalando un corto y discreto suspiro de alivio al cerciorarse de que el castaño no había probado ningún tipo de alimento proveniente de las cocinas de Yeting. Su llegada había sido oportuna, después de todo.
—Cairen Jaeger, he solicitado personalmente en las cocinas imperiales que preparen esto para usted. Por favor, coma con absoluta confianza—insistió el guardia dejando la caja de madera a un lado del joven de cabellos castaños Abrió una a una las cerraduras plateadas, liberando de su interior una pequeña nube de vapor que traía consigo el agradable aroma de comida recién preparada—Sopa de frijoles cocidos y pollo con setas salteadas—decía mientras hacía a un lado los demás platillos para darle espacio a los que él había traído consigo—Viandas con salsa de ostras—levantó la cubierta de porcelana que contenía las viandas las cuales poseían una apariencia fresca y agradable a la vista de cualquiera—Y un poco de té blanco—concluyó acomodando cuidadosamente la delicada tetera y la pequeña taza que la acompañaba, dudando momentáneamente en si era lo correcto que él le sirviera o esperar a que el mismo cairen tomara la tetera y se sirviera a sus anchas.
Decidió que lo más prudente era dejarlo estar y aguardar hasta que tuviera la confianza suficiente para probar lo que él servía.
—Gracias, pero realmente no tengo apetito—reiteró Eren sin realizar ningún movimiento. Aún cuando la elección del eunuco, quien se dirigía a él con curiosa amabilidad, era acertada, no confiaba en su insistencia para verlo probar bocado delante de su presencia; su confianza estaba afectada por la inesperada muerte de Christa dentro del pabellón a causa del aparentemente inofensivo té que había sido servido para ellos y temía que la mala suerte siguiera su rastro hasta Yeting ansiando cobrar su vida también.
Nicolo se inclinó lo suficiente hasta quedar a la altura del cairen y con una sonrisa mansa le extendió los palillos de madera y sencillos grabados que había guardado dentro de la cajita.
—Cairen Jaeger, sé que tiene reservas respecto a mis acciones, pero no es bueno para su salud abstenerse de comer durante tanto tiempo y necesito cerciorarme de que usted se encuentra bien—dijo Nicolo con voz gentil y paciente—Esa es la razón por la que he venido aquí y la tarea que se me encomendó.
—¿Quién te lo ordenó? —quiso saber el cairen con cautela aún sin aceptar los palillos que el hombre le ofrecía.
—Jean.
El rostro de Eren se giró con vertiginosa rapidez, las alhajas de sus cabellos se estremecieron entre tintineos y los largos pendientes que colgaban a cada lado de su faz se balancearon, rozándole las mejillas. Nicolo se vio reflejado en los estremecedores ojos verdes del cairen que habían adquirido un inquietante brillo el cual contrastaba hermosamente a la luz de las velas que iluminaban la silenciosa habitación. Sus jugosos labios color carmín, tan rojos y delicados como los pétalos de una rosa, estaban entre abiertos reflejando el estupor que su revelación había provocado, alterando el taciturno comportamiento del castaño.
—¿De dónde conoces a Jean? ¿Está aquí? —indagó el joven cairen con premura enderezando su espalda, como si de pronto despertara de un largo letargo.
Nicolo negó varias veces con suavidad, riendo con suavidad para no alertar a los guardias del exterior.
—Lo siento cairen Jaeger, pero solo estoy yo. Él me pidió que viniera hasta aquí y les trajera a ti y tu dama de compañía algo para comer y me asegurara de que ambos estaban a salvo. Las cosas pueden parecer muy tranquilas aquí adentro pero lo cierto es que en Yeting tiene que ser más cuidadoso con los movimientos que realiza. Ha sido muy inteligente de su parte abstenerse de probar la comida que han traído los siervos para usted—Nicolo aplaudió la prudente desconfianza del cairen—Ahora por favor, coma antes de que se enfríe—pidió, incitándolo a tomar los palillos que permanecían en su puño.
Los ojos de Eren descendieron hasta la mano del hombre y con un suave ademán afianzó los palillos entre sus dedos, regresando la mirada hasta los platos que desprendían un agradable aroma y liberaban pequeñas nubecitas, indicando que aún conservaban algo de calor. Sin mucho entusiasmo llevó los palillos hacía las viandas y tomó una pequeña cantidad porque era honesto cuando decía que no tenía apetito, sin embargo, si era cierto que Jean lo había enviado para asegurarse de que tendría algo para comer no podía rechazar los alimentos que el hombre amablemente accedía a traerle de manera clandestina. Despacio y a conciencia degustó las viandas de blanda textura y exquisito sabor, llevando otro poco a su boca, siendo consciente de los ojos que miraban alerta y con atención los movimientos que realizaba en silencio.
—¿Cómo está Sasha? —preguntó Eren mientras llenaba la fina taza con el tibio liquido amarillo que provenía de su interior.
Nicolo se sentó sobre el frío suelo a un lado del joven cairen en una posición desenfadada.
—Ella está bien. Decidí visitarla primero porque recordé a Jean mencionar algo sobre su gran apetito, pero cuando llegué ella tampoco había probado un solo bocado así que me apresuré para servirle—contaba, paseando distraídamente la mirada a su alrededor—Su habitación no es tan grande o elegante como esta; es un poco más sencilla y algo fría, pero al inspeccionarla no encontré algo que pudiera suponer un peligro para ella—finalizó regresando su mirada clara hacía el elegante perfil del joven cairen que soplaba con suavidad el borde de la taza de porcelana.
—Parece que estás un poco familiarizado con nosotros—señaló Eren antes de beber un poco del té aromático cuyo sabor le recordó con nostalgia las horas que compartía con su padre en la mesa y como este solía advertirle que debía beber su té después de cada comida.
—Jean me ha hablado un poco sobre ustedes—se excusó Nicolo con algo de vergüenza, sonriendo apenado al reconocer la familiaridad con la que se refería hacía ellos—Pero ha sido bastante discreto y correcto, no piense mal sobre lo que acabo de confesarle—suplicó al imaginarse que tal vez había ofendido al joven cairen.
Eren rió bajito dejando la taza de té sobre la mesa. Sin embargo la sonrisa del cairen se le antojó carente de cualquier rastro de humor, lucía como un gesto que intentaba ocultarle la amargura e intranquilidad de su corazón y su pecho dolió porque él no podía hacer más que traerles algo de comer y recordarles que Jean estaba afuera, delante del Palacio de la Suprema Armonía esperando por una oportunidad para presentarse ante el emperador.
—Está bien, no te angusties por eso, Jean también suele compartir historias de sus amigos con nosotros—lo tranquilizó el cairen posando con recato sus finas manos sobre su regazo—¿Cuál es tu nombre? —preguntó ladeando con ternura su melancólico rostro.
—Me llamo Nicolo, soy compañero de Jean. Antes compartíamos turnos de guardia hasta que fue designado como guardia de su palacio—contestó Nicolo con repentina timidez.
—Nicolo… sí, he escuchado sobre ti—sonrió Eren sutilmente—¿Es decir que has robado las vestiduras de eunuco? —aventuró, señalando el oscuro vestido que portaba el guardia con naturalidad.
El de cabellos claros bajó la mirada observándose así mismo, como si de repente hubiera olvidado lo que llevaba puesto y una risa abochornada escapó de sus labios al darse cuenta de ese detalle.
—Supongamos que… ¿lo tomé prestado de algún almacén cuando nadie estaba mirando? —fue la dudosa respuesta que se atrevió a formular y Eren no necesitó más explicaciones para comprender que el guardia había tomado el uniforme de algún eunuco a la menor oportunidad, algo que tenía sentido pues era más fácil para él ingresar a Yeting vistiendo el sombrío vestido que portaban los hombres que atendían los palacios que la extravagante y llamativa armadura de dragón, lo cual alertaría a los guardias del edificio.
—Espero que este favor no traiga graves consecuencias para ti—mencionó Eren repentinamente inquieto.
Nicolo agitó su cabeza repetidas veces, ablandando su sonrisa, intentando tranquilizar al atribulado castaño, quien había borrado de su rostro su sonrisa discreta, y nuevamente parecía adquirir la elegante melancolía con la que lo había recibido desde un comienzo.
—No se preocupe, usted ya debe tener suficientes preocupaciones como para asumir las mías, las cuales no vale la pena pensar demasiado—de pronto la voz de Nicolo se convirtió en un débil murmullo que se coló a través de sus oídos—Tenga confianza, cairen Jaeger, Jean encontrará la manera de comunicarse con el emperador para que puedan salir de aquí. Por el momento le pido que cuide sus acciones dentro de Yeting; las paredes pueden escuchar y lo que a veces parecen sombras no lo son…—de pronto un velo oscuro de severidad ocultó la expresión afable que había mantenido sobre su rostro, indicándole al cairen que sus palabras eran bastante serias y debían ser escuchadas—Es momento de retirarme, no me dieron mucho tiempo aquí adentro y los guardias pueden comenzar a sospechar. Me llevaré la comida exceptuando la que traje para usted ¿de acuerdo?
El guardia se incorporó con agilidad y comenzó su tarea de recoger los platos de comida e introducirlos dentro de la caja que había traído consigo con movimientos rápidos pero también cuidando de no dejar caer sobre el suelo alguno de los alimentos. Eren por otro lado guardaba silencio mirando distraídamente cómo las diligentes manos de Nicolo movían los platitos delante de él desocupando paulatinamente el espacio que ocupaban, rumiando con insistencia las precauciones que el amigo de Jean había compartido con él y en lo que ambos coincidía; en Yeting no podía fiarse ni siquiera del inofensivo silencio que reinaba en sus aposentos.
—Nicolo—lo llamó con suavidad, deteniendo la labor del hombre de cabellos claros, quién prestó atención a su llamado—Gracias por todo, jamás olvidaré tu bondadoso gesto hacía nosotros. Si consigues hablar con Jean, por favor, agradécele de mi parte y dile que me encuentro bien—musitó, acariciando con la punta de su dedo los bordados que engalanaban las mangas de la ligera túnica de gruyas blancas, sin apartar la mirada del guardia que permanecía de pie a su lado.
—No se preocupe, le haré llegar su mensaje—prometió con seguridad retornando con diligencia a su tarea.
Tan pronto Nicolo terminó de cerrar la caja de madera y asegurar sus cerraduras, las puertas de la habitación se abrieron de par en par sobresaltando al cairen; se trataba de los guardias que rigurosamente le informaban al guardia disfrazado de eunuco que estaba tardando demasiado, razón por la cual este tuvo que retirarse sin ninguna clase de despedida o una última mirada hacía Eren. Él interpretó su silenciosa partida como una manera discreta de mantener las apariencias delante de los inescrupulosos ojos de los guardias que aguardaron hasta que el hombre atravesó el umbral de la puerta para cerrar las pesadas puertas relegando una vez más al cairen a la soledad y las sombras.
Miró con poco ánimo los palillos que permanecían delante de él y continuó con su cena sumido en un riguroso silencio, sin disfrutar realmente del buen sabor de las setas o la carne tierna del pollo. Al cabo de un rato hizo a un lado los palillos sin terminar del todo con su comida, sintiéndose incapaz de dar otro bocado. Apoyó la espalda sobre el afelpado terciopelo del espaldar y medito largamente en los eventos que habían ocurrido durante el día sin poder erradicar el desasosiego que anidaba en su corazón. Acarició el labio herido con la punta de su pulgar y la punzada de dolor le recordó que no se trataba de una tenebrosa pesadilla; su presencia en la sobrecogedora habitación era tan real como el silbido de la brisa veraniega agitando con mesura las ramas de los milenarios árboles del exterior. Debía ser optimista, se repetía así mismo como un mantra, tenía que soportar con valentía la insufrible sensación de saberse prisionero por un pecado que él no había cometido y aguardar paciente que el día de mañana llegara para conocer la decisión de la consorte Rall sobre su destino.
La noche había avanzado, se percato después de varias horas dando vueltas sobre los mismos asuntos que atormentaban sus pensamientos; las velas habían reducido su tamaño y parecía que la oscuridad era más penetrante, más siniestra, ni siquiera el débil brillo de sus llamas podían rivalizar con la sepulcral presencia de la lúgubre noche que auguraba siniestras pesadillas para quienes habían sucumbido ante el delicado llamado del sueño. Levi una vez le había susurrado al oído que las noches quietas y silenciosas solían ser las más peligrosas y lo había envuelto entre sus brazos fuertes, resguardándolo de esos temores nocturnos, pero ahora él no estaba para protegerlo de lo que amenazaba su vida. Herido, se encogió dentro de la amplia túnica, abrazándose así mismo en busca de consuelo, negándose a descansar en la cama que esperaba por él.
El débil siseo de la seda deslizándose a través del suelo consiguió que levantara la cabeza y expectante aguardara a que quien sea que estuviera detrás de su puerta continuara con su camino ya que no eran horas adecuadas para importunarlo y no podía tratarse de Nicolo, quién se había retirado hace bastante tiempo. Los ruidos extraños detrás de la puerta se detuvieron y de pronto todo fue silencio, incluso creyó que el cansancio comenzaba a jugarle una mala pasada a su juicio y todo lo que percibía estaba en su cabeza, pero un golpe secó y luego un cuerpo extraño cayendo de su lado de la puerta lo sobresaltaron, disparando los latidos de su corazón. Se levantó de un salto de la sillita baja, permaneciendo de pie con la vista fija en la puerta de doble hoja, esperando que fuera abierta por alguno de sus guardianes pero para su sorpresa los pasos volvieron a resonar, esta vez alejándose hasta que no eran más que un débil eco que se debilitaba paulatinamente.
Con reticencia sus pies se movieron y sus escarpines golpearon suavemente el suelo, sus movimientos eran cautelosos, sus alhajas apenas tintineaban con cada paso que daba hacía el misterioso objeto que habían arrojado por encima del marco de la colosal puerta. La punta de su pie se topó con algo blando y con un poco de temor sus manos alzaron lo que parecía ser seda perlada; una larga, extensa y generosa franja de seda blanca de considerable calidad. Con la punta de los dedos acarició el tejido cerciorándose del grosor, encontrándola resistente, capaz de soportar una buena cantidad de peso, tal vez como el suyo probablemente.
La franja de seda traía consigo un significado trágico. El blanco era el color de la muerte y el luto.
Levantó la mirada hacía el tejado enfocando las vigas rojizas de donde colgaban las linternas que iluminaban la habitación regresándola rápidamente hasta la tela que cargaba entre sus manos con el rostro contrariado, percibiendo en sus ojos las lágrimas de amargo resentimiento aglomerándose en abundancia, y a grandes zancadas regresó hasta la mesita agitando airadamente la túnica que flotaba detrás de él. Sin miramientos subió sobre la pulcra superficie de madera y apartó los platitos que Nicolo atentamente había dispuesto para él con la punta de sus pies ignorando el estrepitoso crujido de la vajilla al caer con tanta violencia y desconsideración. Su respiración era rápida, ruidosa y constante, sus manos temblaban con violencia y sus ojos acuosos, tormentosos y desolados, buscaban erráticos la viga de madera más próxima encontrándola justo bajo su cabeza. Tomó el extremo de la seda y con un salto ligero logró que pasara por el otro lado de la viga, dejándola caer hasta que ambos extremos llegaron a sus manos.
La altura era exacta, perfecta, ni un centímetro más ni un centímetro menos.
Tan solo necesitaba cerciorarse de un último detalle. Sus manos que temblaban, tal vez por la furia o por la emoción, envolvieron delicadamente su fino cuello y con duda dio un pequeño paso adelante el cual lo acercaba peligrosamente al borde de la mesa pero no importaba si resbalaba porque al caer la seda en su cuello lo sujetaría impidiendo tan siquiera sus escarpines rozaran el suelo.
—¡Cómo se atreven! —murmuró con la voz ahogada en cólera e indignación—¿Qué clase de sucio juego es este? —exclamó con voz ahogada, alejando la seda de su cuello como si se tratara de un lazo de fuego quemándole la piel y con premura tiró de la tela enrollándola entre sus brazos; sus movimientos, que usualmente eran controlados y refinados, ahora eran precipitados e impetuosos.
Bajó de la mesita de un salto y sus rodillas se doblaron, chocando sobre el duro suelo. Tanteó con sus manos a través del frío mármol y las sombras algún trozo de la porcelana rota, cegado por las rabiosas lágrimas necias que le nublaban la visión, hasta que sus nerviosos dedos atraparon una pieza de considerable tamaño la cual apretó sin medir la fuerza que usaba debido a la creciente marea de intensas emociones.
—¿Quieren deshacerse de mí? ¿Ven en mí a un joven cobarde e ingenuo, acaso? —exclamó con voz indignada arrojando la franja de seda sobre la mesita—¡Pues no les daré el gusto de vanagloriarse con mi muerte! ¡Les juro que recuperaré mi libertad y me encargaré hacer pagar a quienes estén detrás de este sucio juego! —escupió con furia alzando el trozo de porcelana por encima de su cabeza, tomando impulso para dejarlo caer con violencia sobre el impoluto trozo de seda—¡Maldecirán el día en que decidieron volverse en contra de mí, haré que toda la furia del cielo caiga sobre ustedes! —repitió su acción rasgando las costuras de la tela que se deshacía bajo su cólera—¿Cómo se atreven a ensuciar mi nombre, a manchar mi honor? ¡Cínicos, insolentes, desvergonzados! —gruñó furibundo sin reparar que la mano que empuñaba el filoso trozo de porcelana había sido herida y caían gotitas de sangre que manchaban la maraña de seda perlada que poco a poco se teñía del color carmín de sus labios—¡No voy a perdonar esta ofensa! ¡No me contentaré hasta verlos en sus tumbas! —su mano clavó con fuerza el filo de la porcelana desgarrando toda la extensión de la franja hasta volverla un nido de suaves hilos de seda ensuciada por su sangre.
Con el dorso de la mano limpió furioso las lágrimas que resbalaban a través de sus mejillas mientras intentaba con torpeza ponerse de pie. Sacudió la falda que se enredaba entre sus piernas y juntó con premura los retazos de seda entre sus brazos comenzando a caminar hacia la sombría puerta que permanecía cerrada; la respiración la sentía agitada y su cuerpo se estremecía al intentar con mucha fuerza de voluntad canalizar la cólera que ardía en su pecho y evitar arremeter contra el inmobiliario de la habitación. Se situó delante de la puerta y con habilidad arrojó por encima del marco los despojos de lo que antes había sido la exquisita y lúgubre franja de seda blanca y detrás de ella lanzó el trozo de porcelana que había sido teñido con su propia sangre. Apoyó la cabeza sobre la aromática madera e intentó descifrar los ruidos del exterior. Solamente escuchó las armaduras de los guardias estremecerse al removerse de sus posiciones, probablemente inspeccionando el desastre que había provocado, sin embargo para su sorpresa ninguno de ellos lo mencionó, o no consiguió escucharlo. Después de varios segundos alejó el rostro de la puerta al asegurarse que los guardias no entrarían a interrogarlo debido a su cuestionable comportamiento; era obvio que los hombres fingían no haber presenciado su desastroso arranque de ira del joven cairen.
Más tranquilo se separó de la puerta cuidadosamente deslizando lánguidamente la mano herida sobre la liza superficie de madera. Giró el rostro y contempló largamente con pena en sus ojos el Buda Gautama que reposaba sereno sobre la flor de loto, iluminado cálidamente por la luz de las velas de su altar, quien a pesar de conservar sus ojos sellados mantenía una expresión sosegada. Tenía lo que quedaba de la noche y parte de la madrugada para sumergirse en una rigurosa sesión de continua oración para aplacar las emociones que hacían estragos dentro de él.
Afuera de su ventana un mochuelo silbó sobrevolando las paulonias imperiales. Cansado, caminó en dirección al luminoso altar y delante de él se arrodilló, cubriendo con el generoso manto de gruyas el suelo debajo de él que se abría como una flor en su apogeo.
—Un día ha pasado y mi señor está ocupado atendiendo a quienes le requieren ¿Cuándo volverá? Es tarde y aún no tengo noticias suyas, tampoco alcanzo a verle, pero continúo pensando en él—hablaba en voz baja acariciando con su pulgar el interior de la palma de su mano contaría que no paraba de sangrar—Cien veces he llamado tu nombre, Gran Buda, para que el emperador acuda a mi encuentro. Cien veces más llamaré tu nombre, para que él me tome como consorte. Y otras cien veces suplicaré por tu protección para llegar al fondo del asesinato de Christa; lo que haré será por para proteger a quienes guardo dentro de mi corazón y así mismo castigar a quienes hoy se han burlado de mí—sentenció con solemnidad juntando las palmas de sus manos antes de comenzar a cantar con un hilo de voz su Sutra.
"El monje viste un manto y agradece ante la puerta de Buda. En lo profundo del viento cabalga el alma perdida cuyo corazón estalla en lágrimas, llorando hasta ahogarse. No lo sabía, pero él ha abandonado el palacio, ha abandonado el mundo entero."
Se acabó el niñito tierno, el señorito bien portado, el que todos tienen en un altar okya jajajaja.
Debo confesar que este capítulo iba a ser aún más largo pero decidí subirlo solo hasta esta parte para mantener la incertidumbre de la primera noche, porque iba a ser muy pesado para ustedes y por el bienestar de sus ojos y los míos jajaja (ya es hora de que cambie de lentes). Muchas de sus preguntas serán respondidas en el siguiente capítulo y creo que más de una se llevará una sorpresa que las descolocará, además se estarán desbloqueando nuevas ships. Saquen conclusiones por ustedes mismas *guiño, guiño*. Espero que el capítulo haya sido de su agrado ¡nada me haría más feliz que eso!
¡Ahora la respuesta a sus Reviews!:
MelichanyYaoi: ¡Muchas gracias a ti por leer! Espero que este capítulo también haya sido de tu agrado y te emocione aún más. ¡Espero leerte pronto!
Cristina Reina: ¡Hola! Me encantó tu review jajaja me gusta mucho jugar con los personajes y que ellos fluyan con la historia, que no sean solo blanco o negro. He dejado varias pistas respecto al pasado de Isabel y cuando llegue el momento entenderán el por qué de su mención en capítulos pasados y lo siento mucho, yo también sufro cuando Levi se aferra de cierta manera a su pasado, pero lo que siente por Eren es algo muy fuerte y le ayudará a vencer ciertos vestigios que quedan de su pasado. Sobre Petra no hay mucho que decir además de que es muy buena manipulando a las personas y sostiene perfectamente su fachada de mujer perfecta pero tarde o temprano tendrá que demostrar esa brutalidad que Ymir teme. ¡Muchas gracias por compartirme tu opinión! De verdad espero que te haya gustado, cruzo los dedos.
Rivaifem: ¡Hola, espero que te encuentres bien en estos momentos! Lastimosamente Levi por ahora no está ni enterado de que Eren la está pasando tan mal y la espera también tortura a Eren porque su futuro es incierto y no sabe qué le espera. Petra definitivamente supo cómo mover sus cartas hasta cierto punto y por el momento tiene todo fríamente calculado así que nuestro pequeño cairen tiene que encomendarse al cielo y aguardar su oportunidad de oro. ¡Muchas gracias a ti por leer! Siempre es agradable verte por aquí, me hace muy, muy feliz. ¡Un abrazo enorme!
Kurokocchii0: ¡No agradezcas nada, me siento muy contenta con tenerte siempre para apoyarme y recordarme cuanto adoro escribir este fanfic! Honestamente me gusta mucho describir los escenarios porque me sucede como a ti cuando veo películas o dramas de esas épocas antiguas; sus escenarios son hermosos y me inspiran a dibujarlos en la historia para que ustedes se puedan hacer una idea más clara de donde se desarrollan los acontecimientos. Cuando la vidente dijo que Eren estaría atravesando momentos difíciles hablaba muy enserio, además Petra apenas está enseñándole una de las muchas caras que posee porque incluso Ymir reconoce que su señora es una mujer brutal. Ymir definitivamente está muy descolocada por lo sucedido y no entiende qué fue lo que falló en el plan pero pronto averiguarás su posición cuando lo entienda. Y Zeke es un personaje silencioso que siempre está ahí cuando la ocasión lo amerita, creo no solo tú desconfías de él, a veces la gente que está cerca de Petra da mala espina jajaja ¡Se vienen más escenas adorables entre ellos! Pero no puede haber recompensa sin haber sufrido un poquito más. Muchas gracias por tu incondicional apoyo y espero que hayas disfrutado de este capítulo tan extenso, pero que de alguna recompensa que hayas esperado tanto ajajaja ¡te mando un abrazo y un beso enorme hasta tu casita!
12: ¡Muchas gracias por leer! El suspenso continua porque Levi no sabe ni siquiera lo que está sucediendo afuera pero en el siguiente capítulo ya sabremos un poco mejor su reacción. ¡Te mando un abrazo gigante!
kotoko-noda: ¡Hola! Petra es una persona muy meticulosa cuando planea las cosas además de poseer el ingenio de un estratega así que no es raro que ella siempre use algo a su favor en cualquier situación. ¡Ella se encargará de resolver ese pequeño detallito! ¡Te agradezco por leer y siempre estar aquí dándome tus opiniones! Lo aprecio un montón ¡besos!
Xochilt Oda: Aaaw tus palabras son muy bonitas además de que hacen sentir aliviada de saber que seguirás leyendo a pesar de la demora jajaja. Es que Petra siempre hace que las cosas resulten a su favor y al mismo tiempo queda como una pura paloma y eso que aún no ha sido vista mostrando todo su potencial, por lo que se vienen muchas más sorpresas. Eren por otro lado tiene un futuro incierto por el momento además de que Levi ni siquiera ha podido salir de ese palacio por lo que él es ajeno a la situación sin embargo las oraciones de Eren deben surtir efecto en algún momento ¿no? Porque necesitará mucha sabiduría y fuerza. Zeke es un personaje del que realmente no se conoce muy bien por el momento pero creo que con este capítulo te has dado una mejor imagen de él ¿o tal vez no? Es un hombre muy misterioso. Y tu pregunta sobre Petra, esa tendrá que ser resuelta al final del fanfic jajaja creo que muestra muchas caras y a veces uno llega a pensar que tiene un rastro de humanidad pero luego muestra su cara malvada y ya no sabes qué pensar. Es mejor que lo leas por ti misma cuando llegue el momento. ¡Mil gracias por tu review, espero leerte pronto!
Scc Ccu: ¡Hola! Sí, Christa era muy inmadura e infantil, se dejó llevar por los sentimientos equivocados y además vio las cosas donde no las había así que prácticamente buscó su muerte pidiendo ayuda a una persona como Petra. ¡Ese veneno era de calidad! No por nada fueron días y días de preparación jajaja pero hay algo importante ahí que más adelante te aclarará ese detalle. El pasado de Petra e Isabel es uno de los misterios del fanfic porque en el pasado se ha visto a Petra dibujando y rememorando a Isabel con añoranza, a veces la evoca cuando ve a Eren, sin embargo su relación no es del todo clara, solamente se sabe que hay un montón de historias detrás de ella. Aunque, de cierta manera en este capítulo hay una indirecta a Isabel… no digo más jajaja. ¡Mil gracias por leer y siempre estar atenta!
Ilse Masen: ¡Hola, muchas gracias por tu review! Tristemente las historias de la familia real tienden a repetirse, son como una especie de maldición, pero recordemos que Eren está protegido por la poderosísima Kuan Yin jajaja es un gran amuleto de protección.
AmbrelaKing: Eren aún permanece encerrado ¡y Levi ni siquiera sabe qué está pasando! Todo se acomodó conforme a la voluntad de Petra jajaja ¡mil gracias por leer!
chaerinchain: ¡Gracias bonita, espero que te haya gustado este capítulo también, mil gracias por leer!
Lala Dmo: ¡Mi Lala hermosa! De verdad no tengo palabras para decirte cuanto valoro tu amistad, compañía y apoyo, eres un ser de luz que merece lo mejor de esta vida y las que vienen. Nuestra última conversación me llenó de tantos ánimos que el capítulo lo terminé de tirón. Siempre me siento mega emocionada cuando hablamos del fanfic y en especial de todo lo que sucede con cada uno de los personajes ¡no olvido que tengo un detalle para ti! Y Petra a mí también me causa un conflicto porque es muy dulce y amorosa a veces (sobre todo con Farlan) pero luego tiene esos arranques extraños donde actúa egoístamente y usa muchos trucos para salir indemne, además de tratar a Eren como si se preocupara realmente por él. Christa es todo lo contrario a ella en el sentido de que no posee mucha inteligencia para actuar jajaja además de que confió en la persona menos indicada para contarle tus planes pero bueno, morir es la consecuencia de sus acciones imprudentes. Tal vez nunca sabremos si al morir ella culpó a Eren o Petra por esa traición. ¡
¡Levi se está portando muy bien con él! Va enserio con él y lo ha demostrado, aunque lento porque ya sabes que él no confía mucho en las personas debido a sus relaciones pasadas y las actuales, pero al menos sabemos un poco más sobre su decisión de hacer consorte a Eren. Y te confieso que a mí también me gustan los momentos en los que Levi toma su papel de emperador y trata los problemas del imperio y los asuntos del Estado, es como que adquiere un aire más poderoso e inalcanzable (me encanta como se refieren a él como "padre de la nación" o "Hijo del Cielo") y Erwin también es de mis personajes favoritos, no sé, lo imagino muy caballeroso y cálido siendo atento con todos los que le hablaban. Creo que más de uno tiene un crush con él en esa ciudad jajaja. Hanji ya tendrá su momento de brillar en el siguiente capítulo, te lo prometo, él siempre aparece para añadir más misterio además de que vas a adorar su participación. Creo que me extendí en tu respuesta jajaja ¡te envío un abrazo gigante y ya sabes que puedes escribirme para cualquier cosita!
akihikop: ¡Hola, hola! Es que entre más asciende Eren más complicado es el camino por eso tiene que aprender a resolver estas situaciones que lo harán más fuerte y duro. Por otro lado Petra está en una posición muy favorecedora, así que seguramente hará todo lo que tenga en sus manos para permanecer ahí. ¡Gracias por tu review! Espero que te haya gustado y tengas nuevas teorías. ¡Un abrazo!
Therza c: ¡Awww eres muy adorable! Tus palabras me derriten, te agradezco tanto que hayas leído la historia, realmente disfruto escribir todas las cosas que mencionaste y me emociono cada vez que alguien coincide conmigo. ¡Te mando un beso y un abrazo gigante!
Hyuuga Mokame: ¡Gracias por tu review en el capítulo pasado! Me agrada saber que amas al fanfic tanto como yo, es que me pone una sonrisa en el rostro leerlo. Petra sí tiene sus métodos para actuar y créeme que ella no hace algo sin tener un plan trazado así que Eren tiene que ser muy astuto para librarse de su yugo. Levi por su parte aún no lo sabe como ya vimos está encerrado en el palacio pero pronto la noticia llegará. ¡Espero leerte pronto, un abrazo!
Just my weirdness and I: ¡Lo siento! Pero ahora no es una falsa alarma, realmente es el capítulo jajaja y muchas gracias por ser tan paciente, espero no haberme demorado tanto desde lo del aviso. ¡Espero leerte pronto!
Janeth: ¡Gracias hermosa! Y espero que no haya sido muy larga la espera, realmente quería actualizar pronto pero ya sabes que el estudio implica mucho tiempo. Estoy feliz de regresar con el capítulo por fin. ¡Disfrútalo, está hecho con lágrimas de estudiante y amor jajaja!
¡Nos leemos en un próximo capítulo! Por favor cuídense, recuerden permanecer en casa y si necesitan salir por favor tomen precauciones.
¿Un review? ¡Su opinión es muy importante para mí!