Las dos caras del destino

21º

En el infierno

¡Doble maldición! No puedo mover mi cuerpo; estoy totalmente inmovilizado. Me retuerzo, intento rodar o saltar y ponerme de pie, empero mis manos y pies están fijos en el suelo por esos hijos de perra que castran mis esfuerzos. Veo al hombre aproximarse a mi yugular con el cepillo de dientes, el arma homicida. Mi navaja está en el bolsillo, temblando con ansias, demandando que la utilice. Lástima, que no pueda alcanzarla. Todas mis defensas han sido agotadas. Lo que quiere decir que mi vida está por finalizar. ¡¿Y así es como voy a morir?! Entre todas las formas de ser asesinado... no hubiera designado una más patética. Entonces, ¿qué? ¿Dejo que venga la muerte y no hago nada? Pienso en Megan, diciéndome en voz baja, pero clara y fustigante que me aleje y cuando avanzo un paso, ella retrocede dos y, en adición a eso, aparecen unas llamas de fuego ascendentes, separándonos. No, por favor, ahora no, no quiero pensar en ella. Un escalofrío cruza mi espalda y rompe en pedazos mi corazón. La fuerza que me había impulsado tan lejos me ha abandonado. La imagen es remplazada por la mi padre. ¡No, eso es mucho peor! Estoy inerme. ¡No pienses más! ¡Evítalo; expúlsalo de tu mente!

Percibo a través del reflejo de la punta afilada del cuchillo la mirada de unos ojos afectados visiblemente y la cara pálida de un chico a punto de recibir el frío abrazo del eterno sueño... o tal vez no, ¡tal vez existe una esperanza!, ¡tal vez me quede una oportunidad! No, señores, hoy no me toca morir. Aguanto hasta que su aliento espeso con hedor a cebolla me sople el flequillo y me abalanzo, hincando los dientes en su nariz y prensando. El hombre reacciona con un aullido profundo y ensordecedor. Un grito del alma. Siento su sangre pegajosa y caliente correr por mis dientes y contaminar mi boca. Su dolor es contagioso, sin embargo, eso no me detuvo.

Los hombres aflojaron, ofuscados, y ya cuando sujetan a su compañero y se preparan para jalarlo levanto mi rodilla hasta su pene y lo despido. Te doy las gracias por el truco, Megan. El convicto es arrastrado por ambas fuerzas de repulsión y se desmorona graciosamente de bruces sin resuello, intensificando más el chillido. Halo las piernas hacia mi pecho, apoyo las manos al lado de cada oreja, ruedo en dirección hacia atrás e hiendo el aire con una patada y me empujo fuerte, incorporándome. Me limpio la sangre del mentón lo más presuroso que puedo y escupo al piso la atascada entre mis incisivos. Saco la navaja y subo mis puños, uno a la altura de mi cara y el otro de mi estómago —con el que manejo el arma. Ahora nuestras condiciones se han puesto más o menos parejas. El primer atacante yace con la mejilla pegada al hormigón y con las palmas protegiéndose, se descubre y dirige sus ojos brillantes como ascuas hacia mí.

—¡Olvídense de mí, idiotas! ¡Y acaben con él! —ordena, tirándole al preso más cercano su cepillo.

Éste salta hacia adelante con un gruñido de ira y blandiendo arriba el arma. ¿Por qué siguen mandándome bastardos forzudos? Si pude dejar medio ciego a Bullock, ¡¿eso no dice que conmigo no funciona?! Tener un cuerpo enorme y unos brazos nervudos no es sinónimo de que sea igual de ágil o raudo o listo, que los aventajo por mucho bajo esos términos. Y éste no será diferente, advierto que algo anda mal con su pierna izquierda —es poco perceptible, pero no difícil— e intuyo que posiblemente fue por una lesión que se hizo hace unos años. No logra sorprenderme y pronostico su estocada, intercepto su muñeca en el momento justo en que descarga sobre mí su arremetida. La desvío. Él se resiste y braceamos así que, para inclinar esta batalla a mi favor, lo pateo en su espinilla de cristal, le clavo un puñetazo en la mandíbula y le hago un corte frontal en el abdomen. Me doy la vuelta y lanzo un puntapié contra la clavícula del hombre que intenta sorprenderme por la retaguardia y al punto envío hacia atrás un codazo, el codo se entierra en la nuez de Adán y le arranca la respiración al recién recuperado. Sus rodillas sin vida caen pesadamente y sé que no puede pelear más. El último regresa a la contienda en modo de ataque ofensivo y hace presa mi garganta. Entonces lo golpeo en la cabeza con la culata de mi navaja y se desploma bocabajo. Respiro con aspereza y lo tomo del brazo, arqueándolo. Ladea la cabeza para verme.

—Qué patético, me tardé en vencerlos en seis minutos, si van a contratar a alguien para que me extermine ¡que envíen a un profesional! ¡Y no a tristes payasos como ustedes! ¡¿Chase les pagó, cierto?! —el forajido no me responde. Se abstiene a sólo mirarme con esa expresión que mezcla el rencor y el asombro— ya estuvo bien; me harté de este jueguito estúpido —mascullo. Deslizo la mano hasta la falange y lo doblo de golpe, cuando los rasgos faciales del individuo se deforman convulsivamente sé que le he roto el hueso— ¡contesta cuando se te habla, piojo! ¡¿Ahora vas a decirme o te fracturo el siguiente?! —amenazo.

—¡No, no, no! ¡Está bien! ¡Lo diré! —suplica el aludido. ¿Ven que es más sencillo si todos cooperamos?— no sé si fue el tal Chase; el que nos dio las órdenes fue PandaBubba. Vino alguien a entrevistarse con él y le propuso que se deshiciera de ti, a cambio lo sacarían de aquí...

—¿Y ustedes qué ganan con eso? ¿Dinero?, ¿o su libertad? ¿Los recogerá en su limusina en persona? ¡Miren eso! ¡Qué generoso es mi hermano! —comento sarcástico.

—¡Ustedes!

¡Demonios; lo que me faltaba! ¡Testigos y son los guardias! ¡Estoy metido en un grave problema! Agarro su cabeza y la estrello, quitándole la consciencia. Me erijo y echo a correr.

—¡Vete a llamar los refuerzos! ¡Yo iré a detener al prisionero!

El pasillo por el que voy se ve ensombrecido por una luz roja parpadeante, acompañado por el disparo del ruido agudo de una alarma de emergencia y la voz del altoparlante que llenan cada esquina: ¡atención! ¡Atención a todos los oficiales, el prisionero número cuatro mil veinte está en fuga!... Y por ahí se iba. ¿En dónde demonios pienso esconderme? Mientras esté en sus dominios, tarde o temprano, me van a encontrar. Al igual que no hay un sitio en donde ocultarme, tampoco hay salida. Pensándolo más pausadamente, fue una tontería correr, ¿de qué se supone me voy a escapar si ya estoy en el infierno? Aunque de todas maneras eso no habría eliminado mi castigo: pese que no inicié la pelea y mis movimientos fueron en defensa propia, ellos solamente tendrán el concepto mental de mí empuñando una navaja y un tipo magullado a mis pies. Eso me costará pasar la noche en la celda de castigo. Me topo con un cruce y elijo el de la derecha casi al azar. Si iba a quedarme, quién sabe cuánto tiempo; me sería útil conocer la red de pasillos y sus atajos. A mitad de camino, mi tobillo se encorva y me doy contra una pared cuyo empapelado cuelga a tiras. ¡Con razón! Los de mantenimiento enceraron el piso, pude saberlo por el resplandor que difunde al filtrarse la luz. Continúo, pisando aquellos puntos en que lucen secos.

—¡Ni se te ocurra! ¡Será mejor que no intentes ninguna de tus triquiñuelas y te devuelvas! —Proclama el guardia— ¡vas para la celda de castigo, Young!

El hombre me alcanza y alarga el brazo, mi mano se cierra en torno su muñeca y lo apuñalo en un costado, haciéndolo retroceder para presionar la herida y contener el flujo. Lo cojo de la nuca y lo arrojo. El policía se tambalea peligrosamente, no obstante, recobra el equilibrio y se arma con su macana. Tira un golpe que bloqueo con mi brazo. Ataca por segunda vez y yo me agacho a tiempo, dibujo un círculo con mis pies y le propino un puntapié, en seguida contraataco con un golpazo que se estampa contra su clavícula, al mismo tiempo su macana me asesta, aunque he movido la cabeza para eludirlo. Mi visión se plaga de estrellas y los contornos de mis ojos se empañaron. Mis tímpanos pitaron. Me paso ambas manos por el cabello, enjuagando el sudor, pero éstas se humedecen más que gotas de agua salina: sangre.

El siguiente golpe abofetea mi mano y me desarma. El dolor me aturde. Miro por el rabillo del ojo en qué lugar ha rodado mi navaja; está muy lejos para que pueda rescatarla. A excepción de otra cosa que podía aprovechar: el carrito de limpieza. Me deslizo con mucho cuidado para que no notara mi plan, fingiendo que había perdido la pelea sin mi arma. Y la tumbo. El guardia da un respingo y yo me expulso encima, derribándolo. Nos desplomamos de espaldas. Le arrebato de la mano su macana y sujetándola, como si mi vida dependiera de ella, le respondo, sin violencia, casi maquinalmente, todas las acometidas contra mí; ni cuando vomitó una débil exhalación sanguinolenta ni cuando su cuerpo saltaba fuera de control de un lado a otro paré: sino fue cuando él se asió de la cadena de Megan y rompió el seguro, es que salgo del estado de ensoñación que me había poseído y retorno a la realidad, reencontrándome conmigo mismo luego de haberme extraviado. Brinco, vuelvo hacia atrás y observo lo que había hecho. ¿Qué podía hacer? Cohibía mi camino, yo hice lo necesario para sobrevivir. Sí, eso es… entonces, ¿cómo es que mi uniforme está salpicado con su sangre? Ambos nos miramos el uno al otro un horrendo minuto. Las lágrimas ahogaron sus ojos y mi inhalación se entrecorta.

¡¿Qué es lo que he hecho?! ¡Maldita sea! Percibo que aún tengo la macana en mi poder: la tiro al instante. ¡¿Qué hago?! ¿Sigo corriendo por mi vida o llevo este hombre herido a la enfermería? La decisión es obvia, guindo el brazo del guardia en mis hombros y engancho la mano en su costado. Nos vamos trastabillando, si bien realmente yo me voy caminando y cargando su peso, devuelta por la misma senda. En esto, recuerdo que olvidé la cadena y la había dejado a unos tres metros de donde nos ubicábamos. La policía aparece al momento. Llevarme al guardia me retrasaría, así que me desenredé de él, sus compañeros ya se harían cargo de que recibiera el tratamiento, y retorno galopando. Me precipito sobre la cadena, tropezando en el proceso y despeñándome. La agarro y la aprieto contra el pecho en tanto la turba me asedia. Varias manos me alzan forzadamente y me embargan para que no pudiera huir y el resto me apalea con la furia frenética de sus macanas hasta postrarme.

—¡ELLOS ME ATACARON! ¡TODO LO QUE HICE FUE EN DEFENSA PROPIA! —rujo, inútilmente porque sé que no me escucharán.

Recibo una patada fulminante en el estómago. Gruño de dolor. El pie de alguien me parte el labio y una macana lo repite con mi ceja. Reprimo una mueca; mordiéndome el interior de las mejillas. Un golpe vulnera mi hombro convaleciente. Se me aguan las pestañas y grito a todo pulmón. Eso me hierve la sangre y ésta me recorre del entrecejo a la barbilla. Me hago un ovillo y encierro en un puño la cadena para protegerla. Atizan sobre mí una avalancha de azotainas tan violentos que oigo tronar algunos de mis huesos. El pecho y el hombro me arden como nunca. Y no veo más que negro. A la sazón, uno me aprehende del cuello de la braga anaranjada y así me conducen a la celda. La prenda se me clava a la glotis, presionándola, por lo que jadeo con dificultad. Me echan a un rincón. Ni me ha dado chance de erguirme cuando me duchan con un chorro poderoso de agua helada. Extiendo el brazo libre como si mi mano pudiera estancarla. Noto que uno de los oficiales sostiene una manguera.

—Estás todo pulgoso, a lo mejor necesitas un baño fresco...

—¡A ver si con el agua fría se te quita lo loco!

A bajos grados de temperatura el agua puede quemar. Sin resistir más la piel desnuda de mi mano, expongo el brazo y me resguardo con un abrazo. Fuera a donde fuera me perseguiría tal cual una vil alimaña. Aumentan la potencia y tratan de mojarme de pies a cabeza y me aproximo. Me apodero de la goma y apunto la pared. El hombre se niega a soltarla y busca arrebatármela, consigue abofetearme antes de que intervinieran los otros. Quise bloquearlo, pero en cuanto moví el brazo: me encojo automáticamente, vencido por una palpitación que sacude mi cuerpo de ramalazo.

—Ya déjalo. Debemos atender a Shaw —dice uno.

Ellos cerraron el portón de hierro, primero que yo llegara. El dolor es intolerable, peor de lo que creía. Sospecho que esos perros me quebraron una o dos costillas. ¡Coño! Soy patético. Me doy asco. ¡¿A qué quedó reducida esa resistencia y esa fuerza que me llevó a derrocar a una decena de enemigos a la vez?! Tuerzo la boca y desciendo poco a poco. Me afianzo con una mano. El frío cala mi sistema y siento un vacío en mi vientre; aun cuando he invertido mis esfuerzos en evitar el agua: me empapé demasiado. Ahora no, sin embargo, pronto voy a presentar hambre y los que son enviados a la celda de castigo no son liberados hasta luego del día siguiente. Si es que no contraen una neumonía. O muere por desangramiento masivo. Carente de ánimo me tiendo bocarriba ex abrupto. Puedo perdurar una noche sin comer, sin beber y usando jirones embebidos. Puedo tolerar el malestar que me producen mis lesiones. Emito un alarido ronco de pensar en ellos, no muy duro. ¿Cuál de las tres me torturará más? Gimo. La habitación es cuadrada y hay tan poca luz que sólo atisbo la silueta de la puerta. Huele a lodo. De improviso la luz ardió con reciedumbre, hiriéndome la vista. Entrecierro los párpados.

—Omi —susurra una voz—. Omi, ¡despierta, hombre! —me pide.

La reconozco. ¡Y no puedo creerlo! ¡Es imposible que sea…! Debo estar soñándolo porque ya soy capaz de retomar las fuerzas que me fallaban y levantar la cabeza. Todavía viéndolo, me mantengo incrédulo. ¡Es Omi! Bueno, quiero decir, es mí yo más joven: cuando apenas era un tierno niño. Ahí sentado en posición de flor de loto, su banda alrededor de la frente y con un videojuego en manos.

—Pero, ¡¿cómo es que...?! ¡Tú no puedes estar aquí, se supone que moriste! ¡Yo te derroté!

—No seas bobo; tú no puedes deshacerte de mí sin que te deshagas de ti también —rezonga, dejando caer sus cínicos párpados caídos—. Creí que lo sabías o intuías.

—Entonces respóndeme esto: ¿para qué te molestas en venir?

—Lo de siempre: vengo a cumplir con mi trabajo, ¿cuál es? Vigilar que no cagues nuestro futuro y prestarte mis consejos —resopla adelantándose.

—No seas grosero —reprocho.

—Tú dices groserías, ¿qué hay con eso? —replica encogiéndose de hombros, sin voltearme la vista.

—Eso es diferente: yo soy adulto y tú eres un niño.

—¡Oh, no! No es diferente. ¡Uf, rayos, esto se quedó sin baterías! Bueno —Omi sacude su consola y la bota a un lado. Se acuesta junto a mí y dura callado unos segundos—. Sabes, tú eres bastante parecido a lo que imaginé que quería ser de adulto: alto, guapo, genial, cínico, brutal, fuerte, inteligente, ambicioso y un maestro inmune en el Shaolin, sé que la mayoría los tengo, pero deseaba conservarlos en mi vida adulta; quitándole esos arranques de locura y que iba a relacionarme con esa niña molesta...

—Tu mente no se ocupaba de esas cosas —razono.

—Pudiera ser, a lo mejor habría cambiado de opinión si hubiera tenido indicios de que al crecer ella sería tan sexy —lo miro con mayor austeridad que de costumbre. Omi no le dio interés, típico en mí en no tomar en serio las amenazas—. Oye, es tu pensamiento; yo repito —se excusa—. En fin, no voy a molestarte visitándote toda la vida, sólo hasta que ya no me necesites me marcharé...

—¿Y cuándo será eso?

—¡¿Y cómo voy a saberlo?! Soy un espectro de tu mente, no tengo ni la mitad de sustancia material que tienes tú —resopla, rodando los ojos—. Confórmate con que ahora no, eso es seguro. Por cierto, despreocúpate de lo que pasó la última vez: no te guardo rencor, en serio —reafirmó al repasar mí mirada suspicaz— o sea, ¿quién soy yo para juzgarte? Digo, creo que yo obraría de igual manera a como lo has hecho hasta ahora, pero ¿sabes lo que ocurre? Que nos absorbe mucho nuestras metas y sin querer sacrificamos las cosas verdaderamente importantes y lo perdemos de vista, volviéndonos ciegos. ¡Piénsalo! Ahora podríamos estar en casa preparándonos para salir con una novia ardiente y a punto de presentar la prueba en la academia de policía, ¡ja, yo trabajando al servicio de la ley y el orden! ¡¿Quién lo hubiera creído?! —comenta—. Y me parece que era lo que Kimiko intentaba decirnos hace añales, ¿esta búsqueda vale la pena negarnos a ser felices? La vida es muy corta y si me lo permites decir, sin excitar tu enojo, tal vez todo esto debía pasar: nada más el que ha sufrido es capaz de comprender y perdonar a los otros. Tal vez sea el proceso antes de dar un paso para algo trascendente. Es lo que quería que el abuelo aprendieras, ¿te viene a la memoria?

—Sino has sufrido es porque no has amado ni vivido de verdad —añado—. Lo sé, mas con frecuencia sucede que no es difícil asimilarlo, en contraste es ponerlo en práctica. No puedo perdonar a mi hermano ni a Tiny ni...

—¿Ni a ti? —Me interrumpe Omi—. Eres muy duro contigo mismo, no digas que no.

—¿De dónde sacas tanta cháchara reflexiva? Pareces una enciclopedia filosófica y eres un pequeño mocoso —inquiero con la voz estrangulada.

—Bah, son los efectos de tu fiebre que te están poniendo sentimental. ¡Y aclaración! No las digo yo, las dice tú: tú y yo somos una sola persona —señala Omi, tendiéndome la mano y asiendo la mía. Tal vez deba incursionar a ser escritor porque mi imaginación es muy viva: sus dedos están congelados y tensos para ser una ilusión—. Lamento no haberte ayudado más.

—Qué va, no es tu culpa —sentencio cerrando los ojos. Y no dijimos más.

Ya nada me duele, el estómago ha dejado de rumiar y me he amoldado al temple frío, pese que titirito. Trago saliva: no había atendido con anterioridad que mi laringe está seca. ¿Qué esta búsqueda no significa nada, tras todo lo que atravesé, perpetré y renuncié? ¡No, eso no es terminante! Si recientemente por fin localicé a Komodo, que tantos meses de ardua labor me llevó. Lo recuerdo con bastante claridad: faltaban algunos kilómetros para que nuestro recorrido en autobús llegara a su desenlace y yo ya había descargado un mapa de la ciudad que nos daría hospedaje; apeteciendo codearme de antemano con este nuevo ambiente —no he salido de mi ciudad natal por años. A duras penas visité una sola vez mi tierra de origen con mis padres y con Chase, China, y no he vuelto hacerlo. No me siento intimidado por este cambio radical; en realidad estoy extático— y venteando cada sitio desde las avenidas con mayor circulación (en particular en las que transitan los camiones blindados que transporten mercancía valiosa), pasando por viables escondrijos y pubs de poca monta para tenerlos en consideración más adelante. En el asiento de adjunto, Spicer devoraba un tazón de pudín de chocolate y trocitos de galletas. Sus modales alimenticios dejaban mucho que desear.

—¡Diablos, Jack, suponía que los ricos poseen mejores conductas en la mesa que el hombre común! —me quejé sacudiendo las miguitas de mi pantalón.

—¡Toc, toc! Ya no soy rico, ¿lo olvidas? —Graznó Jack—. Espérate que te encierren siete años en una hermética y mugrienta celda y te sirvan de comer mierda, ¡estarías igual que yo!

—Ja, en tus sueños —reí socarrón y volteando los ojos.

—De niño era mi postre favorito. Cuando crecí lo dejé porque andaba algo presumido con respecto a mi figura y quería mantenerme delgado...

Spicer se extendió departiendo una sarta de pistoladas que no merecían el crédito de mis oídos y tal vez a nadie. Fingí seguirle el hilo mientras reanudaba en mi tarea. Hice memoria y pensé que Megan, su sobrina, era un desastre comiendo igualmente: engullía en enormes proporciones, a menudo me preguntaba cómo había espacio para tanto en su boca, y nunca desperdiciaba un bocado, aunque éste se cayera al piso por accidente. Se manchaba los labios siempre. Ha sido la única chica que he conocido con el apetito tan voraz como el de un chico, empero eso no debía ser asqueroso: yo lo encontraba adorable. Y, ulteriormente, de novio era un hábito mío limpiárselos cada vez que comíamos.

—Tal vez sea genético —murmuré de modo inconsciente, escrutando mi mapa.

—¡Te escuché! —espetó Jack, indignado—. No me digas que lo voy a adivinar, ¿tú lo dices por Megan? Sí, ella toda su vida ha sido toda una comilona, ¡es una ternura! Veo que no ha cambiado en mi ausencia —sonrió complacido. Yo tosí con disimulo y Spicer bajó las cejas, avergonzado—. Sé que te prometí que no iba a presentarme con ella, es que cuando me la describiste me entró mucha ilusión de volverla a ver y comprobarlo por mí. No es que no confiaba en tu palabra, sino que yo no he sido un buen tío y...

—¡Entiendo! Como todas tus probabilidades para ser padre de familia, o que haya una chica que te ame, se han extinguido has decidido adoptarnos a los dos ¡eso, ¿no?! —insinué realizando un ademán y sin perder la sonrisa.

—Está bien, está bien, búrlate, señor incrédulo —resopló resignado—. Ni tú ni el mundo lo aceptará, no obstante, yo quiero ser un hombre diferente al que fui ¿tú no crees en segundas oportunidades? ¡No respondas! —saltó Spicer, percatándose de que no sería buena idea que yo contestara—. El punto es que quise darle un vistazo y ¡guau! ¡Es una mujercita! Casi no la reconozco de no ser por ciertos gestos suyos: es bonita, comprendo por qué te atrae tanto —abrí la boca para replicar, sólo que Jack seguía encasillado en su monólogo— ¡y cómo se ha deteriorado! ¡Con ese tinte, los tatuajes, los pircings, las perforaciones!

¿Y qué esperaba? Su preciosa sobrina es una florecilla salvaje, no una flor virginal de jardín. Puse una mueca. Y esto lo añado ahora, las cosas que menciona les aseguro que no era para montar un melodrama: es un único pircing en el ombligo, los tatuajes son diminutos, son algunos mechones de su cabello los que están teñidos y quizás sí tiene razón con lo de las perforaciones, nomás ¡así son las mujeres! ¡Les encanta hacerse cosas, según ellas para embellecerse, y adornarse el pelo! Y creo que esos detalles convierten a Megan en Megan, un ser especial. Sí es hermosa, lo es y nada de lo que se ponga la hará parecer menos de lo que es.

—No sé por qué te quejas, te aceptó tal como eres de buen grado con antecedentes penales y tu reputación arruinada ¿o no? ¿Por qué criticas su aspecto? —Refunfuñé con irritación—. Lo más que puedes hacer es agradecer su bondad: si yo fuera tu sobrino te habría echado de mi vista. Además, te estás ahogando en un vaso de agua: ella no se ve mal.

—Dije que no me simpatiza lo que ha hecho consigo; no que desagradezca su atención. En cierta medida sí me aceptó sin objeciones ni arrugar la cara como si fuera mierda; reaccionó sorprendida en cuanto nos vimos la primera vez. Ya, yendo en serio, existe algo de lo que te quiero hablar y es sobre la propia Megan: se siente muy mal con lo que pasó entre ustedes, no estuve presente en el momento y ella no me refirió con lujo de detalles, yo casi tuve que sacárselo con cuchara, pero la conozco bien y sé que es una buena muchacha. En todos los años que la llevo tratando ella jamás me había parecido tan tranquila, imagino que tuvo que haber sido una discusión fuertísima para que alterara a cercén su estado de ánimo.

—¡¿Ah, no?! ¿Y tuvo que esperar tan tarde? ¡Me vio la cara de imbécil, por obviar que se entrometió sin derecho en mi vida y me hizo quedar en ridículo delante de todos...! —ladré a la defensiva.

—Una cuadrilla de delincuentes, querrás decir —corrigió Jack con sutileza—. Escucha, los problemas se clasifican en dos conjuntos: los que valen la pena enfadarse y los que no merecen ni el interés, y yo pregunto ¿esta discusión es motivo para que se pierda su amistad? Lo ignorarás o quizá seas muy mezquino y arrogante para no querer admitirlo, pero tus ojos brillaban la vez en que me hablaste de ella.

Permanecí hundido en mi asiento con las manos agarrotadas y la quijada desencajada frente aquella ampulosa jactancia tan a quemarropa, no cavilaba que iba atreverse... cerré la boca y experimenté una ingrata sensación de turbación súper humillante. No me gustaba no tener la última palabra, empero si hablaba sería peor. ¡Cómo soy de lento! ¿Por qué no reparé que Meg era una mujer? ¡Yo lo toqué! Sus manos eran demasiado delicadas y suaves para que pudieran corresponder a las de un chico. Eso explicaría la extraña e indescifrable excitación de mis nervios cuando estábamos juntos. No había un chico en la tierra que jugara así con los jugos gástricos de mi estómago ni que me hiciera hablar tan ridículamente. ¡Una mujer, y justamente la única que pudo derrotarme! Ya no quisiera hurgar en la herida ni recordar. Luego de eso, él musitó unas palabras indefinidas —seguramente con relación a mi silencio.

Llegamos a la parada y desembarcamos nuestro equipaje. El aire era irrespirable a causa del calor; la corriente multitud de obreros y mujeres con sus críos; la visión de los andamios; el tan especial hedor que suele uno reconocer cuando el bolsillo de los habitantes es exprimido hasta pagar el último dólar del alquiler de sus apartamentos; las caras similares a los tapones de aceites de motor; los borrachos que se tropezaban a cada paso con sus talones construían, entre todos, un deprimente panorama. Supuse que en todas las ciudades (y pueblitos) debía de repetirse la misma vieja historia de siempre: penurias, hambre, dolor, injusticia, simpleza y conformismo, en fin, muchas cosas. Se apoderó de mí un fiero desdén altivo por todo y me sumí en el más recóndito y melancólico desvarío en el que me impedía ver lo que me rodeaba, entonces.

—¿Vamos a hospedarnos? —preguntó Spicer.

—Ahora no, comeremos primero en una taberna: el centro de chismorreo de la ciudad. Allí nos enteraremos quién durmió con quién, quién estafó a quién y, si la suerte nos acompaña, podríamos averiguar hoy sobre Komodo —respondí metiéndome las manos en los bolsillos de mi chaqueta—. Tú guías.

Spicer asintió, convencido de mi argumento. Nos fuimos a un bar mugroso y nos sentamos en el centro. El calor era más todavía sofocante que afuera; la atmósfera estaba tan cargada de vapores de alcohol que podría emborrachar a cualquier individuo en cinco minutos y los semblantes de los clientes, sin excluir al tabernero, no lucían mucho mejores allí: me dieron una impresión desagradable y pese que mi condición no es tan superior a la de ellos los consideré parte de una esfera demasiado prosaica para que les cruzara alguna palabra.

—¿Qué quieres pedir? —inquirió con amabilidad.

—No sé, lo que sea: dudo que vaya a ofrecerme algo en un plato limpio. Ordena tú por mí... —observé con desganas tras fijarme que una tos seca sacudía al tabernero de tarde en tarde.

Saqué mi celular y el boceto de Salvador que Tiny trazó para mí. Solapadamente cubrí mi celular con la hoja. No es un modelo caro, empero quién sabe lo que pueda suceder en este barrio de delincuentes. Por otra parte, porque no quería que Spicer fisgoneara mis cosas. No había ningún mensaje en mi buzón. Mi padre me preocupaba y no sabía si escribirle, no me gustaba tener discusiones acaloradas en momentos así; bien que era la única forma que me dejase ir y cuando aludió furtivamente al suicidio no pude pensar en otra cosa: la cobardía es inexcusable y la debilidad menos. Por muy deshonrosa que sea mi situación, los hombres fuertes no se avergüenzan de sus actos ni se van por la vía fácil, por ende, no huyen de ellos. Con que me arrepintiese y pidiera perdón no bastaba; a no ser que lo demostrara: no estaba en mis manos desandar el tiempo y corregir las cosas y que éstas salieran como me gustaría que fuesen. La cuestión era qué podía hacer por el presente. Si mi abuelo no hubiese muerto, ¡sería más sencillo! Mierda. Pellizqué el puente de mi nariz, previniendo una migraña.

—¿Problemas en casa?

—¿Qué te hace pensar eso? —gruñí.

—Sin ofender, no me pareces el tipo de chico que tenga tiempo para una novia —respondió Spicer, golpeando el dibujo de Cumo.

—No me molestes: quería saber si Tiny había cumplido con algo que yo le pedí —mentí.

—Uhm —vaciló Spicer, moviendo la pierna—. De casualidad, ¿tú nunca has pensado hacer algo normal en tu vida?

—Yo soy normal y todas mis acciones también —contrapuse — si lo dices por mi madre, ¿qué persona no querría saber qué sucedió con la mujer que lo trajo al mundo?

—¡No, hombre, hablo en serio! —le lancé una mirada asesina de advertencia. Él modificó el tono—. Bueno, digamos que milagrosamente descubres lo que le pasó a esa señora, listo, sanseacabó, ¿qué harás luego? ¿No has pensado en eso?

—Claro —aseveré con la voz firme y una nota de impaciencia. Miré el techo—. Conseguiré un trabajo a tiempo parcial; meteré mi planilla, aprobaré la prueba e ingresaré al cuerpo de policías y, cuando haya ahorrado lo suficiente, me compraré un apartamento de soltero.

—No suena mal —admitió—, aunque eso de ¡¿tú policía?! Esa no me la esperaba, tú violas la ley y, conociéndote, la usarías para crear más maldad; pero eres inteligente, deductivo, te gusta trabajar en el campo, testarudo y diligente. De esta suerte podrías encajar en el perfil. Sólo que lo preguntaba por si pensabas en un futuro lejano formar una familia y esas cosas.

—¿Tan nostálgico te sientes, por lo que no tendrás, que te intereso?

—Cerca, no sé cómo explicarlo: hay algo en ti que me recuerda a mí cuando era más joven. Un muchacho dotado de buenos talentos con grandes ambiciones y ansias de comerse de un bocado a todo el mundo, que, sin embargo, descuida un poco la parte afectiva. Así te veo. Sabes, es realmente bonito cuando tienes a alguien que le importes, además de tu familia, y a final de cuentas somos seres humanos.

—Nunca me he visualizado como padre de una familia o un esposo: mi ejemplo no ha sido el mejor, he crecido en el seno de una familia disfuncional que lentamente ha resurgido de la decadencia y concerniente a las mujeres siempre he declarado que representan un dulce tormento necesario en la vida de todo hombre.

Debí de suspirar al final de la frase o haber hecho algo extraño para que los vivaces ojos de Spicer, al instante, recobraran una expresión de desconfianza. No me afectó. Nos trajeron el desayuno y mi mal conocido echó manos a lo servido; yo proseguía abstraído por la imagen de Cumo. No es difícil encontrar a nuestro hombre por su fenotipo: un latino, con un aire carismático, perdido en un mar de estadounidenses; el detalle está en que era una ciudad gigantesca, con escondites de sobra, y éramos pocos. El vaivén de la gente era incesante a través del umbral. Daba igual, en esta obscuridad no había que ostentar miedo. La chusma había aprendido a olerlo a gran distancia. Agudicé mis oídos: una pelea de vecinos como a tres barrios de allí, un caso de infidelidad, un fraude en una compañía, blablablá… nada que pillara mi inclinación. ¿Y si llevaba mi investigación con el tabernero e inventaba una historia henchida de lágrimas? Mejor eso que sentarme y cruzarme de brazos.

—Oye, luego de esto tendremos que registrarnos en algún motel: ¡esta búsqueda nos podría llevar días, semanas, meses, un año! —chilló Jack.

¡Uf, Spicer lamentándose es como oír a una vieja solterona amargada! No lo interrumpí y dejé que arengara lo que quisiera. Y prorrumpiendo sonidos en los espacios congruentes y fingiendo prestarle atención. Entonces vino un camión de descarga. Ausculté el ruido de un motor afuera; un parloteo sinsentido, eran voces masculinas; y un roce, deduje que quizá de alguien moviendo unas cajas. Entraron por la puerta un trío de hombres transportando unos empaques, franquearon delante de la cocina y desaparecieron introduciéndose en la estrecha y oscura escalera de servicio. Uno de ellos se separó de la fila para hablar con una camarera, quedando de cara desde mi ángulo. Tenía puesta una gorra, y en cuanto meneó la cabeza ¡lo reconocí! ¡Salvador Cumo! Sin creer en mi suerte, me incliné desapacible sobre la mesa y miré periódica y velozmente del papel al hombre, cotejándolos. ¡Mis ojos no me engañaban! ¡Era él! ¡Dragón de Komodo! Komodo se despidió de la mujer con un ademán y se fue. ¡No lo puedo dejar huir! Me paré y lo perseguí a grandes zancadas en presencia del semblante atónito de Jack.

—¡¿Eh, adónde vas?!

—No digas nada y sigue allí copiando dictado.

Existían unos diez metros de trecho y no los reduje. Tal vez no era lo más sensato, ¿cómo lo iba a acorralar? ¿Cómo haría para que me dijera lo que ambicionaba? Se caducaba el tiempo: ya se estaban yendo, así que decidí seguirlos. Me desplacé a la línea de taxis y me subí a uno, le dispuse al conductor que diera caza de cerca al camión.

¿Sería tan obvio? ¿Acaso la idea de camioneros era una pantalla para ocultar su escondite y su ocupación o, en realidad, sí eran auténticos camioneros y Komodo estaba infiltrado entre tanto le hacía un trabajo a mi hermano? Lo descifraría dentro de unos escasos momentos. El camión nos condujo a un enorme almacén gris, una de cuyas fachadas daba al final y la otra a la callejuela. Podía accederse al lugar mediante puertas automáticas —eran supervisadas por tres o cuatro guardias de seguridad, tuve el placer de no toparme con ninguno y ellos de no enterarse de mi existencia— y en una de ellas aparcó el camión. Le pagué al taxi y me bajé. ¡Qué ventajoso! No cerraron la puerta y los demás se largaron, quedando sólo Cumo. ¡Era ahora o nunca! Avancé.

—Oye, guapo —susurró una voz femenina. Giré en redondo y comprobé que era una mujer con un vestido corto y un escote prominente, aislada en las sombras donde yo estuve parado hace unos minutos. Realicé un chequeo fugaz y nada más estábamos ella y yo, debía de ser conmigo.

—¿Es conmigo?

—Claro, ¿ves a otro hombre guapo en la zona? —me preguntó. Nunca me habían llamado así, quizá por eso me desorienté— ¿te gustaría dar un paseo por las estrellas?

Le sonreí de oreja a oreja. Bonita proposición y reconoció que era guapo, además, lástima que no estaba interesado porque era atractiva. No me mezclo con mujeres de la vida fácil: atenta contra mis principios y no me visualizaba tan patético e inmundo para acostarme con mujeres de una categoría ínfima a la mía. Ustedes conocen lo que opino de tener sexo con una cualquiera por satisfacer una simplona necesidad carnal y nada más: es una cosa atroz.

—Quizás —mentí—. De casualidad, bonita, ¿qué sabes de este almacén?

—Lo que todo el mundo sabe: es una distribuidora de alimentos que ininterrumpidamente ha operado por años, más de lo que podrían sumar nuestras edades juntas —respondió la puta, un poco aburrida.

—¿Y a ese hombre lo conoces?

—Es nuevo, comenzó a trabajar unas semanas.

—Perfecto. Muchas gracias.

Si conocía más y no quería compartírmelo, ya más adelante me encargaría de extraérselo —yo le interesaba, eso marcaba un progreso para mi beneficio. Primero iría con la fuente. Me acerqué a Komodo. Él estaba guardando unas cajas amontonadas, envueltas en plástico, en la parte posterior del vehículo. Le dije que me concediera ayudarlo y me incliné a levantar una caja y meterla en el camión. Que yo supiera mi hermano no es narcotraficante, pero no me extrañaría si cambiara. Y si es mercancía robada en aquella postura era inútil lo que yo pudiera hacer. Más allá de eso me preguntaba si sabía quién era yo. No imaginaba a Chase como un dibujante profesional ni estaba al tanto que se llevara consigo una foto mía o de la familia. Aun así, no descartaba nada. Unidos terminamos más pronto que antes.

—Muchas gracias —sonrió Cumo. Su voz era pausada y melodiosa y sus amagos estaban cargados con una gravedad burocrática.

—No hay de qué —dije yo, devolviéndole la mueca—. Oiga, estoy buscando empleo y me interesa trabajar aquí, ¿hay espacio para uno más?

—¿Por qué no? Son bienvenidos los hombres que desean integrarse al negocio, ¿eres mayor de edad, cierto? —ladeé la cabeza afirmativamente una sola vez. Cumo procedió, para ser un forajido hablaba con elocuencia y vivacidad—: muy bien, te aconsejo que vayas a hablar directamente con el jefe, no soy el que toma las decisiones, y le presentes tu currículum. No es necesario contar con experiencia, pero es el requisito que exigen. Para llegar a la oficina, doble la esquina y toque la puerta de hierro. Allí le indicará.

—¡Vaya! Es muy amable, se lo agradezco. Lamentándolo mucho, me temo que hoy no voy a poder pasar. Si no es demasiado el atrevimiento, me preguntaba si podía darme su nombre y teléfono por si necesito contactarlo para cualquier contingencia o pregunta —pedí con la intención más inocente y dulce que me pudo registrar en la voz. Cumo se tomó un minuto para pensarlo.

—¡Cómo no! Si me da el suyo, a lo mejor pueda hablarle de usted al patrón...

—En ese caso... por supuesto, soy Omi Young —me presenté.

El hombre efectuó un gesto increíblemente cuasi imperceptible para contener la sorpresa, el diminuto tic en la mejilla fue lo que lo delató.

—Salvador Cumo, mucho gusto en conocerlo —acordó.

Me alargó el brazo y yo sacudí un par de veces su mano. Todavía me incomoda este gesto occidental. Intercambiamos números telefónicos. Ya parecía que no quedaba más por hacer, a excepción de la despedida. Yo no me confié demasiado y tenía razón de sospechar, puesto que tan pronto como me separé: mi fina percepción recogió un crujido metálico y de reojo en la pared previne su sombra menearse, sosteniendo bien arriba un objeto cilíndrico. Me volteé y con precisión cogí la vara que cortaba en el aire. Él no dio su brazo a torcer y lidió. Como estaba haciendo mucho más esfuerzo que yo fue una tontería para mí dislocarle la mano, provocando que liberara su arma, y en vista de que era más bajo que yo, pude someterlo: atenazándole de la camiseta y manejarlo a mi voluntad. ¿De dónde la habría sacado? Ni idea, probablemente la tuviese ahí escondida durante todo el tiempo.

—¡¿Qué intentabas hacer, amigo?! ¿Matarme por tu cuenta? ¿O entregarme a mi hermano y reclamar tu recompensa? —mascullé—. Te sugiero que ni trates o podrías hacerme enojar y no te lo recomiendo. Decide, podríamos hacer esto por las buenas o las malas... ¡QUIERO SABERLO TODO EN ABSOLUTO, HASTA EL ÚLTIMO DETALLE, DE MI MADRE Y QUÉ PASÓ EL DÍA DE SU MUERTE: DEBO HABLAR CON CHASE!

—Olvídalo, niño, —berreó Cumo, a duras penas desplegando los labios en tensión— Chase se comunica contigo, no al revés, y si él no te ha buscado es porque sencillamente no quiere nada tuyo…

—¡¿Ahora resulta que debo solicitar una cita para hablar con mi propio hermano?! Escucha, idiota, no te pregunté si la agenda del señor está disponible o no o en qué día de la semana lo puedo ver ¡te estoy ordenando que me lleves con él!

—¡Qué no sé dónde está! ¡Nadie lo sabe! —vociferó desesperado.

Asimilé sus palabras y alteraron las facciones serenas de mi rostro. Mis dedos se crisparon de la ira y mis ojos chispearon de un modo horrible. En mi pecho discurrieron una serie de pensamientos para nada buenos y me vi dominado por ellas. ¡No estaba cooperando!

—¡Está mintiéndome! —rugí—. ¡USTED ES SU HOMBRE DE CONFIANZA, ¿CÓMO ES POSIBLE QUE NO SEPA SU UBICACIÓN?! ¡¿CON QUIÉN CREE QUE ESTÁ TRATANDO?! ¡NO SOY UN IMBÉCIL! —envolví mis manos alrededor de su garganta y apreté.

—¡Es un fugitivo de la ley, se supone que él debe cuidarse mejor las espaldas que el propio presidente! —Desentrañó con voz ahogada— ¡¿qué no entiendes?! ¡¿En qué idioma quieres que te lo explique?! No obstante, de una cosa estoy seguro: él no desatiende sus enemigos ni las personas que le importa, el jefe las conserva muy cerca...

—¡¿Me estás diciendo que Chase tiene un espía sobre mí?! —ladré, escupiéndole saliva. Su cara estaba muy azul y estaba cerrando los ojos— ¡HABLA!

—¡OMI, SUÉLTALO! ¡LO ESTÁS MATANDO!

Viajando a la velocidad de una bala, Spicer apareció de la nada y se coló en el medio de nosotros. Me apartó de un codazo, sobrecogiéndose que volviera a atacar. Komodo aterrizó en el suelo e inhaló ruidosamente para llenar sus pulmones de aire.

—¡No, no, no! ¡Déjame en paz, Jack! —respingué, empujándolo—. ¡Yo no me voy de aquí sin respuestas! ¡Si Chase no hablará, él cantará y de oponerse; lo obligaré a que me diga TODA la verdad!...


N/A: ¡feliz 2017, mis amados malvaviscos asados! Que este nuevo año sea para bien, les llueva la prosperidad, siempre tengan salud e irradien de felicidad. Primera publicación de Las dos caras del destino en el 2017, ¡primero de enero! ¡Aquí les traigo el capítulo veintiuno! ¡Tarde, pero bien seguro! ¡Qué capítulo! ¿No les parece? Sé que siempre comento un poco del capítulo, pero quisiera empezar recomendándoles una canción: "My demons" de StarSet.

Ésta es una banda que salió por primera vez en 2013 con un estilo muy similar al de Breaking Benjamin, 30 seconds to mars y Linkin Park (con lo que yo adoro a esas bandas, en algún capítulo saldrá una canción del primer y último grupo: lo prometo) y dando un repaso a la canción es una descripción exacta por lo que atraviesa Omi: la persona que amas es la indicada para salvarte de convertirte en la peor versión de ti, es el cuento de alguien que quiere (y pide) ser amado y sanado mientras vive en el sufrimiento. Entendamos que Omi está herido, tanto en el presente (la desesperación de su situación y el relego de Megan) como en el pasado (la muerte de su abuelo), y en ese estado no sólo su mente se desconecta de su cuerpo y pierde esa fría calma que lo caracteriza, sino que sale a relucir su lado más violento y es cuando más en contacto está con su lado oscuro, sus demonios internos. A final de cuentas, Omi es un pobre muchacho atormentado y no olviden lo que les dije sobre los hombres: frente a un problema que no pueden resolver o se encuevan o se vuelven déspotas, pues que los hombres no desahogan sus sentimientos como nosotras, las mujeres, sino son educados para resolverlo a los golpes *con acento mexicano* ¡porque así son los machos, no joda! Y, bueno, Omi está en el extremo por el dolor: la violencia.

Estoy consciente que fue muy peligroso poner esa escena tan violenta de Omi atacando a los presos y al policía, y luego esa crueldad contra nuestro protagonista y sin haber puesto "contenido adulto". En mi criterio digo que eso pudo haber sido mucho peor. Los pequeños de hoy en día hay que enseñarles el mundo tal como es en realidad: la vida es dura y podemos llorar si queremos. Y no sólo con sexo, sino con otros aspectos. Hay mucho de qué hablar. No engañarlos con una fantasía. Y tal vez dirán que estoy loca, pero cuando tenga mis hijos: su primer cuento será La sirenita de Hans Christian Andersen y su primera novela Los miserables de Víctor Hugo. Así será. Los griegos decían, Aristóteles principalmente, que nos educamos a través del sufrimiento y quien ha sufrido es sabio. Nuestra cultura deriva de la griega, ese sentimiento trágico de que la infelicidad nos acechará la heredamos de ellos nada más y menos. Lamento que este capítulo haya quedado largo, señores. Quería que tuvieran algo de lectura en esta semana y creo que lo logré. *Se aclara la garganta*, ¡muy bien! ¡Señores, me despido! ¡Cuídense, nos vemos en la próxima actualización de Las dos caras del destino: "Los hombres también lloran"! ¡Se les quiere mucho y se les respeta! ¡Hasta entonces espero con ansias sus comentarios y sus votos! ¡Ciao, ciao!


Mensaje para Isabel: ¡Hola, Isabel! ¡Feliz año 2017! :) ¡Oh, qué pena! ¡Cómo lo siento! Mi sentido pésame, ¡vaya forma de despedir el año y celebrar la navidad! —Conozco a varias personas, incluyéndome en que este año se les ha muerto un ser querido—, así es la vida: un ciclo impredecible en el que empieza con el nacimiento y terminas con la muerte; dale tiempo al tiempo y verás que después será mejor. Me parece que Omi te puede entender en el estado en el que estás. Agradezco muchísimo que aún así hayas podido pasar a dejarme tu comentario y leído los dos capítulos. ¡Oh sí! Y pronto verás a Raimundo y a Kim de nuevo. Sí, Megan no lo querrá admitir, pero sigue enamorada de Omi. ¡Deja ya el orgullo, chica! Keep calm and listen to cousin Jack! He knows that he's doing. Bueno, mujer, espero que este 2017 te traiga mucha alegría, salud, amor y bendiciones arrancando desde la primera semana. ¡Cuídate tú también! ¡Nos leemos en el próximo capítulo! :)