Disclaimer: El Potterverso no me pertenece, pero supongo que eso ya lo saben.
Este fic participa en el reto anual "Long Story 4.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Y esta es mi participación para este año. Espero que resulte bien, porque seguro que me estoy metiendo en un berenjenal de los buenos. Pero llevo semanas documentándome sobre diversos temas relacionados con la época victoriana y tengo aún un montón de libros que revisar y ese tipo de cosas. Espero no meter mucho las patas y que lo disfruten.
Este primer capítulo se lo dedico a Nea Poulain, que leyó la primera mitad y dijo que le gustaba. A ver qué opinas de la segunda, querida.
Ozymandias
Capítulo 1
Una noche en el teatro
'My name is Ozymandias, king of kings:
Look on my works, ye Mighty, and despair!'
-"Ozymandias", Percy Bysshe Shelley
Isla Black no era una bruja común y corriente. Para empezar, era miembro de la Noble y Ancestral Casa de los Black, una de las familias más ilustres del Reino Unido mágico. Su apellido había pasado por siglos de magos de sangre purísima y muy poderosos. Nadie había tenido nunca nada que decir sobre el linaje.
Nacida diez años después de su hermana Elladora, Isla siempre se había salido con la suya en casa de los Black. Por lo mismo, cuando al terminar sus estudios en Hogwarts había decidido ingresar a la Academia de Aurores, sus padres no habían opuesto resistencia. Sabían que su hija no iba a desistir.
A sus veintiocho años, Isla seguía viviendo con sus padres en la mansión familiar de Grimmauld Place. Sus hermano Phineas estaba casado y con hijos; pero si a alguien le parecía raro que ella no hubiera seguido ese camino, también sabían que era mejor no mencionarlo. La última vez que Elladora había osado hacer un comentario al respecto, Isla se había encargado de dejarla sin voz por dos semanas. Por supuesto, Elladora ignoraba convenientemente que ella misma no estaba casada. Isla sospechaba que lo suyo era más un problema de falta de oportunidades que de ganas, pero también sabía que enojar a su hermana era algo riesgoso. Una cosa era tomarla por sorpresa, otra muy diferente era enfurecerla. Y recordarle su falta de pretendientes seguro que la haría enfadar.
La joven había marcado presencia desde su primer día en la Oficina de Aurores, donde pocas mujeres se atrevían a entrar. Al principio, había tenido que tragarse todo tipo de comentarios acerca del «sexo débil», pero les había demostrado que era tan capaz como ellos. O quizás más. En su entrenamiento en la Academia de aurores, Isla Black siempre había estado entre los primeros de la clase. No estaba dispuesta a permitir que nadie dudara de su capacidad. Y tampoco iba a hacerlo en su trabajo.
—Buenos días, Black —la saludó su compañero, Arthur Nott. Ambos compartían escritorio desde que habían salido de la Academia, donde habían estudiado juntos. Isla siempre se quejaba de que él era incapaz de mantener su escritorio en orden e invadía su parte con los papeles y archivos que nunca recordaba ordenar.
Ese día no era diferente, por lo que Isla se limitó a hacer lo de siempre. Coger su varita y enviar los papeles de Nott a su lado, sin ninguna delicadeza.
—¿Algún día aprenderás a dejar tus cosas en donde deben estar, Nott? —bufó antes de sentarse en su silla. El joven se encogió de hombros y siguió absorto en la lectura del Profeta de esa mañana.
Poco a poco, los demás aurores de la Oficina llegaron a sus puestos. Algunos estaban en misiones de campo en distintas partes del país. Casi todos eran hombres, aunque la segunda al mando era Venusia Crickerly, la primera mujer en entrar al cuerpo. Menuda y enjuta, su cuerpo era puro músculo y era conocida por bramar en lugar de hablar.
—¡Black! ¡Nott! —gritó la mujer apenas entró a la oficina—. ¡En mi oficina, ahora!
Los dos aludidos intercambiaron miradas. Isla no recordaba haber cometido algún error que ameritara esos gritos. Aunque era cierto que no hacía falta mucho para provocarla, como sabían todos los aurores a su cargo.
—Vamos, antes de que le dé algo —dijo Nott, levantándose de su asiento. Isla lo siguió, preguntándose para qué los llamaban a primera hora de la mañana. No se sentía lo suficientemente despierta como para tener que lidiar con su jefa a esa hora. En realidad, nunca se sentía preparada para lidiar con ella.
—¿Qué parte de «ahora» fue la que no entendieron? —bufó la mujer al verlos entrar a su diminuto despacho, que estaba abarrotado con archivadores que nadie había limpiado desde el siglo anterior—. Cierren la puerta —añadió con su habitual brusquedad. Nott la cerró rápidamente, con una expresión divertida en su rostro. Si la auror Crickerly no hubiera estado ahí, Isla probablemente se hubiera reído—. Tengo una misión para ustedes. Es algo simple, pero tiene que ser manejado con absoluta discreción —señaló apuntando a una carpeta sobre su mesa.
Isla la cogió y la abrió, mientras Nott se inclinaba sobre su hombro. Lo primero que vio fue la foto de un hombre menudo y delgado, que llevaba una túnica muy decorada. Tenía expresión desorientada y no le ayudaba mucho que en la fotografía apareciera con un dedo en la nariz.
—Ése es Cyril Trewlaney. Un mago que ha decidido que es buena idea timar a los muggles. Ya saben que últimamente están muy interesados en todo lo que sea "paranormal" —dijo la auror, dejando claro con el tono de su voz lo que opinaba de estas aficiones muggles—. Por supuesto, era cosa de tiempo para que algún idiota decidiera que era buena idea hacer magia delante de muggles y convencerlos de que son espíritus.
Isla asintió, preguntándose para sus adentros por qué alguien haría algo tan estúpido. Los muggles podían ser unos ingenuos, pero no eran de todo tontos. Era cosa de saber algo sobre su medicina, donde estaban logrando avances fascinantes. O al menos eso decía su amiga Hypatia Parkinson, que trabajaba en San Mungo. Isla estaba segura de que no eran tan eficientes como las pociones y hechizos, pero si Hypatia lo decía, ¿quién era ella para discutirle?
—Lo que necesitamos de ustedes es algo muy simple. El señor Trewlaney actuará esta noche en el teatro Queensbury, en High Street. Este individuo es muy escurridizo, por lo que es importante que lo detengan en el teatro, antes de que pueda volver a su escondrijo.
—Disculpe—dijo Nott, enarcando una ceja—. No estoy seguro de que esto sea responsabilidad nuestra. ¿No debería encargarse la Oficina del Uso inapropiado de la Magia?
—¿Quién cree que nos mandó esto? —bufó Crickerly con una mueca de frustración. Evidentemente no tenía la mejor opinión d la Oficina en cuestión—. Por supuesto que ellos no tienen la capacidad para encargarse de algo tan delicado—añadió con un gesto despectivo de la mano—. En fin, vayan a hablar con Smith. Él les echará una mano con el aspecto de incógnito.
Gilbert Smith era uno de los aurores más experimentados de la Oficina. Y el único hijo de muggles, además. Normalmente él se encargaba de las misiones que tenían que ver con el mundo no mágico, pero aparentemente esta era una misión demasiado trivial para encajársela a él.
—Bien. ¿Qué están esperando? —bufó Crickerly al ver que los dos seguían ahí—. A trabajar, caramba —les dijo con un gesto de la mano que indicaba que la conversación se había acabado.
Los dos salieron del despacho y volvieron a su escritorio en el área común. Isla abrió el archivo y leyó todo lo que había sobre ese hombre. Tenía unos cincuenta años y al parecer, había fracasado en todo lo que había intentado en su vida. Aparentemente, su acto se trataba de invocar a los espíritus de los familiares muertos de la audiencia. Aunque en teoría se trataba de algo peligroso, quien había hecho la investigación señalaba que los rituales que efectuaba en su acto eran más espectáculo que verdad. Al menos tenía un mínimo de sentido común.
—¿A qué hora es la función? —preguntó Nott, que estaba haciendo el crucigrama del periódico con un lápiz al que apenas le quedaba punta.
—A las siete —replicó ella—. Tenemos todo el día para planear lo que haremos, Nott. Pero creo que necesitaremos ayuda de Smith. Porque no sé tú, pero nunca he entrado en un teatro muggle.
—¿Y crees que yo sí? —replicó su amigo con una sonrisa torcida. Isla le sacó la lengua antes de levantarse de su asiento.
Smith ocupaba un escritorio en una esquina, y lo había separado del resto del espacio común con un biombo que había traído de un viaje a oriente. Isla se asomó tras él, sin saber qué esperar del auror, que era conocido por tener muy mal carácter.
—Smith, ¿puedo hablar con usted un momento? —preguntó ella, extremando las precauciones. Smith era de esas personas que no toleraban interrupciones en su trabajo—. Crickerly nos envió a hablar con usted.
—Oh, ¿por la misión en el teatro? —preguntó el auror alzando la vista de los papeles que estaba examinando en esos momentos. Su escritorio estaba abarrotado de carpetas, seguro que a los encargados de mantenimiento los ponía muy nerviosos—. Pasen, pasen.
Isla le indicó a Arthur que la siguiera, aunque el espacio de Smith no era precisamente amplio. Entre ellos y la enorme cantidad de archivos que el auror estaba acumulando en torno a su escritorio, apenas había espacio. De hecho, ni siquiera había sillas para sentarse, aparte de la que estaba ocupando Smith. Y por supuesto, ni siquiera hizo el gesto de ofrecérsela a la joven.
—¿Qué es lo que necesitan?
—Tenemos que ir de incógnito a una misión —empezó a explicar Isla—. En un teatro muggle. Por supuesto, ni el auror Nott ni yo hemos estado en un lugar así y…
Apenas dijo esas palabras, quiso golpearse la boca. El auror que tenía frente a ella era un hijo de muggles, y comentarios como ése solo lograrían que creyera que Isla se sentía superior a él. La mirada que le dirigió el auror hubiera podido asesinarla tan rápidamente como una maldición asesina. Nott, a su lado, la miró de reojo, sonriendo de lado. Casi parecía estar disfrutándolo.
—Ya veo —masculló, empezando a registrar unos papeles en su escritorio. Por unos momentos, ninguno de los tres dijo nada. Nott tenía las manos en los bolsillos y miraba al techo, como si este fuera lo más interesante que había visto en su vida. Hasta que finalmente, Smith sacó un pergamino de entre sus archivos—. Esto es lo que deben usar —dijo, mostrándoles los figurines que adornaban la página—. Es lo que usan los muggles para salir de noche. Y aquí —añadió, cogiendo otro pergamino—, hay un mapa del teatro. Se supone que tenía que dejarlo en el archivo que les entregó Crickerly, pero no alcancé. Lo siento.
—Está bien… —musitó Isla, examinando el dibujo. Los hechizos de moda se le daban particularmente mal, pero eso podría hacerlo. Sólo necesitaba ajustar un poco el escote de su túnica y crear un polizón para la parte trasera.
—¿Algo más? —preguntó Smith—. Porque ahora estoy algo ocupado.
—No, todo bien. Muchas gracias, Smith.
La mirada que él le dirigió fue lo único que la joven necesitaba para dar media vuelta y salir de ahí sin mirar atrás. Nott la siguió, examinando el mapa que Smith les había entregado.
—Bueno, no se ve muy complicado. Lo único peliagudo será pasar del salón a los camarines, pero supongo que nos podemos perder los últimos minutos de la función —comentó, acercándose a ella para observar los figurines—. ¿Tienes que usar eso? ¿Qué dirán tus padres?
—Nada. No tienen por qué enterarse. Además, es mi trabajo. Tengo que hacerlo, por mucho que a ellos no les guste. Y soy adulta, así que no tienen mucho que opinar —replicó ella. Aunque vaya que iban a tener cosas que opinar. A sus padres nunca les había gustado su trabajo, pero eso de ir con ropa de muggles les iba a gustar aún menos—. Al menos la tuya te cubre entero —añadió. El escote del vestido muggle mostraba más que cualquiera de sus túnicas. El traje de hombre muggle era más modesto.
—Bueno, donde fueres haz lo que vieres —dijo él, encogiéndose de hombros. Para él era fácil decirlo, pero Isla optó por quedarse callada—. ¿Te parece si hacemos un plan para esta noche? Hacerlo todo lo más rápido posible y salir de ahí con Trelawney enseguida.
Isla suspiró. Mientras antes salieran del terreno desconocido, mejor para ambos. Y así podían reducir el riesgo de romper el estatuto del secreto. Porque Trelawney no sonaba como una persona particularmente brillante, y era imposible predecir qué sucedería si se veía acorralado por aurores. Isla y Nott estaban muy preparados, pero un hombre desesperado era complicado de cualquier forma.
—Ese plan me gusta —respondió, sentándose junto a su compañero.
-o-
Al parecer, Trelawney era un personaje popular entre los londinenses. A una cuadra del teatro, donde se habían aparecido, Isla y Nott podían ver a una multitud agolpándose contra las puertas. En la marquesina, un retrato que mostraba a un hombre con turbante rezaba «Ozymandias, el mejor vidente del mundo», lo que hizo que Isla arrugara la nariz. La adivinación no era una forma de conocimiento exacta, de ninguna forma. En Hogwarts enseñaban adivinación, pero todo el mundo sabía que era más bien una reliquia del pasado. Supersticiones absurdas.
—¿Preparada, señorita Black? —le susurró Nott, ofreciéndole el brazo con caballerosidad.
—Nací preparada. Debería saberlo a estas alturas —replicó ella con una mueca burlona, mientras los dos se dirigían a la entrada, donde un hombre vestido con una túnica estrellada les pidió las entradas.
Les habían asignados unas en primera fila, lo que les permitiría el acceso a los camarines al terminar la función. De acuerdo al mapa que les había entregado Smith, había una puerta bajo el escenario. Isla no sospechaba para qué podía servirles, pero los muggles solían estar más allá de su comprensión.
Sin embargo, apenas entraron se preocupó de ver dónde estaba la puerta en cuestión. Nott se dio cuenta de lo que hacía, y le guiñó el ojo. A su alrededor, la gente comentaba las maravillas que supuestamente había hecho Ozymandias. Viudas habían logrado hablar con sus maridos desde el más allá, hijos con sus difuntos padres. La joven auror no pudo evitar hacer una mueca.
Los muggles eran capaces de creer cualquier cosa. Especialmente si venía de la boca de un tipo con una túnica llena de estrellas y un turbante mal atado.
—¿Crees que tarde mucho en empezar? —preguntó su compañero, que siempre había sido un tanto impaciente. Las misiones que incorporaban esperar mucho solían ponerlo nervioso.
—Espero que no. Este lugar me da mala espina —musitó ella, mirando a su alrededor. Los asientos estaban cubiertos de terciopelo rojo desgastado, y las molduras de madera dorada estaban ligeramente despintadas. La cortina roja que cerraba el escenario también parecía haber visto tiempos mejores. Seguramente el lugar no había tenido demasiado éxito antes de la aparición de Ozymandias. Iba a hacer un comentario al respecto, pero justo antes de que pudiera abrir la boca, las luces se apagaron.
Una luz iluminó el centro del escenario, donde apareció un hombre vestido con un traje de noche muggle, similar al que llevaba Nott. No era Trelawney, era más gordo y el cabello rubio empezaba a escasearle. En la foto que les habían mostrado, el supuesto vidente tenía una espesa melena clara y parecía ser bastante más joven y débil.
—Damas y caballeros, queremos darle la más cordial bienvenida a este evento. Recuerden que no es un espectáculo —dijo, bajando ligeramente la voz en un susurro teatral—. Lo que van a ver a continuación no es un truco de la mente. No, damas y caballeros. Ozymandias es un vidente y lo que él haga en este escenario es absoluta y totalmente real. Si alguna de ustedes, damas, cree que esto será demasiado para sus frágiles disposiciones, les pido que se retiren inmediatamente. No es algo apropiado para mentes tan delicadas como las suyas.
Isla soltó un bufido ante ese último comentario. Menudo tarado que se había buscado Trelawney para que lo presentara. Por el rabillo del ojo, pudo ver cómo Nott esbozaba una sonrisa burlona.
—Ya veo que te ha caído en gracia —soltó por lo bajo. Isla le respondió con un codazo entre las costillas.
—Sin más preámbulos, damas y caballeros —terminó el hombre en el escenario—, dejo con ustedes al fabuloso y misterioso ¡OZYMANDIAS!
Con un movimiento de la mano del presentador, el telón se alzó tras él. La luz que alumbraba el escenario se hizo más tenue e Isla tuvo que entornar los ojos para ver la entrada del mago, que llevaba una túnica bordada con estrellas doradas. El tipo de túnicas que vestían los magos en los cuentos muggles, y que los magos reales no habían usado en los últimos mil años, por lo bajo.
—Damas y caballeros. —El hombre tenía un leve acento, aunque Isla sospechaba que lo estaba fingiendo—. Esta noche, veremos portentos sin igual, como no se han visto en ninguna parte del mundo. Pero para esto necesito pedirles que mantengan el más absoluto silencio.
A su alrededor, Isla sintió exclamaciones de sorpresa ahogadas. Nott puso los ojos en blanco y soltó un comentario sarcástico por lo bajo, refiriéndose al escaso nivel intelectual de los muggles que los rodeaban.
—Primero, tengo que pedirle a un voluntario que suba al escenario —dijo el hombre. Inmediatamente, varias manos se alzaron entre la audiencia—. A ver… —Ozymandias se llevó una mano a la frente, como si estuviese muy concentrado en algo, mientras extendía la otra hacia la audiencia—. Creo que por aquí hay algo… Siento una energía muy fuerte viniendo de ahí. ¿Madame?
Detrás de Isla, una mujer se había parado y estaba levantando la mano. Uno de los asistentes de Ozymandias se estaba acercando a ella. Isla estuvo a punto de levantarse, pero antes de que pudiera moverse, Nott la cogió del codo y la obligó a quedarse sentada.
—¿Qué estás haciendo? —susurró, mientras el hombre se acercaba a la dama y la llevaba al escenario.
—Iba a hacer que me subieran al escenario.
—¿Y alertarlo para que pueda escapar? No seas bruta, Black —replicó él.
Isla se cruzó de brazos y se acomodó en la silla. En el escenario, la mujer a la que había seleccionado se había sentado en una silla frente al mago. Iba vestida de negro, como una viuda reciente. La joven auror calculó que debía tener unos treinta años y era muy guapa.
—¿Cuál es su nombre, madame? —preguntó Ozymandias.
—Virginia Roberts.
—¿Y hace cuánto tiempo que falleció su marido?
La audiencia soltó un sonido que parecía impresionado. Isla puso los ojos en blanco. Seguro que la mujer era alguien del equipo de Trelawney, a la que seleccionaban todas las noches. Aunque si había personas que venían más de una vez, el truco no resultaría demasiado. Si el tipo era listo, seguramente había inventado alguna forma de saltarse eso.
—¿Cómo supo eso? —dijo la señora Roberts en el escenario.
—Soy Ozymandias, yo lo sé todo. Así que hace seis meses que perdió a su marido… ¿un accidente en la fábrica, no?
—Sí… —respondió ella, sacando un pañuelo y limpiándose unas lágrimas que la audiencia no alcanzaba a ver e Isla sospechaba que no existían.
—¿Y quiere hablar con él?
Ella asintió sin palabras. En la audiencia, Isla arrugó la nariz. Al menos había contratado a una actriz decente, aunque seguía pareciéndole absurdo que los muggles creyeran en algo de eso. Ozymandias, por su parte, se limitó a sonreír compasivamente.
—No se preocupe. Conmigo tendrá la oportunidad de decirle unas últimas palabras.
—¿De verdad?
—Por supuesto. Es mi misión en este mundo. Su marido se llamaba Martin, ¿no? —Ella asintió con la cabeza—. Pues trataré de llamarlo del mundo de los espíritus. Seguro que usted también quiere verlo. Por favor —pidió dirigiéndose a la audiencia—, no me desconcentren. Este proceso es extremadamente delicado y la menor interferencia podría hacer que fallara. Esto sólo durará unos minutos, señora Roberts —le dijo a la mujer—, pero será tiempo más que suficiente para que pueda despedirse de él, se lo aseguro.
A su alrededor, Isla pudo sentir como todos contenían la respiración. El mago obviamente los tenía completamente fascinados con su actuación, a pesar de que aún no hacía nada particularmente impresionante. Se levantó de la silla recubierta en terciopelo y se puso a un lado, con las manos en las sienes y murmurando frases en un idioma que Isla reconoció como griego.
—¿Qué está haciendo? —murmuró Nott a su lado—. No reconozco ese hechizo…
—No es un hechizo —lo interrumpió ella, en el mismo tono—. Eso es parte del espectáculo, seguro que está haciendo magia no…
Antes de que pudiera terminar la oración, el público ahogó gritos de sorpresa. Isla volvió su vista al escenario. Ahí, una nube azul había aparecido y estaba tomando la forma de un hombre de mediana edad. Ozymandias tenía una mano extendida hacia la figura y parecía estar concentrado en ella.
—Virginia… Virginia… —dijo la nube, con una voz mucho más profunda que la de Ozymandias—. ¿Eres tú?
—Martin, mi vida —respondió la mujer, levantándose de la silla en la que estaba y acercándose a la figura con miedo, como si fuese a desaparecer en cualquier momento—. ¿Eres tú?
—Claro que lo soy. ¿Crees que hubiera podido resistirme a decirte adiós?
Isla puso los ojos en blanco una vez más. Si seguía así, iba a terminar con los ojos dados vuelta al final de ese caso. ¿Quién había escrito ese diálogo, por el amor de Merlín? Era digno de un folletín barato, de los que publicaban junto al Profeta cada viernes.
—Oh, Martin… ¿cómo es?
—¿El otro mundo? Es hermoso, mi Virginia. Aunque tómate tu tiempo, porque necesito que cuides a nuestro Thomas.
—Por supuesto, mi vida… —dijo ella, rompiendo en sollozos una vez más—. Lo cuidaré…
—Tengo que irme, me llama el otro lado. Te amo, Virginia… —dijo el espectro.
—Yo… también te amo —masculló ella entre sollozos angustiados—. Oh, Martin…
El «fantasma» abrió la boca como si fuese a decir algo más, pero antes de que ningún sonido pudiera abandonar su garganta, desapareció entre volutas de humo. A su lado del escenario, Ozymandias se desmoronó en el suelo con un gesto teatral, y dos de sus asistentes acudieron a ayudarlo a incorporarse.
Mientras lo retiraban del escenario, y otro asistente acompañaba a la llorosa señora Roberts a su asiento, el maestro de ceremonias volvió al escenario.
—El maestro Ozymandias necesita un descanso, damas y caballeros. Mientras él recupera sus energías, les ofrecemos la presentación de Miss Nelly Goodwin, cuya voz es una de las nuevas maravillas del mundo.
Una mujer muy maquillada —la tal Nelly Goodwin— se subió al escenario. Llevaba un vestido azul chillón y la acompañaba un hombre que se sentó junto un piano que acababan de instalar en el escenario.
—Y esta es nuestra entrada —dijo Nott, indicándole que salieran de ahí lo antes posible. Había que aprovechar ese breve interludio.
Isla asintió y se levantó de su asiento, ignorando por completo a la cantante. De todas formas, el resto de las personas en el público tampoco parecían estar prestándole mucha atención, prefiriendo comentar las maravillas que acababan de presenciar entre murmullos excitados.
Isla y Nott atravesaron la sala de espectáculos y salieron al foyer. Nadie estaba a la vista y ellos ya sabían cómo llegar a los camarines, que estaban tras el escenario y a los que se podía acceder desde una puerta pequeña a un lado del ambigú**.
—¿Qué están haciendo aquí? —les preguntó una mujer al verlos entrar al sector de los artistas.
—Mi mujer está algo mareada y me dijeron que aquí me podían dar algo de agua —dijo Nott rápidamente, dándole un leve codazo a Isla para que actuara débil—. Si no es mucha molestia, por supuesto —añadió con una sonrisa encantadora. Acto seguido, la mujer esbozó una mueca boba y asintió.
—No es molestia, señor. Deme un minuto —respondió antes de desaparecer.
—Vamos, rápido —dijo Isla, que ya había localizado el camarín que ostentaba el nombre de Ozymandias en la puerta. Sin perder el tiempo, los dos se abalanzaron sobre ella, abriéndola de par en par.
Trelawney estaba ahí, aún con la capa con estrellas, pero se había quitado el turbante, el cual había dejado en una mesa con un espejo enorme.
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué están haciendo aquí? —preguntó, sorprendido—. Esta es una zona privada, si desea acordar una reunión, deben hablar con mi a…
—Cyril Trelawney —dijo Isla levantando su varita mientras Nott cerraba la puerta a sus espaldas—. Mi nombre es Isla Black y soy representante de la Oficina de Aurores. Usted está arrestado por poner en riesgo el estatuto del secreto. Si se resiste, esto podría ponerse muy feo.
Cyril Trelawney no era uno de esos hombres que fuera a dar una pelea. Mucho menos cuando había dos aurores altamente entrenados delante de él. Isla pudo ver cómo el hombre procesaba sus opciones, se notaba en la forma en que sus ojos se movían por la habitación.
—Le aconsejo hacer esto por la buenas, Trelawney. Si viene con nosotros, servirá de atenuante en su juicio —prometió Nott.
El hombre asintió, resignado. Isla se acercó a él. Lo más rápido era desaparecerse. Mientras más tiempo pasaran ahí, más probabilidades había de que alguien los descubriera, poniéndolos en aún más peligro de exponer el estatuto.
—Vamos.
Trelawney hizo un gesto con la cabeza, indicando que los seguiría. Pero no se movió de su lugar.
—¿Está bien? —preguntó Isla, viendo que el hombre se ponía blanco—. Por Morgana, tome asiento. Se ve fatal —musitó, ayudándolo a sentarse.
—Está aquí —dijo el hombre, con una voz que no se parecía a la suya. Una voz que parecía venir de un lugar muy lejano. Isla sintió cómo se le erizaban los pelos de la nuca al oírla. Trelawney tenía los ojos en blanco y no miraba a nada en particular, sólo hablaba con esa voz de ultra tumba—. Está aquí. Y quiere lo que no pudo obtener la última vez. Pero ahora cuenta con… un sacerdote. Alguien que puede llevar a cabo la voluntad del rey de reyes. Sangre… sangre y vísceras. Y el rey de reyes dejará de ser una ruina en el desierto… Tengan cuidado, porque acecha la Capilla Blanca. Y quiere venganza.
Notas aclaratorias
*Isla es hermana de Sirius I (1845-1853), Phineas Nigellus (1847-1925) y Elladora Black (1850-1931). La última es la encantadora tía que inició la encantadora tradición de cortar las cabezas de los elfos domésticos. Los nombres de sus padres no aparecen en el árbol genealógico que se ha publicado de los Black, pero sí en el de la película: Cygnus I y Ella (de soltera, Max).
**El foyer es el vestíbulo de un teatro. El ambigú es un sector en el que se sirven refrigerios, que puede estar unido al foyer, o no.
Y este es el primer capítulo. ¿Alguna teoría sobre qué pasará con Isla en los próximos capítulos? Los comentarios siempre son bienvenidos.
¡Hasta el próximo capítulo!
Muselina