Por favor, leed la nota final.
Extras: Momentos de una vida
I. Un secreto a voces
··Pansy··
Cuando Pansy entró en el número doce de Grimmauld Place, pensó que su madre caería desmayada si viera aquella casa. La propiedad de los Parkinson era una mansión enorme en la campiña inglesa construida ―y reconstruida― según la última moda (su madre siempre estaba haciendo reformas aquí y allá), pero le faltaba algo que la mansión de los Black sí tenía: antigüedad. Y, como todo buen rico sabe, la antigüedad siempre es sinónimo de elegancia y de un estatus de nobleza que se remontaba a siglos atrás.
La puerta se abrió, dejando entrever a un hombre alto, con el pelo negro y ondulado hasta los hombros y los ojos del color de la tormenta. Pansy supuso que sería Sirius Black por la elegancia de sus pantalones pinzados y su camisa de seda negra. La verdad es que nunca lo había visto en persona; el señor Black no acostumbraba a acudir a los eventos sociales de la clase alta mágica, a pesar de que invitaciones no le faltarían.
―Mil perdones por el inconveniente de la protección mágica. Mis ancestros estaban convencidos de que si no escondían la casa a ojos del mundo, la plebe vendría e intentaría robarle su riqueza. ―Cogió la mano de Pansy y depositó un beso en el dorso―. Un placer, señorita Parkinson. Soy Sirius Black.
―Sirius, por favor, no seas tan fantasma ―dijo una voz desde el interior de la casa―. ¿A quién intentas imitar con ese vocabulario, a tu bisabuelo? ―Un hombre de la misma edad de Black se asomó por la puerta. Tenía unas cuantas cicatrices en el rostro, pero la expresión amable que lucía hacía que pasaran desapercibidas―. Remus Lupin ―se presentó.
Pansy sonrió. La infancia de Harry debía de haber sido bastante interesante con aquellos dos como ‹‹padres››.
Cuando entraron, Pansy se quedó maravillada con la decoración, la amplitud, la luz… Con todo. Cualquiera estaría encantado de vivir allí.
―Harry, ¿por qué no le enseñas a tu… amiga la casa? ―sugirió el señor Black.
―Ven ―indicó Harry, dirigiéndose a las escaleras.
Cuando subieron, se encontraron de frente con un pasillo larguísimo bordeado de puertas y más puertas.
―Desde fuera no parecía tan grande ―señaló Pansy.
―Un hechizo ensanchador ―explicó Harry―. Esto es un pequeño salón. Ahí está la habitación de Sirius y al lado está la de su hermano, Regulus. ―Pansy lo miró sorprendida―. Regulus murió antes de que nosotros naciéramos. ―Siguieron avanzando―. Aquí hay un baño y allí ―Señaló la puerta del fondo―, hay otro. Esta es la habitación que utiliza tío Remus cuando se queda a dormir…
―¡A gorronear, querrás decir! ―exclamó una voz desde la planta inferior―. ¡Que parece que no tenga casa propia!
―¿Quién aguantaría tus tonterías si yo no estuviera aquí? ―replicó el señor Lupin.
Harry puso los ojos en blanco.
―Siempre son así; al final te acostumbras. ―Siguió con su visita guiada―. Aquí hay otra habitación de invitados, otro baño y este es el dormitorio principal; Sirius dice que no lo pisa ni muerto, que a veces parece que sus padres sigan aquí, acechando. Y esta ―dijo, abriendo una puerta― es mi habitación.
Pansy entró a lo que era claramente el cuarto de un adolescente. Harry tenía los libros del colegio desperdigados por encima del escritorio, mientras que los útiles de Quidditch estaban perfectamente alineados en la estantería y por la habitación. Los doseles de la cama eran rojos y dorados.
―Qué Gryffindor ―señaló, haciendo un mohín.
―Seguro que tu habitación es verde y gris, ¿a que sí? ―replicó él, sonriendo―. Venga, bajemos. Arriba solo está la buhardilla y eso es territorio de los elfos domésticos.
―¿Dónde está el baño? ―preguntó una vez abajo.
―Recto y después a la derecha, pasando la biblioteca. Yo te espero en la cocina.
Pansy recorrió el pasillo lentamente, pasando las yemas de los dedos por el papel de las paredes. Pasó por delante de la biblioteca, que estaba medio cerrada, pero se detuvo al oír voces en el interior.
―¿Cuánto tiempo más vamos a estar así? ―susurró una voz. Pansy reconoció a Remus Lupin.
Se oyó un suspiro.
―No sé si es buena idea…
―¡Llevas demasiado tiempo diciendo lo mismo! ―Lupin parecía enfadado.
Pansy, que en el fondo había heredado el amor por los cotilleos de su madre, se acercó sigilosamente a la puerta y echó un vistazo dentro. El padrino y el tío de Harry estaban discutiendo, pero algo en su expresión corporal decía que había algo más… Entonces, Sirius puso las manos en el rostro de Remus y Pansy se sintió violenta, como si estuviera vislumbrando algo que solo atañía a dos amantes. Se acercó rápidamente al baño y se encerró dentro.
Frunció el ceño; qué raro, Harry nunca había mencionado que los dos hombres estaban juntos. Se encogió de hombros; tampoco había motivo: eran una pareja como cualquier otra.
Cuando terminó, fue al comedor, donde los tres hombres estaban ya esperándola. Se sentó, y al instante aparecieron varias fuentes de comida en la mesa. Olía como si el paraíso hubiera bajado a la Tierra en forma de cordero al horno.
··Harry··
―Bueno, ¿y desde cuándo sois pareja? ―preguntó Pansy mientras se llevaba el tenedor a la boca.
Harry casi se atraganta con su vaso de agua. Estuvo a punto de reír y decir que eso era imposible, que Pansy se había equivocado, pero entonces observó las miradas de alarma que intercambiaron su padrino y su tío.
―¡No jodas! ¿¡Es verdad!? ―exclamó.
―¡Esa boca, Harry! ―lo reprendió Remus.
―¿Acaba de descubrir que somos pareja y lo primero que se te ocurre es decirle que no diga palabrotas? ―inquirió Sirius. Parecía estar divirtiéndose con la situación.
―No lo hemos criado para que sea tan vulgar ―replicó Remus.
―¡EH! ¿Hola? Sigo aquí, ¿os acordáis? ―Harry sacudió las manos en el aire.
Sirius miró a Pansy con el gesto torcido.
―No sé si darte las gracias por habernos ahorrado una charla incómoda…
―No creo que esto sea precisamente la definición de «comodidad» ―señaló Remus.
Sirius lo fulminó con la mirada antes de proseguir:
―O advertirte que eres muy guapa, pero un poco bocazas. ―Sonrió―. Pero me gustas. Harry tiene buen gusto.
Pansy asintió con la cabeza, aceptando el cumplido, mientras Harry seguía la conversación con la boca abierta.
―Creo que te debemos una explicación, Harry ―suspiró Remus.
―¿Ah, sí? ¡No me digas! ―respondió el chico con sarcasmo―. ¿Cuánto hace que estáis juntos? ―repitió la misma pregunta que su novia.
―Unos… seis años ―dijo Sirius―. Bueno ―rectificó ―, quizás de antes, pero no era nada formal.
Harry ni parpadeaba. En aquel momento, todo empezó a cobrar sentido: que Remus pasara largas temporadas en Grimmauld Place, que ninguno de los dos se hubiera casado ni mostrado interés por ninguna mujer, aquellas discusiones que siempre cesaban cuando él entraba en la habitación, las miradas…
―Qué ciego he estado ―masculló.
―Por eso llevas gafas, cariño ―señaló Pansy sin inmutarse; la chica seguía comiendo como si nada.
Remus agachó la cabeza, conteniendo una sonrisa, pero Sirius soltó una carcajada.
―Las cosas van a ponerse muy interesantes contigo por aquí, señorita.
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II. Primera vez
Cuando Hermione salió de su entrevista con el jefe del Departamento de Control de Criaturas Mágicas, se encontró con Draco en el vestíbulo. Sostenía un ramo de rosas amarillas, sus favoritas, y una pancarta que rezaba: «¡SABÍA QUE LO CONSEGUIRÍAS!». Ante la expresión seria de Hermione, le dio la vuelta al cartel para que se viera un «¡ESOS C*BRONES NO SABEN LO QUE SE PIERDEN!».
Hermione soltó una carcajada.
―Vuelve a darle la vuelta a la pancarta, anda ―dijo.
A Draco se le iluminaron los ojos.
―Entonces, ¿te lo han dado? No juegues más conmigo, mujer.
Hermione se echó a sus brazos, abrazándolo.
―¡Me han aceptado! ―gritó―. ¡Soy la nueva becaria de la Oficina de Elfos Domésticos!
Se besaron con ímpetu, hasta que un carraspeo indignado los interrumpió. Un señor que aparentaba haber dejado el centenario mucho tiempo atrás los miró con desaprobación.
―Vámonos, que no quiero que me despidan antes de empezar ―dijo Hermione entre risas.
Cuando llegaron al pisito que tenía Draco en el centro (bueno, que tenía su padre, pero lo mismo daba), Hermione descubrió que la cena ya estaba servida.
―¿Has cocinado tú todo esto? ―preguntó con escepticismo.
―Por supuesto que sí. Me ofende que dudes de mí, Granger.
―¿Puedo irme ya, señor? ―La elfina doméstica de los Malfoy asomó la cabeza por la cocina.
Hermione se cruzó de brazos, mirando a Draco con reproche. Este se cubrió los ojos con la mano.
―Claro. Muchas gracias, Hipsky.
Draco rodeó a Hermione y le retiró la silla para que se sentara.
―Vaya, qué caballeroso.
―Como siempre ―respondió él con una sonrisa ladeada, sentándose enfrente.
Cogió el vino y rellenó dos copas. Levantó una, y Hermione imitó su gesto.
―Por ti ―brindó. Cuando tomó un trago, puso cara de asco―. Puaj, nunca me acostumbraré al vino tinto.
Hermione rio.
―Así nunca te sacarás el título de niño rico. ―Negó con la cabeza―. Qué decepción.
Siguieron charlando de cosas sin sentido, de temas trascendentales para la vida humana, de sus padres (que a golpe de verse más a menudo al menos ya se soportaban), del futuro de ambos… No llevaban ni seis meses juntos, pero era como si hubieran estado juntos media vida. Oh, no os equivoquéis, seguían discutiendo como antes de llevarse bien (algunas veces, incluso más), pero siempre se reconciliaban de una forma u otra. Vale, no de esa forma; eso era lo único que les faltaba, pero ninguno de los dos tenía prisa.
―¿Te quedas a dormir? ―preguntó Draco.
Hermione asintió.
―Mi padre me ha hecho jurar y perjurar que te daría una patada en tus partes si intentabas algo conmigo.
Draco soltó una carcajada.
―Vaya, vamos avanzando poco a poco; ahora ya no quiere venir a dármela él mismo.
―Tú espera hasta que me hagas enfadar y le diga que me has dejado embarazada. Creo que llamará a su amigo el policía para que le preste su pistola.
―Y seguro que el amable agente de la ley se la deja sin problema ―añadió Draco, haciendo una mueca.
Cuando terminaron de cenar, lo limpiaron todo y se echaron en el sofá. Draco encendió la tele y se quedó ensimismado mirando a la pantalla. Hermione soltó una risita mientras apoyaba su cabeza en el pecho de él.
―Quién iba a decirme que sería una tele quien me quitaría a mi novio ―suspiró.
Draco empezó a jugar con su pelo.
―La culpa es tuya por enseñarme tantos cachivaches muggles.
El rubio había descubierto un nuevo mundo cuando Hermione le enseñó las maravillas de la televisión, el móvil (objeto que ya conocía gracias a Theo, pero que se había jurado que nunca tocaría), el ordenador…
―No quiero ni verte el día que subas a un avión. Será un evento digno de grabarse.
Draco se incorporó de golpe.
―¡Vámonos de viaje! ―exclamó.
―¡Frena, niño rico! No todos podemos permitirnos viajar sin trabajar. ―Leyendo los pensamientos de Draco, añadió―: Y no, no pienso dejar que me lo pagues.
Draco volvió a recostarse en el sofá con el ceño fruncido.
―Tendría que haberme declarado a una de las Greengrass.
―¿Y privarte del placer de enfadar a tu padre? ―señaló Hermione.
―Ahí tienes razón ―cedió él.
Se inclinó para darle un beso. Hermione pasó la mano por su pelo; le encantaba deshacer su perfecto peinado. Él metió la mano por debajo de la blusa de ella. Tenía las manos frías, lo que provocó que la piel de Hermione se erizara. Rompió el contacto con sus labios para atacar su cuello. Draco gimió cuando Hermione mordió con suavidad la piel. Desabrochó los primeros botones de su blusa, dispuesto a devolver el ataque, y lamió la zona de su clavícula. Esta vez le llegó el turno a Hermione de gemir.
Draco se detuvo e inspiró hondo contra la piel de Hermione. Si no se detenía ahora, no querría hacerlo después.
―No pares ―susurró ella, mirándolo a los ojos.
Draco la miró con las cejas enarcadas. No quería que hiciera aquello solo por complacerlo a él, pero cuando vio la decisión en los ojos de Hermione, pensó que al fin había llegado el momento.
Volvieron a besarse; sus lenguas se encontraron. Hermione se sentó a horcajadas de Draco; él le quitó la blusa por la cabeza mientras ella desabrochaba los botones de la camisa de él. La levantó a pulso y, con sus piernas enredadas en su cintura, la llevó hasta el dormitorio. Cayeron entre risas encima de la cama.
Draco terminó de quitarse la camisa y se acercó a Hermione seductoramente. Desabrochó sus pantalones de pitillo y se los bajó (no sin evidente dificultad). Hermione lo observaba mientras se mordía el labio. Alargó la mano, llamándolo a su lado. O más concretamente, encima de ella, pero no duró mucho así, porque Hermione tomó impulso y se colocó encima. Recorrió el pecho de Draco con los dedos hasta llegar a la hebilla de los pantalones. Sus manos temblaban ligeramente por el nerviosismo, pero consiguió desabrochar los pantalones. Volvieron a intercambiar posiciones, y Draco se deshizo de los pantalones a patadas.
Hermione pasó los brazos por detrás del cuello de él mientras este mordisqueaba la piel visible de su pecho izquierdo. Metió una mano por dentro del sujetador, acariciando el pezón con el pulgar. Hermione se mordió el labio y suspiró. Draco levantó la cabeza para mirarla; le encantaba verla así, con las mejillas enarboladas y los ojos cerrados. Quería darle más, mucho más.
Deslizó la mano lentamente por su abdomen. Hermione rio repentinamente por las cosquillas que causaban sus dedos. Hasta que Draco llegó al borde de sus braguitas. Él enarcó una ceja, pidiendo permiso para seguir; Hermione dio un solo cabezazo rápido y, cuando Draco rozó aquel lugar inexplorado, gimió de anticipación. Draco procedió a succionar un pezón, acariciándolo con la lengua lentamente, mientras sus dedos exploraban su zona íntima. A pesar de no tener experiencia, pronto encontró el centro de placer de Hermione, que empezó a acariciar con el pulgar. Hermione gimió más alto, haciendo que la erección de Draco llegara a unos niveles insospechados.
Paró de golpe.
―¿Quieres más? ―preguntó con voz ronca. Quería oírla decírselo. Quería oír que él era el causante de su placer.
Hermione le lanzó una mirada que le advertía que no era momento de juegos al mismo tiempo que le imploraba silenciosamente que no parara.
―Sí… ―dijo finalmente.
Entonces, Draco siguió frotando su clítoris mientras metía lentamente un dedo dentro de ella, haciéndola soltar un grito ahogado. Era una sensación extraña, pero no molesta. Y cuando Draco empezó a mover los dedos al unísono, creyó que alcanzaría el cielo. Su respiración se aceleró y su cuerpo empezó a moverse al mismo ritmo que las manos de él, suplicando inconscientemente por más. Cuando Draco creyó que estaba preparada, metió otro dedo dentro y empezó a entrarlos y sacarlos con lentitud. Hermione se agarró al pelo de Draco. Él tenía la mano empapada con sus fluidos.
―Draco… ―gimió Hermione antes de tener el primer orgasmo de su vida.
Draco pensó que había llegado el momento, así que se quitó los calzoncillos, liberando su miembro erecto y luego le quitó la ropa interior a ella. Se posicionó encima de Hermione, que lo recibió con las piernas abiertas, y la besó. Ayudándose de una mano, buscó su entrada. Cuando la punta de su pene rozó la entrada de su vagina, Hermione se mordió el labio inferior.
―¿Preparada? ―preguntó él.
Hermione le respondió con otro beso mientras él la penetraba lentamente. Cuando llegó al himen, la besó con más fuerza y lo atravesó de golpe, penetrándola en su totalidad. La espalda de Hermione se arqueó por el dolor y soltó un siseo. Draco se detuvo y la miró, preocupado. Ella tenía los ojos cerrados.
―¿Estás bien? ¿Quieres que pare?
Ella negó con la cabeza.
―Ya no me duele tanto.
Para demostrárselo, se abrió más para él, enlazando los tobillos alrededor de su cintura. Draco empezó a moverse lentamente, con cuidado, para que su cuerpo se adaptara a la invasión. Sus cuerpos empezaron a sudar, pero les importó más bien poco. Se besaron, sus labios buscándose y encontrándose una y otra vez. Draco aceleró las embestidas, enterrando el rostro en el cuello de ella. Hermione arqueó el cuerpo para acercarse más al de él. Tener a Draco encima y dentro de ella a la vez era la sensación más excitante que había experimentado nunca.
Draco sintió que estaba a punto de explotar. Acarició sus pechos con una mano mientras ella mordía su cuello y clavaba las uñas en su espalda una y otra vez.
―Oh, Draco… ―gimió contra su oreja.
El cuerpo de Hermione se agitó, por lo que Draco se hundió más en ella y aceleró el ritmo, deseando que se corriera gracias a él. El frenesí de sus embestidas fue el detonante para que Hermione llegara al orgasmo y, poco después, también él se corrió.
Draco suspiró y reposó la cabeza en el hueco del cuello de Hermione. Cuando recuperaron el aliento y sus cuerpos se calmaron, salió de ella y se tumbó a su lado. Hermione sonrió y se abrazó a él. El rubio pasó un brazo por la espalda de ella y la acercó más a él.
Se quedaron en aquella postura durante un tiempo, sin hablar, simplemente escuchando la respiración del otro. Y casi sin darse cuenta, se quedaron dormidos.
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III. Mucho más que una snitch
Ginny llevaba más de una hora inmóvil, oteando el cielo. La snitch debería de poder verse perfectamente en contraposición con la negra noche; sin embargo, Ginny estaba a punto de quedarse ciega de tanto forzar la vista para encontrar algo que no daba señales de vida.
Unos metros más abajo, sus compañeras seguían luchando contra el Tulipán Holandés para hacerse con el control del partido. De momento, el marcador estaba en su contra por cuarenta puntos, por lo que urgía más que nunca encontrar la snitch y ganar. Si lo hacían, pasarían a la final del Interclubes Europeo y, de ahí, a alzar la copa de la victoria. Ginny no había entrenado tan duro y había pasado a ver a su familia, amigos y novio una vez al mes para ahora perder ante unos holandeses vestidos de naranja, blanco y rosa.
En aquel momento, percibió algo brillante por el rabillo del ojo y, sin dudarlo ni un instante, se lanzó en picado a por la snitch. Su oponente, que también había visto el objeto volador, se lanzó a por él. El hombre estaba más cerca, pero Ginny era más rápida; inclinó todo lo que pudo su menudo cuerpo hacia adelante, ganando así velocidad y, cuando al buscador del equipo contrario le quedaba apenas un metro para atrapar la snitch, Ginny alargó la mano y se hizo con ciento cincuenta puntos la victoria del partido.
Alzó la snitch con gesto triunfal y el público se volvió loco, gritando su nombre y aplaudiendo. En aquel momento, sintió que algo raro pasaba con la pelotita dorada: había empezado a vibrar.
―¿Pero qué…?
Cuando la miró más de cerca, la snitch dio una pequeña sacudida y se abrió ligeramente. Cuando Ginny lo abrió del todo, vio con asombro que dentro había un anillo. Lo sacó y lo sostuvo entre sus dedos: era una pieza de orfebrería muy fina, de oro blanco con un diamante engastado y un pequeño rubí a ambos lados.
Las luces del estadio se apagaron de golpe. La gente soltó gritos ahogados. Ginny se temió lo peor, pero entonces los jugadores del partido ―tanto sus compañeras como los del equipo contrario― levantaron sus varitas al cielo. Un destello de luz salió de ellas; empezaron a formarse unas palabras en el cielo.
Quieres…
¿Quieres casarte conmigo, Ginny Weasley?
«No puede ser», pensó Ginny.
Miró a su alrededor, buscando al responsable de aquello. Una figura se acercó a ella volando encima de una escoba; era Blaise, que había aparecido de la nada.
―Me juego el cuello a que esto no te lo esperabas. ―Blaise parecía muy pagado de sí mismo. En teoría, él no tendría que estar allí: le había dicho que se iba de viaje a América a ver a Theo y Luna.
Ginny estuvo tentada de tirarlo de la escoba y besarlo como si no hubiera un mañana, todo al mismo tiempo.
―Estás loco ―le dijo.
―Locamente enamorado de ti ―respondió él, sonriendo.
―¡Queremos saber la respuesta! ―gritó un hombre del público, haciendo uso de un Sonorus. Era su padre. A su lado estaba su madre, con las manos al corazón y lágrimas en los ojos―. ¡Es que desde aquí no se oye! ―se justificó el hombre.
Ginny soltó una carcajada. Se puso las manos a ambos lados de la boca a modo de amplificador y gritó:
―¡Mi respuesta es sí!
El público entero estalló en aplausos y vítores más efusivos que cuando Ginny había atrapado la snitch. Empezaron a vociferar: «¡Que se besen, que se besen!». Blaise la miró como queriendo decir «¿No querrás decepcionarlos, verdad?», a lo que Ginny respondió poniendo los ojos en blanco y tirando de él para fundirse en un beso apasionado.
Cuando se separaron, Ginny cayó en la cuenta de algo.
―¿Y si no llego a atrapar la snitch, qué hubieras hecho? ¿Te hubieras casado con Peter? ―Señaló al buscador holandés.
Blaise echó un vistazo al hombre y sentenció:
―No está mal, pero no es mi tipo. Además, yo tenía fe en ti.
Ginny lo miró sin parpadear.
―¿Lo habías sobornado, verdad?
―A todo el equipo en realidad ―admitió él―. Pero era por una buena causa. Les he invitado a la boda, por cierto.
Ginny negó con la cabeza.
―Por Merlín, en qué lio me acabo de meterme.
Blaise soltó una carcajada.
―Y esto no ha hecho más que empezar.
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IV. Feileacan fortunae
―¡He vuelto!
Theodore levantó la cabeza cuando escuchó abrirse la puerta principal y la voz de Luna. Se levantó de su escritorio de un salto y fue a recibirla. Su esposa se había pasado meses en la sabana africana, y por fin estaba en casa.
Se abrazaron y se dieron un largo beso.
―Te he echado de menos ―dijo él.
―¡Mamá, mamá! ―Los pequeños Lorcan y Lysander se acercaron corriendo, seguidos de su elfina doméstica, que intentaba advertirles de que se caerían si iban tan rápido.
Luna se arrodilló para recibir a sus hijos entre sus brazos.
―¿Cómo están mis pequeños mooncalves? ¿Os habéis portado bien? ¿Habéis hecho caso a papá y al abuelo?
Los pequeños asintieron, con cara de no haber roto un plato, pero la expresión de Theo dejaba claro que no siempre había sido así.
―¿Nos has traído algo, mamá? ―preguntó Lysander, el más impaciente de los dos.
Luna sonrió mientras metía la mano en su bandolera. Cuando la sacó, llevaba en ella un pequeño frasco de cristal. Dos mariposas salieron volando. Los niños soltaron gritos de admiración, y es que las mariposas no eran para menos: una era blanca y la otra, negra, y las dos eran semitransparentes. Parecían de cristal y, sin embargo, estaban tan vivas como los cuatro humanos que las observaban.
―¿Os gustan? ―preguntó Luna. Lorcan intentó atrapar la blanca con las manos, pero su madre se lo impidió―. A las Feileacan fortunae no les gusta vivir en cautividad ―explicó―. Tuve una larga conversación con ellas para que se metieran en el frasco durante el viaje de vuelta.
Theo sonrió; le encantaba el modo en que Luna trataba a los animales. Daba igual si eran mariposas, unicornios o dragones de tres cuernos; ella les hablaba a todos con paciencia y mimo, como si fueran seres humanos.
Lorcan no parecía tan entusiasmado.
―¿Y si no podemos jugar con ellas, para qué las queremos?
Luna acarició la mejilla del niño.
―Precisamente para eso: para quererlas. Estas mariposas ―Luna rozó el ala de la negra con un dedo con delicadeza― son seres de magia muy antigua. La tribu chquelocú dice que son los espíritus de su gente y que protegen a aquellos a quienes deciden acompañar. Que dan buena suerte.
―Entonces, ¿la mariposa me protegerá cuando Jimmy intente robarme la pelota? ―dijo Lysander.
Luna negó con la cabeza.
―Los chquelocú son sabios, pero se equivocan. Solo tú ―Tocó el pecho del niño― puedes protegerte a ti mismo. La suerte no se encuentra, se busca.
Luna se levantó y les tendió las manos a sus hijos.
―Venga, antes de que papá diga que parece que vivimos en el recibidor.
Theo soltó una carcajada; Luna lo conocía demasiado bien.
Mientras el resto de la familia entraban en la casa, Theo pensó que Luna tenía razón: la suerte se consigue. Él aún no sabía cómo había conseguido la suya, pero no pensaba dejarla ir.
FIN.
Como habréis podido leer, las escenas pasan en diferentes momentos de la historia de las parejas. Más exactamente, así: Hansy (verano posterior a terminar en Hogwarts), Dramione (otoño posterior a terminar en Hogwarts), Blinny (un año antes del epílogo), Nottgood (tres años después del epílogo).
1. Como el Wolfstar es uno de mis dos pairings no canon favoritos, quería meter algo de ellos en el fic. Harry me ha dado la excusa perfecta.
2. Sé que perder la virginidad no es así, pero la literatura es una cosa y la realidad otra, así que espero que me perdonéis por la barbaridad que he escrito.
3. La pedida de mano de Ginny tenía que ser espectacular, ¿y qué mejor que delante de media Inglaterra?
4. Necesitaba una buena escena de cierre, y Theo y Luna son demasiado adorables como para no otorgarles su momento de gloria.
Nota de autora:
Antes de proceder a la parte emotiva, quiero avisar de que lo más probable es que edite el fic dentro de muy poco, así que si recibís alertas de este fic, ese será el motivo. Si por alguna casualidad decidís releer la historia en un futuro, quiero avisar de que todas las notas de autora habrán sido eliminadas, excepto las que sean fundamentales para entender la historia.
Ahora ya sí…
Bueno, hemos llegado al final. Ya está, ya no hay más. Decid adiós a esta etapa de nuestras vidas. Quiero agradecer a todas y cada una de vosotras por haber tenido la paciencia de seguir esta historia. Si hace un año me hubieran dicho que estaría dándole al «Complete» en el primer long-fic Dramione que escribí evah, hubiera dicho que ni de puta coña. Y sin embargo, aquí estamos.
He hecho muchas cosas mal, me he dejado cosas por el camino, pero la he escrito con todo mi amor y cariño hacia las parejas y hacia las personas que me animaron en un primer momento a seguir la historia.
Muchísimas gracias por la cantidad de favs, follows y, especialmente, reviews. Nunca dejéis de comentar las historias que seguís, porque aunque a veces las autoras no respondamos, estad seguras de que los leemos todos y nos hacen muchísima ilusión.
Nos vemos en «Prescindible», «Lo que la memoria esconde», por Fanfiction o en Facebook (página de escritora con el nombre de MrsDarfoy).
Ha sido un verdadero placer.
¿Reviews?
MrsDarfoy, out.