Hola,

Este fanfic participa en el reto "Romances de época" del grupo Harmony (Harry y Hermione) & Harmony, A True Love Between Two Gryffindors en Facebook.

La historia se sitúa en Inglaterra en la penúltima década del siglo XIX, sin tener una fecha en específico. A pesar de que varios personajes pertenecen a la alta sociedad inglesa, no quise utilizar títulos de nobleza (como barón, conde, marqués, etc.), porque particularmente me resulta muy chistoso ver esos títulos al lado de los nombres de los personajes de HP.

Espero que disfruten de la lectura de este fanfic tanto como yo disfruto escribiéndolo.


ROMANCES Y QUIMERAS

Capítulo 1: El final de una quimera

"Enamorarse no tiene
mayor mérito.
Lo realmente difícil
-no conozco ningún caso-,
es salir entero
de una historia de amor"

Fragmento de Lo difícil, Karmelo C. Iribarren

Harry Potter observó el solitario salón, nervioso e impaciente, mientras daba otro sorbo a su copa de vino. Tenía que verla a como diera lugar. Una semana de ausencia y le había parecido que había transcurrido un siglo.

Sirius Black, hombre rico y amigo de la familia Potter, era el mejor cómplice y encubridor del mundo. Solamente él sabía de su romance con Ginny Weasley, y apoyaba esos encuentros furtivos con la hija de un humilde campesino. Sirius conocía el secreto y lo guardaba celosamente, al grado que había ofrecido a Harry una finca solitaria donde podía encontrarse con Ginny, sin levantar la más mínima sospecha entre la gente de su clase, pues la finca se encontraba en un lugar cercano a la vivienda de los Weasley, y alejada de los lujosos palacios y mansiones de los ricos ingleses.

Los pasos de la muchacha se escucharon en la entrada y Harry sonrió, aliviado y contento por su llegada.

-¡Ginny! -dijo Harry, saliendo a su encuentro en cuanto la muchacha entró al salón.

Ella sonrió al verlo. Él se acercó, tomó la mano de la chica y la besó.

-¡Harry, que alegría verte!

-Comenzaba a pensar que no vendrías.

-No fue fácil escapar sin levantar sospechas.

-Si me dejarás hablar con tu padre…

-¡No! No puedes hacer eso.

-Es lo correcto.

Ella negó con la cabeza y mirándolo a los ojos, le dijo:

-A veces pienso que lo correcto es terminar con esta locura.

-¿Terminar? -exclamó Harry como si hubiera escuchado mal-. ¿No hablarás en serio?

-Harry, bien sabes que te quiero, pero tu familia es una de las más nobles de Inglaterra. Tienes una fortuna envidiable, grandes extensiones de tierra y tus negocios son prósperos. Eres el caballero que todas las damas desean tener a su lado.

-Ginny, ¿qué estás tratando de decir?

-Mi padre es un campesino. Mis hermanos y él trabajan todo el día y apenas tenemos lo necesario… Mi familia es muy humilde y jamás podrá compararse con la tuya.

-No hables así, Ginny. Yo te amo y lo que más deseo es compartir mi vida contigo.

-¿Cómo? ¿En tu lujosa casa de campo? ¿En tu mansión de la ciudad? ¿En la finca de Escocia? ¿De verdad, crees que tus padres me aceptaran algún día?

-Ellos desean mi felicidad -dijo Harry, mirando a la chica con fervor-. Sé que al principio les será difícil, pero dales una oportunidad, estoy seguro que al final terminarán queriéndote tanto como yo.

-Aunque tus padres me acepten, la sociedad a la que perteneces jamás lo hará.

-Esa sociedad no me interesa. Está llena de hipocresías de gente superflua que solamente trata de cuidar las apariencias.

-Hoy puedes decir que no te interesa, pero tienes negocios importantes con ricos burgueses y aristócratas influyentes que te retirarían el saludo si tan solo descubrieran el cariño que sientes por mí.

-¿Tú me quieres, Ginny? -preguntó Harry, dedicándole una sonrisa.

-Bien sabes que lo he arriesgado todo por ti. Llevo semanas escapando de casa para poder verte, y me he entregado a ti en cuerpo y alma, pero no podemos seguir así.

-Déjame hablar con mis padres -dijo el muchacho, tomando las manos de Ginny entre las suyas antes de depositar un beso-. Dame unos días para prepararlos y lograr que te acepten… Si ellos no están dispuestos a entender que tú eres mi felicidad, yo estoy decidido a renunciar a mi familia con tal de estar a tu lado.

-¡Calla, Harry!

-Quiero casarme contigo, Ginny. Si en esta sociedad no hay un lugar para nosotros, podemos ir a América.

-Tu sacrificio es muy generoso, pero yo no puedo permitir que cometas semejante locura.

-Ginny, no es ningún sacrificio.

Harry se inclinó y apretó sus labios contra los de ella. La pelirroja recibió el beso con cariño, pero al terminar, lo apartó totalmente.

-Olvídame, Harry. Te aseguro que es lo mejor para todos.

-¿Acaso hay algo más, Ginny? -exclamó Harry, desconcertado por tantas negativas-. Te estoy diciendo que quiero casarme contigo, que no me importa renunciar a todo y que soy capaz de irme a vivir a tierras salvajes con tal de estar a tu lado… ¿Y tú insistes en terminar lo nuestro? ¿Qué hay que yo no sepa? ¿Por qué me pides que me olvide de todo?

Ginny vaciló durante unos segundos, pero finalmente se acercó y lo besó con vehemencia.

-Perdóname, Harry, quizás solamente tengo miedo.

Él sonrió y la besó intensamente.

-Déjalo todo en mis manos -dijo Harry.

Ella lo abrazó y él no tardo en besarla. Los dos se dejaron llevar por el deseo y la pasión que sentían, y se entregaron el uno al otro de una forma que hubiera escandalizado hasta al más liberal de la sociedad inglesa.


Todo estaba listo para la hora del té en la casa de campo de la familia Potter. En aquella tarde, los Potter habían invitado a sus amistades más cercanas, como Remus Lupin, su esposa Tonks y Sirius Black, para pasar unas horas de agradable convivencia.

Harry miró su reloj de bolsillo con impaciencia, sabía que en cuanto cayera la noche, él tendría que hablar con su padre para hacerle saber de sus sentimientos por Ginny Weasley.

La tarde pasó sin incidentes entre los chistes de Sirius y las ocurrencias de Tonks, pero poco antes de que terminara la reunión, una inesperada y nada agradable visita llegó a la casa de los Potter.

Se trataba de Rita Skeeter, una de las mujeres más poderosas e influyentes de la sociedad inglesa. Ninguno de los allí presentes la estimaba, sin embargo, no tuvieron más opción que recibirla con educación y cortesía, todos menos Sirius Black.

-Señora Skeeter, no es correcto llegar sin invitación y mucho menos cuando la reunión está a punto de terminar -dijo Sirius en cuanto la vio aparecer.

-Si estoy aquí es porque vine a contarles una noticia muy importante -dijo Rita sin dejarse intimidar.

Lilly Potter sonrió incomoda, pero como buena anfitriona, ordenó a sus sirvientes que agregaran un lugar más para Rita. Harry y James intercambiaron una mirada cómplice, deseando la partida inmediata de aquella mujer.

-¿Y qué es aquello tan importante que vos tiene que decir? -preguntó Sirius antes de tomar un bocadillo y llevárselo a la boca.

-¡No sois capaces ni de imaginarlo! -dijo Rita con una gran sonrisa-. ¡Es un gran escándalo!

-¿Qué ha sucedido? -preguntó Tonks.

-¡Draco Malfoy!

Harry hizo una mueca de disgusto, nunca le había caído bien ese aristócrata que se creía el dueño del mundo.

-Resulta que Draco Malfoy se ha fugado anoche con la hija de un campesino -dijo Rita con fingido pesar-. ¿Pueden creerlo? Es el gran escándalo de la familia Malfoy.

-¡Santo Dios! -exclamó Lily, dándole por su lado a Rita y guiñándole un ojo a su hijo.

-¿Una campesina? -preguntó Remus-. ¿De quién se trata?

-De una tal Ginevra, la única hija de Arthur Weasley. Un hombre pobre y sin ninguna fortuna.

Harry sintió que el aire le faltaba para respirar. ¿Ginny con Draco Malfoy? Aquello no podría ser cierto. Era una calumnia.

-¿Te refieres a una simpática niña de cabellos rojos? -preguntó Lily-. Creo que la he visto un par de veces. Una muchacha bonita y risueña.

-La misma -dijo Rita.

Harry sintió que comenzaba a sudar frío. Sirius que estaba sentado a su lado y que conocía su secreto, le dio una discreta palmada en el hombro en señal de apoyo.

-Conozco a la familia Weasley -dijo James-. Viven a las afueras del condado. Son una familia muy humilde, pero muy buenas personas. Gente honrada y trabajadora.

-Ginevra podrá ser bonita, no lo niego, pero no es de noble cuna -dijo Rita-. Jamás podrá estar a la altura de Draco Malfoy. ¿Se imaginan cómo se encuentran Narcisa y Lucius? ¡Están que se mueren de la vergüenza? La pobre Cissy no ha querido ni asomar la cabeza al jardín.

-¿Y cómo saben que Draco Malfoy se ha ido con Ginevra Weasley? -preguntó Harry, mirando a Rita con rudeza.

-Draco robó a su padre una suma considerable de dinero, y tomó todas las joyas de su madre antes de embarcarse a América con esa mujer.

-¿A América? -exclamó Harry.

-Sí. Gregory Goyle y Vincent Crabbe vieron a Draco acompañado de esa muchacha subir a un barco en el puerto de Southampton.

Harry hubiera querido gritar, golpear a Draco y matarlo a punta de espada. Todo al mismo tiempo. La traición de Ginny era algo tan atroz que todo su ser se negaba a creerlo.

-Harry, ¿estás bien? -preguntó Lily, mirando a su hijo y advirtiendo que algo andaba mal.

-Sí -dijo el ojiverde, tratando de guardar la compostura.

-Tengo entendido que Astoria Greenglass estaba comprometida con Draco Malfoy ¿o me equivoco? -preguntó Remus.

-Vos tenéis razón -dijo Rita-. Los ojos de la pobre Astoria no se han secado desde que la noticia llegó a sus oídos. Su boda estaba tan próxima a realizarse. Lucius Malfoy ha ofrecido una disculpa a la familia Greenglass, pero no hay disculpa que valga ante semejante afrenta.

-¿Y los Weasley? -preguntó Tonks.

-Seguramente están felices por la hazaña de su hija -dijo Rita-. Draco era un excelente partido… Si ellos supieran que Lucius piensa desheredarlo…

-No creo que esa pobre familia esté feliz -dijo Lily-. A ninguna madre le gustaría ver partir a su hija en semejantes circunstancias.

-Lily, querida -dijo Rita con falsa gentileza-. ¿Qué puede importarle a esa familia los usos y costumbres de nuestra clase? Se nota que nadie los enseñó a guardar las distancias.

-Distancias absurdas -exclamó James.

-Por favor, James, hasta tú mismo has cuidado el honor y el buen nombre de tu familia -dijo Rita-. Apuesto a que no te gustaría ver a tu único hijo al lado de una mujer así.

-Siempre le he dicho a Harry que puede casarse con la dama que él escoja -replicó James.

-Harry, yo puedo presentarte a algunas amigas de las mejores familias -dijo Tonks.

-Gracias -dijo el muchacho, luchando con sus demonios.

-Es muy tarde -dijo Sirius, poniéndose de pie-. Gracias por la agradable velada, pero es hora de volver a casa. ¿Harry, me acompañas al carruaje?

-Por supuesto -dijo el ojiverde, siguiéndolo.

Apenas se alejaron de la vista de todos, Harry golpeó y tiró todo aquello que encontró a su paso. No podía contener su furia.

-¡Tranquilo! -dijo Sirius, sosteniéndolo.

- ¡No! Las cosas no se van a quedar así. Ella ha jugado con mis sentimientos de la forma más infame.

-Olvídate de ella, es lo mejor.

-¿Por qué si yo la quería?

-Honestamente, Harry, te has librado de una mujer que no te convenía.

-¡Ella me hizo creer que me amaba! ¡Jamás mencionó a Malfoy!

-Piensa que, sin saberlo, Malfoy ha salvado a tu familia de la vergüenza que hoy ha caído sobre la suya.

-Tengo que verlo con mis propios ojos -dijo Harry, caminando con paso decidido hacia las caballerizas-. Voy a ir ahora mismo a casa los Weasley.

-¡Harry, espera! ¡No es prudente!

No hubo poder humano que detuviera a Harry. Montó en su caballo y cabalgó a casa del señor Weasley, seguido de Sirius, quien apenas tuvo tiempo de tomar prestado uno de los caballos de James.

Harry llegó a la pequeña casa de los Weasley, bajó del caballo y entró a la propiedad. Sirius aguardó afuera. Dos hermanos idénticos estaban trabajando en el molino y otro más, llamado Ronald, llevaba sobre sus hombros un saco de trigo para guardarlo en el granero.

-¡Harry Potter! -exclamó Ronald sorprendido. De todos los Weasley, sólo él estaba al tanto de la relación de Ginny con el aristócrata.

-¿Dónde está tu hermana?

-Nadie la ha visto desde ayer. Un marinero nos informó que la vio subir a un barco con el infeliz de Draco Malfoy.

-¿Por qué hizo eso?

-Nadie lo sabe.

Harry se revolvió el cabello con frustración, aún no podía creerlo.

-No es prudente que esté aquí, señor Potter. Ya bastante mal la están pasando mis padres, como para que encima sepan de su romance con mi hermana.

-Yo la quería, Ronald.

-Ella ya se ha ido, es tiempo de que usted haga lo mismo.

Decepcionado, Harry dio media vuelta y salió de la propiedad para reunirse con Sirius.

-Vámonos, hijo -dijo Sirius en cuanto vio la cara de desaliento del muchacho.

Harry montó en su caballo y comenzó a galopar, alejándose a toda velocidad. No quería ver a nadie.


El señor Granger contempló el horizonte desde su balcón. El carruaje con la escolta no tardaría en aparecer por el sendero. Su única hija, Hermione, regresaba a casa después de una larga estancia en París. Su esposa Jean había muerto hace muchos años, y él al contemplarse viudo, mandó a Hermione a Francia con una de sus hermanas, para su cuidado y educación.

Finalmente, el carruaje apareció y el señor Granger salió a la entrada de su residencia para recibir a su hija.

-¡Hermione! -exclamó el señor Granger, contemplando a una hermosa chica de cabellos castaños ensortijados, ojos brillantes y mirada dulce.

-¡Buenas tardes, padre! -exclamó la chica sonriendo feliz.

-¡Vaya! Estás mucho más grande que hace tres meses que viaje a París a verte y mucho más bella. Tu tía ha hecho un excelente trabajo contigo.

-Me temo que ha sido a costa de muchos dolores de cabeza -dijo Hermione riendo.

-No me atrevo a dudarlo, pero se acabó. A partir de hoy te quedarás a vivir conmigo.

-Lo sé, y nada me hace más feliz.

-He contratado a Lady McGonagall como tu institutriz. Vendrá mañana a primera hora.

-Padre, no necesito una institutriz.

-Querida mía, no cuestiones mis órdenes. Yo sé lo que es mejor para mi hija.

-Permítame insistir.

-Hermione, eso no está a discusión. Lady McGonagall es una mujer educada y culta. Conociendo lo mucho que te gusta leer, sé que va a ser de tu agrado.

Hermione negó con la cabeza con la ligera sospecha de que Lady McGonagall sería una mujer tan conservadora como su padre.

-Además, he organizado una fiesta en tu honor -dijo el Sr. Granger, cambiando su tono de voz por uno más jovial.

-Padre, no creo que eso sea necesario.

-Oh, claro que sí. Mis amistades tienen que conocerte.

-Ya me conocen.

-Pero muchos de ellos no te han visto en años.

Hermione sonrió, en eso si podía ceder.

-Si una fiesta es lo que lo complace…

-Por supuesto que sí, querida.

Hermione entró a su antigua habitación, su padre había cambiado la decoración y había mandado comprar muebles nuevos para recibirla. Las criadas se encargaron de abrir los baúles para acomodar sus vestidos, pero Hermione tomó una hoja de papel, un tintero y una pluma de ave. El deseo de escribir una carta no podía esperar más.

-¡Hermione! -dijo Luna Lovegood, aquella misma tarde al acudir a casa del señor Granger para presentarle sus saludos.

-¡Luna! -exclamó la castaña con una sonrisa.

-¡Dichosos los ojos que te ven! ¡Vaya que has cambiado!

-Tú también lo hiciste -dijo Hermione-. No sabes cuánto te he extrañado. Después de que te casaste con Neville y viniste a vivir a Inglaterra, no he podido encontrar en toda Francia una amiga como tú.

-Pues me alegra saber que te quedarás aquí y que podremos seguir viéndonos.

-Tengo tantas cosas que contarte que será mejor que empiece hoy mismo, porque mañana tendré una institutriz.

-¿Institutriz? ¿Tú?

-Ideas de mi padre, como si con la rígida educación de mi tía no hubiera tenido suficiente.

Luna rio divertida.

-¿Has escuchado alguna vez el apellido Krum? -preguntó Hermione.

-Sí, se trata de una familia que emigró de Bulgaria a París hace algunos años.

-¡Exacto! Entonces, estoy segura que conoces a Viktor Krum.

-Yo jamás olvido a un hombre bien parecido en cuanto lo veo -dijo la rubia con un gesto travieso.

-Conocí a Viktor en casa de Fleur Delacour y su esposo. Ellos nos presentaron.

-¿Y lo has seguido viendo?

-Sí, primero lo encontré en una fiesta y me sacó a bailar. Después me visitó en casa de mi tía con el pretexto de que la pobre estaba enferma y él estaba preocupado por su salud. Esa tarde me confesó que estaba enamorado de mí con una carta que me dio a escondidas de mi tía. Yo volví a verlo un par de veces más en casa de Fleur y nos hicimos amigos, pero el día que le anuncié que volvía a Inglaterra, él se puso muy triste y me pidió matrimonio antes de partir.

-¿Y aceptaste?

-Sin duda alguna.

-¡Santo cielo!

-Viktor vendrá a Inglaterra dentro de unas semanas. Necesita arreglar sus negocios antes de hablar con mi padre y pedir mi mano.

-Tu padre va a pasar a mejor vida si se entera que le has dado promesa de matrimonio a un hombre al que ni siquiera conoce. Viktor ni siquiera es inglés, mucho menos francés... Me temo que tu padre nunca lo va a aceptar.

-Mi padre tendrá que aceptar que los tiempos han cambiado y que yo estoy enamorada. Viktor es joven, fuerte, inteligente y de buena muy familia.

-¿Lo has besado ya? -preguntó Luna con ojos soñadores.

-"Una dama jamás permite el beso de un caballero a menos que sea en la mano" -dijo Hermione con voz severa, para después soltar una carcajada ante lo absurdo que le parecía aquella regla.

-¿Sí o no lo besaste?

-No -dijo Hermione, borrando su risa-. Y no porque no haya querido hacerlo, no creo que un inocente beso sea malo. Simplemente nunca tuvimos oportunidad. Las pocas veces que podíamos conversar era bajo la mirada inquisidora de mi tía que nos vigilaba desde una distancia considerable. Viktor y yo siempre nos hemos comunicado por medio de las cartas.

-Es una pena.

-Sí, pero ya habrá tiempo. Ahora tienes que prometerme que guardarás el secreto.

-Ni una palabra saldrá de mi boca, pero tienes que ser muy discreta. La sociedad inglesa no es como la de París.

-Lo sé, tendré que callar y esperar… Y pensar en esa institutriz y en la fiesta que mi padre quiere dar.

-Toda la sociedad habla de esa fiesta. No dudes que todos los caballeros solteros de la región están al pendiente de cualquier dama que llega al condado… Y más tratándose de una familia como la tuya... Y ni hablar de tu dote.

-No me interesa ninguno de esos caballeros, yo voy a casarme con Viktor.


-¡No! -dijo Harry a su padre-. Me niego a ir a esa fiesta.

-¿Quieres decirme qué te pasa? -exclamó James, perdiendo la paciencia-. Llevas más de dos meses con un carácter que no reconozco en ti. Todo te irrita y ni siquiera un bufón te hace sonreír. ¿Por qué? ¿Qué sucede, hijo?

-¿No he cumplido con los negocios? ¿No me he preocupado por las tierras? ¿No he velado celosamente por nuestro patrimonio?

-Hijo, ninguna queja tengo al respecto, pero me preocupa ver que no eres feliz.

Sirius Black llegó en ese momento, y como era amigo íntimo de la familia, entró sin anunciarse.

-¿Vos estáis listos para la gran fiesta? -les preguntó.

-Harry se niega a ir -dijo James.

-¿Alguna vez has visto a la señorita Granger, Harry? -preguntó Sirius.

El muchacho negó con la cabeza sin pizca de interés.

-Pues ya es tiempo de que la conozcas. Créeme, la conocí en París y es una niña preciosa.

-Claro, seguramente se trata una señorita superflua a la que solamente le interesa vestirse con la última gala de París para ser desposada por un caballero.

-Harry, ¿desde cuándo juzgas tan rudamente a las personas sin conocerlas? -preguntó James.

-Lo siento, padre. Por favor, dele mis disculpas a la familia Granger, porque yo no pienso ir a esa fiesta.

-¡Sois un necio! -dijo Sirius, mirándolo con severidad-. Si no quieres ir por conocer a la hija de Ben Granger, por lo menos, hazlo por los negocios que tu padre tiene con ese hombre. Negocios que tú mismo heredaras y que representan una gran fortuna.

-Harry, tienes que venir -insistió James-. El señor Granger jamás nos perdonaría un desaire tan grande.

-¡Está bien! -dijo Harry, soltando un suspiro que era toda una protesta-. Iré a esa fiesta. Al fin y al cabo, es sólo una mala noche.


Harry odiaba las fiestas de la alta sociedad. Le desagradaba la opulencia de los vestidos y las joyas, la abundancia en la comida y en la bebida, y lo vacías que eran las vidas de aquellas personas.

Al llegar a la enorme casa de los Granger, James, Lily, Sirius y Harry presentaron sus saludos al anfitrión, y el orgulloso padre, les presentó a su hija.

Harry descubrió a una hermosa mujer envuelta en un elegante vestido de color azul con el cabello recogido y joyas discretas. Tenía unos ojos castaños grandes y brillantes, y una mirada muy dulce.

¡Es bellísima! -pensó Harry, observándola deslumbrado mientras sus padres presentaban sus saludos… Y mucho antes de lo que él hubiera deseado, llegó su turno de saludar.

Hermione lo miró a los ojos con delicadeza, sin una pizca de timidez, pero sin que su mirada se convirtiera en un atrevimiento, sino un gesto que inspiraba belleza, integridad y confianza.

Harry se acercó y besó su mano con caballerosidad. Ella inclinó la cabeza y le dedicó una sonrisa que irrumpió en el alma del hombre sin ningún permiso.

-Encantado de conocerla, señorita Granger -dijo Harry con una voz que no parecía la suya.

-El gusto es mío, señor Potter -dijo ella, sorprendida por esos intensos ojos verdes y esa mirada rebelde e inquieta.

-Señorita Granger -dijo Sirius, rompiendo el momento-, aunque no soy más que un viejo decrepito, confío en que guardara para mí un baile durante la fiesta.

-Señor Black, desde que lo conocí en París, le tengo gran estima, y le prometo que después de bailar con mi padre, bailaré con usted.

-¿Y conmigo, señorita Granger? -preguntó Harry inesperadamente-. ¿Me concedería un baile?

Ella asintió y por primera vez, sus mejillas se sonrojaron.

-Sí, señor Potter -dijo ella, moviendo el abanico para ocultar su rubor.

-Gracias -dijo Harry con una sonrisa, sin poder explicarse qué lo había llevado a tan inesperado arrebato.

El baile comenzó, tal y como Hermione había dicho, primero bailó con su padre y después con Sirius, mientras tanto, Harry sacó a bailar a las hermanas Patil con la intención de quedar libre de cualquier comentario sobre algún interés particular en la señorita Granger.

Al llegar el tercer baile, Harry buscó a Hermione entre las parejas. No fue difícil encontrarla porque a pesar de haber bailado con las otras dos damas, difícilmente había podido quitarle los ojos de encima.

-Señorita Granger -dijo Harry, haciendo una reverencia.

Ella ofreció su mano al caballero al tiempo que los músicos volvían a tocar sus instrumentos. Los dos se dirigieron al centro de la pista y comenzaron a moverse siguiendo el fondo musical.

-¿Le gusta la música, señor Potter? -preguntó Hermione.

-Sí -dijo Harry, sorprendido de que fuera ella quien iniciara la conversación.

-A mí también me gusta mucho -dijo la chica antes de que él pudiera preguntárselo-. Adoro tocar el piano, pero sin lugar a dudas, lo que más me gusta hacer en el mundo, es leer.

-¿Y qué libros le gustan? -preguntó Harry, casi temiendo escuchar una larga lista de novelas románticas.

-Platón y Aristóteles son mis favoritos. Aunque también simpatizo con las ideas de Voltaire.

El ojiverde la miró boquiabierto.

-¿Usted ha leído a Voltaire? -preguntó Hermione

-Por supuesto, también a Rosseau y a Montesquieu -dijo Harry, preguntándose por qué de buenas a primeras deseaba impresionarla cuando el sorprendido era él.

Hermione le dedicó una nueva sonrisa que casi dejo a Harry sin aliento.

-¿Y simpatiza con las ideas de Montesquieu, señor Potter?

-Algunas de ellas, sí.

La música terminó y Harry no sabía si disgustarse por el final del baile o agradecer que no tendría que emitir ninguna opinión sobre ideales de los cuales no lograba recordar ni una sola palabra.

-Gracias por bailar conmigo -dijo Harry, besando su mano antes de soltarla.

-Ha sido un gusto para mí bailar y conversar con usted, pero si me disculpa, hay otros invitados.

-Comprendo -dijo Harry, dejándola marchar-. ¿Bailaría más tarde conmigo?

-Sí -dijo Hermione para no ser descortés, y se alejó con pasos rápidos. No era normal que su corazón latiera con semejante intensidad ante la presencia de un extraño.

Harry la observó irse, más le valía comenzar a recordar las ideas de Rosseau, Voltaire y Montesquieu antes del siguiente baile.


-¡Hermione! -dijo Lady McGonagall.

La chica levantó la vista del libro que leía y le dirigió una mirada a su nueva institutriz. Una mujer soltera de edad avanzada, culta y educada.

-Ha llegado para ti una carta de París, de Fleur Delacour.

Hermione sonrió de oreja a oreja. Lady McGonagall le entregó la carta mirándola con cierto recelo.

-Gracias -dijo la chica sin poder ocultar su emoción-. ¿Le importaría si salgo a leer al jardín? Me gustaría recibir un poco de aire fresco.

-Ve, pero no olvides que pronto será la hora de la comida.

Hermione asintió, pero le disgustaba seguir sus normas. Salió de la presencia de McGonagall con el mayor aplomo posible, pero en cuanto se encontró lejos de su vista, echó a correr hasta perderse entre los árboles. Se sentó en el césped, quitó el sello de lacre, desdobló el papel y encontró una pequeña nota de Fleur, enviándole sus saludos, y una carta de Viktor Krum.

Querida Hermione:

No tienes idea de la enorme alegría que he sentido al recibir tu carta. Que dicha tan grande saber que te encuentras al lado de tu padre y que Inglaterra te ha recibido con los brazos abiertos.

París no es lo mismo sin ti, sus calles me parecen frías y desiertas, y no encuentro diversión alguna que te aleje de mis pensamientos. Durante el día los negocios ocupan la mayor parte de mi tiempo, pero te extraño a todas horas, y en las noches, tu recuerdo no me deja dormir.

Dentro de unas semanas, hablaré con mis padres, para emprender ese viaje a Inglaterra que acabara con la enorme distancia que nos separa, mientras tanto, querida mía, piensa mucho en mí.

Tuyo.

Viktor Krum


Diez días después, Harry volvió a su casa de noche después de visitar al abogado que llevaba los negocios de los Potter. Él y sus padres cenaron tranquilamente, pero al terminar, James lo llamó a su despacho.

-¿Ha pasado algo? -preguntó Harry, tomando asiento.

-¿Y me lo preguntas tú a mí? -exclamó James con voz severa-. ¿Es que has perdido el juicio?

-No entiendo de qué habla, padre.

-¡De la hija menor de los Weasley! -soltó James, mirándolo con severidad.

Harry se tornó lívido y miró a su padre en medio de un silencio casi solemne.

-¿Tuviste un amorío con esa muchacha?

-¿Quién se lo ha dicho?

-¡Peter Pettigrew, el mayordomo de Lucius Malfoy! -exclamó James visiblemente molesto-. Fui a tomar una copa a casa de Remus y de regreso, encontré a Peter caminando por el sendero que conduce a la mansión Malfoy. Me insinuó que mi familia se había salvado de la deshonra que hoy pesa sobre los Malfoy, pero que, si quería seguir conservando mi buen nombre, tenía que darle una muy buena cantidad de dinero. Me dijo que escuchó una conversación entre Ginny Weasley y Draco Malfoy antes de fugarse, donde ella le confesaba a Draco que tú y ella habían sido amantes.

Harry miró a su padre sintiéndose totalmente descubierto, por primera vez en toda su vida, no sabía qué decirle.

-¿Es cierto, Harry? -gritó James -. ¿Te involucraste con esa joven?

-¡Sí! -contestó Harry, sosteniendo su mirada.

James apoyó los brazos sobre el escritorio, inhalando y exhalando repetidas veces.

-No tiene de qué preocuparse -dijo Harry con frialdad-. Su apellido y su reputación están a salvo.

-¿Y crees que eso es lo que me preocupa? -exclamó James ofendido en su amor de padre-. Por supuesto que no, aunque Peter Pettigrew abra la boca, nadie le creerá… Me preocupas tú.

-No gaste sus energías en mí.

-Harry, si tú me hubieras contado todo, yo hubiera sabido aconsejarte, y decirte lo que ahora ya sabes, que esa muchacha no te convenía.

A pesar de que Harry sabía que James tenía razón en lo que decía, no pudo evitar mirarlo con disgusto y resentimiento. James en cambió, le dirigió una mirada llena de comprensión.

-Lamento que te hayan lastimado.

-Le ofrezco una disculpa por el disgusto que le he causado y si he ofendido su buen nombre, acepto mi culpa -dijo Harry con rudeza.

James escuchó sus palabras, advirtiendo un atisbo de dolor en la expresión de su hijo.

-Ya todo ha terminado -dijo Harry-. Ginevra se ha ido a América y yo nunca más volveré a verla.

-¿No estás tranquilo, hijo? -preguntó James-. Ahora eres libre y puedes encontrar a una hermosa dama, digna de ti y a la que puedas amar profundamente.

-El amor ya no cuenta para mí -dijo Harry con total convicción.

-No creas que nunca más volverás a enamorarte.

-Ya aprendí la lección -dijo Harry con firmeza-. Jamás volveré a construir mi vida sobre los cimientos de algo tan efímero y banal como el amor.

-¡Eres muy joven para hablar así! Estoy seguro que volverás a amar, y esta vez, será un sentimiento mucho más intenso y profundo.

-Sus palabras suenan alentadoras, pero yo ya no tengo sueños, ni esperanzas, ni desvaríos.