CAPÍTULO 1
Unos golpes en la puerta me despiertan. "¡Clarke, vamos, arriba! ¡Vas a volver a llegar tarde!". Mi madre. ¡Mierda! ¡Me he vuelto a quedar dormida! Rápidamente salí de la cama, dejándolo todo completamente desecho, yendo hasta el armario y cogiendo el primer par de vaqueros y camiseta que encuentro. Era bastante vieja y mi madre no paraba de insistirme que la desechara para trapos, pero yo me rehusaba. Me había acompañado durante toda mi adolescencia, y aún no tenía previsto deshacerme de ella.
Bajé atropelladamente las escaleras, saltando los escalones de dos en dos, con la chaqueta a medio poner y la mochila en la mano. Mi madre aún seguía en la cocina, donde me tenía preparado mi tan adorado café y un par de tostadas.
-Llevo una hora intentando despertarte, Clarke -. Me riñe, acercándose su taza a los labios. Bufé, siempre la misma historia-. Tal vez no deberías quedarte hasta tan tarde haciendo los deberes, si tan sólo me escucharas…
Pero yo hago oídos sordos. Soy así de imprudente, y más desde que mi padre murió. Al principio, no había sido más que una jugarreta de cría, haciendo enfadar a mi madre día sí y día también. Pero al cabo del tiempo se volvió un hábito y no sería fácil deshacerme de él. Además, me gustaba trasnochar. El barrio se quedaba en completo silencio, y sólo me quedaba con el ruido del bolígrafo sobre el papel, mi respiración y, de vez en cuando, el golpeteo de mi talón sobre el suelo. Podía pensar, envolverme en mi mundo propio como cuando era pequeña.
Terminé el desayuno y aún con el amargo sabor del café bajándome por la garganta, salí corriendo de casa. Saqué la bicicleta del garaje y me marché pedaleando rápido hasta el instituto.
Diez minutos después y casi jadeando en busca de aire, el enorme edificio más alejado de la ciudad se abría paso ante mis ojos. Un gran letrero le ponía nombre (Arkadia), consumido constantemente por la humedad y el óxido. Dejé la bicicleta en el aparcamiento y me adentré en el edificio.
Había llegado a tiempo. La gente aún poblaba los pasillos, hablaban entre sí sobre temas que no me importaban y hacían tiempo antes de que el timbre sonara. No mucho después, éste sonó.
-¡Rubia! -. Reconocí a la dueña de la voz mucho antes de oírla. Raven, haciendo gala de su fuerza, me golpeó el hombro a modo de saludo. Debería haberme acostumbrado pero… no, era imposible-. Creía que ya no ibas a venir.
Me volví y me encontré con su particular sonrisa burlona. Inconscientemente, me empecé a reír con ella, ya que normalmente llegaba tarde a clase. Pero aquel día no.
-Me sorprende que no confíes en mí, Reyes -. Le respondí dándole la espalda, jugando con la llave de la taquilla y cogiendo los libros que necesitaba. Miré el horario que tenía pegado en la misma, y al instante quise escapar de allí: Historia.
-Normalmente… a estas horas sigues en la cama.
-Pero hoy no. ¿No ves que estoy a medio metro de ti? -. Rodé los ojos y cerré la taquilla de un fuerte empujón-. Anda, vamos. No quiero ganarme otra falta de la señora Shelley.
La señora Shelley había sido profesora de Historia desde que mis padres eran unos adolescentes. Casi podía afirmar que llevaba aquí desde que el instituto se edificó, y no parecía con ganas de jubilarse. Siempre me había gustado Historia, pero ella… su voz era tan monótona y soporífera que incluso las mejores batallas de la Historia se volvían insoportables, sin emoción alguna. Fechas, fechas, fechas, era lo único que le parecía importar. Poco a poco mi interés por el tiempo pasado fue decayendo, hasta convertirse en algo que rara vez persistía en mi memoria.
Al entrar en clase, todos seguían charlando entre sí y la mesa del profesor estaba vacía. Qué extraño. Normalmente la señora Shelley está aquí mucho antes de que el timbre suene. Hice un gesto de sorpresa y me dirigí a mi mesa, la penúltima al lado de la ventana. Pronto Octavia acaparó mi mesa, echando los libros a un lado y encogiéndose para quedar a escasos centímetros de mí. Inconscientemente me eché hacia atrás, apartando la mirada de sus ojos claros que parecían querer atravesarme, casi como de una lanza se tratase.
-Espacio personal, Octavia -. Alcé una mano y la obligué a separarse, y la chica no tuvo más remedio que aceptar-. ¿Tengo que recordártelo?
-Vamos… si te encanta -. Respondió socarrona, típico en ella. Se bajó de la mesa, acercándose una silla y sentándose a mi lado-. Además, hoy podré molestarte todo lo que quiera. La señora Shelley se ha dado de baja.
¿Qué? ¿Se acabaron las clases aburridas y monótonas? En mi cabeza pude imaginarme a mí misma como si fuera un monigote, festejando como loca que la dichosa profesora me dejase tranquila el resto del curso… o al menos, parte de él. Ahora todo tenía sentido: hacía casi diez minutos que la clase debería haber comenzado, pero sin un adulto dando órdenes, la anarquía estudiantil tomaba el poder.
Al parecer, había tenido un accidente en un viaje que había hecho durante el fin de semana y se había fracturado un par de huesos. Nada grave, pero teniendo en cuenta su edad, había que considerarlo.
Octavia, Jasper, Monty y Raven habían hecho un corrillo juntando un par de mesas y sentándose a su alrededor, habían sacado una baraja de cartas y empezaron a jugar. Había más corrillos repartidos en la clase, a excepción de Murphy, que parecía muy entretenido con su mechero de gasolina; y Finn, que se había acercado hasta mi escritorio y se había girado para quedar frente a mí.
-Sigo esperando que me dibujes algún día -. Musitó, echando un vistazo a la pequeña libreta que siempre me acompañaba.
-Ponte a la cola, Finn -. Le di un golpecito en la frente para que se apartase. Nadie, excepto yo, tenía permiso para tocar dicha libreta.
Cerca de las 8:30 la puerta se abrió, dando paso al director y a una chica que no había visto nunca. Él le susurró varias cosas al oído a lo que la chica respondió con un movimiento de cabeza casi imperceptible, luego se separó y ambos se quedaron mirándonos esperando una respuesta. Poco a poco los corrillos se fueron disolviendo y cada uno volvió a su pupitre, fue entonces cuando el director habló:
-Como sabéis, la señora Shelley sufrió un accidente de coche hace un par de días -. Continuó hablando, pero a mis oídos pocas palabras llegaban. Me había quedado prendada de la chica que le acompañaba, no mucho mayor que nosotros, incluso aún tenía un rostro infantil. Pero su mirada era severa, seria, incluso fría; a la par que cálida y frágil como la de un niño indefenso. Se mantuvo en silencio mientras el director hablaba, paseando su mirada por cada uno de nosotros. Yo fui la última. Alzó la barbilla y sonrió.
-Me llamo Lexa Woods, y obviando lo que todos pensáis, seré vuestra profesora de Historia para lo que queda de curso.