Almas en Mutación
Segunda Parte
Soneto de Realidad

El aire le faltaba. El corazón le palpitaba con fuerza, al mismo ritmo que sus jadeos. No podía contenerse, había cruzado el límite mismo de la cordura. Ni siquiera se creía capaz de parar. Y no quería. Oh, Dios, no quería hacerlo. Pero no importaba, porque sabía que estaba por tocar las puertas de la gloria misma. Lo sabía. Arnold sonrió de costado, sin poder evitarlo, cuando notó la espalda femenina arquearse para él. El rostro de Helga se lanzó hacia atrás en una exclamación sin sonido al llegar a la cúspide del goce, buscándolo. No había nada mejor que eso. La mirada esmeralda parecía volverse de cristales vivos, de fuego azul. Todo por él y se lo hacía saber diciendo su nombre con fuerza en sus temblorosos labios arrebatados por la pasión. Y él se derrumbó sobre ella, estremeciéndose, sintiendo su alma vaciarse en ella mientras besaba el hombro femenino, su cuello, ahogando una risa cuando ella perdió el equilibrio y cayó en la cama.

- Que romántico… -comentó la chica, sarcástica- Me aplastas, cabeza de balón.

- Imposible. Tú eres muy fuerte, te vi levantando pesas el otro día, fácilmente soy más ligero. –sonrió, permitiéndose ese lujo y deslizó sus brazos por la cintura femenina, estrechándola.

Piel contra piel.

Ese era el paraíso.

El cantar de las aves resonó suavemente por las ventanas abiertas. La luz del día iluminaba el cabello despeinado de Helga, que caía sobre las sábanas blancas. Ella también rio, despreocupada y se giró hasta bajarlo de su cuerpo. Ambos se quedaron de costado, mirándose en silencio, disfrutando el calor del día, el sonido de las aves y la calma a su alrededor.

- ¿Lo recuerdas así? –susurró Arnold, deslizando sus dedos por entre los cabellos femeninos.

- No. Todo era más ruidoso en Hillwood. A veces no podías escuchar nada más que los gritos de Big Bob y los autos en la calle. Pero me gusta aquí. –ella se apoyó sobre su codo, mirando alrededor- Cada vez se ve más… real.

- Lo cree para ti. Al ser una idea recurrente y un escenario que ya he imaginado, es más fácil ponerlo en tu sueño. –le sonrió, dejando caer su caricia por el cuello femenino, continuando hasta su hombro. Como el aleteo de mariposas, apenas perceptible.

- Las sensaciones… son muy reales. Todas. –Helga miró sus dedos, sin las marcas intensas de su mutación en ellas- Mucho más fuertes que antes.

En ese momento solo parecían un par de enamorados, tal vez en la habitación de un hotel, en una ciudad cualquiera. En el campo, tal vez.

- Porque ahora sabemos cómo se sienten realmente. Antes solo podíamos basarnos en nuestras propias ideas de lo que podía ser estar con otra persona. –Arnold negó- Solo podíamos imaginar lo que podía ser estar juntos. –aclaró- Ahora sabemos realmente cómo se siente. –se inclinó y respiró hondo, el delicioso aroma a jazmín y almizcle que emanaba ella ahí, era igual que cuando estaban despiertos- Así que lo podemos recrear aquí.

La escuchó suspirar, cómodamente relajada. Todo lo que ocurría ahí era su momento favorito del día, acurrucarse juntos, charlando, acariciarla lentamente, teniendo una conversación ligera. Todo. No existían guerras, ni conspiraciones, ni destrucción.

Solo ellos dos.

Bueno, por lo menos por los siguientes segundos. Mientras la alarma general sonaba, cada vez más cerca, como la llamada de un ejército y todo se volvía distante.

- Buenos días. –susurró Arnold, bajando la voz.

Porque Helga ya tenía su expresión de guerra, completamente lista. Sin distracciones.

Al abrir los ojos, suspiró pesadamente. Otro día, otro momento para controlar sus pensamientos, para seguir el plan.

El sueño debía quedar atrás…

- Hey, hermano. –Gerald se asomó desde la litera superior, mirándolo con toda la energía que un madrugador podía tener- Precioso día ¿No?

- ¿Cómo sabes que lo es? Estamos bajo tierra. –se permitió recostarse unos segundos más, solo porque sabía que podría recuperar tiempo entre vestirse y salir.

El Almirante, una de las cabezas de la Rebelión, tenía estructurado el lugar como si fuese una base militar. Por suerte, Gerald y él estaban acostumbrados a eso.

- Oh, no necesito estar afuera para saberlo. –el chico saltó al suelo, con una amplia sonrisa en sus labios y se vistió mientras tarareaba una canción- Todos los días son hermosos.

- Oh, cállate, enamorado. –Arnold le lanzó su almohada, fastidiado.

Gerald la atrapó en el aire, conteniendo la risa y regresándosela con fuerza. El rubio soltó un ligero gruñido cuando impactó contra su nariz y se sentó, vistiéndose rápidamente.

- Estás celoso porque tengo novia y tú sigues mirando con ojos de borrego apunto de degollar a Pataki. –Gerald sonrió- Y Phoebe es preciosa, lista e ingeniosa. –suspiró.

- Me voy. No puedo soportar como te humillas a ti mismo. –bromeó Arnold, saliendo de la habitación.

No estaba celoso…

Bueno, un poco.

Pero solo porque Gerald podía expresarse naturalmente con Phoebe, en frente de todos. Helga y él mantenían técnicamente su relación oculta, porque ella no solo tenía un padre celoso que la vigilaba, sino un tío el doble de peligroso y una prima que estaba haciéndole la vida imposible a él. Además, Arnold estaba aún bajo vigilancia, lo estaban entrenando constantemente y evaluando si los traicionaría o no. Hasta el momento tenía a muchos de su lado, que lo veían como un excelente aporte para sus líneas y Arnold sabía que eran buenas personas, que creían en su causa. La Rebelión podía ser lo que fuese, pero sabía cuidar de los suyos, era justa con sus miembros y reían.

Dios… Realmente reían.

Y no en secreto, ni calladamente, como si fuese algo incorrecto. Ellos bromeaban a viva voz.

- ¿En qué se basa el ataque de la Rebelión?

Esa era la voz del Almirante, fuerte, sin gritar. La zona de entrenamiento estaba cerca del comedor y aquellos que eran aceptados ya en la Rebelión pero aun no eran soldados del todo, tenían que entrenar desde mucho más temprano que el resto.

- ¡El ataque directo, señor! –respondió alguien en el grupo.

- Eso no basta. –el Almirante caminó de un lado a otro- ¿En qué se basa el ataque de la Rebelión? –repitió.

- ¡El ataque directo e infundir miedo al enemigo, señor! –respondió la misma voz.

- ¡Y los uniformes bonitos! –gritó alguien del grupo.

Todos rieron, hasta Arnold soltó una pequeña risa. Cuando la Rebelión atacaba a los grupos militares, todos usaban un mismo uniforme, gris con rojo oscuro. Realmente eran distintivos.

Él lo sabía, había luchado contra la Rebelión antes de esta misión de infiltración. Ahora entendía porque eran tan letales a pesar de su poca cantidad.

- ¡Alevosos! –gritó el Almirante- ¡Cien sentadillas! ¡Ahora! –ordenó.

Pero Arnold sabía que el hombre había encontrado el comentario divertido, tenía un brillo en sus ojos, de agrado, de orgullo.

La gente de la Rebelión estaba viva, a pesar de vivir ocultos, de no ver la luz del sol y luchar contra un enorme ejército, los Aliados.

Aunque ellos no entendían… su guerra era innecesaria. No, peor, era perjudicial. La Rebelión debería estar ayudando a vencer al Enemigo. No dividiendo los ataques, haciendo perder personas y recursos. Ellos debían entender. Helga debía comprender. Pero ¿Cómo? Obviamente todas esas personas estaban dedicadas a su causa y creían que era algo noble, pero alguien estaba usando a la Rebelión, alguien les había mentido, desde hace mucho tiempo, para debilitar a los Aliados ¿Qué acaso no se daban cuenta que estaban luchando contra su propia gente?

Arnold contuvo un suspiro y terminó su desayuno. Ni siquiera se molestó en buscar a Helga. Principalmente debía concentrarse en ocultar sus emociones de ella, aun cuando sabía que la rubia estaba entrenando a su propio grupo de soldados mutantes, aquellos con poderes similares a ella. Unos que tenían la mala suerte de entrenar antes de desayunar.

- ¿Estás listo? –la voz alegre lo hizo reaccionar.

- Totalmente. –se forzó a sonreír, agradecido de que ese día le tocase trabajar con Lila.

En realidad había pocos mutantes con poderes psíquicos como los de él y ella. Ambos eran casos extremadamente raros. Pero eso era bueno, porque Lila era como una titiritera. Ese poder en las manos equivocadas podría condenar a toda la humanidad. O lo que quedaba de ella. Arnold apartó esa idea de su mente y se levantó, siguiendo a la pelirroja por entre los pasillos idénticos. Él aún se perdía fácilmente, no sabía cómo alguien podía orientarse en esos túneles de luz artificial y paredes. Aun así, su entrenamiento militar lo hacía reparar en ciertas cosas, como la forma en que obviamente la Rebelión había construido ese cuartel y posiblemente desde antes de la Gran Guerra. Los militares que habían traicionado a los Aliados habían gastado tantos recursos y habilidades para crear la Rebelión ¿Qué hubiese ocurrido si se hubiesen dedicado a la causa correcta? ¿La Gran Guerra hubiese terminado pronto y no estarían en ese momento de tensión, a la espera de que otra confrontación iniciara? Lo que una vez había sido una población de más de siete mil millones de humanos ahora se sostenía apenas por casi mil millones. Más o menos la población mundial en el siglo XIX. El pensarlo era escalofriante. Lo más increíble era que, a pesar de la enorme reducción de vida, no existía la posibilidad de extinción a pesar de la enorme cantidad de muertos en América y Asia. Las bajas habían sido considerables para los Aliados. Las naciones que una vez habían sido grandes potencias mundiales se habían reducido a resistentes soldados, campesinos, médicos e ingenieros. No había tiempo para otra profesión.

Pero ahí estaba la Rebelión, bajo sus pies, por todo el mundo, decidida a tomar el control de las manos de los Aliados porque creían, ingenuamente, que ellos habían iniciado la Gran Guerra pero ¿Cómo podían pensar eso? ¿Quién en su sano juicio podía tomar a su propia gente y someterla a experimentos, mintiendo sobre un virus para tener una excusa para atacar a otras naciones? Nadie era tan macabro. El mundo no era una película de ciencia ficción con un enemigo tan fácil de señalar.

Los Aliados fundadores, Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido y Francia habían sido atacados por un virus letal, directamente en sus niños. Pero gracias a los grupos de investigación, supieron de la existencia del virus antes de que pudiese hacer efecto y destruyera la moral de sus naciones. El tratamiento había sido difícil. Arnold lo recordaba, pues había sido víctima del peligroso virus y después de la sanación, había visto el surgimiento de sus poderes. Los Aliados vieron una oportunidad para regresar el golpe, para evitar otro ataque biológico. Muchos años atrás, las Naciones Unidas habían declarado la guerra biológica como prohibida y con justa razón. El uso de virus y bacterias era un truco sucio y con altas posibilidades de que algo saliera mal. El virus que el Enemigo había lanzado, había mutado el ADN de sus víctimas y gracias a los médicos de los Aliados, en lugar de convertirse en letales monstruos, la mayoría se habían vuelto mutantes.

La mayoría...

- ¿Estás listo para otra paliza?

Arnold reaccionó de sus cavilaciones y se dio cuenta que Lila lo había llevado varios niveles por debajo, a una zona acorazada de entrenamiento para combate, que parecía una cúpula armada. Y en el centro estaba Gretel, dejando salir el aire por entre sus labios para apartar uno de sus cabellos rubios con puntas azules de su mirada aguamarina. El chico sintió escalofríos cuando notó que estaba armada con múltiples cinturones con pequeñas bombas. Arnold le lanzó una mirada suplicante a Lila, pero ella lucía tranquila, recogiendo su cabello en una coleta baja.

- Pensé que entrenaría contigo. –se explicó.

- Oh, entrenarás con nosotras dos. –se explicó la pelirroja, ligeramente sorprendida al notar la mirada suplicante del chico sobre ella- No sabemos si hay otros mutantes con poderes similares a mi entre los Aliados.

Pero él sabía…

Nadie tenía el poder de Lila entre los Aliados.

- Así que -continuó la pelirroja- debes entrenar combate físico mientras luchas contra mi dominio sobre tus emociones. Tus habilidades físicas son muy buenas, así que queremos ver si puedes con esto.

- Yo diría que demasiado buenas. –susurró Gretel, saltando al suelo para estar cerca de ellos- Como un entrenamiento militar.

Rayos…

- Bueno, tuve cinco años de entrenamiento militar, como todos los mutantes. –respondió casualmente Arnold, sabiendo que su expresión de franca naturalidad era perfecta, lo habían entrenado como un diplomático y como un estafador. Todo en uno.

- Pues aprendiste muy bien… -la alemana comenzó a caminar alrededor de él, cada vez más cerca, mientras sonreía divertida- Pero no lo suficiente. Aunque fueses todo un ejército, no serías lo suficientemente bueno para estar a mi nivel.

Arnold tragó en seco, sintiendo todos sus nervios levantarse. Gretel se deslizaba cada vez más cerca, resbalando sus uñas por cualquier parte de él, sin importarle lo incómodo que lo pusiera. No, le importaba. Mucho. Porque eso era lo que quería hacer, dejarlo sin su guardia y con todos sus sentidos dispuestos a huir. No sabía cómo alguien tan pequeña y delgada podía aterrarlo tanto. En momentos como esos, ni siquiera podía notar el parentesco entre Gretel y Helga. La alemana parecía disfrutar todo eso, no conocía otro mundo que no fuese la Gran Guerra y parecía haber nacido con un cuchillo de combate en una mano y una granada fragmentaria en la otra.

- ¿Listo?

Ella por fin se separó y Arnold pudo respirar otra vez. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo pero se mantuvo firme. No iba a darle el gusto de ver cuán asustado había estado.

- Cuando quieras. –respondió, sonriendo.

Solo para fastidiarla.

Oh… porque era divertida la forma en que fruncía el ceño por la impresión y luego volvía a sonreír con peligro.

- Bien, iniciemos suavemente. –propuso Lila, subiendo a una pequeña plataforma que la elevó varios metros por sobre el campo de entrenamiento- ¡Suavemente! –repitió, mirando a la rubia.

- Al inicio. –recordó Gretel, clavando su mirada en su víctima, moviendo sus hombros para quitarse la inexistente tensión.

Y adoptó una pose similar a un depredador. Por esa razón era llamada Loba, su cuerpo se entregaba al terreno de batalla y todos sus instintos de caza la volvían increíblemente letal. Lamentablemente en ese momento estaba concentrada en Arnold, con una sonrisa similar a un gruñido y sus manos cerradas en una bomba cada una.

¿Y qué se suponía que debía hacer él?

Gretel se lanzó hacia su dirección, sin aviso y el chico logró apartarse, esquivando su embiste. La alemana avanzó un par de metros antes de darse la vuelta y lanzar rápidamente una de las granadas a sus pies. Arnold intentó moverse, buscar cobertura pero sintió paz. Una felicidad relajante y profunda que le hizo quedarse ahí donde estaba porque ¿Para qué moverse? El mundo era perfecto en ese momento, como un tarareo suave ¿Por qué había estado tan tenso? ¿Qué le podía preocupar? Él estaba ahí, se había reencontrado con la chica de sus sueños y estaba viviendo en un lugar lleno de esperanza. Esos eran los mejores años de su vida.

BOOM

Arnold parpadeó extrañado y llevó sus manos hacia su rostro, quitando el húmedo goteo que estaba en todo su cuerpo. El fastidio arribó a él, mientras agitaba sus dedos con exceso de pintura y la risa letal de Gretel lo hizo gruñir.

- Tienes que luchar. –pidió Lila, desde su alto puesto- Intenta luchar.

Y no tuvo tiempo para más. Gretel se lanzó en su dirección y esa vez intentó golpearlo. Arnold se movió rápidamente, esquivando el movimiento, empujando su mano por el codo femenino y aprovechando la acción para apartarla de su dirección, haciéndola caer sobre su espalda. El chico avanzó varios pasos y sintió agotamiento. No físico, sino uno mental, que hacía que cualquier idea demorara en llegar.

Lila…

Y era difícil luchar contra ella. El simple deseo de poner resistencia iba en contra de su necesidad natural de bostezar y dejarse caer en el suelo. Todo su cerebro parecía esponjoso y pesado. Pero sabía que no era verdaderamente él y eso significaba que podía apartarse. Solo…

Un paso…

Otro…

Uno más…

Muy despacio…

BOOM

Toda su espalda se manchó de pintura azulada. Ni siquiera había oído la granada caer. Pero iba a luchar, contra sí mismo y contra cada golpe que recibiera. No iba a dejarse vencer.

Parte de la misión era ganarse la confianza de los altos mandos. Y solo un buen soldado podía estar cerca del Almirante y Big Bob.

Oh… él iba a ser el mejor, aunque tuviese que romperse el cerebro.

Dos horas después, cayó en el suelo, completamente agotado. Todo su cuerpo estaba bañado en pintura roja, azul, verde, púrpura y podía jurar que alguna brillaba en tonos metálicos mientras que otra resplandecía con brillantina. Además, le dolían las costillas y los brazos, donde había recibido golpes por todo su cuerpo. Gretel estaba a unos metros junto a él, agotada, con una enorme sonrisa y parecía mirar el techo como lo haría una niña a las nubes. Realmente lucía encantada. Lila estaba sentada, delicadamente entre ambos y deslizaba sus dedos por entre los cabellos rubios.

- No había visto a Gretel divertirse tanto. –comentó la pelirroja, mirándolo con gratitud- Realmente hiciste un gran esfuerzo. –respiró hondo- Hasta yo me agoté.

- Gracias… -susurró, cerrando los ojos- Aunque al final no pude hacer nada…

- La depresión y el miedo son cosas muy fuertes. Realmente me hubiese sorprendido si hubieses podido contra eso. Pero también son difíciles de controlar, por eso rara vez las uso. Las personas reaccionan diferente ante esos sentimientos y pueden ser contraproducentes.

Él asintió, cuando había sentido miedo, su cuerpo se paralizo solo unos segundos y antes de darse cuenta había estado defendiéndose con excesiva fuerza. Ni siquiera pudo controlar cuando su cuerpo tumbó a Gretel al suelo y casi la había asfixiado. Lila tuvo que calmarlo rápidamente y la culpa lo había invadido hasta que la alemana soltó una carcajada divertida. Ni por un segundo había estado asustada y encontraba interesante que su reacción ante el miedo fuese atacar.

Al parecer se la había ganado de esa manera.

O… por lo menos un poco…

- ¿Estas segura que no eres una mutante? –preguntó casualmente Arnold- Nadie puede tener tanta energía de forma natural.

La alemana soltó una risa atronadora, divertida y paso de una loba a una mimosa felina al deslizar su cabeza entre los dedos de Lila, buscando más contacto suave y tranquilizador.

- El Almirante nunca dejó que el gobierno experimentara conmigo. –la chica negó- Y fui una buena candidata.

Arnold abrió los ojos con sorpresa ¿Experimentar? ¿Candidata? Muy seguramente su mirada lo delató, porque Gretel se enderezó y todo rastro de diversión desapareció de su mirada.

- No existe el virus. Nunca existió. La BRICS, el Enemigo, nunca lanzó un virus a los jóvenes ¿No lo entiendes? Alemania, Reino Unido, Francia, Japón y Estados Unidos, los Aliados, inventaron el virus para justificar su ataque. La BRICS, Brasil, Rusia, India, Corea del Sur y Sur África, habían estado ganando poder económico, estaban venciendo a las potencias mundiales que posteriormente serían los Aliados. Peor aún, todos ellos tenían bombas nucleares, podían ser peligrosos. Gracias a la ayuda de Corea del Sur y Rusia, tanto Brasil como Sur África pudieron hacerse de bombas nucleares. Los Aliados sospecharon que una guerra vendría cuando la BRICS financió a India para que conquistara a todos los países que formaban parte del Oriente Medio y parte de África hasta que se hiciera con ricas fuentes de petróleo. Los Aliados iban a perder su lugar como potencias mundiales y solo una excusa era necesaria. –Gretel se inclinó hacia adelante- El virus ¿No lo ves? Eso fue brillante. Todos los ciudadanos se unieron cuando supieron que sus adorados hijos fueron infectados, dieron todo para financiar la guerra. Países más pequeños, agrícolas y productores de materia prima se unieron a los Aliados, buscando protección. Así, ellos obtuvieron todo lo que necesitaban. Los niños infectados serían sus super-soldados, la Gran Guerra su forma de mantenerse como potencias mundiales. –una sonrisa sádica se formó en sus labios- Pero olvidaron algo… Las bombas nucleares del Enemigo eran muy reales y que no todos los militares aceptarían una guerra que usaría niños, sus niños.

No…

No.

No.

Ella estaba mal.

Eso no era verdad. El Enemigo había lanzado el virus, él había visto el efecto del mismo en muchos niños que no llegaron al tratamiento. Si cerraba los ojos podía recordar lo que había visto. Las víctimas y una en particular… todo su cuerpo cambió, se deformó, perdieron su humanidad… Y ellos seguían vivos, escondidos por los Aliados. Terribles monstruos productos de pesadilla, salvajes y letales. Por fortuna los Aliados habían tenido el antídoto, sin importar que los hubiese mutado. Arnold prefería tener sus poderes a volverse parte de… ellos. Gretel no sabía, no había estado ahí. Nadie tocó a esos niños, ni siquiera había llegado el personal del gobierno cuando comenzaron a transformarse. Él vio como uno de sus amigos se convertía en un deforme ser, rogando que lo mataran hasta que su voz también se perdió y se volvió letales alaridos.

Harold…

Aun recordaba sus súplicas, mientras se removía en el suelo y su carne se rompía. Ellos habían estado jugando en el lote baldío, todos se habían asustado cuando Harold había gritado con dolor, desesperado, y había comenzado a vomitar sangre. Él fue de los pocos que se quedó cerca, mientras llamaban a una ambulancia. Pero para cuando esta llegó, no quedaba nada de quien una vez había sido su amigo. En su lugar una criatura feroz había asesinado a cinco personas. Si, lo habían acorralado pero para cuando eso había ocurrido todo olía a muerte. Los militares llegaron, se lo llevaron y comenzaron a investigar el barrio. Él también había tenido el virus y no dudó en irse con el gobierno. No quería ser un peligro para sus abuelos, para las personas de la Casa de Huéspedes. Y lo salvaron, no importaba lo que dijeran, había sido salvado.

Los Aliados no habían inventado el virus. Él había visto su efecto y cuando había ascendido en su rango militar, tuvo el privilegio y maldición de ver cuántos de ellos, de seres como Harold, existían. Todos esos niños que el gobierno no había podido salvar, que se habían escondido o el virus había atacado demasiado rápido. El Enemigo había hecho eso y con un virus tan letal, era posible que lo volviesen a lanzar. Si los Aliados no los detenían, en cualquier momento podrían lanzar el virus o uno peor y las consecuencias podían ser catastróficas. Porque… ellos, esas… criaturas… eran cientos de ellas, miles. Letales, peligrosos, salvajes.

- ¿Estas bien? –la voz de Lila le hizo reaccionar- Un centavo por tus pensamientos.

- ¿Tienes uno? –preguntó, divertido.

Desde la Gran Guerra y sus consecuencias, el dinero ya no se usaba.

- Unos cuantos. Pero son recuerdos. –admitió la pelirroja, con un ligero sonrojo- Nostalgia… tal vez.

- Yo sé que es difícil de digerir. –intervino Gretel- Por eso hay que detenerlos. La Rebelión surgió para parar toda esta destrucción.

¿Con más destrucción?

- La Rebelión nació para que no crearan más super-soldados.

Aun así los estaban usando para su pequeña guerra contra los Aliados.

- Hay que detener esta guerra.

¿Iniciando otra?

- ¡Hermano! –la voz de Gerald llamó su atención y luego la carcajada del chico- ¿Se puede saber por qué pareces el proyecto de arte de un niño?

- Entrenamiento. –Arnold rodó los ojos- Camuflaje ¿No se nota? Casi desaparezco en el ambiente. –bromeó.

Bueno, todo a su alrededor estaba tan colorido como él…

Gerald soltó otra carcajada.

- Señoritas ¿Les importa si cruzo unas masculinas palabras con mi amigo? –consultó el pelinegro.

- ¿Van a hablar de chicas y deportes? –bromeó Gretel.

- Si, sobre el último partido de fútbol. –le siguió Gerald, aunque se notaba que deseaba que eso fuese verdad, que algo como los deportes y la televisión existiera- Ven, debes ver esto.

Arnold asintió y se despidió de las chicas, parándose con pesar. Todo el cuerpo le seguía doliendo, cada parte parecía el origen de otro dolor.

Los dos caminaron en silencio por los corredores, Gerald parecía saber a dónde se dirigían y Arnold se sorprendió cuando llegaron a su habitación. No hablaron hasta que la puerta se cerró y aun así fue en susurros.

- Me autorizaron para ir al exterior. –Gerald lucía orgulloso con su propio logro- Hay un pequeño grupo de reconocimiento e iré con ellos, voy a poder enviar nuestro informe a los Aliados.

- ¿Cómo lograste ganarte la suficiente confianza como para salir?

- Bueno, soy carismático. –Gerald sonrió de lado- Y excelente con las armas.

Arnold rodó los ojos. Eso no era justo. Él había tenido que lidiar con el entrenamiento de Gretel todo ese tiempo. No creía que su cuerpo fuese a soportarlo más. Pero Gerald había tenido tiempo para codearse con la gente adecuada para lograr lo que quería.

- ¿Tienes tu informe?

- Aquí. –el rubio le entregó un pequeño chip y Gerald lo guardó entre los dobleces de una pulsera que llevaba- Este lugar no era lo que esperábamos.

- Lo sé. Toda esta tecnología y recursos. Todos los soldados entrenados ¡Y tantos mutantes! ¿Te imaginas lo que podríamos hacer con todo esto? –Gerald lucía francamente emocionado- Podríamos recuperar Europa del Enemigo.

- Eso mismo he pensado. Pero debemos convencerlos de nuestra causa. No estamos aquí para atacarlos, sino para unirlos a nosotros. –le recordó Arnold.

- Lo sé. Lo sé. Solo… quisiera que fuese más pronto. Si tuviéramos a Lila de nuestro lado… ella podría usar sus poderes con la Rebelión.

- No. –Arnold negó.

Y no solo a Gerald, sino a sí mismo. Esa idea había pasado por su cabeza más de una vez. Pero necesitaban que fuese una alianza verdadera y no marionetas bajo el control de alguien. Además, Lila nunca lo aceptaría.

- Bien, iré a prepararme. –Gerald le dio una palmada y salió de la habitación.

Segundos más tarde, Arnold fue a las duchas y se cambió de ropa. Por lo menos la pintura salía fácilmente. Muy pesadamente, se encaminó al comedor, su estómago rugía.

- Puedo hacerlo.

Esa era Helga…

- Eso lo sabemos bien. Pero alguien debe liderar la base mientras no estamos.

Y ese era el Almirante.

- Pues escoge a otra persona o deja a Big Bob. Yo estoy más capacitada para el campo de guerra que para hacer de mamá.

Arnold llegó a la esquina del corredor y se asomó ligeramente. Helga y el Almirante parecían tener una discusión a viva voz en medio del camino. La rubia estaba a unos palmos del rostro de su tío, forzándose a estar en punta de pies, pero el hombre lucía tajante, sin ninguna alteración en su rostro.

- No, si nos atacan tú eres la única que podrá defender este lugar.

- ¡Ustedes van a atacar el puesto de avanzaba de los Aliados! ¡No puedes dejarme aquí! –gruñó la chica.

Por eso necesitaban convencer a la Rebelión. No podían seguir atacando y destruyendo todo.

Por eso debía alejar a Helga y encaminarla. Ella se estaba poniendo en peligro constantemente…

- No vamos a discutir esto y…

- Hay alguien. –la rubia giró el rostro, amenazante pero sus facciones se relajaron cuando lo miró- Arnold.

- Lo siento, no quería oír a escondidas. –avanzó hacia ellos- Pero tampoco quería interrumpirlos.

- No. –el Almirante negó- No deberíamos tener esta conversación aquí. –clavó su mirada en Arnold- ¿Tú qué opinas?

- No sé mucho del tema, señor. –el rubio se enderezó, inconscientemente, en posición de firmes ante un superior- Pero creo que lo correcto es mantener la base segura. Si los Aliados avanzaron tanto con ese puesto, puede ser una trampa.

No, no lo era…

- Nunca se habían interesado en esta zona ¿Verdad? –continuó Arnold, en su papel de rebelde- Así que es sospechoso.

- Exacto. –el Almirante lo observó con respeto y clavó su mirada en Helga- ¿Entiendes?

- ¿Y vas a llevar a Gretel allá?

- ¿La quieres aquí? Vamos a llevar a Lila.

- No… -Helga murmuró algo, muy bajo pero sonaba increíblemente ofensivo- Bien, hagan lo que quieran.

- Ya hablaremos de esto más adelante. –sentenció el hombre, apartándose del camino, regresando a su oficina.

- Te pusiste de su lado… -gruñó la rubia, fulminándolo con la mirada.

- No, fui lógico. –Arnold sonrió- Estamos hablando de algo importante, no sobre la decoración del comedor. Así que no daré bandos, no te daré por tu lado. Simplemente seré lógico.

- Lo sé… -Helga bajó sus hombros, frustrada- Solo… -gruñó, miró sus pies y levantó la mirada- Yo quería ir.

- Y entiendo que estés molesta. Pero agradezco que puedas ver el calibre del asunto. –señaló el camino al comedor- ¿Quieres comer algo?

- Un caimán sería genial. –bromeó la chica, recuperando su energía cínica.

- Pues veamos que tiene el chef.

Y así debía seguir, la actuación debía continuar.

Arnold observó el perfil de Helga, tenía un corte en el mentón, nada profundo y estaba ligeramente más delgada que la primera vez que la vio, sus ojeras habían desaparecido pero simplemente porque aún no había una misión que limitara sus sueños al mínimo.

Si, él estaba haciendo lo correcto. Y la haría entender.

Tal vez no estuviesen en un punto de extinción, pero ya no disfrutaban la vida. Todos vivían y respiraban a la espera de una guerra. Pero un nuevo ataque podría eliminarlos a todos. El miedo, las sospechas y la desesperación. Arnold sabía que nunca había una sola verdad. Ya sospechaba que la suya no era del todo correcta. Pero la Rebelión debía entender a qué se estaban enfrentando y cuál era el verdadero enemigo o no llegarían a conocer un nuevo mañana.

Y no iba a permitir que Helga muriese por una tonta guerra.

¡Saludos Manada! Y esta es la perspectiva de Arnold del mundo. Ya saben lo que cree Helga (En "Almas en Mutación" en el "What if?"), ahora saben lo que conoce Arnold. Los villanos siempre serán otros y tú el héroe ¿Verdad?

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Reglas de la Manada: Aun los más fuertes guerreros necesitan el apoyo de los suyos. Por eso un lobo no depende de nadie, por más fuerte que su aliado sea. Un lobo busca ayuda pero también la brinda. Un lobo lucha, protege y no falla a los suyos. No depende. No crea dependencia.

¡Nos leemos!

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