Estaba harta. Oh sí, harta. Harta de su padre, que despertó recordando su nombre por primera vez en 17 años, como si a esas alturas necesitara de él; harta de su madre, que por fin había recordado que tenía una hija menor que necesitaba un desayuno decente; harta del transporte escolar, porque justo en ese día lluvioso en el que olvidó su sombrilla decidió retrasarse – aunque no fuera novedad, al demonio ; harta hasta del clima, que justo ese día tenía que estropearse cuando usaba su playera sin mangas color rosa, su falda de mezclilla negra y sus converse con calceta de calavera hasta la rodilla; pero, por sobre todo, estaba harta de la escuela, sin motivos especiales ese día. Simplemente odiaba la escuela en general.

- Buenos días, Helga.- Phoebe, su única amiga y una de las únicas personas de las que no estaba harta, la recibió ese día como todos justo al lado de su casillero con su libreta en mano. Ella sólo correspondió con un movimiento de cabeza. – Tenemos clase de geometría analítica a primera hora. Descuida, ya hice tu tarea. Y el equipo de baseball está reclutando alumnos para la final, me pediste que te avisara.

Sí. La única que le hacía no perder la calma y con la que podía confiar. Incluso en temas delicados como ese día. Abrió su casillero mientras seguía escuchando las notas que su amiga y mano derecha le decía, cuando un pequeño objeto rosa cayó frente a ella quien con sus rápidos reflejos la atrapó en el aire casi por inercia. Casi.

No tenía nada que ver la curiosidad. Tampoco tenía que ver el hecho de que el objeto, que era una caja pequeña con un moño rojo amarrado, llevaba entrelazado una hoja enrollada cual pergamino. Mucho menos le importaba que al caer la caja, un olor peculiar de loción inundara sus fosas.
Nah. Para nada.

Pero bajo ninguna circunstancia podía negar su intriga al creer reconocer esa fragancia. Esa estúpida fragancia. Cuando tenía 10 años se quedó grabada en ella esa loción. Luego a sus 15 volvió a percibirla, y lo que al principio había significado felicidad y emoción se volvió frustración.

Y estaba harta de eso. Oh sí, demasiado harta de los celos. Pero más que eso, harta de las estúpidas cabezas huecas de sus compañeras de clase – si es que el término compañeras podía quedarles. Como la estúpida de Jannethe Johnson, la estudiante de Alabama que por tres semanas estuvo usando playeras escotadas para la clase de química que compartían; o como Daniella Schmidt, que por un mes entero no dejó de fingir problemas de comprensión en la clase de literatura que ambas llevaban… aunque tampoco fuera la más astuta normalmente.

Porque las muy estúpidas eran unas ofrecidas. Todas y cada una de ellas.

- Em… ¿Helga? – Phoebe la sacó de sus pensamientos.- ¿Abrirás el paquete?

- ¿Le dijiste a alguien sobre qué día es hoy? – Ella ignoró la pregunta inicial, con la mirada aún fija en la pequeña caja. Su amiga emitió un sonido en negativa y Helga suspiró. Guardó la pequeña caja en su mochila y la nota en el bolsillo de su chaqueta de cuero, no sin antes mirar alrededor en busca de cualquier curioso. Sin embargo, nadie parecía prestar atención.- Al baño de chicas del tercer piso, ahora. – Dijo cautelosa para que solo Phoebe la oyera.

Y es que en la preparatoria, los rumores y chismes corren de aquí para allá a la velocidad de la luz, incluso cuando el mismo involucrado no tiene idea de lo que pasa. Y, ¿quién mejor para esparcir rumores de las personas que la auto denominada abeja reina de la preparatoria?
Así, llegaron al baño del tercer piso, sin notar que alguien las vio entrar. Revisaron los cubículos, uno por uno, para asegurar el área.

Sin moros en la costa.

-. ¿Alguna idea de quién pudo entregarlo? – Helga habló.

-. No. Pudo ser alguno de nuestros compañeros de clase, Helga. Quizá nuestros amigos.

-. Quizá una mala broma. – Murmuró Helga, algo bajo para que solo Phoebe la escuchara, aunque fueran las únicas en ese lugar, mientras leía la nota que sacó de su chaqueta.

"Tus ojos azules me recuerdan al mar, y su esplendor. Y aunque el mar puede lucir aterrador algunas veces, sobre todo cuando te pierdes en él, es una maravilla. Eso eres tú, el mar en el que quisiera perderme. Aún en tu tempestad."

Sí. Tenía que ser una broma. Una maldita broma de los desgraciados de sus amigos. Los idiotas que más odiaba. Quizá Gerald-o, o Stink-o. Mientras pensaba en las formas más fáciles de descuartizarlos, degollarlos y venderlos por partes en el mercado negro, su amiga leía la nota.

-. Helga, ¿nadie sabe qué día es hoy? ¿Estás segura? ¿Ni siquiera… Arnold?

Y eso la desequilibró. La estúpida sensación de esperanza volvió a ella. Estaba hasta la médula de la esperanza. Porque era una maldita con ella. Como cuando él volvió de sus cinco años en la selva, y ella esperó a que hablaran sobre el beso que se dieron… y entonces él decidió ignorarlo. Simplemente llegó, los saludó a todos como siempre, como buen bonachón, y ya. Ella fue un amigo más al que saludó.

Quiso enterrar su cabeza bajo tierra, incluso pensó en matarlos a todos con una bomba para desahogar su frustración contra el mundo entero. Y ni así se desahogaría, pues las cucarachas sobrevivirían a todo. Hasta su estúpida bomba. Porque las cucarachas sobreviven a todo, no como ella, las muy malditas…

-. No. Arnoldo jamás, JAMÁS se acordaría de mí. Ni mucho menos haría eso por mí, Phoebe. Por cualquier otra con cara bonita, sí. Pero no por mí. Investiga quién pudo ser. – Como por la estúpida de Jannethe, con quien estuvo asignado a sentarse hace meses, o Daniella de quien fue tutor por un mes hasta que la babosa se resignó.

Y estaba harta de, por sobre todas las cosas en el mundo, él. El bonachón, el perfecto, el inocente y estúpido de Arnold Shortman.

-. Investigando… Pero es su loción. – Puntualizó Phoebe.

-. No fue él. – Y con eso, Helga dio por terminada la conversación.

Estaba saliendo por la puerta del baño, cuando la vio. La escoria de la preparatoria, la reina más chismosa del universo… Rhonda Loyd.

-. Escuché que recibiste un presente, querida. – Sonrió la bruja envuelta en vestidos de marca y accesorios caros. – ¡Y del nuevo suicida Arnold Shortman!

El tiempo se detuvo para Helga. ¿Es que ella había escuchado la conversación?