N/A: Sé que soy una pésima persona por dejar esta historia en hiatus durante tres largos años. No tengo excusas para justificar mi ausencia, y aunque contara con ellas, no serían suficientes para quitarme la culpa.

Muchos factores influyeron para dejar este fic en el abandono, el principal y más absurdos de todos es que perdí el documento donde plasmaba las ideas de lo que sucedería en cada capítulo, resignándome a no recuperarlo.

Y ahora estoy aquí, intentando remendar mi error y los años de espera. No sé si aún aguarden por una actualización, pero es lo menos que puedo hacer para compensar su paciencia. Debo advertirles que pueden notar ciertos cambios, la idea original desapareció, asi que estoy trabajando con lo poco que recuerdo, tratando de apegarme a las bases del fic.

Debo agradecer a mi querida amiga Antomercury por motivarme a retomarlo, créeme que intentare finalizarlo durante estos tiempos de cuarentena, gracias totales por impulsarme.

Sin nada más que añadir, espero que el capítulo sea de su agrado.

Espero leerlos pronto, pero por el momento solo me queda decir:

¡A leer!

Capítulo 6

Los gemidos reverberaban por la habitación; Su pecho se envanecía al compás de su errático huelgo, al mismo tiempo que de sus labios enrojecidos e hinchados por los violentos besos brotaban preces inconexas.

Sus largos y finos dedos, naufragaban por el ignoto mar de hebras oscuras, intentando mantenerlo cerca de su cuerpo para no dejarlo marchar jamás.

Podía jurar que de no tener un firme agarre alrededor de su cadera terminaría por desmoronarse; sus piernas rehilaban de forma violenta, estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para mantener el equilibrio, aun cuando una de sus torneadas extremidades reposaba obscenamente sobre el hombro de su amante, manteniéndola en el sitio que deseaba.

Otro alarido escapó de lo más profundo de su boca, la lengua de Sasuke contorneaba la almohadilla de terminaciones nerviosas con la punta de la lengua, estremeciéndola. El pelinegro saboreaba con mesura el exquisito néctar que emanaba de su intimidad, era un adicto a ella, a los placeres que su hermoso cuerpo le brindaba y, difícilmente, renunciaría a ellos.

Movió las caderas intentando emular el ritmo que el cálido apéndice del azabache marcaba. Necesitaba más, su palpitante sexo se lo pedía a gritos, estaba cerca de acariciar el cielo con la punta de los dedos, para descender al infierno y sumirse de nuevo en un lujurioso espiral de insaciable deseo.

— ¡Oh! ¡Sasuke!— protestó. Sus miradas colisionaron en un choque de emociones y sentimientos difíciles de procesar.

De su hendidura manó un líquido tibio y nacarado, con un impetuoso singulto pregonó su venida, atisbando adosada como el pelinegro relamía la comisura de sus labios, cerciorándose de no dejar vestigio de su orgasmo.

Aletargada, siguió todos y cada uno de los movimientos de Sasuke con la mirada, conteniendo la respiración al tener avistamiento de su cuerpo perfecto, moldeado con finura. El azabache se aproximó hacia ella, acallando cualquier replica con un beso hambriento; saboreaba las reminiscencias de su orgasmo sobre su lengua, era un acto lascivo, cargado de salacidad alarmante.

Podía sentir el miembro craso y enhiesto sobre su muslo, pulsando deseoso, preparado para recibir una serie de atenciones que solo Sakura era capaz de propinarle.

Al finalizar el beso, la pelirosa entrelazó sus dedos con los de él, dirigiéndolo hacia la cama desordenada situada en el centro de la alcoba. Las prendas desperdigadas por el piso, enmarcaban el sendero de la intemperancia.

Cuando estuvieron al borde de la cama, colocó una mano sobre su pecho, obligándolo a recostarse. No necesitaba recitar palabra para hacerse entender. Los dos habían creado una sinfonía particular, basada en una mezcla de miradas y afonía.

La mirada lemanita de Sakura no se apartó de los ojos ónix de Sasuke cuando reptó hacia él, ni siquiera cuando su cuerpo comenzó a recibirlo con avidez, notando como la dureza de miembro se hundía lentamente dentro de ella, estirándola de forma que nunca había experimentado. Emitió un gemido entrecortado cuando reposó su intimidad hasta la base.

Un gruñido proveniente de la profundidad de la garganta de Sasuke al transportarse a tan conocido, pero a la vez virginal paraíso acogedor. Los músculos estrujaban su pene, el calor era abrasador y la abundante humedad les brindaba la lubricación suficiente para comenzar con el sinuoso vaivén.

Sakura comenzó a elevar sus caderas, jadeante, hasta descender nuevamente; su melena rosada caía a los costados de su rostro como una cortina desordenada. El azabache volvió a capturar sus labios en un insistente beso, acallando los gritos de placer de la pelirosa. El ritmo de sus bocas coincidía con el compás que marcaba ella.

La pelirosa se echó hacia atrás, dejando entrever como sus labios lucían brillantes, húmedos y ligeramente hinchados por el demandante contacto de sus bocas.

—Sakura— gruñó, dirigiendo instintivamente ambas manos a su tonificado trasero para amasar la carne firme, a la par que ella establecía un ritmo lento y constante sobre su miembro.

Ella gemía suavemente cada vez que su cuerpo envolvía a Sasuke, la manera en que la llenaba y se deslizaba entre sus paredes era embriagante. Subía y bajaba, absorta en la vorágine de abrumadoras sensaciones que la embargaban. Colocó ambas manos sobre su pecho, trazando círculos con la cadera, al mismo tiempo que mordía su labio inferior.

—Mierda, Sakura— masculló el pelinegro, presa del placer. Hundió la punta de los dedos en la piel nívea de sus glúteos, consiente de las marcas rojizas que trazaría sobre aquel terso lienzo.

Sasuke se reincorporó sobre la cama, depositando cálidos besos en la extensión pálida del cuello de la pelirosa; sus manos reposaron sobre los blandos y núbiles senos, acarició con deleite los pezones erectos, avivando los trémulos quejidos de su arrebatadora amante.

Ansiosa por alcanzar el clímax, la pelirosa incrementó la velocidad de sus movimientos, más pronto que tarde, el orgasmo llegó como un duro golpe de realidad. Su visión se tornó borrosa por el placer, a la par que su cuerpo apretaba fuertemente el miembro del azabache, enviando una oleada de placer con cada contracción muscular.

La liberación llegó para Sasuke sin previo aviso; dejó escapar un largo suspiro al sentirse derramar la semilla caliente dentro de ella.

Sonriente, Sakura se inclinó hacia el frente, atrapando los labios del pelinegro en un tierno y casto beso. Él respondió de inmediato, pasando la punta de los dedos por la longitud de su espalda desnuda, intentando atraerla hacia su cuerpo con el fin de prolongar el contacto.

Cuando ella se apartó, juguetona, dejo caer su cuerpo sobre el colchón, acurrucándose entre las sabanas. El ambiente estaba cargado por el aroma almizclado del sexo; las cobijas de algodón húmedas por el sudor de sus cuerpos.

En un acto de absoluta devoción, el azabache retiró un mechón de cabello, adherido a la hermosa faz de la pelirosa, solo para situarlo detrás de su oreja. Estaba fascinado con el exótico color de aquella cabellera, el simple hecho de atisbarlo, evocaba la imagen de los cerezos floreciendo por las bulliciosas calles de Tokio: un atisbo de hermosura en medio del caos.

El tinte anárquico que confería melancolía a su existencia comenzaba a diluirse entre las aguas de la armoniosa infalibilidad.

Por primera vez en mucho tiempo, sus planes iban viento en popa; el nombramiento como nuevo editor en jefe del periódico y la creación de su nuevo libro eran una de las tantas cosas que empezaban a salir bien. A esto se le sumaba la pelirosa, quien indudablemente, era como un bálsamo para su alma herida y corrompida, una luz entre la angustiosa oscuridad.

—Me pregunto qué es lo que pasa por tu cabeza cuando pones esa mirada tan rara— dijo Sakura, con la mirada esmeralda clavada en él.

Enajenado, bosquejaba patrones convexos con la punta de sus dedos sobre la piel suave de su espalda desnuda.

Había perdido la razón y el juicio. En esos instantes de intimidad, el deseo de permanecer a su lado aumentaba. Su relación no era normal, y eso lo sabía a la perfección. No obstante, poco le importaba la manera en la que Sakura se cruzó en su camino, de lo único que tenía certeza era de sus sentimientos hacia ella.

Se estaba adentrando en un terreno de emociones y disimulos desconocido. Sin lugar a dudas, su relación se había transformado en algo incierto, constreñida por la diferencia de carácter, lo cual constituía una barrera: estaban avergonzados de ser quienes habían sido, hasta llegar a convertirse en desconocidos, bajo la situación de intimidad exigía una claridad de propósito de la que momentáneamente carecían.

—Nada en específico— respondió, levantando la comisura de sus labios hasta formar una cálida sonrisa.

— ¿Te habían dicho que eres un mentiroso encantador?— rebatió ella, dejando en claro que no iba a darse por vencida. Deslizó el dedo índice entre los planos lisos de su basto pecho hasta detenerse en su abdomen, para volver a trazar el camino una y otra vez.

—Algunas veces— bromeó. Ella lo golpeó juguetonamente en el brazo—.Esta bien, te lo diré— apesumbrada, situó su pecho desnudo sobre su abdomen mientras lo contemplaba con profundo e inusitado interés, aguardando por su respuesta.

Ante sus ojos, Sakura era maravillosa. Le gustaba contemplarla detenidamente en cada momento, de esa forma había aprendido que arrugaba el entrecejo cuando estaba demasiado concentrada, el tic de morderse los labios lo realizaba de manera inconsciente, pero lo tornaba condecente cuando estaban en la cama; había memorizado todos y cada uno de sus gestos, amándolos por igual.

Reparó en su encantador aspecto; la melena enmarañada, los ojos cansados desprendían un fulgor arrobador; oteó las curvas de su cuerpo, las mismas que llevaba grabadas en lo más profundo de su mente, por si algún día comenzaban a desvanecerse.

— ¿Tuviste una relación seria antes de…lo nuestro?— preguntó Sasuke, acentuando el rubor de sus mejillas.

Incapaz de evitarlo, la pelirosa bosquejó una sonrisa particularmente ladina, al mismo tiempo que levantaba las cejas, fingiendo sorpresa.

— ¿Nosotros tenemos una relación?— inquirió.

Ahora fue el turno de Sasuke para enrojecer como un niño pequeño, desde la punta de los pies hasta la raíz del pelo. La verdad era que nunca se lo había cuestionado, al menos no en voz alta.

— ¿A caso no es obvio?— espetó, rayando en el colmo de la originalidad—.Pasamos casi todos los días juntos, tenemos sexo la mayor parte del tiempo, y me atrevo a decir, que estás pensando en vivir conmigo, la mayor parte de tus cosas están aquí— puntualizó.

Sakura dejó escapar una risita discreta.

—No sabía que esos eran los requerimientos para determinar si dos personas están en una relación o no— paladeó, intentando molestarlo—. Ni siquiera me lo preguntaste— reclamó.

Sasuke exhaló con fuerza. De la mesita de noche alcanzó la cajetilla de cigarrillos y el encendedor, al mismo tiempo que tamizaba sus sentimientos. Aprisionó un cigarro entre sus labios, situando la punta sobre la tenue llamarada del mechero plateado.

—Solamente estoy jugando contigo— respondió Sakura, reincorporándose sobre sus muslos hasta situar su cuerpo sobre las caderas del pelinegro, arrebatando con delicadeza el tabaco para propinarle dos elegantes bocanadas—.Por supuesto que tenemos una relación seria— confirmó, soltando el humo.

Los músculos de su estómago se tensaron involuntariamente al notar la incitante calidez de su intimidad.

Habían transcurrido siglos desde su última relación, o al menos esa era su percepción. Karin era la única mujer con la que compartió su vida durante varios años, eventualmente, como era de esperarse, la vida se encargaría de demostrarles que no estaban hechos el uno para el otro, en un parpadeo ella acabó por abandonarlo.

Ahora se encontraba felizmente casada con uno de sus amigos: Suigetsu.

La mayoría lo tacharía de loco por enredarse con una chica más joven, pero Sakura era una beldad extraña.

—No respondiste mi pregunta— le recordó Sasuke, aceptando gustoso el cigarrillo, dándole una calada.

—Lo hice hace mucho tiempo— asintió, mohína. Su semblante se había ensombrecido.

— ¿Qué fue lo que sucedió?— cuestionó, dudoso, acariciando con ternura la piel de su antebrazo hasta descender a la muñeca, bordeando la terminante protuberancia del hueso cubito.

—Lo deje—aclaró con seriedad.

— ¿Asi nada más?

—Es la única manera de hacerlo— dijo, encogiéndose de hombros—. Solo es necesario recitar un "ya no te quiero más, adiós".

— ¿Qué sucede si aún lo amas?— la contempló directamente a los ojos, sosteniendo su mirada.

—No lo dejas— replicó carialegre, llevando el mechón de cabello que caía sobre su frente detrás de la oreja.

El pelinegro extinguió la llamarada del cigarrillo contra la madera desgastada de la mesa de noche. Con un movimiento rápido, recargó la espalda contra el respaldo de la cama, encontrando los labios de la pelirosa para reclamarlos con un demandante beso.

Solo bastaron unas cuantas caricias para avivar el deseo. Tan pronto como ella estuvo preparada para recibirlo, lo tomó en sus manos, deslizándolo entre los húmedos pliegues de su intimidad hasta situarlo en la palpitante entrada.

—Sasuke-kun— gimió, sintiendo como comenzaba a llenarla por completo. En respuesta, el azabache desperdigó besos por su cuello, pasando por las clavículas, desembocando en la separación de sus senos.

Giró sobre uno de sus costados hasta colocarla bajo su cuerpo. Instintivamente, rodeó su cintura con ambas piernas, acrecentando la profundidad de las embestidas.

Si de algo tenía la certeza Sasuke, era que cuando despertaran por la mañana, ella continuaría a su lado.

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Aguardó sentado, frente al arcaico escritorio de castaño, abarrotado de hojas sueltas y libros empastados; los rayos del sol que se colaban entre los estores con caída desvelaban la película de polvo que cubría la superficie de los tomos.

La oficina era relativamente pequeña, contaba con el espacio suficiente para albergar unos cuantos muebles y a dos personas de pie. Detrás de la mesase alzaban enormes estantes atiborrados de libros, la mayoría de ellos desvelaban el paso del tiempo en sus páginas amarillentas y quebradizas.

Un suspiro monocorde interrumpió la agónica afonía de la habitación. La mujer, apartó los lentes de pasta que reposaban sobre el puente de su nariz y situó las últimas hojas del manuscrito sobre la extensión desgastada de madera.

—Ha pasado tiempo desde que publicaste tu primer libro— habló, entrelazando sus dedos mientras reclinaba su cuerpo contra el respaldo de la silla giratoria.

Hamamoto Shikuza era una de las editoras más reconocidas en el país. Sasuke la conocía desde la universidad, cuando la editorial pertenecía a su padre, el señor Hamamoto Tetsuo. Durante los últimos años, la mujer se encargó de publicar la mitad de los bestsellers de la región, todo aquel que estuviese relacionado con la editorial Hamamoto tenía el éxito asegurado, o al menos eso comentaba los demás.

Sin lugar a dudas, sentía que había transcurrido toda una vida desde la publicación de su primer libro. "Seda en las piedras" trajo consigue el éxito, en ese entonces el egocentrismo y la ingenuidad lo hicieron creer que era invencible, no obstante, la existencia se encargaría de demostrarle que no todo era como lo imaginaba, tan pronto como las ventas descendieron y sumaba fracasos a su corta carrera, Uchiha Sasuke fue condenado al olvido, lejos de la selectiva corte de aquellos que gozan de prestigio.

—Casi una década— recordó, removiéndose en su asiento, inquieto.

—No voy a mentir, me parece bastante interesante— espetó Shikuza, clavando la mirada cansada sobre el rostro del azabache—, me mantuvo despierta hasta las cinco de la mañana.

—Eso es un halago— espetó el azabache, inclinando su cuerpo ligeramente hacia el frente—, no te contengas, sé que todo lo que viene después de un "pero" es una mierda.

Shikuza esbozó una sonrisa ladina.

—No hay nada malo que remarcar, la redacción es fantástica, la trama es envolvente y tu protagonista es arrolladora, ¿está basada en alguien que conoces?— dijo, mostrándose genuinamente interesada.

Mentiría si declarara que la primera impresión de Sakura fue una casualidad trivial. Desde el momento en el que cruzó su camino se vio perdidamente atraído a ella, como una polilla que busca desesperadamente la luz.

— ¿Qué es lo que piensa ella respecto a que robes su vida?— cuestionó, inclinando ligeramente la cabeza a un costado.

—Solo la tome prestada— respondió, intentando emular el toque de cinismo—, el libro está dedicado a ella.

Era lo menos que podía hacer para compensarla. Sakura había depositado toda su confianza en él, brindándole diferentes historias desde la comodidad del anonimato. Desvelar su nombre o cualquier ínfimo atisbo de su identidad, profanaría el sacro pacto perpetuado en cuerpo y alma.

—Tiene una vida tremenda—dijo.

Lo que comenzó como un proyecto desesperado, se convirtió en la única oportunidad para abandonar el exilio del olvido; ¿Cómo podía confiar en una idea tan prometedora que surgía de la esperanza y el deseo?

Mientras yacía postrado en la vieja silla, rodeado de arcaicos artefactos se percató de lo prendando que estaba a ella. No vislumbraba un futuro donde no figurara la pelirosa a su lado. Era una idea utópica y, hasta cierto punto, infantil. La idea del idilio adolescente, el morir de amor o condenarse a una vida de tristezas nunca le pareció tentadora. No obstante, sufría las consecuencias en cuerpo y alma, aun cuando intentase negarlas.

— ¿Lo publicarás?— se resolvió a preguntar, no era un hombre que anduviera por las ramas. Shikuza era su última esperanza.

—Tengo la certeza de que será un bestseller— profirió con tono categórico, como si pudiese vislumbrar el futuro—. Si tienes suerte, tal vez este libro te ayude a salir del exilio.

— ¿Cuánto tiempo tomará?

—Tal vez un año o seis meses, en el mejor de los casos.

Si bien, aquel plazo parecía lejano, tenía la certeza de que le aguardaba una nueva aventura. Una palabra resumía todo lo que sentía: libertad. Tanto en su vida como en su cuerpo.

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Los cálidos rayos del sol acariciaba la piel nívea de la pelirosa. La brisa otoñal deambulaba por los alrededores, meciendo las copas de los árboles para despojarlos poco a poco de sus opacas vestiduras.

Sakura clavó la mirada en la vidriera del establecimiento, una taza humeante de té reposaba a su lado, junto con algunos tomos de medicina interna y diagnóstico.

Tamborileó los dedos contra la superficie descolorida de la mesa, a la espera de que Ino apareciera, tal como lo habían acordado por teléfono.

Tras finalizar la última clase del día, la rubia arribó veinte minutos después de la hora acordada. Colocó los pesados libros sobre la mesa y se desplomó sobre el arcaico asiento acolchonado.

A ambas les gustaba encontrarse en la cafetería de su alma mater, ubicada cerca del complejo deportivo, entre los hermosos jardines y el modulo que resguardaba las oficinas. Siempre que tenían oportunidad, acudían al establecimiento almorzar. Era como una especie de ritual que habían perfeccionado con el paso del tiempo.

Sakura ya había ordenado su almuerzo cuando Ino llegó.

—Lamento llegar tarde— dijo, acicalándose la brillante guedeja rubia—, el profesor no para de hablar.

— ¿Estas segura que fue eso?— preguntó Sakura, levantando las cejas en un gesto de absoluto escepticismo— ¿O tal vez te cruzaste con alguien en el camino?

—Debo cruzar la mitad del campus para llegar hasta este lugar— asintió con desgana—. No empieces a imaginar cosas, frentona.

La camarera, una mujer de mediana edad con una mueca mortalmente seria en el rostro, se acercó a la mesa para tomar la orden de Ino.

—El chirasi del día. Y un té helado de jazmín, con hielo extra, por favor.

Cuando la mesera estuvo lo suficientemente lejos para no formar parte de la conversación, la pelirosa se atrevió a preguntar:

— ¿De qué querías hablar? Sonabas bastante entusiasmada— espetó, inclinándose ligeramente hacia el frente.

Incapaz de contener la emoción un segundo más, la rubia esbozó una enorme sonrisa, desvelando la algarabía que la embargaba ese día.

—Shikamaru pidió que me convirtiera en su novia— dijo, entusiasmada.

Después de pasar varios años inmersos en una relación sin compromisos, el chico se había dignado a corresponder los sentimientos de Ino. Para los chicos de la universidad, la rubia era conocida como la hermosa rompecorazones del instituto. Famosa por su serie de romances fugaces y la florería local más famosa del país. Sin embargo, con Sakura, Ino tenía la libertad de mostrar su verdadero yo. La pelirosa la conocía desde la infancia, probablemente era la única persona en el planeta que sabía que debajo de la amplia sonrisa y la personalidad carismática, Ino luchaba contra un trastorno de ansiedad severo, derivado de la muerte de su padre.

—Ya era tiempo— respondió con calma.

Nada le hacía más feliz que ver a su amiga entusiasmada, los sentimientos de Ino hacia Shikamaru eran genuinos, tan puros que rayaban en el borde la inocencia. Ella lo amaba desde que tenía memoria, y por fin, el heredero del legado Nara, la invitaba a entrar en su vida, no como una amiga o el consuelo de una noche, sino como su pareja, la chica que su madre adoraba y con la cual esperaba que se casara.

—Lo sé ¿verdad?— dijo con seguridad. La camarera arribó, situando la bandeja con el pedido de la rubia frente a ella—. Sabía que eventualmente se rendiría a mis encantos.

Sakura puso los ojos en blanco.

— ¿Cómo fue que te lo propuso?— cuestionó Sakura. Como fiel amante de los dramas y las novelas de romance, nunca rechazaba la oportunidad de escuchar una bonita historia de amor, sobre todo si su amiga la protagonizaba.

—Me invitó al cine, vimos una película horrorosa, y al final, acudimos a un parque cercano. Mientras caminábamos recordamos que solíamos visitar ese sitio cuando éramos pequeños, asi que nos detuvimos en los columpios y simplemente lo preguntó.

— ¿De repente?

—Si— asintió—, sé que vislumbre el momento durante mucho tiempo, pero resultó ser más hermoso de lo que esperaba— embelesada, llevó un pedazo de salmón a su boca, devorándolo de inmediato.

Bebiendo de su taza de té, Sakura clavó la mirada en el amplio ventanal de nuevo, echando un vistazo al hermoso paisaje enmarcado, conformado por los frondosos arbusto y las flores agonizantes; hojas secas se desperdigaban por el suelo, y crujían bajo los pasos calmados de los trasuntes.

Mientras escuchaba el parloteo extasiado de la rubia, pensó en su propia suerte. Su madre argumentaba que gran parte del problema al relacionarse con los chicos era que su padre las había abandonado. Ella consideraba el análisis absurdo y simplón, remontando las raíces de la conjetura a la adolescencia, cuando su cuerpo empezaba a desarrollarse y las facciones de su rostro a afinarse.

Debido a su aspecto exótico; el cabello rosa, los ojos grandes y de color esmeralda, las pequeñas pecas esparcidas por sus mejillas, los labios carnosos y la nariz diminuta y respingada, el interés que despertaba en los chicos de su edad era nulo. Su situación cambió poco después de cumplir los diecinueve, y tan pronto como se percató que todo lo que había odiado en el pasado de su peculiar fisonomía era su gran ventaja, la situación cambio.

Cuando ingresó a trabajar como dama de compañía, las ofertas no demoraron en llegar. Los hombres estaban encantados no solo con su físico, sino también con su personalidad y mentalidad, se había percatado que la mayoría de ellos buscaba llenar cierto vacío de soledad, y por ese motivo acudían a ella. No lo veía como algo negativo, al contrario, consideraba que ni en sus cinco sentidos mantendría una relación seria con alguno de sus clientes. Los negocios y el placer eran temas diferentes, jamás debían entremezclarse.

Pero con Sasuke todo era distinto. El azabache era un hombre atractivo en sus treintas. A sus ojos parecía tan desconcertante que no sabía cómo tratar con él. Sin embargo, él era el primer hombre que podría realmente imaginar en su futuro.

— ¿Dónde te habías metido, Sakura? Y habló en serio, han transcurrido siglos desde la última vez que pusiste un pie dentro del apartamento— señaló Ino.

Las mejillas de la interpelada se encendieron en un violento sonrojo cuando la sangre se le precipitó al rostro. No iba a entrar en detalles sobre los motivos que la mantenían alejada de su hogar, sin embargo, durante las últimas semanas, la dinámica con el azabache suscitaba de forma tan natural, como la que brota tras la confianza que confieren los años de relación, que ni si quiera se planteó en retornar al apartamento.

En el ático de Sasuke contaban con todo lo necesario para pasar la noche en vela. Sakura encontraba verdaderamente reconfortante refugiarse en sus brazos, rendirse al encanto de sus besos, y sumergirse en el profundo y lóbrego pozo de placer que ambos visitaban después de la puesta del sol.

—Tres semanas— le recordó Sakura, mientras notaba como el sabor de la menta caliente se diluía en su boca, dejando una sensación placentera a su paso—. Estuve en el apartamento por última vez hace tres semanas. Acudí luego de renunciar a mi empleo.

—Lo recuerdo a la perfección. Pero desde entonces no habías dado señales de vida. Supongo que Sasuke sabe cómo mantenerte ocupada.

—No seas puerca, Ino— la censuró Sakura, echando un vistazo por la cafetería, asegurándose de que nadie hubiese presenciado el comentario imprudente de la rubia.

—Ambas sabemos que no eres una puritana, frentona. Nada me alegra más que presenciar que encontraste la calma en alguien tan… peculiar.

Tras la caótica separación de sus padres, Sakura se prometió a si misma que jamás se rendiría a la falsa ilusión del amor, aquella percepción solo se encargaba de tomar lo mejor de las personas, para después destruirse mutuamente hasta que no restara nada más de ellos. Su antiguo trabajo era una especie de revelación, o al menos eso imaginaba.

Su percepción cambió de repente, cuando cierta noche, mientras reposaba a lado de Sasuke, se dio cuenta que las personas dan tanto de sí mismas en una relación que para los treinta están exhaustos. En su raciocinó admitió que era imposible continuar fingiendo que no sentía nada por el azabache con tal de no sufrir era un desperdicio.

—Sasuke es amable, bondadoso y paciente conmigo— explicó sin dejar pasar desapercibida la expresión sorprendida de su amiga—.Creo que por fin te entiendo, Ino— mordió su labio inferior tratando de contener una sonrisa.

—Te enamoraste de él, frentona— dijo Ino con ternura, estirando el brazo sobre la mesa para entrelazar su mano con la de ella.

Más que una sugerencia, las palabras de su mejor amiga eran una declaración, un ultimátum que revelaban lo que llevaba oculto en su interior, el mismo que le atemorizaba reconocer, porque el amor era el sentimiento más aterrador.

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Aguardaba sentada cerca de la barra, con la mirada fija en sus alrededores y una copa de vino como su única acompañante.

Atisbó con asumida apatía el entorno en el que se encontraba. Había acudido ese sitio solamente en dos ocasiones, ambas para concretar negocios.

Haciendo caso omiso del mal presentimiento instalado en su pecho, bebió de golpe el tinto restante, esperando que el sabor dulzón aplacara sus nervios.

Luego de treinta minutos transcurridos y dos copas de vino, la razón de su visita ingresó en el lugar, ataviada con vestido cruzado en color negro y cuello de lengüeta, astutamente combinado con un par de botas hasta la rodilla, confiriéndole un aspecto fresco y desgarbado. Llevaba la larga cabellera castaña suelta, caía sobre su espalda, perfectamente acicalada en un sencillo moldeado. Morine Sumiko era poseedora de una belleza inigualable. Sus pasos resonaron por la estancia hasta aproximarse a ella. La expresión en su rostro era mortalmente seria.

—No tengo mucho tiempo para hablar— dijo sin rastros de cortesía en su voz, tomando asiento en la silla predispuesta a un costado de la pelirosa—, sabes que llevo una agenda ocupada— recordó, reparando en el aspecto austero de Sakura.

No portaba los elegantes atuendos que solía utilizar cuando se reunía con un cliente; los jeans acampanados y el ligero cárdigan gris la hacían parecer más joven de lo que era, demasiado ordinaria para el gusto de Sumiko.

—Lo entiendo— respondió, encogiéndose de hombros— ¿quieres algo de beber?— preguntó por obligación. Las reuniones con Morine raramente sobrepasaban los veinte minutos de interaccion. Aquella mujer se encargaba de manejar sus cuentas y su cartera de clientes. Sumiko era la mente maestra detrás de la red ilegal de damas de compañía que encantaba a los personajes más relevantes de Tokio.

—No— negó en ipso facto—, escuche que todo marcha de maravilla con Kakashi, aunque habíamos hablado sobre monopolizar clientes, ¿estas segura de mantener tu lista con tan pocas vacantes?, hay muchos hombres que pagarían toda una fortuna por estar contigo.

Cuando comenzó su carrera, se aseguró de dejar en claro una serie de condiciones sobre la forma de trabajo. Kakashi y Genma eran los únicos hombres a los que encantaba con su compañía y estaba feliz con eso. Lo último que deseaba era involucrarse con demasiadas personas, había aprendido que el mundo era un pañuelo y cuando menos lo imaginaba, podría toparse en algún encuentro incómodo con alguno de sus clientes.

Lo cierto era que aquella encomienda era temporal; una carrera prominente como doctora aguardaba por ella, se le antojo repugnante pasar el resto de su existencia inmersa en ese tipo de negocios, sus aspiraciones no iban acorde a las demandas de Sumiko, por lo tanto, necesitaba dejarle en claro que renunciaría.

—En verdad lo agradezco— comenzó a hablar, aprisionando un mechón de cabello detrás de la oreja. Estaba nerviosa, un montón de nudos prietos estrujaban su estómago—, pero no puedo aceptarlo.

— ¿Sucede algo malo?— cuestionó Sumiko, estrujando los labios hasta formar una delgada línea recta—, ¿hay algún inconveniente con las tarifas?

—No es nada de eso— negó la pelirosa—, en realidad te cite para anunciarte que no voy a trabajar más en esto, he decido darme de baja— al momento de lanzar la confesión a los cuatro vientos notó como el peso sobre sus hombros se aligeraba.

— ¿De que estas hablando? — preguntó Sumiko con urgencia, incapaz de contenerse.

—No brindare más mis servicios— dijo con determinación—. Creo que es momento de encausar mi camino en otra dirección. Finalizare la universidad en menos de un año y no puedo continuar haciendo esto.

— ¿De qué demonios se trata todo esto, Sakura?— indagó, incrédula.

—Acabo de decírtelo hace algunos segundos—protestó.

Ambas recayeron en un silencio consternado. Sumiko la ignoró, manteniendo la mirada ambarina clavada en el suelo, enfrascada en los sucesos de minutos antes, sin acertar a construir una sola frase.

—Si esa es tu decisión, me temo que no puedo detenerte— concedió la bella dama, contemplándola directamente a los ojos.

—Estoy sinceramente apenada por marcharme repentinamente, no sé cómo agradecer todo lo que hiciste por mí— dijo, colocando una mano sobre la de Sumiko, estrujándola ligeramente en un gesto de congoja.

Sumiko apartó la mano, colocándola sobre su regazo. Sakura no dejo pasar aquella acción desapercibida, sabía que si caía de la gracia de Morine difícilmente se levantaría.

—Escuche que tu novio está escribiendo una novela acerca de tu vida— mencionó de repente.

Sakura sintió como un escalofrió recorría su espalda; la respiración se le cortó, solidificando el aire en sus pulmones, ¿Cómo demonios lo sabía? O mejor dicho ¿Cómo estaba al tanto de la presencia de Sasuke en su vida?

Una oleada de pánico la mantuvo atada a su asiento, el fuerte palpitar de su angustiado corazón retumbaba detrás de sus oídos.

— ¿Qué se siente que esté utilizando tu vida?— cuestionó con malicia, esbozando una sonrisa triunfante.

—Ese no es asunto tuyo— profirió, taladrándole el rostro con la mirada.

—Tienes razón, no es de mi incumbencia— habló, lenta y deliberadamente. El repiqueteo incesante proveniente de su elegante bolso otorgó la señal para indicar su partida.

— ¿Cómo es que lo sabes?— preguntó Sakura, preocupada, frunciendo los labios. Notó como su rostro comenzaba a calentarse.

Sumiko hizo un gesto de obviedad y dijo:

—La ciudad es demasiado pequeña, Sakura. Eres una ingenua si creíste que me tragaría la excusa de que estabas dejando el negocio con tal de encausar tu vida en otra dirección—torció el rostro burlonamente, acariciando con disimulado desaire una de las mejillas de la pelirosa.

—No voy a caer en tu juego— siseó entre dientes, estaba furiosa. Podía sentir como la sangre le hervía.

—Por supuesto que no— masculló Sumiko.

La pelirosa se mantuvo en su asiento; sus piernas temblorosas no le concederían el soporte suficiente para ponerse de pie y marcharse del lugar.

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La gélida brisa otoñal lo recibió al poner un pie fuera del edificio. La jornada laboral llegaba a su fin. Después de pasar la mayor parte de la tarde imponiendo orden en su nueva oficina, permaneció en el sitio una hora más, eligiendo algunos de los titulares que encabezarían la primera plana.

De uno de los bolsillos de su abrigo tomó la maltratada cajetilla de cartón, llevando un cigarrillo hasta sus labios. Una ventisca gélida extinguió la llamarada de su encendedor. Ofuscado, intentó de nuevo, propinándole una larga calada. Expulsó el humo en una pausada bocanada, permitiendo que sus problemas fluyeran en compañía de la nicotina que recorría su sistema.

Los nubarrones grises desperdigados por el cielo nocturno de la ciudad eran un indicio del diluvio que se avecinaba, si deseaba llegar a casa antes de que la tormenta comenzara debía emprender la marcha.

Ajustó la correa del maletín de cuero sobre su hombro. Minutos atrás recibió un mensaje de Sakura, preguntándole si iba de camino al apartamento, no demoró en responder, indicando que si corría con suerte, abordaría el tren de las nueve y cuarto.

Descendió los peldaños uno a uno, resguardando el móvil en uno de los bolsillos de su abrigo, junto con la cajetilla de cigarros y el encendedor desgastado.

— ¿Uchiha Sasuke?— preguntó un hombre de aspecto sombrío, recargado sobre un auto oscuro.

No respondió de inmediato, en su lugar, clavó la mirada al frente y reanudó la marcha.

—Por favor, ingrese al auto— espetó; más que una sugerencia estaba dándole una orden. Abrió una de las portezuelas de la parte trasera.

— ¿De qué mierda está hablando?— sintió una rabia creciente, pero estaba más asustado que furioso.

—Se lo explicare en el camino.

Desconocía lo que sucedería con él si accedía. Durante sus prolíficos años como periodista, se había adjudicado el odio de personajes importantes, algunos de ellos estaban inmersos en asuntos turbios, no le parecería extraño que el momento de acallarlo hubiese arribado. "Los muertos no hablan", era lo que solía decirse antes de publicar una nota en el apartado dominical.

Ignoró el repique incesante de su celular y lanzó el cigarrillo al suelo. Sin más remedio, caminó hacia al frente, apeándose en el coche. El hombre ingresó unos segundos después, situándose en el asiento del conductor; colocó ambas manos sobre el volante, y antes de que pudiese formular una pregunta, puso el motor en marcha, deslizándose por la pequeña calle hasta dirigirse a la avenida principal.

— ¿A dónde vamos?— dijo, más cortante que antes.

El hombre lo contempló por el reflejo del retrovisor, mas no vociferó la respuesta deseada.

—Por favor, póngase cómodo, será un viaje largo— espetó, dando por zanjado el asunto. Elevó la ventanilla que separaba la parte trasera de la delantera. Sasuke dejó escapar un suspiro de genuina resignación. Aquello había sido estúpido de su parte, todos en la industria sabían cómo terminaba eso.

Permaneció allí un largo rato, postrado sobre el asiento revestido de cuero, rodeado por el nauseabundo desodorante para auto con olor a pino y la mezcla del propio aroma del tabaco. Se sumieron en el silencio del bosque; la línea de luces de la ciudad había desaparecido detrás de ellos, la noche era cerrada y trataba de vislumbrar algo, vagamente consiente de los distintos matices de las sobras, pero no conseguía distinguir nada.

El hombre trajeado conducía con rapidez y le costaba reconocer por donde pasaban. Ninguno de los hablaban. Atravesaron la periferia de la ciudad, dejando atrás los enormes edificios y el bullicio de la ciudad para adentrarse en la carretera interestatal que los dirigiría hacia los acaudalados suburbios.

Tras cuarenta largos e interminables minutos de trayecto, el coche se detuvo en un tramo recto. Un par de puertas ornamentadas se abrieron para desvelar la imponente fachada, exquisita obra maestra de la arquitectura moderna.

El chofer detuvo por completo el auto cerca del porche. Sasuke dio un discreto respingo asustado cuando la portezuela del lado izquierdo se abrió, indicándole que era momento de afrontar su incognito destino.

Subió lentamente los escalones, naturalmente desconfiado. Jamás había experimentado algo similar en su vida. La ansiedad y desesperación que corrían por su sistema provocaron que su corazón palpitara con más fuerza, golpeando violentamente la caja torácica y retumbando detrás de sus oídos, como una pesadilla.

Cuando ingresó al vestíbulo, atisbó con detenimiento los deslumbrantes mosaicos que revestían el piso: un hermoso juego de colores, similar al de un caleidoscopio.

—Aguarda un momento aquí, enseguida te recibirá el congresista— espetó el hombre, dirigiéndolo hacia las escaleras de madera.

Los pasos de su acompañante retumbaron entre las enormes paredes. Sasuke permaneció de pie, en medio de la sala de estar, tratando de entender que era lo que estaba pasando. Aquel sitio era una galería que corría a lo largo de todo el extremo sur de la casa, con pinturas abstractas, sillones franceses y una hilera de puertas de plantación que se abrían hacia la terraza envolvente, enmarcando la vista de los verdes jardines.

Sasuke intentó ignorar su entorno, sin embargo, la necesidad de estudiar cada exquisito detalle incrementaba mientras deambulaba por la habitación.

Se detuvo frente a la enorme chimenea estilo árabe, donde una serie de portarretratos, de diversos diseños, tamaños y colores, se esparcían meticulosamente en un intrincado patrón sobre la superficie. La mayoría enmarcaban paisajes o a una mujer sonriente, pero la única que logró capturar su atención fue la efigie de una niña pequeña, ataviada en un adorable tutu en color blanco; la sonrisa candorosa hacia resaltar sus regordetas y sonrojadas mejillas, los ojos verdes resplandecían, mientras su cabello rosado estaba contenido en un perfecto moño, digno de una bailarina en entrenamiento.

Su corazón dio un doloroso vuelco al identificar a aquella pequeña como la mujer que amaba, la misma que en ese momento aguardaba por él en su apartamento.

—Por un momento imagine que no aceptaría mi invitación, señor Uchiha.

El azabache dirigió la mirada al sitio donde provenía la voz; el austero marco de madera desgastada resbaló de sus manos, esparciendo vidrios por el suelo.

El congresista apareció en su campo de visión, ataviado con un elegante traje confeccionado a la medida; era delgado como un poste, con la nariz ganchuda, estaba quedándose calvo, las pronunciadas entradas lo delataban; sus ojos verdes resaltaban en la oscuridad. Aquel hombre era el padre de Sakura, la misma persona que buscaba convertirse en el primer ministro del país.

Había escrito diversos artículos sobre la prolífica y pérfida carrera política de Kizashi Haruno. Diversos eran los escándalos que lo perseguían, desde acusaciones por lavado de dinero hasta implicaciones en redes de trata de blancas. Sasuke sabía que lo detestaba, ¿y cómo no hacerlo?, si publicaba todos y cada uno de sus más escabrosos secretos.

—Al fin tengo el honor de conocerlo en persona— agregó—.No se preocupe por eso, ya se encargaran de limpiarlo— lo miró sin parpadear, mostrando una sonrisa comprensiva, aguardando a que el asintiera.

Caminó hasta el otro extremo de la sala, el minibar estaba abastecido con licores de calidad, exquisitas muestras que costearían un mes de renta. Apacible, el político vertió un dedo de whisky en dos vasos.

Cuando regresó, un alevoso gesto decoró sus grotescas facciones, y dijo:

—Lo necesitaras.

Sasuke rodeó el vaso con fuerza, las entrañas se le removieron con solo oler el licor. Si estaba asustado, no lo demostraba.

El hombre tomó asiento en uno de los amplios sillones, al mismo tiempo que degustaba con esmero un sorbo de su bebida.

—Admiro su escritura, de verdad, me parece elegante y acertada, aun cuando intenta desprestigiar mi carrera.

—No es desprestigiar si se cuenta le verdad— rebatió, sacando a relucir su seguridad, o tal vez insolencia.

—Es sagaz con las palabras— dijo automáticamente a la defensiva—, apuesto a que muchos ya han puesto un precio a su cabeza— prosiguió.

— ¿Usted ya lo hizo?— preguntó el azabache, frunciendo el ceño. La bebida se le antojo repugnante, al igual que el entorno que lo rodeaba.

—De nada serviría— replicó el hombre a la par que lanzaba un suspiro largo y pausado, haciendo un gesto magnánimo con la mano.

Lo contempló directamente a los ojos, desafiante. Kizashi apretó los delgados y húmedos labios hasta formar una delgada línea recta.

—Leí su último artículo, aquel que hablaba sobre el tema de la corrupción urbanística y los delitos medioambientales en la construcción de la cadena de hoteles en la costa— puntualizó, bebiendo de golpe el dedo de whisky sin hacer ningún gesto—. También el de la trata de blancas y las orgias con los políticos y empresarios— el hombre tardó exactamente dos minutos en pensar—. Debo admitir que fue acertado en algunos puntos, pero en otros exageró, no le haría daño comprobar sus fuentes.

—Cuento con las pruebas suficientes, no necesito más.

El plan de intimidación por parte del padre de Sakura estaba fallando rotundamente; si Kizashi Haruno imaginaba que con aquello lo amedrentaría estaba subestimándolo. Sasuke sabía que el hombre no pecaba de estúpido, no se arriesgaría a mancharse las manos de sangre, al menos no de forma directa; tal vez le pediría a su fiel lacayo que acabara con su vida en medio del bosque, se desharía del cuerpo y nadie notaria su ausencia. No obstante, tenía la impresión de que todo eso iba más allá de los escándalos políticos y estaba estrechamente ligado con la pelirosa.

—Hasta hace poco desconocía que usted y mi hija mantenían una relación— dijo tras una larga pausa, posando la mirada opaca sobre los ojos negros del pelinegro—. Es indiscutible que tiene un pésimo sentido de elección.

Lejos de sentirse ofendido, el azabache guardó silencio, tal como lo había hecho en la mayor parte de la conversación. Aun no daba crédito de que aquel hombre fuese el padre de Sakura, la misma chica de sonrisa cálida y afables sentimientos.

—Sakura es una mujer adulta.

—Solo para lo que considera conveniente— profirió con sorna, situando el vaso vacío sobre la elegante mesa de cristal dispuesta en el centro—. También sé que está escribiendo un libro sobre su escandaloso estilo de vida.

—Eso no es de su incumbencia— resopló, sacando las palabras, aun cuando un calor le inflaba el pecho.

—Me temó que lo es, puesto que estoy involucrado— Kizashi abandonó su asiento—.Tengo la certeza de que está haciendo todo esto para fastidiarme.

El azabache engulló el trago de golpe, notando como el escozor descendía por su garganta como fuego líquido.

—Si intenta pagar por mi silencio, está perdiendo el tiempo— advirtió Sasuke, sin temor a nada.

—Por supuesto que no— negó con la cabeza, situándose frente a él. Desde cerca, podía notar las manchas de la edad decorando la arrugada piel, Kizashi comenzaba a marchitarse—. Sin embargo, sé que usted es un hombre sensato y está plenamente consciente de las fatídicas consecuencias que se desatarían si ese libro sale a la luz— acicaló el cuello de su abrigo, asegurándose de pulir los detalles que le conferían a Sasuke un aspecto desgarbado— ¿Qué pensaría la gente al enterarse de que la hija del primer ministro es una prostituta?— preguntó.

Sasuke sintió nauseas. No lo estaba haciendo por Sakura, sino con el fin de salvaguardar su carrera política. Haruno Kizashi era un hombre desdeñable, dispuesto a pagar el precio más alto con tal de mantenerse intacto.

—No está haciendo esto por ella— masculló entre dientes, taladrándole el rostro con una mirada atiborrada de odio.

—No vengas a dar un discurso moral, ambos sabemos que no estás en posición de hacerlo, tu eres quien se acercó a mi hija para plasmar su vida en un libro, y ahora sacas ventaja de la situación, asi que dime, Uchiha Sasuke, ¿Quién está utilizando a quién?

El azabache recayó en un consternado silencio. Le costaba admitirlo, pero Kizashi tenía razón.

—Sé que eres un hombre inteligente, Sasuke— reanudó Kizashi, dirigiéndose a él como si se tratase de un viejo amigo—, y por tal motivo, abandonaras tus intentos de publicar el libro.

—Si ya ha terminado, será mejor que me vaya— suspiró, cansado. Necesitaba salir de ahí lo antes posible, si permanecía un minuto más perdería los estribos.

—Se encontrar el punto débil de las personas, muchacho— amenazó, adusto, mirándolo intensamente—. Te alejaras de Sakura, si no quieres que yo me haga cargo de ello.

Sasuke situó el vaso vacío a un costado del de Kizashi, sin mirarlo comenzó a caminar hacia la puerta.

—Sería una lástima que por un simple arrebato adolescente algo malo sucediera con tu madre enferma, o tal vez con tu hermano.

El azabache se detuvo de golpe. Echó un vistazo por encima de su hombro, atisbando la espalda del congresista.

—También tengo mis fuentes— le recordó—. Estas sometido a niveles impresionantes de presión y estrés, asi que permitiría que lo consultes con la almohada.

—Eres un bastardo— rumió, virándose sobre los tobillos para encararlo.

Dos figuras aparecieron de inmediato, habían estado presentes todo el tiempo, mas no se percató de ello. Kizashi volvió a ponerse de pie, caminó hacia él, contemplándolo de nueva cuenta.

—Eres un hombre sensato— le dio unas palmadas en la mejilla, burlándose de él—, espero tener una respuesta el lunes por la mañana— decretó, dirigiendo su elegante andar hacia las escaleras—. Caballeros, asegúrense que mi distinguido invitado llegue sano y salvo a casa.

Los dos hombres asintieron, de manera autómata, uno dejo caer la mano sobre el hombro de Sasuke.

—Ah, y una cosa más— recordó—, saluda a Sakura de mi parte, ¿quieres?

De su garganta brotó un inaudible gruñido. Mientras se desplazaba por el largo pasillo del vestíbulo, escuchaba a su corazón cambiar de velocidad en su oído, cuestionando en sus adentros como es que todo estaba saliendo tan mal.

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La luz se filtraba bajo la puerta, indicándole que el apartamento no estaba vacío.

Se detuvo unos cuantos minutos, sopesando si debía proseguir con su camino, o dar media vuelta y marcharse. Sabía que Sakura estaba allí adentro, mas no contaba con el valor suficiente para enfrentarla.

Sacudió la cabeza, clavando los ojos negros sobre la puerta. Rodeó el pomo con una mano, y lanzó un suspiro. Armándose de valor se resolvió a poner un pie dentro de su hogar.

Pasaba de la media noche. Sakura yacía postrada sobre una de las viejas sillas, frente a la pequeña mesa; tenía la cabeza entre las manos y el teléfono móvil a un lado, estaba preocupada.

Cerró la puerta tras de sí, al percatarse de su presencia, la pelirosa se levantó de su asiento. Absortó en una lúgubre afonía, colocó el abrigo sobre uno de los ganchos adherido a la pared. La tensión sobre sus hombros comenzaba a tornarse más pesada.

Sin mirarla, caminó hasta la cocina.

—Estuve llamándote, pero no atendías el teléfono— preguntó, siguiéndolo sus pasos por la geografía de la habitación. El brillo irascible de su mirada era una inequívoca señal de que estaba realmente furiosa— ¿Dónde estabas?— lo interpeló con desidia.

Sin contemplarla, rebuscó entre las alacenas alguna reserva de alcohol que lo ayudara a sosegar los nervios, precisaría de una botella entera para engullir el nudo que le estrujaba la garganta. Por un segundo, pensó en contarle a Sakura sobre la reunión con su padre, pero al instante lo desestimó. Ella era incapaz de jugar al nivel de Kizashi. Se convertiría en un riesgo.

Sería ingenuo de su parte desatender la amenaza pasiva de Kizashi; el hombre estaba al tanto del paradero de su madre y hermano.

—Mierda— masculló al encontrar la botella de vodka casi vacía.

—Sasuke— llamó la pelirosa mientras le lanzaba una oscura ojeada atiborrada de reproche.

—Sabes que tengo demasiado trabajo, Sakura— dijo, realizando un esfuerzo sobrehumano para restarle importancia a la genuina consternación de la pelirosa. Sin pensarlo dos veces, propinó un largo trago a la botella, avivando las malas costumbres.

—Pudiste decírmelo— farfulló, cruzándose de brazos.

—No deseaba perturbarte— rebatió, aun sin mirarla.

No podía hacerlo. Durante el trayecto de regreso a casa, intentó hilvanar algún plan que los dejara a ambos bien librados de la situación. No obstante, de alguna u otra manera, los dos terminarían heridos. Si le contaba a Sakura, ella se empeñaría en formar parte de su equipo y terminaría arrastrándola en su caída.

—Sasuke, ¿te encuentras bien?— cuestionó, colocando sus finos dedos alrededor de su brazo, estrujando con delicadeza.

—Sí, solo me siento cansado— masculló, conteniendo las lágrimas en las esquinas de sus ojos.

—Por favor, mírame— solicitó con voz queda. Deseaba romper en llanto, contarle toda la verdad. Por ella estaba dispuesto a abandonarlo todo. Le pediría que se marcharan lejos, a un sitio donde nadie pudiese encontrarlos, lejos de sus dolorosos pasados. Pero era un cobarde.

Al girarse, apreció con detenimiento la expresión rota esperanzada; los ojos humedecidos, el tacto suave lo recibieron. Pasó los brazos alrededor de su cuello, mientras sus tersos labios se posaban sobre los de él, besándolo de forma tímida y casta. Reticente, correspondió, no porque no lo quisiera, sino porque su ínfimo tacto le quemaba el alma.

—Hable con Morine-san esta tarde— anunció, interrumpiendo el contacto de sus bocas—.Ahora soy libre— masculló, hilvanando una sonrisa nostálgica.

Quizá hablar, pero sus cuerdas vocales estaban paralizadas. La tomó por la cintura, besándola desesperadamente, como si sus labios fuesen agua en medio del desierto. Ella dejo escapar un gemido sorpresa al notar la lengua del azabache invadiendo su boca, detectando el rastro de vodka, sintiéndose mareada. Él, la cerco entre la barra del desayunador y su propio cuerpo, desvelando la impetuosa necesidad de sus caricias.

Sakura estaba dispuesta a abandonarlo todo con tal de permanecer a su lado, y ahí se encontraba él, incapaz de mantenerla en su vida, porque el miedo que la embarga era tan avasallante que había resuelto renunciar ella.

—En verdad te amo, Sasuke— le recordó, percatándose de su vacilación, como si fuese capaz de leer sus pensamientos.

Le rodeó la estrecha cintura con ambos brazos, ocultando el rostro en su cuello; olía a lavanda, a sabanas cálidas y su hogar. Cerró los ojos un momento, intentando impregnar su memoria con ese recuerdo.

—Yo también te amo, Sakura— declaró, sintiéndose como un patán.

Continuará