Disclaimer: Ansatsu Kyoushitsu / Assassination Classroom es propiedad de Matsui Yuusei.
Panic in Salem
Capítulo 1
Las alegres y ruidosas voces de los aldeanos inundaban toda la calle del mercado. El sol brillaba haciendo que un agradable clima deleitara a aquellos que se encontraban en la calle, el cielo estaba despejado cubriendo el horizonte con ese característico color azul, el leve viento primaveral se había levantado haciendo que los toldos de los puestos del mercado se levantaran, así como las ropas todos aquellos que se encontraban allí.
Los dueños de los puestos y mercaderes intentaban llamar la atención de posibles compradores, gritando y anunciando sus productos a viva voz con la esperanza da ganar dinero. Los vecinos y los ciudadanos compraban y paseaban por la concurrida calle, hablando con algunos conocidos, comprando alimentos para dar de comer a sus familias o simplemente pasando el rato por allí.
Andando con tranquilidad y esquivando con un poco de esfuerzo a la multitud, un joven paseaba sus ojos por todo aquello que le llamaba la atención de ese sitio. Los alegres niños jugando en la acera, las vecinas cuchicheando en alguna esquina, los vendedores negociando algún tipo de precio con sus compradores, todo el ambiente en general. Todo le llamaba la atención, todo aquello en lo que sus ojos magenta se posaban era interesante y a la vez algo inaudito.
Salem parecía una aldea más tranquila de lo que Ryuunosuke Chiba esperaba encontrarse en un principio.
Clavando sus ojos en el suelo durante un momento, decidió seguir con su paseo y aminoró su paso a través de la calle, mientras su pelo negro y el largo flequillo que llegaba a tapar sus ojos se mecía debido al incesante viento. Chocó con algunas personas, pero no le dio importancia alguna, ya que sus pensamientos estaban hechos un lío, girando en su cabeza una y otra vez en una vorágine de ideas y conclusiones.
Era el primer día que Chiba pasaba en Salem. Había llegado la noche anterior y a pesar de que la ciudad no estuviera tan sumamente lejos de su lugar de origen, Boston, él había llegado completamente agotado. Había pasado todo el día anterior preparándose para el viaje, haciendo las maletas y escuchando las palabrerías y consejos de su tutor legal, por lo que cuando se montó en el carruaje para marcharse, solo tenía ganas de dormir, pero por alguna razón no consiguió hacerlo durante el trayecto. En el momento en el que sus pies se posaron en la aldea, lo primero que hizo fue buscar con la mirada una posada en la que alojarse durante todo el tiempo en el que se encontraría allí, cuando la encontró no tardó mucho en entrar, pagar una habitación y darle una leve sonrisa a la chica que se encontraba en el mostrador, para después subir a su nueva habitación y tirarse en la cama con el fin de dormir hasta la mañana siguiente.
Ahora, tras haberse levantado totalmente despejado y haberse vestido con rapidez, había decidido explorar la ciudad un poco y orientarse lo más rápido posible, ya que intuía que pasaría más tiempo del que había planeado en esa aldea. Tenía una reunión con unos conocidos en un par de horas, pero sabía que tenía tiempo hasta entonces para observar los alrededores y familiarizarse con el entorno.
Estaba muy sorprendido del ambiente tranquilo, acogedor y hogareño que desprendía aquella calle comercial, con las personas sonrientes, las risas de los niños y las animadas conversaciones. Más teniendo en cuenta la situación por la que la aldea estaba pasando, todo aquello de lo que los pueblerinos habían sido testigos, la oscura y misteriosa razón por la que él se encontraba en ese momento en el pueblo de Salem.
Era 1963, y las brujas y seres sobrenaturales acechaban la ciudad con ansías de destrucción y agonía.
El pueblo de Salem había caído en pánico y Chiba lo sabía. Todo el mundo lo sabía, todos eran conscientes. La oscuridad acechaba la ciudad y a todos aquellos que vivían en esta. Las enfermedades, el hambre, la pobreza, la muerte, tragedias sin explicación y por las que los aldeanos se veían sumidos en el miedo y el desasosiego. Salem se había convertido en una ciudad maldita, cuya oscuridad y maldición amenazaba con tragárselo todo y hacer daño a todo aquel que encontrara por delante. Nadie sabía quién era el culpable, nadie sabía la razón de tanta desgracia. Todos estaban asustados y sin esperanza, apretando entre los puños un rosario y esperando a que Dios, su único y gran salvador, tuviera piedad de ellos y sus familias, que les salvara, que acabara con las epidemias y la muerte que les acechaba.
Había pasado casi un año desde que más de una veintena de mujeres y hombres habían sido juzgados y sentenciados a muerte por brujería. Siendo la mayoría de las aldeanas quemadas en la hoguera como herejes y blasfemas que eran, con los gritos e insultos de sus vecinos hiriéndoles y rogando por su muerte. Había pasado casi un año desde aquel desastre en el pueblo, desde aquel accidente en el que no solo una bruja, si no que también un ser sobrenatural que nadie supo identificar habían quemado gran parte del pueblo haciendo que murieran un centenar de personas. Un año en el que todos los aldeanos seguían asustados, en el que las brujas y sus secuaces de la oscuridad seguían causando daño, en el que los juicios por brujería no cesaban durante día y noche, en el que Salem había caído en completo pánico e histeria.
Y por eso estaba allí.
Chiba iba a cambiar aquello. Estaba más que dispuesto a acabar con ese miedo. Porque con la cruz de plata colgando en su cuello y sus fuertes ideales en su cabeza, él le había prometido a su maestro y a las personas con las que iba a reunirse, que no dejaría que nadie más hiciera daño en el pueblo de Salem. Ya fuera una bruja, o cualquier ser venido del infierno o cómplice de satanás. Chiba los erradicaría a todos, a como fuera lugar. No permitiría que una tragedia como la de hace un año volviera a repetirse, nunca, jamás. No mientras él estuviera vivo.
Las risas de unos pequeños niños le distrajeron de sus oscuros y turbios pensamientos, los cuales estaban llenos de ansias de venganza y una radical y divina justicia, haciendo que girara la cabeza y mirara con atención esas sonrisas y pensamientos inocentes que los infantes cargaban.
-"La inocencia trae la felicidad."- Pensó sin poder evitarlo.
Sabía que tenía razón. Tanto esos niños, como todos los aldeanos eran mucho más felices sin saber lo que verdaderamente les acechaba. Estaban mejor pensando que las brujas eran las únicas culpables de sus desgracias. No les convenía saber toda la verdad, aunque era mejor así. Al menos para la razón por la que él estaba allí.
Una ráfaga de viento volvió a mecer su pelo mientras seguía andando con parsimonia. Había llegado a un cruce en mitad de la calle, donde diversos puestos estaban colocados y la multitud seguía pasando. El chico sabía que era más conveniente fijarse en los puestos y en lo que estos le podían ofrecer, pero su atención fue completamente eclipsada por otra cosa.
Una persona. Una chica.
Los de su alrededor no parecían notarla, o más bien no querían hacerlo. La ignoraban como si no fuera nada, como si se hubiera convertido en un vil adorno de la calle sin valor alguno. Muchos se apartaban y cambiaban sus pasos para no chocar contra ella, para no tocarla, mientras que otros directamente al ignorar su presencia chocaban contra ella sin compasión, haciendo que diera traspiés y se moviera de su sitio con dificultad.
Sin embargo Chiba, por alguna razón, no podía dejar de mirarla.
A unos cuantos metros de él, la chica en cuestión le daba la espalda y no podía ver su cara. Pero lo que sí podía ver era el vestido de color rojo, viejo, andrajoso, sucio y lleno de hilos rotos, cortes y arreglos mal cosidos que este tenía, dando a entender que la muchacha no tenía dinero suficiente como para permitirse una vestimenta mejor. Su pelo de color anaranjado y rojizo, justo como el tono del cielo al atardecer, estaba recogido en dos coletas que se deslizaban hacia un lado por culpa del viento, y su tez blanquecina resaltaba por su palidez, que hacía su piel casi semejante al de una muñeca de porcelana, fría y pálida.
No podía verle la cara, aunque no importaba. Esa chica tenía un aura... Extraña. A pesar de que los aldeanos ignoraran su existencia, a ella no parecía importarle ese hecho. Tenía en su mano derecha una cesta de mimbre de un tamaño bastante pequeño, en la cuál había diversas flores colocadas con cuidado. Se notaba que eran flores silvestres, procedentes del bosque cercano a la aldea en el que nadie solía entrar por temor, eran flores coloridas, bien cortadas y no había ninguna del mismo color. Solo con mirar el contenido de aquella humilde cesta se podía saber el esmero y dedicación que la muchacha había puesto en buscarlas, cortarlas, cuidarlas y colocarlas de manera llamativa en su cesta para poder presentarse en el mercado y venderlas. Pues aunque todos la ignoraran, la chica seguía en sus trece e intentaba vender aquellas flores. Ella no gritaba de la misma forma que los vendedores de los puestos, simplemente se inclinaba hacia alguien, enseñaba su cesta y parecía llamar a las personas con una voz débil y algo tímida que apenas se podía escuchar entre todo el barullo de la calle comercial.
Ni Chiba ni nadie necesitaba hablar con la chica o investigarle para saber que ella era una simple vendedora de flores, pobre, sin mucho dinero y que intentaba salir a flote como podía. Y aunque Chiba ya había visto a muchas personas así a lo largo de su vida, enfrentando a la pobreza y haciendo lo imposible por conseguir un mero trozo de pan, la idea de acercarse a aquella muchacha y comprarle un par de flores se paseó por su mente nada más mirarla. Tal vez lo hacía por compasión más que nada, pero la tez pálida de la muchacha y su esbelta y menuda figura, así como las acciones de ella, le hacían estar seguro de que necesitaba el dinero y se estaba esforzando para conseguirlo.
La idea de acercarse a ella se hizo realidad en un solo instante. Justo en el momento en el que un desconocido pasó al lado de la chica, ignorándola como todos los demás y chocando contra ella con fuerza. Haciendo que esta diera unos pasos hacia atrás por el golpe y su cesta de flores saliera despedida de sus manos mientras que ella recuperaba el equilibrio. La cesta cayó al suelo y las flores con esta, quedando la gran mayoría tiradas en el suelo sin ningún cuidado mientras las muchacha se tensaba e intentaba recuperarlas, para su desgracia, el mismo hombre que le había empujado había seguido su camino como si nada, pisoteando y esparciendo las flores sin ningún tipo de remordimiento o conciencia. La chica se quedó paralizada, mirando su cesta y sus preciadas flores, o más bien lo que quedaba de ellas, tiradas en el suelo y maltratadas por los pies del desconocido que ahora se alejaba como si no hubiera pasado nada. La gente de su alrededor tampoco había dicho o hecho algo, no iban a hacerlo.
-Señor ¿No va a disculparse por pisotearle las flores a esta chica?- Dijo Chiba en voz alta y completamente serio.
Había llegado a su lado en un pestañeo y no había dudado en llamarle la atención a ese hombre. Tanto el desconocido como varias personas se giraron al escuchar su voz seria y las palabras que había pronunciado, como si hubiera dicho algo de suma importancia cuando en verdad solo buscaba una disculpa por parte de ese maleducado hombre. La muchacha a la que estaba defendiendo estaba justo detrás de él, pero aunque no podía verla sabía que estaba agachada, con la cesta ya en mano y recogiendo poco a poco las flores que se habían salvado de aquel accidente.
El aldeano se giró para mirarle con una expresión de fastidio en la cara, y le contestó con todo el tono de desprecio que pudo reunir.
-¿Por qué tendría que disculparme?- Dijo como si nada.
Chiba mentiría si dijera que no se quedó algo bloqueado ante esa respuesta ¿Quién se comportaba así? Cualquiera se daría por aludido si un joven de su edad le llamara la atención por haber hecho algo malo, pero ese hombre no. No parecía arrepentirse o cohibirse por haber tratado mal a la chica o por haber arruinado su "negocio" a pesar de que ella no le había hecho absolutamente nada. Y no solo era el comportamiento de ese hombre, tras su respuesta la gente pareció incluso darle la razón, ignorando el caso y empezando a andar de nuevo como si nada, como si lo que hubiera pasado fuera algo natural y que ocurriera todos los días.
La ignorancia ante la situación fue tal y Chiba estaba tan bloqueado, que el hombre terminó por marcharse y desaparecer entre la multitud sin que él pudiera decirle nada.
Todo volvió a como era hacía unos pocos minutos, con la agitación de la calle y la gente pasando de largo de la chica y ahora también de él.
Le costó unos segundos darse cuenta de que estaba de pie sin decir nada, sin embargo no tardó mucho en reflexionar sobre lo que había pasado para luego darse la vuelta y agacharse con rapidez en el suelo. Sin mirar a la chica a la cara, que también estaba agachada y sin decir nada, empezó a recoger las pocas flores que estaban a su alcance y que no habían sido dañadas. Cuando terminó de hacerlo, las juntó en un pequeño ramo y luego alzó la cabeza para tendérselas a la chica, que ahora le miraba con atención y en silencio.
La intensidad y el magnetismo de los ojos verdes con los que se cruzó le sorprendió de sobremanera. Ella permanecía callada, mirándole a los ojos y con una expresión seria y estoica. Pero esto no impedía que Chiba reafirmara en sus pensamientos lo mucho que le llamaba la atención esa muchacha. No era solo el color de sus ojos, verdes como la hierba que crecía en el bosque, si no también sus fracciones delicadas, su pelo rojizo enmarcando su cara y la tez de esta y sus finos, carnosos y rojos labios que no parecían ir a juego con su pálida piel.
Los pensamientos de Chiba se bloquearon por un instante, y no era de la misma forma que cuando le había contestado ese hombre. Los ojos de la misteriosa vendedora de flores parecían estudiarle con detenimiento y se clavaban en él de una forma que parecía poder inspeccionar incluso su alma. Era raro, muy raro.
-Gracias.- Dijo la chica de repente sacándolo de sus pensamientos y recogiendo el pequeño ramo de flores que había reunido para entregárselo.
Chiba despertó de su ensoñación al escuchar su voz, algo firme pero a la vez fría. La muchacha se levantó del suelo mientras colocaba las flores en la cesta, esta vez sin ningún tipo de cuidado, ya que parecía saber que no iba a vender ninguna ese día. Chiba también se levantó para seguir mirándola con detenimiento y caer en la cuenta de que a pesar de que ella era un poco más bajita que él, debían tener aproximadamente la misma edad.
-De nada.- Contestó aparentando indiferencia.
Ella no habló y se limitó a seguir estudiándole con detenimiento. No sabía si era por curiosidad o porque no estaba acostumbrada a que alguien le ayudara en ese tipo de situaciones. Seguramente las dos cosas.
Un pequeño silencio se instaló entre ellos, pero el chico empezó a agobiarse. La muchacha parecía que iba a darse la vuelta y seguir por su camino de un momento a otro, y él no quería despedirse de ella de esa manera y mucho menos alejarse así. Así que pensó en lo mínimo que podía hacer por la chica para compensarle el mal trago por las flores destruidas.
-Yo...- Empezó a decir haciendo que la chica alzara la cabeza para escucharle.- Te compro algunas flores.
La imperceptible forma en la que los ojos de ella se abrieron por un instante no le pasó desapercibido. Y aunque la expresión de la chica seguía siendo estoica y algo seria, la manera en la que su aura, algo desesperanzada y triste, cambió a una alegre y animada, hizo que el chico tuviera que reprimir una leve sonrisa al ser consciente no solo de la buena acción que estaba realizando, si no del hecho de hacer un poco feliz a la misteriosa vendedora de flores.
-¿Cuántas quieres?- Preguntó ella esta vez con un tono de voz más ligeramente alegre.
-Con tres será suficiente.- Contestó el pelinegro mientras empezaba a sacar la bolsa donde guardaba el dinero.
La chica no tardó en coger con delicadeza tres flores de su cesta, asegurándose de que no estaban en mal estado después de la caída que habían sufrido, y se las tendió con convicción. Chiba miró las tres flores con detenimiento, de las cuales una era de color blanco, otra amarilla y la última de un color rojo brillante, y con esa flor y el vestido empezó a deducir que el color rojo le gustaba de sobremanera a aquella aldeana. Pero sin pensarlo mucho más, extendió la mano y cogió las flores para luego tenderle unas cuantas monedas a la chica, que esta aceptó encantada.
Por un momento sus dedos rozaron con los de ella. Y tal vez, solo tal vez, si no hubiera estado tan ensimismado en cómo darle el dinero, en el precioso color de sus ojos y en su delicado, frágil e inofensivo aspecto, habría notado lo fría y gélida que era su piel. Fría. Fría de una forma inhumana, capaz de hacerle competencia a un iceberg, como si por su sangre no corriera absolutamente nada, como si la palidez de su tez no fuera más que un reflejo de lo helada que estaba por dentro.
Fría. Como si ella estuviese muerta en vida.
-Eres nuevo por aquí ¿Verdad?- Dijo de repente la muchacha mientras guardaba celosamente el dinero que la había dado en el fondo de su pequeña cesta.
-Sí.- Contestó él chico animado.- Llegué ayer por la noche, desde Boston.
-Lo suponía. Nunca te había visto por aquí.- Reflexionó ella en voz alta.
-Sí. Me quedaré aquí un tiempo y...- Empezó a decir él con aire de vacilación.- Me llamo Ryuunosuke Chiba, por cierto.
Ella le miró durante un pequeño silencio para luego asentir y mirarle a los ojos mientras inclinaba la cabeza.
-Hayami Rinka.
Fue todo lo que ella pronunció y aunque para Chiba no era suficiente, Hayami tras decir lo último se dio la vuelta y empezó a alejarse de él con tranquilidad, sabiendo que no iba a perseguirla, que no iba a obligarla a seguir hablando con él.
Chiba vio como estaba empezaba a alejarse, pero no hizo nada para evitarlo. Una especie de corazonada le decía que no sería la última vez que se verían.
Cuando Rinka estaba a unos pasos alejada de él, simplemente giro sus hombros y su cuello para mirarle por última vez y habló con esa voz tan calmada y suave con la que el chico estaba empezando a asociarle.
-Que disfrutes de tu estancia en Salem, Ryuunosuke.
Y aunque esas palabras fueron amables, la leve sonrisa escalofriante que las acompañaba no lo era absoluto.
~0.0~
-Oye guapa ¿De verdad que no quieres venir con nosotros?
-Eso ¿Qué te demonios te pasa? Tampoco te estamos tratando tan mal.
-Te lo hemos dicho ¿No? Vamos a pasar un buen rato entre todos.
-No es como si pudieras negarte, mi padre es un granjero de por aquí, es muy importante para este pueblo ¿Sabes?
-Es verdad ¿No querrás rechazar al hijo de un importante granjero? ¿Verdad?
-Venga bonita, no tenemos todo el día y el mercado está abarrotado de gente. Acompáñanos a otro lugar más tranquilo.
-Eso, deja de quejarte ya. No es como si tuvieras nada mejor que hacer.
-Nadie vendrá a darte la razón, por dios, mírate. Todos piensan que es mejor que te vengas con nosotros.
-Eso, y dudo que tengas novio, menos con las pintas que llevas, eres claramente una pordiosera.
-Sí, es una pena que una mujer tan guapa tenga tan poco dinero. Nosotros podemos arreglar eso ¿No crees?
Las voces entremezcladas de los cuatro hombres, así como sus duras palabras y sus intentos de hacer entrar en razón a la persona que tenían delante, estaban empezando a llamar la atención en aquella pequeña esquina situada al lado de los puestos del mercado.
Algunas vecinos estaban empezando a girar sus cabezas y a afinar el oído con el fin de poder escuchar la conversación, al igual que algunos vendedores y mercaderes que estaban por allí cerca cesaban poco a poco de hacer sus llamadas y negocios para dirigir sus miradas al tan nefasto espectáculo que se estaba desarrollando. Y aunque los niños y jóvenes seguían paseando y jugando por los alrededores, empezaron a ser conscientes de la creciente tensión que estaba apareciendo en esa parte de la calle.
Uno de los personajes más famosos del pueblo, el hijo de un granjero que proporcionaba gran parte del ganado y productos lácteos a la aldea, se encontraba junto con tres amigos suyos rodeando a una pobre e incómoda mujer que parecía rogar con sus ojos que alguien la ayudara.
Habiendo encerrado a la chica contra la pared de una casa y sus cuerpos impidiéndole el paso, los cuatro hombres intentaban cogerla del brazo, tirarle de sus ropas para que les siguiera y le hablaban con superioridad, altanería y mala educación con tal de que esta les prestara atención. La muchacha permanecía callada, zafándose de los agarres de aquellos hombres, intentando responderles y negando una y otra vez con tal de que la dejaran en paz. Se veía a simple vista que estaba incómoda y se sentía amenazada, lo que era normal si a una mujer le arrinconaban cuatro matones y no le dejaban marchar.
-N-No puedo, tengo que irme.- Volvió a negar una vez más intentando a duras penas encontrar un hueco entre aquellos desconocidos para poder marcharse.
Obviamente no lo encontró y se vio obligada a ver las caras enfadadas de aquellas personas ante su rechazo.
Los aldeanos que eran conscientes de la situación no hacían más que mirar y compadecerse de la chica en silencio. Aún cuando muchos querían intervenir y hacerle saber a los hombres que su comportamiento no era el más adecuado, el hecho de que uno de ellos fuera el hijo del granjero y de que sus amigos no tuvieran muy buena fama, les frenaba. El temor de que les hicieran algo o de sufrir las consecuencias de defender a esa mujer, les hacía quedarse en su sitio y mirarla con compasión desde lejos sin atreverse a hacer nada. Sabían que era egoísta, pero que no podían hacer nada. Los hombres tenían algo más de dinero que la mayoría de los que estaban en el mercado, tenían más fuerza y también parte de razón en lo que decían.
La mujer a la que habían arrinconado era hermosa, mucho, pero también era humilde y ordinaria. Alguien sin poder, ni voz, ni voto en el pueblo, alguien del que se podría prescindir y que nadie en particular echaría de menos.
Su pelo largo y rubio resplandecía a la luz del sol de forma que sus ondulados cabellos simulaban cascadas de oro al bajar por sus hombros y su espalda. Sus grandes ojos azules parecían ser un mismísimo trozo robado del cielo y colocado en esos irises que miraban al mundo con un ligero brillo de picardía. Sus fracciones delicadas y su hermoso rostro, con esa menuda nariz y esos carnosos labios, parecían haber sido sacadas de un libro de fantasía. Y su cuerpo, su cuerpo era la envidia de todos cuanto lo miraban. Porque aún si su largo y sencillo vestido viejo de aldeana que llevaba puesto le llegaba hasta las tobillos, solo con ver la elegancia con la que andaba y gesticulaba ya se podía adivinar la buena figura que debía poseer. Por no hablar de la manera en la que ese vestido se ajustaba a sus caderas, a su torso, y a la parte de su cuerpo en la que los matones más estaban centrando su atención, su pechos. Esa mujer poseía una figura curvilínea que el vestido no podía ocultar, mucho menos a la hora de hacer que sus turgentes pechos no resaltaran bajo su ropa, sería imposible.
La miraran por donde la miraran, esa muchacha parecía un ángel caído del cielo, hermoso, delicado, elegante y algo necesitado en aquellos momentos.
Muchos hombres, como aquellos que le estaban acosando en este momento, se preguntaban cuándo había llegado semejante mujer al pueblo. Pero si preguntaran, nadie sabría qué contestar. Al menos no lo harían con exactitud. De alguna forma ella siempre había estado allí, paseándose por las calles, haciendo las compras, viviendo su vida vida normal. Con un aire tranquilo y una sonrisa amable. No molestaba a nadie, no se dirigía a nadie, no hablaba con nadie. Ningún pueblerino sabía su nombre, y aún si intentaban averiguarlo, lo único que recibirían de la mujer sería una sonrisa dulce, una disculpa y su espalda alejándose a lo largo de la calle.
La poca información que tenían de ella, era el hecho de que era la dueña de una pensión que se encontraba en el centro del pueblo. Una pensión sencilla, barata, acogedora, bien cuidada y con buen servicio causante de que muchos viajeros suelan hospedarse allí. Además de aquella pensión, estaban aquellos adolescentes, pero eso era algo que casi nadie solía comentar. El pequeño y reducido grupo de adolescentes que no solían aparecer mucho por el pueblo, pero que parecían vivir en la pensión con aquella chica y le ayudaban en el negocio, al parecer adorándola y tratándola como una hermana mayor, una especie de madre, de figura materna a la que proteger y ayudar siempre que fuera necesario.
Hermosa, humilde y trabajadora. Eso era todo lo que sabían sobre esa misteriosa mujer que parecía no querer implicarse en el pueblo en absoluto, en el cuál casi nadie a excepción de unos niños sabían su nombre.
Y a pesar de que muchos querían ayudarla a zafarse de aquellos matones, seguían sin reunir el coraje suficiente para acercarse y resolver la situación.
-¿A dónde vas a querer irte?- Preguntó uno de los hombres empezando a perder la paciencia con ella.- ¿A tu maldita pensión con esos niñatos? Ven a pasar un buen rato con nosotros y punto.
-T-Tengo cosas que hacer.- Replicó la mujer de nuevo.
La expresión angustiada de su cara no pareció persuadir a los hombres. Es más, se alteraron más todavía. Hasta el punto de que uno de ellos perdió la paciencia por completo y en un arrebato de ira por haber estado siendo rechazado por la mujer durante más de cinco minutos, alcanzó su mano y le cogió de la muñeca con fuerza para tirar de ella.
La mujer se quejó y una expresión de dolor cruzó por su cara ante el pinchazo y el desazón que le estaba provocando el tirón de aquel aldeano. Pero aún así, nadie parecía querer hacer nada por ayudarla. Estaba empezando a entrar en pánico, no quería ir con esos hombres. Sus niños le estaban esperando en el hostal para comer todos juntos, no podía permitirse el llegar tarde o ser molestada por alguien así en el camino. Quería zafarse de su mano, pero le apretaba la muñeca con tal fuerza que estaba empezando a dejar una marca roja alrededor de esta, y era doloroso.
-Ya me he cansado de esperarte, no entiendes que no te estábamos preguntando si querías venir con nosotros, te lo estábamos ordenando. Así que empieza a moverte.
La rubia abrió la boca para poder replicar ante esto, con la esperanza de que la dejaran en paz. Pero hubo algo que la distrajo a ella y a los cuatro hombres que la estaban arrinconando.
La mano de un desconocido se había posado con efusividad y algo de fuerza en el hombro del individuo que le estaba sujetando la mano. Esa persona se había colocado detrás de aquel grupo de hombres, y permanecía allí quieto, observándolos y esperando la reacción ante su toque, que obviamente no se hizo esperar.
-¿Qué quieres?- Exclamó uno de los hombres con mal humor dirigiéndose hacia la persona que les había interrumpido.
-No nos interrump...
En el momento en el que los hombres se giraron y vieron a la persona que estaba frente a ellos, solo alcanzaron a quedarse callados, tragar saliva y anclarse en su sitio.
Con un aura escalofriante a su alrededor, un hombre robusto y aparentemente fuerte a primera vista clavaba sus ojos en ellos sin ni siquiera pestañear. Su pelo de color negro contrastaba con su piel pálida, mientras que sus ojos oscuros miraban con insistencia a los individuos frente a él. Pero aunque esos ojos fueran negros como el carbón, la frialdad y la hostilidad que desprendían hacían que a cualquiera se le helara la sangre, que tuviera ganas de empezar a temblar y que los deseos de marcharse de allí rápidamente les embargara.
Los cuatro matones se quedaron mudos ante esa mirada, ante el aspecto amenazante que poseía el hombre, ante su aura extraña, misteriosa y que hacía que todos sus sentidos gritasen "Peligro" en sus mentes y ante el silencio tenso que había inundado el ambiente de repente.
-¿Q-Quieres algo?- Preguntó el más valiente de los cuatro matones intentando parecer seguro de sí mismo.
Obviamente no lo pareció, ya que tanto él como sus amigos se habían visto cohibidos por la imponente y tosca presencia del hombre, e incluso asustados por si este iba a hacerles algo, que lo parecía.
-Con que dejéis de armar un escándalo me basta.- Contestó el hombre con una voz grave, antipática e incluso indiferente.
Algunos se encogieron en su sitio al escuchar su voz, la cuál le hacía ver aún más duro de lo que parecía.
-¿Tenemos que hacerlo por qué lo digas tú?- Preguntó entonces el hijo del granjero ignorando que la mano de aquel individuo seguía en su hombro.
Segundos después de decir eso, el extraño empezó a ejercer tal fuerza en ese agarre que mantenía en el matón, que hizo que el chico se congelara, abriera los ojos con sorpresa, contuviera el aire con fuerza para no lanzar una fuerte exclamación y soltara la muñeca de la mujer de repente, la cuál todavía había mantenido presa. Le estaba haciendo daño, y todos podían verlo.
Esto no hizo más que los cuatro hombres cedieran ante el miedo que les había infundido y que su actitud chulesca desapareciera de un plumazo para que empezaran a temblar.
-¡N-No sabemos quién demonios eres pero esto no se quedará así!- Exclamó uno de ellos mientras se daba la vuelta y empezaba a huir.
Los otros tres no tardaron en seguirle, pues todos empezaron a marcharse a paso rápido sintiéndose débiles y patéticos al lado de aquel desconocido, olvidándose de la mujer que parecía ser su objetivo inicial y la chulería que habían mostrado momentos antes. Incluido aquel cuyo hombro había sido maltratado, el cuál se zafó a duras penas y fue el último en salir corriendo mientras se quejaba en voz baja del dolor que le había causado aquel toque.
Tanto la mujer rubia como los aldeanos que habían sido testigos de aquello se quedaron completamente en silencio y asimilando lo que había pasado. Todos ellos se habían quedado mirando a los cuatro creídos que se habían mezclado entre la multitud y habían huido de forma más que patética. Les parecía increíble que después de haber sido tan insistentes y tan pesados, hubiera sido la mirada amenazante de un desconocido para todos la que les hubiera hecho rendirse.
Y hablando de ese hombre.
Ya no estaba.
En el momento en el que la rubia giró su cabeza con una enorme sonrisa de agradecimiento cruzando su cara y miró hacia el frente para darle las gracias a aquel desconocido, él había desaparecido.
Nadie sabía cuándo, nadie sabía cómo, ni por qué.
Había aparecido de la nada para ayudar a la dueña de la posada, había espantado a los matones y acto seguido había desaparecido.
Con una única frase y una única acción, ese hombre había hecho más que cualquier padre de familia del pueblo. Se había enfrentado a los matones a los que nadie se acercaba por cuestiones de dinero o poder y había ayudado a aquella mujer tan misteriosa que no parecía querer nada con nadie. Y no sabían su nombre, de dónde venía o siquiera quién era.
Era un completo misterio que los dejó a todos impresionados.
En especial a la mujer rubia, que sujetándose la muñeca aún adolorida por el agarre del matón, miró a su alrededor con la esperanza de encontrar a su salvador entre la multitud y poder darle las gracias.
Para su desgracia no lo encontró. Ni ella ni nadie.
Era como si la oscuridad del bosque se lo hubiera tragado.
~0.0~
-¿Por qué has tardado tanto?- Preguntó ella con su característica voz suave.
-He tenido un percance. Lo siento.- Respondió él con seriedad.
Los pasos de ambos se escuchaban a través del camino. Sus pies pisaban la hierba seca, las hojas, empezaba a entreverse el camino del bosque que les llevaría a su destino.
Las dos personas seguían andando, sin ser notadas por nadie, en silencio y sigilo. Estaban a pocos metros de las afueras del pueblo, alejándose poco a poco de este y empezando a adentrarse en el bosque sin ningún reparo.
Aquel bosque oscuro, sinuoso, como un laberinto lleno de trampas mortales, donde nunca daba el sol, donde siempre se tenía la sensación de estar siendo observado. El bosque donde nadie se atrevía a entrar por miedo a la oscuridad, a lo desconocido. Por miedo a los árboles secos que producían sombras siniestras, por miedo a los ruidos de los animales y de los silbidos del viento que se hacían semejantes a un leve susurro.
Ese bosque que todo Salem odiaba, pero que ambos amaban.
-¿Que le ha pasado a tu cesta de flores?- Preguntó el hombre de repente fijándose en la pequeña cesta que ella portaba y en algunas flores algo machacadas y pisoteadas que había en esta.
-Un simple accidente.- Respondió la chica como si nada.
-Comprendo.
Un breve silencio se instaló entre ellos. Era normal para los dos, les gustaba el silencio del bosque, era acogedor para ambos.
Pero el pequeño ceño fruncido del hombre hacía ver a la chica que no estaba conforme con lo que le había contado segundos antes, haciendo que ella reprimiera una pequeña sonrisa al saber la preocupación que inspiraba en él.
La pequeña mano de ella se aferró a la de él, agarrándola con fuerza y sin intención de soltarla. Él no se quejó, ni siquiera habló. Solo apretó la mano de ella contra la suya mientras seguían andando, siendo todo tan natural entre ellos como el existir.
-No te preocupes, no me han hecho daño.- Dijo la chica intentando tranquilizar al otro mientras empezaba a mecer sus manos entrelazadas.- Papá.
Esto último sí pareció afectar al hombre, el cuál le miró con el ceño fruncido y se dirigió a ella con seriedad, pero sin soltar su mano.
-No me llames así, Rinka.
Ella sonrió levemente dándole a entender que no volvería hacerlo, al menos por ese día.
Pero ambos sabían que no iban a soltar sus manos durante todo el camino, pareciendo a simple vista una pequeña adolescente junto a su cariñoso padre, los cuales inocentemente daban un paseo por el bosque. Siendo en realidad todo lo contrario.
-De acuerdo, Karasuma.
Eso fue lo último que dijo ella, y lo último que se dijeron durante todo su camino a través del oscuro bosque.
Sin embargo, ninguno pudo evitar echar una última mirada al pueblo de Salem, que yacía a sus espaldas como si nada, tan inocente, tan tranquilo.
Sin que ninguno de sus habitantes fueran conscientes de que en ese momento estaban siendo vigilados en la distancia por dos pares de ojos de color inusual.
Unos ojos que antes eran verdes como esmeraldas, o negros como el carbón.
Ahora rojos.
Rojos como la sangre de la que ellos se alimentaban y de la que sus afilados colmillos anhelaban beber.
Continuará...
Holi ~
Esperad, que puedo adivinar lo que estáis pensando: ¿Otro longfic? ¿Otro? ¿Cuándo aún tiene que terminar dos? Pues sí señores, otro longfic, porque puedo, me lo puedo permitir, es superior a mis fuerzas, es que me puede, me puede. Pero a parte de esto, este AU es una idea que tenía desde hace meses también y claro, una vez que me viene una idea pues no puedo esperar a hacerla y claro, aquí estamos.
Creo que tendré que explicar varias cosas de esto. A ver, este fic es multipairing. Sí, multipairing. Tiene más de una OTP, y creo que los que ya me conozcan sabrán más o menos cuáles voy a poner, es que no me hará falta ni nombrarlas. Pero bueno, las principales serán obviamente las dos que he colocado en el summary: Rinka x Chiba y Karasuma x Irina. Obviamente las demás parejas empezarán a verse en los capítulos siguientes, así qua habrá que tener paciencia.
Por otra parte, este fic AU (Alternative Universe) está situado en 1963, como se dice al pricipio, en lo que era entonces el pueblo de Salem que estaba inmiscuido en la histeria colectiva de los juicios de brujería. En la vida real esto pasó entre 1962-1963, aunque es obvio que para hacer el fic le he tenido que dar ciertos toques así como de hechos que no ocurrieron, pero he intentado de cierta forma que se sienta... ¿Real? No sé como describirlo, pero me estoy esforzando. Siempre me han gustado los fics con temática sobrenatural y la verdad, no sé por qué he tardado tanto tiempo en hacer esto, pero me alegro de haberlo empezado ya que me lo estoy tomando como un proyecto "grande", si se puede decir así. No mentiré si digo que la mayoría de los personajes y los papeles que toman en este fic han sido decididos por el evento de Halloween que hubo en el juego de móvil de Ansatsu, estoy muy viciada al juego y soy nivel 105 y ese evento ha sido de mis favoritos hasta el momento, además de que los disfraces de los personajes eran geniales, así que no es de extrañar que gran parte esté aquí, aunque muchos con otro rol, obviamente, no puedo poner a Terasaka como una momia al pobrecito (?)
Pero bueno, a parte de eso, que sepáis que estoy muy agradecida si lo habéis leído, aunque este capítulo haya sido solo una introducción y no haya explicado mucho sobre la trama real. Pronto estará la segunda parte, en la cuál se presentarán más personajes y se presentará la trama con más profundidad, así que espero que lo disfrutéis leyendo y no haceros sufrir mucho con la espera.
Nos vemos (~*-*)~ ~(*-*~)