Esto es lo que recuerdo de Anthony Edward Stark:
Café
Ese constante, fuerte y dulzón olor a café que llevaba impregnado en su piel. Y el olor a aceite de motor. En cualquier lugar de Vanmouth podías sentir el olor a aceite de motor y pescado, pero en ocasiones parecía que toda esa esencia se concentraba en Tony. Era algo natural, siempre lo reconocí rodeado de máquinas, lodo, herramientas, con sus pies resistentes para caminar descalzo por las vías del tren rellenas de creosota; podía saltar sobre las cercas para ganado o subirse al techo de una casa. Siempre pareciendo algo más misterioso que un gato, algo más vago que un perro de la calle. Un gato callejero.
Aquel verano, aquel día, caía la lluvia tan fuerte que no llegaba a oír mi propia voz. Me refugie bajo el techo de la parada de autobús cercana a mi secundaria. Puedo cerrar los ojos y recordar esa primera vez, sonreír, deseando tenerlo tan cerca como en ese entonces. Como aquel día de agosto, como en aquel miércoles lluvioso.
Antes de Tony, incluso antes de entrar a secundaria, siempre fuimos Bucky y yo contra el mundo. Ni siquiera recuerdo bien como era mi vida antes de Bucky. Comenzamos la primaria juntos, caminando al mismo ritmo, riendo de la misma incoherencia. Siendo vecinos en el mismo edificio de ladrillo rojo, caminando juntos hasta el puente de Brooklyn para ver las luces de una ciudad nocturna que nunca descansaba.
Nos teníamos el uno al otro. Nos burlábamos de los mismos clichés, del ridículo que hacían los chicos tratando de llamar la atención de las chicas con esa actitud de dueños de la escuela. Hablábamos de música, del torneo de Baseball, de la cena de anoche, de lo que queríamos hacer a futuro. Bucky quería ir a California, estudiar música y crear su propia banda de rock alternativo, siempre tuvo consigo ese aire de marxismo, esas ganas de destrozarlo todo y crearlo de cero, deseando sumergirse en las notas de su guitarra, en los acordes, los tiempos, las teclas del piano. Queriendo alcanzar el nirvana, que más de uno no pudo alcanzar.
Ese sentimiento que había tenido intermitentemente durante el otoño del año pasado volvió aquel verano y empezó a embargarme de nuevo, inquietándome y haciéndome sentir más pequeño que una hormiga. Nunca había deseado algo que tuviera un camino el cual yo pudiera seguir, nunca fui codicioso con mi futuro, yo solo quería seguir así como estaba. Bucky era gracia y talento, yo era imperfección e inutilidad.
A los catorce años me di cuenta de cómo al pasar el tiempo la diferencia se hacía más abismal. Bucky con su cabello oscuro y estatura, ya coqueteaba con las chicas y reía con los chicos del club de Baseball. Envidiaba su simpatía, su camaradería con los demás, su fácil lugar en el mundo.
Así era todo antes de Tony, yo no tenía lugar. Precisamente eso fue lo que impulso a mi madre a tomar una decisión por mí.
—¡Huy, que buen mozo! — exclamó mi madre divertida desde el marco de la puerta de mi cuarto.
Ese día cumplía diecisiete años, y el día entero iba a estar en el remolque de un amigo de mi madre, quien me llevaría hasta la casa de mi tío, quien vivía en un pequeño pueblo al otro lado del país.
Mi madre se enteró de mi afinidad con el arte, hizo lo posible por mí, al final me desmotive y ella pareció decepcionarse consigo misma; mi tío mostró su apoyo, dijo que tenía la solución a mi problema. Cambiar de ambiente. Ver un panorama tan simple y crudo me haría despertar de mi letargo, o a eso quiso decir. Redefinirme con el aire puro de las costas y los pequeños bosques del poblado. A pesar de ya no tener asma, mi madre insistía que tenía que contar eso como un punto a favor de mi salud.
—Llámame todos los días ¿Ok?, si te molestan puedes decirme. Siempre puedes regresar, no tienes que obligarte a nada.
—Volvería mañana mismo si quisiera, pero esto es algo por mi bien ¿no? — fui sincero al decir eso, siempre me permití ser sincero con ella.
—La misma determinación de tu padre. —mi madre se acercó para abrazarme, acariciando con sus delgados dedos mis cabellos dorados y riendo con cierto aire nostálgico en la garganta.
Bajamos juntos las escaleras. En la entrada, estaba Bucky jugando con un yoyo en su mano izquierda. Me aproxime y lo abrace con fuerza, él sonrió y tosió un poco antes de darme palmaditas en la espalda para que lo soltara.
—Más te vale contarme todo mientras estés en ese pueblo reinventándote. — dijo Bucky, dándome un suave golpe en el hombro—Y no se te ocurra crecer más, no quiero subir escaleras para saludar a mi mejor amigo.
—Que exagerado.—murmuré, esbozando una sonrisa.
Mamá nos abrazó a ambos y me despedí de Bucky chocando los puños, para entonces el amigo de mi mamá había tocado el claxon un par de veces, pidiendo que me apurara. Las maletas ya estaban acomodadas, solo dos. Me senté en el asiento del copiloto, despidiéndome una última vez de mi madre y de Bucky. Quería verme decidido y confiado, pero en realidad estaba abrumado y confundido, yo no tenía lugar en el mundo y no creía que ese pueblo pudiese brindármelo.
—¡Saluda a Mike de mi parte! — grito mi madre antes de que el sonido del motor encendiendo no me permitiera escucharla.
Sonreí haciendo un gesto afirmativo, pegando mi mano a la ventana del auto que ahora doblaba la esquina y me llevaba lejos de mi zona de confort, me aferre a las calles aledañas a mi edificio, me aferre al puente, a ese cielo que corría detrás de mi gritando mi nombre y pidiendo que me quedara, a esa última vista de la ciudad despertando de la noche. Mi tío dijo que si el viaje era por la mañana llegaría en la tarde-noche, justo para la cena, el amigo de mi madre no planeaba hacer paradas. Ni siquiera habíamos salido de Nueva York cuando ya me había quedado dormido.
Desperté encontrándome con los arboles verdes y frondosos de los alrededores de la casa de mi tío Mike. No era la primera vez que estaba aquí, ya había venido a pasar las vacaciones, pero normalmente no me gustaba porque el pueblo entero era aburrido y olía mal, sin embargo y hasta ese entonces nunca me pareció sombrío y gris.
A aquel lugar siempre le llamaron "La pradera", trece casas idénticas, ordenadas en fila. Había un parque relativamente cerca, y el jardín extenso que llegaba hasta la entrada echa de ladrillo y cemento. Decían que antes de ser un conjunto residencial cerrado, fueron las casas de la familia extensa y poderosa que fundo el pueblo.
Mi tío Mike me saludo con el mismo entusiasmo de todos los años.
—¡El pequeño Steve! Que de repente ya no es tan pequeño. —exclamó mi tío haciéndome sonrojar- ¡Cuánto has crecido, muchacho! Si hace poco ni me llegabas al hombro.
Reí incomodo, sujetando con firmeza la mochila donde llevaba mis cosas y parte de mi ropa.
—También es un gusto volver a verte tío, no envejeces.
—¡Por supuesto que no! Este vejestorio todavía tiene aguante—la carcajada que soltó me sobresalto un poco, me rodeo los hombros con su brazo y señalo con su mano libre la casa de dos pisos donde vivía- Apúrate en acomodar tus cosas para que cenemos y te cuente de lo que te perdiste este verano.
La tarde continuo lenta, tan lenta que sentía que ya había pasado un día. Algo tenía ese pueblo que me hacía entrar en una especie de ensoñación, una ilusión que entorpecía mis sentidos y creía que era mentira que una tarde desde el balcón de aquel cuarto que mi tío preparo para mí se viera un sol tan brillante que después terminaras con la mirada ensombrecida un rato. Mientras trataba de enfocar mis ojos, para continuar mi tarea de desempacar y acomodar mi ropa en el amplio armario de madera, desde la lejanía visualice curiosas sombras moverse en el interior de la casa de al lado, un cuarto cuyas ventanas no tenían cortinas dejándome ver el interior.
Un muchacho entro y desempacó una caja, pareció hacer una mueca de dudoso significado. Entorno los ojos a su alrededor y fijo la mirada en una esquina. Yo lo perdí de vista en ese instante en el que caminó hacia esa dirección. Una canción se escuchó a lo lejos, pero la supe distinguir y de repente se me hizo muy clara. "Sweater Weather" y de repente él estaba sentado en el suelo delante de esa caja, escarbando con la mirada fija en su contenido, tarareando calmadamente. La música atravesaba sus labios hacia el frenesí del verano y llegaba hasta lo más profundo de mí.
Cuando mi tío me codeo en el costado, yo me sobresalte porque de alguna manera había olvidado que estaba ahí.
—¿Bajas a comer? Hay estofado de cerdo.
Asentí con la cabeza.
—En un minuto bajo, tío.
Esa primera noche puse mi almohada contra la puerta del balcón, y escuche con atención. La música seguía sonando sin interrupción aparente, de tal modo que ya había oscurecido y ahora se escuchaban el silbido de los grillos más los ladridos de un perro, oía los pasos de mi tío en el piso inferior. Y sin embargo aún sentía el bajo retumbando en el eco de la noche.
No me di cuenta cuando la música se detuvo y de repente todo se resumió en que yo simplemente tenía que decidir qué hacer con mi vida, tan sencillo como eso y sin embargo provoco un escalofrió que recorrió todo mi cuerpo. Me sumergí en mis recuerdos de aquel otoño en Brooklyn y me quede dormido a mi ritmo.