Disclaimer: Los personajes no me pertenecen. Fairy Tail es propiedad de Hiro Mashima.
Advertencias: Posible OOC.
Notas de la autora: Este fic lleva abandonado demasiado tiempo ya y es momento de continuarlo. Es un fic muy importante para mi, en ideas, es mi favorito, la cosa ahora es su ejecución. No estoy tan conforme como quisiera de momento, pero espero pronto redimirme.
Sunrise.
Gruvia.
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—Juvia está aquí.
No se sorprende ante el silencio, no es como si esperara una respuesta en realidad. Pocas son las veces en las que el anuncio de su presencia es premiado con un saludo, pero el hábito le recrimina modales y una parte de sí a veces solo desea creer que alguien aguarda su llegada.
Se dispone a repetir su accionar de cada tarde, cierra su mojada sombrilla, la acomoda junto a la puerta tras de sí para permitirle escurrir los rastros de lluvia que trae consigo e intenta limpiar sobre el viejo tapete, el barro de sus botas.
—¿Juvia?
Se sobresalta al escuchar aquella voz y se paraliza a mitad del establecimiento, con su abrigo en caída a mitad de sus brazos y su mirada clavada en la oscuridad.
—Llegas tarde.
La voz se escucha más cerca y pronto puede distinguir la figura que camina en su dirección.
—Debiste llegar antes para limpiar este desastre.
Sus orbes recorren el lugar y no tarda en encontrar la razón de aquel comentario. Las botellas de cristal yacen por todas partes, algunas sanas otras tantas hechas pedazos, incluso el hedor a alcohol inundó sus narinas ni bien puso un pie dentro del bar. No tiene sentido en realidad, ella se aseguró de limpiar todo antes de marcharse la noche anterior.
—J-Juvia lo siente.
Se odia por el modo en que aquel hombre la mira, fastidiado, como es costumbre. Pero más se odia a sí misma por agachar su cabeza y dedicarle una reverencia sumisa.
—Encárgate —la interrumpe pasando a su lado—. Luego abre el local, Gajeel vendrá a ayudarte más tarde.
Abre su boca para hablar, pero por fortuna su mente es más rápida; seis meses junto a José le han enseñado que ella no es quien para cuestionar sus acciones y que el verlo por allí pese a ser el dueño, es una realidad de duración limitada.
—Sí —responde al fin con resignación pero la calidez de una mano sobre su hombro, la sorprende.
—Eres una buena chica.
Cuatro, quizá cinco meses atrás aún se hubiera sonrojado y alegrado por aquel simple comentario, aquella mínima señal de aprobación; sin embargo hoy, su roce le provoca una mezcla de temor y repugnancia.
—Mi mejor empleada —insiste, muy cerca de su oído esta vez, causando un escalofrío.
—Buenas —interrumpe una voz y su corazón agradece que se trate de Gajeel.
José no parece conforme, pero se aleja, pasando junto al moreno de largos cabellos.
—Ayuda a Juvia con los quehaceres, volveré en la noche.
El chico asiente y pasa por ella dedicándole un rápido saludo, sin mencionar una palabra de lo que vió. Al menos, siempre puede contar con su discreción.
La noche no tarda en caer, y con ella llega el momento del día que Juvia más aborrece. Los clientes llegan uno a uno, algunos la ignoran, otros quisiera que así lo hicieran, pero el bar de Porla se llena como tiende a suceder, sobretodo con las casas de fraternidades tan cerca del lugar.
Reconoce hasta a los ebrios recurrentes, y es por eso que un nuevo grupo llama su atención. Nunca habían estado en el lugar, al menos no en sus meses trabajando en él.
—Juvia, ve a atender a los clientes —ordena el encargado del lugar, y ella duda.
Por alguna razón no desea atenderlos, no lucen como los clientes habituales y eso la hace sentir insegura. Se notan animados, de un modo que casi le causa añoranza, y vergüenza de presentarse frente a ellos e interrumpir su conversación. No obstante, no es una opción negarse.
Un cliente, es un cliente.
Se acerca con lentitud, curiosa por sus risas y el ambiente tan cálido que parece rodearlos. Definitivamente, no pertenecen a ese lugar.
—¿En qué puede serles útil Juvia? —se anuncia al llegar, y el grupo la observa de inmediato.
—Hola, Juvia —saluda una pelirroja, sorprendiéndola.
En general, nadie se toma el tiempo para saludarla.
—¿Qué deberíamos ordenar? —murmura una rubia, y el chico junto a ella parece meditarlo también.
—¿Qué tienen en el menú? —cuestiona la pelirroja.
Juvia les lee la carta, aunque muy poca variedad de alimento puede ofrecerles. El alcohol es el fuerte del lugar.
El grupo hace su pedido, pero cuando intenta marcharse, es detenida.
—¿Qué ordenamos para Gray? —cuestiona la rubia.
—Nada, nadie le ordenó ir al baño antes de ordenar —bromeó el chico.
—Una hamburguesa estará bien —concluyó la chica del largo cabello escarlata.
Juvia asintió y se dio la vuelta para marcharse.
—Bien. Lleva esto a la mesa del fondo y cuando regreses tendré lista la orden.
Juvia obedece, toma las bebidas y se encamina a la mesa.
Lleva dos grandes bandejas, y entre tanto tumulto es cuidadosa de no derramar. No obstante, cuando hace su pasaje junto al billar, es empujada por dos chicos y pierde el equilibrio.
Incapaz de mantenerse sobre sus pies, suelta las bandejas y cae hacia atrás, anticipando en inminente impacto, pero este nunca llega.
Algo o alguien la sostiene, puede sentir la presión de dos manos en su cintura y como su espalda choca contra una superficie sólida. Abre sus ojos, y entonces lo ve.
—El héroe de Juvia.
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—865—
—Gracias por leer—
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