***Todos los personajes de Resident Evil son propiedad de Capcom, esta historia fue escrita con fines de entretenimiento***
Los hermanos Redfield se reunieron con los agentes Westermann en un parque cercano al museo de Louvre. Chris sacó su móvil y comenzó a hacer algunas llamadas para dar con el paradero de Ada Wong.
Claire se encontraba apoyada en el tronco de un árbol, mirando al cielo, pensativa. Leren se sentó sobre la hierba, sacó su teléfono celular y comenzó a jugar una partida de su videojuego favorito, mientras que Tuomas se sentaba junto a ella, abrazándola por los hombros. El cielo comenzaba tornarse de un azul oscuro, la brisa se hacía cada vez más helada y húmeda. Chris guardó su móvil y se encaminó hacia donde estaba el resto del grupo.
—En unas horas me enviarán la ubicación de Ada. No creo que sea necesario que estemos aquí, afuera esperando por noticias —dijo Chris en tono serio—. Podemos partir mañana a primera hora hacia dónde Ada se esté escondiendo.
—¿Podemos confiar en ti Capitán? —inquirió Tuomas arqueando una ceja—. ¿Cómo estaremos seguros de que no irás tras Wong por tu cuenta?
—Aunque la idea de atrapar a esa mujer con mis recursos suene tentadora, ustedes también son parte de esto ahora —respondió Chris metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.
—Bien.
—Por mí puede quedarse con esa ladrona. Lo que nos interesa es la caja —comentó Leren sin levantar la vista de su entretenimiento—. Los franceses son unos inútiles guardando secretos. Dejaron que una coreana descubriera el último lugar de reposo de los restos pertenecientes al dios no-muerto. El por qué eligieron el piso de un museo, queda fuera de mi lógica.
—Querida, creo que Ada Wong es de procedencia china —Tuomas corrigió a su esposa en tono solemne.
—Papas… patatas… todos se ven igual.
La mente de Claire comenzó a trabajar a mil por hora, bloqueando toda interacción con el exterior, al escuchar la frase "dios no muerto". Sabía que la leyó en algún libro viejo cuando hacía sus investigaciones sobre arte antiguo. Su silencio y tensión llamó la atención de los otros tres presentes; quienes la miraban fijamente.
Segundos después, sus ojos se abrieron como grandes platos debido a la incredulidad que atacaba su mente.
—¡No te referiras a ese Dios no-muerto! —Exclamó la pelirroja con terror en su voz y al ver los rostros serios de los fineses, la menor de los Redfield se giró a su hermano quien se encontraba confundido. —¡Chris, tienen que destruir esa caja, aun a costa de la vida de tu novia!
—¿Claire?
—Hay una vieja leyenda sobre el Dios no-muerto… Hace mucho tiempo, un hombre de aspecto demacrado llegó a una ciudad. Parecía que sufría de lepra, su carne caía a jirones y se encontraba negra en la punta de los dedos. Sus ojos eran azul celeste, casi blancos. Su cuerpo despedía el olor dulzón de la muerte y todos quienes le olian, caían enfermos; muriendo pasadas unas pocas semanas. Solo para levantarse de la tumba al anochecer —Claire tomó aire para intentar calmarse. —Todos los que se levantaron después de morir, obedecían sin rechistar a ese hombre, por eso se ganó el título de Dios.
—¡Genial! Ahora tenemos que matarlos a los dos. —Interrumpió Leren mientras dejaba caer su teléfono móvil al pasto. —Saben demasiado.
—La información se encuentra a la mano de todos, querida. Cualquiera con amor a la historia puede dar con ella. No hay necesidad de matarlos. —Complementó Tuomas divertido.
—Pero eso es solo una leyenda...— Insistió Chris con dubitativo.
—La razón por la que la caja terminó aquí, es porque hubo un pequeño desastre en el sitio arqueológico donde se encontró. Los resultados oficiales fueron: Un fanático religioso con lepra que se incendió en llamas a él y a alrededor de veinte seguidores de su secta que le obedecían en todo.
—¿Y extraoficialmente? —Pregunto la pelirroja, llevándose la mano al entrecejo. Se encontraba preocupada por las consecuencias que todo el embrollo de esa noche traería. Ada Wong muy probablemente no tenía conocimiento del contenido esa caja si la transportaba con tan poco cuidado en un simple bolso de lona.
—Un pobre diablo aterrorizado quien no sabía que estaba pasando con su cuerpo y no tenía idea del control involuntario que poseía sobre los afectados. Desgraciadamente, él y los infectados tuvieron que ser neutralizados. —Terminó el pelinegro, tomando el celular de Leren del pasto y continuando su partida.
—Sabemos que es un agente micótico que actúa como una colmena. —Dijo Leren, observando a Tuomas jugar con su móvil. —El primero en ser infectado se convierte en la "reina" por asi decirlo; el resto esclavos de éste. Solo que la reina mantiene todas sus capacidades mentales. —Terminó.
Claire recordó más detalles de lo que leyó alguna vez.
—Aparentemente el infectar a alguien más es algo voluntario ya que las leyendas indican que una vez que el dios muerto conquistaba las ciudades la enfermedad desaparecía. —Comentó la chica de los cabellos de fuego a su hermano, quien se encontraba cada vez mas pálido.
—Y eso es lo que busca el director de Suju Pharma— Tuomas perdió la partida que jugaba y devolvió el celular a su esposa, quien lo tomó y lo guardó en el bolsillo de su pantalón para luego ponerse de pie —. Ser el primero en abrir la caja y convertirse en el Dios no-muerto.
—¡¿Por qué la BSSA no fue notificada de esto?! —Exclamó Chris furioso.
—Oh, pero sí lo fue. El problema es que Suju Pharma al ser de procedencia asiática, no fue tomada tan enserio como tu querida Umbrella. —Defendió Tuomas levantando la voz y poniéndose de pie.
—Seguramente entraran en pánico cuando sepan que metieron la pata al ignorar el peligro que el nuevo director de Suju Pharma representaba hace diez años. —Leren se cruzó de brazos. —Oswell Spencer y Albert Wesker fueron santos comparados con la crueldad que Cho Kyu-Hyun es capaz hoy en día.
Chris sintió que la sangre se helaba en sus venas al enterarse de aquella terrible historia. Unas oleadas de preguntas asaltaron su mente; ¿Desde cuándo la BSAA sabía de la existencia de la caja maldita? ¿Por qué nunca hicieron algo por recuperarla y ponerla a salvo de cualquier mente enferma que quisiese apoderarse de ella? y lo peor, ¿Ada Wong estaba consciente del peligro tan grande en el que puso a toda la humanidad al robarla?
—Bien, entonces volveremos al nuestro hotel y nos reuniremos mañana por la mañana en este mismo lugar —sugirió Claire.
—¿Porque no dejar algo como garantía?, aún no confío lo suficiente en ustedes —dijo Tuomas acariciando su barbilla.
—¿Qué sugieres? —inquirió Chris, irritado. Aquel hombre comenzaba a convertirse en un dolor en el trasero.
—¿Qué tal si la chica se queda con nosotros? —repuso Tuomas señalando a Claire —. Prometo que la cuidaremos bien.
—Me parece razonable —Chris tomó del brazo a Leren y la atrajo hacia él—. Me portaré como todo un caballero con esta dama.
—¡Suéltame, idiota! —chilló Leren y le propinó un golpe con el codo a Chris—. ¿Desde cuándo la pelirroja y yo somos monedas de cambio?, y tú, Westermann, hablaremos más tarde acerca de poner a tu esposa como garantía.
Tuomas apretó los puños, tomó a su esposa por el brazo y la abrazó en un gesto posesivo. Chris contuvo la risa y rodeó a su hermana por los hombros. Sabía que Westermann no dejaría que su mujer durmiera con un extraño en un país que apenas conocían.
—Mañana a las siete en punto —Tuomas tomó sus armas y se encaminó hacia una espesa arboleda.
—Hasta entonces —respondió Claire, levantando su bolso de la hierba.
Los dos agentes se perdieron en medio de la oscuridad de la noche. Claire tomó del brazo a su hermano y caminaron hacia la salida del parque.
—Por un momento pensé que tendríamos unas vacaciones tranquilas —se lamentó Claire.
—Tranquila. Ya estoy acostumbrado a esto —repuso Chris, metiendo las manos a los bolsillos de su chaqueta.
El hotel se encontraba a seis calles del museo, por lo que decidieron ir a pie a través de la húmeda acera, que, para esa hora, lucían como si estuvieran bañadas en plata por el reflejo de la luz de luna en ella. Los dos caminaron en silencio, disfrutando de la vista que París les regalaba y de la brisa fresca de la noche. Claire sostuvo del brazo a su hermano y apoyó su cabeza sobre él. Chris repasó mentalmente su última conversación con Ada, quizá dentro del conjunto de maldiciones que le dedicó en la última hora que estuvieron juntos, había alguna pista acerca de la persona interesada en aquella caja maldita.
— ¿Has hablado con Jill? —inquirió Claire, sacando a Chris de sus pensamientos.
—¿Jill? —Chris sintió como si un cuchillo caliente se le clavara en la espalda al escuchar el nombre de su ex novia—. No he hablado con ella. ¿Por qué la pregunta?
—Fue a visitarme hace unos días. Salimos a tomar un café después del trabajo —respondió Claire, apenada por ocultarle su encuentro con Jill a su hermano—. Me contó por qué ustedes terminaron.
—¿Y qué te dijo? —preguntó Chris, ansioso.
—Que las cosas entre ustedes ya no funcionaban —Claire se acomodó un mechón rebelde tras la oreja y continuó: —Dijo que habías cambiado. Que casi no hablabas con ella y buscabas cualquier excusa para estar fuera de casa por días.
De pronto Chris sintió la sangre bullir por sus venas. Así que Jill lo culpaba de que relación fracasara. Si bien era cierto que estaba fuera de casa por días, no era porque quisiera estar lejos de ella, sino porque su trabajo lo exigía; la razón por la que no hablaban mucho, era porque Jill evadía cualquier tema que tuviera que ver con lo que sucedía entre ellos.
—¿Segura que fue todo lo que te dijo?
—Si —Claire respondió—. ¿Cuál es tu versión de la historia, hermano?
Chris se quedó en silencio. No sabía si decirle a Claire que parte de su ruptura con Jill había sido porque descubrió que ésta salió un par de veces con uno de sus superiores, el Mayor Parsons a espaldas suyas.
—Prefiero no hablar de ello —la traición de Jill era un tema que aún le escocía por dentro.
—Está bien —Claire apretó su mano—. Sabes que puedes contar conmigo.
—Gracias, Pippi —Chris le revolvió el pelo a su hermana como ésta fuese una niña pequeña.
—¡Deja de llamarme Pippi Longstocking! —espetó Claire, irritada—. Ya te dije que ese disfraz lo usé cuando tenía seis.
—Admítelo. Lucías adorable con aquellas trenzas retorcidas.
Claire comenzó a hacerle cosquillas en la barriga a su hermano, pero éste la levantó del suelo y la cargó encima de su hombro. Claire bufó, resignada mientras el resto de la gente los miraba con expresión incrédula. Así fue como los hermanos Redfield llegaron a su hotel.
~!
~!
Ada Wong corría por su existencia en el mundo. Un escuadrón de veinte integrantes le siguió el paso tan pronto abandono el museo bajo la oscuridad de la noche.
El sudor caía por sus mejillas y su cabello se le adhería a la frente mientras avanzaba velozmente por diversas calles y callejones para perder a los matones que la perseguían. No era que en su trabajo como ladrona estuviese falto de dificultades similares, pero tanto alboroto por una antigüedad le parecía exagerado.
La asiática se encontraba extrañada por el hecho que sus perseguidores no usaron armas de fuego contra ella. La caja debía valer mucho si no se permitían siquiera el más mínimo riesgo.
Después de un interminable laberinto creado por callejones y caminos estrechos, la mujer de rojo se permitió descansar recargándose en la pared mientras dejaba que la negrura envolviese su cuerpo y la escondiera de sus perseguidores. La brisa de la noche corría segura y constantemente contra su cabello, dándole una sensación reconfortante de frescura después del maratón que acababa de terminar. Juraba que en algunos momentos llego a sentir la respiración de los tipejos en su cuello. Sabía que si la atrapaban estaba muerta, Claire Redfield admitió casi perecer en manos de los mismos rufianes, pero la aparición de esos extraños agentes extranjeros la había salvado de tal destino.
Negó con la cabeza para sacudirse el escalofrío que recorrió su ser y paralizó su alma. Este iba a ser el último trabajo de tal naturaleza que realizaría, ya estaba hasta la coronilla de megalomaniacos con dinero de sobra y faltos de iniciativa como para hacer ellos sus propios robos.
Suspiró amargamente y después de asegurarse que nadie le seguía el paso, se apresuró a su destino; Nick Rabatti tendría su estúpida caja y ella la tranquilidad que necesitaba lejos de tales negocios y corporaciones farmacéuticas con deseos de dominación mundial.
—Más vale que la paga sea buena Rabatti— Murmuró con desdén mientras avanzaba con paso apresurado imaginando la isla desierta en la que desaparecería para tomar unas muy bien merecidas vacaciones.
El sonido de su GPS la sacó de sus pensamientos. El lugar que Rabatti acordó para la entrega estaba frente a ella. A simple vista parecía un viejo hostal, pero Ada sabía que aquel lugar era solo una fachada. Sus huéspedes eran matones a sueldo, que venían de los rincones más recónditos del mundo a hacer negocios en Paris. Diable scapulaire, está ubicado en uno de los barrios parisinos más peligrosos. La policía se encontraba al tanto de las actividades que se llevaban a cabo en aquel edificio de piedra antigua, sin embargo; preferían hacer oídos sordos y dejar que los criminales tuvieran su centro de operación a la vista de todos, por temor a ser asesinados como muchos de sus compañeros que intentaron cerrar el hostal.
Ada se encaminó a la entrada. Justo antes de cruzar la puerta, un hombre alto y robusto la detuvo, tomándola del brazo.
—¿Buscabas a alguien, encanto? —inquirió el hombre con un acento francés.
—Tengo una cita con tu jefe —respondió Ada de mala gana.
—No te pareces a ninguna de las chicas con las que suele salir —el hombre esbozó una sonrisa, dejando ver su fea dentadura.
—Por supuesto que no —Ada intentó safarse del agarre del hombre, pero éste la sujetó con más fuerza—. Tengo mejor gusto al elegir a mis amantes.
—¿Y qué hay de mí? —el hombre atrajo a Ada hacia él y le susurró al oído: —¿Acaso soy tu tipo?
Ada aprovechó el descuido del guardia y le propinó una patada en la entrepierna. El hombre cayó de rodillas, con la mano entre sus muslos, soltando un chillido de dolor.
—¡Maldita zorra! —gritó él, apretando los dientes—. ¡Te mataré!
—Te lo advertí, imbécil —Ada esbozó una sonrisa ladina—. Prefiero dormir con el bravucón de Redfield que contigo.
Aquella última frase dejó a Ada perpleja. ¿A qué venía el apellido de Chris en un momento tan incómodo? Parece que su mente la había traicionado, ya que, desde su encuentro en el museo de Louvre, no había podido olvidarse de él y su cálido aliento rozando su cuello. Por fortuna nadie conocía a aquel soldado testarudo y esperaba que sólo fuese la adrenalina lo que la llevó a pensar en su nombre.
—Pierre —dijo una voz masculina en tono severo—. ¿Por qué molestas a la señorita?, es obvio que no viene a visitarnos por placer. Aunque espero lograr que cambie de opinión en cuanto hayamos cerrado nuestro negocio.
—Siempre tan bromista, Rabatti—dijo Ada con ironía—. Vayamos al grano. Tengo otros asuntos que atender.
Rabatti guió a Ada por el pasillo del lobby. El hostal lucía vacío en su interior, salvo un par de hombres que miraban la televisión en la sala de estar. Se condujeron hacia la oficina privada de Nick. Ada cruzó la puerta y lo primero que notó fue el lujo con el cual estaba decorado el lugar. Una alfombra persa en el centro y encima de ésta un pesado escritorio de caoba, tallado a mano. Una escultura de granito en una de las esquinas y cortinas de seda en las ventanas.
Ada abrió el maletín y sacó el osario, el cual estaba envuelto en una frazada de terciopelo rojo. Nick se acercó al mini bar y sirvió dos tragos de coñac.
—Sabía que podía contar contigo, Belinda —dijo Nick, entregándole un vaso a Ada.
—Ya sabes que no me llamo así —repuso Ada con hastío.
—Me gusta. Aunque Ada va más contigo —Nick dio un sorbo a su bebida y agregó: —Bien, hablemos de negocios. ¿Trajiste lo que te pedí?
—Por supuesto —Ada puso el cofre sobre el escritorio. Nick se apresuró a tomarlo, pero ella lo detuvo—. No tan rápido. No hemos hablado de cómo vas a pagarme.
Nick soltó una carcajada y dijo: —Ya lo sabes, en efectivo y sin hacer preguntas.
—Esta vez no quiero dinero, Nick.
—Dime que es lo que deseas, preciosa —Nick esbozó una sonrisa seductora.
—Digamos que, con este trabajo, saldaré mi deuda contigo —espetó Ada con vehemencia—. Ya no trabajaré para ti.
Un silencio se apoderó de los dos. Rabatti abrió los ojos como platos, sorprendido de la propuesta de Ada.
—Olvídalo —dijo Nick en tono gélido—. Eres valiosa para mí.
Ada se puso de pie y guardó el cofre en su maletín.
—Entonces no hay trato.
La espía se encaminó a la puerta, pero entonces Nick la tomó del brazo y dijo: —Está bien. Será la última vez que trabajes para mí.
Ada esbozó una sonrisa de victoria. Esta vez, la obsesión de Nick con el osario jugó a su favor. Al fin se libraría de aquel hombre y se tomaría el tiempo libre que tanto necesitaba. Ella le entregó el cofre y mientras Rabatti no dejaba de admirar su nueva posesión, Ada se preguntó qué era lo que hacía tan especial aquella vieja caja de madera.
—Bien, debo irme —Ada tomó su maletín y antes de salir de la oficina dijo: —Espero no volverte a ver nunca.
La noche cayó con toda su fuerza sobre la ciudad del amor. Ada caminó por aquel barrio peligroso ante la mirada de los criminales que se reunían a esa hora. El aire era cada vez más helado, lo que la obligó a ajustar aún más su pesado abrigo que cachemir. Los tacones de sus botas repiqueteaban sobre la acera y su cabello ondeaba al ritmo de la brisa nocturna. Con suerte y podría alcanzar un vuelo que la llevara directo a Londres, no le apetecía viajar en tren (no estaba de humor para soportar compañeros de viaje molestos). Deseaba con todas sus fuerzas llegar a su casa en Bibury, tumbarse en su cama para no saber del mundo al menos por unos días. Sacó su móvil y lo encendió para revisar sus llamadas. Tenía al menos veinte mensajes, todos del mismo remitente. Frunció el ceño al ver que todos ellos venían del hombre que le rompió el corazón.
—Jódete, Leon —murmuró para sí misma.
Antes de pulsar el botón para borrarlos, decidió abrir uno de ellos.
Ada:
¿Dónde estás?, te he buscado en todas partes, pero nadie sabe darme una razón de tí. Necesitamos hablar. Sé que lo que hice es imperdonable, al menos dame cinco minutos para explicarte la razón por la que todo sucedió.
Ada estrujó el móvil con fuerza y borró todos los mensajes.
—¿Qué tienes que explicarme? Te vi acostándote con Harper. Por mí, puedes pudrirte en el infierno.
Hizo un esfuerzo para no llorar, no obstante; las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas sin poder evitarlo. Odiaba a Leon, no sólo por su traición, sino porque la hacía sentirse vulnerable. Ella era una mujer fuerte, no una chiquilla que lloraba por los rincones porque un chico le rompió el corazón. Se recriminó a si misma por ser tan débil, pero sobre todo por haber dejado que el agente Kennedy se metiera bajo su piel como un estigma. Divisó un pasaje oscuro y solitario. Ada metió la mano en su abrigó y sostuvo la empuñadura de su cuchillo de combate mientras se adentraba por el lugar. Los únicos sonidos que podían escucharse eran los de sus pasos sobre el húmedo pavimento. Faltaba poco para llegar su hotel, sólo debía cruzar el parque que se asomaba al final del pasillo.
De pronto sintió que una mano grande la sostuvo por el brazo. Ada sacó el cuchillo y enseguida atacó a su agresor. El hombre evadió el ataque sin problema y la atrajo hacia él con brusquedad.
—¿Me echaste de menos, Wong? —dijo el hombre con voz trémula.
Ada sintió que la sangre se helaba en sus venas, sin embargo; aquel tono de voz se le hacía familiar. Un suave aroma a sándalo flotó por el aire y fue entonces que un par de fuerte de brazos la estrechó, dejándola inmóvil.
—Acaso creíste que escaparías de mi tan fácil —el hombre susurró en tono seductor a su oído.
—¿Redfield? —inquirió Ada con el pulso acelerado.
—El mismo —respondió Chris—. Sabes, no fue nada cortés que te fueras del museo sin despedirte.
—Las reglas de cortesía no son mi fuerte —Ada intentó soltarse, pero era imposible, ya que Chris la tenía sujeta con fuerza—. ¿Qué es lo que quieres?
—¿Dónde está el osario? —preguntó Chris.
—¿Te refieres a ese viejo cofre de madera? —replicó Ada con sorna—. Querido, creo que llegaste tarde. Alguien pagó buen dinero por él.
Desde las sombras, un par de personas salieron al encuentro con ellos. Una chica puso el cañón de su pistola en la sien de Ada y dijo: —¿A quién le entregaste el osario?
—¿Quién demonios eres tú? —inquirió Ada, irritada.
—Tu peor pesadilla si no me dices quien tiene el osario —respondió la chica, furiosa.
—Leren, basta —dijo Tuomas, intentando tranquilizar a su esposa.
—Pero… —Leren bufó, molesta—. Tenemos que recuperar la reliquia, no podemos permitir que caiga en malas manos.
—¿De qué demonios están hablando? —preguntó Ada, confundida. Su instinto le decía que algo andaba muy mal con la caja que le entregó a Rabatti.
—Llévanos a donde entregaste el cofre y después hablaremos —dijo Chris en tono severo.
En otras circunstancias, Ada bien podía haber huido de sus captores, no obstante; la curiosidad por saber acerca de aquella caja la llevó a guiarlos al hostal en donde Rabatti hacía sus negocios turbios. Caminaron en silencio. Una vez que pasaron bajo las farolas, reconoció a las otras dos personas que llegaron últimas. Eran los mismos agentes que estaban en el museo de Louvre. Ada se volvió hacia Chris y vio que éste tenía una expresión tensa en su rostro, ¿Qué estaba sucediendo?, ¿Por qué tanto interés en esa vieja caja?
Llegaron al hostal y notaron que algo andaba mal. Pierre se encontraba tumbado en el suelo con un tiro en la sien y había un charco de sangre bajando por la escalinata del edificio. Ada sacó su cuchillo de combate y lamentó no llevar sus armas consigo. Chris empuño su Beretta y caminó con sigilo hacia el lugar, seguido de Tuomas con su pistola y Leren recargando su ballesta de mano. Entraron y en el lobby, el recepcionista yacía muerto con dos heridas de bala en el pecho.
—¿Qué pasó aquí? —inquirió Tuomas cerrando los ojos del hombre muerto.
Ada caminó hacia la oficina de Nick y notó que ésta estaba abierta. Cruzó la puerta y vio que el lugar había sido destruido; los carísimos sillones de piel estaban desgarrados, la escultura que admiró apenas unos minutos antes, ahora estaba hecha pedazos sobre el suelo. Buscó a Nick y lo encontró moribundo al pie de su escritorio.
—Nick —Ada lo sustuvo sobre su regazo y agregó: —¿Quien hizo todo esto?
—Cho… Cho Kyu-Hyun —susurró Nick de forma dolorosa.
—¿Cho Kyu-Hyun ? —inquirió Ada—. No entiendo.
Nick tomó a Ada por las solapas de su abrigo y espetó: —Él tiene la caja. Dijo que era importante para sus planes.
De pronto Nick tuvo un acceso de tos y murió en el regazo de Ada, sin que ella pudiera hacer algo por el que alguna vez fuese su socio.
—¡Maldición!, ¡Llegamos tarde! —chilló Leren dando un puñetazo contra el escritorio.
—Debemos encontrar a Cho Kyu-Hyun y recuperar el osario —dijo Tuomas.
—Ni siquiera sabemos por dónde empezar —soltó Chris, frustrado.
Ada dejó a Nick sobre la alfombra y se incorporó sobre sus talones. Ella sabía bien dónde encontrar a Cho Kyu Hyun, después de todo, los amigos de la infancia son personas que jamás se olvidan.
—Vamos, tenemos un largo viaje que hacer —dijo Ada con desdén.
—¿De qué hablas? —inquirió Leren, intrigada—. Te recuerdo que tú nos metiste en este embrollo.
—¿Alguien podría decirle que se calle? —pidió Ada, irritada—. Sé dónde buscar a Cho Kyu Hyun. Sólo síganme y no hagas más preguntas.
Los Westermann fueron los primeros en salir del hostal. Chris esperó a Ada y justo antes de cruzar el umbral, ella dijo: —¿Me explicaras que sucede con esa maldita caja?
—Mientras nos ayudes a recuperarla, te diré todo lo que sé —replicó Chris mirándola a los ojos.
—Entonces, ¿Ahora somos compañeros? —inquirió Ada con una sonrisa ladina. Sabía que aquello haría cabrear a Chris.
—¿Tenemos opción? —respondió Chris con sarcasmo.
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Hola chicos, gracias por pasarse a leer. Si les gustó déjenos un review y tomen una galletita de la jarra pero si no pos no hagan nada pero no hay galletas.
Agradecimientos a Zhines, MissHarperWong27 y SusaraKI302 por sus reviews... Las queremos chicas :D
Espero les haya gustado esta actualización. Dudas, comentarios, no duden en expresarse.
XOXO
!~ Polatrixu & Addie Redfield ~!