Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin pertenecen a Hajime Isayama. Este Fanfiction es escrito sin fines lucrativos.

Notas del capítulo: POV de Levi. Algunos diálogos en francés, traducidos al español. Referencia a música francesa (« Sous le ciel de Paris » Édith Piaf, « La Bohème » Charles Aznavour).

A quien leyó el primer capítulo y recuerda el fic.

Final.


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Al terminar de comer, tomamos la Rue de la Huchette, uno de los puntos populares que yo generalmente evitaba por el gentío pero que Eren moría por recorrer; los pequeños comercios, los gritos de los mercaderes, las personas frotándose la mugre y el sudor al rozarse entre la ola agresiva de transeúntes; los montones de basura apilados en las esquinas, acumulando moscas y hedores. La Rue de la Huchette era una de las vías para llegar a mi casa, la ruta que Eren siempre tomaba a los diez años, cuando compartíamos hogar, en ese tiempo en el que él apenas podía cargar con el acordeón y me seguía como un cachorro lleno de preguntas. Aunque al principio me molestaba que me siguiera con su boca mareadora, con el tiempo se volvió costumbre…

La única manera de que Eren se callara era estando terriblemente enfermo, o miserablemente triste.

Entonces, que se callara era mala señal.

Y había algo de eso en ese momento; cuando, al llegar a mi casa, él cerró la puerta aunque yo me disponía a hacerlo, él dejándome entre la madera y su cuerpo asquerosamente alto. Sus ojos obsesivos buscándome. Su respiración calmada que se aceleraba a centímetros de mí.

—… Hazte a un lado. —Ordené, cortantemente, y él hizo exactamente lo opuesto: Se me acercó sin hablar. Aflojó el nudo de mi bufanda, y sus dedos fríos bailando en mi cuello me arrancaron un escalofrío.

Hacía años que nadie me tocaba.

Entonces, murmuré:

—Apártate o te pateo y te boto de aquí como un perro. No te tomes confianzas sólo porque te dejé pasar. —Le advertí, para luego sentir su índice dibujar un camino imaginario desde el lóbulo de mi oreja hasta mi clavícula; hasta que, enfurecido, tomé su mano entre mi puño y lo vi con severidad, amenazándolo visualmente si seguía tocándome.

Hasta que lo escuché decirme:

—Pasaron… muchas cosas en estos cinco años. —Contó, con la mirada perdida en mi rostro— En ese tiempo, entendí el porqué siempre… tenías marcas en el cuello, en tu cuerpo. Me decías que tenías alergias. Pero… dime, desde cuándo una alergia tiene forma de mordidas. —Me recriminó, clavándome sus ojos verdes, exigiendo una respuesta.

—Tenías diez años, qué querías que te dijera. —Repuse, murmurando.

—La verdad. —Señaló.

—No podía decirte que follaba con otros para poder comer. —Le respondí, sin bajar el volumen, con la misma seriedad de siempre, cuando lo oí decir algo que me asombró:

—… No lo hagas más. —Demandó, sus ojos peligrosamente verdes y decididos, liberando su mano de mi puño y colocando las suyas a cada costado mío, reteniéndome.

—Si follo por dinero o no, eso no te interesa. —Refunfuñé.

Sin embargo, él replicó:

—Ven conmigo a Berlín. —Propuso— O déjame quedarme contigo aquí, lo que creas mejor. Simplemente, no quiero separarme de ti.

Me lo quedé viendo sin saber qué rayos decir, mientras él agregaba:

—Fue muy duro… pensé que encontrarte sería más sencillo. —Admitió, en voz muy baja y cerca de mi rostro— Vine a tu casa a buscarte hace un mes, pero no estabas y no estaba seguro de si seguías viviendo aquí. —Me confesó, tragando saliva. —Recorrí cada rincón de París buscándote; cualquier movimiento, susurro y sombra en la calle podías ser tú —y, seriamente, añadió—: No quiero volver a perderte. Quédate conmigo. —Me pidió.

Chasqué la lengua, fastidiado.

—Chiquillo tonto, hay algo que no entiendes. —Le gruñí— Si te quedas conmigo, te vas a hundir en la miseria. ¿No has notado cómo vivo? —Le pregunté, viendo en derredor tanto como los brazos de Eren a mis costados me lo permitían.

—… Juntos saldremos de la miseria, o juntos nos hundiremos en ella, no importa mientras juntos esté en la oración. —Declaró, con esa seguridad que no lo caracterizaba en el pasado, pero que con los años adoptó y reforzó—… Tú me escucharás cuando yo esté frustrado, y yo te abrazaré cuando estés cansado-

—No seas ridículo. —Arremetí, con ojos fríos— Yo no necesito esas mierdas. Vete a abrazar una roca o a la estatua Saint-Michel-

—Todo eso está muy lejos. —Me dijo, sus ojos evidenciando lo cerca que me tenía, diciéndome que yo era la mejor opción abrazable del repertorio.

—Te llevaré. —Ofrecí, enfurecido al sentir un temblor en mi propio cuerpo; al ser consciente de cada centímetro que nos acercaba y nos separaba. Alarmado con el pensamiento de que, en cualquier segundo, Eren podría cometer una estupidez— Te llevaré, porque… seguramente te pierdes en la calle, eres tan estúpido-

—Llévame a tu habitación. —Me murmuró al oído de una forma que me paralizó, aunque no por mucho.

—Te llevaré pero al puto hospital. —Mascullé.

—¿Por qué estás tenso? —Me preguntó, sus ojos contemplándome casi descaradamente; con el hambre de mis clientes, y sin el hambre de mis clientes. Eso me alertó. Sabía que a Eren le habría bastado con abrazarme, mientras que con ellos era coger. Ellos buscaban mi cuerpo, mientras Eren buscaba mi alma.

Pero ¿para qué le servía mi alma a él? ¿Para qué le serviría a quien sea?

Nadie debe confundir querer con coger: Yo jamás había cogido por algo que no fuera dinero. Relacionaba lo carnal con negocio, y con nada más. Para mí, caminar por los barrios menos sucios de París y oír las olas del Sena hasta que anocheciera… era diez veces más placentero que montar a alguien que me dejara el dinero sobre el buró desvencijado: Así, lo que yo miraba mientras me movía era el dinero, ya fuera dando estocadas o recibiéndolas, y lo único que pensaba mientras me "entregaba" —o me cerraba, no estaba seguro— era en los pagos que tenía que hacer.

Y Eren acababa de decir que había descubierto mi ocupación…

—Ya no estoy en el negocio. —Le informé, secamente, notando su posición frente a mí, como si quisiera dominarme, invadirme— Si quieres coger, no puedo ayudarte. Pero puedo decirte adónde ir para que encuentres lo que buscas. —Apunté, con mirada impasible.

Pero ésa no era la respuesta que Eren quería.

—Hay otra razón que me trajo a París. —Me ignoró, y lo sentí tomar mi mano de una forma que me hizo desviar la mirada, entre molesta e inquieta. La apretó con fuerza, aunque yo quisiera alejarla de su calor… ése que causaba estragos en mí, que amenazaba con hacerme pedazos—… La otra razón que me trajo a París era decirte… Levi, quiero que seas algo mío. Te quiero en mi vida. Quiero escucharte y verte hasta el final de mis días.

—… ¿Hasta el final de tus días? —Lo observé, entre con frialdad e intriga.

—Voy a morir, Levi. —Aquellas palabras me congelaron las venas— Pero quiero morir con el pensamiento de que te amé hasta el último segundo. —Admitió, así de brutalmente. —Siempre te he querido y siempre lo he callado por miedo, pero ya no tengo tiempo para tener miedo. —Me contó, con ojos honestos— Aun cuando no me quieras ni me necesites, por favor, déjame… convertirme en la sombra de tu mano, en un perro a tu lado… déjame estar ahí, a los pies de tu puerta, para decirte que adoro cada pedazo de ti.

No pude parpadear.

La sangre de Eren empezó a resbalar por su nariz, oscura y abundante, como un riachuelo de vida que se oxidaba.

Estaba estupefacto.


Morir… se dice tan fácilmente.

Hay gente que lo teme. Gente que lo anhela. Todo depende de la experiencia que se haya tenido con la vida… la historia de la persona, las risas y las lágrimas, la esperanza, las decepciones; las victorias, los fracasos y los traumas… es algo complejo, pero bastante real. La vida es cielo e infierno revueltos en el mismo licuado.

Sin embargo, tener las palabras morir y lo que más amas en la misma ecuación… es algo verdaderamente aterrador. Es algo que te quita el oxígeno, que te inyecta frustración en la sangre, que te llena de sufrimiento, de impaciencia, de dolor; de ganas de salvar lo insalvable.

La muerte no importa cuando la persona no importa.

Pero, cuando es la persona más significativa del planeta…

Es como si la muerte te arrastrara con ella.

Un hilo de sangre oscura se deslizó por mis fosas nasales, frente a unos ojos verdes que se abrían con incredulidad. Un mocoso acercándose con una pregunta obsesiva, hirviente de preocupación: "Qué ocurre, Levi", conforme se aproximaba, conforme me abrazaba, buscando arrancar de mi cuerpo todos mis horrores con un simple abrazo.

A veces, tenías la sensación de que eso era posible.

Y, entre sus brazos temblorosos, me encontré apretando su espalda entre mis dedos, estrujándola entre mis uñas, y murmurando contra su hombro:

—Yo también… también voy a morir…

Fue lo último que nos dijimos antes de quedarnos abrazados el resto de la noche, mientras la luna bailaba del otro lado de los muros; nuestras piernas desplomándose en el suelo, él rindiéndose ante mí y yo ante él.

Fue cuando lo decidimos:

Compartir cada minuto de vida restante, cada minuto desperdiciado y, a la vez, bien aprovechado entre el calor y los brazos contrarios.

Lo sentí apretujarme contra su cuerpo mientras yo lo apretaba contra el mío, como algún tipo de competencia sin ganador. Como si quisiéramos fundirnos, aunque no podríamos. Pero la intención estaba ahí.

En ese momento, como los puercoespines en invierno, las espinas de Eren se clavaron en mi cuerpo y las mías en el suyo. Nuestra sangre se revolvió; nuestra desesperanza, nuestro destino, nuestra canción, inicio y final.

Nos desangramos juntos esa noche, y mordí una sonrisa tras unas pocas lágrimas que no mostré, con la sensación del pecho y los brazos de alguien enredados en mí, por primera vez en mucho tiempo.

No me sentía como con los clientes con los que follaba por dinero.

Me sentía… como cuando veía las olas del Sena hasta que el agua azulada se teñía de noche, con esa sensación de placer y calma… sólo que mil veces mejor.

Con la sensación de un deseo vuelto realidad, esas ansias calladas por años de sentirme comprendido, bienvenido entre los brazos de alguien que, al mismo tiempo, quisiera sentirse bienvenido por mí…

Nacimos y morimos en la misma noche, en el mismo abrazo, oyendo la misma lluvia.


Tenemos la misma enfermedad.

Fue lo que comentó Eren, las manos unidas.

¿Cuánto tiempo te dieron?

No quise preguntar.

Sentí el agarre apretarse, la textura de una sábana vieja y el calor de la palma de su mano en la mía.

¿Por qué no preguntaste?

¿Te gustaría saber cuándo te vas a morir?

¿Hay alguna diferencia entre saber cuándo morirás y no saberlo?

Aunque no conozcas la fecha, conoces el resultado.

No dije nada más, sólo sentí su beso perderse en mis cabellos negros. Cerré los ojos, como si la sensación de sus labios me rebasara el cuero cabelludo y se clavara en la parte más interna e inaccesible de mí, que ni yo mismo comprendía.

¿Qué tan mal podía estar esto?

¿O qué tan bien?

Pero lo habíamos elegido: Eren quería estar en y yo en él.

Él me había dado permiso de destruirlo… y yo de destruirme. Intercambiamos las llaves de lo que nunca mostramos para que el otro lo convirtiera en su cuarto desastre… o en su jardín. Desprotegidos. Rendidos ante lo que el otro quisiera hacer de nosotros.

Y decidiendo que queríamos cuidarnos.

En ese suelo, estábamos más incompletos y completos que nunca antes. Tomé de él las piezas que me hacían falta, y él de mí las que necesitaba… y volvimos a construirnos, a oscuras y a tientas, entre nosotros.

No nos importó quién pudiera juzgarlo.

Nosotros éramos lo que queríamos tener, y eso debería de bastar.


« Sous le ciel de Paris

Marchent des amoureux

Leur bonheur se construit

Sur un air fait pour eux »

.

"Bajo el cielo de París

Caminan los enamorados

Su felicidad se alza

Sobre un aire hecho para ellos"

.

1966. Fue en la estación del metro central, en la Porte Dauphine, donde el destino vomitó un milagro.

La bufanda me cubría los asomos de sangre, disimulando la presión baja, el tono de piel enfermizo y los temblores. Eren apretaba mi mano que ya no tenía fuerza, con la suya azulada.

Esperábamos al destino, con forma de metro. Mis ojos clavados en los verdes.

El color de la vida, la esperanza, las promesas y la alegría era verde.

Verde con tonos azulados.

Lo habíamos hablado.

¿No preguntaste cuándo morirías?

No quiero saberlo.

Ni yo.

Moriré cuando te vea hacerlo a ti, Levi.

Me arrancarás la vida en ese momento y te la echarás al bolsillo.

"Bolsillo".

Eren acababa de decir una palabra importante.

—¿Levi?

Mis ojos se desviaron del verde al gris, a una moneda con el moto de Francia: « Liberté, egalité, fraternité »

Libertad.

Igualdad.

Fraternidad.

Incluso la misma Francia sucia y apestosa lo estaba insinuando…

La manera en la que Eren y yo podíamos ser iguales.

Libres.

En esa estación de metro.

En la Porte Dauphine.

« Me fais-tu confiance ? » (¿Confías en mí?) Le pregunté a sus malditos ojos verdes, que me observaban con duda y una mal disimulada adoración.

« Absolument. » (Completamente) Replicó, sin duda alguna.

Apreté la pequeña moneda entre mi pulgar e índice, acariciándola.

« Fais-tu confiance en la France ? » (¿Confías en Francia?) Seguí preguntando.

El ceño castaño de Eren se frunció, pero su respuesta no tardó.

Aunque Eren era estúpido constantemente, a veces tenía respuestas acertadas.

« Si tu en fais, donc moi aussi. » (Si tú lo haces, entonces yo igual).

En ese instante, Eren notó mi mirada fija en la moneda.

Apretó mi rostro y, sonriendo, comentó:

—Sé lo que piensas hacer.

—… ¿Estás de acuerdo?

Un suspiro ligero abandonó sus labios.

—Sólo si tú estás de acuerdo.

Intenté sonreír, pero jamás se me dieron bien esas mierdas.

Sin embargo, Eren notó el intento.

O, al menos, eso entendí cuando su mueca se acentuó.

Me besó la mano, la misma en la que la moneda estaba presa, encerrada.

—Que la moneda decida.

Y, en ese momento, lo supe:

Que Eren y yo habíamos dejado nuestras vidas en mi puño, en ese franco viejo, aventándolas a la suerte.

Quizá la vida no era más que un hilo de suerte.

Así, con un movimiento, lancé la moneda al aire, el franco dando esas vueltas que jugaban con las vidas a las que acabábamos de renunciar.

Y jamás me sentí tan libre.

Tuve la sensación de que la moneda dio vueltas por años, antes de atraparla.

Cuando iba a verla, Eren no me lo permitió. Tomó mi puño en su mano y me dedicó un:

—Sea cual sea la decisión, realmente no moriremos. —Declaró— Sin importar las circunstancias, contigo me siento eterno… y sé que contigo seré eterno.

Un beso más en el dorso de mi mano.

Mi puño se abrió, mostrándonos el camino.

Y me escuché diciendo una broma. Lo más parecido a una broma que había hecho en mis veinticinco años de vida.

« La France a decidé. » (Francia ha decidido) Comenté, sin más.

Eren parpadeó lentamente al ver el resultado en mi palma abierta.

Su mano apretó la mía libre.

Resignación.

No, decisión.

Quizá un poco de ambas.

Quizá nada de ninguna.

Quizá sólo amor.

… Quise creer que era amor, aunque algo tan irreverente, alocado y maniaco como eso jamás queda muy claro.

Pero estaba convencido de que, de elegir a alguien por quién sentir algo tan desorganizado y desastroso como amor… ése sería Eren. El idiota del acordeón que compartía su único alimento, un pan hediondo, con las palomas de la fuente Saint-Michel.

Pues él. Elegiría una y mil veces a él.

Así como quizá él elegiría, una y mil veces, al amargado de la casucha en el Quartier Latin…

Ése era nuestro hogar, mocoso imbécil: Desbaratado, humilde, destartalado, infestado de pobreza y vacío de promesas de crecer, pero tu hogar. Y el mío. Donde la noche nos encontró destruyéndonos y construyéndonos de la manera más sincera.

Donde nos destruimos y construimos desde el día en que nos conocimos.

Él y yo miramos la moneda al mismo tiempo.

Era la cara que indicaba muerte.

Volteamos a vernos.

Pasaron casi dos minutos.

En ese momento, me di cuenta de que inconscientemente yo había sonreído. Lo noté cuando Eren me observó verdaderamente complacido, como si acabara de encontrar el más valioso de los tesoros.

… Eren siempre había tratado mis escasas y escurridizas sonrisas como un tesoro.

A mí como un tesoro.

Y, de igual manera, él era uno para mí.

Tanto así, que acabé diciéndole:

—… Te veré en un rato.

Eren abrió sus brazos, invitándome a su perdición y paraíso, estrechándome contra su pecho con afán y dedicación, sintiendo cada uno de los músculos de mi espalda entre sus dedos, apresándome entre sus uñas; sincero, devoto.

Y, conforme se acercaban las luces del metro a lo lejos, comiéndose cada vez más metros, Eren estuvo canturreándome al oído esa canción de Charles Aznavour que tan bien encarnaba nuestra historia, dejándome con un nudo en la garganta que se apretaba con cada nota que entonaba; un nudo que se fortalecía con los recuerdos, lloviendo sobre nosotros sin mojarnos en realidad, dejándonos empapados de memorias que construimos juntos.

« La bohème, la bohème,

Ça voulait dire qu'on est heureux ()

Nous ne mangions qu'un jour sur deux »

"La bohemia, la bohemia

Eso significaba que "somos felices" ()

Comíamos un día sí y un día no"

.

Lo apreté.

Así era, Eren.

Así era.

Y las luces se aproximaban más.

.

« La bohème, la bohème,

On était jeunes, on était fous »

"La bohemia, la bohemia,

Éramos jóvenes, estábamos locos…"

Dejé un beso en sus labios, pausado, eterno como nosotros éramos y lo seríamos.

« À tout de suite. » (Hasta muy pronto) Me susurró, su frente contra la mía, entre labios temblorosos con mi sabor impregnándolos, con un saludo eterno y una despedida fallida.

Porque, en realidad, jamás podría despedirme de Eren.

Del chiquillo del acordeón.

Las luces del metro nos llamaron, en un murmullo que sólo nosotros percibíamos…

Y dejé escapar lo que serían las últimas dos palabras de mi existencia física, de mi despedida de un mundo donde todo nace y muere, de un mundo donde nosotros habíamos nacido para conocernos y no morir jamás.

« À toujours… » (Hasta siempre) Le susurré al oído, antes de sentir cómo nuestros brazos nos aprisionaban con más celo, como si no quisiéramos que quienquiera que fuera a encontrarnos del otro lado pudiera apartarnos…

Sintiendo cómo nuestros pies se despegaban del concreto, del límite de los pasajeros para asomarse.

El impacto no dolió. Era demasiado tarde para sentirlo.

Quizá no se sintió porque mis palabras y las suyas nos habían roto la cordura, antes del impacto, antes de desvanecernos.

« Je t'adore de tout mon être »

Te adoro con todo mi ser.

« Je t'adore le double, encore »

Te adoro el doble de eso.

… Quién dice que la muerte da miedo.

Yéndonos el mismo día, el mismo minuto y segundo, para tenernos siempre, en donde nada perece. Eso no podía tener nada de aterrador.

Si, al morir —como al conocernos— nosotros fuimos las almas más felices de toda París.


Fin.

Aclaraciones:

1) La frase de Eren: "Déjame ser la sombra de tu mano" viene de una canción de Jacquel Brel (« Ne me quitte pas » "No me dejes").

2) El final se inspiró en la canción "Fuzz" de una banda de rock japonesa llamada MUCC.

.

Notas: Siento la tardanza. Jamás olvidé este fic, aunque no tenía pensado terminarlo hoy… pero acabé escuchando a Piaf y todo se fue uniendo.

Gracias por leer, también a quien se hizo el tiempo de compartir su opinión. He respondido por PM.

Un abrazo y gracias a quien leyó el fic.