Vamos, desnúdate. Quiero verte la piel, como tus pulmones se llenan de aire e imaginar a tu corazón bombeando sangre.
Mientras desabrochas los botones de la camisa noto las manchas secas de café en las mangas, deben ser de hoy y quiero creer que te has puesto nervioso cuando te llamé para avisarte que vendría.
¿Estás cansado? ¿Borracho? ¿Drogado? Porque tus manos se deslizan de todo lo que pretendes tocar y tu mirada no se fija en ningún lado. El silencio que emites presagia que estás a un paso de la locura, ni siquiera tiemblas.
De pronto me encuentras viéndote a los ojos y todo parece volver a la normalidad, tus espasmos vuelven y muerdes los pellejos que tu mismo haces salir a los lados de las uñas, casi puedo escucharte los pensamientos contando hasta diez, como te han dicho los psicólogos desde niño.
Busco tu mandíbula entre la oscuridad con mi mano para encontrar el camino a tus labios pero me detienes empujándome un poco con los dedos en mi pecho. Exhalo mis penas por encima de tu cabeza, no me tomes por impaciente, sin embargo creo que ya lo hemos alargado demasiado. Voy tocando más allá de lo que me permites en mi imaginación y siento la descarga de electricidad que entumece los dedos de mis pies.
La voz en mi cabeza me indica que hoy es el día, lo que no me esperaba es que tampoco sabía muy bien qué hacer. Sonrío ante tu desconfianza, aprenderemos juntos como siempre.
Esa noche descubrí que no éramos como todos decían, yo no era el chico de hielo y tú tampoco eras un miedoso. Crecimos en las pocas horas en las que la luna se colaba por la ventana.
No pegué los párpados para dormir en toda la noche, no dejaba de ver nuestras piernas a las que a veces confundía por la forma en la que se doblaban; de repasar las pecas semi-invisibles que hay entre tus hombros y tratar de respirar al mismo ritmo tuyo.
Decir que he visto personas desnudas contando con los dedos en mi manos es mucho, demasiado, la realidad es que te quiero contar como la única.
La noche que vi tu alma.