No Saques Conclusiones Apresuradas

Un estremecimiento le recorrió la espalda, haciéndole consciente del frío gélido que le calaba hasta los huesos por causa de la intensa tormenta que se había desatado sobre Londres hace menos de una hora y que, por la furia de la lluvia y el fuerte vendaval que golpeaba al otro lado de los cristales de la ventana del baño, parecía no querer cesar en breve.
Ignoró la forma en que sus dientes comenzaron a castañar entre ellos y se acercó temblando a la ducha, dispuesta a tratar de olvidar sus problemas con un buen baño caliente.
Mientras dejaba fluir el agua fría de la ducha comenzó a desnudarse, estremeciéndose a cada segundo y maldiciendo la forma en que su húmedo jean no quería apartarse de sus piernas congeladas. Tenía tanto frío que se sentía como si pequeñas agujas se clavaran en su piel congelada y una ligera incomodidad comenzó a originarse en su estómago.
Cuando el vapor comenzó a empañar el cristal de la ventana y el espejo, no lo pensó dos veces antes de lanzarse al hirviente chorro de la ducha. Soltó al menos tres maldiciones diferentes en lo que regulaba la temperatura del agua, pero por más veloz que fuera, de todas formas terminó con una atractiva marca rojiza en la piel de su nalga izquierda, justo donde había recibido de lleno el agua.
Ahogó el leve escozor que sentía en el agua aún caliente de la regadera, temblando por el contraste de las temperaturas con su cuerpo entumecido. La tina gigantesca estaba junto a la ducha, separada por una pared más bien fina cuya única función era la de llevar las cañerías que le brindaban agua a la tina. La ducha era separada del resto de la habitación por una mampara de cristal con una superficie irregular. Tal vez fuera un poco reveladora en realidad, pero al vivir completamente sola, no era algo en lo que pensara muy seguido.
Tampoco lo hizo en aquella ocasión, estaba muy ocupada fingiendo que era agua de la ducha lo que caía desde sus irritados ojos y fluía por su rostro. Acabó por negar con la cabeza y tomar el champú de la repisa que había en el pequeño rectángulo de ducha. Buscó relajarse un momento masajeándose en círculos el cuero cabelludo mientras dejaba que el agua caliente destensara uno a uno cada músculo de su cuerpo.
Y, aunque por lo general un buen masaje, agua caliente, y el delicioso aroma a jazmín de su línea de productos para el cabello y jabón corporal solían tranquilizarla de forma más que eficaz, en esta ocasión sus nervios estaban demasiado alterados y ella muy cansada para esforzarse en ignorarlos. Sencillamente ¿Qué importancia tenía? Si bien nada cambiaría si ella se echaba a llorar y esa noche se entregaba a un leve momento de rabia y depresión, tampoco lo haría si mantuviera la calma y fingiera que nada le estaba pasando.
Respiró hondo, tratando de empujar un poco de calma de igual manera dentro de ella. Sin embargo, acabó sollozando por unos minutos más.
Salió de la ducha cuando estuvo satisfecha, más calma y libre de rastros de acondicionador en el cabello. Tomó una toalla de color ocre que colgaba de un gancho en la pared y con ella se envolvió el cuerpo, antes de volver a tomar una toalla más pequeña del mismo color y utilizarla para desempañar el cristal del baño.
Volvió a observarse en el espejo, notando que su estado no era muy diferente al que tenía al llegar a la casa. Tal vez un poco menos demacrado, ya no parecía a punto de morir por una hipotermia y el color había regresado a sus labios, que lucían ahora algo rojizos por el llanto y el agua caliente.
Sus ojos estaban irritados, pero no tanto como hubiera esperado. Su cabello escurría cantidades copiosas de agua sobre sus hombros desnudos, y se apresuró a envolverlo, recordando que sólo ella limpiaría luego los desastres que causaba en el baño.
Mientras se frotaba con fuerza el cabello, buscando secarlo con rapidez, se dio cuenta de que el baño estaba inundado en un vapor que le hacía sentir húmeda e incómoda. En cualquier ocasión habría abierto la ventana del baño, que daba a un pequeño balcón, para limpiar el aire a su alrededor, pero si llegaba a hacer aquello, estaba segura de que agua de las proporciones de Támesis ingresaría a su casa.
La fiereza de la tormenta al otro lado del cristal le hizo recordar que necesitaba una red flu en su hogar. Por lo general siempre llegaba a una chimenea cercana allí que se escondía en el interior de un café muggle atendido por una maga amiga. Hasta ahora nunca había tenido problema usándolo, pero era obvio que nunca había tenido una situación como aquella, mucho menos con una terrible tormenta desatándose sobre la ciudad.
Con un suspiro alejó la toalla de su cabello y no pudo evitar echarse a reír al ver la forma en que su cabello, de por si rebelde, se inflaba un poco por la fricción. Abrió el botiquín y tomó de entre medicamentos, pastas dentales de repuesto y algunos maquillajes la crema que utilizaba para tratar de controlar de alguna forma su alocado cabello.
Mientras peinaba su cabello con sus dedos cubiertos por aquel producto, ensortijando algunos mechones al rededor de su rostro, pensó que en realidad su cabello no era tan espantoso como ella siempre había creído.
"Te lo dije, preciosa" por algún motivo, la voz de Draco resonó en su cabeza ante aquella aceptación de su imagen. Puso los ojos en blanco, tratando de reprimir el impulso de sonreír al recordar cada ocasión que él remarcaba una y otra vez una belleza que ella no veía.
A pesar de sus esfuerzos, luego de un segundo pensando en el mago, el espejo le devolvió la imagen de una chica sonrojada, con una bella sonrisa y jugueteando de forma algo tonta con su cabello. Diablos, hasta sus ojos parecían más brillantes y menos rojizos que hace un momento de sólo pensar en Draco.
Draco...
Justo cuando sus ojos ardieron levemente por la necesidad de volver a llorar, decidió que pensar en Draco era un arma de doble filo muy peligrosa.
Dispuesta a ignorar todo aquello que tuviera que ver con el Slytherin, terminó de secarse el cuerpo con la toalla parda que le envolvía y se dirigió a la habitación, alborotándose un poco el cabello por pura costumbre.
Justo cuando encendió el interruptor de la luz, un cegador destello blanco al otro lado de la ventana le hizo cubrirse el rostro por acto reflejo, seguido de un estruendo poderoso como el rugir de un dragón, pero intensificado por mil, que le indicó que el rayo había caído a una distancia espeluznantemente cercana.
Un instante después, la luz de su habitación se extinguió por completo, al igual que cualquier rastro de luz del otro lado de la ventana.
Genial, justo lo que necesitaba, un apagón.
Suspiró con resignación y, a ciegas, se dedicó a buscar su varita en el bolso que había lanzado sobre la cama con furia hace una hora y media. Encontró su bruñida y sedosa textura en el fondo del bolso, luego de insultar un momento el resto del contenido de la cartera.
Con facilidad la empuñó, en un acto tan natural como parpadear o caminar, y susurró un Lacarnum Inflamarae antes de dirigirse a las velas que había distribuidas por los muebles de su habitación y que, por lo general, utilizaba para perfumar un poco el lugar.
Cuando la última vela estuvo encendida, desprendiendo un suave y para nada invasivo aroma a cítricos, deshizo el hechizo y se dedicó a buscar algo con lo cual vestirse. La verdad es que tenía muy pocas ganas de esmerarse por ponerse algo y aún menos ganas de preocuparse por la ropa, así que solamente tomó un conjunto de ropa interior azul oscuro, uno de sus pocos conjuntos que portaban encaje, y se acercó al salto de cama de seda que Ginny le había regalado hace menos de un año, de un tono muy similar, aunque algo mas claro que su ropa interior.

Mientras se colocaba la braga, escuchó un pequeño maullido molesto de Neptuno, y por un segundo se sintió culpable de no haberlo alimentado cuando llego. Había estado muy alterada.
Respiró hondo por quinta vez en la última media hora al recordar a Draco. Se quedó mirando el colchón, donde el salto de cama la esperaba perfectamente liso, de un bellísimo color azul. Sólo se lo había puesto en una ocasión, notando de inmediato que era demasiado corto y apretado como para moverse con él, pero claro, no era como si estuviera hecho para dormir. Todavía se ruboriza a cada vez que recordaba la insinuación que llevaban las palabras de Ginny cuando se lo dio.
"También es un regalo para él, ¿Sabes?" había dicho, y eso que ni siquiera sabía aún que él no era otro más que Draco Malfoy.
Ahora, se preguntaba si alguna vez le podrían dar uso.
El pensamiento le retrotrajo de inmediato a la conversación que había oído entre Draco y los otros profesores de la escuela, y sus pómulos ardieron ante el recuerdo de su reacción y la bofetada que le dio a Draco.
¿Se habría precipitado? ¿Debería haber dejado que le explicara la situación? De sobra ya sabía que había actuado de forma infantil, pero se justificaba ¿No?
Claro que sí. ¿Con que derecho Draco hablaba con otros sobre su falta de iniciativa sexual? Como si sus compañeros de trabajo necesitaran otra confirmación de cuan frígida y mojigata era ¡Por Merlín!
Pero, tal vez había malinterpretado toda la conversación. Después de todo, era ella la que no tenía derecho a escuchar una conversación ajena y mucho menos darse el lujo de sacar conclusiones sobre algo que había oído por la mitad.
Gruñó, frotando su sien con las yemas de sus dedos y tomando el salto de cama con su mano libre. No estaba acostumbrada a batallar consigo misma de esa forma, siempre solía tener sus ideas claras. Si seguía contradiciéndose así su cabeza iba a explotar.
Sus pies comenzaron a resentir el prolongado contacto con el frío suelo de baldosas blancas, que casi se sentía como si le mordiera la planta de los pies, así que se enfocó en terminar de vestirse y meterse de una vez a la cama.
Pero como el universo nunca se pondría a su favor, oyó la puerta de su habitación abrirse con fuerza, haciéndole dar un gritito de sorpresa cuando la voz de la persona que menos quería ver en ese momento irrumpió en el lugar.
–Hermione, tenemos que hablar...– por la forma en que la voz del rubio perdió fuerza por un segundo, podía apostar que se encontraba tan sorprendido como ella en ese momento, lo que le recordó, madre santa, que estaba estaba semi desnuda frente a él.
De inmediato sintió como toda la sangre de su cuerpo corría hacia sus mejillas.
–¡D-Draco!– exclamó, aferrándose al salto de cama con ambas manos y poniéndoselo con rapidez inhumana, olvidando el sostén – ¿C-cómo entraste?
–Con un Alohomora– dijo con simpleza, con una voz demasiado calmada para el carácter explosivo del que la castaña estaba haciendo gala en ese momento.
Jaló con fuerza el nudo del cinturón de su salto de cama, maldiciéndose mentalmente por no haberse tomado el tiempo de buscar su confiable albornoz del tendedero donde lo había dejado en la mañana.
–¿Y que se supone que haces aquí?– gruñó la pregunta, sin dignarse a mirarlo mientras lo preguntaba. La verdad es que no quería que él descubriera sus ojos rojizos o sus labios aún hinchados por el llanto. Aunque, tal vez, no quería verle a los ojos y sentirse tonta por haberle golpeado o descubrir como su enojo desaparecía de un plumazo con una sola mirada.
–¿Qué crees que hago?– el oír por fin un poco de enojo en la voz del Slytherin no le regocijó tanto como hubiera esperado, pero no estaba para nada dispuesta a ceder un ápice en aquella discusión –. Te llame casi cien veces y mínimo te deje cincuenta mensajes. Y ni siquiera me contestaste uno.
Se cruzó de brazos, reprimiendo el impulso de ruborizarse por su actitud infantil. Debía mantenerse enojada, pero sabía que no le sería fácil.
–¿No se te paso por la mente que, si no te contestaba, era porque no quería hablar contigo?– preguntó, sin esperar una respuesta a la pregunta en verdad.
Le oyó gruñir a sus espaldas, y casi pudo imaginárselo pasando sus manos por su cabello con frustración.
Luego de un segundo, un suspiro cansado llenó la habitación.
–Hermione, me insultaste y abofeteaste sin darme ninguna razón. Quiero saber qué demonios fue lo que pasó– pidió, con una calma que en verdad no sentía.
Hermione soltó una risa seca e irónica, antes de mirarle por sobre el hombro. Estaba empapado de pies a cabeza, goteando aún gordas gotas de agua sobre el suelo, que comenzaban a formar un pequeño charco bajo sus pies. Empuñaba su varita en la mano derecha, que aún tenía la estrella brillante del Lumus en la punta. No tardó en darse cuenta de que se había guiado por la casa a oscuras con ella.
–¿Por qué no haces memoria?– ofreció, desdeñosa, mientras volvía a darle la espalda. No quería sentir pena por su estado–. Estoy segura de que se te ocurrirá un motivo perfecto.
Oyó sus pasos sobre el frío suelo y se puso en guardia de inmediato.
–Lamento informarte que mis habilidades de adivinación no están al nivel de tus expectativas sobre mi, porque no tengo ni idea de qué demonios puedes estar hablando, Hermione– dijo, con voz ronca y entre dientes. La aludida se estremeció por puro acto reflejo al oír aquel tono –. Estaba hablando tranquilamente con mis compañeros cuando llegaste con Neville y me golpeaste. Hace años tenías un motivo con fundamento, pero ahora no tengo idea de qué carajo pasó.
Y el muy desgraciado se daba el lujo de alegar demencia. Pues se iba a enterar, a Hermione Granger no se la toma por idiota dos veces seguidas.
–¡Exacto! ¡Maldito bastardo! ¡¿Cómo rayos se te ocurre hablar de esas cosas con nuestros colegas?!– explotó por fin, girándose hacia él con los ojos ardiendo en rabia.
Los ojos plateados del rubio se abrieron de par en par por la sorpresa, un segundo antes de que el reconocimiento brillara en su mirada.
–¿Nos escuchaste?
–Estaba llegando cuando los oí– confesó, tamborileando con impaciencia sus dedos en el brazo contrario, manteniéndolos cruzados.
Se sintió extrañada al ver algo muy parecido a desilusión y pena en los ojos del rubio, pero no pudo estar segura, ya que acto seguido los apartó, clavando su mirada en el piso. Sin embargo, la alzó un momento después, frunciendo el ceño.
–¿Tanto te molestó?– la pregunta enfrascaba toda la molestia y el dolor que podía ver en su mirada, y no supo exactamente con qué criterio estaría juzgando Draco la situación.
Resopló, indignada, sintiendo como su enojo crecía un poco más, si es que eso era posible.
–¿Qué si me molestó?– otra pregunta irónica fluyó de sus labios, antes de que su tono subiera dos octavas más –¡Claro que me molestó! ¡Si no te parezco suficiente, si no te complazco, si no puedes esperar hasta que me sienta cómoda, maldición, sólo déjame! ¡Sólo vete con cualquier mujer que tenga las piernas más fáciles y no sea una frígida como yo! ¡Pero no te dediques a hablar de ello con tus amigos, por que no es como si yo te estuviera obligando a quedarte o algo así, Draco!
No necesitaba verse en el espejo para saber que estaba roja como un tomate y que tenía una expresión aún menos atractiva que la de una mandrágora. Sin embargo, un arraigado sentimiento de horror la invadió al sentir de nuevo su rostro húmedo con la tibieza de unas lágrimas traicioneras. Se apresuró a secarlas, maldiciendo esa manía que tenía de llorar cada vez que discutía con sus sentimientos en conflicto. Era mil veces más sencillo discutir con un purista sobre la importancia de los Sangre Sucia, que hacerlo con el hombre del que estabas enamorada.
Miró de reojo a Draco, y se sintió descolocada al ver la sorpresa y extrañez en su mirada, junto con cierta preocupación que le hizo avergonzarse aún más.
–Hermione... ¿De qué estás hablando?– la sincera confusión en su voz y su mirada le hizo dar un gruñido de frustración.
¿Cómo rayos podía parecer tan inocente?
–¡Dijiste que de esta noche no me dejabas pasar, Malfoy!– exclamó, está vez ruborizándose no sólo por la rabia, sino también por el significado que aquellas palabras traían consigo.
El rubio parpadeó, descolocado, antes de llevarse una mano al rostro y ocultar algo que parecía una sonrisa, aunque no pudo estar segura. Acto seguido, inhaló hondo y suspiró luego de un segundo.
Hermione esperó, recelosa, a que volviera a hablar. Se sorprendió un poco cuando se acercó hasta quedar a menos de un metro de ella, mirándola fijamente a los ojos. Algo nerviosa le mantuvo la mirada, sintiendo aún, para su gran humillación, las mejillas y pestañas húmedas. Draco la miraba con cierto atisbo de algún sentimiento que no supo identificar en sus ojos de mercurio, aunque el resto de su rostro se mantenía inexpresivo.
Rebuscó en su bolsillo con una lentitud que desesperó a la Gryffindor por un momento, antes de sacar su mano y el objeto que había buscado en su interior.
Hermione jadeó.
–Me refería a esto– la voz del mayor parecía calma, pero en ese último año Hermione había aprendido a leer con facilidad las emociones en su tono. Draco estaba nervioso, y por la forma en que susurró la frase, no era un pequeño nerviosismo.
Y es que, si la cajita de brillante terciopelo negro era lo que ella creía, tenía un motivo perfecto para estar nervioso.
–Draco ¿Q-qué es...?– ni siquiera pudo terminar la pregunta, más nerviosa y desorientada que él.
–No tengo ninguna duda, en este año ya me has mostrado lo mucho que quiero estar a tu lado– susurró, sin apartar sus ojos de los de ella, la plata profunda sobre el cálido oro–. Pero quedas tú, quería darte esto para que fueras libre de tomar una decisión sin que dudes de mis sentimientos. Te quiero junto a mi. ¿Me quieres tú?
Con la mente en blanco, Hermione llevó sus ojos perplejos desde la pequeña cajita cerrada hasta los ojos del rubio y de vuelta unas diez veces. Abrió la boca para decir alguna cosa, pero decidió volver a cerrarla al no encontrar su voz por ningún lado.
Cuando por fin reaccionó a lo que estaba sucediendo, llevó ambas manos hasta su rostro y ahogó un gritito vergonzoso, con sus ojos fijos en los del Slytherin, quien acabó por sonreír con ternura al ver la reacción de la castaña.
–¿Eso es un sí o...?– no pudo terminar la pregunta, ya que una dulce, ruborizada y llorosa mata de salvajes cabellos castaños se lanzó en su cuello en un fuerte abrazó.
Sonriendo de oreja a oreja y algo ruborizado, Draco envolvió el cálido cuerpo de la mujer entre sus brazos, sintiendo como una mezcla entre un sollozo ahogado y una risita avergonzada fluía cercana a su oído.
No pudo reprimir una ronca y cálida risa de felicidad al sentir como los suaves labios de ella recorrían su cuello húmedo y parte de su cabello aún goteante. Por un momento se preocupó de estar arruinando el bello salto de cama que cubría a su maga, pero su preocupación se esfumó en un segundo al sentir como la tibia boca de Hermione se apoderaba de la suya, con vigor y calor, dejándole ver que él no era el único que se sentía como si acabará de tomar café hecho de rayos de sol y luna, como si flotara en una nube con aroma a jazmín, o como si estuviera a punto de saltar desde el acantilado más alto del mundo sin ningún tipo de temor.
No podía tener miedo, o estar enojado, cuando esos labios tan dulces se presionaban sobre los suyos como si no hubiese mañana, acercándolo con sus manos tibias que se sentían de maravilla en su frío cuello o apretando su cuerpo cálido y suave contra el suyo congelado.
Cuando Hermione trató de alejarse, sólo la dejo recuperar oxígeno por un segundo, antes de volver a unir sus bocas, aferrándose a esa cintura de curvas peligrosas y alzándola un poco del suelo. ¿De verdad era posible tener un rayo de sol en su interior? ¿O volverse una brisa etérea de la nada? Por que si no era eso, no sabía que podía ser ese calor o esa sensación de ser más ligero que el aire.
Los labios de Hermione, su cuerpo, su adictivo sabor a café y alguna cosa dulce que era muy de ella, su aroma a jazmín. Todo en ella era una invitación a la locura, pero no a la locura del simple acto sexual, sino a la locura de reír sólo por que sus ojos se descubrieron mirándose, de abrazarla de la nada al verla demasiado lejos, de tomarla en la sala de la casa y bailar sin que oyeran música a su alrededor, o lavar platos con ella sólo por tener una excusa para estar más tiempo juntos.
Si lo que sentía desde hace un año no podía ser llamado locura, definitivamente él no había vivido nada y no tenía la más mínima experiencia en el mundo, porque en todos los años de su juventud, o de cualquier época de su vida, nada, nada en absoluto, podía compararse con estar enamorado de Hermione.
Ella jadeó y Draco se obligó a alejarse para dejarla respirar. Sonrió al ver la inmensa ternura y felicidad en sus ojos castaños y llorosos, y no se molestó en esconder los mismos sentimientos en su mirada. Quería que lo viera todo, que no le quedara una sola duda.
–Te amo – susurró, aún con resquemor de los nervios, pero lleno de convicción. Tal vez fuera pronto, pero no había nada tan cierto en el mundo como sus sentimientos por ella.
Y, por la forma en que su sonrisa se amplió hasta casi parecer dolorosa, Hermione también lo sabía.
–Yo también te amo– confesó, roja como un tomate. Acto seguido, llena de energía de repente, volvió a lanzarse a sus labios, sorprendiéndolo, aunque la recibió de buena gana. Arqueó las cejas al sentir los blancos dientes de la castaña jalar juguetonamente de su labio inferior, antes de succionarlo con suavidad entre sus labios.
Cuando se alejó, sentía un leve escozor en su labio inferior. Aunque eso no impidió que una sonrisa divertida se deslizara por su rostro.
–Creo que tendríamos que pelear más seguido– comentó, con júbilo, antes de hincarse en el suelo con una rodilla.
Hermione se consideró algo tonta por emocionarse aún mas por verle en aquella postura. Sin embargo, eso no desaceleró el frenesí de los latidos de su corazón.
Oh bueno, en el fondo siempre fue una romántica.
–¿Quieres casarte conmigo, Hermione Granger?– preguntó, sin poder evitar sonreír de oreja a oreja por la emoción.
Puesto que el suelo estaba mas frío que el resto de su cuerpo, si es que eso era posible, fue un alivio que ella asintiera casi de inmediato, de seguro porque su voz no estaba en condiciones de expresar sus ideas por ella en ese momento.
Se puso de pie con una elegancia innata, pues el nerviosismo que embargaba cada fibra de su ser no le hubiera permitido verse tan galante de haber sido forzada. Abrió la fina cajita negra, revelando un anillo plateado con una hermosa gema color jade el la cima y miles de detalles más en él que no llegó a notar en su emoción. Aún con lo poco que sabia de joyería, estaba segura de que ese anillo no podía ser considerado menos que exquisito. Y con seguridad valdría más de lo que ella nunca ganaría en un año.
Su propia insignificancia cayó con el peso de una roca sobre ella. Y eso que se prometió nunca dejarse llevar por las cosas materiales.
–Draco, yo...
Antes de que Hermione dijera alguna incoherencia o comenzara a infravalorarse de nuevo, el rubio tomo su mano izquierda con dulzura y una suavidad extraordinaria, como si temiera que cualquier movimiento brusco la hiciera desaparecer entre sus dedos, y, tomando el anillo que había sacado previamente de la caja, deslizó con suavidad la joya por su delicado dedo anular, un poco divertido al ver como sus uñas estaban por completo libres de esmalte alguno y algo mordisqueadas.
La estrechó con firmeza contra él, quedándose ambos en esa posición por un buen rato. Draco suspiró al saber que todo había sido aclarado ya, sorprendido de que su alivio fuera tan grande; en verdad había creído por un momento que había hecho algo malo sin siquiera notarlo y que Hermione no volvería a hablarle. Era curioso que apenas en ese instante notara lo aterrado que había estado por perder a Hermione.
Porque, sin ánimo de bromear, esa bofetada había sido digna de un rompimiento inigualable... Lo que le recordaba que la Gryffindor no podía salir de allí sin un poco de su socarronería gratuita.
–Oh amor– murmuró con voz dulce y baja a su oído, alejándose apenas lo suficiente para poder ver los brillantes y alegres ojos de la castaña–, después de tantos años, aún conservas el derechazo del que me enamoré.
El efecto fue instantáneo apenas aquellas palabras salieron de su boca. El bello rubor que cubría los pómulos con delicadeza se extendió como un incendio al resto de su rostro, y la hermosa sonrisa que dejaba ver sus perlados dientes desapareció por completo. La pura alegría en su mirada se desintegró en un parpadeo, dejando lugar al horror de aquel que recuerda que ha hecho algo terrible.
Luego de un segundo, ya se estaba cubriendo el rostro con ambas manos y tratando de alejarse de él. Cosa que, claro, no permitiría bajo ningún contexto.
–Maldición– le oyó gemir, y aunque su voz sonó amortiguada, no necesitó esforzarse para detectar el abrumador tono de vergüenza en ella–. Draco, lo siento tanto.
–Créeme, más lo sentí yo– bromeó, resistiendo el impulso de estrecharla entre sus brazos de nuevo. Una Hermione avergonzada y tímida era algo demasiado extraño y hermoso como para no disfrutarlo plenamente.
Ella ahogó un gemido bochornoso. Se había olvidado completamente de la escena que había montado en la escuela. ¿Qué si alguien le preguntaba el por qué de su reacción? ¿Con qué cara podría ver a sus compañeros el lunes? Con un demonio ¿Con qué cara podría ver a Draco a los ojos ahora?
–No es gracioso– sollozó de forma lastimera, apenas descubriendo sus ojos apenados. Draco no pudo evitar compararla con una cachorrita que acababa de ser regañada–. Dios, Draco, no sé en qué estaba pensando.
El Slytherin asintió, arqueando las cejas en un gesto condescendiente.
–Ahí estamos de acuerdo– comenzó, deslizando sus manos de sus hombros hasta sus brazos, ignorando como el cuerpo de ella se emocionaba por aquel firme y cálido contacto– ¿Se puede saber en qué rayos estabas pensando? Ya que, por lo que acabo de oír, no estábamos para nada en la misma charla, Hermione.
Con seguridad, si su corazón no se había detenido por completo, había estado muy cerca al oír la pregunta de Draco. Volvió a cubrirse el rostro con ambas manos, sintiendo sus oídos a punto de estallar, pero para su desgracia un par de grandes y firmes manos tomaron las suyas y las retiraron con delicadeza, dejándole apreciar mejor su rostro bermejo.
Rio entre dientes, enternecido, al ver que ella mantenía sus ojos cerrados. Sólo para avergonzarla más, aferró su cintura con uno de sus brazos y la estrechó contra él, riendo de nuevo al oírla jadear de sorpresa, con su ardiente rostro a unos centímetros del suyo.
Sin embargo, ni siquiera así abrió los ojos. Y la imagen le era tan malditamente tierna, que no pudo resistir la tentación de abochornarla un poco más.
–¿Cómo fue que dijiste? ¿Maldito purista hipócrita?– comenzó, echando la cabeza ligeramente hacia atrás, memorizando. Hermione abrió los ojos y le miró horrorizada, recordando la ira que había sentido al decir aquello-. Si mal no recuerdo, también me llamaste bastardo... Ah, y lo mejor fue cuando me dijiste que me buscara a una mujer de piernas más fáciles.
Hermione jadeó, llena de horror, y acto seguido bajo la mirada, con los ojos nuevamente cerrados y mordiéndose con fuerza el labio inferior.
–Oh, y también recuerdo ese bello momento en que me ofreciste dulcemente que me fuera a la m...
–¡No dije eso!– exclamó, roja cual luz navideña, cortando la frase del rubio y maldiciendo la calidez de la carcajada que soltó–. Yo... Draco, lo siento, ¿Si? Aunque estés bromeando, no tuve por qué decirte todo eso, y sé que en el fondo herí tus sentimientos– suspiró, llevando una de sus manos hasta su cabeza y acariciando las aún húmedas hebras de su cabello en busca de tranquilizarse. De repente, la seriedad parecía haber regresado al aire a su alrededor, haciendo difícil encontrar las palabras correctas–. Lamento haberte dicho que te fueras, no estaba pensando, yo no me imagino estar sin ti ya, es sólo que...– tragó saliva, sintiendo el peso de la mirada del Slytherin sobre ella. Sus manos temblaban de forma vergonzosa, así que trató de apartarlas de la vista del mayor, dejándolas caer a ambos lados de su cuerpo. Respiró hondo, dándose valor para continuar–... Es sólo que... Sé que tú ya has tenido relaciones, sé que es una necesidad natural para los humanos y sé que nunca me lastimarías, pero no puedo evitar tener miedo... Yo... Aunque escribo todo el tiempo sobre esto, no creo que este lista. No quiero que te vayas, p-pero...
El suave rose de las yemas de sus dedos tibios sobre sus ardientes mejillas detuvieron el discurso de Hermione, alzando su rostro y obligándole a abrir sus ojos. Parte de su humillación desapareció cuando su mirada cayó sobre la tierna y masculina sonrisa del rubio, siempre asediada por hoyuelos. Cuando sus ojos se encontraron con la dulzura de los iris color plata, no pudo evitar encogerse un poco en su sitio, nerviosa.
–Hermione, tú no entiendes mucho de esta situación al parecer– murmuró cerca de sus labios, con voz tan cariñosa, que ella ni siquiera se cuestionó si eso era una ofensa a su inteligencia o no. Suspiró extasiada cuando sus cálidas manos envolvieron con gentileza su rostro–. Aún cuando ya tenga experiencia y no pueda evitar sentirme ansioso con la idea de hacerte el amor, aún si quieres esperar a que nos casemos, o más incluso, yo esperaré sin problema alguno, porque se trata de ti, ¿Entiendes?– rio un poco ante la mirada sorprendida de la maga, y la forma en que sus labios se separaron, estupefacta. Enternecido, depositó un dulce beso en su frente antes de continuar, sintiendo la piel arder bajo sus labios–. Sé que crees que no me obligas a quedarme a tu lado, pero ¿Realmente crees que puedo tratar de marcharme y vivir sin ti, así como si nada? Te subestimas demasiado, Hermione.
La castaña clavó sus ojos en él, sorprendida por sus palabras y sintiendo como sus mejillas ardían como si hubiera un par de brasas bajo su piel. Luchó por un momento con el impulso de sonreír, pero muy a su pesar, acabó esbozando una de las sonrisas más tontas y enamoradas que nunca hubiera dado, siendo correspondida de inmediato por el rubio.
Ayudándose de las manos que sostenían su rostro, Draco la acercó a él con gentileza, apoderándose de sus labios con ternura, pero aún así tomándola por sorpresa. Pudo sentir como el delicado cuero de ella se estremecía, antes de que un cálido suspiro se derritiera sobre sus labios y ella aceptara el beso de buena gana. Cuando los brazos de Hermione se aferraron a su cuello, él envolvió su cintura con un fuerte brazo, al tiempo que sostenía su fina espalda con la otra mano. El recuerdo de esa rozagante piel, tersa y tentadora, y su femenina silueta que logró descubrir por un momento cuando entró de golpe a la habitación le asaltó de repente, e inconscientemente la estrechó más hacia él.
Besó con hambre cada centímetro de esos dulces labios, con una lentitud tal que obligaba a ambos a sentir cada minúsculo movimiento, cada dulce temblor en la respiración del otro y la incipiente humedad que se deslizaba en el beso. Cuando los perlados dientes de Draco se cerraron con delicadeza sobre labio inferior, Hermione sintió como todo su cuerpo temblaba en respuesta, y cuando fue su tibia lengua la que recorrió sus labios entreabiertos, cierto sentimiento de urgencia le hizo gemir sobre la boca del Slytherin.
Los fuertes brazos de Draco la aferraron con mayor fuerza, causando una presión que no llegaba a incomodarla, antes de deslizar con agilidad devastadora su lengua dentro de sus labios. Cuando ambas entraron en contacto, un cosquilleo desconcertante recorrió su cuerpo entero, provocando que sus pezones se irguieran bajo la tela de su salto de cama.

Se ruborizó, avergonzada por la reacción de su cuerpo, aunque pronto esa vergüenza se vio aplacada, siendo distraída por la mano que se deslizaba desde sus caderas hasta su cuello, lento, muy lento, enviando mensajes confusos por su vientre y una efímera y peligrosa caricia entre sus pechos, antes de recorrer su cuello y hacerla temblar otra vez.
Tomó con delicadeza su femenino mentón, acercando su rostro y profundizando el beso, moviendo con destreza su lengua sobre la inexperta de la Gryffindor, demostrando que su agilidad no se limitaba a la arena de duelo. Cuando su cuerpo cálido se pegó al suyo y la suave presión de sus pechos sobre su torso cubierto en ropa húmeda se hizo presente, un grave y gutural gruñido reverberó en su garganta, seguido por un suave jadeo de ella.
Deseando más, mordió con algo más de agresividad el labio inferior de la castaña, jalando levemente de él, antes de alejarse de esa boca roja y bajar por el fino mentón. Inhaló el dulce aroma a jazmín de su piel, sintiendo su boca hacerse agua, antes de dejar el primer beso como el rose de un par de alas sobre su piel, seguido de una mordida no tan delicada. Cuando Hermione gimió por segunda vez, con un timbre de voz profundo y seductor natural, algo en la mente de Draco hizo corto circuito, y no pudo reprimir su deseo de recorrer por completo ese enloquecedor cuerpo con sus manos, aferrándose a esa cintura de curvas peligrosas y acercándola de tal forma, que cada parte de sus cuerpos entrara en contacto.
Susurró alguna frase sobre su piel que Hermione no pudo identificar, pero su voz era tan grave, tan oscura y llena de promesas, y la sensación de sus labios calientes sobre su cuello, en contraste con el resto de su piel fría; todo ello era tan devastador, que bien podría estarle llamando sangre sucia de nuevo y no dejaría de parecerle lo más galante del mundo. Sus pezones se irguieron más aún, siendo ya incómodos, cuando la boca ardiente del rubio se aferró a la piel de la hondonada bajo su oído, lamiéndola y succionando como si fuera un sediento que acababa de encontrar el más delicioso oasis, regalándole sensaciones completamente excitantes y nuevas en el proceso.
–Draco...
Su cuerpo produjo una sensación muy similar a una descarga eléctrica cuando su nombre surgió de los delicados labios de la castaña, envuelto en aquel tono tan profundo y sensual. Gruñó sobre su cuello, y sintió más que ver como ella arqueaba su espalda en un ofrecimiento involuntario.
Volviendo a gruñir, de forma más bien animal, tomó ese delicado cuerpo entre sus manos y la giró. No tardó un sólo segundo en volver a acercarla a su pecho, y fue testigo de como todo su ser se tensaba ante la diferencia de temperaturas entre sus cuerpos, sólo para luego relajarse sobre su pecho como si fuera lo más cómodo del mundo. Draco arqueó una ceja, sonriendo juguetón, antes de volver a acercar sus labios al oído de la castaña.
Sólo para molestarla, exhaló delicadamente su aliento sobre el oído, y pudo ver con deleite como la piel de sus piernas y hombros se erizaba. Tenía una perfecta visión de todo su cuerpo desde allí.
–Sin embargó, creo que necesito una pequeña recompenza por haberte disculpado tan fácil luego de haberme llamado bastardo –comentó juguetón, mientras le abrazaba por la cintura otra vez, pegando su delicada espalda a su húmedo pecho. Rio cuando la castaña abrió los ojos de par en par en el acto, al tiempo que un furioso rubor se extendía sobre su piel como un fogonazo.
–¡D-Draco! –exclamó, con la voz repentinamente aguda para su gusto – ¡Acabamos de decir que...!
–Sé lo que dije, Hermione, pero no puedes matar a un seductor así como así... mucho menos con una presa así frente a él – murmuró, y no necesitó ver su mirada hambrienta, el solo tono de su voz divertida y grave a la vez en su oído fue suficiente para estremecerla. Cuando él rio sensualmente a su oído, supo con horror que lo había notado –. Además, si hacemos estas cosas, te sentirás más cómoda cuando el momento llegue ¿No crees? – ronroneó, y la castaña cerró los ojos, respirando con dificultad, cuando le acarició delicadamente la piel del cuello con la punta de su gélida nariz, inhalando con sutileza su aroma.
La tentación de dejarse llevar era tan poderosa como un imán, y su convicción se tambaleó con fuerza cuando los labios del rubio comenzaron a dejar un camino ascendente desde su hombro, por la curva de su cuello.
–Aguarda, D-Draco... – le llamó, sin ningún tipo de convicción y con la voz demasiado suave como para parecer una verdadera resistencia. Buscó con desesperación alguna excusa para poner distancia entre ellos, aunque sea un poco, la suficiente para poner la mente en frío y... ¡Eso es! –. D-Draco, te resfriaras, deberíamos secarte... D-Déjame buscarte una...
–No te preocupes –gruñó sobre su oído, antes de recorrer el laberinto de su oreja con la punta de su lengua, haciéndole jadear, y elevar una de sus manos hasta su mentón, acariciando de camino su sensible piel sobre la fina tela. Por un segundo se percató de que sus manos estaban excepcionalmente calientes en relación a su cuerpo, pero ellas mismas se encargaron de desaparecer cualquier pensamiento coherente –. Entraré en calor de inmediato.
Ante esa ronca voz, y el mensaje oculto en aquellas palabras, todos sus argumentos y defensas desaparecieron de su mente.
Los cálidos labios del rubio se deslizaron como fuego sobre la piel de su fino hombro izquierdo, lentos y poderosamente seductores, enviando sensaciones a su cuerpo que nunca antes había experimentado. Todo su ser fue recorrido por un lujurioso cosquilleo ante el aliento de Draco sobre su piel, dejándola más sensible si es que se podía.
Cuando los largos dedos de su mano libre recorrieron con efímera suavidad la piel desnuda de sus muslos expuesta por el salto de cama, Hermione decidió que aquel juego se estaba volviendo demasiado peligroso.
–Draco – volvió a llamarlo, aún dentro de la bruma del deseo. Con los ojos cerrados, cada sensación se volvía mil veces más intensa, por ello no pudo evitar jadear de placer cuando los blancos dientes del Slytherin presionaron el lóbulo de su oído, seduciéndola a olvidar cualquier preocupación. La tentación fue inclemente por un segundo, antes de que su raciocinio volviera con fuerza –. Draco, no.
El aludido gruñó en protesta cuando su curvilíneo y desquiciante cuerpo se escapó de entre sus brazos. La castaña se volteó a encararlo, ruborizada a morir y con la escasa ropa desarreglada. Otro gruñido, gutural y hambriento, reverberó en su garganta cuando sus ojos cayeron sobre el hombro desnudo que el salto de cama dejaba a la vista, aún saboreando su exquisito sabor en su paladar y la suave textura de su piel.
–Hermione... – la llamó, con voz grave y profunda, logrando estremecerla en respuesta, con su cuerpo mucho más receptivo de lo que ella desearía.
Sus ojos buscaron los del mayor, tratando de hallar las palabras correctas para apaciguar a su pareja. Más, cuando pudieron ver el deseo y el hambre en los dilatados ojos del rubio, junto a una infinita ternura que le hizo ruborizarse, hasta el más básico argumento que había ideado se desvaneció por completo, junto con mucha de su convicción.
Una parte de su cerebro gritaba con todas sus fuerzas que se alejara de él, que pensara razonablemente, que no le dejara avanzar un paso más en su dirección. Pero la otra parte, la que de verdad deseaba volver a ser envuelta con delicadeza entre sus brazos y besada hasta que su piel estuviera tan sensible que una brisa le hiciera estremecerse, esa parte la acalló por completo cando Draco volvió a acercarse a ella y tomó sus manos con infinita suavidad, aún con aquella mirada apasionada en su rostro. Fue apenas consciente de que le estaba guiando hacia su cama, pero nunca había sido tan indiferente al mundo que la rodeaba como ahora, mientras Draco sonreía de forma ladina pero extrañamente cálida y acecaba su rostro al suyo, sólo para unir sus frentes. Afuera el viento rugía con la fuerza de un huracán, y los rayos parecían dragones en la lejanía; aunque era imposible reparar en ello cuando tenías los ojos de mercurio líquido del rubio comiéndote con la mirada.
Un breve momento de pánico la asaltó cuando sintió el colchón hundirse bajo su cuerpo y su ser, ser empujado al centro de su amplia cama, pero la sensación se desvaneció cuando los labios de Draco volvieron a apoderarse de los suyos con calma y deseo a la vez, haciéndole vibrar sobre las sábanas blancas y el grueso edredón negro con lunares blancos.
Hermione fue consciente de la forma en que todo el colchón volvía a hundirse cuando Draco se elevó sobre ella y, aunque él estaba completamente congelado, la presión de su cuerpo sobre el suyo le pareció el contacto más delicioso que nunca hubiera experimentado. Al menos hasta que una de sus manos su aferró con delicada firmeza a su brazo y acercó su muñeca a sus labios.
Draco se separó de su boca, sonriendo al oírle gemir en protesta, antes de deslizar con delicadeza sus labios por la cara interna de su muñeca, disfrutando por un momento con el simple calor de su piel y la sensación de su acelerado pulso bajo sos labios. Sintió la mirada de Hermione sobre él y le miró por el rabillo del ojo, dedicándole una caída de párpados.
Un calor ya conocido se extendió por su cuerpo, como un bálsamo sobre su congelada piel, al ver los ojos pardos de la castaña fijos en él, avergonzados, curiosos y excitados, mientras sus labios aún conservaban cierto brillo por la humedad del último beso que habían compartido. De seguro el deseo que aquella imagen provocó en su cuerpo se exteriorizó en sus ojos, porque de inmediato un fuerte sonrojo apareció en sus mejillas. Sonrió con diversión y ternura, antes de volver a concentrarse en disfrutar de su suave piel, sin apartar la vista de sus ojos apenados.
Recorrió con la punta de su lengua las venas apenas marcadas en su muñeca, viéndola temblar cuando comenzó a dibujar círculos sobre ellas. Con calma, permitiendo que sus cuatro sentidos se llenaran de Hermione, ascendió por su brazo, sintiendo sus poros erizados y su piel ardiendo, al igual que todo su cuerpo. Su suave aroma a jazmín era tan femenino y delicado, como si su cuerpo fuera un oasis de primavera y juventud. Vio su rostro ruborizado una vez más, antes de cerrar sus párpados y disfrutar de la sedosa sensación de su piel bajo sus labios, suave aún estando erizada. La sintió temblar con fuerza y jadear, sorprendida, cuando sus labios recorrieron la sensible piel interna de su codo. Rio por su reacción, antes de lamer con lentitud la piel, y la oyó gimotear cuando mordió con delicadeza la zona. El cuerpo de las mujeres estaba lleno de lugares peligrosos y sensores ocultos que podía llevarlas al cielo en un segundo si se utilizaban bien, y él estaba más que dispuesto a recorrerlos todos en el cuerpo de Hermione.
Cuando sus labios llegaron al fino hombro de la chica, habiendo luchado un poco con la manga asiática del salto de cama en el trayecto, la sintió tensarse en antelación, lo que logró sacarle una risa. Se negó a recorrer una vez más ese enloquecedor cuello de cisne y, en vez de él, optó por alejarse apenas de la sonrosada piel. Abrió los ojos y jaló de la tela, descubriendo así más de la sedosa piel de la castaña. Ella soltó un leve respingo y centró su mirada en los ojos del Slytherin, que la veían con esa desconcertante mezcla de deseo y ternura, dilatados hasta que el mar de plata en ellos se había reducido a una oscura areola. Ante esa mirada, y el tenue rose de las yemas cálidas de sus dedos sobre su sensible piel al deslizar la tela, ella no pudo evitar apartar nuevamente la mirada y morderse el labio, nerviosa.
Draco sonrió con ternura, no dejando que la tela llegara más allá del inicio de sus pechos, que se elevaban con gracia bajo el satén. La piel de Hermione se veía ruborizada y hermosa a aquella luz, con las velas dibujando hipnóticas sombras sobre su piel con cada vacilación de sus flamas. Sin embargo, ella mantenía su rostro de lado sobre la almohada, avergonzada y sin dirigirle la mirada, algo que definitivamente no iba acorde con su personalidad valiente y orgullosa. Parpadeó un momento, confundido, antes de llevar con lentitud una de sus manos hasta su rostro, apoyándose en la otra, y tomar con delicadeza su mentón para que se girara a verle.
Ella lo hizo sin más que una leve resistencia, pero tuvo que ser él quien descendiera hasta el nivel de su mirada para verle. Cuando los ojos pardos, casi dorados ante la luz de las velas, se encontraron con los suyos, Draco elevó las cejas con sorpresa. Había esperado encontrarse algo como miedo, enojo o simple vergüenza y, aunque ésta última estaba presente, los ojos dilatados y oscurecidos de la Gryffindor brillaban de una forma que nunca antes había visto: con deseo, con hambre...
Estaba excitada, y eso la apenaba. No podía evitar sentirse incorrecta al hacer aquellas cosas, y ni siquiera necesitó hacer uso de su legeremancia sobre la chica para saberlo.
Draco no pudo evitar sonreír más ampliamente al descubrir lo que sucedía, y por la forma en que ella volvió a bajar los párpados, se sabía descubierta. La ternura volvió a embargarlo, junto a una leve diversión que no pretendía ser burlona. Con calma, deslizó las yemas de los dedos de su mano desde el fino mentón hasta su cuello, recorriendo de nueva cuenta la piel suave y delicada.
–No estamos haciendo nada malo, preciosa – susurró, bajo y ronco, pero su voz resonó claramente en la habitación. La castaña se ruborizó un poco más y se maldijo. El que Draco hablara abiertamente de ello era un consuelo, sabía que entendía el por qué de su comportamiento, pero también hacía más real su infantil accionar.
Hermione se estremeció cuando aquellos dedos entraron en contacto con sus clavículas, delineándolas, descubriendo. Un cosquilleo desconcertante le recorrió el cuerpo cuando Draco se inclinó sobre ella y fueron sus labios quienes ocuparon el lugar de sus manos. Suspiró de forma casi imperceptible cuando la mano bajó abierta sobre su cuerpo, haciéndole vibrar aún siendo un contacto efímero, un suave rose sobre su ropa que se sintió como un camino de fuego recorriendo toda su piel desde su pecho hasta su muslo izquierdo, el cual aferró con delicadeza, sintiendo su suave piel.
Otra vez ese sentimiento de incomodidad trató de abrirse paso por su consciencia, diciéndole que estaba dejándose llevar por donde no había regreso, pero los labios de Draco se encargaron de acallar sus miedos cuando recorrieron con dulce calma su clavícula, exhalando su aliento pesadamente sobre su piel de una forma excitante, para su desconcierto.
Arqueó su cuello con delicadeza cuando los labios del rubio se ensañaron con la hondonada de su clavícula, enviando un estremecimiento por todo su cuerpo cuando gruñó sobre su piel. Sus pezones y muchas otras partes de su cuerpo se alteraron por la falta de contacto entre sus cuerpos, ya que él aún estaba cernido a horcajadas sobre ella. Sin embargo, su cuerpo se pegó al suyo cuando el brazo que lo sostenía envolvió su cintura, y no pudo evitar que el primer gemido de deseo de la noche escapara de su boca; sólo para morir en un leve gimoteo cuando los labios del rubio bajaron por su piel, dejando caer su cálido aliento sobre cada porción de piel descubierta a su alcance. Su consciencia asustadiza desapareció por completo cuando él separó sus piernas con sus rodillas y se acomodó entre ellas, uniendo sus cuerpos más aún y facilitando el agarre de su mano en su muslo.

Sus dientes se cerraron sobre su piel sin llegar a lastimarla, y un suave suspiro escapó de ella al sentir la mano de Draco deslizarse desde su cintura hasta su cadera, elevándola un poco. Abrió los ojos de par en par y gimió queda cuándo percibió la dureza de su erección aún bajo la ropa húmeda y su fina lencería. Draco estaba excitado, y el que fuera por ella era casi como un mal chiste.
Un muy malo, gran y duro chiste, por cierto.
Poco pudo volver a pensar en ello cuando la boca del rubio volvió a asaltar su cuello, recorriendo la extensión de su piel con hambre y deseo, sin darle tregua, haciéndole estremecerse de deseo y placer. Cuando su boca se apoderó de la suya, un gemido ronco y caliente reverberó en la garganta del otro, haciendo que otra descarga le recorriera por completo, enroscándose como una serpiente en su vientre bajo y entrepierna.
El suave cuerpo debajo de él temblaba, expectante a cada caricia, sensible como nunca antes. Sus lenguas peleaban por ver quién dominaría a quien, aunque en algún momento a ninguno de los dos pareció importarle, sólo querían sentirse tanto como fuera físicamente posible.
De alguna forma, Draco logró alzar sus casi sesenta kilos con la ligereza de una pluma y colocarla sobre sus piernas, a horcajadas y sin cortar en ningún momento el beso. Hermione tembló cuando los tibios dedos del rubio recorrieron su muslo, disfrazando su osadía con una calma que en verdad él no sentía, temblando en su interior al sentir la sedosa piel desnuda bajo el salto de cama.
Las manos de Hermione temblaron sobre sus hombros, nerviosas y ansiosas ante el contacto. Se sentía como si estuviera de nuevo en alguna de sus clases en Hogwarts, entusiasmada por aprender y deseando cada vez más. Sólo que en vez de pociones y hechizos, su entusiasmo era por aprender todo aquello que Draco quisiera enseñarle y deseando cada vez más de su contacto.
Se estremeció cuando los largos dedos rozaron con suavidad el borde de sus bragas azules, y un penoso gimoteo escapó de sus labios cuando Draco se alejó de ella, rompiendo el beso y dándole una sonrisa seductora que le cohibió un poco. Le miró a los ojos, descubriéndolos dilatados y juguetones, aunque la ternura no escaseaba en su mirada.
Draco sabía que había una delgada barrera que separaba un jugueteo del punto en que ya no había retorno, que detenerse le sería casi imposible si seguían un tanto más y, también sabía, que estaban a punto de cruzar.
Por ello, aún con todo el dolor que le causaba el separarse de aquella hermosa mujer, de sus labios sonrosados y de su suave piel con aroma a jazmín, decidió que lo mejor sería dejarlo hasta allí.
Pero claro, se alejaría a su manera...
Tomó con firmeza sus muslos, sintiéndole dar un leve brinco y soltar un jadeo de sorpresa, para pegar su cuerpo por completo al suyo. Una sorpresiva descarga recorrió hasta la última de sus terminaciones nerviosas al sentir sus suaves y rellenos pechos presionarse sobre el suyo, aunque logró disimular su reacción.
La miró con intensidad, sonriendo de lado, y Hermione enrojeció más si era posible, dejando sus manos estáticas sobre el húmedo suéter de cuello en v negro que se pegaba a él como una segunda piel por culpa del agua. Se preguntó por un momento si en verdad no hubiera sido mejor para él si le hubiera obligado a secarse.
Exhaló su aliento lentamente, nerviosa, cuando aquellas manos grandes, calientes y varoniles se aferraron a la parte trasera de sus caderas, elevando su cuerpo un poco más, haciendo casi inexistente cualquier distancia entre ambos. Sus labios rojos estaban a menos de dos centímetros de los suyos, y sus grises ojos parecían una tormenta de deseo y malas intenciones que le hizo vibrar hasta la punta de los dedos de los pies. ¿En que momento habría dejado de importarle una mierda lo que pasara luego de aquellos besos sobre su piel? No lo sabía, y no estaba muy segura de que le importara en realidad.
–¿Quieres que te haga el amor?– preguntó el Slytherin, con voz grave y seductora, tratando de ocultar el anhelo tras aquellas palabras. Esperó con calma la reacción de la castaña; algún salto, un fuerte rubor, y mucho tartamudeo, hasta que le dijera que era una broma y se enfureciera con él.
Por eso, cuando una ruborizada a más no dar Hermione Granger asintió con un gesto de su cabeza, no pudo hacer más que abrir los ojos de par en par y separar sus labios por la sorpresa, teniendo la completa certeza de que se veía como un idiota rematado.
Ella le mantuvo la mirada, avergonzada y con un brillo extraño en sus ojos, mientras él no lograba aceptar que no se lo había imaginado. Cerró la boca y tragó saliva despacio, con pesadez, cuando todo su cuerpo fue consciente de que tenía luz verde para tomar a la castaña y llegar hasta el final con ella. Tembló por completo, recorrido por una onda de calor que le erizó hasta la última hebra de cabello en su nuca, demasiado emocionado por la idea.
Por un momento sintió como su boca se hacía agua, más aún cuando los cálidos y suaves dedos de la bruja recorrían con delicadeza la base de su cuello y ascendían, haciéndole estremecer y generando que su piel se erizara, expectante, ante el rastro de calor que dejaba allí donde su piel se rozaba. Sus labios se entreabrieron cuando su delicado pulgar rozó su labio inferior; un hormigueo exquisito se extendió por su boca, y atrapó su dedo entre sus labios, ansioso. Hermione gimió cuando él lo recorrió con su lengua en un lento movimiento, sintiendo sus ojos dilatarse al ver la lengua rosácea del rubio recorrer su piel, dejando un rastro de humedad en ella y enviando una descarga eléctrica a través de su cuerpo. Draco gruñó cuando el dulce sonido llegó a sus oídos, deseando hacerla emitir más de aquellos deliciosos gemidos a lo largo de la noche.
Al menos hasta que la realidad golpeó su persona con la fuerza de una bludger al recapacitar que, mañana, cuando la bruma del deseo desapareciera de los ojos y mente de su prometida, ella se arrepentiría de haber dejado que aquello llegara a más en la primera ocasión. Se sentiría avergonzada y decepcionada de sí misma... y de él, por haber continuado a pesar de que ella no había querido.
Gruñendo esta vez de frustración, se resignó ante su recientemente adquirida moral y alejó el pulgar de la bruja de sus labios. Vibró cuando la vio acercase a sus labios para besarlo, pero se valió de sus reflejos de buscador para tomarla por sus hombros y detenerla, tratando de ignorar la sedosidad de su piel desnuda bajo sus manos.
Ella le miró con confusión en sus dilatados ojos, con su rostro ruborizado y deseoso enmarcado por aquellos salvajes y hermosos rizos y bucles color castaño-rojizo. Draco lloriqueó en su fuero interno y maldijo su consciencia, que le impedía continuar.
–Lo siento, se supone que no iba a presionarte, yo... – suspiró pesadamente, molesto consigo mismo por su falta de voluntad.
Hizo ademán de apartarse, más se quedó de una pieza cuando los lindos y cálidos labios de la castaña sortearon sus defensas y se apoderaron de los suyos. Su cuerpo se apegó más al suyo, incitante.
–No me estás forzando – susurró, en un tono tan bajo y sedoso, que el cuerpo del rubio vibró de excitación contra el suyo –. Hagámoslo, por favor.
Tragó duro una vez más, recorriendo con su mirada incrédula a la mujer frente a él. Sus rosáceas piernas a cada lado de su cadera eran tan tibias y sugerentes, la cintura estrecha y su busto pegado a su pecho, acariciándolo con cada respiración de forma casi imperceptible -aunque para él fuera tan notorio como si le estuvieran apoyando un hierro al rojo vivo sobre la piel-, la tela del salto de cama que él mismo había desacomodado, dándole una vista perfecta de sus exquisitos hombros y el inicio del valle de sus pechos, causándole vértigo y anhelo a la vez. El sensible y hermoso cuello, donde unas cuantas sombras rojizas comenzaban a aparecer; los labios rojizos e hinchados a más no poder, el cabello enmarcando un hermoso y ruborizado rostro.
Y lo más encantador de todo: sus ojos. Esos ojos dorados con la luz adecuada, brillantes, inteligentes y sagaces, a la vez que tiernos, nerviosos e inocentes. La comunión de sentimientos contradictorios en aquella mirada era algo sobrecogedor, el deseo y la ternura, el amor y la pena.
Hermione lo arrastraba a la locura con la misma facilidad de sonreírle, maldición, y no sólo en lo físico. Amaba con locura todo en esa mujer; su alegría, su inteligencia, su tolerancia con los alumnos y la ausencia de ésta con él. Amaba incluso su mal genio.
La amaba, y ella lo amaba a él, al punto de perder la compostura, de olvidar el pasado con una sonrisa y un beso y de verse vulnerable sólo frente a él.
Y, si se amaban, ¿Ahora por qué era él quien dudaba tanto? Por Merlín, era sólo un hombre, y Hermione todo lo que ni siquiera sabía que quería y necesitaba.
Sin embargo, antes de dejarse llevar por sus deseos, la miró a los ojos e inhaló aire lentamente, buscando tranquilizarse. El aroma a cítricos y jazmín mezclados inundó sus fosas nasales, embriagándole. A pesar de eso, se obligó a hablar, necesitaba estar seguro de que no forzaría nada.
–¿Te arrepentirás de esto mañana? – preguntó, luchando por ocultar el anhelo tras sus palabras. Su corazón se saltó un latido cuando una férrea seguridad brilló en los ojos de la castaña, pura como el agua. Cuando habló, lo hizo con voz baja y sincera.
–Estoy asustada y muy avergonzada... pero nunca me arrepentiría de hacer esto contigo, Draco – ella sonrió con cierta timidez, antes de elevar sus manos desde su hombro y mentón hasta los rubios y húmedos cabellos, recorriendo su sedosa suavidad con sus dedos, disfrutando de verlo, por una vez, alborotado. Él suspiró profundamente, y ella sonrió ante su dulce mirada –. No hay otra persona con la que pudiera estar así, chico malo.
Draco rio por el apodo, sintiendo como un cosquilleo ansioso se instalaba con firmeza en su vientre. Aunque la risa murió en sus labios luego de unos instantes, cuando se quedó prendado de esos ojos miel y de toda la ternura que le profesaban... Sin duda, el que Hermione hubiera olvidado todo lo sucedido y, por algún milagro de Merlín, ahora estuviera allí, con él y dispuesta a entregarse en cuerpo y alma, era una de las mejores cosas que le pasaron en la vida.
–Gracias –susurró, y es que no creyó que otra palabra, o un millón de ellas, pudieran hacer justicia a lo que sentía y lo que significaba para él ese momento.
En el acto un profundo rubor se extendió por el rostro de la joven, a la vez que su tímida sonrisa se dulcificaba. Opinó que las palabras sobraban, por lo que se ayudó de las manos que mantenía en la cabellera rubia del otro para acercarlo más a ella, presionando con dulzura sus labios sobre los rellenos del Slytherin.
Sintió como un suspiro tembloroso se deslizaba sobre sus labios, antes de que las manos del rubio subieran hasta su cintura y la apegara más a él. El delicioso aroma a madera y granos de café, junto al de tierra mojada, le hicieron temblar contra él, y haciendo alarde de una seguridad que no poseía, sus manos bajaron hasta el cuello en v del húmedo suéter negro que resaltaba la palidez de su piel en contraste. La lengua del rubio recorrió su labio inferior en el momento en que sus manos se aferraron a la húmeda ropa, dándole el único incentivo que necesitaba para jalar de él y deslizarlo hacia arriba. Draco alzó los brazos y dejó la tela resbalarse de su cuerpo, dejando a la vista la también negra camisa que llevaba. Volvió a tomarla entre sus manos antes de unir sus labios, con el deseo ardiendo en su boca.
La lengua del rubio se apoderó de la suya en breves movimientos, envolviéndola con caricias y enredándolas en húmedos movimientos, instando a la castaña a cooperar. Cuando un dulce gemido se derritió sobre sus labios, Draco no pudo evitar sonreír. Recorrió con calma el interior de la boca de la joven, sintiéndola temblar sobre él, enviando un estímulo indirecto a su entrepierna y causando que ahora fuera él quien gruñó contra la boca de ella.
No era la primera vez que compartían un beso de ese tipo; a lo largo de ese año se había encargado de instruirle ampliamente en el arte de los besos y las caricias, desde las más dulces hasta alguna que podría considerarse atrevida, aunque éstas últimas solían quedar sólo en eso: una caricia. Esta vez tenía la posibilidad de hacerle temblar de placer, de mostrarle la gloria a la que sus manos y boca podían elevarla si se le daba la oportunidad... Definitivamente, no habría un solo rincón de la piel de la Gryffindor que no hubiera cobrado vida propia al finalizar la noche.
La sintió suspirar contra su boca cuando succionó su lengua, y le dio una suave mordida sólo para oír otro de esos sonidos una vez más. Hermione siempre fue buena alumna, obviamente, pero ello no quitaba el hecho de que aún fuera tímida a la hora de entrar en contacto con él... Por eso abrió los ojos de par en par, aún en el beso, cuando la lengua de la castaña empujó la suya y le recorrió la boca con deseo, como una verdadera experta, mientras sus tibios dedos se encargaron de soltar el primer botón de su camisa.
Gruñó, hambriento, cuando la leona se alejó de él, sonriendo coqueta y con la mirada fija en la suya. Sin embargo, sus ojos tormentosos fueron desviados a esa roja boca cuando la lengua de la chica se deslizó lentamente por los húmedos labios, eliminando desvergonzadamente el exceso de saliva que había dejado su beso, pero dejando un brillo seductor en ellos.
Hermione sonrió, anotando como una victoria personal la forma en que los ojos del rubio, ahora de un gris oscuro, le recorrieron como si estuviera decidiendo que parte de ella iba a comerse primero. Las manos ásperas y gigantescas se deslizaron hasta sus muslos de nuevo, enviando un cosquilleo atrevido a través de sus muslos y entrepierna, que la obligó a mover sus caderas por la incomodidad -o ansiedad- que le causó la sensación. Sin embargo, al sentir algo firme elevarse bajo su trasero, un cosquilleo fue lo más pequeño que le recorrió. Eso que la había hecho gemir y apresurado a desprender el segundo y tercer botón de la camisa había sido lo más parecido a un Cruccio que hubiera sentido en los últimos seis años, aunque con un tipo por completo diferente de tortura.
Jadeó, extasiada por la forma en que las manos del rubio la aferraron al percatarse de su reacción, y no pudo evitar el inclinarse a tomar esos labios entre los suyos. Sin embargo, por la forma en que Draco la deboró en cuanto tuvo sus labios al alcance, no parecía ser la única repentinamente ansiosa.
Sin miramientos, se dedicó a desprender los otros botones de la húmeda camisa y, posicionando sus manos directamente sobre su pecho, comenzó a bajar con lentitud sobre la pálida piel, separándose de sus labios para poder ver las reacciones del otro. El hambre y deseo en los ojos del Slytherin tenían la intensidad de una tormenta, consiguiendo que se sintiera más acalorada a cada segundo que pasaba. Lo miró a los ojos, inescrutable y recibiendo una expresión igual a cambio, salvo por la mirada que gritaba a todas luces todas las cosas que quería hacerle y que ella ni siquiera se atrevía a pensar.
La piel bajó sus manos pareció subir de temperatura sólo con el rose de sus manos, y los músculos bajo ésta se tensaron cuando sus yemas presionaron con algo de timidez sus pectorales, dudando, antes de apoyar por completo las palmas de sus manos sobre éstos, descendiendo con lentitud, separando la oscura tela de la piel con sus dedos temblorosos. Tragó saliva al sentir los abdominales de Draco ondularse bajo su mano, firmes y marcados, y se preguntó si ese duro cuerpo era producto del Quidditch o de alguna rutina mañanera que ella desconocía.
Embobada, explorando la textura y dureza bajo sus manos, no fue extraño que diera un gritito de sorpresa cuando una de sus manos tomó la suya y la obligó a presionarla con fuerza sobre la piel pálida y la dura musculatura. Se ruborizó cuando descubrió una ligera capa de vellos sobre su pecho, ahí donde él la guió, antes de llevar esa fina mano a su propio hombro y obligarla a acercarse con la otra. Hermione se extrañó por el gesto, hasta que fue testigo de la forma en que el deseo aumentó poderosamente en sus ojos sólo por su rose. Le oyó gruñir gutural cuando ella hizo además de acercarse a besarlo, y ella le miró desconcertada, deteniéndose en el acto.
Fue sólo cuando se percató de que su posición le daba un perfecto alcance del inicio de sus pechos que se dio cuenta de sus intensiones... o mejor dicho, lo hizo cuando sus labios comenzaron a besar el inicio del valle de sus pechos.
Se estremeció al sentir su contacto en aquel lugar por completo inexplorado, y tuvo que llevar ambas manos hasta los anchos hombros del rubio para mantener esa postura medianamente erguida. Gimió cuando las palmas de las manos del rubio, grandes y calientes, se colocaron bajo sus piernas abiertas, esta vez abarcando por completo sus muslos y pegándola más a su duro cuerpo.
–Draco –jadeó cuando las manos recorrieron su piel, demasiado cerca de su intimidad como para ser indiferente, mientras su boca devoraba su escote y clavículas como si fueran el manjar más delicioso de la historia. Se sonrojó cuando sus dientes se cerraron sobre su piel, sólo para sentir como su cálida lengua dibujaba cálidos circulos sobe la zona mordida, enviando descargas eléctricas por toda su piel y cada una de sus terminaciones nerviosas. Se mordió el labio al sentir el aliento del mayor sobre uno de sus pezones erectos, antes de que sus labios lo acariciaran sobre la tela, haciéndole gemir de placer y cerrar los ojos con fuerza.
Casi se le escapa una maldición al sentir las vibraciones de la risa contenida del rubio sobre su sensible piel, expandiéndose como ondas hasta los lugares más ocultos de su cuerpo. Sintió como nuevamente aquella urgencia injustificada se apoderaba de ella, y se apresuró a tomar la manga que aún cubría el brazo derecho, dejando la piel de ese brazo libre con ayuda del rubio. No se dio mucho tiempo para reparar en los poderosos biceps de su brazo, sino que se apresuró a alejar la otra mano de sus piernas, sentándose de nuevo en sus caderas, para poder retirar la manga del otro brazo y poder sentir al fin toda la piel del Slytherin bajo sus manos.
Sin embargo, Draco la detuvo cuando la tela llegó al antebrazo, tomando con su mano las pequeñas de Hermione, que trataban de destrabar la tela. Ella lo interrogó con la mirada, algo molesta por la interrupción, y sólo fue consciente de lo que estaba haciendo cuando le vio desviar la mirada, apenado.
Oh.
Merlín, era una estúpida.
–Yo... Lo siento –se disculpó, avergonzada, alejando sus manos de la tela negra, siendo liberada a la vez por la mano del mayor –. Lo olvidé.
Draco asintió, creyéndole de inmediato. Hermione sin duda no tenía idea de las dimensiones de su arrepentimiento por lo que tenía en el brazo, pero era también algo incómodo para ella aún después de tanto tiempo.
–No... está bien – susurró, y Hermione creyó que iba a agregar algo más, pero luego de un segundo sólo le vio suspirar cansino y él mismo alejar la tela de su brazo, posando su mirada sobre la piel marcada de aquella zona. Frunció el ceño, recorriendo con la mirada la calavera y la serpiente que la rodeaba, odiando todos y cada uno de los recuerdos relacionados con ella que mantenía, y que en ese momento inundaban su mente. Fue consciente de la mirada de Hermione sobre ella, y recordó que él nunca había querido mostrársela, aunque en realidad nunca habían hablado de ella. De seguro era la primera vez que la veía tan cercana. Se apresuró a agregar algo, para poder volver más rápidamente a lo que les competía –. Supongo que ella no tiene nada malo, si ignoramos por completo su significado.
Estaba a punto de ocultar su brazo, o tal vez hacer un Deletrius para no incomodar a la Gryffindor con la imagen de aquella asquerosa marca, cuando de repente un par de dulces y pequeñas manos lo aferraron por su antebrazo y, ante su mirada atónita, llevó su brazo hasta que la marca estuvo a la altura de su rostro.
Cuando la vio besar el tatuaje, pensó seriamente el que su bofetada en realidad le hubiera dejado inconsciente y ahora estuviera delirando.
–Las cosas adquieren nuevos significados con el paso del tiempo –susurró con delicadeza, alzando la mirada hasta él, dándole una pequeña sonrisita que casi hace que comenzara a babear como un idiota –. Que a partir de ahora, esto signifique que el pasado no importa entre nosotros.
Draco la miró perplejo, aunque de inmediato su expresión se volvió una llena de ternura e idolatría que hizo ruborizar a la castaña. Pronto las manos del rubio la tomaron de los lados y la estrecharon contra él, uniendo sus labios de nuevo, tiernamente y sin el apuro que habían tenido hace unos momentos, recordando que tenían toda la noche para ellos.
Hermione aceptó el beso gustosa, tomando con dulzura la nuca del mago, ayudándose de ellas para profundizar el beso. Su piel se erizó por completo al sentir una de las manos del mayor recorrer con calma su espalda, deslizando sus dedos como lenguas de fuego aún sobre la ropa, llegando hasta la nuca y presionando hacia él. Un nuevo cosquilleo, como si hubiera pequeñas chispas de luz bajo su piel, se extendió por su cuerpo ante la cálida presión, y no pudo evitar removerse con algo que no era del todo incomodidad sobre el cuerpo del otro, mientras sus labios seguían deslizándose lentamente sobre los de ella, ya adormecidos e hinchados.
Draco rozó la piel bajo sus dedos, disfrutando de los temblores del cuerpo inexperto sobre él, pero sin apresurarse, sólo por el placer de sentirla impacientarse sobre él. Deslizó con lentitud las yemas de sus dedos sobre la tierna carne, sedosa y aterciopelada como un durazno, sintiéndola presionar con algo de fuerza sus dedos sobre la piel de su nuca, enviando por su cuerpo la misma sensación de cosquilleo que él le hubiera hecho experimentar. Sonrió levemente ante un nuevo temblor, cuando sus dedos rozaron esta vez el borde donde finalizaba la piel desnuda, a la mitad de sus omóplatos, sólo para enganchar la tela azul bajo sus dedos, deslizándola a su paso mientras sentía la piel de la castaña erizarse.
Su otra mano se las arregló para colarse por la parte de abajo, sintiéndola jadear contra su boca cuando su mano se deslizó sobre las braguitas. Su cuerpo entero ardió al sentir el encaje bajo sus dedos, sugerente y delicado; sólo bastaría aplicar un poco más de fuerza de la necesaria para arrancarla y tener acceso a la zona más íntima e inexplorada de su cuerpo. Inhaló hondo para calmarse, llenando sus fosas nasales del dulce aroma a jazmín y cítricos que le volvia loco; sin duda, ir despacio iba a ser una tortura.
No le sorprendió el que la joven quitara su mano de su ropa interior y jalara hasta retirarlo de su cuerpo, tampoco el que cortara el dulce beso. Era algo que se esperaba, considerando lo vergonsozo que debía ser para ella por ser su primera vez.
Lo que, desde luego, no se esperaba, era que ella misma llevara aquella mano hasta la cinta de su salto de cama, obligándolo a tomar entre sus dedos uno de los extremos del apresurado moño que había hecho. Sus dedos ardieron al entrar en contacto con la tela, lo que hubiera considerado estúpido si no fuera por el hecho de que Hermione le estaba dando permiso de desnudarla, de dejar expuesta esa suave y cremosa piel, de ver y descubrir cada centímetro que sólo ella hubiera tocado alguna vez, y los que no también.
Alzó la mirada, ignorando la forma en que, de repente, su entrepierna parecía estar sufriendo un calambre por culpa de miles de imágenes mentales inapropiadas que acababan de acudir a él. Lo más importante era asegurarse de que ella estuviera cómoda con la situación, que no se estuviera apresurando sólo por ver como él la deseaba, aunque se hubiera esforzado por no acelerar aquello.
Por ello, cuando descubrió dentro de aquellas orbes de miel casi dorada un leve atisbo entre el deseo y la pena, no pudo refrenar una sonrisita orgullosa en sus labios, mientras comenzaba a jalar de la fina cinta.
La atrajo hacia él de nuevo, ayudándose de la mano que tenía en su espalda, y se acercó a su cuello. Deslizó con lentitud la punta de su congelada nariz sobre la sedosa piel, llenando sus fosas nasales del aroma de la castaña con cada inhalación, y suspirando embelezado por ella. La sintió tensarse cuando la tela que la cubría se aflojó, señalando que el cinturón ya no representaba una barrera entre ellos, y yacía inerte en algún punto de la cama que no le interesó especificar.
Tragó saliva y cerró los ojos, tratando de mantener la calma, mientras sintía los labios del rubio besar su cuello con calma, discimulando a la perfección el hecho de que debía estar tan ansioso como ella por que le desnudara de una vez y que aquellas manos la recorrieran por completo. Pero claro, él se tomaría el tiempo suficiente para que estuviera cómoda ante la situación y sus avances; después de todo, y para su buena suerte, Draco era todo un caballero inglés. Cosa que agradecía inmensamente, pues, aunque su cuerpo se mostrara impaciente por recibir sus mimos y todo lo que pudiera hacerle, siempre iba a existir esa partecita de ella que aborrecía, deslizándose como una voz molesta por su mente y recordándole, como un mantra maligno e inseguro, que ella no fue, es, ni será nunca atractiva como cualquiera de las mujeres que Draco podría tener a sus pies con sólo chasquear los dedos.
Y tuvo que alejarse un poco de él, ahora mirándole apenada no sólo por su desnudez.
–Lo siento, creo que mis hormonas acaban de arruinar el momento de ternura – susurró, viéndole por entre las pestañas. Sin embargo, su pena pronto se transformó en emoción al ver el deseo y la pasión en sus ojos, junto a una sonrisa ladina y divertida que le sonrojó por todas las promesas oscuras en ella.
–Estoy a punto de llorar por ello.
Hermione se echó a reír entre dientes, divertida, antes de volver a ser acallada por los labios del rubio, que se apoderaron de su boca de repente, aunque fueron recibidos con entusiasmo de todas formas.
Las manos algo ásperas del otro se aferrarón a su cintura con firmeza, pero no abandonando su caballerosidad innata, mientras él se dedicaba a devorar la boca de la castaña con hambre y movimientos feroces, pero que se volvían tiernos en un segundo, antes de retornar a su antiguo ímpetu. Ella vibró entre sus manos cuando la mordió y adentró su lengua en su boca, recorriendo de nuevo el ya conocido espacio, disfrutando de su adictivo y dulce sabor.
Las manos de Hermione se aferraron a su suave cabello, acercándolo más a él, mientras se esmeraba en responder la batalla de lenguas que se había vuelto una costumbre entre ellos, aunque, como casi siempre, cedió en cuanto las manos del rubio la distrajeron, permitiendo que le diera placer como prefiriera, ignorando el fino hilo de humedad que brotaba de una de sus comisuras.
Las grandes y firmes manos se deslizaron con habilidad sobre su piel, descubriendo la peligrosa curva de su cintura, disfrutando la suavidad de la piel sobre sus costillas, haciendo suaves cosquillas que le sacaron una sonrisa a la castaña y a él otra en respuesta, antes de que los dedos aventureros descubrieran la marcada elevación de la carne cuando llegó a la prominencia de sus pechos.
La sintió tensarse un momento y alejarse de sus labios, pero él ignoró esas señales y se deslizó por su mentón y su cuello, lamiendo la suave piel. No le daría oportunidad de avergonzarse, claro que no, él quería verla disfrutar después de todo.
Sonrió orgulloso cuando un gemido se escapó de sus labios, traicionero, al envolver sus suaves pechos entre sus manos, sintiéndolos llenos y suaves, perfectos para sus manos. Sentía los pezones firmes contra sus palmas y se apresuró a mimarlos, tratando de aliviar un poco su incómodidad.
–Draco...– la oyó jadear, y la sorpresa en su voz sólo era comparable con la completa inexperiencia que poseía. Obviamente, nunca había sentido una sensación así en su vida, y eso él lo sabía, por lo que, con ternura y deboción, se dedicó a descubrir ante ella los placeres de la carne, deslizando sus pulgares en lentos círculos sobre sus hinchados pezones.
Con discimulo, Draco admiró la rugosa textura y el ligeramente oscuro tono de piel, mientras sentía a la castaña temblar sobre él y aferrarse a sus anchos hombros. Apoyó su frente en la curva de su cuello y de inmediato la sintió abrazarle hacia ella.
Si antes había sentido chispas de luz bajo su piel, en ese momento su estremecimiento fue comparable con un incendio completo que se extendió por su cuerpo, quemándola entera e incinerando cualquier temor que pudiera mantener hasta el momento. Los dedos de Draco despertaban sensaciones que ni siquiera sabía que podía experimentar su cuerpo. Cuando escribía, se hacía una idea de lo que debía sentirse, muy apegada a las sensaciones que se describían en los libros que leía, y era eso lo que ponía en sus obras, muchas palabras que pretendían dar a sentir algo que ella ni siquiera había sentido...
Las palabras, su imaginación, todo quedaba corto ante la sensación que estaba experimentando sólo con los roces de los dedos del rubio; nada que hubiera escrito antes hacía justicia a ese fuego que la estaba quemando viva, a ese inmenso placer que le envolvía y le dejaba sin aliento, sensible y vulnerable ante las caricias del mayor.
Por un momento notó la forma en que Draco volvía a moverse sobre su piel, pero pronto la bruma que las sensaciones placenteras producían le envolvieron nuevamente, aislándola del mundo y tensándola ante la húmedad que comenzaba a despertar en ella.
–¡Draco!– gimió, ahogada y sorprendida, cuando la humedad y cálidez de la boca del rubio envolvió uno de sus pezones, haciéndola temblar de placer. Otro ronroneo se escapó de sus labios cuando una risa del rubio se extendió como ondas de delicioso éxtasis sobre su piel sensible y alerta, antes de que su lengua lamiera con suavidad la erecta piel, dibujando el contorno de su dureza con la punta.
Un entrecortado gemido brotó de su garganta, seguido de otro y otro, a medida que los labios y dedos del hombre hacían -irónicamente- magia sobre sus pechos, llenando su cuerpo de cosquilleos nerviosos y sensaciones que nunca había experimentado antes. La presión, los suaves pellizcos, los besos y mordidas que repartía por su piel le volvían loca, haciendo que olvidara por completo a la vocecilla molesta que por lo general le gritaba que estaba haciendo algo mal y su mente se llenara sólo del eco lejano de sus gemidos y jadeos, junto a los roncos y guturales gruñidos que reverberaban de la gargata del Slytherin.
Una mordida un poco más firme que las otras le estremeció por completo, y un agudo gemido se escapó de sus labios. No le había causado dolor, por supuesto, pero la sensación de placer era tan abrumadora que ni siquiera lo hubiera notado de ser así. Casi pudo sentir la sonrisa del rubio contra su piel y, avergonzada, se esmeró en mantener los ojos cerrados.
Más los abrió de par en par cuando los tibios labios se cerrarón esta vez sobre el otro pezón, haciéndole gemir ante la aguda sensación de placer que le recorrió como un latigazo, aumentada cuando las manos de Draco se deslizaron consciensudamente sobre su piel sensible, acercándola más a él y su boca pecadora.
Deslizó sus manos de nuevo por su espalda, lentamente, dibujando círculos ardientes sobre su piel con sus dedos, y de inmediato sintió un gemido acalorado brotar de sus suaves labios. Estaba aún más sensible que antes, y eso le hizo reír, mientras succionaba con hambre el pezón entre sus dientes, presionandolo un poco con la lengua. La espalda de la bruja se arqueó bajo sus manos y otro gemido perfectamente audible brotó de su garganta. Cuando los tibios dedos de la chica le tomaron por el mentón y le elevaron, no pudo evitar lamer todo el camino de aquella excitante piel hasta llegar a sus labios, que mordió un poco, disfrutando de la suave textura, antes de abrirse a un beso húmedo y caliente.
Sorpresivamente, aprovechando que estaba prácticamente encarcelándolo con su cuerpo –aunque la situación pareciera todo lo contrario–, Hermione se echó hacia atrás, arrastrándolo consigo sobre la cama, sintiendo todo el peso de su cuerpo sobre ella, cosa que le hizo gemir dentro del beso. Y no pudo evitar volver a gemir cuando la cadera del mayor se presionó contra la suya de forma demasiado deliciosa como para ignorarlo.
–Trato de ir despacio, preciosa– susurró cuando se alejó de sus labios, oyendo jadear a la joven debajo de él, y aunque trató que su voz sonara calmada, no pudo evitar que un tono grave y ronco delatara su excitación –. Pero, por más que sea el príncipe de la mejor Casa de Hogwarts, sólo soy un pobre hombre, y como tal, me es díficil mantener la calma cuando una mujer así está tan cerca de mi.
Ella rio entre dientes, sintiendo sus mejillas arder por el rubor que estaba pintando su piel. Estrechó más su abrazo y alzó una pierna, enredándola en la del rubio, que le devolvió la sonrisa y se aferró a su corvílineo cuerpo, deslizando sus manos con suavidad por su espalda, admirándose una vez más de la sedosidad de su piel.
–Ahora tú me estás subestimando – susurró a su oído, sintiendo el cuerpo del rubio tensarse de inmediato. Ahora, piel contra piel, le era más fácil notar cada pequeño cambio en el mayor, como sus pezones erizados y las nerviosas ondulaciones de sus abdominales sobre su sensible vientre –. Tú me pediste hacer el amor, yo quiero hacerlo, la duda es ¿Qué diablos, en nombre de Merlín, estás esperando?
La sorpresa en los ojos del rubio era comparable con la de alguien que ve alzarse el sol en medio de la noche, y por algún motivo que no alcanzó a entender, le hizo sentirse victoriosa y plena, más aún cuando los labios del rubio acudieron de inmediato a los suyos, atrapándolos en un beso tierno y desesperado a la vez, que ella aceptó gustosa.
Suspiró, relajando su cuerpo sobre el edredón, cuando la cálida boca del mago descendió por su mentón y su cuello, enviando una descarga eléctrica a todas sus terminaciones nerviosas. Sus manos se aferrarón a los hombros y antebrazos del Slytherin, sintiendo como sus músculos se tensaban y relajaban bajo la, ahora cálida, piel al recorrer sus manos su espalda y cintura. Se estremeció por las sendas de calor que dejaban aquellos dedos al recorrer su piel, tan definidas que casi podía sentir la estela hormiguear sobre su carne y su cuerpo erizarse a su paso. ¿Estaría Draco utilizando algún tipo de magia que ella desconocía?
Su hilo de pensamientos se rompió al sentir la tibia lengua dejando una estela muy similar en el valle de sus pechos, una sensación de leve humedad que abrazaba su piel, dejando promesas oscuras y placenteras sobre ella. Cuando alzó una de sus manos hasta su cabello y se aferró a él, sus párpados se sentían pesados y su vista comenzaba a nublarse por el placer de sentir la cálida respiración del mayor sobre su piel sensible, y sus manos recorriéndola entera, moldeando las curvas de sus muslos, ascendiendo por su cadera y volviendo a atrapar su cintura entre ellas, obligándola a arquearse para sentirlo por completo. Gimió al notar su dura erección en su vientre bajo, que tembló por si sólo en respuesta, mientras su mano libre volaba a su espalda, presionando para que se acercara más a ella. Sólo fue consciente de que estaba clavándole las uñas cuando le oyó jadear sobre su pecho izquierdo; y su cálido aliento sobre el erecto pezón envió otra oleada de calor por su cuerpo, que se ascentó en su vientre bajo y algún lugar que se sentía a gloria y pena entre sus piernas.
Definitivamente, necesitaba a Draco en ese lugar.
Ajeno a su desesperación, el rubio se dedicó a explorar con toda calma la piel de su cuerpo, ignorando con una voluntad de acero el dolor en sus partes bajas. Cuando recorrió otra vez el ahora rojizo pezón de la chica con la punta de su lengua, para luego aceptarlo en su boca y comenzar a succionarlo tiernamente, casi pudo sentir como el cuerpo de la chica debajo de él entraba en ebullición, arqueándose al tiempo que un ahogado y ronco gemido abandonaba sus labios, sintiéndose como ambrocía para su ego. Rio sobre el erecto trocito de carne, siendo consciente de que la sensación se reflejaría sobre la piel de la muchacha y le haría gemir nuevamente.
No se sorprendió al oírla gemir su nombre, bajo y gutural, provocando que todo su cuerpo reaccionara al sentirla temblar debajo de él. Lo que sí le hizo jadear, en una mezcla de sorpresa, placer y algo de dolor, fue el que ella alzara sus caderas y se frotara contra las suyas, creando una deliciosa fricción que le sabía a agonía y gloria a pesar de aún traer sus pantalones puestos.
Con toda sinceridad, la maldita tela era lo mas parecido a una prisión que hubiera sentido a su alrededor desde que la loca de su tía y el fenómeno sin nariz utilizaran su casa como refugio durante la guerra, aunque no tenía intención de arruinar ese momento pensando en esos dos ahora.
–Vamos Herms, eso duele – gruñó sobre su pezón, mientras ella continuaba con aquellos movimientos que, aunque placenteros, también le resultaban una tortura. Al oírla gimotear de placer y llamarlo otra vez, con su nombre envuelto en un exquisito deseo y anhelo, comprendió que ella ni siquiera estaba del todo consciente de sus acciones, lo que le hizo sonreír con cierto orgullo por ser él el causante de su delirio.
Volvió a tomar su pezón en su boca, esta vez el derecho, mientras su propia diestra dibujaba un juguetón camino por el plano vientre de la castaña, descendiendo con tranquilidad por la piel sedosa y recubierta por una fina capa de sudor que la hacía ver aún más apetitosa.
La sintió tensarse debajo de él cuando sus dedos se adentraron en la fina tela color azul, y él mismo pudo percibir el nervioso estremecimiento que agitó la piel bajo sus dedos. De inmediato se alzó hasta llegar a su rostro, dejando un casto beso en su mejilla, cerca de la comisura de sus labios rojos.
–Draco –jadeó cuando, para su sorpresa, los cálidos dedos del aludido se abrieron paso en la flor de su intimidad, obligándola a entreabrir los ojos al ser recorrida de inmediato por una descarga mayor a las anteriores, que despertó hasta el último de sus receptores nerviosos y cristalizó sus ojos...
Y que, sin embargo, palideció ante la que le siguió cuando Draco movió con delicadeza sus dedos, acariciando con extremo cuidado ese punto sensible que sólo ella conociera y que nunca nadie había rozado.
Por puro acto reflejo, se aferró a su bíceps derecho con una mano, dejado las medias lunas de sus uñas marcadas en su piel, mientras el rubio se dedicaba a besar su cuello con dulzura, escuchando los encantadores gemidos que luchaban por liberarse en la garganta de la hechicera y que ésta acallaba al morderse los labios. Ignoró el leve escozor de las uñas de la castaña y se dedicó a consentir ese sensible bultito, notando su propia intimidad necesitada al sentir la humedad de la castaña envolver sus dedos, caliente y suave, enloquecedora. Se apartó del espacio entre las piernas de la chica, recostándose a su lado, dejando más libertad de movimiento a su mano.
–Oh, Hermione – gruñó a su oído, excitado, al sentir las piernas de la mujer cerrarse al rededor de su brazo, abrazándolo con sus sedosos y cálidos muslos, mientras comenzaba a seguir el lento ritmo de sus dedos con la cadera. Una vez más, la Gryffindor demostraba su asombrosa capacidad para adquirir nuevos conocimientos de inmediato.
La oyó soltar un jadeo entrecortado cuando rozó su clítoris, y no dudó en concentrarse en ese punto. De inmediato vio los ojos de la muchacha abrirse de par en par cuando aumentó la velocidad sobre ese lugar, y la presión de sus uñas sobre la piel de su brazo creció notablemente.
Cuando la vió arquearse para él, en un ofresimiento involuntario de su brillante cuerpo, y dedicarle una mirada llena de anhelo y súplica en aquellos ojos pardos casi dorados, cristalizados por el deseo y la pasión, evaluó seriamente el incinerar sus pantalones y bóxer en ese preciso instante, pero acabó por contenerse en favor de molestarla un poco.
–¿Ahí? –preguntó, sonriendo ladino, mientras se acercaba hasta la ruborizada mujer, sintiendo su cuerpo enteró temblar ante el rose de su piel contra ella, y sus cálidos jadeos contra sus labios. Apenas pudo centrar su mirada por un momento sobre él, y aún así se notaba algo perdida –¿Te gusta ahí?
Observó como sus mejillas se teñían más de rojo y como la pena inundaba sus ojos, pero ni siquiera le dio tiempo a pensar alguna respuesta cuando sumó un segundo dedo al que ya la estaba atendiendo, causando que un gemido perfectamente audible escapara de sus labios y sus caderas se alzaran sobre la cama.
Él rio, encantado con la imagen y la idea de picharla.
–Oh, bueno, realmente no es necesario que lo digas. Ambos sabemos que soy asombroso en lo que sea que hago ¿No? – dijo, sonriendo abiertamente, mientras alzaba apenas el rostro para poder ver la mirada molesta que le dedicó.
–Lo único que eres es asombrosamente molesto ¿Sabes? –gruñó, temiendo que su voz fallara si hablaba de forma normal. Él rio divertido por su respuesta, acariciando sus mejillas con su cálido aliento, que tenía curiosos atisbos de aroma a menta. Cuando Hermione vio en su mirada que estaba a punto de soltar un comentario aún más molesto y narcisista que el anterior, resignándose a que las simples palabras no la salvarían de tal martirio e impulsada por el deseo que le provocaban las caricias de Draco, le tomó de la nuca con su mano libre y le aproximó hasta ella, apoderándose de sus labios en un beso lento y que desbordaba pasión y hambre. Sintió como, por un segundo, todos los movimientos del rubio se detenían por la sorpresa, aunque de inmediato todas sus acciones volvieron con mayor vigorosidad, en forma de caricias que ahora se tornaban algo bruscas y endemoniadamente deliciosas, mientras él se encargaba de volver ese rose de labios en un apasionado beso que dacía a todas luces cuanto deseaba comérsela allí mismo.
Abrumada. Se sentía abrumada, era la palabra que mejor podría describir la forma en que ni siquiera podía fijarse solamente en un punto de su cuerpo, o experimentar una sola sensación por vez, sino que apenas podía diferenciar la ferocidad con la que los dedos de Draco la llenaban de un placer indescriptible, que le hacía sentir como si fuera una bomba cada vez más cerca de estallar; o los movimientos lentos y húmedos con los que sus lenguas se enroscaban, bailaban y luchaban dentro de sus bocas; mucho menos especificar cómo era que la mano del rubio recorría su espalda lentamente, elevándola de placer, dándole la sensación de que no eran cinco, sino miles los dedos que la acariciaban, mientras a la vez soportaba el peso de su masculino cuerpo. No, no podía diferenciar las sensaciones, pero si que podía sufrir la exquisita tortura que era la suma de todas ellas juntas.
Lloriqueó inconscientemente cuando el rubio dio una última lamida a sus labios, antes de volver a recorrer su cuello, clavícula y pecho entre cálidas mordidas y besos húmedos, a la vez que la recostaba en el colchón nuevamente. Hermione tembló cuando le sintió volver a colarse en el espacio entre sus piernas, pero no le prestó mayor atención, en pos de continuar disfrutando con desfachatez de aquel increíble mar de sensaciones.
Sin embargo, la bruma de deseo que cubría sus pensamientos se desintegró un poco al sentir aquella tibia y húmeda lengua recorrer con habilidad su plano vientre, causando que su columna se arqueara en un ofrecimiento instintivo que de inmediato la avergonzó al notarlo. Más, sólo bastaron un par de mordidas y una seductora lamida por toda la sensible piel, para que el pudor desapareciera en gran medida de su mente.
Cuando el Slytherin dio una suave embestida a su ombligo con la lengua, la pena se esfumó mientras ella se derretía en un suspiro entre sus hábiles manos. Ni siquiera fue consciente de la mano que ahora deslizaba su ropa interior por sus largas piernas, disfrazando su actuar en una caricia.
Un gimoteo de desolación se escapó de sus labios cuando los dedos cálidos y seductores de Draco se alejaron de su intimidad, más soltó un gritito de sorpresa cuando, sin previo aviso por su parte, el rubio tomó sus caderas entre sus manos y las elevó del colchón, montando de alguna forma sus piernas sobre sus anchos y musculosos hombros.
Hermione no estuvo segura si el cosquilleo ansioso que le recorrió cuando sintió la barba crecida de un día de Draco haciendo cosquillas contra sus muslos, era de a emoción o puro y completo pánico.
Obtuvo la respuesta en cuanto alzó la mirada hasta los ojos grises del rubio, que la miraban con hambre, deseo y oscura pasión desde ese punto entre sus piernas, haciéndole sentir como si lava recorriera sus venas a pesar de lo vergonzoso de la situación... era pánico, señores y señoras.
–¡Draco, no vayas a...! – trató de detenerlo, más sus palabras se vieron cortadas cuando el cálido aliento del mago entró en contacto con la sensible y temblorosa piel, obligándola a contener la respiración.
Resignada, esperó la risa socarrona a la que Malfoy la tenía acostumbrada cada vez que le ganaba en aquel juego de placer. Por ello, aún entre la bruma de deseo y vergüenza, le sorprendió oír el ronco y profundo gemido de aprobación que reverberó en el interior de su garganta cuando sus labios entraron en contacto con su húmeda intimidad. Sus labios se separaron ante la efímera caricia, y sus ojos se cerraron por el abrumador placer que le dieron aquellos labios cuando se cerraron sobre su hinchado clítoris.
Draco– jadeó, alargando su nombre con voz baja y ronca, grave y seductora como nunca antes, y en el acto sintió como la cálida lengua del aludido sumaba sus caricias al delicioso abrazo inicial, causando que, ahora libre de distracciones, notara cuán exquisitas y enloquecedoras eran las sensaciones en aquel lugar que nunca antes había explorado.
Las ásperas manos del otro se aferraron al punto donde la carne de sus muslos y sus nalgas se unían, acercándola más a él desde allí, obligando a su cuerpo a disfrutar directamente de sus caricias calientes y desquiciantes, enviándola fácilmente a un estado de placer tan explosivo y abrumador, que su cuerpo se agitaba con vida propia sobre sus manos y contra sus labios.
Leves sonidos húmedos escapaban del movimiento de aquella lengua contra su piel, junto a roncos gruñidos de parte del mayor que le demostraban que, aunque incomparable con el suyo, él también sentía placer en aquel acto. Cuando la punta de aquella hábil legua comenzó a recorrer en círculos el sensible bultito de carne, estuvo segura de que sólo uno de aquellos feroces rayos podría haber opacado el gemido de puro placer que escapó de sus labios. Por primera vez en su vida, mientras sentía el calor y el placer recorrer hasta la última de sus terminaciones nerviosas, erizando cada vello de su ser, sintió que no había ningún tipo de preocupación o miedo que abrumara su mente. Sólo existía aquella sensación de necesidad, de querer más, mientras los labios del rubio continuaban su ataque, sin piedad sobre su pobre persona.
Jadeando, aferró sus dedos a la almohada más cercana que encontró, arqueando sus pies cuando una mordida juguetona la tomó desprevenida.
–D-Draco – le llamó, mientras echaba la cabeza hacia atrás sobre la cama. De inmediato los movimientos de esa boca se volvieron más voraces y firmes, enviando placer a través de ella con desquiciantes ataques de su lengua de serpiente. Gimió de nueva cuenta y cerró los ojos, sintiendo que explotaría en cualquier momento si el rubio no se alejaba, y todos sus músculos se tensaron en confirmación de sus sospechas. Con su cabeza tambaleándose sin fuerza sobre el edredón, trató de llamarlo otra vez, con voz demasiado débil –Draco, p-para.
Por primera vez, Draco hizo oídos sordos al pedido de la bruja, concentrándose sólo en brindarle placer y acabar con cualquier tipo de resistencia.
Era sabido que no era un hombre paciente, aún cuando tratara siempre de controlarse, y el sentir como el cuerpo de la castaña temblaba entre sus manos y se arqueaba como si estuviera sufriendo una descarga eléctrica no ayudaba en lo más mínimo a sus intenciones de ir despacio, cosa que mantenía en mente a pesar de que Hermione quisiera lo contrario.
Sus pies se arqueaban sobre la piel de su espalda, mientras sus piernas temblaban en sus hombros con movimientos involuntarios por el placer. Aferró la almohada entre sus manos y la acercó hasta su cabeza, creyendo oír por un segundo la blanca tela crujir en sus manos, aunque no estuvo segura.
Cuando los dientes de Draco presionaron la híper sensible piel de su clítoris, se mordió el labio por reflejo, mientras un vergonzoso aullido intentaba brotar de su garganta.
Volvió a jugar con su lengua, ensañándose en su clítoris y pétalos, recorriendo de vez en cuando la aterciopelada y ardiente piel de abajo, causando que ella se deshiciese en gemidos de placer ante sus caricias. Cuando Draco succionó de ella con fuerza, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, apenas pudiendo oír algo más que su descontrolada respiración y el incesante pitido de su pulso en los oídos. Una sensación deliciosa recorrió su espina dorsal y se escondió en su entrepierna ante ese movimiento, en algo que pronto comenzó a crecer, una cuenta regresiva, un calor poderoso que jalaba de sus piernas y brazos, de su vientre bajo y le obligaba a mover sus caderas en busca de más contacto, por más de esa deliciosa tortura que el rubio estaba causando.
No fue consciente de que estaba hiperventilando hasta que todo su cuerpo se tensó y ya no pudo empujar una gota de aire a sus pulmones. La habitación comenzó a dar vueltas fuera de sus ojos cerrados, y Draco tomó sus piernas con más fuerza, enterrando su rostro entre sus piernas justo cuando ella más lo deseó. No sabía que le horrorizaría más, que estuviera usando la Legeremancia, o que hubiera descubierto sus anhelos por culpa de los movimientos impúdicos de sus caderas.
La falta de aire comenzaba a volverse desesperante, necesitaba respirar. Su cuerpo agarrotado le dolía en el vientre y los muslos, cuyos músculos se habían vuelto duros como acero. Mientras, Draco parecía estar ajeno a la anarquía que recorría su cuerpo entero, y seguía brindándole placer de forma cada vez más ruda, más sublime.
Mmm– trató de llamarlo, pero sólo pudo emitir un bufido ininteligible, mientras el placer y esa sensación desesperantemente exquisita comenzaban a trepar desde la zona donde sus cuerpos entraban en contacto, recorriendo con su calor su vientre, sus piernas, sus pechos, extendiéndose en ambas direcciones hasta que se vio obligada a cerrar los dedos de pies y manos con fuerza casi dolorosa, y echar la embotada cabeza hacia atrás mientras sus labios se abrían levemente.
Sin embargo, justo cuando creía que se desmallaría por la ausencia de oxígeno, el orgasmo golpeó su ser con fuerza en una última succión de esa boca pecadora. Su cuerpo hizo un arco perfecto sobre el colchón mientras ella abría la boca ampliamente, inhalando y recibiendo el aire en su cuerpo como si fuera la gloria. No estuvo segura si lo que soltó en ese momento de liberación fue un simple gemido o un grito bautizado con el nombre de su amante.
Era más probable lo segundo.
Su cuerpo se mantuvo tenso por unos segundos más, mientras él no se desprendía de su piel a pesar de los movimientos erráticos de su pelvis, aún prestando sus servicios en pos de verla tener la mejor culminación posible, mientras los restos del orgasmo lamían su piel como vestigios de un fuego abrazador que se reavivaba una y otra vez dependiendo de las caricias del mayor.
No le costó adivinar que continuó convaleciendo en esa cárcel de placer al menos un minuto más, antes de por fin sentir como sus agarrotados músculos cedían y ella caía como un peso muerto en la cama.
Draco la sintió relajarse y decidió que era bueno el darle tregua. Se la merecía después de todo.
Con una pequeña y ladina sonrisa de orgullo, se liberó del tibio abrazo de sus piernas, dejándolas sobre la cama y riendo al ver como ella las cerraba; fue un acto reflejo para calmar el cosquilleo que aún recorría su entrepierna.
Se sentó pacientemente sobre la cama, observando como la muchacha trataba de recuperar la respiración. Sus mejillas estaban rojas por el esfuerzo, sus ojos cerrados y con el ceño levemente fruncido. Una fina capa de sudor recubría sus sienes, causando que unos cuantos mechones de cabello se pegaran a su piel, enmarcando en angelical rostro desfigurado en una mueca de placer. Los labios, rojizos, hinchados y entreabiertos susurraron algo, antes de que ella deslizara su lengua por ellos, cubriéndolos de una humedad que los hacía ver brillantes y apetitosos.
Se inclinó sobre ella, cuidando de no aplastarla, y acabó dejándose caer a su lado, soportando su peso con un brazo. Estiró su mano y alejó los mechones que se pegaban a su piel, y ella suspiró, más cómoda ante el cambio.
–¿Me dijiste algo?– preguntó con delicadeza, con voz algo ronca, mientras descendía sus dedos hasta los labios de la castaña, acariciando su suave textura, provocando que un cosquilleo se extendiera sobre ellos.
Hermione entreabrió los ojos y lo buscó con la mirada. Sus ojos casi se veían más brillantes ahora, volviendo a ser oro. Le sonrió con ternura.
–Que eso fue mágico – susurró, con una voz tan ronca que la sorprendió, pero que a ojos del rubio era tremendamente sexy.
–Gracias– dijo, devolviéndole una sonrisa divertida, y se apresuró a besarla antes de que fuera capaz de responder con algún comentario hiriente. Ella lo recibió de buena gana y llena de ternura.
Esta vez fue un beso más calmado, dulce, tranquilizador. Uno que los relajara para lo que venía y que los despejara de cualquier duda.
La mano de Draco volvió a bajar hasta la entrepierna de Hermione, acariciándola con suavidad, disfrutando de oírla ronronear bajo sus labios, los cuales mordió suavemente cuando el primer dedo empujó levemente contra su interior.
Comenzó a adentrarlo con lentitud, al tiempo que ella se abría, aceptándolo. Un estremecimiento involuntario recorrió su columna al sentir lo estrecho y cálido que era allí adentro. Sintió nuevamente un tirón de excitación en su miembro.
Un jadeó se derritió contra su boca cuando lo adentró por completo en un solo movimiento algo firme. Ella tembló y separó sus labios por un segundo.
–D-Draco...
–Shh– la calló, hablando sobre sus labios y mirándola desde la pasión de sus ojos entreabiertos, que brillaban de deseo–. No te lastimaré, pero tengo que hacer esto.
Hermione le miró avergonzada, temerosa por un segundo, antes de acabar por asentir y cerrar los ojos nuevamente, recibiendo los besos tranquilizadores del otro con calma, tratando de ignorar la forma en que aquel largo dedo se movía en su interior.
Sin embargo, su cuerpo tenía una idea muy diferente en mente, y en cuanto hizo ademán de retirar su dedo un poco, sus paredes internas presionaron con firmeza, haciéndola gemir ante la sensación, que no supo catalogar placentera o incómoda.
Draco gruñó al imaginarse uno de esos sobre su miembro, y tratando de ignorar la forma en que su propio cuerpo luchaba contra él, trató de concentrarse en preparar a la bruja.
Cuando el segundo dedo se sumó a la dilatación, notó cierta resistencia esta vez. Oyó un gemido adolorido de parte de Hermione, y descubrió que quizás había empujado con algo de brusquedad. Susurró una disculpa, tragando saliva deliberadamente mientras sentía las contracciones de su caliente interior sobre sus dedos.
Demonios, del frío que había sufrido hace unos minutos ya no quedaban ni vestigios, pero ese calor que le estaba consumiendo era mil veces más insoportable y peligroso.
Peligroso para ella...
Movió un poco sus dedos, sintiendo como las paredes de su interior presionaban con más fuerza aún. Comenzó a acariciar con su pulgar el sensible clítoris otra vez, buscando relajarla y distraerla del dolor, mientras se aferraba a sus temblorosos labios como un náufrago a tierra firme.
"O al cielo" pensó, mientras saboreaba una vez más su dulce sabor y su calidez. Hermione le devolvió el beso de buena gana, lo que le hizo preguntar cuánto le dolería.
Separó un poco sus dedos mientras los adentraba en ella y, aunque la sintió gruñir y aferrar sus dedos a su hombro, el dolor era claramente menor.
Ella se colocó de costado, encarándolo y alejando sus labios. Abrió los ojos y se encontró de inmediato con la brillante plata líquida de los de él, en apariencia inescrutables y algo adormecidos, pero que para ella eran un pozo lleno de deseo y ternura que le hizo sonreír con dulzura en respuesta.
Draco le devolvió la sonrisa y se inclinó a dejar un pequeño beso en la punta de la nariz respingada, enviando un calorcito por todo su cuerpo.
Cuando los dedos de él volvieron a abrirse en su interior, estirando su piel y sometiéndola a un incendio que recorrió aquel lugar completamente inexplorado. Se aferró a él de nuevo, sintiendo un urgente deseo nacer en ese instante, mientras sus largos dedos la recorrían sin pena y la hacían pegarse inconscientemente a su mano y su cuerpo.
Soltó un gemido que ella misma clasificó como desesperado, antes de alzar la mirada otra vez hasta los ojos del rubio. Jadeó de sorpresa y excitación al ver como parte de la ternura se había transformado en un fiero deseo y hambre, haciendo que todo su cuerpo se arqueara, ofreciéndose ansioso.
–Por favor...– ronroneó, deseosa, mientras sentía los dedos cálidos empujarse más adentro aún.
–Hermione...– le oyó llamarla junto a su oído, en un bajo y gutural gruñido que le hizo temblar y causó que su mirada se cristalizara. Si hubiera estado más consciente de la situación, se hubiera auto calificado de gata en celo.
Sin embargo, como lo que menos tenía en ese momento era consciencia, sólo se dedicó a conseguir su objetivo: sentir a Draco por completo pegado a su piel.
–Por favor... Draco... Ya no aguanto– prácticamente sollozo, pegándose más y más a él. Una especie de regocijo la llenó cuando le oyó gruñir de nuevo y tomarla por la cintura, pegándole la espalda a la suave colcha otra vez, mientras él se colocaba entre sus piernas con una mirada que casi la hace gemir en el momento -y no estuvo del todo segura de no haberlo hecho- por la pasión y el hambre que desprendía.
–Al diablo la paciencia– gruñó, bajando con una rudeza que rayaba en la desesperación la cremallera de sus pantalones.
Hermione se ruborizó al verle sacar su miembro de su ropa interior y apartó la mirada inevitablemente luego de un segundo. Draco rio un poco entre dientes por su pena luego de la urgencia que había demostrado hace sólo un momento, pero en realidad la reacción le enterneció. Era una vergüenza sólo comparable con la virginidad, y no podía evitar sentirse protector ante ella. Respiró hondo, serenándose, antes de tomar sus suaves muslos y acercarla a él, pegándola a su cadera. No pudo evitar gemir de placer al sentir aquella caliente humedad sobre su duro miembro, sintiéndolo palpitar en respuesta. Otro gemido brotó de sus labios al sentir la cadera de la bruja moverse con timidez contra él, provocando una deliciosa fricción que les robo un jadeo a ambos.
Sonrió de lado, divertido por la curiosidad que la castaña no se atrevía a demostrar, y empujó con firmeza entre sus piernas abiertas, viéndola vibrar sobre la cama y debiendo ignorar la tortura que supuso para él mismo la sensación, más aún cuando contempló como los firmes pechos de Hermione se balancearon con gracia ante la embestida.
Los movimientos se repitieron con una firme y pequeño vaivén que despertaba enormes cosquilleos por sus cuerpos. La fricción de carne contra carne era simplemente gloriosa, y no podía esperar a sentirla con mayor claridad sobre su piel.
–Ha-Hazlo ya.
Y por lo visto no era el único.
Gruñendo ante la aceptación de la castaña, realizó un hechizo no verbal para protección, antes de tomarla esta vez por las caderas y elevarla.
Cuando su trasero se despegó de la cama y fue jalada hacia el rubio, se aferró a la almohada y cerró los ojos, avergonzada y anhelante a la vez. Por un momento, lo único que pudo oír fue la lluvia y los rayos del otro lado de la ventana.
Al otro instante, era su propio gemido adolorido lo que reverberaba en la habitación, cuando su carne se estiró de forma algo brusca con la primera embestida del Slytherin.
Sus ojos de inundaron y pronto dos tibios hilos se deslizaron por su piel. El ardor era notable e incómodo, tal vez no muy doloroso, pero si se consideraba lo sensible que ella estaba, tampoco era una niñería. Y ni siquiera había entrado del todo.
Un empujón más y eso fue remediado.
–Lo siento– le oyó susurrar, con una voz que parecía estrangulada, y le sintió cernirse sobre su cuerpo, sin dejar que ella sintiera un solo gramo extra de su peso. De inmediato un poco de culpabilidad se hizo presente en ella, y acabó por negar con la cabeza, sin saber cómo tranquilizarlo–. Si es muy doloroso, p-puedo salir...
Volvió a negar, sin encontrar su voz por ningún lado. Entreabrió los ojos y a lo único que atinó fue a abrazarlo con fuerza, obligándolo a apoyar parte de su peso en ella. Besó su mejilla y se acercó a su oído.
–Puedo soportarlo...– susurró, con la voz más estrangulada aún que él– S-sólo no te muevas.
Draco asintió, soportando con tanta elegancia como le fue posible el fervoroso deseo de embestir aquel interior apretado y cálido, acogedor y suave. Claro que no lo haría, no hasta que Hermione le dijera, no podría lastimarla nunca.
Sentía las uñas de la joven clavarse en la piel de sus omóplatos, dejando caminos ardientes y dolorosos al deslizarse por su piel. El rubio siseó ante el dolor, sintiendo que, entre eso y la torturante exquisitez de estar dentro de ella, soportando estático el martirio de su miembro al no poder moverse, sobrevivir a aquella noche con Hermione sería algo imposible.
La castaña trató de calmar su nervioso cuerpo, que, lentamente, comenzó a aceptar al extraño en su interior. El ardor e incomodidad seguían allí, pero mermados en gran medida.
Su cuerpo fue presa de un estremecimiento involuntario por culpa de la rigidez de sus músculos, y como respuesta el movimiento y la misma tensión se reflejaron en sus músculos vaginales. Draco se arqueó sobre ella en el acto, soltando un ahogado y gutural gruñido junto a su oído, opacando el jadeo de sorpresa que ella liberó al descubrir que, en vez de dolor, un cosquilleo extrañamente delicioso nació de la fricción de carne con carne.
–Vas a matarme– musitó él, con voz estrangulada y ronca, cargada de un deseo tal que consiguió despertar la excitación en la castaña bajo él.
Ella rio un poco, maléfica.
–Muy bien, muérete– susurró, antes de alzar las caderas con brusquedad, chocando con las del mayor y enterrando ese firme miembro en su interior. Gimió con fuerza, más de placer que de dolor, mientras arqueaba su columna levemente. Cierto sentimiento de orgullo la embargo al oír el nuevo gruñido, esta vez profundo, desde la garganta, que soltó el rubio. Un sonido casi animal.
Se regocijó al sentir los músculos de su espalda tensarse bajo sus manos, al igual que los de su vientre contra el suyo. No necesitó ver los ojos de Draco, dilatados hasta ser el iris una fina areola al rededor de la pupila por el deseo, para adivinar que estaba en problemas.
Tembló como una hoja en otoño cuando una firme pero aun así cuidadosa embestida la sacudió. Oyó el crujir de la tela junto a su oído y adivinó que su mano se estaría volviendo un puño sobre ella.
–Ya no te salvas, Granger.
–¿Quién dijo que necesitaba ser salvada, Malfoy?
Cuando su interior volvió a contraerse, una mano ajena fue la que hizo crujir la tela junto a su cabeza por el placer. La otra, áspera y cálida, se deslizó bajo su espalda lumbar y la pegó aun más a él.
El aliento escapó de sus pulmones cuando el miembro de Draco se removió un poco en su interior, provocando que el ardor volviera a ella al dilatarse, pero esta vez fue acompañado de una desconcertantemente placentera sensación. Pronto sintió al rubio embestirla con firmeza, enviando una explosión completamente desconocida a través de su cuerpo. Abrió los ojos de par en par y un jadeo ahogado escapó de sus labios al sentir la electrizante oleada recorrerla. Sus manos se aferraron con mayor fuerza a su espalda, y Draco gruñó, antes de hundirse en ella con fuerza.
Mmm ¡Draco!– gimió, azorada, mientras su cuerpo se arqueaba de placer bajo el del aludido. Sintió el tibio aliento del mayor temblar sobre su piel al suspirar de satisfacción cerca de su oído. Toda ella se erizó en respuesta, y un fuerte cosquilleo se extendió por sus muslos.
El miembro del rubio se movió en su interior, proyectando movimientos circulares en el interior que le hicieron gimotear; nuevamente la sensación de pequeñas explosiones acumulándose bajo su piel la azotó.
Se obligó a cerrar los ojos cuando la vista se nubló de forma incómoda y dejó caer su cabeza como un peso muerto sobre la almohada, entregada a él.
Sintió una cálida y suave caricia sobre su cuello expuesto, en lo que no tardo en reconocer como un dulce beso.
–Eres tan hermosa– le oyó susurrar, bajo y sensual, hablando sobre la piel de su cuello, llenándola de deliciosas sensaciones.
Sonrió enternecida, sintiendo como cierto calor se apoderaba de su pecho ante sus palabras... Sin embargo...
–¿Vas a halagarme o hacerme el amor, Malfoy?– preguntó, burlona, y pudo sentir con claridad como los labios del heredero se curvaban sobre su piel.
–Puedo hacer ambas, Granger– murmuró, oscuro, antes de alzarse sobre sus codos, a cada lado de su cabeza, viendo la pequeña sonrisa juguetona que ella esbozó –. Y malditamente bien– agregó. Cuando abrió sus labios, dispuesta a rebatirlo, se hundió en ella con firmeza, viéndola temblar por completo y quedarse sin aliento –¿No crees?
Las piernas de la joven profesora se abrazaron a su cadera, mientras sus manos se enterraban con delicadeza en su cuero cabelludo, haciéndolo temblar.
–Oh, si– le oyó, con la voz ahogada y temblorosa–. Estoy completamente de acuerdo.
Su risa ronca reverberó en la habitación, más grave de lo que hubiera esperado. Volvió a empujar contra sus caderas, enérgico, y de inmediato sintió el cuerpo de la castaña tensarse bajo él con un delicioso gemido. Al siguiente envite, ella mordió su labio para ahogar sus sonidos, y no pudo evitar el impulso de asaltar esa boca rojiza y sensible.
Hermione soltó un suspiro de placer cuando los labios del mayor le obligaron a abrir los suyos, sonrojándola. Draco succionaba sus labios con gula, con deseo, al tiempo que una de sus manos sostenía con delicadeza su nuca, masajeándola con firmes movimientos circulares que le relajaban a la vez que enviaban un cálido estremecimiento bajo su piel.
Jadeó dentro de su beso cuando Draco volvió las embestidas constantes y firmes, acariciándola con profundidad en cada una, tan delicioso que no pudo evitar apretarse a su alrededor. Podía sentir y ver el marcado movimiento de su cadera y espalda en cada empuje.
Recibió su lengua con ferocidad cuando el rubio la sumó al beso, excitado, mientras se enredaban, luchaban y bailaban con fiereza. Se ayudó de las manos que mantenía en su cuero cabelludo para profundizar el beso, y acabó por gritar de placer cuando una violenta embestida la tomó por sorpresa.
–M-Más – pidió, jadeante, sin ser consciente de sus palabras. Draco lo notó en la forma en que sus ojos entreabiertos se hallaban recubiertos por una nebulosa de placer, y no pudo evitar dedicarle una sonrisa socarrona.
–No tenía idea de que te gustara rudo– comentó, divertido, antes de volver a empujar con la misma intensidad, notando como las caderas de la castaña se alzaban para recibirlo y sus piernas se enredaban en las suyas.
Ella gimió sonoramente, echando su cabeza hacia atrás en la almohada.
–Yo tampoco– gimoteó, meneando sus caderas en una súplica silenciosa. Sintió su carne dilatarse notoriamente y su cuerpo deslizarse por el colchón cuando una violenta embestida la llenó por completo– ¡Oh, Dios!
Él rio, aproximándose a su rostro con un brillo malicioso en su mirada.
–Creo que quiciste decir "Draco"– se mofó, tomando ahora un ritmo constante, entrando y saliendo con fuerza, mientras lo sentía temblar bajo y alrededor de él –. Repite conmigo "Dra-co".
Ella trató de fulminarlo con la mirada, pero sólo pudo gemir y arquearse sobre la cama, presa de otra fuerte embestida.
–Bastardo– gruñó, sintiendo las oleadas de placer azotar su cuerpo con crueldad, dejándole vulnerable y temblorosa frente al rubio.
Éste también se echó a reír entre dientes, sibilino.
–El vocabulario sucio también me excita– ronroneó, bajando por su cuello con pequeñas y sensuales mordidas, presionando la piel con firmeza, estremeciéndola al dejar fluir su aliento sobre ella y luego succionar, dejando leves marcas rojizas sobre la piel.
Hermione se estremeció con fuerza, notando la firme mano del rubio tomar su cadera con fuerza férrea y continuar hundiéndose en ella con firmeza, en movimientos seguros y dominantes. Comenzó a jadear, aquello era demasiado; las mordidas, las embestidas constantes, la pesada y exquisita sensación que se instaló en su bajo vientre y la dureza y tirantez en sus pezones la estaban volviendo loca.
Casi sufre un orgasmo cuando Draco bajó hasta su pecho y se llevó uno de éstos a la boca. Gimió, bajo y ronco, al percibir los golpes de su lengua en la rosácea perla. Una descontrolada sensación de deseo la invadió cuando comenzó a succionarla con firmeza, sin detener sus movimientos en sus caderas.
Su vista se cristalizó otra vez cuando la mano en su nuca se deslizó hasta su pecho libre, dejando marcadas sendas de placer al paso de sus dedos. Se arqueó de excitación cuando abarcó su seno izquierdo, rozando el inhiesto pezón con su cálida palma.
Alzó sus caderas, anhelante, para recibir las feroces embestidas del Slytherin en su interior de mejor manera, y le sintió temblar de placer cuando sus paredes le presionaron con fuerza en un acto reflejo. Le oyó gruñir, y las vibraciones le hicieron jadear mientras volvía a recibirlo en su interior.
El sonido húmedo que producían sus cuerpos al chocar llegó a sus oídos, avergonzándola y obligándole a gemir con fuerza por la excitación a la vez.
En algún momento, las manos de él se apartaron de sus curvas y tomaron las de ellas, enredando sus dedos e inmovilizándolas sobre la cama. Hermione tembló al sentirle alejarse de ella, y se ruborizó al notar que tenía sus ojos grises fijos en su rostro, mientras se cernía sobre ella.
Con un movimiento ágil, le obligó a separar las piernas aún mas, y la confundida castaña sólo pudo quedársele viendo a esos ojos de plata ardiente, antes de ser sacudida por una profunda y deliciosa embestida.
Gimió roncamente, arqueándose en la cama, mientras volvía a sentir su interior expandirse por otro furioso empujón.
Su interior ardía de deseo y placer, siendo Draco lo suficientemente robusto como para llenarla sin dificultades, y hábil como para realizar movimientos pélvicos que lograban robarle el aliento con facilidad. Trató de enfocarle de nuevo con la mirada, más sólo pudo ver un leve atisbo de su enorgullecida mirada y su sonrisa depredadora, antes de cerrar los ojos y arquear la espalda, tensándose y gimiendo por el placer.
El cuerpo del rubio se tensó sobre ella, antes de que un ronco gruñido de gozo escapara de sus labios. Sintió nuevamente las sensuales ondulaciones de su vientre contra ella, antes de empujar con rudeza, llegando hasta el fondo, y causando que sus ojos se abrieran de par en par cuando su miembro golpeó un punto en el camino que hizo a su cuerpo entero agitarse sobre la cama.
Ahogó apenas un grito, aferrándose a las manos del rubio con toda la fuerza que pudo, mientras sentía como los movimientos del otro se detenían con lentitud.
Jadeó de sorpresa al sentir los labios ajenos contra los suyos, moviéndose con tierna lentitud y abriéndolos con delicadeza, demasiado diferente al movimiento anterior, mientras las manos se enredaban aún más en las suyas. Se estremeció cuando él volvió a hundirse en sus caderas, con movimientos profundos pero extremadamente lentos.
Había algo contradictorio en el abrazo, una dualidad que chocaba en cuanto a los sentimientos que el contacto despertaba en ella. Mientras el lento ritmo de las penetraciones la mantenían ardiente, la dulzura del beso y la firmeza del agarre en sus manos despertaba cierto calor en su pecho que le resultaba encantadora.
Los movimientos de Draco, la dulzura de su beso, era algo que jamás hubiera podido imaginar antaño, en su adolescencia, y de no conocerlo tampoco los esperaría del hombre que acababa de tomarla ¿Cómo dos extremos tan pronunciados podían subsistir tan perfectamente en una sola persona? O mejor pregunta ¿Cómo podían resultar tan irresistibles?
Un cosquilleo recorrió su cuerpo cuando Draco mordisqueó su labio inferior, un segundo de infinita ternura antes de alejarse.
Hermione gimió levemente en protesta, antes de volver a ser dueña de ella misma. Tuvo una vaga idea de que estaba semi sentada sobre la cama, y que Draco estaba aún más ceñido a ella si era posible. Sin embargo, lo que abarcaba su atención por completo fue la expresión del mago sobre ella. Y es que, definitivamente no estaba lista para ver aquella dulce sonrisa en su rostro. O aquel resplandor de cariño, de amor, que adornaba sus ojos plateados, tan profundo y sincero que lograba marearla.
Abrumada por la visión, se sintió sonrojar al ser golpeada por una maraña de sentimientos y reflexiones completamente inesperadas. Fue consciente por primera vez del hecho de que se estaba entregando en cuerpo y alma al hombre junto a ella, y no se sentía vulnerable o tímida, como hubiera esperado. No, se sentía fuerte, poderosa y emocionada, por completo enamorada del rubio, y correspondida.
Por sobre todo, la sincera expresión del rubio, la ternura y firmeza del agarre en sus manos, la hacían sentir amada y segura como no lo había estado desde antes de oír por primera vez el nombre Voldemort.
En algún momento, mientras sus pensamientos vagaban de Draco a su mente, el dulce gesto del rubio se fue tornando borroso, a medida que un leve escozor comenzó a aparecer detrás de sus ojos.
Sólo fue consciente de lo que sucedía cuando vislumbró la sorpresa y preocupación en los ojos del Slytherin a través de la bruma, a la vez que una cálida gota resbalaba por su mejilla encendida. De inmediato llevó una de sus manos hasta su rostro, liberándose con sospechosa facilidad, antes de colocarla frente a sus ojos.
Los abrió de par en par al ver el brillo húmedo en la punta de sus yemas.
–Debes estar bromeando– jadeó, apenada y sorprendida, mientras se cubría el rostro con una mano ¡Estaba llorando! ¿Podía humillarse más en un día?
–¿Estás bien?– la voz preocupada del rubio la sacó de su auto odio y, algo renuente, apartó la mano de su rostro, encontrándose con la mirada curiosa e inquieta del otro.
No pudo evitar sentirse enternecida ante una expresión tan pura, libre de malicia o seducción, en él.
–Sí, tranquilo– sonrió, antes de tomar con extrema suavidad y ternura el rostro apenas cubierto de barba entre sus manos, y alzarse para robarle un casto beso al desprevenido joven –. Te amo, es todo.
La sorpresa veló el rostro de Draco por un momento, provocando una sonrisa enternecida a la castaña, antes de que una igual, e infinitamente llena de alegría, se extendiera en su rostro y un brillo de alegría que nunca antes le hubiera visto se posara en sus ojos.
–¿Eso es tan malo como para llorar?– la declaración fue en son de broma, pero acabo siendo un jadeo tembloroso. Hermione no pudo evitar soltar una risa por ello–. Rayos, mujer, te amo más que a mi vida y eso me asusta.
–¿Pero no te asustó declararme matrimonio sólo un año después de empezar a salir?– inquirió, alzando una ceja y mirándolo con escepticismo. Draco sólo sonrió y alzó los hombros.
–No es lo mismo.
–Ya lo creo que no.
–Cállate, Granger, arruinas el momento.
–Cuanto lo lamento, Hurón.
Draco entrecerró los ojos, peligroso, antes de esbozar una sonrisa ladina y oscura. Hermione tragó saliva al leer las malas intenciones de su futuro esposo -no podía creer haber pensado eso- pero, antes de que pudiera siquiera protestar, la habitación dio una vuelta completa a su alrededor, y de repente se hallaba recostada sobre el fuerte y desnudo pecho de Draco.
Luego de salir del shock, su primera reacción fue abrazarse con ambos brazos y cubrir sus senos, cosa que logró con dificultad al ser apresada con tanta fuerza por el rubio.
Éste sonrió, esta vez con una mezcla de ternura y diversión, antes de deshacer su abrazo sobre ella, y se dedicó a recorrer la sedosa piel de su espalda con la yema de sus dedos, dibujando mapas de placer y palabras que no lograba descubrir, pero que todas eran sinónimos de lo mismo a su parecer. Sus ojos comenzaron a ceder bajo el tibio camino de sensaciones, el pesado aliento cerca de su coronilla, y el delicioso aroma a tierra mojada y Draco que tenía su cuerpo. El calor entre sus piernas volvió a azotar su conciencia en cuestión de un segundo.
Estaba muy segura de que acababa de dibujar un corazón cerca de su trasero.
–Demasiado vergonzosa para estar en esta situación – le susurró, y el ronco murmullo fue suficiente para que sus pezones volvieran a hallarse inhiestos bajo sus brazos.
Ella alzó la mirada, libre de somnolencia ya, y pudo reconocer el reto en los ojos burlescos del rubio... Hermione Granger nunca rechazaba un reto.
Con la sonrisa más sensual que pudo sacar de su arsenal, separó lentamente sus manos de su pecho y las colocó sobre el de él, sintiendo los escasos rizos bajo sus yemas. Con movimientos más dignos de un gato que una mujer, se alzó sobre él, sin despegar sus ojos de los curiosos plateados, y se acercó a su rostro con lentitud, permitiendo que sus pezones rozaran apenas la dura piel, dejando que sintiera lo suficiente para ponerlo deseoso. Y esos ojos dilatados, hasta sólo ser una areola plateada al rededor de unos pozos negros, eran más sinceros que cualquier gemido de placer.
–¿Ves timidez en mi?– preguntó en el susurro más suave y seductor que logró su voz, tomando también cierto tono ronco que la hacía más sensual. Con una leve caída de párpados, continuó, con los ojos fijos en los de él –. La verdad es que no tengo demasiada experiencia aún – se inclinó hasta su rostro, ofreciendo sus labios rojos y entreabiertos a unos centímetros de los de él, curiosamente ansiosa al sentir su aliento temblar sobre ellos–. ¿Podrías ayudarme a deshacerme de mis inhibiciones, Draco?
Sintió el cuerpo debajo de ella tensarse más aún al pronunciar su nombre con tal cadencia y deseo, más sólo tuvo unos segundos para disfrutar su logro antes de que las manos que la hubieran recorrido la tomaran por los hombros y la inclinaran sobre él, hasta que sus labios se unieron nuevamente y su boca fue asaltada con una pasión que nunca hubiera esperado recibir de parte de nadie.
Temió desmallarse cuando Draco gruñó al hallar su lengua, y se aferró al cabello dorado detrás de sus oídos para mantener el equilibrio, o más probablemente, para acercarlo y disfrutar del beso salvaje y apasionado de mejor manera.
Jadeó de placer y frunció el ceño cuando el pene de Draco se removió en su interior y volvió a empujarse en ella, llenándola por completo y de forma deliciosa. Mordió su lengua con algo de fuerza como acto reflejo, recibiendo un gruñido que no supo descifrar en respuesta.
Se montó a horcajadas sobre el rubio, logrando mantener el beso mientras comenzaba a mover sus caderas para adecuarse al ritmo del Slytherin. Cuando sus grandes manos se aferraron a sus caderas, sólo pudo removerse ansiosa antes de comenzar a seguir la velocidad que él exigía... Una realmente deliciosa a decir verdad.
Jadeante hasta el punto de ya no poder mantener el ritmo, se alejó de sus labios y se irguió sobre el cuerpo del rubio. Gruñó al ver la postal que el mayor le regalaba sobre la cama.
El cabello de Draco, eternamente arreglado y pulcro, todo lo contrario al suyo, se hallaba desarreglado y algo oscuro por la humedad que permanecía en él. Su rostro estaba algo ruborizado por el esfuerzo, y toda su piel estaba cubierta por una fina capa de sudor como la que cubría su cuerpo. Sin embargo, el detalle que se llevaba toda su atención era el deseo feroz que llenaba sus ojos color plata.
La miraban, al mismo tiempo, como si fuera el tesoro más maravilloso y el pecado más prohibido sobre la tierra o el cielo. Por un segundo, un efímero momento de vergüenza, sintió nuevamente el impulso de ocultar su cuerpo de la vista del rubio. Más sólo bastó un golpe directo del mayor sobre ese punto en su interior que le hacía vibrar para que todo resto de pena se esfumara en un ardiente y delicioso espasmo que recorrió todo su cuerpo, erizándole la piel y obligándola a cerrar sus ojos.
–Draco– jadeó, azorada, con sus labios entreabiertos y el ceño fruncido por el placer. No notó la forma en que el rubio tembló al oír su nombre como un gemido escapar se sus labios hinchados, ni como su propia espalda se había arqueado hacia atrás, elevando sus pechos de forma sublime, para disfrute del mago.
Los ataques que Draco daba a su cuerpo la tenían sensible y anhelante. Las manos la recorrían con avidez, siguiendo los movimientos de éste con facilidad, como si fuera él quien moldeaba las ondulaciones de su espalda o la forma en que sus hombros se movían en una especie de baile cadencioso.
No estaba segura si denominar de la misma manera al movimiento que llevaban sus cuerpos en la unión de sus caderas, pues aunque hallaba cierto ritmo en ellos, eran tan bruscos y poderosos que dudaba poder describirlos como alguna otra cosa que no fuera bestial.
Pronto no tuvo suficientes neuronas haciendo sinopsis en su cerebro como para buscar términos correctos, o recordar su nombre siquiera.
Gimió ida, echando la cabeza hacia atrás y disfrutando de la forma en que Draco alzaba su pelvis con ferocidad para unirse a ella, intensificándose la sensación al bajar su cuerpo para encontrarse con los envites de su amante.
En algún momento, entre sus propios gemidos y los rayos que atronaban el cielo londinense, pudo descubrir los gruñidos y gemidos del Slytherin llenando la atmósfera de la habitación con su gutural y masculino timbre. Solamente ese sonido fue suficiente para que sus paredes se estrecharan sobre su duro miembro, succionando de una forma tan hambrienta que se hubiera mortificado de haber estado en sus cabales.
Cosa que no sucedería esa noche, no al menos mientras Draco insistiera en dar embestidas tan profundas y feroces que le hicieran preguntarse donde acababa él y empezaba ella.
Sus paredes se cerraban con fuerza cada vez que él trataba de retirarse, y se dilataban tanto como lo permitía su estrechez, cuando volvía a entrar. Draco cerró los ojos cuando el delicioso masaje le hizo ver nubloso el cálido y voluptuoso cuerpo de su castaña, y se concentró en descubrir cada uno de sus gemidos mientras su cuerpo comenzaba a cosquillear, jalando de sus nervios, y una sensación pesada y explosiva se acentuaba en su vientre bajo de forma notoria en busca de la liberación.
Hermione no se hallaba en un estado muy lejano. Su cuerpo demandaba mayor potencia en la forma en que estaba montando al rubio, haciendo que su entrepierna temblara alrededor de la hinchada erección. Su respiración era dificultosa y se sentía ligeramente mareada, pero ignorando eso, se sentó sobre sus tobillos y abrió aún más las piernas, dando un agudo grito de placer cuando las manos tomaron con rudeza sus caderas y la empujaron hacia él, obligándole a abrirse y recibirlo por completo en su interior. Su cabeza dio vueltas por un segundo, antes de que las manos y caderas del otro impusieran el ritmo poderoso y satisfactorio que su cuerpo había estado reclamando, volviendo a llenarla de un vigor abrumador.
–¡Ah! ¡Draco!– exclamó, con la voz más ronca de lo que hubiera esperado. Su vientre cosquilleó en una llamarada abrazadora y su entrepierna volvió a estremecerse, antes de que todo su cuerpo se convulsionara y volviera a arquear su espalda por el placer y el deseo, esta vez hacia adelante, enterrando su rostro en el ardiente y ancho cuello del hombre bajo ella, inspirando su aroma a tierra mojada y granos de café. Abrió su boca y lamió su cuello en un acto instintivo, sintiéndole temblar contra su vientre y sus muslos abiertos.
El gruñido en respuesta no se hizo esperar, junto a las furiosas embestidas que de alguna manera no le parecían desconsideradas o ausentes de cariño. Supuso que hacer el amor también tenía una parte ruda, que le encantaba, por cierto.
Cuando su vientre y vagina comenzaron a temblar y sufrir contracciones, cuando una especie de alarma disfrazada de un delicioso entumecimiento en sus músculos le anunció que estaba a nada de explotar, se aferró con ambos brazos a los hombros y cuello del mayor, apenas pudiendo seguir el ritmo ya.
Draco no fue ajeno al cambio de la joven. Su cuerpo estaba contraído de una forma casi dolorosa sobre el de él, sus jadeos entrecortados cerca de su oído y su firme agarre le delataban el estado de sensibilidad de la castaña. Sonrió ladino ante la típica reacción de la chica previo a los orgasmos. Tardaría cierto tiempo para que recibiera uno con fluidez, pero él estaría encantado en ayudarla.
Aún entre los gemidos y el incesante pitido de su ritmo cardíaco en sus oídos, pudo reconocer la voz de Draco gruñir alguna palabra en latín que identificó como un conjuro, anque no la recordaba de ninguna clase... Pero, segura como estaba de que estaba completamente relacionado con la forma en que su cuerpo fue inundado por una sensación asombrosa, poderosa y dolorosa a la vez, entendió con facilidad que ningún profesor la enseñaría sin correr el riesgo de perder su trabajo por perversión de menores.
–Ah, D-Dra-ah– jadeó, sin poder gesticular correctamente las palabras por culpa de las oleadas de sensaciones aumentadas que la inundaban. Pudo sentir la respiración del aludido temblar en su sien cuando rio, y le hubiera reprendido de alguna manera si no fuera por que, al mover sus manos sobre su cintura, las oleadas se volvieron aún más poderosas, dejándola sin aire en absoluto y haciendo que tuviera que morder su hombro con fuerza para poder canalizar la sobrecarga de sensaciones que la inundaban.
De la nada, sintió miles de dedos recorriéndola, acariciando si piel para nada similares a los cosquilleos que la habían recorrido antes. Estos eran dedos mágicos, tangibles y que recorrían su cuerpo sin pena, pellizcando sus pezones inhiestos, presionando la carne de sus muslos y nalgas, y recorriendo de forma impúdica los pliegues de su entrepierna y su clítoris, aún cuando Draco estaba allí, llenándola de forma incansable con sus envites.
–P-Por Merlín – jadeó, asombrada y con su voz ahogada, como si tanto placer fuera doloroso, sobre la enrojecida piel de su hombro. Cuando se contrajo con fuerza sobre él, sintió a Draco temblar, más eso no borró la sonrisa de orgullo en su rostro, que se notaba en su voz.
–Deja que Merlín se ocupe del resto de los magos– susurró sobre su oído, sintiéndola jadear de excitación, vanagloriándose ante su reacción –. Draco esta aquí para ti.
Si no estuviera a merced de su propio cuerpo y sus reacciones, de seguro algún comentario ingenioso hubiera venido a su ayuda para hacer algo por el mundo y bajarle su hinchado ego. Sin embargo, como apenas podía respirar correctamente y los dedos imaginarios no se separaban de ella ni le daban descanzo, se limitó a morder con fuerza su hombro, mientras su cuerpo se comenzaba a convulsionar sobre él.
Las oleadas de placer la azotaron con fuerza en el mismo momento en que Draco aumentaba su ritmo -si fuera posible- y elevó sus caderas de forma inconsciente para recibirlo, sin reparar en que, de esa forma, era más vulnerable a los ardientes avances de los dedos invisibles. Hundió su rostro en su cuello, ahora mordiéndose el labio, pero una mano cálida y áspera la obligó a alzar la mirada.
Luego de una fugaz mirada que no supo descifrar, la lengua seductora del rubio recorrió con lentitud su labio inferior, con los ojos fijos en él, haciéndole temblar y dejando un rastro de ardiente humedad en él. Agitada como estaba, se sorprendió a si misma separando sus labios con suavidad, sólo para ser asaltada por la apasionada boca del mayor, que no tardó en tomarla por la nuca y profundizar el beso con su lengua.
Entre gemidos, jadeos y sus lenguas, aquel desastre húmedo y necesitado no podía llamarse beso, pero era lo más cercano que podrían conseguir mientras su vientre se contraía ansioso y su cuerpo entero dejaba de actuar como si le perteneciera, como si en verdad no poseyera uno de los cerebros más sublimes de muchas generaciones mágicas y muggles y no fuera más que una masa temblorosa de nervios orgásmicos.
Mordió el labio inferior del rubio sin querer cuando un fuerte espasmo le hizo tensarse y su cuerpo volvió a tratar de arquearse. Las manos de Draco no se lo permitieron y, en lugar de poder ocultarse con dignidad, tuvo que enfrentar los ojos dilatados y ardientes del rubio, respirar su cálida y agitada respiración sobre su rostro mientras el orgasmo hacía que sus piernas temblaran junto a su masculina cadera y su interior se contrajera con fuerza. Cortos gemidos escapaban de ella a causa de su escaso aliento, y su cabeza comenzó a dar vueltas cuando, por culpa del movimiento incesante de las caderas del otro, un segundo orgasmo la obligó a pegar su cabeza a su pecho duro y sollozar de placer.
Cuando Draco volvió a girar y la dejó sobre el colchón, se sorprendió a sí misma al arquear su espalda y abrir sus piernas sin pudor para acogerlo, siempre con los músculos tensos y su cuerpo apenas logrando mantener un leve movimiento de caderas que nada podía hacer frente a la potencia del rubio.
Cuando llegó al cuarto orgasmo, realmente sintió que se iba a desmayar, pero ello no fue óbice para que una sonrisa de satisfacción la abordara mientras sentía las manos de Draco recorrerla con firmeza y caballerocidad a la vez, acariciándola en lugares clave, mientras los dedos mágicos acompañaban sus movimientos. En un último ataque de vigorosidad, aferró sus uñas a las blancas sábanas, edredón, colchón, o lo que fuera sobre lo que estaba recostada, y alzó las caderas para él.
Un quinto clímax, potente y casi doloroso, la obligó a soltar un agudo grito de placer, acompañado por uno más ronco por parte del rubio. Su tenso cuerpo se estremeció cuando sintió algo espeso, cálido y ajeno llenar su interior, y sus brazos envolvieron el cálido cuerpo de Draco cuando se dejó caer suavemente sobre ella. Le sintió tenso sobre sí mientras se vaciaba, profundo en su interior; alguna parte de su cerebro afirmaba que le debería enfurecer, o como mínimo molestar que no se hubiera alejado de ella mientras eyaculaba, pero la mayor parte de su mente sólo podía afirmar que se hubiera vuelto loca si lo hubiera hecho, y que adoraba la sensación de su cuerpo presionándola de aquella forma.
El cuerpo de Draco se relajó unos segundos antes de ella, pasado casi un minuto, y una vez estabilizada su respiración echó mano de sus escasas fuerzas para separarse con gentileza y recostarse junto a su cuerpo aún agitado.
Se sintió dolorosamente vacía sin Draco, pero halló consuelo cuando él la envolvió con sus brazos y, para su sorpresa, la estrechó contra su pecho con ternura. No pudo evitar esbozar secretamente una sonrisa boba al sentir como sus labios dejaban un delicado beso sobre su frente perlada por el sudor.
–Si no te casas conmigo, juro que voy a perseguir a todos los hombres que se te acerquen y voy a realizarles una imperdonable– murmuró, cerrando los ojos y usando su brazo como almohada. Sonrió cuando sintió el tibio cuerpo de la castaña presionarse sobre su costado.
–¿Eso es un halago o debería avisar en el Ministerio que tengo un acosador detrás de mi?– preguntó, risueña, mientras comanzaba a dibujar círculos imaginarios sobre el pectoral izquierdo del rubio. Su pecho se agitó por una risa contenida.
–Mucho me temo que ni siquiera el Ministerio podría alejarme de ti ahora, preciosa– declaró, llenó de convicción, mientras tomaba la mano sobre su pecho con la suya y la guiaba hasta sus labios, depositando un suave beso sobre su muñeca interna. Hermiome bajó la vista, tratando de ocultar la sonrira de infantil felicidad que esas palabras despertaron en ella.
Se giró hacia ella para verla una vez más, con las mejillas aún arreboladas, los labios hinchados curvados en una sonrisa y el cabello más azorado que nunca. Era tan hermosa y auténtica, nunca tratando de ser alguien que no era, tan sincera y transparente... Tan diferente a él y lo que alguna vez fue.
Obviamente, había muchas cosas que le encantaban de ella, su fidelidad a sí misma y su espontaneidad, su humor, su inteligencia, sus ganas de matarlo muchas veces y sus rabietas; también era obvio que había mucho más de ella por descubrir con el tiempo, pero con ese anillo que adornaba su dedo, estaba por seguro de que les sobraría para conocerse y enamorarse aún más.
Recordando el anillo, se colocó de costado, soportando el peso de su cuerpo con su codo, y buscó la mano izquierda de la castaña, alzándola frente a sus ojos y apreciando, como si fuera lo más sublime en el mundo, la forma en que la fina argolla plateada abrazaba la piel de su dedo anular, y como lucía en su mano en general... Perfecto, como él había pensado.
Sus ojos castaños vieron embobados las facciones casi infantiles de curiosidad y expectación en el rostro del rubio, antes de caer sobre la pieza de joyería en su dedo.
Realmente, era la primera vez que reparaba en el anillo como era debido.
Era de un plateado impoluto y brillante, con delicados grabados que asemejaban suaves rombos a lo largo de la circunferencia, exceptuando la parte que correspondía a la cima de la joya, donde una bellísima piedra de un verde jade pulida estaba incrustada en la cabeza de una serpiente.
Se ruborizó al percatarse de ese detalle, y decidió sacar el anillo de su dedo para apreciarlo mejor. La cola se enroscaba de nuevo en el cuerpo, de modo que la circunferencia tenía un suave relieve en la parte trasera, los rombos se veían con claridad como escamas, y la notoria cabeza del reptil estaba incrustada en diminutas piedritas blanquecinas que rodeaban la color esmeralda.
Sabía del dinero que Draco poseía, pero aún así, no quería atreverse a pensar que esos eran diamantes y una esmeralda real, o iba a desmayarse.
Cuando iba a decir alguna cosa que aún no había pensado, Draco se removió un poco, buscando sobre la cama alguna cosa, y Hermione se sorprendió al verle sacar de su olvidada camisa una cajita similar a la que le había dado a ella.
Cuando se volvió a recostar junto a ella y le entregó la caja de aterciopelada textura, no pudo evitar escrutar su sonrisa con cierto recelo por un momento, preguntándose de que se trataría, aunque ya lo supiera. Draco empujó la caja en sus dedos con la impaciencia de un niño, y no pudo evitar reír por ello mientras la tomaba.
Risa que murió en el mismo instante en que abrió la caja, y nuevamente los fantasmas del absurdo apego material volvieron a golpearla en su alma, corazón y triste bolsillo.
En el interior de la caja reposaba un anillo dorado ciertamente más masculino que el suyo, con la cabeza de un león en la cima, cuyas fauces estaban abiertas y sus colmillos sostenían con firmeza una piedra rojo sangre, que resplandecía ante cualquier breve destello de luz por las velas y los rayos.
La melena del león dorado, con forma casi estrellada, tenía breves laminas del mismo color rojo recorriendo algunos mechones, dándole una apariencia curiosamente delicada al poderoso animal, muy probablemente de la misma gema que éste sostenía en su boca.
Ella lo interrogó con la mirada, algo confundida.
–Sencillamente, un Malfoy nunca puede dejar de ser extravagante– comentó como al pasar, con una sonrisa de falsa inocencia, antes de retirar su anillo de la caja y entregárselo. Hermione comprobó que era algo más pesado que el suyo–. Lee el interior.
La castaña alzó una ceja, intrigada, antes de erguirse, usando el cabecero como respaldo, e inclinar ambas argollas en un ángulo donde la luz favoreciera su lectura.
Dentro de las pequeñas diademas, había unas letras escritas con elaborada y hermosa letra cursiva. Entornó sus ojos para ver mejor.
En el anillo de Draco estaba una famosa frase que no tardó en interpretar.
"Veni, Vidi, Vici"
"Vine, Vi, Conquiste"
Hermione alzó la mirada, interrogando a Draco con ella. La sonrisa avergonzada y el leve sonrojo que inundó sus pómulos masculinos la desconcertaron un poco más que las palabras en su anillo.
–Es lo que hiciste con mi corazón– confesó, horrorizado de ser el responsable de tal cursilería, mientras alejaba la mirada de la expresión pasmada de la castaña–. Llegaste, viste lo peor y lo mejor, y lo conquistaste... Y espero no tener que explicarlo nunca más en mi vida o me voy a hacer un Avada.
La risa que soltó la joven le hizo suspirar de alivió, más se sorprendió al sentirla inclinarse hacia él y depositar un suave beso en su mejilla. Giró a verla, aún preso del estupor, y ella aprovechó a robarle un casto beso en los labios. Cuando se alejó, pudo ver sus mejillas tan rojas como hace unos minutos, y un encantador brillo de alegría llenar sus hermosos ojos dorados.
Sonrió de medio lado, enternecido, antes de inclinarse a dar un pequeño beso en sus suaves labios, un poco más largo pero igual de inocente que el anterior.
Dio otro suave beso en el puente de su nariz, sintiendo sus largas pestañas hacer cosquillas en su labio, antes de alejarse y dejar que ella colocara su anillo en su anular izquierdo. Por algún motivo, ese sencillo acto lo llenó de algarabía, y colocó un brazo sobre sus hombros, apegándola a él.
–Sigue leyendo– le instó on dulzura, y Hermione concentró su atención en su plateado anillo.
"Unum ad Alterum"
"Uno a otro"
Estaba familiarizada con el latín por causa de sus clases y los hechizos, pero lo cierto es que no estaba familiarizada con la frase que rezaba el interior de su anillo.
Se fijó en su prometido, dudosa.
–¿Es porqué somos el uno para el otro?– preguntó, curiosa, mientras sentía como la mano de Draco comenzaba a dar lentas caricias sobre su brazo.
Sonrió con diversión, y Hermione supo que eso no significaba nada bueno.
–Algo un poco más romántico.
Frunciendo el ceño, volvió a fijarse en el anillo, concentrando todo su ingenio en encontrarle algún significado a esas tres sencillas palabras.
Cuando una idea vino a su mente, estuvo a punto de gemir y golpearse la frente con la palma.
–Draco, si me dices que esto quiere decir "Una cosa llevó a la otra" tendré que golpearte, amor.
La carcajada que soltó el rubio resonó en la habitación con la claridad de una melodía y la fuerza de un trueno, erizándole la piel en el acto. Le fulminó con la mirada un segundo antes de echarse a reír con él por la ocurrencia.
–Vamos, Preciosa, me merezco crédito por la creatividad– comentó, aún entre risas, mientras dejaba un veloz beso sobre su rojiza mejilla–. Dígalo, profesora, "Cincuenta puntos para Slytherin". No va a matarla.
Ella negó con la cabeza, sonriendo divertida.
–Mi moral me impide decirlo, lo siento– comentó, alzando el anillo frente a sus ojos, inspeccionándolo otra vez.
Él sonrió con cierta picardía, tomando el anillo y volviendo a colocarlo en el pequeño dedo de su futura esposa -eso sonaba malditamente bien en su fuero interno-, antes de inclinarse sobre ella y apoderarse de sus labios sin medir palabras.
Podía sentir la sorpresa y extrañeza en los lentos movimientos de sus labios, movimientos torpes que ocultaban una gran habilidad para besar. Algo que acababa de comprobar hace sólo unos momentos. El simple recuerdo de la lengua de Hermione contra la suya le encendía de una forma que nunca hubiera esperado.
Cuando se separó, ella le observaba con cierto recelo que se le antojaba inocente, y aún así tomó su rostro con dulzura, acariciando su mentón con una suavidad que le resultó enternecedora.
¿Cómo podía ser tan inocente y tierna cuando hace unos minutos le enseñó toda la pasión que una leona podía contener?
Se inclinó sobre su cuello, recorriéndolo con la punta de su nariz, sonriendo con regocijo cuando se estremeció sobre las sábanas desarregladas y dejó que la volviera a depositar sobre ellas.
Oyó su suave suspiro cuando mordió con gentileza su cuello, antes de alzarse hasta su oído y exhalar su cálido aliento sobre él. Ella tembló.
–En ese caso, se me ocurre otro sistema más apegado a su moral para recompensarme, profesora– susurró, y una sonrisa depredadora se extendió por sus labios cuando su cuerpo se tensó debajo de él. Bajó hasta su clavícula y dejó un húmedo sendero sobre el hueco que allí se hallaba con su lengua –¿Qué opinas, profesora? ¿Lista para otra ronda?
Hermione hipó, en shock.
–¿Q-Qué?


Las gotas de agua caliente ayudaban gratamente a que sus músculos se relajaran luego del extenuante ejercicio de la noche anterior.
Nunca había sido una mujer presisamente atlética, si su cuerpo era esbelto se debía completamente a la gloriosa genética de su madre, así que había sido una sorpresa interesante el que hubiera estado a la altura de la noche anterior.
Se ruborizó ante los recuerdos que la asaltaron, y se esforzó por despejarse de ellos con una sacudida de su cabeza. Era absurdo, pero útil.
Era absurdo, también, que se avergonzará de lo que había hecho. No se sentía sucia o impura, menos se arrepentía, pero no podía evitar sentirse apenada, aún cuando miles de veces había fantaseado y escrito sobre situaciones sexuales, pero suponía que la virginidad era algo que se iba de a poco.
Era curioso como algunas cosas tardaban en desaparecer, como el nerviosismo a la idea de mostrarse desnuda frente al hombre que dormía profundamente al otro lado de la puerta, pero a otras se adaptaban fácilmente a en unas pocas horas. Por ejemplo, luego de una noche con él, su dedo se sentía extraño ante la ausencia del anillo de serpiente en él. Se lo había sacado para bañarse, temiendo arruinarlo, y se sentía como si se hubiera quitado la mano entera... Aunque era algo propensa a exagerar últimamente.
Oyó, a pesar del agua y sus manos retirando el acondicionador de jazmín de su cabeza -la noche anterior ameritaba otra lavada de cabello-, un maullido al otro lado de la puerta. Obviamente, Neptuno no consideraba que la copiosa cantidad de carne picada que le había dado a penas despertar fuera suficiente para compensar la forma tan desconsiderada en que había sido ignorado la noche anterior. Sonrió con diversión y siguió enjuagándose el cabello, tomándose su tiempo para relajarse. Luego le daría más comida.
Sonrió, aislada del mundo, disfrutando de las gotas recorrer su cuerpo y relajar sus músculos, mientras el sonido de éstas contra el suelo le recordaban la lluvia que caía del otro lado de la ventana. Los roces efímeros del agua eran lo mejor en sus mañanas.
Aunque esa mano que comenzaba a ascender por su pierna no tenía nada de efímero.
Tuvo un leve sobresalto, antes de que unos cálidos labios comenzaran a recorrer la piel de su nuca que estaba libre de cabello con sensual lentitud, riendo sobre ella.
–Creí que ya no me temías – susurró con voz ronca y sensual, envolviendo su vientre con el brazo cuya mano había acariciado su pierna, acercándola a su cuerpo sin llegar a tocarse.
Ella sonrió con picardía, tomando el jabón en un compartimiento frente a ella y comenzando a recorrer su piel con él.
–Lamento decepcionarte, pero nunca te temí a ti– aclaró, tallando relajadamente su brazo con la pastilla de jabón.
Draco comenzó a recorrer su cuello con los labios, apenas rozandola en algunas partes y dejando profundos besos en otras, causando que Hermione suspirara y la mano que sostenía el jabón se congelara en su vientre.
–Con sinceridad, eso me llena de felicidad, hermosa– murmuró, apoderándose del jabón en su mano, causando que ella diera un suave respingo cuando comenzó a recorrer con él su cintura y vientre. Su cuerpo no tardó en llenarse de cosquilleos ante los recuerdos de aquellos habilidosos dedos la noche anterior. Nerviosa como estaba al notar la completa desnudez de ambos, dejó sus brazos colgar a sus lados, sin saber que hacer con sus manos.
La mano libre del rubio recorrió con lentitud su espalda baja, seductora, antes de tomar con dulzura su cadera y, en un firme movimiento, hacer que se girara hasta estar de frente a él. Ella misma se asombró de su docilidad y timidez. ¿Cuando ella había actuado así antes?
Lo dicho: En ella, la virginidad se iría de a poco.
–Con esta luz si puedo apreciar tu belleza, Hermione– murmuró, con voz ronca, y ella se obligó a alzar la mirada, a pesar de su pena, para enfrentarlo. Sus ojos mostraban el mismo calor y deseo, combinados con la ternura y el amor, que habían mostrado la noche anterior, y a pesar de saber que debía estar mortificada por el comentario, no pudo evitar regodearse en las palabras tan claramente sinceras de su prometido.
Sonrió con algo de timidez, y él le devolvió una sonrisa algo más pícara. Cuando se inclinó para darle un beso, no se negó y abrió sus labios para aceptarlo.
Su boca sabía a menta y su aliento era fresco, así que no dudó que hubiera realizado algún hechizo de higiene antes de entrar allí. A pesar de vivir exitosamente entre muggles y aceptar varias de sus costumbres, Draco había vivido toda su vida rodeado por la magia, y solía hacer trampa en algunas cosas.
Dejó de pensar en ello cuando sus largos y resbalosos dedos rozaron uno de sus inhiestos pezones, enviando un delicioso hormigueo de excitación por su cuerpo y haciendo que se apartara un poco para suspirar.
–¿Alguna vez te dije cuanto me encanta este olor a jazmín que tienes?– susurró cerca de sus labios, viéndola a los ojos y disfrutando de verla estremecerse, de seguro por la gravedad de su voz.
Ella sonrió, algo apenada por el comentario, antes de aceptar que él la estrechara entre sus brazos y la pegara contra su cuerpo. Hizo todo cuanto estuvo en su poder por ignorar la rigidez de su miembro sobre su vientre.
–¿No crees que es un poco cruel el estar acosándome tan temprano? No sé si recuerdas que no era precisamente la chica más atlética del colegio. Me estás exigiendo más que nadie antes– comentó, divertida, mientras envolvía con sus brazos el ancho cuello y hombros del joven hombre. Éste sonrió, para nada avergonzado de sus intensiones.
–Por favor, ni que hubieras sufrido una tortura. Espero no haber estado tan mal al menos– bromeó, inclinando su rostro para dejar un pequeño beso sobre esos labios rozagantes. Llevó la pastilla de jabón a su espalda, notando como, luego de unas cuantas caricias, su cuerpo estaba más relajado–. Además, estaría cobrando por la forma tan malvada en que me despreciaste anoche.
El rubio hizo un teatral gesto de ofensa, ante lo que ella se echó a reír de buena gana.
–En realidad no creías que aceptaría luego de la primera ronda, ¿No?– preguntó, burlona. Él se encogió de hombros, desenfadado.
–Yo no, pero por tu cara de espanto, cualquiera hubiera creído que te habían sentenciado al beso del dementor, ¿Sabes?.
Esta vez fue el turno de Hermione de hacer una mueca, algo apenada, y Draco no pudo evitar echarse a reír ante tal gesto.
–Bien, tal vez me lo creí un poco– admitió, avergonzada, antes de sonreír con picardía–. Aunque no tendría problema en recompensar tu creatividad en este momento, señor Malfoy.
Ante el comentario, el rubio se estremeció de pura excitación, dejado caer el jabón y abriendo los ojos ampliamente. Hermione se echó a reír entre dientes, antes de ser acallada por los labios del mayor.
–¿Sabes? No me lo vas a creer, pero juraría haber visto una gigantesca bañera aquí junto que sería perfecta para demostrarte mi creatividad– admitió a boca jarro, y Hermione se echó a reír cuando la tomó entre sus brazos con toda la intención de llevarla hasta la mencionada tina.
–¡Alto, alto!– exclamó entre risas, tomando con suavidad el rostro del rubio, obligándole a mirarla a los ojos. Le dio un pequeño beso en la punta de la nariz, y él estuvo completamente centrado en ella de inmediato–. Ve despacio, Draco– susurró, acariciando su firme mentón y ruborizándose levemente. La mirada apenada del rubio se le hizo mortalmente enternecedora–. Una cosa a la vez... Por ahora, nunca he hecho el amor en una ducha.
La sorpresa volvió a relucir en los ojos color plata, antes de que sonriera con picardía, acercándose a ella con renovados aires seductores.
–Lo que me trae una duda a la mente– confesó, colocando un mechón de húmedo cabello detrás de su oreja, mientras acercaba su rostro al suyo–¿Nunca has hecho el amor escuchando a Pavarotti?
Hermione alzó una ceja, curiosa y extrañada, a la vez que algo molesta. ¿Y esa pregunta de la nada?
–Nunca he tenido sexo hasta esta noche, Malfoy.
No estuvo segura si la sonrisa divertida que esbozó el rubio le pareció sensual o despertó deseos de golpearlo, tal vez una mezcla.
–Bien, eso encabezara la lista– comentó, tomando el suave cuerpo de la castaña entre sus manos y estrechándola contra su cuerpo, hundiendo su nariz en su cabello empapado y olisqueando su exquisito aroma.
Ese comentario despertó la curiosidad de Hermione, quien enarcó nuevamente una ceja, intrigada.
–¿Lista?– oyó a Draco asentir con un sonido gutural, antes de morder suavemente su cuello, provocando que diera un pequeño suspiro de placer –¿Qué lista?
Sintió sus labios curvarse en una sonrisa contra su piel y cuando se separó y tuvo sus ojos dilatados, pícaros y hambrientos frente a los suyos, supo que se arrepentiría de haber hecho la pregunta.
–La lista de cosas por hacer cuando te haga el amor– murmuró, con voz ronca y sensual–. A riesgo de despertar unos celos homicidas en ti, he de decir que es una experiencia sensorial sublime... Aunque, cualquier cosa que te involucre, amor, estoy seguro de que será sublime– susurró, antes de inclinarse sobre ella y apoderarse lentamente de su boca, disfrutando de besarla y provocar respuestas en ella. Con calma y ternura, a la vez que hambre y pasión.
Hermione dudó por un instante entre molestarse o no, pero acabó por suspirar y aceptar el tierno beso de Draco, llevando sus manos hasta su torso, acariciando su cuello y hombros lentamente, con dulzura y besándolo sin prisa.
Tenían todo el tiempo del mundo, después de todo.


Bien, eso es todo. Muchas gracias por haber leído y comentado. Espero que disfruten esta tercera y última parte.

Besos y Abrazos

Mangetsu Youkai.