Los personajes y los Juegos son de Collins. Empecé esto para un amigo invisible que nunca llegué a entregar, fatal por mí. Ahora trataré de ir actualizándolo tanto como me sea posible. Son Madge y Gale en la Arena.
Uno más uno (capítulo 1)
La Arena es muy fea ese año, descolorida, como si estuviera gastada por el uso. Pocas plantas, suelos áridos y escasez de agua. Gale jamás ha visto un paisaje así de desolado, sin tener en cuenta la Veta. Lleva allí encerrado un par de días y aún no se ha topado con el inconveniente de tener que matar a nadie para aguantar vivo. Pero llegará el momento, lo tiene bien aprendido.
Al menos pudo decirle adiós a Katniss con un beso. Después de tanto tiempo deseándolo se armó de valor para llevarse algo que recordar en la Arena, en la ostentosa sala de las despedidas del palacio de Justicia del Distrito 12. Para su sorpresa ella respondió con ganas, de manera inexperta, pero con la boca entreabierta y la lengua y los labios suaves y cálidos. Sin embargo, en el estadio la muerte lo eclipsa todo y ya ni siquiera sabe lo que siente al respecto de aquel beso. Siente muchas cosas, quiere muchas cosas, lo quiere todo en realidad. Sobrevivir, ganar, volver a verla a ella y a su familia. Acabar con los problemas que han arrastrado hasta ahora y que siempre tengan todos ellos algo que comer. Pero también quiere hacer algo por Madge, a quien no ha visto desde que les encerraron en esa madriguera con trampa para que se mataran los unos a los otros. No tiene nada claro si que su vida siga existiendo a costa de la de ella merece la pena y se debate entre pensamientos del tipo: si ambos llegaran al final, ¿sería capaz? Lo mejor, desde luego, sería que ella no llegara al final. Sin embargo desea que lo haga. Desea encontrarla y protegerla y luego ayudarla a ganar; le resulta inconcebible que ella muera.
Así que mal vamos, piensa Gale. Muy muy mal.
Se concentra en preparar la trampa. Tener las manos ocupadas le va bien, los pensamientos le sacuden con menor fuerza la cabeza. Supone que las trampas pueden ser un rastro a seguir para los profesionales, pero sinceramente, le da igual; va a tener que toparse con ellos tarde o temprano; y aunque prefiere que sea tarde, ya se ha hecho a la idea. Solo espera que Madge no se tope con ellos. Parece imposible, ¿verdad? ¿Para qué iban a querer a una cría del 12 sin idea de cazar y menos de matar? Pero se dio cuenta de cómo la miraba Cato. Madge es muy bonita, sería imposible no apreciarlo hasta para una mala bestia como él. En realidad se dio cuenta de cómo la miraba todo el mundo, incluso Caesar Flickerman, incluso el presidente Snow, sin poder apartar la vista mientras permanecían subidos en las carrozas. Está seguro de que en quien tenía la vista clavada era en ella. Ni siquiera es capaz de reprochárselo: Madge estaba impresionante ese día, parecía una diosa, era imposible no mirarla.
Tiene un mal pálpito.
Escucha pisadas a lo lejos. A pesar de la distancia, forman un verdadero estruendo; está claro que sus dueños no están especialmente interesados en ser cuidadosos o no ser oídos. Gale se encarama con facilidad a un árbol. No trepa como una ardilla, como lo habría hecho Katniss, pero es muy ágil a pesar de su casi metro noventa. Voces graves o chillonas se entremezclan con una risa suave y dulce y teme que sus peores presagios se hayan hecho realidad. Ella se encuentra en el grupo. ¿Por qué no hizo nada por evitarlo cuando estaba a tiempo? ¿Y Madge, en qué está pensando? La utilizarán, prefiere no imaginar de qué manera, y luego la matarán de la forma más cruel.
Mientras tanto, Snow se relame frente a la proyección privada de su salón. Esa niña le tiene sorbido el seso. Primero tendrá que ganar. Ya ha dado las órdenes oportunas para ello, luego no será difícil manipularla para que acceda a lo que quiera hacer con ella. Se siente impresionado y un poco avergonzado de sí mismo, como si fuera un adolescente otra vez. La vio desfilar, la escuchó hablar y fue suficiente. Pensaba que no habría nada que le hiciera despertar… ahí abajo. Que no volvería a sentir deseo otra vez, pero lo hace y es apabullante. Conecta el interfono y da una nueva orden a su Vigilante jefe. Quiere que le pongan las cosas fáciles a Madge Undersee. Que provoquen una inundación, un terremoto, algo de lo que solamente ella salga ilesa. No puede esperar, no soporta la idea de que todo el país la esté mirando y pensando lo mismo que él piensa en esos momentos. Parece tan recatada… Seguro que es virgen. Le encantará solucionarle ese problema. No puede esperar.
Madge lo ha visto, lo cual parece imposible. No se ha movido, no ha hecho un ruido, sabe bien como ser completamente silencioso. Pero ella lo ha visto. Los profesionales avanzan, ella se queda rezagada, fingiendo distraerse con un puñado de bayas resecas.
—Déjalas, rubia, son venenosas —le chilla Cato desde la distancia—. Y no te alejes.
Gale se sorprende con la advertencia. Tal vez quieran mantenerla con vida, tal vez esté segura con ellos. Pero es imposible estar segura allí dentro y tiene la certeza de que encontrar la muerte junto a los profesionales no garantiza el mejor final posible.
—Un momento —responde Madge—. Necesito… Estar sola un minuto. Ya sabes, las chicas a veces necesitamos un poco de intimidad.
Cato la mira con desconfianza, aunque acaba dando su beneplácito con un asentimiento de cabeza. Gira al frente y sigue andando. Madge ahora se encuentra justo debajo de él. Gale es una tumba, continúa sin dar señales de vida, mimetizado entre las ramas. Ella le mira. Gale quiere decirle que no les siga. Quiere decirle que intente escapar, que se esconda, que más tarde él va a encontrarla, pero sabe que el rebaño profesional continúa demasiado cerca como para usar palabras. Intenta hacérselo saber con una mirada, con un movimiento de cabeza, pero ella claro… ella no es Katniss. Ella no es capaz de entenderlo de esa forma, así que suelta un suspiro, resignado y… decide saltar. Hay al menos seis metros hasta el suelo, pero se lanza. Está a punto de aterrizar sobre ella y hacerla papilla, aunque consigue esquivar a la rubia en el último momento. Da un traspié y sin dejar que su cuerpo pierda el impulso agarra al Madge de la chaqueta del uniforme, tira de ella y corre. Por suerte ella le sigue. Y para su sorpresa, es bastante rápida.
Se detienen en uno de los muchos claros que hay en la Arena. No por gusto: ambos están sin aliento, Madge más que Gale. Ambos preferirían quedare escondidos tras algún tipo de parapeto, pero es imposible: la Arena de este año resulta un paisaje de lo más desolador. Gale se dobla y reposa las manos sobre las rodillas, tratando de recuperar el aire. Madge, por su parte, cae directa al suelo, se expande de brazos y piernas y cierra los ojos. Gale desplaza los suyos hacia el cuerpo de ella, perfecto, proporcionado. Debe ser cuestión de herencia. No recuerda a su madre, pero el alcalde tiene buen porte, es alto y espigado igual que Madge. Y ella es clavadita a su tía en cuanto a facciones y color de ojos y pelo. No recuerda a su madre pero a su tía, Maysilee Donner sí. Han visto reposiciones de sus Juegos, que fueron los mismos que los de Haymitch. Madge aguantó frente a la pantalla haciendo de tripas corazón, con los puños apretados y alguna que otra lágrima desperdigada por sus mejillas. Gale solo espera, desea, que Madge no termine igual. Lo cual no permite un destino muy alentador para sí mismo. Aún le quedan días para pensar en algo. De momento, se conforma con tenerla cerca, vigilada, más adelante pensará como resolver el problema. Y menudo problema. Se juega una vida en ello.
Madge le observa intrigada. Como de costumbre, no puede apartar la vista de él. Debe de resultar una escena curiosa para el espectador en esos momentos, Gale mirándola, ella mirando a Gale. Incluso podría dar una impresión incorrecta. La verdad es que no iría por tan mal camino el ignorante espectador, al menos en su caso. Siempre ha encontrado algo peligroso y cautivador en la mirada del cazador, cada vez que lo ha visto. Cada vez que él se ha presentado en su casa con un puñado de fresas. Pero Madge conoce la historia, o al menos la intuye. Madge ha comprobado la forma en la que él mira a Katniss, la manera en que la trata, el modo en que la toca. Por eso a pesar del momento, a pesar de ese intercambio del presente, Madge sabe lo que hay. Y en cualquier caso, ya no importa. Los dos están condenados. No obstante, si alguien tiene que vivir, si el destino decide que uno de los dos puede volver con los suyos, Madge desea con todas sus fuerzas que sea él.
Gale le tiende una mano para ayudarla a incorporarse. E inevitablemente, a pesar de todo, del lugar, de las circunstancias. No puede evitarlo. Sin apartar los ojos de él, le sonríe. Lo más curioso es que la boca de Gale parece sonreír también. Es de locos, pero está ahí y a Madge el corazón le retumba en el pecho con más fuerza que cuando se enteró de que iría a la Arena. Se siente fatal. Con la muerte pisándoles los talones y ella pensando en semejante idiotez. Está para que la encierren.
—Bueno, ¿y ahora qué? —pregunta Madge.
—Ahora buscamos un buen lugar en el que escondernos. Luego trazaremos un plan —responde Gale.
No tardan en encontrar el sitio en cuestión. Tampoco es que hubiera mucho donde elegir, dado el poco esmero que han puesto los Vigilantes este año al diseñar la arena. No es una cueva exactamente, más bien se trata de un agujero en el suelo, una madriguera de las grandes dentro de la cual tienen que deslizarse con las cuerdas que Gale recogió en la Cornucopia, colocadas como si fueran arnés. Gale prefiere pensar que se trate de un curso de agua que se ha secado antes de admitir lo obvio: es la guarida de alguna bestia. Pero en la superficie están expuestos, ¿Qué otra solución les queda?
—Espero que no te importe mucho mancharte —le dice Gale a Madge mientras descienden.
—¿Por quién me has tomado? —replica Madge con evidente mala cara.
—Por la hija del Alcalde —dice Gale
A lo cual Madge no responde, lo que da por concluida la conversación. Aunque Madge se queda con las ganas de decirle unas cuantas cosas más, como que no es ninguna remilgada, ni una sosa, ni una damisela en apuros, ya puestos. Y que se las estaba apañando bastante bien antes de que se cruzara en su camino. Y que tiene unas grandes dotes para la interpretación, aunque ni siquiera ella lo supiera antes de verse obligada a juntarse con los profesionales.
Después de haber descansado, separados ambos por una distancia prudencial, todo lo que les permite el reducido espacio, llega la parte en la que hay que trazar un plan para intentar mantenerse vivo el mayor tiempo posible.
—Tú te quedas aquí metida y yo salgo a buscar comida y líquido. Te traeré un parte pormenorizado de lo que ocurre allí arriba cada vez, para que no te pierdas nada, ¿qué te parece? Bien, supongo—propone Gale.
Como era de esperar, Madge no encuentra para nada satisfactoria su propuesta.
—Ni de coña—exclama indignada—, ¿pero por quién me has tomado?
—Por la hija del alcalde —vuelve a responder Gale.
Mientras siguen tan entretenidos en su acalorada discusión, un paracaídas plateado se introduce desde el cielo en su agujero. Directamente en su agujero (menuda puntería). Madge va a cogerlo, pero Gale la detiene.
—No lo toques, podría ser una trampa.
—No digas idioteces, es un regalo de Haymitch —replica Madge, que ya tiene la base del paracaídas entre las manos y se dispone a abrirlo. Lo que encuentra dentro no es otra cosa que un papelito doblado en cuatro. Madge deshace los pliegues con cuidado ante la atenta mirada de Gale.
—¿Qué coño es eso? —quiere saber Gale al descubrir su contenido, un entramado de líneas y símbolos que carecen de significado para ellos.
—Te importaría hablar un poco mejor —le reprende Madge—. No sé si aquí dentro habrá cámaras, pero ten por seguro que nos estará escuchando todo el país. No es necesario que sueltes injurias por la boca todo el tiempo.
—Dame eso, pequeña hipócrita —pide Gale, pero arranca el papel de sus manos sin la menor delicadeza—. ¿Así que tú puedes decir coña, pero yo coño no? Menuda estás hecha…
Madge no tiene nada que decir a eso. Se inclina hacia Gale para seguir tratando de descifrar el extraño mapa a la luz de la cerilla que sostiene Gale. La luz de fuera ya ha desaparecido y se encuentran sumidos casi en la penumbra… Espera. Eso es, se trata de un mapa. Un mapa de la arena. La cruz grande tiene que ser la Cornucopia, sin duda.
Feliz ante la súbita revelación, Madge medita si decírselo de inmediato a Gale o dejarlo que se retuerza los sesos un rato más. Lo cierto es que resulta muy mono con el ceño así de fruncido y esa cara de concentración. El ceño fruncido lo mantiene casi siempre, menos cuando sonríe, porque cuando sonríe es como si…
—Es un mapa de la Arena —anuncia Gale.
—Mierda —dice Madge. Y lo dice en voz alta, se le ha escapado. Adiós a pasarle por las narices su clara inteligencia femenina superior.
—Esa boquita —susurra Gale sonriéndola. Y qué sonrisa. Madge empieza a pensar que como se dedique a sonreírla de esa manera muy a menudo no podrá resistirlo mucho tiempo. Empieza a creer que se encontraba más segura con los profesionales. Al menos más protegida, de sí misma