Disclaimer: Los personajes no me pertenecen a mí, sino a Sir Arthur Conan Doyle y a la BBC. Los utilizo simplemente con fin de entretenimiento y sin ánimo de lucro. Es puro entretenimiento.
N/A: ¡Este fic es un regalo de cumpleaños para mí queridísima Nessa! Basado en una adaptación de su prompt ENE50 del topic de cumpleaños de enero del foro "I am sherlocked". Un abrazo enorme querida.
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Para Nessa, con cariño...
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"Deseo, deseo…"
Capitulo 9
Greg y Mycroft compartían el sofá principal. Ambos miraban insistentemente de la puerta hacia Sherlock. Este llevaba demasiado tiempo sin moverse de aquella posición, demasiado pensativo como para darse cuenta de sus miradas preocupadas. Hacía unos minutos que el sonido del timbre de la puerta principal había roto el silencio del lugar. Ninguno de los presentes hizo movimiento alguno cuando eso ocurrió, pues los pasos de la señora Hudson fueron fácilmente escuchados acudiendo a atender a quien quiera que fuese; pese a ello habían estado al pendiente de qué ocurría allí abajo, como esperando algún tipo de noticia. Tan solo se escuchó un leve cuchicheo, palabras inaudibles desde allí.
Greg había dejado de buscar información inútil de cómo regresar a John a su estado, ahora andaba al pendiente de los informes de sus compañeros. Lógicamente ahora sí había dado parte de la desaparición del bebé, y aunque en un primer momento el agente que lo atendió pensó que era una broma, no tardó en organizar un equipo de búsqueda.
Finalmente la mujer subió con una bandeja en las manos. Greg la miró e hizo ademán de ayudarla, pero ella negó con una sonrisa cansada a la que Greg contestó de igual forma, olvidándose en el proceso de preguntar sobre quién había llamado.
—He pensado que a todos les vendría bien un té, queridos — Acto seguido puso una taza en las manos de Greg y Mycroft no tardó en tener la suya entre las manos, junto con un par de galletitas en el plato. Martha puso las manos sobre sus caderas y suspiro agotada, estaba claro que ella tampoco había podido descansar.
—Uhm, gracias…—dijo Mycroft mirando las galletitas, ¿por qué era él el único con galletitas? — no era necesario.
—Oh, ya, ya… tómenlo antes de que se enfríe, sería una pena — la mujer hizo una cara que bien se ganó que ambos hombres comenzaran inmediatamente a beber —y usted, señorito Holmes, aquí tiene uno preparado con mucho cariño, no será capaz de no tomarlo, ¿cierto? — Sherlock no pudo evitar sonreír ante aquello y si los presentes se hubieran fijado bien en él, habrían sido capaz de ver aquel brillo en sus ojos. Pero estaban demasiado ocupados con su té, y tan cansados que apenas si notaron el ligero sabor amargo que este tenía.
Solo tuvieron tiempo de dejar sus tazas en la mesita accesoria cuando los bostezos se hicieron presentes en una sinfonía maravillosa a los oídos de Sherlock, que desde hacía tiempo había deducido las maquinaciones de la anciana.
Los ojos de ambos hombres se fueron cerrando poco a poco, hasta que ya no volvieron a abrirse más. En ese preciso momento Sherlock dio raudo un salto de su sillón y besó la mejilla de su cómplice, no sabía que sería de Londres sin la señora Hudson, pero sí sabía que él y John estarían perdidos sin ella. La mujer sonrió como lo hace una madre a sus hijos, y no tardó en hacerle entrega de una nota algo arrugada.
—Trae a John de vuelta muchacho — le ordenó la anciana con lágrimas contenidas, mientras giraba a recoger las tazas para eliminar las pruebas. — ¡Ah! —giró de pronto hacia Sherlock, quien estaba revisando algo en su celular— la próxima vez que hable con el señor Wiggins, dígale que estaré encantada de tenerlo un día a comer. ¡Qué menos!
—Gracias — dijo haciendo un además hacia Mycroft y Lestrade. Los que comenzaban a tener una graciosa pose en el sofá, pues cada vez Lestrade se volcaba más sobre su hermano, seguramente acabarían en el suelo a ese paso.
—Vete. No tardarán en despertar. ¡Ni siquiera sabía si funcionaría!
—Lo hizo impresionantemente bien… —Sherlock ya se había puesto su abrigo y no tardó en desaparecer por la puerta.
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¿De verdad que nadie pensó que un bebé necesitaría cosas?, ¿de verdad?, mascullaba mentalmente Sebastian por los pasillos de aquel supermercado. El pequeño llevaba horas llorando, al principio chupar sus dedos y sus manos regordetas lo había tranquilizado, luego ya no podía dejar de llorar con desesperación.
Intentó encontrar algo en el apartamento que darle de comer, pero allí no había nada que pudiera darle a un bebé y pese a tener al pequeño lo más alejado posible de James, este ya había amenazado dos veces con acabar él mismo con aquel escándalo. Así que cuando miró al pequeño a los ojos y vio su mirada triste, lo tomó inmediatamente en brazos y salió por la puerta. Nadie se interpuso en su camino, y pobre del que lo hiciera porque habría estado encantado de matar a alguien en ese preciso momento.
El aire de la calle calmó al niño inmediatamente, como si supiera que pronto acabaría con su suplicio. Sebastian hizo unas cuentas de cuantas horas podía llevar el pequeño sin comer y sin cambiar, y era de todas las maneras que lo pensara algo completamente inaceptable. Al menos había tomado agua.
Tomó lo necesario, pagó sin hacer mucho caso a la estúpida conversación de la cajera, sobre lo que el pequeño se parecía a él y acudió inmediatamente al servicio, donde tras un par de intentos fallidos cambió al bebé, ropa incluida. Allí mismo abrió un bote de puré de verduras con pollo que el pequeño devoró.
— ¡Ey!…despacito pequeño— le decía cada vez que el niño se acercaba desesperado a la cuchara. Ciertamente tenía un pequeño parecido a él, "tal vez nadie dudaría que fuese su hijo si decidiera huir con él" pensó, pero pronto se reprendió por ello. James no tardaría en encontrarlo y matarlos, James y su estúpida red. ¡James y su estúpida lucha contra Holmes!
No se había dado cuenta hasta tarde que había golpeado fuertemente sobre el banco del lavabo donde estaba el pequeño. Lo miró asustado pensando en que pudiera haberle dado a él, ciertamente no controlaba en esos momentos su fuerza, estaba tan enojado que ni pensó en el niño. Afortunadamente no había pasado nada, y muy al contrario de lo que esperaba el pequeño el echó los bracitos para que lo tomara, entre gorgoritos que consiguieron calmarlo — No deberías ser tan encantador, ¿sabes? Nada bueno va a salir de esto.
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Sherlock había acudido a la dirección que ponía en la nota de Wiggins. Pudo ver fácilmente la duda instaurarse en la cara del taxista cuando le dio la dirección, incluso lo vio dudar en decir algo al respecto, pero con una mirada lo hizo callar, eso o su aspecto era más deteriorado de lo habitual.
En el transcurso del viaje revisó los mensajes inconexos que había estado recibiendo, no tenía duda de la mente perturbada de la que salían, y que no tenían sentido alguno, más allá de que él creyera que había un sentido oculto.
El taxi había dejado de lado la confortabilidad de la ciudad, para dar paso a un conjunto de viejas fábricas. El taxista no quiso aventurarse más allá y le pidió educadamente que saliera. Sherlock lo miró un segundo más que la vez anterior, lo justo para averiguar que temía por su vida, que temía por su familia, y simplemente pagó y bajó. Estaba aun bastante lejos según su celular. Aquel era un lugar plagado de gente sin recursos, habidos de encontrar algo con lo que subsistir, y no dudarían en darle una paliza simplemente por su celular.
Estar allí, solo, era peligroso. Además nada le aseguraba de que aquel fuera el lugar, pues cualquier indigente podría haber tenido allí un bebé. Seguramente se estaba metiendo en una situación de la que sería complicado salir, pero en su cabeza solo una idea le rondaba, recuperar a John o en su caso, dar la vida por intentarlo. Para ello, su mejor opción era pasar desapercibido.
Cuando uno analiza la gente que puede encontrar en un lugar así, sabe que en la periferia estarán aquellos que realmente no quieren meterse en problemas, bien porque ya son mayores, como es el caso del primer individuo que encontró, bien porque están enfermos, o no cuentan con nadie que los apoye en un encuentro desigual. Pocas palabras bastaron para que aquel hombre cambiara su abrigo por el suyo, más un gorro bastante estropeado, ¡aquello sería perfecto! Solo tuvo que manchar de tierra sus brillantes zapatos, así como su cara, para tener el disfraz perfecto. Aquella no era la primera vez que tenía que disfrazarse, pero sí la primera en la que perdía su querido abrigo.
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N/A: ¡Esto ya casi, casi se termina Nessa!
Espero siga gustando, sé que soy una lenta escribiendo… u.u
Besos Lord.