Extensión: 8713 palabras.
Notas: Sí, casi 9 mil palabras, que no se note que de nuevo me estaba yendo al carajo (?). Me tardé y me costó, pero es qe la inspiración iba y venía y encima no soy buena escribiendo a este par sin tener un ataque fangirl entremedio, tal como suena. De cualquier forma completado está y completado se queda, gracias a Dios que ya me alargué lo suficiente con esta idea.
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Media naranja.
III.
No debería ser sorpresivo, en lo absoluto; es decir, ¿de las muchas posibilidades que pudieron abrir la boca cuál era la más probable? La respuesta era tan obvia que resultaba risible. Pese a eso Yukino aún tenía su rostro estrellado contra la mesa, la más evidente de las frustraciones en ella. Es que tenía que ser una maldita broma, ¿le pagaban, acaso, por estupidez?
—Casi me perturba el detalle de que no me sorprenda —comentó Minerva, preparándose un café con una tranquilidad, irónicamente, perturbadora.
El maestro gruñó, cruzándose de brazos y lamentando medio segundo que no estuviera Lector por ahí para defenderlo, su compañero era el único leal que siempre lo defendía, ni el maldito de Rogue lo hacía.
—Lo siento —dijo por vigésimo octava vez, ya sin el más mínimo tono de disculpa, se le había agotado cerca de la disculpa número diez.
—Eres un idiota —le respondió Rogue, que llevaba la misma cantidad de veces haciéndolo porque lo había dicho tras cada disculpa de Sting, sin excepción.
—¡Se me salió! —replicó el rubio, nuevamente—. ¡Tampoco es el fin del mundo por eso!
—¡El mundo de Rufus-sama ha acabado! —reclamó Yukino con melodrama, alzando el rostro.
Orga rodó los ojos ante eso, porque vale que su maestro era idiota pero Yukino estaba llevando todo a niveles ridículos, no es como que Rufus fuera a suicidarse por una tontería así.
—Yukino, eso es ridículo —dijo Sting, ante lo cual nadie dijo nada porque eso ciertamente era verdad.
Su compañera le dirigió una mirada molesta (y melodramática, no había que olvidar el drama de telenovela).
—Claro que no, agoniza de dolor por su culpa.
—¿Mi culpa? —reclamó Sting, llevándose una mano al pecho casi con tanto dramatismo como el que estaba haciendo Yukino, cualquiera que los viera diría que eran familiares de lo igual que era su capacidad para hacer el ridículo—, ¡si en teoría es culpa de Orga! —exclamó para luego señalar al susodicho.
Este volvió a rodar los ojos.
—¡Es culpa de ambos! —gritó Yukino—, ¡aunque más suya, no estaría sufriendo si no hubiera abierto la boca!
Minerva suspiró, no del todo segura si divertida o exasperada con la situación, al tiempo que Orga rodaba los ojos por tercera vez; es que él sí tenía claro que la situación lo exasperaba.
—No está sufriendo como si fuera a morirse, tampoco —replicó finalmente, incapaz ya de mantenerse en silencio ante los comentarios de su compañera.
Es que Yukino estaba llegando a los límites de su paciencia, que hasta ese día bien podría haber sido infinita, especialmente si se trataba de ella (o Rufus). Por supuesto que con todas esas tonterías de «oh, el amor, el desamor, ¡el melodrama!» mantener la paciencia le resultaba difícil, que para una persona que no solía hacerse dramas con nada eso de sobre dramatizarlo todo ciertamente no le venía bien, no iba con él.
—¡Claro que sí! —replicó Yukino, centrando su atención en él y dejando a Sting de lado—. ¡Por su culpa!
Orga estuvo tentado en volver a rodar los ojos y Minerva, ante eso y considerando que su café ya estaba listo, que aprovechando que estaban en la cocina nada perdía por hacerse uno mientras sus compañeros discutían, optó por hablar.
—Realmente creo que lo estás exagerando —dijo con calma, mirando a su compañera y obteniendo a su vez la mirada de esta—, además todo se solucionará cuando hablen en su cita y se declaren, no hay motivo para que te preocupes tanto —comentó, sonriendo inevitablemente.
Era más fuerte que ella, sencillamente no sabía calmar las aguas, solo avivarlas.
—Primero —espetó Orga, con más fuerza de la acostumbrada a pesar de su tono de voz ya de por sí potente, no solía ser agresivo al hablar como lo estaba siendo en esos momentos—, no es una cita —aclaró. Rogue, de pie tras él, optó por retroceder unos pasos—; segundo, no nos vamos a declarar.
Minerva fue quien rodó los ojos esta vez.
—Bien, cuando vayas a rechazarlo —corrigió.
—¡No lo voy a rechazar!
—¡¿Y a qué mierda irás, a darle las buenas noches?! —exclamó, perdiendo ahora ella los estribos.
Es que esa actitud se hacía un poco difícil de tolerar, es decir, alguna respuesta tenía que dar y punto, ir con esa idea de dejarlo todo en la nada ciertamente no era la mejor opción.
Orga gruñó al oírla y Rogue optó por retroceder otro paso, hasta tocar la pared al menos y quedarse ahí fingiendo no estar, él prefería ser invisible. Tal como lo veía, era problema y discusión de Minerva y Orga, así como había ocurrido antes en la oficina del maestro, cuando había tratado de desaparecer en el sofá —eso de querer esfumarse se estaba haciendo demasiado común en su persona últimamente—. Sting, a diferencia de él, observaba a sus compañeros sin el más mínimo interés, seguía molesto por el detalle de que todos lo culparan cuando lo suyo tampoco había sido un error tan terrible, así que honestamente le daba exactamente igual si sus compañeros querían matarse en tanto no siguieran molestos con él. Yukino seguía siendo la única demente que en verdad tenía que sí o sí entrometerse.
—No puede ir a no darle una respuesta, Orga-sama —dijo, manteniendo su postura de «oh, el amor, el desamor, ¡el melodrama!»—, tiene que darle el «sí» para que os caséis y sean muy felices.
Orga exhaló y se golpeó la frente con una de sus palmas, sin paciencia alguna ya para tolerar a Yukino. No era lindo, ni encantador, ni maravillosamente adorable que Rufus estuviera enamorado de él, era complicado y ella no hacía el asunto más simple. Punto.
—No ayudas, Yukino —comentó Minerva, frunciendo el ceño porque la situación comenzaba a molestarla, al tiempo que dejaba la taza de café sobre la mesa.
Sí, estaba molesta, realmente molesta. Vale que todo eso en sí era su culpa por abrir su maldita boca, pero tampoco es como si hubiera esperado al hablar que sus compañeros fueran a ponerse tan tarados, Orga especialmente. No estaba para melodramas baratos y casi se arrepentía de haberse metido en la conversación, aunque también podría ser su culpa por tener que hacer un comentario de los típicos, nuevamente tampoco era como si ella hubiera esperado desencadenar esa situación; y en serio, ¿qué esperaba, no dar ninguna respuesta y seguir como si nada? Claro, muy maduro, muy factible, todo perfecto con esa idea.
—Señorita —reclamó Yukino, de alguna manera sin enterarse pese al ambiente tenso que se había formado en el lugar—, ¿a qué ha venido eso?
—Si no va a corresponderlo bien —respondió Minerva, sin molestarse en mirar a Yukino pese a que se supone hablaba con ella—, pero entonces que lo rechace.
—¡No lo voy a rechazar! —exclamó Orga una vez más, casi escupiendo las palabras.
—Entonces dile que sí.
—¡No!
—¡Rufus va a declararse! —dijo (o gritó), porque era cierto y nadie podía negarlo, ¿para qué sino organizó la salida? Iba a hacerlo y en teoría todos lo tenían claro—. ¿Irás a quedarte callado?
Orga dudó, incómodo.
—No —respondió.
—¿Entonces qué? —preguntó, exasperada—. Algo tendrás que responder.
—No tendría que hacerlo si no fuera por usted —replicó Orga casi en una acusación.
Minerva entrecerró los ojos, porque eso había sido un golpe bajo y tenía su cuota de razón pero... ¡pero!
—¡Eso en teoría es culpa de Sting! —reclamó, señalando al susodicho.
—¡Ah! —alegó el mismo, eliminando su expresión desinteresada porque, de nuevo, a él le daba exactamente igual todo en tanto sus compañeros no siguieran acusándolo.
—Hablé, ¿pasó algo? —cuestionó Minerva, para no esperar respuesta y aclarar ella—: No, pero Sting habló y entonces Rufus quiso una respuesta, porque fue Sting quien se lo dijo a él, no es mi culpa por tanto.
—¡Ey! —reclamó el rubio en tanto Orga rodaba los ojos.
—Claro, usted es totalmente inocente.
—Pero no soy culpable de eso en particular —continuó Minerva, cruzándose de brazos—, y nada elimina el hecho de que tendrás que darle una respuesta.
—¿Y? —dijo el mago, con un tono condescendiente a su pregunta retorica de qué con eso—. Eso no es su problema.
—¿Le dirás que sí?
Orga gruñó.
—No —espetó.
—¿Le dirás que no, entonces?
El mayor le dirigió una mirada irritada, cansado ya de todo ese tema, por muy cierto que fuera eso no le daba derecho a ninguno a prácticamente exigirle nada.
—Pero si no lo va a rechazar entonces tendría que corresponderlo —comentó Yukino, que ya llevaba demasiado tiempo callada para lo interesada que estaba en el asunto—, aquí no hay terceras opciones.
—¡Tú ni siquiera me dejas una segunda! —exclamó Orga, que era una verdad indiscutible porque para Yukino o daba el «sí» o lo daba.
—Mira, te lo pondré simple —comentó Minerva, cansada de esa discusión, dando la vuelta para coger una manzana del frutero—. Imaginemos que Rufus es esta manzana —dijo, ganándose la atención de todos los del cuarto por lo extraña de la comparación—, o te la comes o no te la comes, no hay más —explicó, sosteniendo la dichosa fruta en una de sus manos y alzándola levemente.
Orga enarcó una ceja ante la cuestión, que le gustase o no era una buena comparación, aunque no era el punto que le incomodaba realmente.
—¿Por qué compara a Rufus con una manzana? —cuestionó, logrando que Minerva rodara los ojos con hastío.
¡Es que eso qué mierda de importancia tenía!
—Eso —se metió Sting, apoyando su rostro en una de sus manos y mirando el frutero—, ¿por qué no una naranja o un limón?
—¿Qué demonios importa la fruta? —reclamó Minerva—, ¿y por qué esas dos?
—No sé —respondió el rubio, alzándose de hombros—, porque Rufus es ácido, supongo.
—¡Rufus no es ácido, ¿qué mierda estás diciendo?! —alegó Orga inmediatamente, fulminando al maestro con la mirada.
—¡Es ácido! —se defendió Sting—. La manzana no le viene —alegó, molesto—, las manzanas son rojas y sabrosas y apetecibles, Rufus no es nada de eso —explicó—. Le vendría más bien a alguien como Rogue —finalizó, para sorpresa del nombrado.
Yukino parpadeó, no muy segura de por qué interesarse en eso. Ella apoyaba a Minerva, la fruta en cuestión en realidad no interesaba mucho para el tema que los convocaba, menos para ponerse a discutir sobre ello. Sin embargo no fue eso lo que la mayor alegó, Minerva enarcó una ceja para acabar desviando el tema, más (y luego se quejaba).
—¿Estás tratando de decir que Rogue es apetecible? —inquirió.
—¿Qué? —se sorprendió Sting—. ¡No! —exclamó al tiempo que a Rogue le daba un ataque de tos ante la idea.
—¿Y entonces por qué él sería tu tan apetecible manzana? —preguntó Orga, todavía molesto—. Y Rufus no podría ser un limón; los limones son amarillos, desagradables y solo sirven para acompañar algo más, como tú —comentó, señalando a su maestro.
—¡Qué mierda ha querido decir eso! —reclamó Sting.
—Pues sí, el limón te viene —dijo Minerva, dejando la manzana de la discordia de vuelta en el frutero para proceder a coger una naranja—. Bien, Rufus es una naranja —accedió—. ¿Felices? ¿Podemos volver al tema importante?
—¿Por qué una naranja? —Volvió a reclamar Orga—. ¿Qué tiene Rufus de naranja?
—¿Y por qué yo sería el limón? —reclamó a su vez Sting, a saber por qué—. ¿No puedo ser, no sé, una piña?
Rogue lo miró, incapaz de comprender por qué mierda ese tema les importaba tanto al tiempo que la mayor comentaba que «la piña le vendría más a Orga». Acabó por suspirar pese a todo, considerando que ya daba igual.
—¿Y Yukino qué sería? —inquirió, para sorpresa de su compañera.
—Un melocotón, obvio —respondió Minerva sin darle tiempo a la menor a decir nada—. ¿Podemos volver a la naranja?
—¡Que Rufus no es una naranja! —reclamó Orga nuevamente—. ¡Él no es ácido ni nada parecido!
—¿Qué es entonces? —preguntó la mayor, harta—, ¿dulce?
Hubo un corto momento de silencio en lo que Orga enarcaba una ceja, pensativo.
—No —admitió y lo pensó. Sí, lo pensó, pero es que a su parecer Rufus no era ni ácido ni dulce.
—¿Entonces?
Era extraño considerar que lo pensó, al menos a ojos de Yukino que seguía sin entender qué demonios tenía que importar eso.
—Picante —dijo finalmente el mago de rayos.
Minerva lo miró completamente perpleja.
—¿Por qué mierda Rufus va a ser picante? —alegó—. Y eso suena raro.
Es que, ¿picante?, ¿no encontró un sabor con más doble sentido o qué?
—¿Hay frutas picantes? —preguntó Sting—. Yo sigo diciendo que es una naranja; es ácido, tiene piel gruesa y es naranja.
—Rufus no es naranja —reclamó Orga por a saber qué vez—, y no es ácido, lo de la piel gruesa podría ser —aceptó (en un sentido metafórico, claro).
—Viste de rojo y es rubio, eso lo hace naranja.
—Eso te hace un idiota.
El maestro frunció el ceño con esas palabras, aunque no dijo nada porque Minerva lo interrumpió.
—Ahora que lo mencionas creo que sí le viene la naranja —comentó—, así que una naranja es. ¿Algún reclamo válido o podemos volver al tema de comerla o no comerla? —cuestionó, estirando el brazo en el que sostenía la fruta hacia Orga—. Ahora ten.
—No me la voy a comer —dijo el mayor—, ¡porque Rufus no es una maldita naranja!
—Hagamos votación, porque conmigo y la Señorita somos dos contra uno —dijo Sting—. ¿Rogue? —pidió, volteando hacia su compañero que solo se alzó de hombros porque, en serio, ¿ese asunto importaba?
—Naranja —dijo Yukino antes de que nadie le dijera nada, sencillamente para cortar con la estúpida discusión de una vez.
—¡No tiene nada de naranja! —alegó Orga.
Minerva rodó los ojos.
—Lo es, punto —dijo—, ¿o tienes un buen argumento para que no lo sea?
—No es ácido ni naranjo y —se cortó, incómodo—... y las naranjas no son elegantes.
—¡Qué fruta es elegante, eso no interesa! —replicó enseguida Minerva.
—Las manzanas lo son —comentó Sting.
—¡Rogue no es elegante! —le reclamaron sus dos compañeros a la vez, para su sorpresa.
—¡Rogue no es mi manzana!
Y ese «mi» sobraba, que casi lo dejaba en evidencia para total vergüenza de su compañero.
—Claro que sí, por algo te gusta la manzana —dijo Minerva, indiferente a su maestro en esos momentos—, y por tanto Rufus es una naranja.
—¡De qué forma eso se relaciona con que Rufus sea una naranja! —exclamó Sting, rojo—. ¡Y no me gusta Rogue!
—Te gustan las manzanas —repitió la maga—, y a Orga las naranjas. Rogue es una manzana y por tanto Rufus...
—¡Si ni siquiera me gusta la naranja! —reclamó el mayor, arrebatándole la fruta de golpe a su compañera.
Pasaron unos segundos tras esa declaración antes de que sus compañeros centraran la atención en él porque, ¡sorpresa!, esa frase tenía cierta interpretación dado el contexto. Ante eso Minerva se tomó apenas unos momentos antes de exclamar:
—¡Eureka! Rogue, trae la champaña.
Orga se tardó unos segundos, con la fruta aún en su mano, en reaccionar y señalar a su compañera, incómodo.
—No quise decir eso.
Es que si estaba alegando que Rufus no podía ser la fruta en cuestión y luego soltaba eso como argumento a favor, ¿no implicaba por tanto que Rufus tendría que gustarle para que, por lógica, no pudiera ser una fruta que a él no le gustaba?
—Yo iré por las copas —continuó Minerva, ignorándolo porque, ¿si no había querido decir eso entonces qué podría haber querido decir?
—Pues ya puede ir gustándote la naranja —comentó Sting, volviendo a apoyar su codo en la mesa y su barbilla en su palma, divertido—, porque yo defiendo que Rufus es una naranja.
Orga, todavía incómodo por culpa de su propia declaración, señaló ahora a Sting.
—No quise decir eso —repitió.
Rogue, ante eso, acabó por enarcar una ceja. Se apartó de la pared contra la que estaba para finalmente proceder a cumplir el pedido de Minerva, yendo hacia el bar, tratando de contener la media sonrisa que amenazaba con surgir en su rostro.
—¿Entonces qué? —cuestionó.
Orga forzó una sonrisa, agitando la mano en la que sostenía la maldita fruta en tanto buscaba una excusa inexistente; no encontraba manera alguna de defenderse.
—No me gusta —alegó, aunque eso no respondía la pregunta pero la verdad es que no tenía cómo responderla sin salir perjudicado.
Presionó entonces con demasiada fuerza la naranja entre sus dedos, como si descargase su molestia contra la fruta (que no era Rufus porque... porque no).
Yukino, de pronto, tuvo una epifanía.
—¿Y si no le gusta por qué se niega a rechazarlo? —cuestionó con voz suave mientras Minerva se entretenía sirviendo champaña con Rogue, porque al parecer lo había dicho en serio.
El mayor fijó su atención en ella, molesto, y si no estuviera incómodo todavía con la situación le habría dado para fulminarla con la mirada.
—Porque sí —dijo, que era la respuesta más invalida que podía haber dado.
—¿Porque sí qué? —preguntó Sting—, ¿porque sí te gusta o porque sí y ya?
—¡Porque sí...! —exclamó Orga, irritado y cortándose a media frase para tomarse medio segundo de calma o iba a matar a alguien—, y ya —agregó.
Aunque dicho como lo había dicho ese silencio entre su respuesta resultaba extraño.
—Ya —asintió Yukino, escéptica—, no le dirá que no porque sí —comentó, poniendo en su boca lo que en teoría había dicho Orga—, ¿y no le dirá que sí por lo mismo?
—No le diré que sí porque no me gusta —reclamó su compañero, aunque la frase había perdido fuerza.
—¿De verdad?
—Sí.
—Lo que tú digas —comentó Minerva sin creerle en lo absoluto, aproximándose con un par de copas en la mano—. Yukino —dijo al tiempo que le tendía una a la chica.
Y eso se sentía casi como una burla dada la situación, así que Orga solo pudo aplastar más la naranja contra sus dedos al tiempo que cuestionó:
—¿Quién fue el imbécil que sacó el tema de la naranja?
Sting dio un respingo, porque eso era claramente una pregunta retorica, algo así como decir «voy a matarte» de forma sutil y él ciertamente no quería morir y menos a manos de Orga, dudaba que fuera aunque sea un poco piadoso con él.
—Rogue, manzana de mi vida, salvame —rogó.
Y por eso a partir de ese día a Sting tampoco le gustaban las naranjas, aunque era difícil que te gustara la naranja cuando prácticamente te enterraban una contra un ojo, que nada de eso quitaría que Orga había hecho algo así como dejarse en evidencia pero... Bueno, lo hecho, hecho estaba.
De cualquier manera todavía no iba a declararse ni nada por el estilo, independiente de si aún tenía la cita pendiente con Rufus no iba a juntarse con él para declarase... ni para declinar, claro.
Yukino rodó los ojos, volviendo luego la mirada a la copa de champaña frente a ella. Es que, analizándolo bien, ¿por qué motivo podría alguien no querer dar una respuesta? Es bastante simple determinar que alguien no te gusta y, por tanto, dar el no; si albergas dudas respecto a eso algo te tiene que gustar la otra persona, aunque sea un poco, y ello ya se acerca más al «sí» que al «no». Esa situación era la única que a ella le parecía coherente para que alguien no quisiese dar ninguna respuesta, ni afirmativa ni negativa. Por tanto, bajo esa perspectiva, ¿a Orga entonces sí le gustaba un poquito Rufus pero no estaba seguro y por ello prefería mantenerlo todo en el «tal vez»?
Oh, sonaba tan dramático, como esas hermosas historias de amor llenas de dificultades pero que acaban con un final feliz.
—Y vivieron felices para siempre —dijo a la nada, soñando con la idea.
Es que era una idea agradable, ¡además sus compañeros harían una pareja tan pero tan linda!
Captó la atención de algunos, pero honestamente tal como estaba Yukino últimamente mejor no le preguntaban nada, nadie podía negar que a la chica se le habían cruzado un poco los cables.
Minerva le dirigió una corta mirada, regresando luego su atención a su copa. Orga había vuelto a sentarse a la mesa, a poca distancia de ella. Sting se había largado a la enfermería en compañía de Rogue, a sacarse media naranja (o poco más) del ojo. Cheney se había llevado su copa de champaña, eso sí.
Así que ahora la cocina se había sumido en silencio, porque Yukino estaba ocupada pensando quién sabe qué y lo más probable es que Orga no tuviera muchas ganas de charlar con ella; que no es que Minerva las tuviera, pero el silencio le resultaba incómodo.
—¿Y cuándo se juntan? —preguntó de pronto, mirando unos momentos a Yukino que seguía, como ya había dicho, perdida en sus ensoñaciones.
Orga fijó su vista en ella, inexpresivo.
—¿Disculpe?
—Con Rufus —aclaró—, ¿no te había invitado a salir? Eso que hemos llamado cita todo el tiempo meramente para tu disgusto.
Su compañero torció levemente el gesto por su comentario, pero no dijo nada, tenía claro que todo eso no era más que por molestarlo. Que le molestara a pesar de saberlo era otro tema, pero le resultaba inevitable, no terminaba de aguantar la idea de «cita».
—Sí, ¿por qué? —dijo—, ¿quiere ir por algún motivo en particular?
—Que osco —alegó Minerva—, ¿desde cuándo eres osco?
—Desde que usted es entrometida.
—Yo siempre soy así —se... ¿defendió? Minerva—, no es motivo válido —agregó.
El mayor le hubiera reclamado, pero Minerva sí era de las que siempre tenía que estar en todo, de esas personas adictas a echar leña al fuego. Le involucrara o no, sí o sí iba a estar interesada.
—Tiene su punto —aceptó.
—Ya ves, podrías ser más amable, que no tienes motivos para no serlo —continuó la maga—, como lo eres con Yukino o con Rufus. —Orga rodó los ojos y ella solo pudo suspirar con hartazgo—. ¿Qué? —reclamó—. Es con los dos con los que eres amable.
—Con el único con el que no soy amable es con Sting.
—Nadie es amable con Sting, no cuenta —dijo y se corrigió—. Pues vale, con los que eres más amable.
—Justo ahora no estoy siendo amable con Yukino.
—Pues no —afirmó la susodicha, medio pendiente de la conversación medio ocupada con sus pensamientos.
Minerva hubiera reclamado eso, pero la verdad es que en los últimos minutos ni ella se sentía capaz de ser amable con Yukino. Tanta novela romántica había trastornado a su compañera, como las de caballeros al Quijote.
—Todavía podrías ser amable conmigo —continuó, dándole un sorbo a su copa.
Al hacerlo se percató de que había dejado olvidado su café.
—No se lo merece, como Sting —replicó Orga.
—¿Me pones a su nivel?
—Pues sí.
Directo a la médula. Se quejaría, pero era una de las cosas que le agradaban del mago, así que no pudo evitar esbozar media sonrisa con eso.
—O sea, ¿te soy tan desagradable como él?
—Justo ahora sí, solo que sin la idiotez.
—Gracias al cielo, era lo que me preocupaba —bromeó, sacándole una leve sonrisa a Orga. Lo pensó dado eso, apoyando su rostro en una de sus manos con una expresión algo neutra, no del todo segura si seguir con el tema o no. Que ella solo quería matar el silencio, en cualquier caso—. ¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Para cuándo Rufus se comprometió a comprarte una cerveza a cambio de que abras las piernas?
Yukino dio un respingo por la forma en que lo había dicho, aunque ninguno de los dos lo notó, ocupados como estaban en la conversación. Orga frunció el ceño tras unos segundos, aunque no lucía exactamente molesto.
—Se las abriría yo de darse el caso —reclamó, logrando que Minerva enarcara una ceja.
—¿Y eso por qué? —inquirió—, ¿por qué tú eres el macho y esas tonterías?
—No —respondió su compañero—, pero Rufus se dejaría.
—¿Y por qué crees eso?
—No lo creo —dijo Orga, inexpresivo.
Minerva consideró unos instantes esa respuesta, escéptica, luego parpadeó. ¿En serio? O sea, ¿en serio? ¿Trataba de decirle que estaba totalmente seguro de eso? Es decir, ¡luego cómo negaba que le gustaba!, eso era lo más gay que había oído en la vida, casi le quitaba derecho a negarse por... todo.
—¿De verdad? —cuestionó, perpleja—, ¿de verdad lo das totalmente por asegurado? —Le costaba un poco hacerse a la idea—. ¿Por qué?, ¿hemos aceptando totalmente la teoría de que te ama?
—¿Ve? —reclamó Orga—, luego me pregunta por qué la considero desagradable.
—Luego me preguntas por qué considero que te gusta.
—¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
—Estás totalmente seguro de que está tan enamorado que...
—No tiene que ver con eso.
—¿No? —preguntó, desconfiada—. ¿Y con qué?
—Rufus confía en mí.
Minerva parpadeó, de nuevo. O sea, eso solo acababa de tornarse más gay todavía.
—¿De verdad? —cuestionó con toda la perplejidad que pudo reunir—, o sea, ¿de verdad?
—Qué con ello.
—¿Te has percatado de lo gay que suena?
—Para usted todo suena gay.
—Bueno, perdona que me ampare en el contexto —reclamó la mayor, sonriendo inevitablemente—. Es decir, me dices que Rufus se dejaría porque confía en ti, eso es completamente gay.
—Es simple realismo —se defendió el mago—, lo que lleva a las relaciones a la cama es la confianza.
—Pensé que era la calentura —comentó ella.
—Relaciones serias, de acuerdo.
—O sea, ¿de tener una relación con Rufus definitivamente sería seria?
—¿De qué otra forma sería? —reclamó Orga, para su sorpresa—. No iría a jugar con él o tener algo sin relevancia, tampoco.
—Interesante —dijo mientras asentía sin motivo real más que el de burlarse—; entonces, ¿cuándo le pides matrimonio?
—Me desagrada.
—¿Exactamente con qué argumento niegas que te gusta?
—Todavía no sé qué tiene que ver una cosa con la otra.
—Me estás diciendo que de tener una relación con Rufus definitivamente sería una relación seria, y que de llegar a la cama él se dejaría porque confía en ti; ¿te has detenido a analizar como suena eso?
—Como que se aman —comentó Yukino, que seguía medio metida en la conversación medio no, para sorpresa de ambos.
Orga rodó los ojos dado eso.
—Es Rufus —dijo como si eso explicase absolutamente todo.
—¿Y?
—Me importa.
Minerva parpadeó, algo sorprendida por esa respuesta (y si tuviera la atención puesta en Yukino notaría que la maga hizo lo mismo).
—Eso suena tanto como que definitivamente te gusta.
—Me veo tentado a golpearla.
—Eso suena un poco agresivo —comentó la maga, aunque a saber cómo «me veo tentado a golpearla» era tan solo un poco agresivo—, además, ¿si te importa por qué no le respondes?
Su compañero bufó, por lo visto incómodo con ese comentario; bastante acertado, de paso.
—¿De verdad tanto le interesa?
—Prácticamente ya me has dicho cómo sería su relación —dijo Minerva, bastante indiferente—, aunque ya pusiste al pobre de Rufus abajo.
—¿Por qué pobre?
—No sé, ¿cuánto te mide?
—¡Señorita! —reclamó Yukino antes de que Orga dijera nada, porque ya veía que le respondía a la maga y ella no quería saber eso.
La mayor no pudo evitar reír con la reacción de su compañera, sonriendo de forma inevitable.
—Ya sabes, si tanto confía él en ti bien podrías confiar tú en él y dejarte —continuó, tratando de ignorar a Yukino y su vergüenza.
—Nunca dije que no lo haría.
Esta vez Minerva enarcó una ceja, nuevamente perpleja.
—¿De verdad? —preguntó, sin ocultar ni un poco su asombro—. ¿Y lo de antes por?
—Creo tener más experiencia.
—Oh —musitó con comprensión, y diversión—, así que es una cuestión de experiencia, algo como que tú lo guiarías y eso.
—¿Quiere no decirlo así?
—Lo digo como tú lo dices.
—Yo no lo digo en ese tono burlesco de mierda.
—Lo de digas —lo ignoró, incapaz de ocultar lo divertido que le resultaba todo eso—. Pero en el fondo confías en él, ¿no? Y te dejarías.
—Lo hace sonar estúpido.
—Lo hago sonar como suena —se defendió, sonriendo—. Y hablando de eso, ¿que no confías en mí también?
Orga enarcó una ceja.
—¿Está tratando de insinuar algo?
—Como tú prefieras.
—¿Quieren dejar ese tema? —reclamó Yukino, cubriéndose la cara con las manos y tratando de calmar su vergüenza—. Uno no puede fantasear tranquila así.
—Pues no fantasees —revolvió Orga.
—No te preocupes Yukino, también confío en ti —dijo Minerva porque, de alguna manera, era incapaz de contener el comentario.
Soltó una leve carcajada cuando la chica quitó las manos de su rostro para golpear la mesa al grito de «¡Señorita!»; es que eso en verdad no podía evitarlo, no siendo Yukino.
—Es todo —dijo la menor, levantándose—, me voy.
¿Quién la mandaba a quedarse oyendo la conversación de las dos personas que menos conocían el significado de la palabra pudor en el mundo? Nadie.
Se dispuso a bordear la mesa, dejando en claro que hablaba en serio. Si ellos iban a hablar de eso, pues que hablaran sin ella presente. Por supuesto, no alcanzó a salir de la cocina antes de que Minerva volviera a abrir la boca.
—¿Qué pasa? —cuestionó la maga con fingida inocencia, viendo como la chica llegaba al marco de la puerta—, ¿no confías en mí?
Yukino le dirigió una última mirada molesta antes de salir finalmente de la cocina, ignorando esa pregunta. La mayor enarcó una ceja ante eso, queriendo en verdad evitar la sonrisa que amenazaba con salir.
—Al menos no soy el único que la encuentra desagradable —comentó Orga, obteniendo su atención unos instantes.
Minerva le miró con fijeza unos segundos antes de suspirar, sin borrar la sonrisa de su rostro, y levantarse también, extrañándolo levemente.
—¿Va a por Yukino? —preguntó el mago.
—Por supuesto —respondió, avanzando hacia la puerta.
Orga no le dijo nada, después de todo era relativamente esperable, más dado que se trataba de Yukino. Sin embargo la maga se detuvo poco antes de salir, quedándose estática unos momentos como si considerara algo. Regresó la atención a él finalmente, sus ojos fijos en su persona pero sin decir nada, como planteándose todavía algo importante.
—¿Qué?
Su compañera pareció pensárselo, como si dudase. Aunque no era eso, claro que no tenía problemas en plantear el asunto, era sencillamente que elegía las palabras. No estaba muy segura de cuál era en verdad la pregunta que quería hacer, pero debió determinarlo porque acabó por abrir la boca.
—¿De verdad?
Orga enarcó una ceja.
—¿De verdad qué?
—¿De verdad no quieres decirle que sí? —preguntó, sus ojos detenidos en su compañero.
Esperó, se quedo varios segundos quieta bajo el marco de la puerta esperando por una respuesta, en completo silencio. Era un poco desagradable, siendo que tendía a molestarle el silencio, pero era algo así como paciencia también, alguna respuesta tenía que obtener y estaba dispuesta a esperar lo que hiciera falta por ella. Aunque, tal como estaba Orga últimamente, bien podía no dársela.
Por suerte sí lo hizo.
—No sé —confesó el mago finalmente.
Minerva no dijo nada. No es que hubiese esperado esa respuesta, pero si se detenía a pensarlo en realidad no era tan raro, casi se podía inferir tras considerar un poco su actitud del último tiempo. Así que no dijo nada, solo lo miró unos segundos más antes de alzarse de hombros y salir de la cocina, que para esas alturas Yukino de seguro ya se habría alejado y no era la idea.
Quedo solo Orga por consecuente en la habitación, quien una vez su compañera se hubo marchado regresó la mirada al frente, pensativo. Acabó por levantarse para ir a por una cerveza, le apetecía beber en esos momentos.
La champaña seguía abierta sobre uno de los muebles, aunque no se detuvo a considerarla como opción. No tenía que ver con el asunto de hace poco, independiente de que la botella todavía dispuesta en ese lugar, con un par de copas alrededor, era casi una burla a su persona, eso no se relacionaba con el motivo de no querer beber de ahí, sino más bien con el hecho de que al igual que a Minerva la champaña no le gustaba mucho, salvo para contadas ocasiones en que era casi reglamentaria, como celebraciones y demás. Igual buscó unos momentos el corcho para taparla de nuevo y guardarla porque, bien o mal, era alcohol y no iba a dejar que se quedase ahí desperdiciado.
Tras eso procedió a sacar la dichosa cerveza para bebérsela en el silencio de la cocina. Era asiduo a ambientes bulliciosos, pero el silencio no le molestaba y le gustaba beber cuando no había nadie más presente, le daba un toque más íntimo a la acción aunque casi todas las personas que había conocido no gustasen de beber sin compañía. Como Rufus, aunque a él no le gustaba beber prácticamente nunca se acrecentaba con la idea de hacerlo solo.
Sonrió con el pensamiento, meditando unos momentos el asunto. En teoría no tendría que ser tan complicado, pero le daba algo de... ¿miedo? Sí, quizás era eso, no era bueno con las relaciones serias, de hecho nunca había tenido una. Las formalidades no eran lo suyo y aunque consideraba la opción más de lo que se esperaría de él, la verdad es que no en un periodo tan próximo. En teoría iba a sentar cabeza pasados los treinta, lo que incluía el ámbito amoroso. Además era Rufus, no le sentaba bien llegar a meter la pata.
Era complejo a su perspectiva y no estaba para tener que dar una respuesta inmediata por culpa de Minerva, o de Sting, o de quien fuera. El único problema era que tendría que darla, sí o sí, y honestamente no le apetecía mucho la idea, no sin estar seguro de nada. Lo único bueno de la posibilidad de responder, con honestidad, era que se sacaría a los dementes de sus compañeros de encima. Al menos no le había dado a Minerva la fecha de nada, después de todo su principal objetivo ahí era evitar tener al grupo de ridículos cerca llegado el momento o lo harían todo más difícil; que el asunto ya era suficientemente pesado para agregar la carga de aguantarlos.
De cualquier manera no era tan urgente, no para el día siguiente al menos. Rufus, por lo menos, no parecía realmente apresurado en tener la dichosa conversación. Es más, la primera vez que le había preguntado por una fecha en especifico su compañero solo lo había mirado con incomodidad, como dudando, antes de dar una respuesta vaga y desviar el tema. Recién la tercera vez que hizo la pregunta, casi exigiendo, el mago se dignó a responder tras unos segundos de duda, y no le había impuesto entonces una fecha muy cercana. Todavía podía considerar el asunto un tiempo más dado eso, quizás lejos de los demás para no tener a ninguno cerca apremiando nada. Es que si le decía que sí no le quedaría más que intentar, con todo lo que eso pudiese implicar; pero si le decía que no, ¿entonces qué? No lucía como una buena perspectiva tampoco, independiente de que aceptar podría dar pie a algo que quizás no sabría manejar.
Por supuesto, también estaba la posibilidad de que en realidad Rufus no quisiese declararse y todos estuvieran equivocados, aunque no pareciera muy probable que ocurriera eso seguía siendo relativamente posible; al menos eso pensó cuando se escapó del gremio tras asegurarse de no tener a nadie cerca y emprendió camino hacia el dichoso bar. No iba, bajo ninguna circunstancia, a reunirse con su compañero en el gremio y caminar juntos al lugar porque eso llamaría la atención y ambos coincidían en alejar al resto de sus amigos, lo cual sonaba a declaración lo vieras como lo vieras. Al menos lo había considerado mejor... un poco.
No le costó suponer que Rufus estaría cerca de la barra pero no sentado en ella, porque ni beber ni estar en un lugar así era lo suyo y de alguna forma solo podría encontrarse en el lugar donde más desentonara, de pie a un lado de la barra con porte elegante. Caminó hasta ahí buscando a su compañero con la mirada, porque también le resultaba esperable que Rufus llegara antes que él, más que nada porque el mago solía hacer todo con antelación. En cuanto lo vio avanzó hasta donde se encontraba, deteniendo su andar una vez estuvieron frente a frente, entonces... silencio. Al minuto se decidió a hablar él.
—¿Y bien? —cuestionó, tratando de lucir calmado—, ¿de qué querías hablar?
—Sobre eso —dijo Rufus, volteando un segundo la mirada, ciertamente luciendo incómodo, lo cual era relativamente esperable.
Ese era el momento preciso para que el ambiente se pusiera tenso y diera inicio la incómoda conversación pre-declaración, en teoría, pero como el mago frente a él tenía la mala costumbre de hacerse de rogar acabó por rodar los ojos y volvió a hablar, pasados unos cuantos segundos de nuevo silencio.
—¿Entonces?
Rufus suspiró, bajó la mirada al piso y entonces una y solo una de las muchas posibilidades se concretó, casualmente la menos probable.
—Cambié de opinión.
Orga frunció el ceño, confuso.
—¿Sobre qué?
—Te invitaré una cerveza.
—Ajá.
—Luego... —Rufus calló y pareció pensarlo unos momentos, dudando sobre qué decir a continuación. Al final volvió a suspirar antes de hablar—. Olvidalo —dijo—, vamos a sentarnos, no me agrada estar de pie entre tanta gente.
Al menos esta vez el silencio fue culpa enteramente de Orga, que se quedo estático unos instantes tratando de entender la conversación.
—Dijiste que cambiaste de opinión —comentó—, ¿y eso?
—No importa.
—¿De verdad? —preguntó, alzando una ceja.
La situación ya era bastante incómoda de por sí para que su compañero además se pusiera indescifrable, aunque si igual le iba a invitar una cerveza tan terrible no era.
—Sí, creo —dijo el mago frente a él, fijando entonces su mirada en la barra y, por lo visto, pensando el asunto otro poco—; o mejor... dame un minuto —pidió.
Orga parpadeó, algo extrañado por esa actitud. Qué se supone significaba, ¿se estaba arrepintiendo, dudaba o solo estaba nervioso? Porque honestamente Rufus era bastante complicado y no estaba seguro de cuál de todas las opciones era.
—¿Te lo puedo dar bebiendo? —inquirió, para no esperar respuesta y coger al otro por el hombro.
Rufus no quería estar de pie y honestamente él tampoco, así que para qué seguir ahí. Buscó una mesa libre, en lo posible cercana a alguna pared porque le gustaban los sillones del lugar y solo las mesas cercanas a la pared los tenían.
Rufus lo miró algo confuso por la respuesta, pero acabó por asentir.
—Claro —accedió, incómodo.
El lugar no estaba tan abarrotado de gente, no como solía estarlo mayoritariamente. Orga se dejó caer en uno de los sillones y llamó a una de las meseras sin demasiados problemas, justamente porque no había tanta gente, cuando el lugar estaba lleno se hacía bastante difícil obtener un trago si no se pedía directamente de la barra. Rufus se sentó a su lado, sin atender demasiado al ambiente e innecesariamente tenso, por mucho que mantuviera el temple se notaba demasiado que estaba incómodo. De hecho no dijo nada en ningún momento, se mantuvo estático como si cavilara la situación detenidamente solo que sin llegar a decidirse jamás. Fue Orga el que finalmente abrió la boca, tras recibir su cerveza y darle un trago optó por hablar dado el mutismo del otro.
—¿Entonces? —llamó, volviendo la atención a su compañero.
Rufus soltó una suave risa al oírlo, fijando su mirada en él tras eso con una media sonrisa en el rostro, aunque seguía sin lucir tranquilo. Jugueteó unos momentos con sus dedos, retornando la mirada al piso, antes de hablar.
—No estoy seguro —admitió y lo consideró unos segundos más, o al menos eso decía su expresión—, es solo...
—¿Sí? —lo apremió el mayor.
—Es... complicado.
—Se nota —se burló Orga, ganándose una mirada de reproche—, suenas como si fueses a dar una mala noticia o confesar un asesinato.
—No confesaría mis asesinatos —bromeó Rufus, lo que casi era una buena señal—. ¿Podrías ser serio?
—Trato, pero es difícil ser serio o bromista cuando no te dicen nada.
—Lo digo en serio.
—Pero si prácticamente no me has dicho nada, ¿o me dirás que lo hiciste?
El rubio exhaló exasperado, desviando nuevamente su mirada. Volvió el rostro al frente, a la gente que estaba en el lugar y pasaba frente a su mesa de vez en cuando, y se quedó quieto unos segundos, tratando de hallar las palabras. Acabó por regresar su atención al piso, inseguro.
—Lo estoy considerando.
Orga suspiró y dio otro trago, porque tal como se veía la situación Rufus pensaba tenerlo ahí por horas esperando a que dijera algo y no estaba para ser paciente en esas circunstancias particulares. Dejó la botella a un lado y meditó unos instantes si hablar o no antes de decidirse, mucho más rápido que su compañero.
—Yo también lo pensé —dijo, esperando a tener la atención de Rufus—, de hecho lo pensé bastante, me vendría bien que dijeras algo dado todo el esfuerzo que puse en pensarlo.
El menor rodó los ojos ante eso.
—Ya, entendí —reclamó.
—¿Entonces dirás finalmente algo?
—Estoy... —comenzó el mago, incómodo, casi molesto, gesticulando con las manos algo que no tenía idea qué era—... pensándolo.
—¿Como cuántas horas más lo vas a pensar?
—Idiota —dijo Rufus, y como no agregó nada más y Orga no estaba para soportar otro tiempo de mutismo volvió a hablar.
—Como decía, lo pensé —comentó, cogiendo nuevamente la botella para dar otro trago—, la situación, los comentario de los desgraciados que tengo por compañeros, nuestra relación, lo del último tiempo, tu actitud —enumeró, aunque su mente quedó trabada en «los desgraciados que tengo por compañeros», específicamente en la imagen de Minerva—, y tomando en cuenta todo eso tomé una decisión, más rápido que tú por lo visto.
—Ya —volvió a reclamar Rufus—, ¿y eso es?
—Quizás lo mismo que me vas a decir tú, pero honestamente como no me has dicho nada y solo alargas la situación ya no estoy seguro de qué mierda me querías decir, quizás hasta era que en verdad mataste a alguien.
—Idiota —repitió el rubio.
—Ojala no fuera eso —bromeó—. En fin, me gustas.
—Bien —espetó Rufus, para luego caer en la cuenta—. Espera. ¿Qué?
—Pensé que ibas a declararte, pero viendo que tienes el talento de Sting para las relaciones decidí que mejor lo hacía yo, era más efectivo.
—¿Disculpa?
—Tampoco eres bueno aceptando declaraciones, ¿te lo han dicho alguna vez?
Rufus parpadeó, perdido y estático, ante lo cual se vio tentado a reír de lo torpe que se estaba mostrando.
—¿Te... gusto? —repitió, escéptico.
—Sí, creo haber dicho eso. No sé qué tan profundo sea, como para decir que estoy enamorado o algo así —admitió y es que tampoco iba a mentir, pero lo había pensado y había acabado por llegar a esa decisión, la de intentar—, pero al menos estoy seguro de que me gustas.
—... Ah.
Pasaron unos cuantos segundos en los cuales ninguno dijo nada, hasta que al final Orga enarcó una ceja ante la expresión consternada de su compañero.
—¿Y?
—... ¿Y?
—¿Vas a decirme algo al respecto o me bebo mi cerveza y ya?
—Ah —musitó Rufus, estático, lo cual reafirmaba su teoría de que el mago no tenía talento para eso de las declaraciones.
—¿Y? —replicó con algo de brusquedad—. ¿Si saber que debes decir algo, no?
—Cierto.
Su compañero sonrió con nerviosismo tras decir eso, luego de lo cual pasaron otros pocos segundos de silencio. Dado eso Orga acabó por alzar las manos, en una exigencia muda.
—¿Entonces? —pidió.
Rufus le miró unos segundos, el rostro ahora casi inexpresivo, antes de desviar la vista y mover las manos, ansioso. Rió levemente y volvió a formar una sonrisa nerviosa antes de regresar la mirada al frente, a su expresión apremiante, y abrir la boca.
—Entonces... —repitió.
—¿Si?
El rubio abrió la boca y se quedó así unos momentos, antes de volver a reír y bajar la mirada. Tragó, notándose acalorado.
—Eso —dijo.
Orga alzó una ceja, porque iba viendo que Rufus no había ido ahí con la idea de hablar absolutamente nada, o al menos eso estaba dando a entender. Aunque, si lo excusaba un poco, nervioso y boqueando como un idiota lucía casi adorable (aunque elegante, Rufus no sabía no lucir así).
—¿Y si te beso y ya? —cuestionó.
Rufus se sobresaltó sutilmente, fijando los ojos en él y sonrojándose un poco. Desvió la vista unos segundos, asimilando la pregunta y meditando la situación, antes de volver los ojos al frente, tenso. Lo consideró otro poco antes de suspirar y, tras otros pocos segundos, hablar.
—De acuerdo —accedió, incómodo, se sentía idiota y era desagradable el detalle.
Bajó la mirada, notándose alterado. Tras hablar con Sting había meditado qué hacer dado el caso, pero la verdad cuando había hablado con Orga estaba todavía nervioso considerando la situación y no había tardado en arrepentirse de invitarlo. Luego lo había pensado y lo había pensado y prácticamente no había pensado en otra cosa tratando de decidirse. Honestamente estaba decidido, lo más decidido que logró estar, pero a pesar de todo el tiempo que lo planeó era incapaz de manejar la situación, sencillamente no era bueno con las emociones. Estaba algo molesto consigo mismo por eso y eso lo hacía todo más intolerable, aunque el detalle no era tan notorio como creía.
Dejó de considerar eso cuando notó una mano contra su mejilla, suceso que lo sobresaltó levemente. Volvió los ojos al frente, alterado, juraría que tenía hasta la presión alta. Orga enarcó una ceja ante eso, divertido.
—¿Qué? —cuestionó, rozándole la barbilla a su compañero.
Si Rufus no hubiera estado ocupado pensando que quizás debió pedir algo y embriagarse antes de hacer eso habría respondido «nada», aunque fuera mentira.
Orga apoyó su mano libre en el respaldo para poder inclinarse hacia adelantó, ante lo cual el rubio apretó los puños, tenso. Acabó por cerrar los ojos porque estaba nervioso, porque se sentía idiota y porque podía. Orga se rió a centímetros de su rostro por eso, sintió su respiración contra su piel, lo que le dio la pauta de cuánto se había acercado y de que sí lo iba a besar. Le tembló el labio entonces, casi notando el otro cuerpo a palmos del suyo.
Sorprendentemente el beso fue corto. Orga eliminó la distancia que faltaba y lo besó, presionando solo un poco los labios ajenos, tan solo unos pocos segundos, antes de separarse. No es que no quisiera comerle la boca a Rufus, es solo que no le pareció muy conveniente dado lo nervioso que estaba.
Aún así no se separó demasiado, tan solo lo suficiente para poder mirar el rostro ajenos unos momentos antes de decir:
—Sonríes como idiota.
Y es que era cierto, a Rufus la sonrisa de idiota lo había traicionado cuando se separaron; que no es que le quedara mal, de hecho se veía encantador sonriendo así, pero se hacía curioso el detalle.
El menor abrió los ojos y le miró unos instantes en aparente calma antes de responder.
—Cállate.
Todavía se sentía idiota, aunque algo más calmado. Se apartó tras decir eso, alejando la mano de Orga de su rostro y enderezándose luego, cruzando los brazos y apoyando la espalda en el respaldo, tratando de lucir tranquilo a pesar de todo.
—¿Qué? —cuestionó Orga al verlo—. ¿No me das un beso tú a mí ahora?
Rufus le miró con molestia unos segundos, regresando luego la mirada al frente y manteniendo su posición.
—No —respondió—, pero...
—¿Pero?
El rubio desvió la mirada unos segundos, inseguro. Suspiró luego y regresó la atención a su compañero, dudando unos segundos antes de hablar.
—Si tú quieres darme otro no me quejo —dijo (y sí, todavía se sentía idiota), sonriendo tras unos momentos, como si algo en su ridiculez fuera divertido—, aunque sabes a cerveza.
—La próxima vez si quieres tomo té antes de besarte.
—Vale.
Orga alzó una ceja ante eso, soltó una carcajada luego.
—Mierda —dijo—, tienes cero talento para esto —comentó, sonriendo.
Rufus hubiera reclamado esa acotación pero honestamente no tenía nada con que defenderse, es más, todos los hechos recientes eran pruebas en su contra. Forzó una sonrisa y bajó la mirada, suspirando con resignación y casi divertido por la situación, todavía con los brazos cruzados sencillamente porque se sentía un poco menos inseguro así.
—Ya lo noté —reclamó, aún un poco incómodo—, luego memorizaré algo para solucionar el problema si quieres —bromeó.
—Si me vas a obligar a beber té sería lo mínimo.
—Cállate.
Orga rió por esa acotación, considerando lo extrañamente encantador de la situación. Apoyo la mano en el respaldo del sillón tras pensar eso y se inclinó hacia adelante, apoyando su otra a un lado de su compañero, que se alejó algo extrañado.
—¿Qué haces? —cuestionó Rufus, inclinándose hacia atrás.
—Me dijiste que podía besarte —respondió Orga con simpleza.
Rufus se apartó otro tanto, sin esperar esa respuesta.
—Pues sí —admitió y hubiera dicho «pero» de tener algo más que decir, pero no tenía demasiadas opciones. Alzó la mano y se planteó colocarla sobre el pecho del otro, pero dudo a medio camino con su palma extendida en el aire. No es que estuviera dudando sobre si poner o no su mano sobre los abdominales de Orga, claro que no, ni que el detalle fuera a ponerlo nervioso o algo.
—¿Tienes algún pero? —preguntó el mayor, empezando a considerar que eso de poner a Rufus nervioso le gustaba.
—Quizás —respondió el rubio, riendo suavemente—, solo dame tiempo para recordar algo, probable... —se quedo a medio decir porque Orga se le acercó y eso lo dejaba sin mucho que decir.
Volvió a reír con suavidad antes de que su compañero lo besara, sonriendo entre el beso antes de abrir la boca y dejarse hacer. Después de todo ya lo había dicho, él no se quejaba si Orga quería besarlo. El mago de rayos apartó su mano del respaldo para coger a Rufus por la nuca, enredando sus dedos en el cabello ajeno. Le gustaba hacer eso, tocarle el cabello, era agradable al tacto y, siendo que Rufus no soportaba que nadie más lo hiciera, le daba la pauta de que tenía un trato más íntimo que el resto, o al menos así siempre lo había sentido.
Sonrió al pensar eso y morderle levemente el labio inferior, notando como Rufus apoyaba su mano en su hombro con suavidad, casi a tientas. Le daba un poco de ternura que se pusiera nervioso, siendo que solía mostrarse seguro e inalterable. Le daba ternura y un poquito de miedo también.
Se apartó tras unos momentos, aunque no demasiado, todavía a centímetros del rostro ajeno porque no le apetecía apartarse mucho más. Prefería estar cerca, tal como habría preferido estar en un lugar más privado, ya no le gustaba la idea de haber hecho eso en un lugar público, lo limitaba un poco.
—Sonríes como idiota —dijo luego de unos pocos segundos de silencio.
Rufus le miró con fijeza un momento, sin demasiada expresión en el rostro que indicara que había atendido a sus palabras más allá de borrar la sonrisa.
—Por qué soy yo el que no tiene talento para esto —reclamó tras un momento.
No es como que decir eso fuera muy romántico, después de todo. La próxima vez que se besaran iba a poner expresión de desagradado, a ver qué le parecía eso.
Orga rió unos segundos antes de atraerlo hacia sí, apoyando el rostro de Rufus en su pecho al envolverlo con los brazos. No dijo nada al abrazarlo, ni tampoco hizo mucho más aparte de alzar una de sus manos para volver a acariciarle el cabello. No esperaba tampoco ningún comentario pero Rufus cerró los ojos un momento, para luego volver a abrirlos y tras sonreír nuevamente animarse a hablar.
—Te quiero.
Orga bajó la mirada a él, algo incómodo.
—Lo sé.
Rufus no dijo nada, se quedo quieto disfrutando del contacto. «No sé qué tan profundo sea, como para decir que estoy enamorado o algo así», comprendía el significado y estaba bien con eso, honestamente había esperado mucho menos, pero «me gustas» ya era algo de lo que partir.
Estar así era suficiente, podrían arreglar los detalles después.
Yeah, no es un final ideal pero tal como estaban las cosas no me daba para un "te amo - te amo", me pareció más lógico así.
Y yo no sé que tal quedó, pero estoy conforme y fin, es suficientemente cursi para mí (?).
Nos leemos. Bye.