Disclaimer: Fairy Tail pertenece a la perra de Mashima.

Prompt: Tabla Hipnótica. #13 Malentendidos. [30vicios]

Personajes: Orga Nanagear/Rufus Lore.

Extensión: 7217 palabras.

Notas: Two-shot (si me alargo mucho Three-shot). Qué puedo decir, no es una idea muy larga, en teoría era para un One-shot pero, joder, siete mil y pico palabras para la primera parte, desde ya que mejor lo partía en pedazos.

Va casi en bruto (o no tanto), acabo de terminarlo y lo publico. Eso sí, la idea es de hace tiempo y de hecho el escrito también, justamente por lo mucho que se me alargó y lo cambiante que soy me costo acabarlo, así que gran parte está revisado al menos una vez. La parte final sí que viene directo del horno (?).

Y ya me queda nada para acabar mi Hipnótica, de paso, dos prompt más y está finalizada (ya falta poco, ya falta poco).

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Media naranja.

I.


Sting bufó por a saber qué vez en lo que llevaban sentados en torno a la mesa, los seis alrededor de la pequeña y algo baja mesa de la oficina del maestro, a unos metros del escritorio de trabajo con los papeles perfectamente ordenados.

—Son ¿cuántos?, ¿veinte metros? —inquirió Sting entre dientes, molesto.

—Muchos más, no sabes contar —contestó Rufus, indiferente.

Yukino suspiró con cansancio, harta de la discusión.

—Chicos, ya paren —pidió.

—¡Es una maldita cerveza! —replicó Sting—. ¿Tanto te cuesta ir por ella?

—Si tanto la quieres ve tú —contraatacó Rufus.

Yukino ahora rodó los ojos, todavía más cansada de todo ese asunto. Para empezar era una discusión estúpida. Sí, Sting le había pedido a Rufus, que era el más cercano a la puerta, que fuera por otra cerveza a la cocina y éste se había negado, algo bastante esperable. ¡Pero llevar a saber cuánto discutiendo por lo mismo era una exageración! Vale, que Sting era insistente, pero Rufus se negaba continuamente y al final, como siempre, había empezado a meterse con el maestro. Pero ella repetía, ¡todo ese asunto era una exageración! Rufus era algo desagradable a veces (aunque nunca con ella), en verdad la solución desde un comienzo era que Sting fuera por la cerveza cuando era claro que el mago de creación no pensaba mover un dedo y solo buscaba exasperarlo. ¿Tanto costaba darse cuenta de eso?

—Te la pedí muy amablemente.

—Oh, por supuesto, como eres la educación en persona.

Yukino se llevó la mano a la cara, realmente agotada de seguir oyendo lo mismo por a saber cuántos malditos minutos. Minerva, sentada a su lado —no del todo, estaba en una de las puntas de la mesa y Yukino sentada a su izquierda, junto a Sting— rió suavemente, depositando una de sus manos en su hombro como señal de consuelo, que daba lo mismo porque era claro que la maga disfrutaba la situación. Rogue, sentado en la otra esquina, frente a Minerva y a la izquierda de Sting, suspiró igual que ella. Orga, sentado frente a ella, a la derecha de Minerva y la izquierda de Rufus... Bueno, solo siguió bebiendo su cerveza porque la verdad la discusión lo tenía bastante indiferente.

—¿Por qué siempre eres tan insoportable? —inquirió Sting—. Soy tu maldito maestro, muestra algo de respeto.

—Te respetará un caracol, Sting, no más que eso.

—¿Qué has querido decir con esa frase?

—¿Ves? Con lo lento que eres es difícil respetarte.

—Rufus, te voy a golpear.

—Chicos —repitió Yukino, alzando levemente la voz.

—¡Él empieza! —se defendió Sting señalando a Rufus—. ¡Es un maldito bastardo y ni culpa siente por ello!

—Qué dices, Rufus es un encanto —comentó Minerva, sonriente.

—Gracias Señorita —dijo éste esbozando una sonrisa.

—¡Señorita! —replicaron tanto Sting como Yukino.

—No lo apoye —continuó Yukino.

—Podría apoyarme a mí —pidió Sting.

—¡Sting-sama!

—Sting, para tu inmadurez de una vez —habló Rogue, ocasionando que el rubio lo mirara molesto—. Estamos de acuerdo en que Rufus es el peor ser humano sobre la faz de la tierra y tendrían que haberlo abortado —comentó, ganándose ahora la mirada molesta de ambos rubios—, pero puedes ir por la maldita cerveza, deja de discutir por estupideces.

—No es una estupidez, estúpido —se defendió Eucliffe.

—Y el único con cara de feto abortado aquí eres tú —dijo Rufus.

Minerva aguantó la risa al oírlos a ambos, más aún al ver la cara que puso Rogue ante los comentarios de sus compañeros.

—Imbéciles —dijo entre dientes.

—Rogue-sama, no empiece usted también —exigió Yukino.

—Rufus —llamó Orga, captando la atención del grupo y tendiéndole la botella vacía al susodicho—. ¿Me traes otra cerveza?

Hubo un amplio, muy amplio silencio.

—Claro.

Ahora el silencio solo duro segundos.

—¡¿Es en serio?! —gritó Sting, viendo como el mago de creación se levantaba y aceptaba la botella vacía—. ¡Yo no pero él sí!

Rufus lo miró fijamente unos momentos.

—Exacto —respondió, dando la vuelta para dirigirse a la cocina.

Minerva no contuvo la risa ante el tic en el ojo de su maestro, que parecía con ganas de querer matar a alguien, rubio y de ojos verdes en lo posible. Yukino, a su lado, suspiró.

—Orga-sama —reclamó, mirando al susodicho.

—¿Qué? —inquirió éste—. Él está más cerca de la puerta.

—¡Por qué tú sí y yo no!

—Porque es Rufus, Sting, ahora deja el tema en paz —pidió Rogue.

—¡Yo hasta lo pedí por favor!

—Sting-sama, mejor en verdad deje el tema en paz.

—¿Podrías decirme por qué maldita sea a ti sí pueden traerte una cerveza pero a mí no? —cuestionó el maestro con ira.

Orga simplemente se alzó de hombros ante su pregunta.

—Quién sabe.

—Oh, pero si es obvio —comentó Minerva con diversión, ganando la mirada de los cuatro magos junto a ella. No tardo en arrepentirse de haber hablado—. No, nada —le restó importancia, tomando su copa de vino para seguir bebiendo en silencio.

Rogue frunció el ceño.

—¿De qué forma es obvio?

—Dije que no importa —dijo Minerva, dejando su copa de vuelta sobre la mesa.

—No dijo eso —replicó Sting.

La mayor rodó los ojos.

—No esas palabras, pero eso quise decir.

—Señorita —llamó Yukino con suavidad—, ¿por qué lo considera obvio? —inquirió.

Minerva chistó, arrepentida de haber sacado el tema.

—Venga, ¿cuándo Rufus ha hecho algo por Sting?

—Ya, ¿y eso quiere decir que de habérselo pedido yo hubiera ido? —refutó Rogue.

Hubo un silencio.

—No, imposible —admitieron todos.

—Pero de habérselo pedido yo o la Señorita seguro sí va —dijo Yukino, sonriendo levemente.

—¿Qué implica eso? —cuestionó Sting—, ¿que Orga tiene cara de chica?

—El único con cara de quinceañera fanática aquí eres tú, retrasado mental —dijo Orga, frunciendo el ceño.

—Apoyo esa noción.

—Vete al infierno, Orga —comentó Sting—, y Rogue puede ir contigo.

Yukino suspiró al oírlos discutir, para luego regresar la atención a Minerva.

—Entonces, ¿por qué lo considera obvio?

Minerva suspiró exasperada, apoyando su barbilla en una de sus manos y su codo en su rodilla, pensativa. Lo más adecuado o correcto sería no decirlo, pero le iban a insistir. ¿Lo decía o no lo decía?

—Digamos que —comenzó, obteniendo la atención de todos los presentes para su disgusto—, he notado que Rufus es... algo evidente.

—¿Evidente? —repitió Yukino, confusa.

Orga endureció el rostro.

—¿Qué está tratando de decir?

La maga chistó, con ganas de morderse la lengua para no haber dicho nada nunca.

—Nada importante, solo que a veces es fácil de leer.

—¿Fácil de leer? —preguntó Sting, extrañado.

—O sea que es predecible —le dijo Rogue.

—Ah —asintió el maestro, para luego fruncir el ceño—. ¿Rufus es predecible?

—No —dijo Orga.

—Ya, yo solo dije que para mí es fácil de leer —aclaró Minerva.

—Señorita —llamó Yukino con suavidad, cansada de que siempre el tema de conversación se desviara—, ¿de qué manera hace evidente eso el que Rufus no vaya a la cocina por Sting pero sí por Orga?

Minerva fijo la mirada en Yukino, sin decir nada por largos segundos, demasiados en opinión de su maestro.

—Es un buen punto, yo aún no entiendo por qué le parece obvio —dijo Sting, cruzándose de brazos y pensando—. Digo, vale que por mí no hace nunca nada el muy bastardo. Bueno, salvo ordenar el papeleo —apuntó el escritorio—, pero no cuenta porque me hace pagarle... Aunque nunca me ha cobrado —comentó, percatándose de pronto del detalle—. Que curioso. —Se llevó la mano a la barbilla, para luego restarle importancia al hecho—. Bueno, pero por lo demás nunca ha hecho nada por mí.

—Demonios, Sting, me van a sangrar los oídos con tus divagaciones —dijo Rogue con molestia.

—Por ustedes dos vale, porque es un caballero y todo lo demás, pero por mí o Rogue nada. O sea, en general no hace nada por nadie, es un desgraciado; si hasta con ustedes depende de lo que le pidan. Pero a Orga lo aguanta, y lo ayuda, y no le critica todo el cien por ciento de las veces y se hace curioso porque con los demás sí lo hace. ¡Hasta parece disfrutar su compañía! Eso es raro, si me pregunta, pero para usted es algo obvio y no entiendo por qué. Es decir, dice que es predecible, pero no ha dicho en qué le parece predecible, no sé si me explico.

—No —le dijo Orga—, de hecho, estás haciendo lo contrario.

—Quieren callarse y dejar de estar en mi contra —se quejo Sting.

Minerva suspiró, frotándose las cienes con cansancio. Ella quería a Sting, pero a veces era estresante.

—Sting-sama, lo que pasa es que pudo omitir varios comentarios e ir directo al punto —aclaró Yukino con calma—. Pero Sting-sama tiene razón, Señorita, no entiendo por qué... eh, lo dicho por Sting-sama es obvio para usted.

—Porque lo es —dijo Minerva.

—No, no lo es —refutó Orga.

La maga entrecerró los ojos, recelosa de esa actitud.

—Sí, al menos para mí.

—No puedo solo —Orga agito su mano, restandole importancia al asunto—, caerle bien.

—Oh, claro, tan bien que le caes —dijo Minerva con ironía, rodando los ojos.

—No estoy entendiendo a dónde va la conversación —dijo Sting, mirando a uno y a otro—, porque yo estoy seguro de qué hablamos por qué le era obvio a usted —señaló a Minerva, ignorando la inmediata critica de Yukino porque señalar era de mala educación—, no las hipotéticas teorías de Orga.

—¡No es una maldita teoría, insinúas que le caigo mal!

—Claro que no —se metió Rogue—, si a quien no soporta es a Sting.

—No te metas, Rogue, menos si no vas a decir algo inteligente.

—Él único incapaz de decir algo inteligente aquí eres tú —se defendió el mago de sombras.

Minerva volvió a tallarse las sienes ante la discusión.

—Yo digo muchas cosas inteligentes.

—En otra realidad alternativa será, maestro.

—Como dice Orga, ni por que te paguen eres capaz de hacer eso.

—Repito, iros al infierno, ambos, ¡y llevaos al imbécil de Rufus con ustedes!

—¡¿Y por qué diablos lo metes a él?! —se quejo el mayor—. ¿Te ha hecho algo, acaso?

—¡Sí, varias veces! —exclamó Sting—. ¡Si quieres mi opinión Rufus solo quiere verme arder!

—Hasta la persona más pacifista de este mundo te quiere ver arder, Sting.

—Dónde quedo tu lealtad de compañero, Rogue.

—No recuerdo que tuviéramos eso —reclamó Cheney—, además suena increíblemente gay.

—Es porque son gays —dijo Orga—, los dos.

—¡Lo son los cuatro, maldita sea! —exclamó Minerva, molesta—. Dejen la maldita discusión, producen migraña.

Yukino no supo si reír o llorar ante la situación. Genial, ahora se metía ella.

—¡Yo no soy gay! —replicó Sting.

—Eres el ser humano más gay en el mundo —dijo Rogue—, a diferencia...

—Tuya no, contando que es gay por ti —lo interrumpió Orga—; y no me meta a Rufus cuando ni siquiera está presente, Señorita.

—Oh venga —dijo Minerva—, eso prueba aún más que son gays los cuatro.

—¡Que no soy gay!

—¡Que a nadie le importa, Sting!

—¿Cómo demonios eso prueba que Rufus es gay? —cuestionó el mago de rayos.

—El que lo defiendas una y otra vez es prueba bastante válida —dijo Minerva.

—¡Rogue, serás bastardo traidor!

—¡Sus discusiones de pareja podrían no ser a los gritos! —reclamó Orga, mirando molesto a ambos—. No dejan hablar sin tener que gritar —continuó.

—Qué hablar, discutes con la Señorita sobre si Rufus es gay o no —alegó Sting.

—Pero no gritamos y claro que digo que es gay dado —Minerva hizo un gesto con la mano—, todo.

—¿Todo qué? —inquirió el mayor—. Ni siquiera está presente.

—No está presente justamente como prueba de que es gay.

—No acabo de entender como funciona eso, Señorita —dijo Sting algo más calmado—. Quiero decir, no está presente porque fue a por la cerveza de Orga, qué tiene que ver eso con ser gay.

—Es un buen punto —comentó Rogue—. Vale que Sting es gay y todo lo que hace es prueba de que lo es, pero que yo sepa con Rufus ni aplica esa lógica.

Minerva suspiró, frotándose nuevamente las cienes.

—Lo es porque está enamorado de un hombre, no porque esté ausente —replicó la maga, separando su mano de su rostro con hartazgo.

Orga frunció el ceño.

—¿Desde cuándo Rufus está enamorado?

—¿Y qué sigue teniendo que ver eso con haber ido por una cerveza? —cuestionó Sting—. Digo, no tienen relación entre sí, ¿no? Ir por una cerveza no prueba que estés enamorado de alguien. Más bien...

—¡Fue a por la maldita cerveza porque está total y completamente enamorado de Orga! —exclamó Minerva, harta—. Es demasiado obvio —finalizó.

Rogue, que había llevado su vaso nuevamente a los labios cuando se había cansado de la discusión, escupió todo el contenido de éste al oír el comentario. Minerva, ante eso, agradeció unos momentos y solo unos momentos estar ambos en las puntas de la mesa y por tanto demasiado lejos como para que el escupitajo le hubiese llegado, luego lamento haber iniciado esa discusión. Más aún cuando se formó el silencio en la estancia.

Que una cosa era decir que su compañero era gay, a Sting se lo decían todo el tiempo, y otra soltar que estaba enamorado. Pero la culpa no era de ella, le exasperaban la paciencia. Sting especialmente.

—Eso —dijo, sonriendo con incomodidad—, es un poquito obvio que... bueno, le gustas. ¿Alguien quiere más vino? —Alzó la botella, en un intento muy poco sutil y muy poco efectivo de aligerar el ambiente.

—Señorita —dijo Yukino tras un largo tiempo de no intervenir en la platica, quieta y parpadeando confundida—, ¿qué mierda está diciendo?

—¡Oh, venga! —bufó Minerva—. ¿De verdad nadie se había dado cuenta?

—Bueno —dijo Sting, alargando de más la palabra—, ¿no? —rió, incómodo.

—Si es casi tan evidente como tu enamoramiento por Dragneel, quitando la parte de fanática.

—¿Qué cosa? —cuestionó Rufus, entrando en la estancia.

Hubo un respingo masivo ante ese hecho.

—Nada —replicaron Sting, Rogue y Yukino a la vez en tanto Minerva volvía a llevarse su copa a la boca, aparentando normalidad y desviando la mirada a Orga que no había dicho nada desde hace un rato. Su grito, para ser más específicos.

Rufus enarcó una ceja, bastante extrañado por la respuesta, antes de avanzar de vuelta a la mesa y depositar sobre ésta una caja con seis cervezas en ella, para luego proceder a sentarse donde se hallaba antes y retirar una cerveza, que le tendió a Orga.

—Ten.

El mayor volteó hacia él, aceptando la cerveza en silencio y con algo de incomodidad porque el ambiente estaba tenso y se notaba.

—Gracias —dijo, abriendo la botella con la mano y llevándose la cerveza a la boca.

Sting sonrió con algo de nerviosismo antes de estirar el brazo, dispuesto a coger una cerveza.

—Oye —le reclamó Rufus, apartando su mano—, ¿qué haces?

—Sacar una cerveza —resolvió el maestro con obviedad.

—No son para ti, quita.

Sting frunció el ceño.

—¿Qué? —inquirió—, ¿acaso le trajiste seis cervezas a Orga?

—Sí —dijo Rufus con simpleza, para luego enarcar una ceja debido a que Sting se lo quedo mirando con los ojos bien abiertos y si su oído no le fallaba Orga acababa de ahogarse con la cerveza a su lado—. ¿Qué? —preguntó, mirándolos a todos.

—No, nada —respondió Yukino, sonriendo de manera forzada y centrando su atención en Minerva, que seguía bebiendo vino y hacía como si la situación no fuera con ella. Golpeó con su codo a Sting, regresando la mirada a él—. ¿Verdad, Sting-sama?

—Eh. —El maestro volteó a verla, espabilando—. Sí, por supuesto, no pasa nada.

Rufus frunció el ceño.

—Ya, lo que digan.

—No, no pasa nada —dijo Rogue, reaccionando por fin tras su escupitajo—. ¿A mí me das una cerveza?

—No.

—Bien —asintió el mago de sombras.

Minerva tuvo claro en esos momentos que la sutileza no era el fuerte de ninguno de los magos allí presentes.

—Tardaste mucho —comentó con una media sonrisa.

—Un poco —dijo Rufus, relajándose algo al hablar, porque la actitud de los demás lo tenía tenso—. ¿Paso algo mientras no estuve?

—Por supuesto que no —respondió la maga, sonriendo con naturalidad.

Rufus la miró algo desconfiado pero luego se recostó contra el sillón, por lo visto dejando el tema de lado.

—¿De qué hablaban? —inquirió.

—De nada —respondió con rapidez Sting, ganándose otro codazo de Yukino.

—Colores —dijo la maga con una sonrisa forzada.

El mago de creación nuevamente los miró con desconfianza.

—¿Colores? —repitió, extrañado.

—Sí —asintió Yukino, nerviosa—, le decía a Sting-sama y los demás que mi color favorito es el blanco —aclaró, mirando unos momentos a Minerva, que había vuelto a desviar la mirada como si aquello no fuera con ella; y es que ella no tenía la culpa de que fueran tan poco sutiles—. ¿Su color favorito, Señorita?

—Azul.

—Ya veo —Yukino regresó la mirada a Rufus—. ¿El tuyo?

—El verde.

Orga volvió a atragantarse con la cerveza en tanto Yukino ensanchaba la sonrisa, en una mueca para nada natural. Rogue, a un lado de Sting, que también sonreía de manera forzada, decidió hablar.

—¿No era el rojo? —preguntó.

—Ya no.

—¿Y por qué diablos no?

Rufus parpadeó algo confundido ante la reacción de Rogue.

—Porque ahora me gusta más el verde —respondió con confusión.

—Claro, porque muchas cosas bonitas son verdes, el pasto, las plantas, las botellas de cerveza —comentó Orga con calma y una vez se hubo recuperado de sus dos ahogamientos sucesivos.

Yukino alzó una mano.

—Por supuesto, es un color muy bonito. Las esmeraldas son verdes, algunos pájaros, su té favorito —agregó.

—Frosch —dijo Rogue.

—Ajá —musitó Rufus, confundido y desviando la mirada de uno al otro—. Es un buen color —dijo, algo inseguro.

Sting sonrió.

—A ti también te gustan algunas cosas verdes, ¿no?

—¿Claro? —respondió Rufus, todavía inseguro—. Aunque el té verde no es exactamente...

—Las hojas de té son verdes —lo cortó Yukino.

—Bueno, sí —admitió el mago.

—Entonces —dijo Minerva, dejando su copa a un lado y sonriendo, de una manera no muy agradable—, ¿qué cosas verdes te gustan a ti?

Rufus enarcó una ceja.

—No me había detenido a pensar en eso —comentó.

—Sus ojos son verdes —dijo Rogue.

—Sí, pero no soy fanático del color de mis ojos.

—A ver, ¿qué cosas del cuarto son verdes aparte de tus ojos?

Yukino frunció el ceño antes de mirar a Minerva, desconfiando de ella, aunque con la sonrisa que tenía confiar en ella era difícil.

—Las botellas de cerveza —repitió Orga.

—La camisa que lleva Sting.

—Ah, sí, mi camisa es verde —dijo Sting, afirmando las palabras de Rogue.

Yukino suspiró y, ahora, miró a Rufus, que no había dicho nada, tratando de sonreír con naturalidad y fallando en el intento.

—¿Qué? —cuestionó éste.

—Algo verde que le guste —pidió la maga, hablando con algo de temor, Minerva seguía sonriendo y Rufus parecía no captar a dónde iba la conversación.

El mago de creación solo enarcó una ceja, pensativo. Se quedo así unos momentos, como si no notara la expectación en el cuarto, antes de hablar.

—Nada importante.

—¿Nada importante? —repitió Sting, frunciendo el ceño.

—Ajá, ¿por?

—¿Cómo nada importante?

Rufus frunció el ceño.

—Nada importante. ¿Necesitas una definición para esa frase?

—Entonces —se metió Minerva—, no te gusta nada verde que sea de verdadera importancia, ¿eso tratas de decir?

Entonces, el apocalipsis —vale, no tan exagerado—, Rufus se llevo la mano al cuello, señal inequívoca de que se había puesto nervioso.

—Sí, más o menos.

Nada importante, nada importante, ¡nada importante nunca significa nada importante! Vale, quizás ellos estaban siendo exagerados, pero nada importante solía significar lo contrario, algo importante.

—Vale, lo entiendo —se apresuró en decir Sting antes de levantarse—. Voy a la cocina por una cerveza, ¿alguien quiere algo? —cuestionó desviando el tema.

—Orga tiene seis —comentó Minerva.

—No, eso lo noto —aclaró el maestro—, por eso pregunte si alguien quería algo, él no puede querer algo.

—No, pero son cinco cervezas —dijo el mayor, mostrando la botella vacía en sus manos.

—Vale, tenías seis —corrigió el maestro.

—Podría traer más bocadillos, Sting-sama —pidió Yukino, entregándole la fuente ya vacía.

—Vale.

—Yo también quiero una cerveza.

—Ok, Rogue. ¿Señorita?

—Cerveza.

—Genial, tres cervezas y los bocadillos. ¿Nada más? —Negación general—. Perfecto.

Sting dio la vuelta y se dispuso a salir del cuarto, antes de ser detenido.

—¿Puede cargarlo todo, Sting-sama?

—Supongo —respondió Sting, volteando hacia la chica.

—Rufus-sama, acompáñelo —ordenó Yukino.

—Ah —reclamó el susodicho—. ¿Por qué yo?

—Porque eres una persona horrible con Sting-sama.

Hubo un momento de silencio.

—Vale, lo capto.

Rufus suspiró unos momentos antes de levantarse e ir tras su maestro, que lo miraba levemente molesto. Ambos abandonaron el cuarto y entonces se formó el silencio absoluto. Orga abrió una segunda botella de cerveza mientras Minerva dejaba su copa, ya vacía, a un lado. Yukino jugueteó con sus dedos unos momentos, incómoda.

—Yo creo que los ojos de Rufus son de un verde muy bonito —comentó al aire mientras Rogue jugaba con su vaso también vacío.

No por nada él y la Señorita habían pedido una cerveza.

—El cabello de Orga también...

—Señorita, puede irse al demonio.

Minerva miró al mayor con una ceja alzada.

—¿Qué pasa? —inquirió.

—No pasa nada.

—Ya, lo que digas.

Intercambiaron miradas mientras Yukino tosía, nerviosa, desviando la atención a Rogue.

—Sus ojos también son muy bonitos, Rogue-sama —comentó.

—Ah, gracias —dijo este.

—También me gustan los suyos, Señorita —agregó, siendo ignorada por la susodicha.

—¿No vas a decir nada?

—¿Qué quiere usted que diga?

Oh, la maldita tensión, quizás lo mejor era que tomara a Rogue de la mano y huyeran lejos. Yukino carraspeó, tensa como todo en ese maldito cuarto.

—Eh, Señorita —llamó nuevamente, en tanto Rogue se mantenía callado y casi parecía que quería hundirse en el asiento y desaparecer, porque prefería no inmiscuirse.

—¿No es evidente?

—No.

Minerva soltó una risa cargada de ironía, ocasionando que Yukino se planteara seriamente la opción de huir.

—¿No vas a decir nada de nada sobre Rufus?

—¿Qué espera que diga sobre él?

La puerta tampoco estaba tan lejos, y como la idea de ser absorbido por el sillón y desaparecer no parecía funcionarle a Rogue, de seguro aceptaba salir corriendo de ahí con ella.

—No sé, le gustas, algo tendrías que decir.

—No le gusto, Señorita.

Minerva rodó los ojos y Yukino rogó, en verdad rogó, que los otros llegaran pronto.

—¿Esto es una especie de negación?

—No es una maldita negación —replicó Orga—, simplemente no le gusto.

—Claro que sí.

—¿Tiene prueba de ello, acaso?

Hubo otro intercambio de miradas mientras Yukino calculaba los metros de ahí a la puerta. A tema, la cocina no estaba tan lejos, ¿por qué tardaban tanto Sting y Rufus? Bueno, tampoco es que Rufus hubiera tardado poco la primera vez.

—¿Necesitas una prueba de ello?

—Por qué habría de no necesitarla, su palabra no es tan —hizo énfasis— confiable.

—¿Qué insinúas? —preguntó Minerva—. Yo digo lo que creo.

—¿Ve? Lo que cree, no lo que es.

—Y estoy segura de tener razón.

Orga gruñó fastidiado, Minerva no dio señales de verse afectada, aunque junto un poco sus cejas. Yukino se mordió el labio, miró a la nada e hizo lo único que se podía hacer en esa situación: abstraerse. Cantó en su mente con calma mientras los demás... compartían puntos de vista; y Rogue trataba de ser absorbido por un mueble, claro.

—¿Por qué habría de estar tan segura?

—¿Por qué te parece tan raro que lo esté?

—Es solo una idea suya. —El mago de rayos bufó, molesto—, y la dice como si fuera una verdad universal.

—Universal no —dijo Minerva—, pero de que es verdad lo es.

—¿Por?

—¿Y por qué no? —inquirió la maga, recelosa—. ¿Te molesta tanto la idea?

Un momento de silencio, ocupado solo por otro intercambio de miradas. Si Yukino no estuviera ocupada columpiando elefantes pensaría algo de esa batalla visual.

—Claro que no.

—¿De verdad?

—No veo por qué me molestaría.

—¿Y a qué viene la insistencia?

—La insistente es usted.

Minerva frunció el ceño.

—No soy insistente —replicó—. El único aquí testarudo que no quiere aceptar la verdad eres tú.

—No le gusto.

—Por última vez, le gustas.

—¡¿Y por qué diablos le gustaría?! —cuestionó el mago.

La maga se cruzó de brazos.

—Ve a preguntarle a él.

—Muy gracioso.

—Evidente, soy una gran comediante.

—Por supuesto, es tan divertida.

—¡Volvimos! —anunció Sting pateando la puerta para ingresar, pero era el maestro y esa era su oficina, estaba en su derecho a ello.

Yukino, que ya llevaba más de treinta elefantes, sonrió.

—Ya era hora —reclamó pese a la expresión animada—, la cocina no está tan lejos.

—Lo sentimos —comentó Sting, acercándose a ellos con tres cervezas en la mano, seguido de Rufus que solo portaba la fuente con comida en una mano.

—Fue Sting.

—¡No fui yo, bastardo! —Se defendió el maestro ante la acusación, sentándose en su puesto anterior y pasándole una cerveza a Rogue y otra a Minerva.

Rufus lo miró unos momentos mientras depositaba la fuente en la mesa, para luego sentarse y contemplar unos momentos a todos.

—¿Pasa algo?

—No, claro que no —dijo Yukino—. ¿Por qué?

—Nada, solo me dio esa impresión —comentó Rufus.

—Un poco, ¿no? —dijo Sting, sonriendo y notando algo parecido a tensión en el ambiente.

Y Rogue había aceptado la cerveza que le tendió sin despegarse un milímetro del sillón, todavía parecía querer desaparecer en éste.

Minerva sonrió, abriendo la cerveza que le había dado su maestro y bebiendo un trago antes de hablar. Total, ya había hablado antes, mejor seguir con el tema que dejarlo en la nada.

—Oye Rufus —llamó, captando la atención del grupo—, podrías darme tu definición de alguien atractivo.

El mago de creación enarcó una ceja, algo extrañado por el pedido. Orga se cruzó de brazos y miró a la maga con una expresión parecida a aquí a la vuelta hay un gremio llamado Tártaros, ¿por qué no vuelve para allá? Yukino suspiró y luego su sonrisa volvió a ser forzada. Sting miró a uno y a otro algo confundido, sin captar bien qué diablos pasaba ahí. Síntoma de haber ido a la cocina.

—¿Para? —preguntó Rufus.

—Solo responde.

El mago parpadeó ante esa respuesta.

—Bueno —comenzó, deteniéndose unos momentos a pensar—, no sé, ¿depende?

—¿De? —cuestionó Minerva, mirándolo fijamente.

Rufus sonrió, incómodo.

—No estoy muy seguro de qué me está pidiendo así que...

—De todos los que estamos en el cuarto, excluyéndome —dijo Minerva—, ¿quién es el más atractivo?

Hubo un silencio mientras Rufus parpadeaba, aún más confuso si se podía. Yukino presintió en que acababa eso, o más bien, lo que buscaba la otra maga. Sonrió.

—Yo —dijo, captando la atención de todos—. Soy yo, ¿no?

Ahora quien parpadeó fue Minerva.

—¿Disculpa?

—¿No está de acuerdo, Señorita?

Otro silencio mientras la mayor miraba a la albina queriendo decir: t-r-a-m-p-o-s-a.

—Claro que sí —respondió, obteniendo un asentimiento generalizado—. Pero no cuenta, obvio que las chicas somos más bonitas —comentó, para luego volver a mirar a Rufus—. Y excluyendo a las chicas, Rufus.

El susodicho enarcó una ceja ante su planteamiento, para luego hablar.

—¿Debo excluir a Sting también?

—¡Serás hijo de puta!

Orga rió con fuerza al igual que Rogue, ocasionando que éste último se separara finalmente del maldito sillón.

—¡Sí, excluyelo! —exclamó el mago de sombras divertido.

Minerva rodó los ojos. Venga, que eso dejaba la disputa entre Rogue y Orga.

—Sting tiene cara de niño pequeño pero sigue siendo de niño —replicó, apuntando al maestro.

—¡Ey! —Se quejó Sting ante eso.

Yukino fue quien rodó los ojos ahora ante la risa general, para luego sonreír levemente.

—Rufus-sama, Señorita, no sean así con Sting-sama —dijo con voz suave y calmada.

—¡Eso, yo soy muy bonito! —reclamó el maestro, molesto.

Rogue dejó de reír para voltear hacia el rubio.

—Oh sí, la belleza de un niño de cinco años. —Se burló.

—Vete al demonio, Rogue.

—Venga, dejen de desviar el tema —se quejó Minerva, sonriente—. Como decía, yo estaba preguntándole a Rufus quién le parecía bonito, no si Sting le parece niña o no.

—Creo que el término es fanática —comentó Orga.

Sting los miró a ambos con molestia. A todos, en realidad. ¿Por qué siempre se iban en su contra?

—Digan eso ahora, de todas formas el más bonito soy yo —dijo el rubio cruzándose de brazos, en algo parecido a un berrinche.

—Sting, definitivamente no eres la más bonita —refutó Rufus.

—¡Bonito demonios, soy hombre! —Sting alzó una mano y señaló al mago frente a él—. ¡Si alguien tiene el pelo largo y el rostro fino aquí eres tú!

Rufus frunció el ceño.

—Perdón, soy mucho más masculino de lo que tú podrías llegar a ser.

—Oh, pero por supuesto —dijo Sting con ironía, rodando los ojos—. Yo luzco mucho más masculino —repitió, terco.

Yukino suspiró al oírlos, por qué siempre tenían que hallar un motivo para discutir. Sin embargo, dada la situación anterior a cuando lo hacían por esa única y exclusiva vez los prefería discutiendo.

—Y siguen desviando el tema —se quejo Minerva—. Sting no parece niña.

—Vale, no parece niña —aceptó Rufus—, pero hombre tampoco y menos uno atractivo.

—Rufus, te puedes ir al maldito infierno —dijo Sting entre dientes—. ¿Cómo se supone luce un hombre atractivo según tú?

—No sé. Más alto, más grande, más ancho de espalda, sin esa cara de pendejo subnormal que traes siempre.

—¿Con barba? —cuestionó Minerva.

—No, Sting-sama se vería horrible con barba. —Se metió Yukino.

—Creí que era lampiño —dijo Rogue, todavía burlón.

—¡Es rubio, por eso no se nota! —replicó el maestro—. ¡Tengo vello!

—Te digo quienes son lampiños —dijo Orga—, los niños.

—¡Os podéis ir a la mierda todos!

—Sting-sama, yo solo hacía un comentario.

El rubio se quedo en silencio unos momentos.

—Bueno, tú y la Señorita no, los otros tres imbéciles... —comenzó—. ¡Al carajo, Rufus tampoco tiene vello!

—Rufus se afeita —dijo Orga.

—¿De verdad?

—Todos nos afeitamos menos tú, Sting —dijo Rogue.

—¡Orga no se afeita!

—Claro, porque la barba le crece así natural —dijo Minerva con sarcasmo, levantándose—. En fin, me voy a dormir. Buenas noches a todos —sonrió al decir aquello, captando la atención del grupo—. Que duerman bien.

Yukino frunció el ceño al ver como se dirigía a la puerta, segura de que ahí había algo raro. Se iba como si todo hubiera quedado solucionado, hubiera demostrado su punto o algo así. Lo pensó unos momentos, tratando de dilucidar a qué se había debido esa sonrisa de victoria, antes de dar en el clavo.

—Con permiso —pidió, levantándose y yendo tras la mayor a paso rápido—. ¡Señorita!

Sting frunció el ceño.

—Tengo la leve impresión de haberme perdido de algo.

—El cerebro —dijo Rufus, levantándose también—. De todas maneras todos actúan bien raro hoy —comentó, mirando un momentos a sus compañeros antes de señalar la mesa—. Sting, limpia. Yo me voy a dormir, ¿vienes? —le preguntó a Orga.

—¡Por qué diablos tengo que limpiar yo! —reclamó el maestro.

—Claro —respondió Orga tras unos momentos de silencio, mirando fijamente al mago de creación para luego levantarse.

—¡Es más, con qué derecho me lo ordenas!

—Con el derecho de que yo ordeno el papeleo y no me gusta trabajar en un lugar sucio —aclaró Rufus, dando la vuelta rumbo a la puerta, dirigiéndole una escueta mirada a Orga para asegurarse que iba con él.

Sting los vio marcharse, volteando luego hacia Rogue y centrando la mirada en él. Cheney le mantuvo la mirada unos momentos antes de suspirar.

—Ya, te ayudo.

—¡Gracias Rogue! —exclamó el rubio, saltando sobre su compañero para abrazarlo—. No es mucho, terminamos pronto, definitivamente no tardamos si me ayudas.

—Sí, sí, ya sé, ahora suéltame.

Sting rió unos momentos antes de separarse y disponerse a ordenar, mientras más rápido acabaran mejor. Total, mañana sería otro día. Se levantaría, iría a molestar a Rogue para que se levantara, iría a la cocina donde ya estaría Yukino, Orga no tardaría en ir también, él enarcaría una ceja.

Vale, lo último era nuevo.

—¿Qué? —Le preguntó Orga ante la insistencia de su mirada.

Sting mantuvo la mirada fija y la ceja arqueada unos momentos antes de hablar.

—¿Durmieron juntos?

Tanto el mayor como Yukino centraron su atención en el rubio. Orga frunció el ceño.

—¿No irás a seguir con el tema?

—No —dijo Sting, apoyando el codo en la mesa y su barbilla en su mano, en aspecto desinteresado—. Es solo que con todo lo que dijo la Señorita ayer pensé que podría haberte incomodado. Tú sabes, te dijo que le gustabas a Rufus y luego ustedes duermen juntos en la misma cama. ¿No debería ser extraño?

Hubo un momento de silencio.

—¿Es en serio? —preguntó Orga, molesto.

Sting se revolvió el cabello mientra sonreía nerviosamente.

—En realidad es un buen punto —dijo Yukino, algo incómoda—. Digo, ¿no tendría que ser... incómodo?

Orga se cruzó de brazos.

—¿Por qué habría de? —inquirió.

Yukino sonrió, retorciendo el mantel que sostenía en las manos antes de responder.

—Bueno —murmuró—, era lo esperable, pero si no fue así supongo que está bien.

Hubo otro momento de silencio, interrumpido por Sting.

—Yukino —llamó—, creo que se está quemando el pan.

La chica lo miró, sin atender inmediatamente a su llamado. Orga enarcó una ceja ante eso, regresando la mirada a la cocina y señalando con una mano.

—Tiene razón, está echando humo.

La maga parpadeó antes de voltear, notando que efectivamente el pan sobre el tostador se estaba quemando. Reaccionó entonces, apresurándose en retirar el pan del tostador olvidando que tenía aún el mantel en la mano, ocasionando que éste también comenzara a arder. Yukino lo agito en el aire ante la atenta, y bastante perpleja, mirada de ambos chicos.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Sting.

Orga rodó los ojos ante la pregunta, porque eso era evidente. Se acercó a Yukino y cogió el mantel, aplastándolo entre sus manos para apagar la llama. Yukino suspiró ante eso, consciente de que había tenido una especie de lapsus para tamaño derroche de estupidez.

—Gracias Orga —dijo, sonriéndole al mago frente a ella.

Debía admitir que la conversación con Minerva del día anterior la había dejado algo trastocada. O mucho, quizás demasiado.

Casi como si la hubiese invocado la maga se apareció por la puerta acompañada de Rogue, que lucía preocupado.

—¿Paso algo? —cuestionó el mago de sombras, mirando el humo del lugar.

—Oh no —respondió Yukino—, solo se quemó el pan y un mantel.

Minerva enarcó una ceja.

—Creo que eso entra en la categoría de algo —comentó.

Yukino no le respondió, sencillamente le hecho una rápida mirada a la morena para luego fruncir el ceño.

—Señorita, ¿qué le he dicho de ir así por el gremio?

La mayor se cruzó de brazos, por encima de sus pechos, que se veían claramente a través de la camisola transparente que usaba para dormir, a la que no acompañaba con ropa interior.

—Luego iré a cambiarme —dijo sin demasiado interés.

Venga, ¿qué problema había que fuera así por el gremio si ahí nadie bateaba para ese lado? Ningún hombre al menos. A su parecer, por supuesto.

Sting, que se había quedado un buen tiempo mirando a su compañera —justo como los otros dos magos presentes— carraspeó levemente y desvió la mirada a Rogue.

—Te levantaste temprano —comentó.

—Evidente, me alerto el olor a humo.

—Creo que alertó a todos menos a Rufus —comentó Minerva, apartando una silla para sentarse—. ¿Ya está el desayuno?

—Si le gusta el pan quemado —dijo Orga, regresando a su puesto.

Minerva lo miró.

—¿No irás a levantar a Rufus? —cuestionó—. Para él está el desayuno.

Todos la miraron.

—¿Qué quiere decir? —inquirió Rogue, confuso y tomando asiento—. Que yo sepa a Rufus no le gusta el pan quemado, el único que come pan quemado es Orga.

La mayor esbozó una sonrisa triunfal.

—Tengo mi prueba —dijo, para sorpresa de los presentes.

—¿De qué? —preguntó Sting, algo perdido.

La mayor lo miró, sin borrar la mueca del rostro.

—De lo que hablamos ayer, Orga dijo que no tenía ninguna prueba para asegurarlo y yo, justo ahora, le digo que la tengo.

Hubo un momento de silencio, en el que Sting parpadeaba porque no terminaba de ubicarse, Rogue enarcaba una ceja y procedía a mirar a Orga porque sí se había ubicado, el mayor fruncía el ceño y Yukino suspiraba.

—Señorita, ¿es en serio?

—Sí, así que no molestes —pidió Minerva—, y tú no te preocupes, Orga, todo esto te supone un beneficio.

—¿De qué forma? —cuestionó el mago.

Minerva señaló a la albina.

—Yukino dijo que no hay problema si bebes cerveza por ésta mañana en particular.

Hubo otro momento de silencio.

—Vale, entonces no me importa —dijo Orga, levantándose para ir a la nevera—. ¿De qué iba la prueba?

—Te compran con una maldita cerveza —comentó Rogue, siguiendo su camino con la mirada.

—Aún no capto de qué hablan —dijo Sting.

—Nada importante —aclaró Orga, volviendo a la mesa cerveza en mano—. La Señorita va a demostrar que Rufus está enamorado de mí.

El maestro parpadeó, de nuevo, a la vez que Yukino volvía a suspirar.

—Señorita, no recuerdo haber accedido a nada.

Minerva alzó una mano.

—No me importa y a Orga tampoco —señaló al susodicho—. Tiene cerveza, con eso es feliz.

—Esperen —habló Sting—, ¿qué van a demostrar qué?

Rogue volteó a verlo.

—Que Rufus está enamorado por Orga —dijo—, aunque no veo cómo si ni siquiera está aquí.

Orga sonrió al notar la mirada de Minerva sobre él.

—Bebo cerveza y los que lo quieren despierto son ustedes —dijo, señalándolos a todos—, vayan a despertarlo.

Hubo un largo, verdaderamente largo y profundo momento de silencio. Minerva se llevó la mano a la barbilla, incómoda.

—No predije esto —comentó.

—Sting-sama —llamó Yukino, dando la vuelta para mirar el café—, usted es el maestro.

—¡No! —exclamó Sting con horror—. Me niego, que vaya Rogue.

—¿Y por qué yo? —reclamó el mago de sombras—. A mí ni siquiera me interesa todo éste tema, no tengo nada que ver en esto.

—¿No eres mi amigo?

Rogue miró a Sting fijamente tras su pregunta.

—Lo siento Sting, pero eso por ti no lo haría. Cualquier otra cosa, pero eso no.

Sting gimió. Yukino ya lo había mandado a él, Rogue no se pondría de su lado y tarde o temprano Minerva también se iría en su contra. Estaba perdido, indudablemente tendría que ir a despertar a Rufus, y despertar a Rufus era igual a bajar a los infiernos para enfrentarte a Satán armado con un palo de bambú. A menos que fueras Orga, claro, detalle que se detuvo a meditar unos momentos dada la conversación que mantenían porque, por primera vez en su vida, se le hacía curioso.

—¿Paso algo?

Todos voltearon para ver a Rufus en la puerta. Sting agradeció su suerte, su maldita y hermosa suerte.

—¿Con qué? —cuestionó Yukino cuando salió de la sorpresa de ver al mago ahí a esas horas.

Rufus miró unos momentos la cocina antes de tallarse los ojos, claramente cansado.

—El humo —aclaró.

—Vaya reacción más lenta —comentó Rogue.

—Levantarse de la cama es algo complicado —dijo el mago de creación, bostezando.

Apartó la mano de su cara y fijo su atención en sus compañeros, extrañándose.

—¿Por qué Orga bebe cerveza? —preguntó, consciente de que se supone Yukino no lo dejaba beber al desayuno.

—Casualidad —respondió Minerva—. ¿Podrías traerme un abrigo de mi habitación? —pidió—. Me ha dado algo de frío.

La atención de todos se fijo en la maga porque, bueno, ese comentario nadie lo esperaba. Rufus parpadeó unos momentos, algo incómodo al ver a Minerva, antes de voltear.

—Claro —accedió, partiendo rumbo a la habitación de su compañera.

—Bien, ahora a esperar que regrese —dijo Minerva, con el mismo tono de voz de quien maquina un diabólico plan—. No te bebas toda la cerveza, Orga.

—¿Por qué no? —cuestionó éste—, ¿y para qué mandó a llamar a Rufus si quería que se fuera?

—El que lo mandó a llamar fuiste tú —replicó Minerva, antes de sonreír—. Para explicar mi plan, claro, no lo haré con él presente.

—¿Qué plan? —preguntó Sting, que ya había dejado de hacer nota mental sobre todas las cosas que se dejó por hacer antes de su, por suerte, ya no inminente muerte.

—Es simple, en cuanto Rufus vuelva Orga le dirá que ya no quiere cerveza y se la ofrecerá a él —explicó la maga, sonriente.

Hubo un silencio por parte de los magos en tanto Yukino suspiraba.

—¿Y cómo eso va a explicar nada? —preguntó Orga, dando otro sorbo a su cerveza.

—Rufus no bebe —dijo Minerva, a lo que todos asintieron—, sería ridículo suponer que va a beber además en plena mañana. —Otro asentimiento.

Sting parpadeó, más confundido.

—¿Y entonces qué espera, que acepte la cerveza de Orga solo porque se la ha ofrecido él?

—No —respondió Minerva—, la aceptará porque eso es un beso indirecto.

Hubo otro silencio, solo que indudablemente más marcado que el anterior.

—¿Es en serio? —replicó Orga—. ¿De verdad cree que Rufus va a beber por algo tan ridículo?

—Sí. —Fue la respuesta de la mayor—, por eso probará que está enamorado de ti, por lo ridículo.

Vale, dicho así sonaba bastante (por no decir otra cosa) tonto, aunque si se detenían a pensarlo sí tenía algo de lógica. Es decir, en lo absoluto Rufus haría tamaña estupidez, a menos claro que Minerva tuviera razón.

Por eso cuando Rufus ingresó de vuelta en la habitación se formó un silencio sepulcral, toda la atención fija en él.

—¿Qué? —inquirió el mago, bastante extrañado en lo que daba la vuelta a la mesa para llegar donde Minerva—. Tenga.

—Gracias —respondió la maga, aceptando el abrigo y sonriendo con naturalidad.

Se lo colocó contando internamente los minutos que Orga tardó en decidirse, alzando finalmente la cerveza en su mano hacia su compañero.

—Rufus —llamó, captando la atención de éste—. Ya no quiero —mintió—, ten.

Oh, la expectación, casi se podía sentir ante el desenlace final.

Desde ya que eso era más que raro, mucho demasiado, pero Rufus optó por ignorar ese detalle. Sus compañeros eran bastante raros ya de por sí, tampoco era tan terrible que se pusieran más raritos de lo normal.

—Claro —dijo, cogiendo la botella que le ofrecían para llevársela a la boca.

Pero no bebió, claro que no, porque el silencio que cayó sobre la habitación fue tan pesado que hasta él lo sintió, ese repentino cambio de ambiente.

Es que si alguno hubiera tenido algo en las manos, lo hubiera botado de la impresión.


Sería de momento.

No creo acabarlo pronto pero bueh, quién sabe, ando con unas ganas locas de escribir de ellos dos.

Nos leemos.