Advertencia: Este es una historia 100% Slash, o sea: contenido chico-chico., contiene sexo explicito y muerte de personaje.
Disclaimers: Los personajes del mundo de Harry Potter pertenecen a JK Rowling y a la Warner Bros. Yo solo los ocupo por mero entretenimiento y porque me fascinan.
Notas de la autora: Holitas a todos! ya esto nuevamente por aquí dando lata con otra historia, ¡Yey~! aunque esta historia no es nueva, quería que la conocieran-! ya que solo la tengo publicada en Amor Yaoi y SlashHeaven! (sip, sip, mi nickname es variado, pero yo soy MidNightFlower y Dolche~ kukuku~ +w+)
Espero que disfruten esta historia como yo disfrute escribirla y muchos otros lo han hecho (o al menos es lo que me han dicho xD)
A leer se ha dicho!
Capítulo 1: When You're Gone
Entreabrió los ojos apesadumbrado, la luz se colaba por las cortinas abiertas iluminando la estancia. Su reloj de pared anunciaba las siete de la mañana y aun sentía un terrible sueño invadiéndolo a fuego lento. Sus parpados pesaban; sentía su mejilla arder y su cuello dolía por la mala posición de su noche anterior o mejor dicho madrugada.
Sobó con una mano su mejilla sintiendo con claridad las marcas del teclado en ella y rodó los ojos, era ya la cuarta vez que pasaba, pero no podía hacer nada, solo podía esperar a ocultarlo con un hechizo glamour. Con un suave masaje en su cuello y hombros tensos sacó entre sus cajones un filtro de paz. Descuidadamente pasó sus largos dedos por la alborotada cabellera platinada, estaba hecho un caos, pero ya tendría tiempo de arreglarse.
Alargando la mano tomó su vaso de café de media tarde y bebió apresurado, ya estaba frío y demasiado dulce; pero el azúcar mezclada con la cafeína siempre cumplían su propósito, levantarle el ánimo y darle energía por el resto del día o al menos eso creía y le hacían creer los comerciales muggle.
Agradecía que su texto ya estuviera completo, impreso y listo para entregar. Con un vistazo rápido lo analizó por última vez antes de guardarlo en un sobre, al parecer todo estaba en orden y dando un sonoro suspiró se recargó en su silla y contempló su casa.
Su marca de organizador estaba en todos lados, nada fuera de su lugar y todo con un agradable aroma a vainilla. Con un último bostezo y estiramiento cual felino se levantó para despabilarse. "en definitiva, no es mucho" se repitió más que aprensión, por costumbre.
-Cuatro benditos años en el mundo muggle, quien lo diría…- dijo en voz baja sacando del refrigerador leche, jitomate, lechuga, jamón y mayonesa para preparar un sándwich.
No es que durante toda su vida había sido un experto moviéndose tan quitado de la pena valiéndose por sí mismo y rascándose con sus propias uñas, pero el tiempo lo ameritaba y sabía que al ser un Malfoy nada lo podría doblegar.
-¡Papi, ya estoy lista!- exclamó una vocecilla corriendo hacia él. Sin poder evitarlo sonrió dejando la leche achocolatada en el desayunador y extendió sus brazos para recibir a la inocente criatura.
-Buenos días, cielo- dijo cargándola para darle un beso y la puso en la silla. Su pequeña hija de cinco años comenzaba a mover sus piernitas ante la emoción que le daba su desayuno tan sabroso que siempre su padre le tenía listo.
-¿Ya está tu mochila? ¿Lavaste tu cara? ¿Acomodaste tus juguetes?- a todo la niña asentía gustosa regresándolo a ver con sus grandes ojos verdes a cada pregunta y siguió desayunando su pan francés.
-Papi, creo que tienes jalea en tu cabello- dijo entre sonrisas señalando una cosa pegajosa en las puntas. El rubio exasperado bufó y en automático se llevó la mano al pelo; en efecto, era jalea de fresa de la tarde anterior, mejor ni pensar donde más tenía jalea de fresa, pensaba molesto.
-Cuando termines, ve a lavarte los dientes y ponte una diadema- y sin más que agregar se dirigió al baño a darse una ducha exprés.
Aunque su hija era muy pequeña, era bástate lista e independiente. Tarareando una canción de sus programas favoritos dejó su plato en el fregadero y corrió a su cuarto para ponerse sus zapatos. Era sorprendente como habían amoldado su rutina tan perfectamente que la niña sabia que debía obedecer y lo hacía gustosa.
Tras una cortina de vapor, su padre salió más listo que nuca, con su pulcra camisa de manga corta negra, jeans rectos y sneackers. Aunque trabajar en una revista que no era tan redituante económicamente hablando, le daba tanta libertad en cuanto a sus horas de trabajo, forma de vestir y publicar lo que le plazca, sin temor de que le disminuyeran su paga, así que no podía quejarse.
Acomodó sus alimentos y el almuerzo de su hija en la pequeña lonchera rosa y comprobó que ya estaba todo listo.
-Papi, ¿me peinas?- pidió con una inocente mirada.
-Peony… ¿No te dije que te pusieras una diadema?-
-Pero no quiero… ¡la diadema se resbala!- dijo haciendo puchero- ¡péiname, papi! ¡Por favor, por favor, por favor!-Torció el gesto y regresó a ver el reloj. Todavía tenían tiempo.
-Está bien…- dijo desganado mientras su hija con una radiante sonrisa se acercaba a él con un cepillo y dos ligas blancas con moños.
-Quiero dos colitas altas- dijo triunfal moviéndose animadamente; adoraba que su padre la peinara, ya que siempre era muy cuidadoso y jamás le daba un tirón para desenredarle el largo cabello.
Draco contemplaba a su hija sin dejar de cepillar con una adquirida destreza dividió el cabello a la mitad y estilizaba una parte, procurando que la otra estuviera al mismo tamaño.
Sonrió con tristeza, dándole un beso en la cabeza haciéndole saber que había terminado. Verla ahí de pie junto a la puerta, lo único parecido a él era esa respingona nariz, y las hebras rubias al costado de sus orejas como su madre Narcisa Malfoy, de ahí a fuera, el cabello negro tan oscuro, tan suave, pero tan indomable; la piel trigueña y esos brillantes ojos verdes casi iguales a los de esa persona que no quería recordar.
"¿Como la persona a que amas con toda tu alma, puede parecerse a alguien que tanto detestas?" se preguntaba apesadumbrado. Acomodando los moños una última vez y sin dudarlo, cargó a la pequeña en su cintura, tomó sus cosas y se aparecieron a una cuadra del jardín de niños.
-Papi, ya sabes que no me gusta aparecerme…- dijo haciendo un mohín cruzándose de brazos.
-El auto está descompuesto, no queda de otra- declaró dando por zanjada la discusión y la niña asintió comprensiva. En un abrir y cerrar de ojos, sumado un dolor de estomago por a aparición llegaron a dos cuadras del jardín de niños. Draco se le quedó viendo con media sonrisa y acarició su pequeña cabeza -Cuídate mucho, princesa, te quiero-
-Yo también, papi- dijo dándole besitos en su mejilla, siendo recompensada con un par de parte de su padre.
-Si uno de esos odiosos niños quiere molestarte…-
-¡Yo los golpeare en las rodillas y fingiré que no sé nada!- dijo entre risas.
-¡Esa es mi niña!- exclamó dándole un beso en la frente antes de que comenzara a alejarse y desaparecer tras esas puertas blancas con arcoíris pintados y orugas risueñas.
-¿Quieres acompañarnos para comer, Draco?- preguntó el típico chavo "alegre" de la oficina, que siempre estaba de buen humor y nada lo perturbaba, incluso el rubio pensaba que seguro había algo mal con él, como si de un encantamiento imperio se tratara.
-Gracias Christian, pero tendré que decir que paso, tal vez la próxima- dijo recogiendo sus cosas, ya solo faltaba media hora para recoger a su hija y no pensaba perder el tiempo con sus compañeros de trabajo, ya había entregado su columna de quinientas palabras para publicación
-Vamos, Drake, necesitas divertirte y gozar tu juventud, puedes encargarles a tu hija en el servicio de guardería o mejor aún, porque no la traes, esa una lindura tu pequeña…- "vieja entrometida ¿Cómo se atreve a llamarme por un diminutivo?" pensó furibundo sin mostrarlo al exterior, estaba cansado de las horribles insinuaciones de esa mujer que nunca perdía la oportunidad de echarle los perros.
-Gracias Hildegarde, pero no puedo, prometí a mi hija que veríamos una película en la casa y le ayudaría con su tarea, así que es un no, lo siento- dijo mostrando su mejor sonrisa marca Malfoy y poniéndose de pie, se despidió con la mano de sus compañeros.
Como si hubiera estado conteniendo el aire durante todo el rato, dio un fuerte suspiro ya alejado de ese claustrofóbico edificio y con paso lento recorrió el trayecto usual para recoger a su hija.
Esperó en un pequeño parque con grandes sicomoros que dejaban caer sus hojas amarillas por la entra del otoño y se sentó en una banca disfrutando de su tiempo a solas. Solo escuchar el viento a su alrededor, el movimiento de las ramas y el césped, el aroma de la naturaleza mezclado con la miel de las castañas calientes lo relajaba como jamás pensó…
-¡Papi, mira lo que hice en mi clase!- la pequeña le alargó una hoja de papel a su padre – ¡Peony va a ser una pintora!- dijo entre risillas encantadoras dando pequeños brinquitos.
-¿Vas a ser una pequeña Picasso?- preguntó observando el dibujo de su apartamento con un sol sonriente en una esquina y dos personitas que podría apostar que eran ellos dos.
-No, no quiero ser cubista, papi… ¡Peony quiere ser como Kadiski!- Con mucha energía se subió a una barra haciendo equilibro mientras era ayudada por Draco.
-Ahh, una expresionista como Kandinski, querrás decir- dijo apreciando la obra de arte de su pequeña.
-¡Sí!- exclamó triunfal.
-Hace una semana dijiste que querías ser patinadora olímpica…- arqueó una ceja mientras la tomaba entre sus brazos ya que temía que se fuera a hacer daño.
-Eso fue hace mucho…- dijo riendo al ser cargada como costal por su padre. Su dulce carácter siempre era un alivio y lograba meterlo en una perfecta atmósfera de alegría inamovible que cuanto adoraba y agradecía a los cielos por su pequeño tesoro.
Tras preparar rápidamente la comida sirvió los platos siendo ayudado por su pequeña que con cuidado colocaba los cubiertos y servilletas para después tomar asiento frente a la mesa mientras agitaba sus piernas impaciente. Draco estaba orgulloso de su repertorio culinario y la pequeña Peony siempre se lo reiteraba que nadie cocinaba como su papi.
A la hora de dormir le trenzaba su largo cabello oscuro para que no se le enredara y dándole las buenas noches con un beso en su frente se despedía deseándole dulces sueños.
Apagando la luz y solo dejando la auxiliar que compró en una tienda muggle con forma de luna dejó entre abierta la puerta dirigiéndose con pesadez a su cuarto, tenía mucho que revisar entre las anotaciones que hizo y las sugerencias que le dio su jefe para su próximo artículo, no era mucho, pero quería tenerlo todo en orden por si al vejete se le ocurría algo más para el día siguiente.
Sin ganas de seguir, comprobó la hora y solo faltaban quince para las doce, con una sonrisa de lado echó la cabeza hacia atrás, sería la primera vez en varios meses que dormía tan temprano, pero para su descuido, dejó salir de su sitio ese particular collar que resplandeció sobre su pijama; su recordatorio fiel y certero de su imborrable pasado.
Un tanto asustado lo regresó a ver. Esa sencilla hebra plateada, con un estrella entrelazada con una luna hacia que le doliera el pecho sintiendo las punzadas de los cuchillos del dolor atravesarlo al rojo vivo como si la herida fuera reciente.
Se había prometido ya no llorar por eso, que todo quedó en el paso y había continuado con su vida; pero esa faceta de su juventud seguía ligada él, impidiéndole avanzar más allá al horizonte del nuevo comienzo.
-Una mentira alegre es mejor que la hiriente realidad…- dijo en voz baja sintiendo el escozor en sus ojos de sentimientos reprimidos. Ese capítulo de su vida estaba incompleto y lo sabía, no había tenido el final adecuado, de hecho no era un final en absoluto más que el frío precipicio que lo condujo al abismo.
Como una secuencia de imágenes, sus recuerdos aparecían frente a sus ojos, todos los momentos vividos; el tímido beso que le robó en su sentir de amor no correspondido, el sorprendente acercamiento de dos personas que creían no tener nada en común, la amistad que se tornó en algo más, el hermoso beso al atardecer, el sin fin de caricias y explosión de sentimientos, promesas para el futuro, el amo secreto, la mentira que destruyó todo lo demás…
-Harry…- dijo sin poder detener la lluvia torrencial de lágrimas latentes con el ardor del dolor que sin más se hizo un ovillo apretando sus piernas a su pecho con todas sus fuerzas hasta que cayó dormido.