Disclamer: doy las gracias a mi hermocha RainieDeForest por betear este bicho. Y ahora… bueno, el otro día vi El libro de la vida y se me pasó por la cabeza "oye, por qué no escribes sobre mitolog…" Al mismo tiempo, otra voz iba susurrando en mi cabeza "Podrías escribir otro capítulo de mitología japonesa, que es un objetivo más realista". Y aquí está.

¡Disfrutad el fic!

–Así que… ¿hablando con tu novia, Bobby? –preguntó su gemelo en tono burlón, en la parte de atrás del coche de su padre.

–¡Cállate! ¡Mamá, dile que se calle! No es mi novia –el aludido volteó su cuerpo hacia la ventana de su lado, ocultando la pantalla del móvil.

–Vamos, siempre estás hablando con ella en el recreo –se mofó, sonriendo ampliamente. Sabía que a su hermano ese tema le ponía de los nervios.

–Chicos, estamos llegando. Sabéis que hoy quiero que os portéis muy bien, nunca vemos a vuestros primos y…

–Sí, mamá –la tranquilizó Bobby, guardándose el Smartphone en el bolsillo del pantalón–. Seremos buenos chicos –suspiró desganado; llevaba repitiéndoles lo mismo desde esa mañana.

–¿Y por qué no viene Annabeth? –preguntó extrañado Matthew–. ¿No se considera familia suya o…?

Su hermana no había visto a sus familiares japoneses más que en un par de ocasiones muy excepcionales y un nacimiento se podría considerar cómo una situación lo suficientemente importante como para asistir.

–Tu hermana está en Manhattan –explicó tranquilamente Frederick, al volante del coche–. La hemos invitado a venir pero, al parecer, ha pasado algo importante. Tampoco me ha dado detalles.

Ambos asintieron, comprendiendo la situación. Cuando a Annabeth le pasaba algo importante solía conllevar el destino del mundo tal y como lo conocían, por lo que no era algo que se pudiera aplazar hasta después de la visita.

Tras unos minutos más de silencio, con Bobby de vuelta a su interesante conversación con cierta chica de su cole y su padre concentrado en la carretera, aparcaron en el garaje del Japan Center. Mientras el hombre iba a pagar por tener el coche estacionado, ellos salieron del vehículo y miraron a su alrededor.

Su madre sacó los regalos que había llevado y salieron hacia las calles del barrio japonés, los cuatro juntos. Muy cerca, al lado de un restaurante, su madre llamó al telefonillo y la persona del otro lado les abrió la puerta.

En el ascensor, Bobby se dio cuenta de un pequeño detalle.

–Mamá, ¿por qué el ascensor salta de la planta 3 a la 5? ¿Por qué no para en la 4?
–No hay cuarta planta, se considera que da mala suerte –explicó–. El número cuatro se pronuncia igual que "muerte".

–¿Entonces la planta 5 sería la 4? –preguntó el otro gemelo, entendiéndolo.

Su madre no tuvo ocasión de contestar. Habían salido ya del ascensor y les esperaba una puerta abierta con una mujer sentada dentro. Llevaba un bulto a la espalda y un delantal de flores, con una suave sonrisa cortés pintada en los labios.

Como siempre, enseguida empezaron las reverencias. Ambos chicos se preguntaban cuándo acabarían pero, esa situación, se estaba haciendo interminable. Ambas mujeres se enzarzaron en una rápida conversación en el idioma nipón, una que ni los muchachos apenas lograban seguir y la cual su padre no intentaba ni comprender. Tenía algunos conocimientos muy básicos de la lengua de su mujer pero, ni de lejos, llegaba a ese nivel de comprensión. Tuvieron que quitarse los zapatos y ponerse los uwabaki1 que su tía les ofrecía.

Entraron al salón perfectamente occidental, donde su primo pequeño hacía los deberes, concentrado. Bobby y Matthew dudaban en ir a saludarle por no saber si eso estaba bien visto o no, aunque su madre les dio permiso con un asentimiento de cabeza.

–¡Hiroki! –el chico levantó la cabeza y dejó a un lado sus deberes de kanji2.

–Bobby-chan, Matthew-chan –les llamó su tía– ¿queréis zumo? –como siempre, les ofreció bebida.

–¡Sí! –exclamaron al unísono.

–Hiroki-chan, ve a llamar a tu hermano –ordenó la mujer con dulzura a su hijo, mientras seguía atareada con las cosas de casa.

Era de buena educación estar ocupada mientras tienes invitados, así supuestamente se relajaron al ver que no tenían nada que hacer. En realidad había muchas cosas de esa cultura que los gemelos no iban a entender jamás, al parecer.

Siguieron a su primo por el corto pasillo hasta llegar a una puerta cerrada, donde golpeó varias veces.

–Hotaru-nii3 han llegado los tíos.

Cuando se abrió la puerta, se pudo ver a dos adolescentes japoneses en una pequeña y abarrotada habitación. El que había abierto revisaba distraído su móvil y su primo se encontraba sentado en el escritorio jugando con una especie de martillo unido a una bola, la cual tenía dibujada una cara malhumorada. El chico asintió, jugando con el Chupa Chups que tenía en la boca y le indicó a su amigo que cerrase la puerta.

De vuelta en el salón, su tía se había quitado el bulto que traía a la espalda y lo había dejado en una cuna cercana, mostrando a un bebé de apenas una semana de vida. Los gemelos se acercaron a ver al bulto rosa que se movía, con una mata de pelo tan fina como hilos de una madeja.

–Hemos traído el Go-shūssan iwai4 –indicó su madre–. Y éste otro regalo no es gran cosa, pero acéptalo por favor –le dio tres regalos. Uno de ellos era para el bebé, otro para la madre y el último algo de dinero para que los dos hijos lo compartieran.

Su madre había estado toda la semana planeando cómo envolver los regalos, algo que en su cultura era sumamente importante. Como siempre, la otra mujer trató de rechazarlo suavemente pero acabó aceptándolos en cuanto su invitada insistió un poco.

Mientras se tomaban las bebidas y comían algo de pastel, los dos adolescentes llegaron al salón con aspecto desganado. Su primo tenía el pelo algo largo, por lo que se lo había cogido con unas pinzas a modo de coleta. Parecía un samurái moderno, según los gemelos. Su amigo tenía un severo caso de acné y parecía estar constantemente malhumorado. Llevaban ya un rato hablando cuando el aburrimiento que los jóvenes tenían llegó a su límite.

–Hotaru-kun, se está acabando el té, ¿por qué no compráis más? Así podéis enseñarles el barrio a tus primos.

–¡Yo también! ¿Puedo ir también, mamá? –preguntó Hiroki, dando saltos por el salón.

–Vale, venga –asintió, dándoles algo de dinero.

Los cinco salieron a la calle, cada uno a lo suyo. Los mayores hablaban entre sí y los pequeños más de lo mismo.

–¿Habéis visto ese anime? ¿Lo habéis visto? ¡Es genial, salen muchos monstruos! Tengo muchas cartas, ¿queréis intercambiar? –su primo saltaba de un lado para otro, hablando con Matthew sobre los cromos que tenían y los que dejaban de tener.

Bobby sacó su móvil y sonrió débilmente al ver los mensajes que había recibido. Más en concreto por la persona que le había mandado dichos mensajes. Los contestó, absorto en su mundo. Apenas era consciente del murmullo de su primo y de hacia dónde tenía que ir para no perder a los mayores de vista.

–¿Ya estás de nuevo hablando con tu novia? –se burló su hermano, revolviéndole el pelo.

No me fastidies –se quejó uno de los adolescentes en japonés–. ¿Has oído eso? ¡Hasta tu primo tiene novia! ¿Pero qué les pasa a los niños de hoy en día?

Lo que te molesta es que un niño de 10 años te haya ganado en eso, Youichi –exclamó el otro divertido– Mira, ¿no es esa Chloé?

¿Donde? –ycomo si le hubiesen dicho que había una fortuna de millones de dólares, comenzó a buscar en todas direcciones con la mirada, hasta encontrar su objetivo.

Vamos, enanos –indicó Hotarou, yendo hacia la chica para saludarla. Poco tiempo estuvieron allí los tres pequeños, más aburridos que una ostra.

Hiroki vio algo por el rabillo del ojo que le llamó la atención, girándose y comenzando a seguirlo. Matthew le siguió y, detrás de ellos, fue Bobby, hasta que dejaron de ver a su primo y al amigo de este. Seguían a un hombre bajito que llevaba un sombrero que, o era de paja o bien era un caparazón de tortuga, ambas opciones igual de posibles. Sin embargo, parecía más lo segundo.

Uno de los gemelos se dio cuenta de que para ser un hombre, tenía una cola de animal bastante larga. Le nacía al final de la espalda, una larga cola castaña y peluda. También se dio cuenta de que lo que él había creído que era un abrigo era en realidad la piel peluda de ese… ¿señor?

–Bobby –le susurró, agarrando a su primo del brazo para que no siguiese avanzando– eso no es una persona. Estoy bastante seguro.

–¿Qué dices? –le preguntó el otro, extrañado– ¿entonces qué...?

Cayeron entonces en la cuenta. Hacía unos meses habían tenido un encuentro con un kappa que había intentado comérselos, por lo que eso debería ser un youkai también. Eso o un animal muy bien entrenado. Le vieron ponerse al mando de un puesto callejero al final de esa misma calle, con una gran sonrisa y unos ojos grandes, muy expresivos.

Vendía extraños amuletos de todo tipo, desde daruma que eran como pelotas grandes con una persona pintada en color rojo, principalmente; estatuillas de dioses y placas de madera con kanjis escritos.

Los gemelos tenían la intención de volver al lugar donde su primo y su amigo estaban tratando de ligar, pero el más pequeño de los tres tenía otros planes. Se acercó al puesto donde el hombre guardaba billetes en una bolsa. Los Chase miraron a su alrededor; no creían que el youkai tuviese mucha clientela dado que nadie reparaba en la existencia de esa tienda. Sin embargo no comentaron nada.

–¡Oji-san5! ¿Tienes material para hacer un Teru teru bozu6?

Aquí solo se venden amuletos hechos, ¿no lo ves, joven?

–A lo mejor es un poco grosero, pero ¿qué eres exactamente? –preguntó Matthew descaradamente.

–¡Pero qué pregunta es esa! ¿Acaso no lo ves? –salió a la calle y se quedó inmóvil unos segundos.

Parecía una estatua, con su botella de sake agarrada con una pata y un trozo de papel en la otra. Mostraba orgulloso su gran tripa y… lo que había debajo de la tripa, que no era pequeño, precisamente. Sonreía cordialmente y sus enormes ojos mostraban una sabiduría que expresaba, quizá, cientos de años de experiencia. Su gran sombrero, que aún no sabían si era de paja o un caparazón de tortuga, parecía dispuesto a protegerle de cualquier tempestad y, su larga cola, tocaba el suelo.

¿Aún no sabes lo que soy, ignorante? –preguntó en tono burlón.

–¿Eres un tanuki? –fue la respuesta dudosa de Bobby. Después de haberse encontrado con el kappa, se había interesado en conocer más sobre la mitología del país de su madre.

–¡Por fin alguien con cerebro! Vamos, ¿vais a comprar o qué? No tengo todo el día, estoy muy atareado. Bastante tiempo he perdido ya en mi descanso –se quejó, volviendo tras el mostrador bufando.

–¿Cuánto vale esto? –preguntó su primo en inglés, señalando una de las estatuas de dioses que había expuestas.

–Cien dólares –contestó sin duda alguna.

Los tres chicos se dieron la vuelta enseguida, sin querer discutir más ese asunto. Vamos, si solo tenían 7 y 10 años, eso estaba totalmente fuera de su presupuesto. Comenzaron a caminar hacia el lugar donde estaban los adolescentes, pero el youkai les detuvo.

–¡Esperad! Por ser medio japoneses… supongo que podría haceros un pequeño descuento. Este es el precio para los gaijin7, ya sabéis, se interesan por nuestros amuletos sin siquiera tener la consideración de buscar su significado. –Hizo una pausa dramática, pensando en cómo enganchar de nuevo a los chicos para estafarlos– Podría dejaros a Ebisu, el dios de la fortuna, la riqueza y los negocios por el módico precio de cincuenta dólares. Y ya estoy siendo muy generoso –les ofreció una estatua de un pescador con una caña de pescar en una mano y un gran pez en la otra.

–¿Y de dónde quiere que saquemos tanto dinero? –preguntó Matthew mordazmente.

–Podríais hacer un par de recados para mi –ofreció el youkai, con un tono de voz condescendiente– Eso reduciría el precio. ¿Véis esa esquina? –señaló al final de la calle con una de sus peludas patas– conozco a un oni8 pacífico que vive en un callejón en esa dirección, me ahorrareis mucho tiempo si le lleváis este sake por mi –les tendió una botella igual a la que él mismo tenía, llena de bebida.

Los tres chicos se miraron entre sí. Era muy difícil confiar en una criatura que les mandaba directamente a la casa de un demonio que, según las leyendas populares, comía personas.

¡Aquí estáis! –exclamó Hotaru, su primo mayor. Iba sin su acompañante y enseguida agarró el brazo de su hermano– Gracias por cuidar que no le pase nada a mi familia, señor Tanuki, pero debemos regresar a casa –hablaba con el mayor de los respetos, por lo que los gemelos apenas pudieron entender sus palabras. No estaban acostumbrados a ese tipo de japonés.

Salió a paso ligero de esa calle y en cuanto perdieron de vista la tienda del youkai se volvió hacia ellos, enfadado.

–¿Cómo se os ocurre? ¿Es que no sabéis qué es un tanuki? ¿No sabéis que son unos embusteros? No debéis comprarles nada –se echó las manos a la cabeza, exasperado–. ¡Te he dicho un montón de veces que no te separes de mi, Hiroki! ¿Cómo quieres que te lo diga?

–Pero esos omamori… –el niño bajó la cabeza, algo avergonzado. Él solo quería llevarle un amuleto a su hermana para que gozara de buena salud.

–Primo, tú… ¿puedes verlos? Últimamente he estado viendo youkais… –confesó Matthew. No se lo había dicho ni a Bobby, aunque éste le había ocultado que investigaba los mitos japoneses cuando nadie le veía.

–Ese tanuki no se estaba escondiendo, todos podéis verle.

–No me refiero a eso... –el chico trató de explicarse, pero no encontraba las palabras adecuadas.

–Yo pensaba que era un señor bajito y peludo –entendió Bobby entonces– no he visto lo que era en realidad hasta que él le ha preguntado que qué era.

El adolescente asintió, pensando un poco. Parecía que su primo también podía verlos, igual que él.

–Existen personas, gente que puede ver a los espíritus de forma natural, antes incluso de que ellos mismos se muestren. Parece ser que tú también eres de esos –asintió–. Respecto a tu pregunta, sí. Puedo verlos.

–Hace unos meses intentó comernos un Kappa. He estado buscando algo de información, pero no sé cuánta verdad hay en los mitos de internet –confesó Bobby, aliviado. Por fin contarían con algo de ayuda.

–Bien, entonces podremos compartir experiencias, por lo que parece. No sois los únicos que han interactuado con la mitología.

Volvieron todos al apartamento, hablando amenamente sobre esa extraña situación y sin comprar el té que se les había encargado.


1 Uwaki: zapatos especiales para estar dentro de casa.

2 Kanji: los carácteres japoneses (hay 3 "alfabetos", por así decirlo. Este es el más complicado, muchos coinciden con el chino)

3 Nii: los hermanos pequeños suelen llamar nii (hermano) a los mayores.

4 Go-shūssan iwai: un regalo que se le da a los niños que tienen una semana de vida.

5 Oji-san: técnicamente significa tío, pero también puede ser usado para un hombre de mediana edad.

6 Teru teru bozu: es un amuleto en forma de muñeco muy popular entre los niños que supuestamente evita que llueva.

7 Gaijin: así se llama a los extranjeros en Japón. Aunque técnicamente los gaijin en Estados Unidos serían ellos.

8 Oni: son demonios japoneses, parecidos a los ogros de la mitología occidental, solo que suelen tener uno o dos cuernos. Se parece a la palabra hermano (onii), pero no hay que confundirlas.