Otra historia que termina. Muchas gracias por haberla leído y espero que os haya gustado. Tengo otra planeada, pero no sé si empezaré a publicar la semana que viene o la otra porque estoy en un momento de mi trabajo un poco atareado. Ya lo veremos. De momento, os deseo unas felices vacaciones a todos/as y a disfrutar de la piscina, playa, turismo o lo que sea.
Epílogo:
— ¡No, no, no y no! ¡No lo acepto! — repitió — ¡Esto tiene que acabarse aquí!
— Inuyasha…
— No sé cómo han logrado convencerte a ti, pero conmigo no va a funcionar. ¡Voy a poner fin a esto inmediatamente!
— Deberías escucharlos…
— ¡No te das cuenta de que esto no está bien!
Habían pasado quince años desde que se casaron y empezaron una nueva vida en Santa Mónica. Inuyasha había permanecido todo ese tiempo como fiscal con una nueva edad falsa que no sabía cómo logró cambiar, aunque tampoco le extrañó teniendo en cuenta que su padre era juez desde hacía más de setenta años. Ella logró sacarse la carrera que deseaba cinco años después y trabajaba en el hospital central. Lo peor de su trabajo fueron los primeros años, cuando trabajaba a relevos. En esos momentos, para su suerte, tenía un horario de ocho a dos como enfermera de un especialista.
Su familia había crecido un poco más en ese tiempo. Hacía cinco años, dio a luz a los gemelos: Makoto y Kaoru. Los gemelos sí que fueron una pesadilla debido a su hiperactividad. Como no deseaban drogarlos con pastillas, terminaban agotados a diario por todas las energías que derrochaban ese par de trastos. Les gustaba la música rock, los deportes arriesgados, correr como locos, pintar las paredes, cortar la ropa para hacerse disfraces y estaban obsesionados con el coche de su padre, por lo que había que guardar las llaves en la caja fuerte cuando estaban en casa.
Kamui se convirtió en un hombre tan rápido que lloró durante una semana el día que se fue a la universidad en otro estado a estudiar derecho, como su padre. Himawari lloró con ella. En aquel entonces no entendió los llantos y la tristeza de Himawari tan bien como ese día. Su hija de quince años estaba profundamente enamorada de su hermano mayor y, al parecer, era correspondida. Admitía que, al principio, le chocó la noticia, mas había terminado por entender. Sabía lo que era estar enamorada y tampoco eran hermanos de sangre. Inuyasha no pensaba lo mismo que ella. Por eso, quizás, recurrieron a ella antes de contárselo al padre.
Suspiró y miró a su marido. Estaba locamente enamorada de él, pero a veces era tan cabezota y tan dominante. Tenía que aprender a relajarse, a vivir la vida con más laxitud y a escuchar.
— ¡Pero papá…!
— ¡No quiero oír ni una palabra más al respecto!
Himawari, aún vestida con su uniforme del instituto, se encogió de hombros, amedrentada por el carácter de su padre. Kamui, en cambio, dio un paso adelante, dejando claro que para él no había terminado. Antes de que abriera la boca, ella misma se colocó entre los dos.
— Inuyasha, no son hermanos.
— Los he criado como hermanos… — se echó el cabello hacia atrás — ¡Esto no tendría que haber sucedido! ¡Esto…!
— Es perfecto, ¿no lo ves?
Inuyasha la miró como si se hubiera vuelto loca. Le sonrió y se acercó a él hasta estar muy cerca. Entonces, le cogió el puño de la camisa que se había remangado y se lo colocó bien mientras hablaba.
— Estarán juntos, sabemos que se quieren de verdad, tienes a alguien que cuidará bien de tu ojito derecho… — recalcó refiriéndose a Himawari — y no perderemos a Kamui antes de…
El semblante de Inuyasha le indicó que la había entendido. Esos últimos años, especialmente desde que Kamui alcanzó la madurez, entre él, su padre y su hermano habían tenido más de un quebradero de cabeza intentando encontrar la forma de alargar su vida. Himawari arreglaría eso, lo uniría a su hilo de la vida como Inuyasha hizo con ella en su día.
— Tengo algunas condiciones.
— ¿Y si no…?
Kamui intentó oponerse antes de escucharlas, por supuesto.
— ¡Estás estudiando derecho! — le recordó — Tu hermana… esto… Himawari… — cambió de palabras por la situación — tiene quince años y puedo prohibirle salir contigo.
— A los dieciséis…
— Entonces, podré enviarla lejos.
Se estremeció ante la sola idea de que su hija se fuera lejos de ella. Ya había sufrido más que suficiente cuando tuvo que ver partir a Kamui. No obstante, al mirar a Inuyasha, a pesar de su duro y rígido semblante, supo que jamás lo haría. Se estaba echando un farol para bajarle los humos a Kamui y poder razonar con él. Los dos se habían alterado mucho y, aunque Inuyasha ya parecía calmado, Kamui seguía temblando de rabia.
— Escucha a tu padre, por favor. — se volvió hacia ellos — Puede que te sorprenda.
Terminó por acceder, no sin antes cogerle la mano a Himawari en signo de claro desafío. Inuyasha reaccionó dando un paso adelante enfebrecido. Se interpuso entre los dos de nuevo y les dirigió una dura mirada que los obligó a bajar la vista avergonzados. Era como tratar con dos niños pequeños. Tanto Inuyasha como Kamui siempre fueron de lo más protectores con Himawari por ser una chica.
— Consentiré esta relación siempre y cuando no afecte a los estudios de ambos ni hagáis nada que avergüence a la familia.
Los dos asintieron con la cabeza.
— Ambos conocéis el secreto de la familia y sois conscientes de lo importante que es protegerlo. Espero que siga siendo así.
Volvieron a asentir.
— Los dos sois mis hijos y siempre os veré así… — se le quebró la voz por un instante — Necesito que estéis seguros de lo que sentís porque vuestra ruptura podría quebrar nuestra familia.
— ¡Estamos seguros papá!
Himawari siempre era apasionada cuando se involucraba en algo o con alguien. Le recordaba a ella a su edad en muchas cosas.
— Lo estamos.
Kamui era la voz de la razón. Harían muy buena pareja, estaban muy equilibrados.
— Hay una cosa más.
Hasta el momento, las peticiones de Inuyasha habían sido de lo más lógicas y sensatas. La verdad era que le estaba sorprendiendo muy gratamente su sangre fría en una situación como aquella. Se notaba que era abogado.
— ¡Nada de sexo!
Bien, era hora de retirar lo dicho.
— ¡Papá! — exclamó Himawari con las mejillas sonrojadas.
— ¡Himawari es una niña!
— Creo recordar que mamá tenía su misma edad cuando…
Fue ella misma quien se apresuró a cubrirle la boca a Kamui en cuanto empezó a hablar de algo que solo él sabía. Habían decidido no contarles a sus otros hijos ciertos detalles de su historia para darles el mejor ejemplo posible. Aunque fueran increíblemente felices, Inuyasha no se sentía especialmente orgulloso de cómo lo hizo y no quería que Himawari o los gemelos siguieran sus pasos. Quería que tuvieran la decencia que le faltó a él por aquel entonces. Ella no lo veía de la misma forma, pero estaba de acuerdo con él en su deseo de protegerlos, así que apoyó esa historia.
— ¿No habéis oído la cafetera? — cambió de tema sin apartar la mano de la boca de Kamui.
— ¿Qué cafetera? — Himawari no lo dejaría pasar fácilmente — ¿De qué habla Kamui? ¿Qué hiciste cuando…?
— Creo que yo también la he oído.
Inuyasha la apoyó a su espalda. Kamui al frente, aun con la boca cubierta, asintió con la cabeza para refutar su cuartada. Himawari se puso como una moto en seguida, encabritada porque todos se habían aliado para ocultarle algo que sería de verdadero interés para ella. Con la ayuda de Inuyasha y Kamui, terminó por agarrar su brazo y arrastrarla hacia la cocina. Al volverse, vio a Inuyasha dándole una palmada en la espalda a Kamui con el mismo cariño de siempre.
— Cuídala.
— Siempre. — coincidió — Y te prometo que la respetaré.
Sonrió al verlos exactamente igual que siempre. Al final, habían logrado superar la crisis. No obstante, el sonido de cristales rotos procedente de la cocina le indicó que estaba a punto de iniciarse una nueva crisis de la que los gemelos formarían parte. Antes de que pudiera haberse movido tan siquiera, Inuyasha gritó sus nombres.
Por la noche, tras haber recogido los restos de cristal que dejaron las más de cien copas de cristal que los niños rompieron al tirar el mueble abajo mientras lo escalaban, pudieron retirarse a dormir. Inuyasha había entrado corriendo a la cocina, hecho una furia, pero, al ver a los gemelos descalzos en medio de aquel caos de cristales rotos, se le bajaron los humos en seguida y les ordenó que no se movieran mientras se apresuraba a saltar cristales hasta cogerlos en brazos para sacarlos de allí. Después, tuvo que aplicarle unas curas en los pies mientras que los siempre afortunados gemelos estaban a salvo. Inuyasha no dejó de reñirles mientras lo curaba.
Se aplicó la crema hidratante de todas las noches en el tocador mientras veía a Inuyasha tumbado en la cama a través del espejo. Sus pies estaban vendados aunque lo que más le llamaba la atención era que estaba transformado, algo poco habitual en él de no estar muy enfadado o manteniendo relaciones. Esa tarde, por un instante, creyó que iba a transformarse.
— ¿Por qué estás transformado? — cerró el bote de crema — No me digas que sigues enfadado…
— En esta forma puedo escuchar mejor si se abren las puertas o…
— ¡No puedo creer lo que estás haciendo!
Le lanzó uno de los cojines que habían apartado de la cama antes de acostarse.
— Kamui te ha prometido…
— No me preocupa Kamui, me preocupa Himawari. — se defendió — Los instintos de nuestra especie…
— Conozco muy bien los instintos de tu especie.
Se arrodilló al pie de la cama y se quitó la bata para enseñarle un salto de cama muy sexi que había adquirido esa misma semana. Seguro que eso sería suficiente para distraerlo. No estaba equivocada. Inuyasha se sentó de golpe, enardecido.
— Kagome…
— ¿Le duele algo más, señor Taisho? — pasó la mano suavemente sobre su pie vendado — ¿O ya he tenido suficiente con estas curas?
— ¡Tengo un dolor horrible!
— ¿Dónde?
— Ven y te lo enseñaré.
Fue encantada. Se sentó a horcajas sobre su regazo, le apartó el pelo de la cara y se inclinó para besarlo cuando…
— ¡Oh, mierda! — la apartó de él — ¡Himawari!
Inuyasha la dejó sobre la cama y salió corriendo del dormitorio para amonestar a su hija. Al parecer, últimamente, los instintos más básicos de Inuyasha no funcionaban tan bien como los de sus hijos. ¿En qué planeta Inuyasha la dejaba tirada en un momento como ese? Suspiró y se tumbó sobre el colchón a la espera de que se dejaran de oír las voces. Lamentablemente, Dios no estaba de su lado ese día. Sin saber muy bien por qué, las voces de los gemelos se unieron a las de su padre y su hermana que no dejaban de discutir en el pasillo. Pronto, también se escuchó la voz de Kamui pidiéndole a Himawari que no hiciera enfadar a su padre.
Tendría que volver a acostar a los gemelos antes de que Inuyasha terminara lanzándolos de cualquier forma dentro de su dormitorio. Recogió la bata del suelo para cubrirse y caminó hacia la puerta mientras se la ponía. Entonces, un estruendo le hizo detenerse y notó incluso que el suelo temblaba.
— ¡Niños!
Supuso entonces que necesitarían otro mueble nuevo. Lejos de sentirse agotada o estresada en ese momento, se sintió feliz. ¡Amaba a su familia! Sin poder dejar de reír, salió del dormitorio para reunirse con los seres que más amaba en ese mundo.